EL Hombre Mediocre PDF

Title EL Hombre Mediocre
Author luis andres cruz barreto
Course Cátedra Uniguajira
Institution Universidad de La Guajira
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ensayo sobre el hombre mediocre...


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EL HOMBRE MEDIOCRE (José Ingenieros) Introducción “El hombre mediocre es una sombra proyectada por la sociedad, “Sin la sombra ignoraríamos el valor de la luz”, estas son entre algunas de las frases que el sociólogo y médico ítalo-argentino José Ingenieros utilizó en su obra acerca de la cual gira la temática del libro dando referencia que existe en nuestra sociedad el hombre que ha perdido sus ideales, que tiene miedo al cambio y a afrontar la realidad con sus propios pensamientos y deseos, que no tiene deseo de superarse al cual muchos hemos estado sumergidos a un mundo de conformismos, siguiendo las ideas de alguien más y no las nuestras. Pero la decisión de quedarnos en ese mundo de mediocridad depende de cada uno de nosotros o ser personas soñadoras con imaginaciones que van más allá donde podamos conseguir todos nuestros objetivos deseados y ser parte de esa raza en la humanidad de ser un idealista.

Desarrollo La palabra mediocre tiene su origen en el latín. Proviene de mediocris, mediocre cuyo significado es mediano, regular, débil, insignificante. Para muchos estudiosos, este vocablo está formado por el adjetivo medius, media, médium (que está en medio, de en medio, central, a mitad de, central) y una antigua palabra ocris que significa montaña o peñasco escarpado. De esta manera, el concepto original de este vocablo es lo que está a mitad de la montaña o peñasco, el que se queda a media altura. En su libro José Ingenieros también manifiesta la otra personalidad del hombre aquel que es idealista. Para la Real Academia Española la definición de ser idealista es “que propende a representarse las cosas de una manera ideal”; “que profesa la doctrina del idealismo”. Entendiendo por esto “aptitud de la inteligencia para idealizar”; “condición de los sistemas filosóficos que consideran la idea como principio del ser y del conocer”. Un ideal no es una fórmula muerta sino formaciones naturales que se anticipan a nuestra imaginación, la imaginación es madre de toda originalidad y es aquella que dará a conocer a unos el impulso hacia lo perfecto para conseguir sus ideales (idealista) o hacia la imitación incapaz de pensar por su propia cuenta sino que se sumerge ante un mundo incierto lleno de conformismo.

Los ideales pueden no ser verdaderos; son creencias. Su fuerza estriba en sus elementos efectivos: influyen sobre nuestra conducta en la medida en que lo creemos. Por eso, la representación abstracta de las variaciones futuras adquiere un valor moral: las más provechosas a la especie son concebidas como perfeccionamientos. El futuro se identifica con lo perfecto. Mientras que la instrucción se limitará a extender las nociones que la experiencia actual considera más exactas, la educación consiste en sugerir los ideales que se presumen propicios a la perfección. Estos hombres, predispuestos a emanciparse de su rebaño, buscando alguna perfección más allá de lo actual, son los “idealistas”. La unidad del género no depende del contenido intrínseco de sus ideales sino su temperamento: se es idealista persiguiendo las quimeras más contradictorias, siempre que ellas impliquen un sincero afán de perfeccionamiento. Cualquiera. Los espíritus afiebrados por algún ideal son adversarios de la mediocridad: soñadores contra los utilitarios, entusiastas contra los apáticos, generosos contra los calculistas, indisciplinado contra los dogmáticos. Son alguien o algo contra los que no son nadie ni nada. Todo idealista es un hombre cualitativo: posee un sentido de las diferencias que le permite distinguir entre lo malo que observa, y lo mejor que imagina. Los hombres sin ideales son cuantitativos; pueden apreciar el más y el menos pero nunca distinguen lo mejor de lo peor. La humanidad no llega hasta donde quieren los idealistas en cada perfección particular; pero siempre llega más allá de donde habría ido sin su esfuerzo. Lo poco que pueden todos depende de lo mucho que algunos anhelan. Cuando los pueblos se domestican y callan, los grandes forjadores de ideales levantan su voz. Una ciencia, un arte, un país, una raza, estremecido por su eco, pueden salir de su cauce habitual. El genio es un guion que pone el destino entre los párrafos de la historia. Si aparece en los orígenes, crea o funda; si en los resurgimientos, transmuta o desorbita. En ese instante remonta su vuelo todos los espíritus superiores, templándose en pensamientos altos y para obras perennes. Para concebir una perfección se requiere cierto nivel ético y es indispensable alguna educación intelectual. Sin ellos pueden tenerse fanatismos y supersticiones; ideales, jamás. ¿Por qué suprimir desniveles entre los hombres y las sombras, como si rebajando un poco a los excelentes y puliendo un poco a los bastos se atenuaran las desigualdades creadas por la naturaleza? El predominio de la variación determina la originalidad. Variar es ser alguien, diferenciarse es tener un carácter propio, un penacho, grande o pequeño: emblema, al fin, de que no se vive como simple reflejo de los demás. La función capital del hombre mediocre es la paciencia imitativa; la del hombre superior es la imaginación creadora.

