06.Genealogía del Judaísmo y Textos PDF

Title 06.Genealogía del Judaísmo y Textos
Course Historia De Las Religiones Antiguas
Institution Universidad de Granada
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Apuntes completos de la asignatura...


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BIBLIA, HISTORIA DE ISRAEL Y GENEALOGÍA DEL JUDAÍSMO (Notas para Historia de las Religiones Antiguas. Curso 2017-2018)

1. OBSERVACIONES GENERALES SOBRE EL JUDAÍSMO ANTIGUO Y MODERNO A lo largo de su milenaria historia los judíos han sido un pueblo diverso en todo (y no menos en sus creencias religiosas), pero entrañablemente unido por lazos familiares (se nace judío) y por su pasado o tradición histórica, de la que una parte esencial es de carácter religioso. Este pasado, contemplado desde una perspectiva sobrenatural, fue recogido en sus libros sagrados, sobre todo en la Biblia. Las divisiones religiosas se remontan a los orígenes mismos del Judaísmo. En la Antigüedad quedaron plasmadas en una rica diversidad de tendencias y sectas (de inspiración nacionalista o universalista, tradicional o reformista, tolerante o intolerante…). En la época moderna destaca, por una parte, la irreconciliable separación entre ashkenacíes (procedentes de Renania) y sefardíes (originarios de España y Portugal) y, por otra, el impulso de los movimientos reformistas, enfrentados en diverso grado al Judaísmo tradicional. Los tradicionalistas más radicales han llegado a proponer que el Judaísmo reformista sea considerado una religión no judía (como el Cristianismo). Estados Unidos y el Estado de Israel, que albergan a la inmensa mayoría de judíos, son en la actualidad el principal escenario de estas divisiones. Como en la Antigüedad, la supervivencia del Judaísmo moderno se ve amenazada no sólo por estas divisiones, sino también por los ideales universalistas (o sus opuestos, individualistas) y por la creciente integración y asimilación por el entorno cultural (sobre todo en Occidente: laicismo, socialismo, racionalismo…). El sionismo es la respuesta más potente a estos peligros. Tras la destrucción del Templo de Jerusalén por los romanos (70 d.C.), los grandes pilares del Judaísmo ha sido (además de la Biblia) la familia y la sinagoga, de carácter más privado la primera y más público la segunda, pero ambos profundamente relacionados entre sí y mutuamente dependientes. El hogar judío, de la cocina al baño, está impregnado por ritos y creencias religiosas (comidas y fiestas familiares, nacimiento, circuncisión, matrimonio, muerte…), pero estos mismos ritos y festividades tienen su continuación o se celebran paralelamente por toda la comunidad judía, cuyo centro es la sinagoga (casa de la asamblea, comunidad local), cuyos orígenes algunos remontan a la reforma de Josías (h. 622 a.C.), aunque los primeros testimonios arqueológicos se fechan en el siglo III a.C. De ahí que la distinción entre sacerdotes, rabinos (maestros versados en la tradición y sucesores de los sacerdotes tras la destrucción del templo en el año 70) y laicos no sea tan pronunciada como en el Cristianismo. La sinagoga de época rabínica no tuvo funcionarios de oficio, sino que en principio era la comunidad como tal (un mínimo de 10 varones libres y adultos) la que organizaba el servicio religioso (Stemberger, 95 ss.). El archisinagogo era el administrador de las finanzas y el responsable del mantenimiento del edificio y del desarrollo del servicio religioso. Exhorta al rezo y la lectura y vela por el orden externo. En comunidades numerosas tiene el apoyo de los ancianos o presbíteros, de los cuales tres pueden legítimamente representar a la sinagoga. También fue importante la figura del asistente o hyperetes (jazzán en hebreo), cargo a veces remunerado. Estos tres cargos guardan cierta relación, pero no mimética, con clérigos mayores cristianos (obispo, presbíteros, diáconos). Las mujeres suelen estar presentes en ella y algunas ostentaron el título de archisinagogos o de “madre de la sinagoga”, lo cual prueba que ejercieron ocasionalmente importantes responsabilidades. Como casa de oración se la denomina proseuché, pero después del 70 su servicio religioso fusiona lectura, interpretación de las Escrituras y oración. En Palestina se leía toda la Torá en un ciclo de tres o tres años y medio, mientras que en Babilonia el ciclo era anual. Las oraciones más antiguas fueron la Shemá (Dt 6,4-9; 11,13-21; Nm 15, 37-41) y las Dieciocho bendiciones, a las que se conoce simplemente como “la plegaria”, aunque su formulación exacta fue libre durante mucho tiempo. Según Stemberger (100), “lo habitual era que la comunidad reunida no recitara en común las oraciones. Un oficiante (el “legado de la comunidad”) representaba a los asistentes, que en voz baja rezaban todos juntos. La lectura iba acompañada de un sermón, como vemos en Hch 13,16, donde se invita a Pablo a pronunciarlo. También lo hizo Jesús en Galilea (Mt 4,23).

