1. Origen y estructura de la Biblia PDF

Title 1. Origen y estructura de la Biblia
Course Didáctica del medio natural
Institution Universidad de Oviedo
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Religión...


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1.- LA BIBLIA: ORIGEN Y ESTRUCTURA. “Dios habla en la Escritura por medio de hombres y en lenguaje humano; por tanto, el intérprete de la Escritura, para conocer lo que Dios quiso comunicarnos, debe estudiar con atención lo que los autores querían decir.” (VATICANO II, Constitución sobre la Divina Revelación, nº 12) Creemos, los que creemos en estas cosas, que la Biblia es Palabra de Dios, que Dios nos habla en ella. Pero afirma el Concilio que Dios nos habla a través de unos hombres. Para entender a Dios es menester, pues, entender previamente a los hombres por medio de los cuales se comunica con nosotros. Los Padre de la Iglesia utilizaban la palabra enlogación, en paralelo con encarnación. Si el Verbo de Dios se encarnó, es decir, tomó carne humana y habitó entre nosotros, esta encarnación había sido preparada por la enlogación: la Palabra de Dios había tomado logos (palabra) humana, se había encarnado en la palabra humana, se había “empalabrado”. Y lo mismo que para explicar el misterio de Cristo Dios y hombre no se pueden ignorar o recortar ni su humanidad ni su divinidad, en el misterio de la Sagrada Escritura no se pueden negar ni mutilar ninguno de sus dos aspectos: la Escritura es Palabra de Dios y es palabra humana. Y hay que entender a los autores humanos de esas palabras para captar lo que Dios nos comunica a través de ellos. La palabra amiga de Dios (DV 2) ha podido convertirse en literatura humana porque ha existido previamente un Dios empeñado en mantener diálogo con la humanidad, y porque ha existido un pueblo con capacidad de escuchar a ese Dios. La Biblia nace como consecuencia de ese diálogo, lo expresa fielmente y lo documenta de manera fehaciente. Esta relación de comunicación atendida identifica a ambos interlocutores. El Dios bíblico no es simplemente un verdadero Dios, ni siquiera el único Dios: es, sobre todo el Dios de la Palabra. Este Dios existe comunicándose; es un Dios que vive para quien le escucha, porque tiene mucho que decir; es un Dios que se ha dado a conocer hablando “muchas veces y de diversos modos” (Heb 1,1). El pueblo de ese Dios de Palabra tiene que ser, necesariamente, un pueblo que vive a la escucha, una comunidad que responde con la obediencia. Ese pueblo que cree que Dios habla a quien le presta audiencia es el que está llamado a conservar y transmitir, leer e interpretar, comentar y, sobre todo, obedecer la Palabra que cree escuchar. El pueblo de Dios escucha a su Dios si le obedece, si acoge la Palabra de Dios y vive respondiendo a ella. Aunque el interlocutor de Dios, el destinatario de su Palabra, es siempre el pueblo oyente, Dios nunca le habla directamente. La mediación humana es una característica constante del diálogo mantenido por Dios con su pueblo. Quien lee la Biblia asiste, ciertamente a un diálogo entre un Dios que quiere decir algo significativo y a un pueblo que se siente interpelado y responde escuchando lo que Dios tenga que decirle. Si el lector de la Escritura (niño, padre, anciano, sacerdote, catequista...) quiere convertirse en interlocutor de Dios, tendrá que, además de hacer suya la experiencia del pueblo que oyó a Dios, aceptar el modo que Dios eligió para comunicarse: la palabra humana. Nuestra labor como profesores, catequistas y miembros de una familia será hacer presente a lo largo de estas clases, la palabra de un Dios dialogante, en cada uno de los ámbitos en los que trabajemos.

