Espana-islamica PDF

Title Espana-islamica
Author Daniel Gutierrez Conde
Course Historia Medieval
Institution Universidad de Sevilla
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La historia islamica en la Edad Media en España...


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HISTORIA DE LA ESPAÑA ISLÁMICA En la concepción del libro se estructuran tres cuestiones básicas para entender la impronta que la cultura árabe (islámica) produjo sobre los cristianos, que comprendieron que al sur de los pirineos había un país de cultura más elevada con un íntimo contacto de culturas diversas. La primera cuestión es la consideración de la España Islámica como sí misma, que se tradujo en magnificas realizaciones arquitectónicas, literarias, científicas, y hasta qué punto depende del contraste entre la exuberancia islámica y el ascetismo cristiano, en qué medida forjó su personalidad la integración de los diversos grupos raciales y sociales, pasando a ser el camino por el que penetraron en Europa los elementos, tanto materiales como intelectuales de la cultura islámica, La segunda cuestión, sería la consideración de esta España islámica como una parte del mundo islámico; los vínculos que mantuvo culturales, religiosos y políticos; su sometimiento o independencia de los dictados del centro político islámico, y su vinculación con el norte de África. La tercera cuestión se halla en la relación que mantendrá con sus vecinos del norte, los cristianos europeos, y en la medida que las cruzadas serán una réplica a la YIhäd islámica. La conquista de España (711-716) por parte de los árabes, hay que englobarla dentro del proceso de expansión árabe que experimentó diferentes fases, pudiéndose dividir en cuatro periodos de expansión, frenados, cada uno por una serie de etapas de conflictos internos. a) Una primera etapa de expansión (623-656). Desde la creación del estado de Medina por Mahoma hasta el fin del poder de los llamados califas ortodoxos. Llegando a conquistar Arabia, siria, Iraq, Egipto y parte de Irán, terminando con la primera guerra civil (656-661) entre Ali y Muawiya. b) La segunda expansión (661-683) bajo los primeros Omeyas, que impulsaron una política imperialista de conquistas, lográndose Túnez y el Jurasán. Finalizó con la segunda guerra civil (683-692) entre Marwan y Ibn al-Zubayz c) Tercera expansión (692-718) durante el califato de los marwanies se produjo una nueva expansión por el Magreb, la península Ibérica y parte de la India. Como fondo los conflictos sociales entre antiguos y nuevos musulmanes. En el 720 Umar II ordenó el cese de las hostilidades e intentó organizar política y socialmente sus posesiones. d) Cuarta expansión (720-740) se intenta ampliar los límites del califato omeya mientras se desarrollan las luchas por la sucesión al trono, pero si desde el punto de vista de la propaganda omeya. Con dificultades en las conquistas, la revuelta de los bereberes demostró la imposibilidad de mantener la política de conquistas y los disturbios que precedieron a la caída de los omeyas. Para entender el proceso de esta expansión, hay que remontarse a la vida de Mahoma, profeta y político, que pensó que la unidad política iba implícita en el carácter de su misión profética. La concepción islámica de Yihad, o guerra santa se considera bajo el contexto de las razzias que efectuaban las tribus del desierto sobre otras tribus para compensar la escasez de alimentos, y como Mahoma lo entendió como un instrumento político y lo transformó, ya que al evitar las razzias entre las tribus bajo el islam se generaba un problema de alimentos, en que quienes desearan ser plenamente aliados suyos deberían convertirse al islamismo y reconocerle como profeta. En esta situación, la guerra santa se orienta contra los no musulmanes, por lo que al aumentar el número de tribus bajo el Islam, era necesario dirigir estas expediciones cada vez más lejos. Existen tres opciones para los pueblos conquistados, los politeístas, casi todos los de la