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Las sinagogas hacían también las veces de escuelas, comedores, alojamiento, sede para impartir justicia y centro social de la comunidad. Todo ello distanciaba al rabino de la sinagoga, pues aquel valoraba sobre todo el estudio y la casa de estudio (que a veces estimaron más que el servicio sinagogal). Pero no faltaron rabinos que sostenían que la presencia de dios se hallaba en la sinagoga y que sólo allí escuchaba dios la oración. Un rasgo llamativo del Judaísmo es su pobreza teológica (por eso es más acertado hablar de ortopraxis que de ortodoxia), sobre todo en lo que concierne a dios, a su naturaleza, cognoscibilidad, intervención en asuntos humanos y vida de ultratumba (de la que tenemos testimonios epigráficos tardíos: Texto 9). Aunque los debates al respecto se remontan a la más remota antigüedad, a la postre casi siempre vino a aceptarse que eran estériles, pues no se podía llegar a una conclusión cierta, ni mucho menos imponerla a todos. Ello puede deberse, al menos en parte, a que la Biblia (cuyo origen divino es cuestionado por amplios sectores del Judaísmo moderno) no presenta una visión coherente de dios. Unas veces es demasiado humano (se cansa, irrita, cambia de parecer…) y otras se dice que es invisible para los humanos (Ex 33, 20) y no puede ser representado (Ex 20, 3-5; Dt 5, 7-9) ni adorado en imágenes. Es, además, único, eterno, todopoderoso, creador y protector de su pueblo, al que castiga sus infidelidades (ese es en esencia el relato bíblico). En lo que respecta a la otra vida, poco o nada se dice en la Biblia hebrea. El judaísmo posbíblico fue aceptando algunas ideas griegas sobre la inmortalidad del alma y esto llevó a replantearse la cuestión de premios o castigos tras la muerte. La idea talmúdica es que las almas buenas reposan plácidamente y las malas sufren tormentos, pero no es un tema claramente definido y no faltan variantes y contradicciones. Menos aceptación tuvo siempre la resurrección corporal, y tampoco faltan quienes sólo pensaban y piensan en una dimensión terrenal. Sobre este tema, José Luis Sicre escribía en su blog recientemente (21 de agosto 2013): "Durante siglos, a los israelitas no les preocupó el tema de la salvación o condena en la otra vida. Después de la muerte, todos, buenos y malos, ricos y pobres, opresores y oprimidos, descendían al mundo subterráneo, el Sheol, donde sobrevivían sin pena ni gloria, como sombras, pues era un lugar donde no era posible la felicidad ni la visión de Dios. Quienes se planteaban el problema de la justicia divina, del premio de los buenos y castigo de los malvados, respondían que eso tenía lugar en este mundo. Sin embargo, la experiencia demostraba lo contrario, y así lo denuncia el autor del libro de Job: en este mundo, los ladrones y asesinos suelen vivir felizmente, mientras los pobres mueren en la miseria. Con el tiempo, para salvar la justicia divina, algunos grupos religiosos, como los fariseos y los esenios, trasladan el premio y el castigo a la otra vida. Dentro de los evangelios, la parábola del rico y Lázaro refleja muy bien esta idea: el rico lo pasa muy bien en este mundo, pero su comportamiento injusto y egoísta con Lázaro lo condena a ser torturado en la otra vida; en cambio, Lázaro, que nada tuvo en la tierra, participa de la felicidad eterna". El propio Sicre ha vuelto a tratar este tema en su blog del día 6 de noviembre de 2013, del 18 de agosto de 2016 y del 3 de noviembre de este mismo año. En esta última ocasión escribe: “La oración que pronuncia el piadoso rey Ezequías (siglo VIII a.C.) expresa muy bien la opinión tradicional (Isaías 38,18-19). «El Abismo no te da gracias, ni la Muerte te alaba, ni esperan en tu fidelidad los que bajan a la fosa. Los vivos, los vivos son los que te dan gracias, como yo ahora.» Los judíos comienza a creer en la resurrección en los últimos siglos del Antiguo Testamento; los testimonios más claros proceden del siglo II a.C., en el libro de Daniel y en 2 Macabeos 7, 1-2. 914. Debió de contribuir mucho a implantar esta fe la idea de que quienes morían por ser fieles a Dios

