Actividad DE Traducción Hombre DEL SUR PDF

Title Actividad DE Traducción Hombre DEL SUR
Course traducción literaria (inglés-español)
Institution Universidad de Las Palmas de Gran Canaria
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Summary

Practica de traducción obra literaria, fragmento....


Description

Name: Tindaya Surname: Prats León Subject: Traducción Literaria (Inglés- Español) El Hombre del Sur Roald Dahl Eran cerca de las seis, así que pensé en pedir una cerveza, tumbarme en una hamaca cerca de la piscina y tomar un poco el sol de la tarde. Cuando me dieron la cerveza, me dirigí a la piscina pasando por el jardín. Era un jardín muy hermoso, lleno de césped, flores y grandes palmeras repletas de cocos. El viento soplaba fuerte en la copa de las palmeras haciendo que las palmas, al moverse, hicieran un ruido parecido al fuego. Podía observar los grandes racimos de cocos colgando por debajo de las ramas. Había muchas hamacas alrededor de la piscina, así como mesas blancas y enormes sombrillas de colores; hombres y mujeres quemados por el sol estaban sentados por los alrededores en traje de baño. Dentro de la piscina, tres o cuatro chicas y al menos una docena de chicos chapoteaban, gritando, pasándose una gran pelota de goma. Permanecí mirándolos. Las chicas eran unas inglesas del hotel donde me hospedaba. A los chicos no los conocía, pero parecían americanos. Pensé que seguramente serían cadetes navales que habrían llegado en un barco militar al puerto, aquella mañana. Llegué hasta allí y me senté bajo una sombrilla amarilla donde había cuatro asientos vacíos, me serví la cerveza y me acomodé con un cigarrillo entre los dedos. Era muy agradable sentarse ahí a la luz del sol, con una cerveza y un cigarro. Era placentero sentarse y mirar a los bañistas chapotear en el agua verde. Los marineros americanos se llevaban bien con las inglesas. Habían llegado hasta el punto de que buceaban juntos bajo el agua y las hacían subir a la superficie, sujetándolas por las piernas.

1

En aquel momento contemplé a un hombrecillo mayor, que caminaba rápidamente por el borde de la piscina. Llevaba un traje blanco, y caminaba muy rápido, dando un saltito a cada paso. Llevaba un gran sombrero de paja e iba mirando a la gente y a las hamacas, mientras daba saltos, a lo largo de la piscina. Se paró frente a mí y sonrió, enseñándome dos hileras de dientes pequeños y desiguales, sutilmente deslustrados. Yo también sonreí. —Perdone patrón. ¿Me podría sentar acá? —Claro —dije yo—, tome asiento. Dio la vuelta a la silla y la examinó por seguridad. Luego se sentó y cruzó las piernas. Sus zapatos blancos tenían pequeños agujeros por todos lados, para evitar el calor. —Una tarde espléndida—dijo—; las tardes son magníficas aquí, en Jamaica. No estaba seguro de si su acento era mexicano o venezolano, pero si estaba casi seguro de que era de América de Sur. Y también se le veía viejo, sobre todo cuando se le miraba de cerca. Tendría unos sesenta y ocho o setenta años. —Sí—dije yo—esto es maravilloso, ¿no cree? —¿Y quiénes son esos chamacos, si puedo preguntar?, dijo con un destacado acento. No son del hotel, ¿verdad? Señalaba a los bañistas de la piscina. —Creo que son marinos americanos —le dije—,son cadetes americanos que están aún aprendiendo el oficio. —¡Claro que serán gringos! ¿Quiénes si no platicarían haciendo tanto ruido? Usted no es gringo, ¿verdad? De repente, uno de los cadetes americanos se detuvo frente a nosotros. Estaba totalmente empapado porque acababa de salir de la piscina y una de las inglesas se encontraba ahí con él. —¿Están ocupadas estas sillas? —preguntó. —No —contesté yo.

2

—¿Les importa que me siente? —No, adelante. —Gracias —dijo. Llevaba una toalla en la mano, y al sentarse sacó un paquete de cigarrillos y un mechero. Le ofreció a la chica, pero ella lo rechazó; luego me ofreció a mí y cogí uno. El hombrecillo, en cambio, dijo: —Gracias, pero creo que tengo un cigarrito puro, patrón. Sacó una pitillera de piel de cocodrilo y cogió un puro. Después, sacó una navaja que contenía unas pequeñas tijeras y cortó la punta del puro. —Yo le daré fuego —dijo el muchacho americano, acercándole el mechero. —No lo va a encender, chico, con este viento. —Claro que se encenderá. Siempre funciona. El hombrecillo sacó el puro de su boca y movió la cabeza hacia un lado, mirando al muchacho con atención. —¿Siem-pre? —dijo lentamente. —¡Claro! Nunca falla. Al menos a mí nunca me ha fallado. El hombrecillo continuó mirando al muchacho. —Bien, bien, así que usted dice que este encendedor no falla nunca metiche. ¿Me equivoco que es lo que dice así usted pues? —Eso es —dijo el muchacho. Tendría unos diecinueve o veinte años y su rostro, al igual, que su nariz, era alargado. No se encontraba muy bronceado y su cara y su pecho estaban llenos de pecas, además de poseer un ligero vello pelirrojo. Tenía el mechero en la mano derecha, listo para poder encenderlo. —Nunca falla —dijo sonriendo porque ahora exageraba su anterior alarde deliberadamente—, le prometo que nunca falla. —Un momento, por favor, chamaco -pronunció con su distinguido acento-

3

La mano que sostenía el cigarro se levantó como si estuviera parando el tráfico. —Un momento, pues, chiquito. Tenía una voz suave y constante; miraba al muchacho, reiteradamente. —¿Qué le parece a usted si hacemos una pequeña apuesta sí? —le dijo sonriendo—. ¿Apostamos pues si enciende o no su mecherito? —Por supuesto, apuesto —dijo el chico—. ¿Por qué no? —¿Le gusta apostar? —Sí, siempre lo hago. El hombre hizo un parón y examinó su puro y debo admitir que no me gustó demasiado la manera en la que se comportaba. Parecía que quería sacar algo más de todo aquello y avergonzar al muchacho. De manera simultánea, me dio la sensación de que se estaba guardando un buen secreto para sí mismo. Miró de nuevo al muchacho y dijo pausadamente: —A mí también me gusta apostar chiquito. ¿Por qué no hacemos pues una buena apuesta? Una bien grande —repitió varias veces. —Oiga, espere un momento —dijo el chico—. Le apuesto un dólar o un par de centavos, o lo que tenga en el bolsillo; algunos chelines, imagino. El hombrecillo movió su mano de nuevo. —Óigame usted chavito, nos vamos a divertir: hacemos esta apuestita. Dale y subimos a mi habitación del hotel en donde estaremos protegiditos del viento y le apuesto a que usted criatura, no puede encender su famoso mecherito diez veces seguidas sin fallar, chico. —Le apuesto a que puedo —dijo el muchacho.

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