península arábiga, se les daba a elegir entre “la espada y el Islam”, y a los monoteístas o de “libro revelado” a convertirse en pueblo protegido, que paga un impuesto y goza de autonomía, a los miembros de estos se les llamaban “dimmíes”, esta tercera opción estuvo basada en el hecho de que coincidían estos pueblos fuera de la península arábiga, y los musulmanes prefirieron cobrar impuestos que les permitiera constituir una fuerza expedicionaria y dejar las labores agrícolas a los autóctonos. España, que tan fácilmente fue conquistada, adolecía de graves debilidades internas constituidas por la propia idiosincrasia del pueblo visigodo, con una monarquía débil, con un principio electivo del monarca, que llevó al conocido “morbo gótico”. Lo que condujo a la petición de ayuda por parte de los adversarios de Don Rodrigo a los musulmanes, los cuales, bajo el mando del lugarteniente de Müsà, gobernador del norte de África, inició la conquista desembarcando en Gibraltar y derrotando a las huestes de Don Rodrigo en la batalla de Guadalete (711). Esta batalla derrumbo la débil organización del reino visigodo, y la conquista fue continuada por el propio Müsà y su hijo Abd al-Aziz (714-716), prosiguiendo la expansión hasta rebasar los Pirineos, donde fueron vencidos por el jefe franco Carlos Martel (732), que reconquisto Aquitania, marcando el máximo de la expansión árabe por la península. La ocupación de la península no fue total, había una extensa zona, el noroeste de la península, en la que los musulmanes prácticamente no habían penetrado, pero se puede decir que presentaba una unidad organizativa y administrativa con la desaparición del poder visigodo. Los árabes designaron a la España musulmana con el nombre de Al-Andalus. Esta, al principio fue una prolongación de los dominios árabes norteafricanos y estuvo gobernada por un Wali o gobernador, supeditado al del Norte de África (residente en Qayrawan), quien, a su vez, dependía del Califa de Oriente. Los españoles no musulmanes, cristianos y judíos, en su mayoría pudieron continuar en sus casas y conservar parte de sus haciendas y creencias religiosas, a condición de que pagasen un tributo espacial que impusieron los conquistadores a todos los que no abrazaban el islamismo, tal como hemos comentado anteriormente. Los cristianos sometidos a los musulmanes, que no abjuraron de su religión, se denominaron mozárabes; y los que se hicieron musulmanes, muladíes. Loa árabes, clase social más elevada dentro del Islam, que ejercieron la función de directores y jefes de la conquista, se establecieron en las tierras más fértiles de Andalucía y Levante, mientras que los bereberes o moros, que vinieron con ellos en gran número procedentes del Norte de África, tuvieron que quedarse con las más pobres (Submeseta Norte y Galicia), lo cual fomentó los odios de raza, que se sumaron a la pugna entre partidos árabes rivales, esta diferencia entre árabes y convertidos al Islam creó un descontento tal que fue uno de los factores importantes en la caída del califato Omeya de Damasco. Los berberiscos se sublevaron, abandonando Galicia y otras tierras, y las luchas civiles se sucedieron en la España musulmana. Esto favoreció a los núcleos cristianos que, huyendo de los invasores, se habían refugiado en las montañas más septentrionales de la Península, donde iniciaron la resistencia y la lucha contra estos, lo que se toma como el comienzo de la reconquista de la España musulmana. En este periodo el enorme territorio del Islam era controlado por los Califas Omeyas, con una organización central aún concebida según las líneas de una tribu árabe, instalando la capital en Damasco, por lo que se conoce este periodo como el Waliato dependiente de Damasco, si bien Al-Andalus no dependía directamente del Califa, sino del gobernador de Ifriqiya (Túnez), residente en Qayrawan, cuestión razonable debido al tiempo que las comunicaciones y viajes exigían.

