Alejandro Jodorowsky - La vía del tarot (Libro digital) PDF

Title Alejandro Jodorowsky - La vía del tarot (Libro digital)
Author Nikolai Ramos
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LA V Í A DEL ALEJANDRO JODOROWSKY MARIANNE COSTA Grijalbo "Sólo has de adquirir el poder de ayudar. Un arte que no sirve para sanar no es arte" ALEJANDRO JODOROWSKI He aquí la obra más importante sobre el Tarot que se ha publicado en muchos años. Escrita por Alejandro Jodorowsky y Marianne...


Description

LA

V Í A DEL

ALEJANDRO JODOROWSKY MARIANNE COSTA Grijalbo

"Sólo has de adquirir el poder de ayudar. Un arte que no sirve para sanar no es arte" ALEJANDRO JODOROWSKI He aquí la obra más importante sobre el Tarot que se ha publicado en muchos años. Escrita por Alejandro Jodorowsky y Marianne Costa, los más reconocidos expertos en el tema, que reúne la totalidad de sus conocimientos y enseñanzas prácticas sobre este enigmático lenguaje esotérico. Los autores revelan la sorprendente precisión del Tarot, la perfección en sus relaciones internas, su asombrosa unidad geométrica y los misterios —aún no resueltos- de su origen. El Tarot, mucho más que una herramienta terapéutica, método de adivinación o base para la meditación y el auto conocimiento, es una verdadera catedral de bolsillo en donde se concentra toda la riqueza simbólica de Occidente. El Tarot acompaña y es el fundamento del recorrido de más de 30 años, artístico y terapéutico, de Alejandro Jodorowsky, que resultó en el desarrollo de este libro, sin duda la referencia más importante del siglo sobre el tema. Marianne Costa y Alejandro Jodorowski concibieron La vía del Tarot como una variedad de facetas para que sea apoyo a los principiantes, instrumento de reflexión a sus estudiosos y una guía práctica para todo público. Los capítulos de este manual exhaustivo permitirán al lector iniciarse en la estructura numerológica y simbólica de las cartas, comprender y estudiar uno por uno los veinticuatro arcanos mayores y los cincuenta y seis arcanos menores; pero también le abrirán la posibilidad de lanzarse paso a paso a la práctica, explorando las resonancias existentes entre las cartas y todas las estrategias de lectura, que permiten utilizar el Tarot tanto para uno mismo como para los demás. Cada una de estas partes del libro va precedida de un prólogo por los autores, donde, en su característico estilo a medio camino entre la narración y la autobiografía, exponen la trayectoria de toda una vida, los encuentros, las coincidencias y los descubrimientos que le han llevado a elaborar su comprensión única del Tarot. Además incluye la explicación e imágenes del Tarot de Marsella. ISBN

RbB-STSb-RR-S

9 ll 789685 il 956994 l

ALEJANDRO JODOROWSKY-PRULLANSKY

(Iquique, Chile, 1929) ramificó actividades artísticas desde temprana edad: en 1944 obtuvo notoriedad al publicar sus primeros poemas en la capital chilena; a los 16 años se dedicó a las marionetas; a los 17 debutó como actor y a los 18 creó un grupo consagrado a la pantomima. En 1953 viaja a París y se integra a la compañía de Marcel Marceau, con la que realiza giras mundiales; en el transcurso de una de éstas, el grupo de Marceau visita México; Jodorowsky decide quedarse en este país y consagrarse a la dirección escénica: durante la década de los sesenta y los primeros años setenta montará más de cien obras teatrales. En febrero de 1962 funda en la capital francesa, en colaboración con Fernando Arrabal y Roland Topor, un movimiento artístico: el Pánico, centrado en tres elementos básicos: terror, h u mor y simultaneidad. En 1967 adapta a la pantalla Fando y Lis, la pieza de Fernando Arrabal. Dos años más tarde emprende el rodaje de El Topo, una película que obtiene el entusiasta apoyo de John Lennon y se convierte en el primer filme de culto de la historia. En 1972 realiza La montaña sagrada, que se proyecta durante 16 meses continuos

LA VÍA DEL

TAROT ALEJANDRO JODOROWSKY MARIANNE COSTA

Grijalbo

índice

Presentación M a r i a n n e Costa LA VÍA DEL TAROT Título original en francés: La voie du Tarot

