T4. Nacimiento y expansión del Islam PDF

Title T4. Nacimiento y expansión del Islam
Author Juan Carlos Alonso
Course Historia medieval I
Institution UNED
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Historia Medieval I

Tema 4

Carlos Basté López

Nacimiento y expansión del Islam 1. Los primeros tiempos del Islam 1.1 La Península Arábiga antes del Islam. Los estados preislámicos: Himyaríes, Gasaníes y Lajmíes La Península Arábiga se divide en una zona centro y norte, donde un paisaje desértico y un clima duro condicionan a sus habitantes, y una zona denominada Arabia Feliz, situada en las tierras fértiles del oeste y el sur (Hadrmaut, Yemen e Hiyaz), en la que sus habitantes se dedicaban al comercio marítimo e interior. Según la época, las sociedades preislámicas oscilaron entre una organización en grupos tribales o familiares que fomentaban los lazos de solidaridad mutua y la formación de grandes unidades que unían a individuos mediante lazos religiosos, culturales y comerciales.

Hacia el siglo VI, los Imperios Bizantino y Sasánida se repartían la influencia y el territorio apoyando a una serie de poderes locales con el objetivo de controlar las rutas comerciales y, en el caso de los persas, de obtener una salida al mar (en la imagen, principales rutas comerciales de la Península Arábiga preislámica).

Los lajmíes, situados en el Golfo Pérsico (actuales Irak y Kuwait), tenían su capital en al-Hira. Los Sasánidas los habían encumbrado al poder como un Estado vasallo en oposición a Bizancio. En el siglo VI se convirtieron al cristianismo nestoriano. A principios del siglo VI, dudando de su fidelidad, Cosroes II decidió incorporar su territorio al Imperio Sasánida lo que produjo el debilitamiento de la frontera imperial y el consiguiente ataque de las tribus beduinas.

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Los gasaníes, aliados de los bizantinos, vigilaban las fronteras del Imperio a cambio de un subsidio. Su población se situaba en los territorios nabateos de Transjordania y en el cauce del río Éufrates. Los gasaníes se convirtieron al monofisismo, estrechando así momentáneamente sus lazos con Bizancio, sin embargo, a finales del siglo VI, los griegos sospecharon también de su fidelidad y su actitud acabó provocando una rebelión contra el emperador Mauricio que derivó en su propio debilitamiento. La disputa entre bizantinos y persas se trasladó también al sur de la Península Arábiga, donde los himyaríes gobernaban desde el siglo I d.C. y comerciaban con los persas. En 525, Bizancio apoyó al reino abisinio monofisita de Axum en su invasión de Yemen para asegurar la ruta marítima de la seda. El virrey abisinio de Yemen lanzó poco después una expedición contra La Meca (Hiyaz) que acabó en un sonoro fracaso. En 570, los abisinios fueron expulsados por los persas, que establecieron un protectorado en la zona. A principios del siglo VII, el enfrentamiento entre bizantinos y persas en Siria, Palestina y Egipto les provocó un estado de debilidad que, sin duda, facilitó la expansión del Islam. En el Hiyaz se situaban La Meca y Yatrib, centros comerciales y caravaneros. La Meca había creado una confederación de tribus clientes en torno al Santuario de la Piedra Negra (Kaaba), aunque en la ciudad también habitaban judíos, cristianos y hanafíes, árabes monoteístas no adscritos a ninguna religión. Los nómadas beduinos se dedicaban al pastoreo y a las caravanas, comerciaban en los oasis y se organizaban en familias patriarcales, agrupadas en clanes, que luchaban y emigraban juntos y poseían tierras en común. Las tribus empleaban su genealogía como vínculo de cohesión, de este modo, los nombres árabes se componen de cinco partes: el nombre propio, en ocasiones, un apelativo antepuesto (kunya) como fórmula de respeto, el apellido (forma de indicar la filiación del individuo), el nombre de la tribu a la que pertenece el individuo y el sobrenombre o mote. El ambiente religioso de la Península Arábiga giraba alrededor de una tríada de dioses – Al-Lat del sol, Uzza de la estrella matutina y Manat de la felicidad – sometida a un dios superior llamado Allah. La mayoría de los habitantes de la Península Arábiga hablaba algún dialecto del árabe, que coexistía con el arameo – en los territorios bizantinos –, con el copto en Egipto y con el persa en las zonas dominadas por los Sasánidas. 1.2 Mahoma y el nacimiento del Islam. La doctrina islámica Es posible estudiar el origen del Islam a partir del Corán, de los dichos y hechos del Profeta (hadices) - que comenzaron a compilarse en el siglo IX – y de la biografía de Mahoma escrita por Ibn Ishaq en el siglo VIII y conservada en una versión del egipcio Ibn Hisham. Mahona nació en una fecha indeterminada en la segunda mitad del siglo VI. Formaba parte de uno de los clanes de la tribu Quraysh, una de las más ricas e importantes de La Meca. Sus iniciales problemas económicos se solucionaron al casarse con Jadiya, viuda de un comerciante caravanero. A los 40 años recibió la revelación del Corán e inició una predicación asentada sobre tres pilares: la fe en un Dios único, el rechazo a los falsos dioses y el recuerdo del Juicio Final. 2

