TIF Psicología PDF

Title TIF Psicología
Author Lucía Fenoglio
Course Psicología
Institution Universidad Nacional de Rosario
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Trabajo integrador final para la regularización de la materia Psicología. Freud....


Description

Cátedra Psicología Facultad de Psicología UNR Trabajo integrador final

Año 2020 Lucía Fenoglio DNI: 43579682 Legajo: F-5712/6 Docente a cargo: Magdalena, Nélida

Introducción El ser humano es, ante todo, un ser social. Esta condición determina que, para su crecimiento y desarrollo, necesita de la presencia de otro. Desde que nace, el sujeto es recibido por el otro, que le transmite leyes, normas, ideas, prohibiciones y deseos. Pero además, esta característica puntualiza el hecho de que el hombre construye su forma de ver el mundo de acuerdo a pensamientos e ideologías proferidas desde afuera, desde el entorno. Gran parte de estas convicciones, son impuestas por dogmatismos, fundamentalismos o religiones; parte del crecimiento del hombre se basa en cuestionar esas imposiciones y romperlas. Esta posición crítica de lo moralmente aceptado le otorga al ser, en cierto modo, una sensación de libertad. La influencia del discurso dominante y las imposiciones del otro en la mentalidad de las personas es un hecho que marca la realidad del hombre desde tiempos inmemorables. Tal es la fuerza de imposición de las doctrinas que se presentan como un principio innegable e incuestionable, que todo aquel que presente una posición crítica frente a ellas es fuertemente desacreditado por la sociedad. Esto es lo que ocurrió con el nacimiento del Psicoanálisis, de la mano de Sigmund Freud. La concepción del sujeto Durante la segunda mitad del siglo XIX, se ubica al nacimiento de la “nueva mentalidad” positivista y mecanicista, para la cual el único conocimiento considerado verdadero era aquel que se alejaba de cualquier índole metafísica y lograba cumplir los requerimientos del método científico. En este contexto histórico nace la Psicología científica-experimental, cuyo objeto de estudio eran los contenidos de la conciencia en su dimensión individual, esto es, en relación a su fisiología y a su introspección. Los contenidos más complejos de la conciencia, relacionados con los pensamientos, ideologías, creencias, quedaron relegados a otra psicología, de índole más bien social, conocida como “Psicología de los Pueblos”, que suple a las ciencias sociales como la antropología, sociología, historia, entre otras. Más allá de las dimensiones en las que se desarrolle, la psicología del siglo XIX perpetúa la aspiración cientificista que tiende a reducir y excluir todo lo relativo al sujeto, que se presenta como una unidad indivisa e indivisible, idéntico a sí mismo. El

funcionamiento psíquico queda reducido únicamente a las representaciones de la conciencia, considerada como único centro de racionalidad. Esta concepción de la subjetividad humana es una de las nociones que Freud pone en tela de juicio, cuestionando la unidad del sujeto y esta centralidad del trabajo psíquico en la conciencia. Su propuesta se basa en un sujeto escindido, dividido entre la conciencia y el inconsciente: el verdadero centro de lo psíquico. Un aparato impulsado por el deseo En el año 1900, Sigmund Freud publica “La interpretación de los sueños”, en donde expone por primera vez los supuestos del Psicoanálisis como método y como teoría del psiquismo humano. El autor propone un aparato psíquico compuesto por tres sistemas: el sistema conciente (Cc), el preconciente (Prcc) y el inconsciente (Icc). El sistema inconsciente es el más importante, y es aquel que “no tiene acceso alguno a la conciencia si no es por vía del preconciente” (Freud, S., 1900: p. 535). Este sistema aloja representaciones que han sido desalojadas de la conciencia por considerarlas dolorosas, vergonzosas, incómodas, prohibidas, y la fuerza que impide su proyección es lo que Freud llama la represión. Esta acción psíquica actúa inhibiendo los pensamientos que perturban el placer en el sujeto, impidiendo su realización conciente a menos que, como se mencionó anteriormente, aparezcan desfigurados en forma de lapsus, olvidos, equivocaciones, sueños, entre otras manifestaciones del Icc, como forma de evadir la censura a la que fueron sometidos. El contenido inconsciente está regido por el principio de displacer, en el cual el sistema “es incapaz de incluir algo desagradable en el interior de la trama del pensamiento” (Freud, S., 1900: p. 590). Sin embargo, ese contenido siempre buscará manifestarse y expresarse, ya que contiene un deseo reprimido, de procedencia infantil, que es el motor que pone a trabajar al aparato psíquico. En las primeras instancias de la vida urgen las primeras necesidades en las que es necesario el auxilio de otro que las satisfaga. Cuando por la presencia de un factor, se cancela el estímulo interno de la necesidad, se produce la vivencia de satisfacción. La próxima vez que sobrevenga dicha necesidad, el aparato generará un impulso psíquico que querrá restablecer la situación de la primera satisfacción, ese impulso es el deseo, y la reaparición de la satisfacción es el cumplimiento del deseo. Esta primera