Introducción A l e j a n d r o Jodorowsky

Primera edición en México, 2004 © 2004, Alejandro Jodorowsky © 2004, Marianne Costa

LA VÍA DEL TAROT Tabla de c o r r e s p o n d e n c i a s

© De la traducción, Anne-Héléne Suárez Girard Edición cedida por Editorial Símela, SA., 2004 Plaza de Manuel Becerra, 15. "El Pabellón" 28028 Madrid. D.R. 2004, Random House Mondadori, SA. de C.V Av. Homero No. 544, Col. Chapultepec Morales, Del. Miguel Hidalgo, CE 11570, México, D.E

Primera parte. Estructura y numerología 1. C o m p o s i c i ó n y reglas de o r i e n t a c i ó n 2. La n u m e r o l o g í a del T a r o t 3. C o n s t r u i r el m á n d a l a en diez fases 4. Los o n c e colores del Tarot

www.randomhousemondadorí .com. mx Queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía, el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplar de la misma mediante alquiler o préstamo público.

Segunda parte. Los arcanos mayores El Loco I El Mago II La Papisa

ISBN 968-5956-99-5 Impreso en México / Printed in México

III La E m p e r a t r i z III El E m p e r a d o r V El Papa VI El E n a m o r a d o VIl El Carro VIII La Justicia VIIII El E r m i t a ñ o X La Rueda de F o r t u n a XI La Fuerza XII El Colgado XIII El Arcano sin n o m b r e XIIII Templanza XV El Diablo XVI La Torre XVII La Estrella XVIII La Luna XVIIII El Sol XX El J u i c i o XXI El M u n d o

165 171 177 183 189 195 201 207 213 219 225 233 239 247 253 259 265 271 277

Tercera parte. Los arcanos m e n o r e s

283

1. La n u m e r o l o g í a g r a d o a g r a d o en cada Palo

297

2. Los Triunfos o Figuras

359

Cuarta parte. El Tarot de dos en dos

385

1. Los dúos de las dos series d e c i m a l e s

395

2. Las parejas del Tarot 3. Los pares q u e suman XXI 4. Sucesión n u m é r i c a y translación

405 453 463

Quinta parte. La lectura del Tarot

475

1. Primeros pasos 2. Leer tres cartas 3. Leer c u a t r o cartas y más 4. Leer diez cartas y más

499 515 553 567

Conclusión. El pensamiento tarótico

589

índice de materias

603

Presentación

¿Cómo escribir un libro sobre el Tarot? Sería como tratar de vaciar el mar con un tenedor... Desde hace unos treinta años, la obra de Alejandro Jodorowsky se conforma a la multiplicidad dinámica del Tarot: lecturas, lecciones, hallazgos, conferencias... Si hubiéramos transcrito ese material en su totalidad, tendríamos varias decenas de miles de páginas apasionantes y, a la vez, completamente desorganizadas, acerca de diversos aspectos de este arte que no se deja encerrar en ningún tipo de rigidez. Dado que eso no era posible y que era preciso un libro, y sólo u n o , hemos decidido, Alejandro y yo, presentar el Tarot desde una variedad de facetas que puedan servir de apoyo a los principiantes, de instrumento de reflexión a quienes sienten interés por ello desde hace años, tratando, a la vez, de conservar para el lector el placer de la lectura. Por eso todos los capítulos de este libro incluyen una introducción redactada en primera persona por Alejandro, que recorre su trayectoria única, la de una vida entera en compañía de ese exigente maestro, de ese fiel amigo, de ese poderoso aliado que es el Tarot, Para toda la parte técnica, nos hemos esforzado en ser fieles a la extrema plasticidad del Tarot: a la vez claro y profundo, lineal y multidimensiónal, lúdico y complejo... no se deja 11