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En septiembre de 622, su condena a los ídolos de La Meca provocó su marcha (Hegira) a Yatrib, conocida a partir de entonces como Medina, donde se erigió en el árbitro entre las tribus árabes y judías de la ciudad. En un principio, ambas partes llegaron a formar incluso una confederación regida por un documento llamado “Constitución de Medina” y Medina fue considerada a partir de entonces como lugar sagrado, sin embargo, las relaciones acabaron rompiéndose. La comunidad (umma), unida por lazos de fe y no de sangre, fue creciendo y Mahoma ordenó a los judíos que orasen mirando a La Meca, extremo que no admitieron y que acabó provocando su expulsión de la ciudad. Mahoma se convirtió también en un líder político y militar, atacó las caravanas de la oligarquía de La Meca y en 624 derrotó al ejército de La Meca en la batalla de Badr (en la imagen, Mahoma recibe una revelación durante una batalla. Manuscrito oriental medieval). Tras negociar con miembros de la tribu Quraysh, Mahoma entró finalmente victorioso en La Meca en 628, cuya población le juró fidelidad. A partir de 630, los clanes del resto de Arabia aceptaron convertirse al Islam y pagar una contribución a cambio de garantías de no agresión y defensa mutua. Mientras, Mahoma siguió residiendo en Medina y predicó desde la primera mezquita, que era al mismo tiempo su casa, hasta su muerte en 632. Las normas del Islam se basan en el Corán y en la tradición (sunna), recogida en predicaciones y normas de Mahoma. El Corán, libro sagrado, fue revelado a Mahoma, memorizado y transmitido inicialmente de forma oral. El Corán, dividido en capítulos (azoras o suras), fue la primera obra escrita en árabe por lo que fue el modelo de esta lengua. Los cinco pilares del Islam, que constituyen las obligaciones de los creyentes, son: - La confesión de fe o shahada (no hay más dios que Allah y Mahoma es su profeta) - La oración cinco veces al día, realizada tras unas abluciones rituales, orientada a La Meca y durante la que se repiten determinadas suras del Corán. - La entrega de limosnas como medio de purificación y de distribución de la riqueza. - EL ayuno durante el Ramadán - La peregrinación a La Meca, al menos una vez en la vida. Otras tradiciones se incorporaron a la nueva religión como la guerra contra los paganos y politeístas (yihad), la circuncisión, normas alimenticias, la poligamia y la endogamia. El ejército se organizó de acuerdo a costumbres tribales.

