El Corredor de la Costa. Conformación del paisaje y reconocimientos de sus recursos culturales PDF

Title El Corredor de la Costa. Conformación del paisaje y reconocimientos de sus recursos culturales
Author Adriana M Collado
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El Corredor de la Costa Conformación del paisaje y reconocimientos de sus recursos culturales Adriana Collado (compiladora) NACIONAL DEL LITORAL El Corredor de la Costa Conformación del paisaje y reconocimiento de sus recursos culturales 1 Consejo Asesor Colección Ciencia y Técnica Hugo Quiroga / Cr...


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El Corredor de la Costa Conformación del paisaje y reconocimientos de sus recursos culturales

Adriana Collado (compiladora)

NACIONAL DEL LITORAL

El Corredor de la Costa Conformación del paisaje y reconocimiento de sus recursos culturales

1

Consejo Asesor Colección Ciencia y Técnica Hugo Quiroga / Cristóbal Lozeco / Susana Marcipar Katz / Juan Claus / José Luis Volpogni / Rossana Ingaramo

Collado, Adriana El Corredor de la Costa. Conformación del paisaje y reconocimiento de sus recursos culturales / Adriana Collado; compilado por Adriana Collado. -1a ed.- Santa Fe: Universidad Nacional del Litoral, 2011. 236 p. + CD-ROM; 25x17 cm. - (Ciencia y Tecnología) ISBN 978-987-657-717-5 1. Arquitectura. 2. Enseñanza Superior. I. Collado, Adriana, comp. II. Título CDD 720.071 1

Coordinación editorial: Ivana Tosti Diseño de interiores: Analía Drago

© Adriana Collado, 2011.

© Universidad Nacional del Litoral, 2011 9 de Julio 3563, cp. 3000, Santa Fe, Argentina. tel.: 0342–4571194 [email protected] www.unl.edu.ar/editorial

Queda hecho el depósito que marca la Ley 11 723. Reservados todos los derechos. Impreso en Argentina – Printed in Argentina

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El Corredor de la Costa Conformación del paisaje y reconocimiento de sus recursos culturales

Adriana Collado (Compiladora) María Laura Bertuzzi Luis María Calvo María Elena Del Barco Claudia A. Montoro Luis A. Müller

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Índice

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Introducción Adriana Collado

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Antecedentes sobre la ordenación territorial en el Corredor de la Costa Luis Ma. Calvo

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Paisaje, agua, historia y proyecto. Claves para pensar la Costa Ma. Laura Bertuzzi

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Representaciones costeras. La construcción de un imaginario del litoral santafesino en el arte local Luis Müller

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La preservación del patrimonio urbano–arquitectónico en el Corredor Adriana Collado

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Patrimonio cultural y participación ciudadana Claudia Montoro y Ma. Elena Del Barco

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El Corredor de la Costa: observaciones y recomendaciones

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Bibliografía

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Noticias de los autores

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Introducción Adriana Collado

percibiremos el aura vital, el oculto sentido de que está impregnada esta naturaleza que emana de las arenas, del río y de las nubes (...)Ya se apagó el eco de las epopeyas, malones y soldadescas. Revoluciones y largas procesiones misionales no han dejado, en las movibles y cambiantes arenas, el más pequeño rastro. Mañana el pavimento alisará y borrará la impronta del pasado. Por él pasará en movimiento la ambición del progreso. Pero estos pueblos seguirán recostados al río, mirándose en constante contemplación. Mientras todo pasa, ellos y sus gentes permanecen

Luis Gudiño Kramer Aquerenciada soledad (1940) En ese permanecer de los pueblos y sus gentes que Gudiño Kramer percibe con profunda sensibilidad, se encuentra una de las claves que permiten comprender la compleja realidad de la costa santafesina; los flujos del cambio que atravesaron el territorio no impidieron distinguir, ni lograron desdibujar, las permanencias ancestrales que lo signaron durante siglos. El eje de la ruta provincial nº 1 (RP 1), el Corredor de la Costa, verdadera columna vertebral de una extensa fracción de la provincia de Santa Fe, materializa un itinerario de significación sobre el que pueden relatarse más de cuatro siglos de historia territorial. 7

Esa historia se inicia tempranamente con la ocupación aborigen de la comarca, la cual, como consecuencia del carácter nómada de los primeros grupos humanos que la habitaron, dio lugar a débiles marcas sobre el Corredor que ya se perfilaba en el albardón costero; los siguientes momentos se asocian con ocupaciones de procedencia foránea: la fundación de la ciudad de Santa Fe, el posterior establecimiento de misiones jesuíticas y franciscanas a partir del siglo XVIII y la colonización agrícola con afluencia de población centro–europea en la segunda mitad del siglo XIX.