1.1.- ¿ QUÉ ES LA BIBLIA? Como realidad humana, la Biblia es un libro viejo. Mejor dicho, muchos libros viejos. Las palabras griegas ta biblia son el plural de to biblion, que significa el libro. La Biblia es un caso excepcional entre las obras de la literatura universal. Es una auténtica biblioteca que agrupa más de 70 volúmenes diferentes. La diversidad literaria no acaba en los libros sino que también se encuentra en el interior de esos escritos. Esta biblioteca se ha ido formando durante más de 1000 años y se completó hace ya casi 2000. Todas las ediciones de la Biblia suelen presentarse divididas en dos grandes bloques: el Antiguo Testamento, que contiene 46 libros y el Nuevo Testamento con 27. En este caso, el significado de la palabra Testamento procede del término hebreo berit que significa alianza. Por otra parte, la oposición antiguo-nuevo refleja la convicción cristiana de que Dios mantuvo un pacto con Israel por medio de Moisés y de que lo renovó con todos los hombres y mujeres en Jesús de Nazaret; la primera alianza anunciaba la segunda y definitiva. Ello tiene como consecuencia que los judíos creyentes, herederos directos del pueblo de Israel, acepten como Escritura Sagrada sólo los libros que para nosotros, los cristianos pertenecen al Antiguo Testamento. Los cristianos creemos que toda la Biblia contiene y revela a Cristo: el Antiguo Testamento es germen y preparación, anuncio y tierra madre de donde y en donde nacería el Verbo hecho carne, y el Nuevo Testamento como plenitud, cumplimiento y realidad definitiva. El absurdo de un Dios que “nos habla por medio de hombres y en lenguaje humano” se entiende, pues, desde otro absurdo mayor: el de un Dios que se hace hombre y que asume toda la realidad humana como medio de expresión y manifestación para poder ser interlocutor nuestro y elevarnos a la inimaginable dignidad de ser interlocutores suyos. La Biblia no la planeó nadie. Nadie se puso a escribir la Biblia. Nadie proyectó de antemano su contenido, su orden, sus distintos libros y capítulos. Este volumen fue formándose poco a poco, con el paso de los siglos, conforme se fueron amontonando textos y obras literarias que habían surgido para responder a las distintas circunstancias y necesidades del pueblo. La Biblia es la biblioteca religiosa de Israel. Como cualquier otro escrito humano, la Biblia es obra característica de sus autores y, sobre todo, de su tiempo. Refleja las ideas y los conocimientos, la sensibilidad cultural y las costumbres sociales imperantes en la época de su redacción. Por eso, no ha de extrañar que hoy en día lo que dice sorprenda, e incluso escandalice a muchas personas, creyentes incluidos (resulta difícil creer en un Dios que pide el sacrificio del hijo primogénito o que mata a los primogénitos de Egipto, por ejemplo). Desde sus inicios hasta el día de hoy la Biblia ha sido considerada por un pueblo creyente como su Libro Sagrado. Este pueblo pasó por sucesivas etapas históricas que fueron influyendo en su fe y en la formulación de ésta. Poco a poco, se fue acostumbrando a ver sus vicisitudes a la luz de cuanto tenía escrito. Dios le había hablado en la historia pasada; prueba de ello era la Escritura que tenía a disposición. Dios le seguía hablando en la historia pasada; prueba de ello era la Escritura que tenía a disposición. Dios le seguía hablando en la vida presente, y la Biblia escrita le garantizaba discernir su voz de nuevo. Se daba así una interacción mutua entre la vida del pueblo y la Palabra de Dios; el libro era, al mismo tiempo, crónica de su pasado con Dios y expresión actual de su fe en Él. En cuanto documento histórico, los libros sagrados tienen demasiado lastre humano como para pensar que son nítida expresión de la voluntad divina. No obstante, si el pueblo respetó esos libros, no fue tanto porque guardaban su memoria histórica, la