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1.3 Los califas ortodoxos (632 – 661) Tras la muerte de Mahoma, ante la ausencia de un sucesor definido, se alcanzó una solución de compromiso nombrando califa a Abu Bakr (632 – 634), uno de los primeros musulmanes y padre de Aisha - la esposa favorita de Mahoma -, que dio inicio al período de los califas ortodoxos o perfectos (rashidun). Bajo su acción se puso fin al movimiento de tribus árabes que, muerto Mahoma, intentaron desvincularse del pacto establecido con los musulmanes y se inició una política de expansión al dirigir sus tropas a las fronteras sirias con Bizancio. El sucesor de Abu Bakr, Omar (634 – 644), lanzó a los árabes contra el Imperio Persa, ocupando Mesopotamia y fundando Kufa y Basora, y contra los bizantinos, conquistando Egipto, Damasco e incluso Jerusalén. Durante su reinado, qurayshíes y medineses ostentaron la dirección del Estado y de las conquistas mientras que los clanes coaligados con Medina ocuparon la élite de las guarniciones de los territorios conquistados. Esta visión de Estado chocó con los intereses de los linajes de La Meca. Asesinado Omar durante una revuelta, surgieron dos candidatos, por un lado, Alí, primo de Mahoma y marido de su hija Fátima, que gozaba del apoyo de los medineses, y por el otro Otmán (644 – 656), un aristócrata del clan Omeya, de la rama de los Quraysh, apoyado por la oligarquía de La Meca (en la imagen, representación de los cuatro califas ortodoxos junto a Mahoma). Finalmente se impuso Otmán, considerado también uno de los primeros musulmanes. Su califato estuvo marcado por la compilación y redacción del Corán, eliminando las versiones discordantes, y por su política nepotista, según la cual encomendó el gobierno de las provincias a miembros de su familia – sobre todo para garantizar la fidelidad al califato de las regiones periféricas - y favoreció a las tribus de La Meca. Las guarniciones de Kufa, Basora y las de Egipto se rebelaron contra esta imposición. Otro problema surgió cuando se afrontó el reparto equitativo, tal y como establecía la ley, de los ingresos procedentes de los impuestos entre las provincias y el Gobierno central pues los árabes establecidos en los territorios conquistados pedían que todo fuese gastado en su lugar de origen, es decir, en beneficio propio. En Medina se creó un partido de opositores a Otmán muy poderoso, dirigido por Aisha y Alí, de modo que cuando Otmán cayó asesinado en oscuras circunstancias, Alí (656 – 661) fue rápidamente nombrado califa. Mientras, el gobernador sirio, Muawiya, de la tribu de los Omeyas y primo de Otmán, se proclamó opositor a Alí. Ambos grupos se enfrentaron en la batalla de Siffín (657) – primera guerra civil - y Alí se vio obligado a aceptar un arbitraje que falló en su contra. En estas circunstancias, Alí se retiró a Kufa, sin embargo, un grupo de sus antiguos partidarios, los jariyíes, se opusieron al arbitraje y, poco después, al propio Alí, que acabó siendo asesinado en 661.

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2. El califato de Damasco (661 – 750) 2.1 La dinastía Omeya (661 – 750) Tras la muerte de Alí, Muawiya (661 – 680) reclamó sus derechos y fue proclamado califa en Jerusalén, eligiendo Damasco como capital. A partir de entonces, sufyaníes y marwaníes, ambas ramas de los Omeyas, se sucedieron en el poder. Muawiya detuvo el avance del Islam para organizar internamente el califato y la administración de los territorios conquistados, inspirándose en modelos persas y bizantinos. Además, estableció un sistema claro de sucesión en la figura del hijo o el hermano del califa, previa confirmación de los jefes de las tribus, que debían jurar fidelidad al heredero. No le faltaron opositores a Muawiya, que periódicamente se alzaron en armas cuando la sucesión al califato presentaba algún problema: - La familia de Alí y su entorno más cercano, agrupados en una secta conocida como Chiísmo. - Los jariyíes, situados en el Golfo Pérsico y en el Norte de África, que defendían que el califato no tenía por qué ser dirigido por un miembro de la tribu Qurayshí, sino por el musulmán mejor cualificado. Los partidarios de Muawiya y de la sucesión dentro de la tribu de las Quraysh se llamaron sunníes.

