Arq. Griega - Leland Roth PDF

Title Arq. Griega - Leland Roth
Author Ingrid Schulz
Course Estructuras I Estructuras I
Institution Universidad Nacional del Nordeste
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Entender la arquitectura Sus elementos, historia y significado Leland M. Roth

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CAPÍTULO 11

Arquitectura griega

El arquitecto griego… manejó tanto formas naturales como fabricadas. Con ellas exaltó sus tres motivos inmortales: la santidad de la tierra, la dimensión trágica de la vida humana sobre la tierra, y las naturalezas benévolas de aquellos testigos de los hechos de la existencia que son los dioses. Vincent Scully, The Earth, the Temple, and the Gods, 1962

Los griegos estaban orgullosos de su arquitectura pública y religiosa, y ya desde la antigüedad, la blanca forma marmórea del Partenón en lo alto de la Acrópolis de Atenas siempre despertó la admiración general como una realización muy especial. Al describir su visita a Atenas, Pausanias, geógrafo y escritor del siglo II a. de C., escribía, admirado, sobre el “magnífico, admirable y vistoso templo de Atenea llamado el Partenón” que se alza sobre la Acrópolis para dar la bienvenida al que llega a la ciudad.1 A lo largo de los siglos siguientes, el Partenón continuó siendo exaltado en las obras literarias, pese a que, a partir del momento de su absorción por el imperio otomano, Grecia rara vez fuese visitada por los europeos. Y no fue hasta mediados del siglo XVIII cuando una expedición inglesa, encabezada por James Stuart y Nicholas Revett, se aventuró a llegar hasta Atenas para informar de manera científica sobre el aspecto real del legendario Partenón. La reputación que los antiguos atribuían al edificio resultó así confirmada, y el Partenón se convirtió en un símbolo de la claridad y precisión de la arquitectura clásica griega. Ello condujo a un renacimiento de la arquitectura griega durante el siglo XIX , con un nuevo reconocimiento de la forma, pese a que el espíritu que había creado el Partenón hubiera dejado de existir. A partir de mediados del siglo XIX , en la medida en que el conocimiento de la historia y la literatura griegas dejaron de ser el rasero para valo-

rar el nivel cultural de una persona, la cultura griega volvió a ignorarse. De ahí que, para entender la claridad intelectual de la antigua arquitectura griega sea preciso tener algunos conocimientos previos sobre la civilización que la alumbró. Los antiguos griegos del periodo comprendido entre el 750 y el 350 a. de C. aprendieron mucho de Egipto, adaptando aparentemente su escultura arcaica y su arquitectura pétrea de columna y dintel a los modelos egipcios. Este hecho fue admitido sin dificultad por ellos mismos, ya que, como escribiera Platón en su Epinomis : “Todo lo que los griegos adquieren de los extranjeros acaban por transformarlo en algo más noble”.2 Sin embargo, los griegos no tardaron en conformar un arte y una arquitectura inequívocamente propios, creando un sistema de valores basado en la exaltación de las capacidades humanas, que ha servido de fundamento a toda la cultura occidental posterior.

La geografía de Grecia De la misma manera que en Egipto el río y el desierto crearon una cultura particular, la geografía y el clima de Grecia influyeron en la cultura griega, aunque en este caso fomentó un punto de vista radicalmente diferente sobre el papel del hombre en el mundo. En la antigüedad, Grecia abarcaba bastante más que la amplia península que se extiende al sur de los Balcanes, en el extremo suroriental de Europa; en efecto, a partir del segundo milenio a. de C. en adelante también incluyó la plétora de islas diseminadas al sur y al este de la península, así como las situadas frente a la costa de Anatolia, o Asia Menor, es decir, a lo largo de lo que hoy es