reducir a ninguno de los infinitos posibles que abre. Por eso hemos intentado construir un manual que pueda leerse ya sea por fragmentos, ya sea de forma seguida, en que cada tema sea abordado a la vez detenida y brevemente, y en que las imágenes acompañen constantemente al texto, ya que el Tarot constituye ante todo un aprendizaje del ver. Este libro se organiza pues en cinco partes: la primera tiene como objeto familiarizar al lector con la estructura global del Tarot, sus fundamentos numerológicos y simbólicos. La segunda examina uno por uno los arcanos llamados «mayores»; la tercera hace lo mismo con los arcanos llamados «menores». La cuarta parte representa lo que hemos querido que sea un primer paso en la lectura dinámica del Tarot: el estudio de los pares, de las parejas, de diferentes relaciones internas entre dos y más cartas, lo cual permite una mejor intuición de las infinitudes relaciónales que encierra este arte. Por último, la quinta parte está dedicada a la lectura del Tarot. En el estudio que proponemos de los arcanos mayores y menores no hemos pretendido describir la totalidad de los detalles que pueden verse en las cartas: es simplemente imposible, nosotros mismos descubrimos cada día nuevas relaciones y nuevos indicios. Nuestro propósito ha sido establecer un método para que el lector pueda encontrar un sentido a los detalles que él mismo irá descubriendo en su proceso de observación. Queremos expresar nuestro agradecimiento muy particularmente a Barbara Clerc, que desde hace años transcribe y archiva las lecciones y conferencias desinteresadas de Alejandro Jodorowsky. Ella puso a nuestra disposición todos esos archivos, que sin su labor se habrían quedado en tradición oral. Marianne Costa

Introducción*

En Tocopilla, pequeño p u e r t o chileno sumido entre el gélido océano Pacífico y las planicies montañosas del desierto de Tarapacá, la zona más seca del m u n d o , d o n d e no ha llovido durante siglos, tuve a los 7 años mi primer contacto con los naipes... A causa del extremo calor, los comerciantes cerraban sus negocios desde mediodía hasta las cinco de la tarde. Jaime, mi padre, bajaba la cortina de acero de su Casa Ukrania - d o n d e vendía ropa interior de mujer y artículos domésticosy se iba a jugar al billar d o n d e «el loco Abraham», un judío lituano, viudo, varado allí en circunstancias misteriosas. En ese hangar donde no entraban mujeres, los mercaderes rivales, alrededor de una mesa verde, decretaban la paz y afirmaban su virilidad haciendo carambolas. Según la filosofía de Jaime, a los 7 años un niño ya tenía el cerebro formado y se le debía tratar como a un adulto. El día de mi séptimo aniversario me permitió acompañarlo a jugar al billar. No me impresionó el atronador ruido de las bolas chocando, ni sus estelas blancas y rojas cruzando el paño aceitunado, lo que atrapó mi atención y me fascinó fue el castillo de naipes. El loco Abraham tenía la manía de construir, con mazos de cartas, grandes castillos. Deja* Esta Introducción, las introducciones correspondientes a las cinco partes de esta obra y la Conclusión han sido escritas en castellano.

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ba ese conjunto, siempre diferente, extenso, alto, en el mesón del bar, lejos de las corrientes de aire, haciéndolo durar hasta que él mismo, borracho, lo deshacía a golpes para, de inmediato, p o n e r s e a construir otro. Jaime, socarrón, me empujó hacia el «chiflado» ordenándome que le preguntara por qué hacía aquello. El, con una sonrisa triste, le respondió a un niño lo que no quería decir a los adultos: «Imito a Dios, muchachito. Aquel que nos crea, nos destruye, y con nuestros restos, reconstruye». Los sábados por la noche y los domingos después de almorzar, para vencer el tedio provinciano, mi padre recibía en la casa a un grupo de amigos con los cuales jugaba durante horas a las cartas mientras Sara Felicidad, mi madre, única mujer, servía las cervezas y los canapés, convertida en sombra. El resto de la semana, las cartas dormían encerradas bajo llave en un armario. A pesar de que esos cartones me fascinaban, tenía prohibido tocarlos. Según mis padres, eran sólo para los adultos. Esto me dejó con la idea de que los naipes, fieras peligrosas que sólo podían ser domadas por un sabio, en este caso Jaime, tenían poderes mágicos... Como empleaban frijoles en lugar de fichas, todos los lunes mi madre, quizá para descargar la pena de ser excluida del juego, los ponía a hervir y hacía con ellos una sopa que yo engullía sintiendo que me aportaba p a r t e de esos poderes. Siendo hijo de emigrantes rusos, mi físico, muy diferente del de los chilenos autóctonos, me privó de amigos. Mis padres, sumergidos diez horas diarias en la Casa Ukrania, no podían ocuparse de mí. Agobiado por el silencio y la soledad, comencé a registrar los muebles del dormitorio con la esperanza de encontrar algún detalle que me permitiera saber qué rostro ocultaban detrás de sus máscaras indiferentes. En un rincón del r o p e r o , entre las perfumadas ropas de Sara Felicidad, encontré una cajita de metal rectangular. Los latidos de mi corazón se aceleraron. Algo me dijo que iba a obtener una revelación importante. La abrí. Dentro había una carta del Tarot llamada El Carro. En ella, un príncipe conducía un vehícu14