1. Historia, tránsito y sentido

Cuando en 1573, el vizcaíno Juan de Garay, comandando un grupo procedente de Asunción, decidió la localización de la nueva ciudad que fundaría con el fin de abrir puertas a la tierra, produjo un hecho de máxima significación en la genealogía del Corredor. El litoral fluvial no contaba, por entonces, con centros urbanos establecidos al sur de Asunción, ya que las fundaciones anteriores habían sido abandonadas o destruidas por los indígenas; la presencia de Santa Fe habilitaba, por lo tanto, la posibilidad de vincular a toda la región con Cuyo, con el Tucumán y con el Alto Perú, donde ya existían asentamientos importantes. El trazado de la ciudad, de ese primer núcleo urbano que nació cargado de tan ambiciosos objetivos, respetó el ya instituido patrón de asentamiento en cuadrícula y se extendió once manzanas de frente sobre el río y seis en fondo, con su plaza ubicada a una cuadra de la Costa, de acuerdo a lo que la autoridad real disponía para las fundaciones ribereñas. Desde este centro se ordenó y fraccionó, como era práctica usual, el territorio comarcal, distribuyendo las áreas para ejido aledañas al trazado y las chacras y estancias en propiedad a los pobladores. La configuración topográfica del sitio, en el que dominaba un angosto albardón entre la costa del río de los Quiloazas (hoy San Javier) y una zona de bañados hacia el oeste, impulsaba este sentido itinerante. Fue esa misma configuración la que tornó dificultoso el reparto de tierras aptas para la agricultura, ya que todas las propiedades se localizaron longitudinalmente, presentando angostos frentes sobre el río y extendiendo sus fondos hasta el arroyo Saladillo. Por fuera del albardón y ocupando sólo parcialmente la amplia jurisdicción que había establecido para la ciudad, que alcanzaba un radio aproximado a los 250 km en torno a la misma, Garay repartió las estancias. Las primeras se ubicaron a continuación de las chacras, sobre la misma franja

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limitada por el río San Javier al este y por el arroyo Saladillo al oeste, variando las dimensiones aunque manteniendo el criterio del frente angosto sobre el curso de agua. Transcurrido menos de un siglo, el centro urbano debió trasladarse por diversos problemas que obstaculizaron su desarrollo en las primeras épocas; en 1651 se inició la mudanza hacia el sitio elegido, situado 80 km al sur, quedando oficialmente finalizada en 1660. La interacción entre el sitio viejo, donde permanecieron numerosos pobladores y la nueva localización, generó un reforzamiento de este eje itinerante, en sus dos condiciones, la fluvial y la terrestre, que ya había adquirido entidad desde el momento fundacional, al vincular las estancias de los primeros pobladores. Fue entonces cuando el Corredor, sobre el que inicialmente había existido un único núcleo urbano y una mayoritaria extensión ocupada con propiedades rurales, se comenzó a jalonar con otros centros; en su nueva situación, la joven Santa Fe de la Vera Cruz fue, sin dudas, un polo de tensión a partir de mediados del siglo XVII. El siglo XVIII marcó el progresivo abandono y olvido del antiguo sitio original, pero trajo consigo una ocupación diferente, al producirse la ubicación de la reducción jesuítica de San Francisco Javier en un sitio costero distante 80 km hacia el norte de la ciudad vieja. Este asentamiento (origen de la actual localidad de San Javier) tuvo un enorme valor cultural e histórico en razón de la importancia social y económica de la reducción, a lo que se sumó la presencia en la misma, durante más de una década, del reconocido jesuita Florián Paucke. Producida en 1767 la expulsión de la orden de la Compañía de Jesús de los territorios bajo el dominio de la Corona Española, sobrevino una etapa de decadencia de la reducción; su recuperación se iniciaría recién en la segunda década del siglo XIX, con el traspaso de la misión a la orden Franciscana, cuyo convento cabecera se encontraba en San Lorenzo, próximo a la Villa del Rosario. Ese centro lejano pero con idéntica localización costera, ubicado 300 km al sur de la misión, habría de reforzar una vez más la condición de itinerancia, al requerir la comunicación de la reducción con la cabecera regional de la orden; poco más tarde, en 1834, la fundación de una nueva misión en Santa Rosa de Calchines durante el gobierno de Estanislao López, consolidó el asiento de los religiosos franciscanos en la región. Otro hito que desde la época del traslado marcaba una pausa en el Corredor era el paraje conocido como el Rincón de Antón Martín, que tomaba su nombre del propietario original de una de las estancias otorgadas a los hombres de Garay, la cual, a la postre, quedó ubicada en las proximidades de la