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la costa de Turquía. De hecho, los antiguos griegos hablaban del mar Egeo, comprendido entre la península griega y Asia Menor, como de la charca, no en vano sus habitantes estaban diseminados por sus dos orillas. El relieve de Grecia es sumamente accidentado, una plegada masa de crestas calcáreas y marmóreas que se adentran en el mar a modo de dedos, produciendo innumerables cuevas, golfos profundos y puertos naturales. El territorio está dividido en tres partes fundamentales, centradas en la península principal. En la zona sureste de la península principal se halla la región Ática, con la ciudad de Atenas. Frente a la costa este de la península, y muy próxima a ella, se extiende la alargada isla de Eubea. Al sur de la península, como una mano gigantesca con sus dedos extendidos hacia Creta y Egipto, está situada la península del Peloponeso, de menor tamaño que la principal y vinculada a ella, en el istmo de Corinto, por medio de una estrecha lengua de tierra. Existen escasas extensiones de terreno llano, excepción hecha de las llanuras coste-

ras y los esporádicos valles. La agricultura fue siempre difícil, problema que se agravó aún más con la tala de los bosques y la consiguiente erosión de la delgada capa de suelo. Tal erosión ya estaba bien avanzada incluso en la antigüedad; no en vano el mismo Platón, en sus diálogos Critias, ya observaba que “se ha erosionado el suelo fértil, dejando únicamente el esqueleto de la tierra”.3 El viaje desde una llanura o valle al siguiente era algo siempre peligroso. De ahí que, desde muy antiguo, los griegos se volcaran hacia el mar y lo adoptaran como su principal medio de comunicación, y que esa arriesgada incursión en los mares alimentara en los griegos un espíritu aventurero, un gusto por la acción y una eterna predisposición a poner a prueba sus propias fuerzas. El temperamento duro y tenaz de los griegos se forjó como respuesta a un medio que podía cambiar dramáticamente en un instante ya que, además de a las violentas tormentas acompañadas de aparato eléctrico, la región es muy proclive a los terremotos, peligros ambos con los que muy rara vez tuvieron que

ANTIGUA GRECIA Bizancio

Troya

MAR EGEO

Delfos

MAR JîNICO

Ática Micenas Olimpia

Asia Menor

Atenas

Jonia Priene

Tirinto Esparta

Mileto

Corinto Epidauro

Peloponeso Rodas

Área minoica 3000-1400 a. de C. Áreas micénicas 2000-1200 a. de C. Estados griegos, 431 a. de C.

Creta Cnossos

0 0

200 km 100 mi

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enfrentarse los egipcios. La economía agrícola de los griegos se basaba en pequeñas granjas de tipo familiar, escasamente comunicadas entre sí por lo accidentado del relieve, característica que impidió una auténtica consolidación de sus numerosas ciudadesestado en una nación centralizada. Sin embargo, los griegos compartieron una religión común y una lengua rica que los mantuvo apartados de aquellos que, según ellos, hablaban un idioma disparatado que sonaba como “bah-bah”: los bárbaros. Los griegos se consideraban a sí mismos como helenos, cualquiera que fuera la nación estado a la que pertenecieran, y a su tierra, en conjunto, como la Hélade.

La Grecia minoica y micénica Los griegos de lo que se acostumbra a llamar periodo clásico (en el que centraremos nuestro estudio), aproximadamente comprendido entre el 479 y el 338 a. de C., tuvieron como antecedente las diversas culturas de la edad del bronce que florecieron primero en la isla de Creta, –al sur de las islas Cícladas, en el extremo meridional del mar Egeo– y más tarde en el Peloponeso y la Grecia central. La cultura más antigua que se conoce en esta isla es la minoica, que empezó hacia el 3400 a. de C. y alcanzó su apogeo entre los años 1600 y 1400 a. de C. El descubrimiento del arte minoico (del mítico rey Minos) lo debemos a las excavaciones realizadas hacia finales del siglo XIX por el arqueólogo sir Arthur Evans, para quien esta cultura estuvo centrada en torno al inmenso y diseminado conjunto del palacio y centro administrativo de Cnossos [11.1]. El palacio de Cnossos medía más de 140 metros (460 pies) de lado y estaba organizado alrededor de un patio interior dispuesto, aproximadamente, según un eje norte-sur, entre las montañas sagradas y la costa septentrional. El edificio, de gran complejidad en planta, estaba dotado de un avanzado sistema de conducción de agua y de evacuación, mediante tubos cerámicos y cloacas. En algunos lugares, los muros alcanzaban alturas de hasta cinco y seis pisos, presentando las fachadas numerosos retranqueos en torno a los patios de luz y cajas de escalera. Las paredes de las cámaras principales estaban decoradas con