actividad psíquica construye una identidad perceptiva o alucinación que busca repetir aquella percepción enlazada con la satisfacción de la necesidad. El camino del deseo inconsciente será entonces, encontrarse con esa satisfacción alcanzada la primera vez. Freud supone imposible la representación onírica sin la existencia de dos instancias psíquicas, una que critica la actividad de la otra, cuya consecuencia es la exclusión del devenir conciente. Los sistemas que participan de la instancia criticadora son el preconciente y la conciencia, que “deciden” qué representaciones inconscientes pueden resistir la censura y hacerse concientes, aunque de una forma modificada. El deseo Icc no puede pasar al prcc a menos que entre en conexión con una representación inofensiva que ya pertenezca al sistema prcc, transfiriéndole su intensidad y dejándose encubrir con ella. Esta modificación sigue un camino regrediente hacia las huellas de la primera infancia, atribuyendo al carácter alucinatorio de los sueños. La alucinación se produce porque en su funcionamiento regresivo, el aparato anímico recupera algo de lo que fue, primitivamente, registrado en imágenes. Por esto, el sueño es un cumplimiento de deseo ya que lo cumple por el corto camino regrediente, lo que representa un modo de trabajo primario del aparato psíquico, que se ha abandonado por inadecuado. El aparato psíquico no podría funcionar correctamente siguiendo sólo el proceso primario. Poco a poco, a lo largo de la vida, se constituye un proceso secundario, regido por el principio de realidad, que posibilita un rodeo para el cumplimiento del deseo. Este segundo proceso, perteneciente al sistema preconciente y a la conciencia, permite al sujeto alcanzar la vivencia de satisfacción por medio del mundo exterior en un objeto real y, por lo tanto, no alucinado. Se establece así una identidad de pensamiento y por eso, “el pensar no es sino el sustituto del deseo alucinatorio” (Freud, S., 1900: p. 558). Los efectos del funcionamiento del proceso primario son las manifestaciones del Icc como los sueños, los desaciertos, los chistes, las equivocaciones o los síntomas psico-neuróticos, entre otras. El contenido reprimido logra manifestarse en estas formas modificadas debido a que el sistema Icc cuenta con leyes de funcionamiento propias, como son la condensación y el desplazamiento.