lo en llamas. Las lenguas de fuego, añadidas con líneas de tinnegra, habían sido coloreadas con acuarela amarilla y roja. Ese incendio me intrigó sobremanera. ¿Quién se había tomado el trabajo de transformar el dibujo original añadiéndole llamas? Pensando así, no sentí llegar a mi madre. Sorprendido en plena fechoría, asumí la culpa y le tendí la carta. Ella la tomó, reverente, la apretó contra su pecho y se puso a lanzar roncos sollozos. Cuando se calmó, me contó que esa carta la llevaba siempre, en el bolsillo de la camisa, j u n t o al corazón, su finado padre. Fue un bailarín de ballet, ruso, de dos metros de altura, con una leonina cabellera rubia que, enamorado de mi abuela judía, sin estar obligado a hacerlo, la acompañó en el destierro. Ya en Argentina, torpe como era para todos los detalles de la vida cotidiana, se subió en un barril de alcohol tratando de regular la llama de una lámpara. La tapa del recipiente se quebró, y él se sumergió en el alcohol, con el quinqué en las manos. El líquido ardió y mi abuelo pereció quemado. Sara Felicidad nació un mes después de ese atroz suceso. Un día, j a s h e , su madre, le contó que había encontrado la carta, intacta, entre las cenizas del amado. En la noche, después del entierro, las llamas del Carro aparecieron sin que nadie las dibujara. Mi madre no dudaba que esa historia era verdadera. Yo, con mi inocencia infantil, también lo creí. Cuando cumplí 10 años, habiendo vendido mis padres el negocio, me anunciaron que emigrábamos a Santiago, la capital del país. Perder tan brutalmente el territorio me sumergió en una venenosa bruma mental. Mi forma de agonizar fue aumentar de peso. Convertido en un pequeño hipopótamo, me arrastraba hacia el colegio, con la vista lamiendo el suelo, sintiendo que el cielo era una bóveda de cemento. A esto se agregó la repulsa de mis compañeros de estudio cuando constataron en las duchas, después de una clase de gimnasia, que mi sexo carecía de prepucio. « J u d í o errante!», me gritaron lanzándome esputos. El hijo de un diplomático que acaba de llegar de Francia escupió en el dorso de una carta y me la pegó 13

en la frente. Riendo a carcajadas me empujaron contra un espejo. Era un arcano del Tarot de Marsella: L'Hermíte, El Ermitaño. Vi en ella mi infame retrato: un ser sin territorio, solitario, transido de frío, con los pies llagados, marchando desde una eternidad en busca ¿de qué?... De algo, fuera lo que fuera, que le diera una identidad, un sitio en el m u n d o , un motivo por el cual seguir viviendo. «El anciano alza una lámpara. ¿Qué alza mi alma milenaria? (Ante la crueldad de mis compañeros sentí que mi peso era un dolor transportado durante siglos.) ¿Será esa lámpara mi consciencia? ¿Y si yo no fuera un cuerpo vacío, una masa sólo habitada por la angustia, sino una extraña luz que atraviesa el tiempo, a través de innumerables vehículos de carne, en busca de ese ente impensable que mis abuelos llamaban Dios? ¿Y si lo impensable fuera la belleza?» Algo, semejante a una explosión placentera, pareció r o m p e r las barreras que aprisionaban mi mente. La tristeza fue barrida como polvo... Busqué con ansias de náufrago el puerto d o n d e se reunían los jóvenes poetas. Se llamaba Café Iris. ¡Iris, la mensajera de los dioses, aquella que une el cielo con la tierra, el complemento femenino de Hermes! ¡Y a mí me habían pegada en la frente un (H)ermitaño! Fue en ese cafétemplo d o n d e encontré amigos, actores, poetas, titiriteros, músicos, bailarines. Entre ellos crecí, buscando también, de manera desesperada, la belleza. En esos años cuarenta, las drogas no estaban de moda. Nuestras conversaciones huracanadas p o r la fiebre creadora se expandían teniendo como eje una botella de vino, que apenas vaciada era reemplazada por otra. En la madrugada, hambrientos y borrachos, para quemar el alcohol, corríamos hacia el Parque Forestal. Frente a él, en un subsuelo estrecho, habitaba María Lefévre, una francesa de sesenta años, en concubinato con Nene, un joven de 18. La señora era p o b r e , pero mantenía siempre en su cocina una gran olla llena de sopa, caótico magma que contenía los restos de comida que le daban en el restaurante vecino a cambio de lecturas de cartas a los clientes. Mientras su amante roncaba desnudo, María, cubierta con una bata china, nos servía unos 16