En el Oriente tras el agotamiento de la familia Omeya y la llegada al poder de los Abasíes al poder, el único príncipe omeya que logró escapar de la revolución y matanzas promovidas por los Abasíes contra los Omeyas fue el joven Abd al-Rahman, quien, después de conseguir huir a través del Norte de África, se refugió en la actual Marruecos. Desde allí se traslado a la Península y, después de derrotar al representante abasí en la batalla de la alameda (756), entró en Córdoba, a la hora capital de la España musulmana, y se proclamó emir independiente políticamente de Bagdad; pero en lo religioso siguió reconociendo al Califa de oriente como único jefe de todo el islam. Abd al-Rahman I (756-788), fundador del emirato independiente y de la dinastía hispano-omeya, logró acabar con la anarquía de los últimos tiempos del Waliato e imponer su autoridad a toda la España musulmana; sin embargo, durante su largo reinado tuvo que sostener constantes luchas contra sus enemigos, a fin de salvar la unidad del emirato. Uno de los momentos más críticos para él fue cuando el gobernador de Zaragoza, Sulayman, quiso independizarse de Córdoba, para lo cual buscó el apoyo de Carlomagno, poderoso emperador de los francos. Este vino a Tomar la plaza, pero al llegar a Zaragoza, encontró que el gobernador faltó al pacto y no entregó el sitio, y tuvo que retirarse, al salvar el Pirineo Navarro, su retaguardia fue derrotada en la batalla de Roncesvalles (778) por vascones y mahometanos. Militarmente fue poco importante, pero se ha hecho famosa por el poema de la Chanson de Roldan, y junto al fracaso de la toma de Zaragoza, motivaron a Carlomagno a abandonar cualquier idea de conquistar España, pero conquistó la Septimania y la actual Gerona (785), creando la Marca Hispánica, a modo de territorio fronterizo y escudo contra la invasión árabe. Al morir el fundador de la dinastía cordobesa nada les quedaba a los musulmanes de sus dominios ultrapirenaicos. Inició la construcción de la Mezquita de Córdoba. La obra del primer Omeya hispano fue consolidada por sus inmediatos sucesores, Hisam I, Al-Hakam I y, sobre todo, por Abd al-Rahman II (822-852), cuyo reinado es el más brillante del Emirato hispano. Durante los tres últimos emires (Muhamad I, Al-Mundhir y Abd Allah) surgen núcleos rebeldes que se independizan de córdoba, reinando de nuevo la anarquía. El más potente de los núcleos rebeldes fue el de Serranía de Ronda, fundado por Umar Ben Hafsun, descendiente de ilustre familia goda, quien se sublevó (884) contra Córdoba y constituyó un estado que duró más de veinte años independiente. Umar se convirtió al cristianismo y llegó a reunir bajo su mando casi toda Andalucía Occidental. El sucesor del último emir y nieto suyo, Abd Al-Rahman III (912-961), demostró un gran talento político y militar, acabó con la anarquía en que había caído el emirato. Sometió el reino de Umar (que desapareció muerto éste en 917, con la rendición de Bobastro) y a todos los núcleos rebeldes (Toledo, Badajoz, Zaragoza) y restableció el orden y la unidad en toda la España musulmana. Para consolidar su poder y aumentar su prestigio se proclamó Califa, es decir, “sucesor del Profeta” y “jefe de los creyentes”, siendo el fundador del Califato de Occidente o de Córdoba, que abarca todo el siglo X y comienzos del XI y es el periodo de máximo esplendor del Islam español. Amenazado por los fatimitas – descendientes de Fátima, hija del Profeta, que habían fundado un califato independiente en el Norte de África -, consiguió derrotarlos con la ayuda de los berberiscos e incorporar todo el noroeste de África al Califato de Córdoba; pero por poco tiempo, pues antes de su muerte los fatimitas lo recuperaron (959). Los cristianos del Norte, que aprovechando los desordenes de los últimos tiempos del Emirato habían hecho algunos avances, fueron también contenidos y derrotados en Valdejunquera