historia de sus orígenes y la crónica de sus hazañas, sino porque creía que en ellos Dios le seguía hablando. En ellos, el pueblo descubría cómo era su Dios, cómo se había relacionado con sus padres y antepasados; desde ahí se imaginaba cómo se comportaría con él y qué es lo que quería de sus hijos y herederos. Si el Dios de Abraham no había permitido el sacrificio del primer hijo, es porque renunciaba a exigir sacrificios humanos: un Dios que les exigiera tales sacrificios no era digno de Abraham ni merecía la fe de sus hijos. Si el Dios de Israel había luchado por liberarles de Egipto y de la esclavitud, era porque estaba en contra de cualquier situación de servidumbre; cada vez que Israel perdiera su libertad, podría tener la seguridad de que Dios vendría en su auxilio. Recordar y releer las actuaciones pasadas de Dios en su historia llevaba al pueblo de Israel a sensibilizarse con las posibles actuaciones de Dios en su presente y a soñar nuevas realizaciones divinas. El ver ligado a Dios con su propio pasado desde siempre daba a su pueblo la seguridad de que ese Dios les acompañaría, manifestándose dentro de su propia historia, en medio de sus preocupaciones normales, sin librarle nunca de la responsabilidad diaria de vivir ni de sus continuas ocupaciones. El rostro del Dios bíblico es el de un Dios que estuvo y está con su pueblo, que caminó y camina a través de los mismos desiertos, que acampó en las mismas tierras y permanece allí donde se encuentre su pueblo. La Biblia no es ciertamente un libro cualquiera. Es el relato de una aventura de amor mantenido y desamores frecuentes, la narración de una difícil relación entre un Dios extraño y un pueblo que ha de extrañarse de su Dios. Este Dios, amante celoso, que eligió a un pueblo entre muchos y jamás se verá correspondido como deseaba. Por su parte, el pueblo se vio sorprendido por la selección de un Dios desconocido y le resultó penoso tener que cargar, durante toda su existencia, con esa elección gratuita (Ex 20,5; 34,14). Para quien se acerque a la Biblia ajeno a este drama o sin interés hacia él, su lectura no será un acontecimiento apasionante. Quien no se sienta elegido ni se sepa amado por ese Dios, no tendrá ojos ni corazón para leer ese libro.

1.2. ¿QUÉ NO ES LA BIBLIA? -

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La Biblia no es un libro científico. Pero nos transmite los conocimientos del mundo y del ser humano propios del tiempo en que se escribieron los textos. La Biblia no es un libro histórico. Pero aunque no sea esa su intención primera, nos da a conocer acontecimientos que en ocasiones nos son conocidos solamente por ella. Repetidas veces sucede que descubrimientos históricos posteriores dan la razón a la Biblia. La Biblia no es un libro escrito de una sola vez. Entre los textos más antiguos del Antiguo Testamento y los más recientes del Nuevo Testamento podemos calcular un espacio de unos mil trescientos años. La Biblia no es un conjunto de libros homogéneos. Dios no nos comunica todas sus verdades desde el principio de la revelación. Dios hace que la reflexión sobre la verdad divina sea progresiva y acondicionada al momento de la humanidad. Desde san Juan Crisóstomo se habla de la condescendencia divina, por la cual Dios va comunicando la verdad a las personas de forma progresiva. Con razón podemos hablar de los procesos y progresos en la Biblia. Los Evangelios, con la persona de Jesús, son la cumbre de llegada.