11.1. Palacio real, Cnossos (Creta), ca. 1600 a. de C. Planta del nivel principal. Este palacio era una combinación de residencia, centro administrativo y almacén, y carecía de murallas protectoras.

pinturas al temple sobre estuco fresco, de colores vivos y claros con motivos de actividades religiosas y deportivas, como procesiones, escenas de tauromaquia, de gineceo, cortesanas y funerarias. No parece descabellado pensar que la laberíntica complejidad del palacio de Cnossos y el culto al toro fomentaran la leyenda de Teseo y el Minotauro, que vivía encerrado por Minos en el mítico laberinto. En todo caso, los conjuntos palatinos de Creta destacan por la total ausencia de murallas, lo que sugiere que los cretenses tenían un dominio tan aplastante del mar como para no temer a las invasiones. Esta centralización en la vida civil del palacio separa totalmente la cultura minoica de la egipcia que, como ya sabemos, estaba centrada en la tumba, y de la mesopotámica, centrada en el templo del zigurat. Poco antes del 2000 a. de C., los asentamientos cretenses costeros fueron conquistados por un nuevo pueblo que presumiblemente procedía del norte. Hacia el 1600 a. de C., los invasores ya habían establecido una cultura diferenciada, llamada micénica por la ciudad de Micenas, en el Peloponeso; esta cultura micénica floreció hasta el 1125 a. de C. El pueblo micénico, más vigoroso y guerre-

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portalón

reconstruido

ro que el cretense, ya había tenido relaciones anteriormente con la antigua civilización minoica. No obstante, en contraste con las ciudades cretenses, los asentamientos micénicos estaban fortificados y se construían en lo alto de mesetas rocosas aisladas. Así, el palacio principal fue construido en alto, rodeado de gruesas murallas de grandes piedras informes cuidadosamente encajadas sin mortero y con otras más pequeñas en los intersticios. Los griegos del periodo clásico, en la creencia de que sólo los cíclopes habrían podido realizar obras de semejante envergadura, calificaron ese aparejo de ciclópeo. Todos los asentamientos importantes de la cultura micénica fueron de este tipo, incluida la propia Micenas, la patria del legendario rey Agamenón, el caudillo de los aliados griegos en la guerra de Troya (La Ilíada de Homero podría ser una narración, épicamente contada y con algunas licencias cronológicas, de una campaña real que tuvo lugar en el nor-

11.2. Palacio real fortificado (acrópolis), Tirinto (Grecia), ca. 1400-1200 a. de C. Planta. Las ciudades micénicas, como la de Tirinto, estaban situadas en lo alto de elevaciones naturales del terreno y completamente rodeadas de murallas defensivas. M = Megarón 11.3. Megarón, palacio real, Tirinto (Grecia), ca. 14001200 a. de C. Se cree que la forma de la cámara ceremonial central, el megarón, suministró el modelo para el templo griego posterior.

te del Asia Menor). En 1939, se encontró en Pylos lo que se ha dado en llamar la casa del rey Héctor, héroe y jefe del ejército troyano en aquella campaña. La ciudad de Tirinto (la de los “tirintos de las grandes murallas”, de Homero), justo al sur de Micenas, en la base del pulgar del Peloponeso, ilustra sobre la organización básica de una de esas residencias reales fortificadas [11.2]. La acrópolis está situada en lo alto de una meseta calcárea que se eleva sobre la llanura de Argos, y rodeada de unas macizas murallas ciclópeas de 6 metros (20 pies) de espesor. El acceso se realiza por el lado de levante mediante una rampa. Esta circunstancia obligaba a los atacantes a aproximarse a la ciudad a lo largo de la muralla este, dejando su costado derecho (el no protegido por el escudo) expuesto a las flechas que lanzaban los defensores desde los parapetos. La entrada se efectúa atravesando un propileo que desembocaba en un primer pa-