La teoría psicoanalítica representa una originalidad que va más allá de la conciencia como centro de la racionalidad subjetiva y demuestra que la vida psíquica se basa en el trabajo constante de dos entidades diferentes y contradictorias que regulan nuestras manifestaciones, son el sistema inconsciente por un lado, y los sistemas preconciente y conciente por el otro. Así, el sujeto se constituye en una escisión, y la existencia de otra racionalidad que opera y embarga conocimientos de los que la conciencia nada sabe, causa efectos que rompen con la ilusión del sujeto positivista que cree que es conciente de todas sus operaciones psíquicas. La conciencia en sí pasa a ser uno de los tres sistemas y es definida como un órgano análogo al sistema perceptual, que percibe cualidades psíquicas. Recibe excitaciones del exterior y del interior del organismo. El modo de funcionamiento del aparato psíquico propuesto por Sigmund Freud demuestra la existencia de un aparato movido por un deseo, inconsciente pero indestructible, que encuentra figuración en los sueños, por lo que “lo mejor es dejar en libertad a los sueños” (Freud, S., 1900: p. 607). Pulsión y sexualidad Pocos años después de la publicación de “La interpretación de los sueños”, Freud da a conocer sus concepciones acerca de la sexualidad humana, ampliando su campo de investigación que había sido únicamente lo psíquico, a una dimensión más bien corporal. Para referir a un cuerpo completamente atravesado por la sexualidad, se habla de un empuje, un estímulo de fuente orgánica que actúa en continuo fluir y, como meta, requiere una acción psíquica que lo invista. Esta idea se instala bajo el término de pulsión, que se vuelve un concepto fundamental en la teoría psicoanalítica. En el modelo pulsional, Freud expone dos tipos de pulsiones: una erótica, de vida, y una tanática, de muerte. La primera de ellas se manifiesta en el afán de autoconservación, el deseo amoroso y el deseo sexual, la pulsión de muerte, en cambio, se hace visible en un impulso o deseo de regreso a la inactividad propia de la vida inorgánica. Ambas pulsiones siguen una meta, su plena realización o satisfacción, ya que se encuentran regidas por el principio del placer : el Icc persigue sin cesar el goce que se deriva de la realización o descarga de la energía psíquica acumulada, la de la pulsión.

A lo largo de diferentes publicaciones, el autor traza una teoría sobre la sexualidad humana que representa, una vez más, una revolución en las concepciones de la época. Para la psiquiatría del siglo XIX, todo encuentro sexual no heterosexual, no reproductivo y no genital, era definido como perverso y patológico. Freud plantea entonces la herramienta fundamental para poner fin a esa heteronorma y darle un giro a la idea de perversión. Afirma que no existe un instinto sexual sino una pulsión sexual, desprovista de un objeto único y establecido. Así, nos diferenciamos de los animales, quienes tienen un objeto determinado, por esta noción que nos ubica en la búsqueda incesante de una satisfacción que no se puede alcanzar, ya que las pulsiones son parciales, esto es, sus metas son sustituibles y variadas. Sin embargo, la repetición del recorrido por las mismas vías de tensión sexual (cuya energía es aportada por la libido) y el mismo fracaso en cuanto a su posible satisfacción es la fuerza constitutiva que mantendrá en continuo trabajo al aparato psíquico. La incidencia del lenguaje en la cultura es fundamental para entender la carencia del instinto en los humanos. A través del lenguaje se establecen principios, leyes y normas que prohíben, por ejemplo, el incesto . Estas reglas no existen en la naturaleza, las necesidades encuentran un objeto de satisfacción sin la influencia de una moral. Estos entendimientos son los que llevan a Freud a afirmar que es perverso todo aquel que, en su actividad sexual, se desvíe de su objeto (genital) o de su meta (reproductiva). Demuestra entonces que esos actos, cuya satisfacción exigen los perversos, se encuentran presentes universalmente como fantasías en los neuróticos, y que incluso sus síntomas son satisfacciones sustitutivas de esas fantasías y mociones sexuales perversas que, a causa del efecto del lenguaje, son reprimidas. Las etapas de desarrollo de la sexualidad humana Para entender la acción que ejercen el Inconsciente , el lenguaje, y la sexualidad en la conformación del sujeto, debo hablar entonces de las etapas en que se desarrolla la sexualidad: Ya en la infancia existen pulsiones sexuales. El niño toma partes del cuerpo que le producen placer y las convierte en zonas erógenas , zonas altamente cargadas de tensión y satisfacción. El desarrollo de la sexualidad humana se produce, así, en dos instancias de elección del objeto, separadas por una interrupción llamada periodo de