El mediocre aspira a confundirse en los que le rodean; el original tiende a diferenciarse de ellos. Mientras el uno se concreta a pensar con la cabeza de la sociedad, el otro aspira a pensar con la propia. En ello estriba la desconfianza que suele rodear a los caracteres originales: nada parece tan peligroso como un hombre que aspira a pensar con su cabeza. Constreñidos [los mediocres] a vegetar en horizontes estrechos, llegan hasta desdeñar todo lo ideal y todo lo agradable, en nombre de lo inmediatamente provechoso. Su miopía mental impídeles comprender el equilibrio supremo entre la elegancia y la fuerza, la belleza y la sabiduría. "Donde creen descubrir las gracias del cuerpo, la agilidad, la destreza, la flexibilidad, rehúsan los dones del alma: la profundidad, la reflexión, la sabiduría. Borran de la historia que el más sabio y el más virtuoso de los hombres -Sócrates- bailaba" Para los tontos nada más fáciles que ser modestos: lo son por necesidad irrevocable; los más inflados lo fingen por cálculo, considerando que esa actitud es el complemento necesario de la solemnidad y deja sospechar la existencia de méritos pudibundo. Se desesperan pensando que la calcomanía no figura entre las bellas artes. Los grandes cerebros ascienden por la senda exclusiva del mérito; o por ninguna. Saben que en las medicarías se suelen seguir otros caminos; por eso no se sienten nunca vencidos, ni sufren de un contraste más de lo que gozan de un éxito; ambos son obra de los demás. La gloria depende de ellos mimos. La Bullere escribió una máxima imperecedera: "En la amistad desinteresada hay placeres que no pueden alcanzar los que nacieron mediocres"; éstos necesitan cómplices, buscándolos entre los que conocen esos secretos resortes descritos como una simple solidaridad en el mal. Siendo desleal, el hipócrita es también ingrato. Invierte las fórmulas del reconocimiento: aspira a la divulgación de los favores que hace, sin ser por ello sensible a los que recibe. Multiplica por mil lo que da y divide por un millón lo que acepta. … Sus sentimientos son otros: el hipócrita sabe que puede seguir siendo honesto aunque practique el mal con disimulo y con desenfado la ingratitud. La mediocridad está en no dar escándalo ni servir de ejemplo. Enseñan que es necesario ser como los demás; ignoran que sólo es virtuoso el que anhela ser mejor. Cuando nos dicen al oído que renunciemos al ensueño e imitemos al rebaño, no tienen valor de aconsejarnos derechamente la apostasía del propio ideal para sentarnos a rumiar la merienda común. Cada uno de los sentimientos útiles para la vida humana engendra una virtud, una norma de talento moral.