Arquitectura griega

tio. Por contraste con la maciza muralla ciclópea exterior, los recintos amurallados interiores están construidos con un entramado de madera relleno de grava. En el lado norte del patio hay otro propileo que da paso a un patio más pequeño, rodeado de una columnata. Éste, a su vez, conduce al corazón del palacio, la sala de recepciones que los griegos llamaban megarón [11.3]. Consiste en un pórtico de entrada, formado por dos machones que sobresalen del paño de pared enmarcando a dos columnas in antis, un pórtico anterior, ya dentro de la sala, y el salón del trono, una dependencia casi cuadrada con cuatro columnas centrales que debían sostener el techo (prácticamente la misma disposición que se encontró en Micenas y en Pylos). En el centro de la sala principal hay un gran hogar circular, lo que sugiere que la habitación debía tener una abertura en el techo. Numerosos almacenes y dependencias completan el conjunto. La historiografía tradicional sostiene que hacia el año 1150 a. de C. la invasión de otro pueblo del norte –los dorios, antecesores directos de los griegos– devastó los centros aqueos, poniendo fin a la civilización micénica. Pese al colapso de la cultura micénica, subsistieron algunos centros de resistencia cultural, como la propia Atenas. Expulsados por los dorios, algunos grupos de diversas polis griegas emigraron del Peloponeso por vía marítima y fundaron colonias en las islas cercanas al Asia Menor, así como en la propia costa de Anatolia. De esta manera, en esta región oriental del litoral asiático que se convertiría en Jonia, prosperaron los restos de la antigua cultura minoico-micénica, mientras que la península griega se sumergía en una era de barbarie que se ha llamado la edad media helénica, por oposición a la edad media cristiana. La arquitectura en piedra y la brillante pintura mural de los palacios minoicos y micénicos fueron arrasadas. Las principales aportaciones culturales de los dorios fueron un lenguaje exquisitamente figurativo y un nuevo grupo de deidades celestiales que gobernaban desde las alturas del monte Olimpo, en el norte de Grecia. Estas divinidades del cielo fueron reemplazando gradualmente a las deidades de la tierra de los minoicos y micénicos, o adoptaron algunos de sus atributos.

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La arquitectura en piedra no mostró signos de reactivación hasta el 750 a. de C., aproximadamente, momento en que también se sitúan los albores de la civilización griega clásica. En Esparta se desarrolló una sociedad caracterizada por un marcado espíritu militarista y gobernada por una aristocracia terrateniente, mientras que en Atenas la cultura doria se fusionaba con los restos de la micénica dando lugar a una vida urbana mucho más cosmopolita y receptiva hacia las nuevas ideas. A la claridad y gracia de las antiguas culturas minoica y micénica se sumaban ahora la pasión e imaginación de la nueva. De la misma época data el inicio de la colonización griega del Mediterráneo, en respuesta a la pobreza de la agricultura autóctona y a la necesidad de materias primas. Casi todas las grandes polis griegas se sumaron a la aventura marítima. Los calcidios de la isla de Eubea fundaron la ciudad de Neápolis (cercanías de la actual Nápoles). Megara fundó los asentamientos de Quersoneso, a orillas del mar Negro, en el extremo meridional de la península de Crimea, y Selinonte (en latín, Selinus), en la isla de Sicilia. Acaya fundó numerosas colonias en la Italia meridional, a la que los romanos llamaban Gran Grecia, incluyendo Sybaris, Poseidonia (llamada Paestum por los romanos) y Messina (la antigua Zancle). Corinto estableció varios centros a lo largo de la costa de lo que hoy es Albania y una importante colonia en Siracusa, en la isla de Sicilia. Focea fundó varias factorías a lo largo de las costas española y francesa, incluyéndose al parecer entre ellas Tarraco (actual Tarragona), Emporion (Ampurias), Massalia (Marsella), Alalia (Córcega), Antipolis (Antibes), Heraclea Monoikos (Mónaco) y Nicaea (Niza). Mileto, la principal ciudad jónica comercial y culturalmente, fundó nueve colonias en Ponto Euxino (el mar Negro). Además, fundó colonias en lugares tan remotos como Cirene, en el norte de África, y Naucratis, en el delta del Bajo Egipto. Los griegos únicamente estuvieron ausentes en aquellos lugares en que sus rivales fenicios habían establecido bases comerciales: Palestina, Siria y el norte de África. Aunque utilicemos la voz colonia , conviene matizar que su empleo aquí no tiene la connotación de “fuente mercantilista de materias primas” que tendrían posteriormente