latencia. La primera etapa se da en la infancia, que es reprimida, para resurgir luego en la pubertad. Freud señala que “la sexualidad perversa no es otra cosa que la sexualidad infantil aumentada y descompuesta en sus partes singula res” (1916-1917, p.283), por lo que el niño aparece como un “perverso polimorfo” en cuya constitución normal toman lugar satisfacciones que adquieren múltiples formas. Durante los primeros años de vida, el niño encuentra la satisfacción de sus necesidades a través de las vivencias de satisfacción. Una de las características principales de las pulsiones sexuales infantiles es la que tiene que ver con la elección de un objeto relacionado con el cumplimiento de una función biológica. Esta designación se da gracias a la pulsión de vida, que empuja al sujeto a seleccionar zonas de su propio cuerpo que cumplieron una función biológica, en zonas privilegiadas que le otorgan satisfacción: zonas erógenas. Durante la primera etapa de desarrollo psicosexual, conocida como oral o canibálica, el niño encuentra a su boca como la zona erógena por excelencia, por la cual cumple la función de la nutrición. Él realizará el chupeteo como forma de satisfacer el deseo aportado por la pulsión sexual. La boca, los labios, la lengua, un lugar de la piel al alcance, son tomados como objeto. “La acción del niño chupeteador se rige por la búsqueda de un placer –ya vivenciado, y ahora recordado –” (Freud, 1905: p. 164). En esta instancia, el niño no percibe una diferenciación de opuestos sexuales ni una relación entre sujeto y objeto. En una segunda fase, sádico-anal, la zona erógena será el ano, relacionado a la función excretora. El niño percibirá una polaridad pulsional activa-pasiva. Por un lado, obtiene una satisfacción activa basada en la acción de expulsar, el niño siente placer en esa estimulación, y retiene el momento de la excreción para acumular mayor goce. Por el otro lado, la satisfacción pasiva se obtiene en la excitación causada por el apoderamiento de las heces en los intestinos. Sin embargo, culturalmente la necesidad del aseo obliga al niño a renunciar al goce de la acumulación, y a defecar de acuerdo a tiempos impuestos. Ese sacrificio del goce genera una relación basada en el dar, y se asimilan a las heces como un obsequio para complacer a sus seres amados. Como última etapa, Freud ubica a la fase fálica. Aquí, se establece una diferenciación sexual no anatómica, sino psíquica, influenciada por la premisa

universal del pene, por la cual los niños sostienen que todos los humanos cuentan con un solo genital, el masculino. En esta fase, se desarrolla el Complejo de Edipo. En términos psicoanalíticos, este complejo indica la relación del niño con su madre, objeto primordial en el qu e halla su deseo sexual. También es la matriz de nuestra identidad sexual, tanto de hombres como de mujeres, ya que es precisamente durante la crisis edípica cuando el niño experimenta por primera vez un deseo masculino o femenino respecto del padre del sexo opuesto. Bajo la pulsión de saber, el niño comienza a investigar sobre sus partes íntimas y las del otro. Cuando el varón nota que una niña no tiene pene, llega a la conclusión de que se le ha quitado. La falta de pene es entendida, por el pequeño, como el resultado de una castración del falo, y el niño piensa que ahora el suyo corre peligro. Se encuentra ante la amenaza de castración. Sobre la imagen del padre recae, entonces, la responsabilidad de la castración, que se ejerce como un castigo por los deseos incestuosos del niño frente a la madre. Es así como, por el carácter narcisista que gira en torno a su falo, se da la introducción del niño al Complejo de Castración, que pone fin al complejo de Edipo señalando el sepultamiento de la sexualidad infantil. En el caso de la niña, la observación del varón la llevará, de a poco, a pensar que su madre es la culpable de haberla traído al mundo desprovista de pene. Como en el niño queda el complejo de Castración, en las niñas se encuentra la “envidia del pene”. La niña se empeña en tenerlo, por lo cual abandona a su madre como objeto primordial para dirigirse al padre como sustituto, y esperará de él un hijo que opere como sustituto equivalente a ese falo perdido. Mientras el niño sale del complejo de Edipo por la castración, la niña entra, por la castración, a una relación edípica con el padre, de la que poco a poco irá desprendiéndose. El sepultamiento del complejo de Edipo da inicio al período de latencia, donde toma lugar la amnesia infantil, la acción psíquica que hace que el ser humano olvide los primeros años de vida y los comienzos de su vida sexual. Hasta ahora, la organización genital sigue la coherencia de esta premisa fálica, no existe la diferenciación entre lo femenino y lo masculino, sino entre un genital masculino, o uno castrado.