1.3. EL A.T. , LA CRÓNICA DE UNA ALIANZA CON DIOS QUE DURÓ UNOS 2000 AÑOS. Los libros del Antiguo Testamento cubren la historia del pueblo de Dios desde sus orígenes hasta los años de la aparición de Jesús en Nazaret: en total, unos 1800 años. Los once primeros capítulos de la Biblia, que narran la creación del mundo y los primeros pasos de la humanidad, no son crónica histórica de lo sucedido en un principio, sino reflexión de unos autores sobre la condición del hombre y sobre el origen del mundo. Esa reflexión se expresa según una mentalidad muy primitiva y emplea concepciones míticas que, con toda probabilidad, fueron tomadas de la literatura de su tiempo. Así pues, la historia narrada en los libros del Antiguo Testamento corresponde a casi dos milenios de la historia universal. La historia del texto bíblico es considerablemente más corta, pero resulta todavía muy extensa si se compara con cualquier otra literatura antigua. Desde que surgieron los primeros relatos escritos hasta que se ha llegado a su última redacción, en el orden que ha llegado a nosotros, se necesitaron unos 600 años para su edición definitiva. De ahí que no se pueda encontrar en la Biblia mucha unidad, ni en los contenidos, ni en las formas de expresión literaria. Las situaciones por las que pasó el pueblo, los cambios de mentalidad y el progresivo proceso de culturización han quedado de alguna manera impresos en estos libros. La liberación de Egipto, que actuó como centro focal y programa organizador de todo el Antiguo Testamento; desde él puede entenderse cuanto éste nos narra. Este suceso que unifica la diversidad de libros y mensajes, las sucesivas situaciones históricas y las diferentes reflexiones de fe es la salida de Israel de Egipto camino de la Tierra Prometida. Con toda probabilidad, podemos fechar este acontecimiento histórico hacia el 1250 a.C., bajo el imperio del faraón Ramsés II (1304-1238 a.C.). Este suceso fue, y sigue siendo para el pueblo hebreo no sólo el comienzo de su nacimiento a la historia humana como pueblo libre, sino también la ocasión primera en que se encontró con su Dios. El Dios del Antiguo Testamento es el Dios que se da a conocer liberando esclavos, facilitando fiestas, prometiendo tierras propias y prósperas a unos desheredados (Ex 12,1). Para Israel, el culto al Dios de su libertad siempre irá unido a la seguridad de su futuro nacional; su encuentro con Dios le hizo encontrarse consigo mismo como pueblo soberano. Cuando el pueblo de Israel esté instalado definitivamente en su tierra, aquella que Dios le concedió y que él tuvo que conquistar con sangre, recordará y pondrá por escrito por vez primera las tradiciones que se iban repitiendo de generación en generación (Ex 13,3-8). Durante el período de la Monarquía (1035-586 a.C.), la prosperidad en la tierra llevó al olvido y menosprecio del Dios que les había hecho dueños. Entonces surgieron profetas, que recodaron al pueblo la bondad de Dios y les recordaron también sus obligaciones, aquellas que habían pactado libremente con su Dios aliado. Su fracaso personal les llevó a predecir castigos inminentes y la fe en la fidelidad de Dios les hizo imaginar nuevos actos liberadores de Dios y concebir éxodos renovados (Is 44-56). Fueron estos hombres, creyentes rectos en tiempos difíciles, dramáticamente solos en medio de su pueblo infiel, los que soportaron la carga

de predicar las exigencias de Dios y quienes entrevieron la necesidad de nuevas alianzas con pueblos nuevos que poseyeran corazones nuevos y nuevo espíritu (Jr 31,31-34; Ex 36, 22-28). La profundidad de su experiencia religiosa, que no encuentra paralelo en la literatura religiosa mundial, está recogida en la obra escrita profética que recoge sus oráculos y sus tragedias, su confianza y sus desesperanzas, su vida a veces y también su muerte. Tras el exilio en Babilonia (586-538 a.C.), se inició un período de reconstrucción nacional (538-63 a.C.) en torno a sabios y sacerdotes que intentaron restaurar la fe antigua y renovar las instituciones seculares. A ellos se debe la primera edición de los libros bíblicos y la elaboración de otros nuevos. Esta etapa se caracteriza por la influencia cultural, y a veces política, del mundo helenístico en Palestina. Ante este influjo, los creyentes reaccionaron de diverso modo. Unos lucharon por permanecer fieles a las tradiciones de sus mayores, rechazando toda acomodación a la moda helenística; otros, en cambio, buscaron el modo de expresar su fe antigua dentro de los conceptos en boga y según la sensibilidad moderna. Ambas posturas dieron como resultado diferentes obras escritas. Los conservadores escribirán la crónica de su resistencia militar y de su fidelidad creyente en los libros de los Macabeos. Los progresistas publicarán en griego el libro de la Sabiduría, que es una defensa de la fe bíblica para un público con mentalidad helenística. Tal vez, este fue el período de mayor producción literaria y uno de los más inquietos y turbulentos desde el punto de vista sociopolítico. El nacimiento del cristianismo y los desastres nacionales, sobre todo en el año 70 d.C., con la destrucción de Jerusalén, y en el año 135 d.C., con la expulsión de todos los judíos de Palestina, obliga al judaísmo a defenderse contra todos, también contra las sectas que habían surgido en su seno, y buscar la unidad interna en torno a lo único que les había quedado de sus instituciones salvíficas: la Ley. Así se elaboró un canon de libros sagrados hacia el año 90 d.C. y se separó públicamente de cuantos no tenían la misma fe y leían las mismas Escrituras. De esta forma quedó sellada la ruptura con la religión cristiana y aparecían unas nuevas Escrituras: El Nuevo Testamento.