(920, al Norte de Estella); en cambio, el poderoso califa fue vencido por los monarcas leoneses Ordoño II, en San Esteban de Gormaz (917), y Ramiro II, en Osma (932) y Simancas (939). Pero supo mezclarse hábilmente en las luchas civiles entre los reyes cristianos (ayuda a Sancho el Craso para recobrar el trono leonés, etc.), de lo que sacó grandes ventajas. Abd Al-Rahman III fue, además, un excelente gobernante; reorganizó el ejercito, fomentó la marina, que fue la más poderosa del mediterráneo, y hermoseó Córdoba, convirtiéndola en una de las ciudades más bellas y pobladas del mundo, y en un gran centro económico y cultural, célebre por la belleza de sus edificios y por el lujo y el saber de sus habitantes. Y, llegado a la cima de su poderío, hizo construir en la falda de la sierra de Córdoba, una ciudad palatina, denominada Madinat al-Zahara (o ciudad de al-Zahara), en honor de la favorita de este (cuyas obras dirigió y cuya construcción continuó su hijo Al-Hakam), y que por su grandiosidad, suntuosidad y belleza era digno marco de la grandeza del Imperio califal. La España califal fue un estado muy poderoso, y Córdoba, su capital, la ciudad de Europa más célebre, más visitada y más bella: el “ornato del mundo”, según expresión de la monja sajona Hroswita, hasta cuyo lejano monasterio llegó el eco de su fama. El esplendor del califato continuó bajo los inmediatos sucesores de su fundador. Al-Hakam II (961-976), hijo y sucesor de Abd Al-Rahman III, si bien mantuvo a raya a los cristianos y realizó acertadas campañas en el Norte de África, fue un príncipe pacífico y amante de la cultura, que protegió a los sabios y literatos, creo escuelas y fomentó la formación de bibliotecas; la más celebre de éstas fue la palatina, que se cree reunía más de 400.000 volúmenes. Su reinado simboliza el esplendor cultural del califato de Córdoba. A él se debe la ampliación más bella de la Mezquita cordobesa y la terminación de la ciudadpalacio de madinat al-Zahara. Le sucedió, a los doce años, su hijo, el débil Hixam II (976-1013), pero quien realmente ejerció el poder durante gran parte de su reinado fue su primer ministro (Abu Amir Muhammad), llamado por los cristianos Almanzor, nombre derivado del título honorifico de Al-Mansur, “el victorioso”, adoptado por él. Almanzor, extraordinario general y político, personifica el apogeo militar del Califato. Organizó un poderoso ejército a base de soldados profesionales, y realizó terribles incursiones (o aceifas) contra los cristianos del Norte. En sucesivas campañas se apoderó de Zamora y Simancas (981), Barcelona (985), Coimbra, León (988) Astorga (995), y Santiago de Compostela (997), ciudad famosa en todo el mundo, por guardar el sepulcro del apóstol Santiago, y a la que acudían numerosos peregrinos. Los cristianos quedaron reducidos a las montañas septentrionales, como en los comienzos de la Reconquista, si bien estas ciudades, una vez incendiadas o saqueadas, fueron abandonadas, y los cristianos pudieron recuperarlas. Al regresar de una excursión por tierras de Castilla, el gran caudillo musulmán, ya viejo y enfermo, murió en Medinaceli (1002). La desaparición de Almanzor señala el principio de la decadencia musulmana y el comienzo del predominio cristiano en la Península. Socialmente, igual que antes, había gentes libres, o con derechos, y gentes no libres, o sin derechos. Estos últimos podían ser siervos destinados al trabajo del campo, cuya situación mejoró, o esclavos destinados al servicio personal. La clase distinguida, o aristocrática, hasta el fin del Califato estuvo formada por los árabes o elementos procedentes de Arabia; más tarde, por los jefes del ejército y, posteriormente, por los ricos. Como clases intermedias había los libertos y clientes (conversos adoptados por determinada familia), que, si bien eran libres, continuaban unidos incondicionalmente a la familia a que habían pertenecido. Había, además, los judíos, que, en general, fueron

bien considerados. El jefe absoluto del gobierno durante el Emirato independiente fue el emir (que seguía reconociendo la autoridad religiosa de los Califas de Bagdad), y en el Califato, el Califa, desligado ya política y religiosamente de Oriente, y que fue rey y papa a la vez. Auxiliaban al Califa los visires o ministros, entre los que destacaban el Hachib o primer ministro, el imán, que en su nombre dirigía el rezo en la mezquita, y otros muchos magistrados. Aunque el propio califa administraba justicia en determinadas ocasiones, en una sala de su palacio, ordinariamente delegaba esa función en los cadíes o jueces civiles, que la administraban en la mezquita o en su propia casa, y cuyo