Hay filósofos que meditan durante largas noches insomnes, sabios que sacrifican su vida en los laboratorios, patriotas que mueren por la libertad de sus conciudadanos, altivos que renuncian todo favor que tenga por precio su dignidad,

madres que sufren la miseria custodiando el honor de sus hijos. El hombre mediocre ignora esas virtudes; se limita a cumplir las leyes por temor a las penas que amenazan a quien las viola, guardando la honra por no arrastrar las consecuencias de perderla. Si el ejemplo supremo para los que combaten lo dan los héroes y para los que creen los apóstoles, para los que piensan lo dan los filósofos. Sin algún ingenio, es imposible ascender por los senderos de la virtud; sin alguna virtud son inaccesibles los del ingenio. La duda debiera ser más común, escaseando los criterios de certidumbre lógica; la primera actitud, sin embargo, es una adhesión a lo que se presenta a nuestra experiencia. La mediocridad es la ausencia de características personales que pueden distinguir a la persona en la sociedad, ningún hombre es excepcional en todas sus aptitudes pero llegan a ser mediocres cuando no son capaces de usar su propia imaginación para conseguir sus ideales que se propongan, carentes de personalidad, son imitadores y sumisos a toda rutina. La manera primitiva de pensar las cosas consiste en creerlas tales como las sentimos; los niños, los salvajes, los ignorantes y los espíritus débiles son accesibles a todos los errores, juguetes frívolos de las personas, las cosas y las circunstancias. Cualquiera desvía los bajeles sin gobierno. Esas creencias son como los clavos que se meten de un solo golpe; las convicciones firmes entran como los tornillos, poco a poco, a fuerza de observación y de estudio. … Vivir arrastrado por las ajenas equivale a no vivir. Los mediocres son obra de los demás y están en todas partes: manera de no ser nadie y no estar en ninguna. Pensar es vivir. Todo ideal humano implica una asociación sistemática de la moral y de la voluntad, haciendo converger a su objeto los más vehementes anhelos de perfección el hombre es. La sombra parece. El hombre pone su honor en el mérito propio y es juez supremo de sí mismo; asciende a la dignidad. La sombra pone el suyo en la estimación ajena y renuncia a juzgarse; desciende a la vanidad. Hay una moral del honor y otra de su caricatura: ser o parecer. José Ingenieros manifiesta que los hombres no son iguales y los diferencias en el hombre inferior aquel que debido a su ineptitud no se adapta al medio donde vive, que no tiene una personalidad desarrollada y que siempre imitan a las personas de su entorno, El hombre mediocre es una sombra proyectada por la sociedad incapaz de usar su propia imaginación para obtener ideales, lleno de rutinas, prejuicios, su característica es imitar a los que están a su alrededor y el hombre superior es aquella persona que tiene sus ideales bien definidos que cada día hace las cosas con excelencia pensando y soñando en ellos, en lo que debe hacer y cómo hacerlo, hasta llegarlos a hacerlos realidad, es una persona creativa,