1.4. EL N.T., LA EXPERIENCIA DE UNA ALIANZA CON DIOS QUE NO TENDRÁ FIN. Los libros del Nuevo Testamento abarcan un espacio de tiempo relativamente corto. Los 27 libros que comprende todo lo que hoy llamamos Nuevo Testamento se escribieron entre los años 50 y 110 d.C. Posiblemente, su característica más notable es que todos estos libros son escritos ocasionales, fruto de una situación histórica concreta en la que hay que colocarlos si se quieren comprender. Esto significa que estos documentos tienen sentido en aquellas circunstancias para las que se escribieron. Bajo esta perspectiva, son verdaderos documentos del pasado que nos ayudan a entender las vicisitudes y los problemas de aquellas generaciones cristianas primitivas. Las respuestas que dieron a sus problemas, que ya no pueden ser los nuestros, son capaces de iluminar nuestras cuestiones contemporáneas a la luz de Dios: son para nosotros palabra suya. Lo que para ellos fue la solución adecuada en aquellos tiempos, nosotros lo aceptamos como la solución adecuada para cualquier tiempo.

Al parecer, ni Jesús escribió, ni mandó a sus discípulos que lo hicieran. Su poder residió en su palabra y quiso que sus seguidores fueran predicadores. Tras la muerte y resurrección de Jesús, los discípulos pasaron del desánimo a la valentía, de la infidelidad a la entrega hasta la muerte, con tal de proclamar que Jesús de Nazaret estaba vivo. Poco a poco, las propias necesidades de la predicación impusieron que se fueran recogiendo en colecciones las palabras pronunciadas por Jesús que recordaban sus discursos y parábolas, sus acciones y milagros, sus encuentros con algunas personas y sus polémicas con autoridades y grupos religiosos. Estas colecciones, que pronto se pusieron por escrito, estaban pensadas como ayuda práctica para el proselitismo entre no creyentes y como profundización en el conocimiento de Jesús para los ya bautizados. Este esfuerzo misionero inicial dio resultados sorprendentes. En pocos años, entre el 35 y el 65 d.C., nacieron comunidades cristianas repartidas por todo el mundo conocido de aquella época. Los grandes evangelizadores no podían acudir con frecuencia a visitar los grupos que habían fundado, y éstos se encontraban con problemas nuevos que surgían de su fe profesada en un mundo pagano y también de la deficiente comprensión de la predicación apostólica. La figura más característica de este período es Pablo de Tarso, un judío helenista convertido, que dedicó toda su vida a la predicación de aquel Jesús que él había perseguido con tanta saña sin haberle conocido personalmente (Hch 9,131). Pablo llevó a cabo continuos viajes para crear comunidades cristianas, para convivir con ellas todo el tiempo que le fuera posible, guiando su progreso en su vida cristiana. Incluso cuando estaba lejos de ellas, creando nuevos puestos de misiones, seguía cuidando de ellos enviándoles emisarios personales o cartas que siempre hacían referencia a los problemas, teóricos o prácticos, que dominan a los suyos. Sin que fuera ése su objetivo, y sin grandes pretensiones dado su contenido, las cartas iniciaron la colección de escritos que hoy conocemos como Nuevo Testamento. No puede haber en los orígenes de la Biblia cristiana nada más familiar que unas simples cartas. Podríamos tomar este hecho como pura anécdota, pero es reconfortante pensar que un Dios, que quería entablar comunicación definitiva con la humanidad, empezara escribiéndole cartas. Posteriormente, en el período comprendido entre los años 65 al 90 d.C., la situación de la comunidad cristiana, que estaba ya presente en las ciudades más importantes del Imperio Romano, se fue estabilizando. Las comunidades necesitaban mayor atención, eran más numerosas y la convivencia se hizo más problemática. Por otra parte, los grandes misioneros que conocieron personalmente a Jesús y que, testigos de su resurrección, garantizaban con su autoridad la doctrina iban muriendo. Ante esta situa...


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