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las colonias del siglo XVIII. En la antigüedad clásica, una colonia corresponde siempre a la ocupación de territorios, más o menos lejanos, por parte de un grupo coherente de emigrantes, dirigido por el oikistes (fundador). Los griegos las llamaban apoikia, que literalmente significa ‘moradas alejadas’. El resultado de la colonización y del consiguiente comercio con tierras remotas fue la extensión de las ideas de los griegos y, muy especialmente, de su idioma, a todo lo largo del Mediterráneo y del mar Negro.

El carácter griego La combinación de ciertos aspectos de las sutiles culturas minoica y micénica con el pragmatismo de los dorios, modeló un carácter singular, caracterizado por la curiosidad, el amor a la acción y el deseo de perfeccionar los poderes intelectual y físico. El griego quería saber el porqué de los actos de los dioses, cómo era la naturaleza humana, cómo se formó el mundo y de qué manera funcionaba. Y, afortunadamente para todos, perfeccionaron una lengua sutil que les permitió salvaguardar sus especulaciones. Y, por encima de todo, los griegos confiaban absolutamente en su propia superioridad cultural sobre los bárbaros que les rodeaban. La búsqueda griega de la verdad tiene su manifestación más evidente en la filosofía natural desarrollada por los griegos jónicos durante el siglo VI a. de C. El primer ejemplo de filósofo científico fue Tales de Mileto, el más antiguo e ilustre de los Siete Sabios de Grecia. Tales nació en Mileto de una familia tebana; como comerciante que era, viajó por Egipto y Mesopotamia, aprendiendo geometría y astronomía, lo que, al parecer, le permitió vaticinar los eclipses solares. Consideraba el universo compuesto de cuatro elementos básicos: agua, aire, tierra y fuego, una idea que, en cierto modo, anticipó el concepto de átomo como componente elemental indivisible de la materia, propuesto más adelante por Leucipo de Mileto, considerado como fundador del atomismo, y su discípulo Demócrito de Abdera. Los griegos tenían un amor innato a la lógica, el logos (palabra que puede traducirse de varias formas: como ‘palabra inteligible’,

‘razón’, ‘idea’, ‘concepto’), un orden natural cuyo opuesto es la confusión, el desorden, el caos (del griego khaos, ‘abismo’). El griego perseguía como ideal el equilibrio y la simetría (del griego symetria, ‘correspondencia de posición, forma o medida entre los elementos de un conjunto’) en todas las cosas. Nada en la naturaleza era considerado como caprichoso; hasta los dioses tenían razones para sus actos. De ahí que Heráclito escribiera: “Medida y logos son firmes en un mundo cambiante”. Para Heráclito, el cosmos era un equilibrio entre elementos opuestos, como el frío y el calor, el día y la noche, la salud y la enfermedad. En gran medida, esta filosofía estaba basada en hipótesis apriorísticas, más que en la observación de cómo funcionaban las cosas realmente, y Platón se lamentaba de que hubiera demasiada variedad en las apariencias naturales. Tal planteamiento indica que muchos filósofos se adentraban en especulaciones puramente metafísicas. El filósofo jónico Pitágo...


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