Tras la muerte del nieto de Muawiya, durante un período hubo dos califas, Marwan, fundador de la rama marwaní de los Omeyas, e Ibn al-Zubayr, hijo de uno de los compañeros de Mahoma. Se inició así la segunda guerra civil pues el Estado se había dividido en dos grandes confederaciones, los qaysíes (del norte) que apoyaban a Ibn al Zubayr y los yemeníes (del sur), aliados de Marwan. En la batalla de Mary Rahit (684), los yemeníes vencieron a los qaysíes, de modo que Marwan I (684 – 685) fue proclamado califa, imponiendo de este modo su dinastía. . Abd al-Malik (685 – 705) se benefició de los éxitos militares de su padre Marwan I, que había recuperado parte de Siria y Egipto, y su califato fue muy próspero. La cuestión sucesoria se consolidó con la sucesión de varios hijos suyos, las conquistas prosiguieron (hacia Asia Central y el norte de África) y el Estado se organizó de manera eficaz. A 5

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pesar de todo, las revueltas chiítas y jariyíes continuaron en Irak y Persia y los nuevos califas, algunos de ellos muy efímeros, se tuvieron que enfrentar a las revueltas de los nuevos musulmanes que se oponían a los privilegios de los árabes. En el reinado de Walid I (705 – 715) una pequeña fuerza de bereberes islamizados desembarcaron en España y derrotaron a los visigodos a orillas del Guadalete (711). Años después, el califa Hisham I (724 – 743) intentó expandir los dominios del Islam pero fue detenido en la Batalla de Poitiers (732) por Carlos Martel, Mayordomo de palacio del reino de Austrasia. También los bizantinos derrotaron a Hisham en la Batalla de Akroinon (739), expulsándolos de Asia Menor. Por su parte, jariyíes y chiítas siguieron con sus revueltas y se impuso la inestabilidad en las zonas más alejadas del califato debido al descontento por la corrupción de los gobernadores omeyas. Marwan II (744 – 750) heredó un califato en descomposición. Los abasíes, que basaban su legitimidad en su relación sanguínea con el tío de Mahoma, habían ido aumentado su poder progresivamente en Persia desde el final del califato de Walid I. Por su parte, los jariyíes continuaron con sus revueltas y consiguieron ocupar Kufa y Mosul. En estas circunstancias, un ejército conjunto de persas, chiítas y soldados abasíes derrotó al ejército de Marwan II en las orillas del río Gran Zab en enero de 750. Los abasíes exterminaron a la familia omeya, excepto a Abderramán I, que logró escapar y fundó una nueva dinastía en Córdoba. 2.2 La organización política de un estado multiétnico Durante el califato omeya se creó el Estado islámico, un conjunto de territorios con etnias y religiones diversas. A la cabeza de la umma quedaron los árabes, minoritarios frente a la población indígena, que se reservaban el ejercicio de las armas y el reparto del botín. Junto a los árabes, en las zonas desérticas, los beduinos islamizados conservaron su modo de vida. El segundo escalón social lo constituían los conversos al Islam o clientes (mawali), insertados en la umma al vincularlos con una familia musulmana a través de lazos clientelares, por los que el converso recibía protección y proyección a cambio de un pago o un servicio. Los clientes podían ser cautivos de guerra, esclavos o las antiguas élites de los territorios conquistados, que establecían estos lazos para mantener su posición. Su estatus eran inferior al de los árabes por lo que su lucha por la igualdad, reconocida en el Corán, originó la mayoría de los problemas internos del califato. El resto de la población libre, de religión distinta – cristianos, judíos y zoroastras -, constituyó el grupo de los protegidos (dimmíes). En el mundo rural, el cristianismo siguió próspero, el clero siguió controlando los asuntos de la comunidad y la estructura eclesiástica se mantuvo hasta el siglo VIII. Las iglesias mantuvieron su uso y se construyeron nuevas, mientras las mezquitas eran reducidas y escasas y tampoco se excluyó a los cristianos del gobierno. Sólo a partir del reinado de Omar II (717 – 720) la situación de estas poblaciones empeoró. Finalmente estaban los esclavos, cuyo estatus no era vitalicio pues podían manumitirse a través de vínculos clientelares. Los árabes demandaron muchos esclavos pues así incrementaban su poder sobre un mayor número de tropas y personal dependiente. El Estado omeya estaba dividido en varias grandes provincias. En tiempos de Muawiya eran Egipto, Kufa y Basora y conforme el califato se extendía, estas divisiones se 6