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y a sus mandamientos debían recibir una recompensa en la otra vida. La última visión del libro de Daniel termina con estas palabras: «Muchos de los que duermen en el polvo despertarán: unos para vida eterna, otros para ignominia perpetua» (Daniel 12,2). Y, poco después, el ángel dice a Daniel: «Te alzarás a recibir tu destino al final de los días» (Daniel 12,13).” Además de la Biblia (que casi siempre se ha editado y leído junto a alguna interpretación), los judíos se forman en la lectura y comentarios de otros libros, como la Misná y El Talmud (que interpretan o adaptan las afirmaciones bíblicas), el Devocionario (de uso litúrgico, destaca el de la celebración doméstica de la Pascua, llamado Hagadá) y múltiples tratados filosóficos, desde Filón de Alejandría (siglo I) y Maimónides (siglo XII) hasta filósofos modernos. Así pues, aunque el canon bíblico se cerró hace muchos siglos, la literatura religiosa judía está en constante construcción. Debe tenerse en cuenta, en todo caso, que la cultura judía es de carácter esencialmente literario. De ahí su gran amor a los libros (no sólo a los religiosos), a los que un judío suele tratar con especial mimo, y rara vez, si alguna, los quemará o dañará. Y cuando un libro religioso ya no sirve se enterrará con todos los honores, lo que explica la importancia documental de la genizá de El Cairo y de lugares similares donde se han depositado estos libros. Se comprenden así sentencias rabínicas como “el que no estudia no merece la vida” (Pirqé Abot, I, 12) o “A los cinco años se tiene edad para el estudio de las Escrituras, a los diez para la Misná; a los trece para los mandamientos; a los quince para el Talmud; a los dieciocho para el matrimonio; a los veinte para ganarse el sustento…” (Pirqé Abot, 5, 21). No obstante, una tradición rabínica asegura que el gran maestro Aqiba comenzó a estudiar (con un maestro de párvulos) cuando ya había cumplido los cuarenta años, y en la Misná se dice (QoR 7,49. Stemberger, 111): “Normalmente mil comienzan a estudiar la Biblia, de ellos cien llegan a la Misná, de ellos diez al Talmud, de ellos sólo termina uno”. Tradicionalmente, el método de estudio era repetitivo (“No es comparable quien repite su sección cien veces a quien la repite ciento una”, se dice en Jag 9b. Stemberger 111) y memorístico. Tanto que junto al maestro aparece la figura del tanna o “repetidor”, personaje (a veces encarnado en un alumno aventajado) que enseñaba un texto mediante su incesante repaso y recitación. El tanna era como una biblioteca viviente, pues el uso de libros no estaba permitido. Consecuentemente, como también se apunta en Sot 22a, “el mago murmura y no sabe lo que dice; el tanna enseña y no sabe lo que dice”. [No sé si hemos avanzado mucho en este aspecto…]. El conjunto de mandamientos es lo que se denomina Halajá o Halaká, algo similar a la ley en Occidente (de ahí expresiones como “esto iría contra la halajá”, “lo que dice la halajá”, etc.). Por eso, para muchos judíos la halajá es el centro de su religión. Obsérvese que esta halajá no se encuentra tanto en la Biblia como en la Ley Oral del Talmud y en sus comentarios, y en consecuencia no debe confundirse al Judaísmo con la Biblia. Por eso, como señala Stemberger (139), a menudo se representa el judaísmo como una religión del hacer (y al cristianismo del creer), si bien quien se adhiere al judaísmo reconoce al dios de la Biblia, la elección de Israel y diversas convicciones relacionados con esto. El hombre asume su nueva condición mediante la circuncisión y la mujer mediante el baño de inmersión, que simboliza la aceptación de toda la Ley. La halaká es el sendero por el que debe marchar todo judío y algo que condiciona toda su vida. Es en este sentido como se siente sometido a la Ley. Así pues, esta Ley es algo más amplio que la Biblia. Además, desde el siglo XIX, la crítica bíblica ha llevado a nuevas lecturas de la Biblia, no compartidas por todos los judíos, y la realidad es que su influencia religiosa está en declive. De hecho, la “bibliolatría” es algo más propio del luteranismo. Israel rara vez pretendió vivir conforme a sus Escrituras, sino de acuerdo con la halajá representada en la Ley Oral. Según la tradición rabínica hay 613 mitsvot (mandamientos divinos. Singular: mitsvá), 365 en correspondencia con los días solares y 248 en correspondencia con el número de miembros del cuerpo humano, según la literatura rabínica.