platos llenos donde sumergidos en el sabroso j u g o podíamos encontrar pescado, albóndigas, verduras, cereales, fideos, queso, hígados de pollo, panza de res y tantas otras delicadezas. Luego, sobre el vientre de su amante, al que ni un cañonazo podía despertar, nos leía un Tarot dibujado por ella. Este extraño contacto con las cartas fue decisivo: gracias a esa mujer, en mi corazón quedó para siempre unido el Tarot con la generosidad y el amor sin límites. Hasta hoy, han pasado ya sesenta años, siguiendo su ejemplo, siempre lo he leído gratis. María Lefévre, cuando me sentía prisionero en la isla cultural que en ese entonces era mi país, me vaticinó: «Viajarás por el mundo entero, sin cesar, hasta el fin de tu vida. P e r o entiende bien: cuando digo " m u n d o " me refiero a la totalidad del universo. Cuando digo "fin de tu vida", me refiero a tu presente encarnación. En realidad, bajo otras formas, vivirás tanto como ha de vivir el universo». Más tarde, en Francia, trabajé con Marcel Marceau y logré llegar al máximo honor que otorgaba en su compañía: mostrar, inmóvil, en una pose sugerente, los letreros que indicaban el título de sus pantomimas. Así, convertido en estatua de carne, viajé durante cinco años por una gran cantidad de países. En cada representación, Marceau se entregaba en cuerpo y alma. Luego, agotado, se encerraba en su cuarto de hotel un importante número de horas. Al día siguiente, sin visitar la ciudad, volvía al teatro para ensayar algún nuevo número o corregir las luces. Yo, solitario en esos países donde muchas veces no hablaba el idioma imperante, visitaba museos, calles pintorescas, cafés de artistas. Poco a poco adquirí la costumbre de buscar las librerías esotéricas para comprar tarots. Llegué a coleccionar más de mil mazos diferentes: el alquímico, el rosacruz, el cabalístico, el gitano, el egipcio, el astrológico, el mitológico, el masónico, el sexual, etc. Todos se componían del mismo número de cartas, 78, divididas en 56 arcanos menores y 22 arcanos mayores. Pero cada uno tenía dibujos diferentes. A veces los personajes humanos se veían transformados en 17

p e r r o s , gatos, unicornios, monstruos o gnomos. Cada ejemplar contenía un libreto donde el autor se proclamaba p o r t a d o r de una profunda verdad. A pesar de que yo no podía comprender ni el significado ni el uso de tan misteriosas cartas, les tenía un gran cariño y cada vez que encontraba un juego nuevo, me llenaba de alegría. Ingenuamente esperaba encontrar el Tarot que me comunicaría lo que con tanta angustia andaba buscand o : el secreto de la vida eterna.., En uno de mis viajes a México, secundando a Marceau, conocí a Leonora Carrington, poeta y pintora surrealista que durante la guerra civil española había vivido una bistoría de amor con Max Ernst. Cuando lo apresaron, Leonora padeció un ataque de locura, con todo el horror que aquello significa p e r o también con todas las puertas que ese mal abre en la cárcel de la mente racional. Invitándome a comer un cráneo de azúcar con mi nombre grabado en la frente, me dijo: «El amor transforma la muerte...


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