jefe era el llamado cadí de los cadíes. De los asuntos criminales estaba encargado el prefecto de policía o sahib al-shurta, que era el jefe de la policía judicial (shurta). La dirección de los servicios municipales incumbía al prefecto o gobernador de la ciudad (sahib al-madina); y la vigilancia de los mercados o zocos (suq) corría a cargo del prefecto de los mercados (sahib al-suq). Otro funcionario especial en Córdoba era el juez de las injusticias (sahib al-mazalin), que entendía en las reclamaciones y quejas sobre los abusos de las autoridades y empleados públicos. El territorio de Al-Andalus, durante el Emirato y Califato Omeyas, se dividió administrativamente en cierto número de distritos o provincias, llamadas coras (gura), regida cada una de ellas por un Walí o gobernador, y que, en líneas generales, correspondían a las diócesis cristianas de la época visigótica. La muerte del caudillo Almanzor, seguida de la muerte de su hijo, inicia un periodo de anarquía que acaba con la unidad de la España islámica, dando lugar al fraccionamiento de su territorio en veintisiete pequeños estados, denominados Reinos de Taifas o “de banderías”, los más importantes de los cuales fueron Sevilla y Zaragoza. Pronto estallaron rivalidades y luchas entre ellos, lo que facilitó la Reconquista cristiana. La conquista de Toledo (1085) por el rey castellano-leonés Alfonso VI aterrorizó a los debilitados reyes de Taifas, por lo que decidieron pedir ayuda a los almorávides. Estos, oriundos del Sahara, a mediados del siglo XI fueron convertidos al islam, tomando el nombre de “almorávides” o “consagrados a Dios”, y, lanzándose a la guerra santa con gran fanatismo, fundaron un vasto Imperio en el Noroeste de África, extendido desde el Magreb hasta el Sudán. Llamado por los reyes de Taifas, el emperador almorávide Yusuf, con sus fanáticos guerreros, vino a España y derrotó a Alfonso VI en Zalaca (cerca de Badajoz, 1086); más tarde, los almorávides vencieron de nuevo a este monarca en Uclés (1108). Todos los Reinos de Taifas fueron cayendo en poder de los nuevos invasores, aunque les resultó difícil apoderarse del reino de Valencia, defendido por el Cid, y, muerto este, por su esposa doña Jimena; y también encontraron gran resistencia en el de Zaragoza. Pero, a la postre, todo el territorio hispano-musulmán fue incorporado al Imperio almorávide norteafricano, restableciéndose, por poco tiempo, la unidad de la España musulmana. La decadencia de los almorávides en África dio lugar a la formación en la Península de unos efímeros segundaos “Taifas”, los cuales pronto cayeron en poder de unos nuevos invasores, los almohades, berberiscos del Atlas, quienes, en el primer tercio del siglo XII, basándose en una forma religiosa (y llamándose a sí mismos “almohade” o “unitarios”), se sublevaron contra los almorávides y destruyeron su Imperio, sustituyéndolo por el Imperio almohade de Marruecos, que duró siglo y medio (1128-1268), y al que, tras conquistarla, anexionaron la España musulmana, unificándola de nuevo. Derrotados los almohades por Alfonso VIII de Castilla, aliado con otros reyes cristianos, en la batalla de las Navas de Tolosa (16 de Julio de 1212), su poder quedó

quebrantado (sucediéndoles más tarde en el Norte de África los Benimerines, y las luchas anárquicas deshacen una vez más la unidad musulmana peninsular, formándose varios reinos independientes (o terceros Taifas), de corta duración. Las grandes conquistas cristianas del siglo XIII (debidas a Fernando III el Santo y Jaime I el conquistador) dejan a los hispano-musulmanes reducidos al Reino de Granada. Este último reino moro abarcaba gran parte de la región montañosa penibética y toda la costa meridional, desde Almería hasta Gibraltar; estuvo regido por los reyes nazaríes (descendientes de Nazar), y si bien era tributario de Castilla, subsistió hasta finales del siglo XV, en que es reconquistado por los Reyes Católicos (1492). El Islam desarrolló la más brillante civilización de los tiempos medievales, civilización que presenta modalidades muy diversas según los países, pues tiene como base las viejas civilizaciones de los pueblos vencidos, especialmente la persa y la bizantina, que ellos se asimilaron y...


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