original e imaginativo con una personalidad única que destaca donde quiera que se encuentre. El que aspira a parecer renuncia a ser. El que aspira a ser águila debe mirar lejos y volar alto; el que se resigna a arrastrarse como un gusano renuncia al derecho de protestar si lo aplastan. El que envidia se rebaja sin saberlo, se confiesa subalterno. Toda la psicología de la envidia está sintetizada en una fábula, digna de incluirse en los libros de lectura infantil. Un ventrudo sapo graznaba en su pantano cuando vio resplandecer en lo más alto de las toscas a una luciérnaga. Pensó que ningún ser tenía derecho de lucir cualidades que él mismo no poseería jamás. Mortificado por su propia impotencia, saltó hasta ella y la cubrió con su vientre helado. La inocente luciérnaga osó preguntarle: ¿Por qué me tapas? Y el sapo, congestionado por la envidia, sólo acertó a interrogar a su vez: ¿Por qué brillas? Todo rumor de alas parece estremecerlo [al mediocre], como si fuera una burla a sus vuelos gallináceos. Maldice la luz, sabiendo que en sus propias tinieblas no amanecerá un solo día de gloria. ¡Si pudiera organizar una cacería de águilas o decretar un apagamiento de astros! Sólo que la admiración nace en el fuerte y la envidia en el subalterno. Envidiar es una forma aberrante de rendir homenaje a la superioridad. El gemido que la insuficiencia arranca a la vanidad es una forma especial de alabanza. La que ha nacido bella -y la Belleza para ser completa requiere, entre otros dones, la gracia, la pasión y la inteligencia- tiene asegurado el culto de la envidia. La incapacidad de crear le empuja a destruir. Su falta de inspiración le induce a rumiar el talento ajeno, empañándolo con espaciosidades que denuncian su irreparable ultimidad. Donde todos pueden hablar, callan los ilustrados. Alabar a los ignorantes y merecer su aplauso, hablándoles sin cesar de sus derechos, y jamás de sus deberes, es el postrer renunciamiento a la propia dignidad. El ambicioso quiere ascender, hasta donde sus propias alas puedan levantado; el vanidoso cree encontrarse ya en la suprema cumbre codiciada por los demás. La cuna dorada no da aptitudes; tampoco las da una urna electoral. Un régimen donde el mérito individual fuese estimado por sobre todas las cosas, sería perfecto. Excluiría cualquier influencia numérica u oligarquía. No habría intereses creados. El voto anónimo tendría tan exiguo valor como el blasón fortuito. Los hombres se esforzarían por ser cada vez más desiguales entre sí, prefiriendo cualquier originalidad creadora a la más tradicional de las rutinas. Todo lo que existe es necesario y cada hombre posee un valor de contraste que lo hace diferente a cada uno y cada individuo es producto de dos factores, la herencia y la educación. La mediocridad se ve reflejada a través de la vulgaridad ya que convierte el amor de la vida en falta de ánimo o de valor para soportar las desgracias o para intentar

cosas grandes, la prudencia en cobardía, el orgullo en vanidad, el respeto en servilismo. La mediocridad intelectual está reflejada en la rutina, los hombres rutinarios son intolerantes defienden lo absurdo, desconfían de su imaginación, viven una vida que no es vivir y el que no cultiva su mente, va derecho a la disgregación de su personalidad. Los mediocres van inclinados a la hipocresía y al odio, una audaz y la otra cobarde. El hipócrita no aspira a ser virtuoso, sino a parecerlo, y es más honda que la mentira. En fin muchas cualidades que posee el hombre mediocre que incluso son errores que cometemos día a día en nuestra propia vida y darnos cuenta que no todas las personas son como uno cree y piensa que son. La sociedad en que vivimos está inmersa de personas sin ideales ni individualidad. Este autor señala en su libro que la mediocridad no solo se da en personas jóvenes, sino también en la vejez. Inferior, mediocre o superior, todo hombre adulto atraviesa un período estacionario, durante el cual perfecciona sus aptitudes adquiridas y mediocriza a todo hombre superior. La vejez inequívoca es la que pone más arrugas en el espíritu que en la frente. La juventud no es simple cuestión de estado civil y puede sobrevivir a alguna cana: es un don de vida intensa, expresiva y optimista. Muchos adolescentes no lo tienen y algunos viejos desbordan de él. Hay hombres que nunca han sido jóvenes; en sus corazones. La vejez comienza por hacer de todo individuo un hombre mediocre. El anciano se inferioriza, es decir, vuelve poco a poco a su primitiva mentalidad infantil. Siempre hay mediocres lo único que varía es su prestigio y su influencia, donde quieran que se encuentren no osan por inmiscuirse en nada, solo cuando los ideales se entibian se empieza a contar con ellas. La desigualdad es la fuerza y la esencia de toda selección. No hay dos lirios iguales, ni dos águilas, ni dos orugas, ni dos hombres: todo lo que vive es incesantemente desigual. Los ideales es algo que la mayoría de personas pierden en el transcurso de su vida, pero aquellos que los mantienen, logran ser hombres superiores en la sociedad actual. Sin embargo aquellos que quieren llegar a la genialidad pero no lo han logrado no necesariamente cumplen con todos los defectos que tienen los mismos hombres mediocres, sino que les falta hacer algunas correcciones en el transcurso de la vida, para así llegar a dejar una huella en la sociedad. La Moral De Los Idealistas. Los seres cuya imaginación se llena de ideales y su sentimiento atrae hacia ellos la personalidad entera son los IDEALISTAS. El ideal es un gesto del espíritu hacia