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En sentido amplio, la Hagadá (o Haggadá) es toda narración o comentario sobre cualquier tema que no sea precepto. O sea, hagadá es, en la tradición rabínica, todo aquello que no es halaká. Abarca, pues, cualquier exégesis bíblica de carácter no legal y se centra principalmente en la instrucción ético-religiosa en el sentido más amplio. Ambas, halaká y hagadá se complementan mutuamente y en ambas al mismo tiempo eran expertos los rabinos. Téngase, sin embargo, presente que en el judaísmo no existen dogmas, a pesar de que eran indiscutibles las creencias en un solo dios, en la revelación de la Torá y en la elección de Israel. Los rabinos eran conscientes de que resultaba imposible hacer afirmaciones categóricas en asuntos religiosos, lo cual como bien subraya Stemberger (161), no supone una relativización de la verdad, sino una aceptación de los límites de la compresión humana. Los textos hagádicos están pensados para un público no necesariamente instruido, incluyendo mujeres (sic) y niños, por lo cual suelen ser más entretenidos y comprensibles que los escritos halákicos. No es raro encontrar en ellos contradicciones y, quizá por ello, algunos rabinos se opusieron a su puesta por escrito. También es llamativo en la Hagadá su renuencia o indiferencia por los sucesos históricos del pasado. Sólo interesaba la historia como historia de la salvación, o sea, de la intervención divina. Por esta razón, “los personajes y acontecimientos de la época bíblica no aparecen como excepcionales, sino como típicos, repetibles y, por tanto, como modelos para el presente, a los que, en general, solo los rabinos tienen como meta” (Stemberger, 165). Ello permitió a muchos rabinos anatematizar las especulaciones apocalípticas (que tanto daño hicieron en el pasado) y a quienes calculan el fin de los tiempos. Todo desastre, según ellos, se debe a la violación de la Ley por los propios judíos. El dominio mismo de Roma es un castigo por no haber servido apropiadamente a dios, es decir, el gobierno romano es, en este sentido, la voluntad divina. Nada une tanto al Judaísmo actual como su pasado y, de una manera u otra, todos los judíos confían en su reunificación final en la Tierra Santa. Fechas claves fueron el 586 a.C y el 70 d.C. (el Jorbán, destrucción), que dieron paso a una cultura y religiosidad basada en el libro (la Biblia), y ello fue lo que definió y dio su sello peculiar a la nación judía, que desde entonces gusta diferenciarse nítidamente de las demás naciones (herederas de Esaú) y siente un apego peculiar hacia la Tierra Santa que su dios les prometió (Gn 35, 11-12). La historia judía sigue muy viva y se rememora en sus múltiples fiestas, de las que destacan tres: Pesaj (Pascua), Shavuot (Pentecostés o fiesta de las semanas) y Sucot (Tabernáculos o fiesta de las chozas). Es sorprendente cómo los judíos se han mantenido fieles a estas creencias durante siglos, a pesar de innumerables persecuciones y dificultades de todo tipo. Recuérdese, en fin, que el término "judaísmo" no aparece en la Biblia hebrea. Lo hace por primera vez en 2 Macabeos, 2,21, libro escrito en griego y que, precisamente por eso, no pertenece al canon hebraico, pero sí al católico. En los textos bíblicos, el pueblo se designa con el nombre de "Israel". Como veremos, después del exilio se difundirá la denominación "pueblo de Judá" para designar a todo el pueblo hebreo y fue entonces cuando también apareció el adjetivo "judío". Por eso, en rigor, deberíamos utilizar los términos "Israel", "israelitas" y "religión de Israel" para referirnos a la época bíblica más antigua, y "judíos” y "judaísmo" para el periodo posterior al exilio babilonio (Filoramo (2012, 145). 