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modificaron y se crearon provincias de segundo rango, dirigidas por un militar árabe y por un fiscal indígena. A un tercer nivel estaban las coras y por debajo los distritos rurales. Estas divisiones servían a propósitos fiscales y militares mientras en las grandes capitales las cecas emitían dinero para pagar al ejército y a la administración. A finales del califato omeya, las divisiones eran: 1. Egipto, 2. Irak, Jurasán y Transoxiana, 3. Arabia, 4. Azerbaiyán, Armenia y Alta Mesopotamia y 5. La doble provincia occidental de Ifriqiya y Al-Andalus. Por su parte, la gran provincia de Siria estaba dividida en cinco provincias (Emesa, Damasco, Jordania, Palestina y, más tarde, Shalkís), cada una con su puerto para defenderse de los bizantinos. La administración en torno al califa centralizaba el gobierno del califato y empleaba el árabe como lengua oficial.

3. Características de la expansión islámica (632 – 750). El enfrentamiento con Bizancio La expansión islámica puede dividirse en cuatro períodos, frenados por conflictos internos: a) Primera expansión (623 – 656): desde la creación del Estado de Medina hasta el fin de los califas ortodoxos, el Islam controló Arabia, Siria, Irak, Egipto y algunos territorios iraníes. Se fundaron las principales ciudades de acantonamiento de tropas: Basora, Kufa y Fustat (El Cairo). Terminó con la primera guerra civil (656 – 661), entre Alí y Muawiya, durante la cual se firmó la paz con Bizancio. b) Segunda expansión (661 – 683): bajo los primeros omeyas se desarrolló una intensa política imperialista que permitió conquistar parte de Túnez y el Jurasán. Fue detenida por la segunda guerra civil (683 – 692), entre Ibn al-Zubayr y Marwan, firmándose una nueva tregua con Bizancio. c) Tercera expansión (692 – 718): los marwaníes conquistaron el Magreb, la Península Ibérica Transoxiana y el Sind (India), aunque se detuvieron al ser derrotados frente a Constantinopla en 717. En 720, Otmar II detuvo las hostilidades para reorganizar política y socialmente los nuevos territorios. d) Cuarta expansión (720 – 740): mientras se desarrollaban las luchas por la sucesión al trono, se avanzó por el norte de África, el Cáucaso y Transoxiana, aunque los disturbios que precedieron a la caída de los omeyas detuvieron la expansión islámica. La superpoblación, un cambio climático en la Península Arábiga o el fervor religioso pudieron influir en el éxito de la expansión islámica pero su triunfo se explica por la coyuntura social y política. Los Sasánidas, derrotados por el emperador bizantino Heraclio, dejaron libre la Arabia oriental y meridional. Los musulmanes se apoyaron en la población local, harta de los impuestos persas y bizantinos y de las disputas religiosas de los segundos. Ayudó la flexibilidad del estatuto de dimmíes, que les permitió conservar su religión y sus tierras a cambio de un tributo. También influyó la habilidad de los jefes militares y la gran movilidad de sus ejércitos. Tras la conquista, se desplazó a los nuevos territorios primero a los beduinos y después a los árabes. Los árabes establecieron relaciones cordiales con las elites locales y procuraron que la población sufriera pocas molestias, al tiempo que adaptaban su economía a las nuevas necesidades. 7...


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