alguna perfección. Los filósofos del futuro irán poniendo la experiencia como fundamento de toda hipótesis legitima, no es arriesgado pensar que en la ética venidera florecerá un idealismo moral. Un ideal no es una formula muerta, sino una hipótesis perfectible; la evolución humana es un esfuerzo continuo del hombre para adaptarse a la naturaleza, que evoluciona a su vez. Un ideal es un punto y un momento entre todo lo posible que puebla el espacio y el tiempo, evolucionar es variar. En la evolución humana varia incesantemente el pensamiento. La vida tiende naturalmente a perfeccionarse. A medida que la experiencia humana se amplia, observando la realidad, los ideales son modificados por la imaginación, que es plástica y no reposa jamás. Los ideales son, por ende, reconstrucciones imaginativas de la realidad que deviene. Un ideal colectivo es la coincidencia de muchos individuos en un mismo afán de perfección. Todo ideal es una fe en la posibilidad misma de la perfección. Hay tantos idealismos como ideales; y tantos ideales como hombres aptos para concebir perfecciones y capaces de vivir hacia ellas. El Hombre Mediocre. La desigualdad humana no es un descubrimiento moderno. Hay hombres mentalmente inferiores al término medio de su raza, de su tiempo y de su clase social; también los hay superiores. Entre unos y otros fluctúan una gran masa imposible de caracterizar por inferioridades o excelencias. Su existencia es, sin embargo, natural y necesaria. En todo lo que ofrece grados hay mediocridad; en la escala de la inteligencia humana ella representa el claroscuro entre el talento y la estulticia. Las personas tienden a confundir el sentido común con el buen sentido. El sentido común es colectivo, eminentemente retrogrado y dogmatista; el buen sentido es individual, siempre innovador y libertario. La personalidad individual comienza en el punto preciso donde cada uno se diferencia de los demás; en muchos hombres ese punto es simplemente imaginario. La Mediocridad Intelectual La rutina no es hija de la experiencia; es su caricatura. En su órbita giran los espíritus mediocres. Evitan salir de ella y cruzar espacios nuevos; repiten que es preferible lo malo conocido que lo bueno por conocer. Su impotencia para asimilar ideas nuevas los constriñe a frecuentar las antiguas. La Rutina, es el hábito de renunciar a pensar. Los prejuicios son creencias anteriores a la observación; los juicios, exactos o erróneos, son consecutivos a ella. Es más contagiosa la mediocridad que el talento. Los rutinarios razonas con la lógica de los demás. Ignoran que el hombre vale por su saber; niegan por la cultura es la más honda fuente de la virtud. No intentan estudiar; todos los rutinarios son intolerantes; los condena a serlo. Los hombres rutinarios desconfían de su imaginación. Los Valores Morales

La hipocresía es le arte de amordazar la dignidad; ella hace enmudecer los escrúpulos en los hombres incapaces de resistir la tentación del mal. Es falta de virtud para renunciar a este y de coraje para asumir su responsabilidad. Ninguna fe impulsa a los hipócritas; esquivan la responsabilidad de sus acciones son audaces en la traición y tímidos en la lealtad. En su anhelo simulan las aptitudes y cualidades que consideran ventajosas para acrecentar la sombra que proyecta en su escenario. El hipócrita suele aventajarse de su virtud fingida, mucho más que el verdadero virtuoso. La hipocresía tiene matices. Si el mediocre moral se aviene a vegetar en la penumbra, no cabe baje el escalpelo del psicólogo. El odio es loable si lo comparamos con la hipocresía. Los Caracteres Mediocres Viven de los demás y para los demás: sombras de una grey, carecen de luz, de arrojo, de fuego, de emoción. Los caracteres excelentes ascienden a la propia dignidad nadando contra la corriente. Nunca se obstinan en el error, ni traicionan jamás la verdad. Su fisonomía es la propia y no puede ser nadie más;...


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