La pubertad Con el advenimiento de la pubertad, aparecen cambios que contribuyen a la conformación definitiva del adulto como sujeto y con una determinada posición sexual. Las fases anteriores al período de latencia son llamadas “pregenitales”, ya que el niño se satisface de manera autoerótica, sin alcanzar una unificación ni subordinarse a la genitalidad. Es a partir de esta segunda oleada de la sexualidad, que el sujeto comprende una diferenciación masculina-femenina, donde prima la zona genital. A nivel psíquico, se cumple la elección del objeto, que es guiada por los indicios infantiles, renovados en la pubertad. La inclinación sexual hacia los padres es desviada por la barrera del incesto, y se produce una estabilización pulsional que perfila un determinado objeto de amor y de deseo. En el periodo de la pubertad, además, se consuma uno de los logros psíquicos más importantes pero también más dolorosos: el desasimiento respecto de la autoridad de los progenitores, el único que crea la oposición, tan importante para el progreso de la cultura, entre la nueva generación y la antigua. Debe haber un corte con el deseo de los padres sobre el sujeto para que el sujeto tenga un deseo propio. Así, comienza a estabilizarse la función del proceso secundario. Las bases sentadas en la etapa de sexualidad infantil no se borran, sino que se reprimen y siguen produciendo efectos. Consideraciones finales Como conclusión, retomo la primera afirmación que introduje: el ser humano es, ante todo, un ser social. Una vez que asimilemos esto, estaremos preparados para enfrentarnos a cualquier teoría, entendiendo que cada aporte se realiza desde cierta ideología en una época determinada. Es inmensa la influencia que ejerce la cultura y, sobre todo, la ideología dominante, en la mentalidad humana. Esta influencia nos llega hasta nuestros días, en donde vemos que, en múltiples ocasiones, se critica al Psicoanálisis por el hecho de no pertenecer al campo científico, o por su “jerga machista”, según algunas consideraciones. Por mi parte, considero que ese rechazo a la teoría freudiana se da por la falta de interpretación, y de ubicación en el contexto socio-histórico de su surgimiento. Quizás sea cuestión de tiempo el alcance de su total aceptación.

Bibliografía Basquin, H. (2020) El complejo de Edipo y la castración en la articulación entre naturaleza y cultura. Material didáctico sistematizado, Cátedra de Psicología, Facultad de Psicología, UNR. Cottone, S., Greca C. y Gentile, A. (2015). “Sobre la vigencia del psicoanálisis”. Material didáctico sistematizado, Cátedra de Psicología, Facultad de Psicología, UNR. Di Cosco (2020). “La sexualidad infantil, sus condiciones y consecuencias”. Material didáctico sistematizado, Cátedra de Psicología, Facultad de Psicología, UNR. Frazzetto, De la Cruz (2020). El ser sexuado. Pulsión y deseo como conceptos centrales de la teoría psicoanalítica. Material didáctico sistematizado, Cátedra de Psicología, Facultad de Psicología, UNR. Frazzetto, M. (2020). El sujeto entre naturaleza, lenguaje y cultura. El mito de Edipo y el lugar central del deseo en la subjetividad. Material didáctico sistematizado, Cátedra de Psicología, Facultad de Psicología, UNR. Freud, S. ([1900] 2000). “La interpretación de los sueños” [selección de párrafos] En Sigmund Freud Obras Completas. V. Buenos Aires: Amorrortu. ([1901] 2001). “El olvido de nombres ...


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