2. PRECISIONES TERMINOLÓGICAS: ESCRITURA(S), TESTAMENTO(S), BIBLIA A) Durante toda la Antigüedad, solía usarse el término graphai (Escritura(s) o Libros Santos, escritos mayoristamente en hebreo y considerados fruto de una revelación divina (apokalypsis): Ez. 2,8-3,3; Ex 32,32; Is 4,3; Lc 10,20; Apoc. 3,5 y 5,1ss. (“Libro de la vida”). Estos libros sagrados se escribieron antes de nuestra era, pero algunos movimientos judíos de los siglos I y II d.C., cada vez más enfrentados entre sí, hicieron lecturas e interpretaciones muy

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diferentes de los mismos. Testimonios especialmente significativos son a) los de los esenios, a los que se deben, con toda probabilidad, los llamados rollos del Mar Muerto (en gran parte textos bíblicos comentados y en menor parte textos propios de su comunidad), b) los de los cristianos, que redactaron (en griego) y sacralizaron libros propios, que pronto conformarán el Nuevo Testamento, complemento de las Escrituras hebreas ahora denominadas Antiguo Testamento; c) por el mismo tiempo, los judíos fariseos plasmaron su peculiar interpretación de las Escrituras en la Misná (= “repetición”) y posteriormente en el Talmud (= estudio) y los midrasim (midrash = “explicación). Los judíos le dieron también a estas últimas obras un valor sagrado, pues las consideraban inspiradas y fruto de la tradición o Ley oral, que también procedía de dios (al igual que creían los cristianos respecto al NT). Pero esta mentalidad hizo que otros grupos o sectas judías (entre ellas los cristianos y los esenios, a los que pertenecen los Rollos del Mar Muerto), convencidos de que el tiempo de la Revelación y de la profecía no había concluido, dieran igualmente valor sagrado a innumerables apócrifos (= “oculto” o “secreto”), que fueron considerados heréticos o no canónicos por la Iglesia católica y el Judaísmo fariseo. B) La palabra latina Testamento (diathèkè en griego) fue empleada por los cristianos para traducir el concepto religioso y literario hebreo de “Alianza” (berith). Desde finales del siglo II (Ireneo, Clemente de Alejandría), los cristianos aceptan como libros sagrados tanto los de su Nuevo Testamento (kaïnè diathèkè) como los del Antiguo Testamento (palaïa diathèkè) y todos ellos integran, por tanto, su Biblia. Los judíos, por su parte, no reconocen como obra inspirada el NT, siguen utilizando la terminología tradicional (Escrituras, Libros santos o Biblia) para designar sus textos sagrados, y siempre se sentirán superiores a los cristianos por sus conocimientos de la lengua hebrea, estando, además, convencidos de que al final de los tiempos las Sagradas Escrituras les serían arrebatas a los cristianos y devueltas a los judíos: entonces todas las disputas sobre la Biblia cesarían y todos los pueblos hablarían hebreo (Stemberger, 203). C) El término Biblia se popularizó en el siglo XII. Originariamente, byblos significaba papiro, el material en el que se escribía y, por extensión, el término pasó a designar lo escrito en el mismo. En época helenística, la palabra griega biblion (libro pequeño) fue utilizada por los primeros traductores griegos de las Escrituras (los LXX o Septuaginta) para verter a su idioma el término hebreo sépher. El plural de biblion, Biblia, se atestitua ya en Juan Crisóstomo (siglo IV), y se homologará para siempre en latín, como femenino singular, en la Edad Media. Esta terminología prueba la adopción definitiva y el triunfo cultural del codex (cuaderno o libro formado con hojas o membranae unidas), en cuya implantación (frente a los más frágil...


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