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ciudad nueva. El sitio, que hacia principios del siglo XIX se reconocía como Rincón de San José, dio origen a un poblado cuya traza definitiva se consolidó en la segunda mitad de ese siglo. Su importancia fue creciendo, especialmente cuando se constituyó en cabecera del departamento San José, una de las cuatro jurisdicciones en que hasta 1883 se dividía el territorio provincial. Durante la segunda mitad del siglo XIX, el área pasó a estar plenamente asociada con el proceso transformador del territorio provincial que inauguró una nueva etapa, cuyos alcances trascendieron ampliamente el marco regional para extender su influencia a la nación en su conjunto. La población inmigrante europea introducida con el fin de colonizar el interior y volver productivas grandes extensiones de tierras hasta entonces subexplotadas y deshabitadas, definió tempranamente sobre el Corredor las características que asumiría décadas más tarde el conjunto del país, con un perfil agro–exportador y una composición social fuertemente marcada por la inmigración. En esta operación sobre el territorio, sus nuevos habitantes produjeron marcas diferentes que lo transformaron definitivamente: subdivisión minifundista de la tierra, explotación agrícola, nuevas costumbres (idiomas, músicas, comidas, vestimentas, idiosincrasias, religiones, representaciones), que construyeron ese paisaje cultural que aún hoy contiene, en su identidad, huellas de memoria de esa verdadera epopeya, por momentos trágica, de los colonos de la Costa. Sobre el segmento del Corredor que estudiamos aquí, se localizaron inicialmente las colonias de Helvecia y Cayastá de inmigración suiza, fundadas en 1865 y 1867 respectivamente. Sin ser de las colonias más prósperas de la provincia, estos núcleos marcaron, en su condición pionera, una inflexión en la vida de la región. Ambas corresponden a la segunda etapa del proceso colonizador santafesino y pese al relativo aislamiento de la zona, que no contaba con buenos caminos ni ferrocarril para transitarla, los nuevos pobladores volvieron a usufructuar la condición ribereña, sustituyendo mediante la vía fluvial las deficiencias provocadas por la precariedad de la terrestre. De hecho, a poco de consolidarse estas colonias, un vapor de transporte de carga y pasajeros comenzó a circular con regularidad por el río San Javier. Siguiendo el derrotero de la Costa, al norte de la colonia Helvecia, las tierras se conservaron por mucho más tiempo en manos de unos pocos propietarios (Mascías, Cabal, Cullen) y el territorio se usufructuó con producción ganadera. En la década de 1880 Mariano Cabal instaló en una de sus posesiones, sobre la Costa, un saladero de carne denominado inicialmente San Javier; el

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establecimiento pasó más tarde a la firma Kemmerich y luego fue adquirido por la Bovril, generando otro núcleo poblacional que sobre finales del siglo XIX atraía mano de obra no sólo de la zona sino también de regiones limítrofes. Aun cuando el saladero fue primero transformado en curtiembre y luego desmantelado, su impronta siguió jalonando el eje costero. Alternadas con las grandes estancias (San Joaquín, San Bernardo, San Patricio, Los Algarrobos), aparecen otras tantas colonias agrícolas (Mascías, La Francesa, Inglesa, California), reproduciendo hacia el norte la ocupación minifundista pionera del tramo central del Corredor. Así surgieron otros tantos hitos que dan cuentas del proceso de ocupación en aras de modificar el albardón agreste y convertirlo en fértil llanura, para localización de enclaves productivos. Además de los asentamientos más o menos estables que venimos reseñando, la historia sedimenta sobre el Corredor hechos fugaces que aportan, perdurando en la memoria, a la construcción del itinerario; vale citar algunos acontecimientos de la historia militar, ocurridos en tiempos de las disputas entre unitarios y federales, como la Batalla de Cayastá (1840) en que las tropas santafesinas al mando de Juan Pablo López resultaron victoriosas y aniquilaron a las fuerzas unitarias reunidas por Mariano Vera y el cordobés Francisco Reynafé. Entre el Rincón de San José y el sitio de Cayastá circularon durante varios días hombres, armas y pertrechos, se escribieron partes de la batalla, se enterró a los muertos y los santafesinos desfilaron vencedores el retorno. La batalla quedó asentada en las efemérides de la región, en un tejido complejo de lealtades y traiciones, de cambios de bando, asedios al poder e intereses espurios. Las largas disputas con los grupos indígenas, que se sucedieron durante buena parte del siglo XIX pero que tuvieron mayor virulencia en la época de Estanislao López, fueron desplazando paulatinamente su escenario, inicialmente ubicado en el sur y el oeste provincial, hacia la franja del Corredor a medida que los grupos aborígenes más violentos eran derrotados. Los malones, que se reiteraban con notable frecuencia, también hicieron del Corredor un espacio de dominio; la Costa, en este sentido, se presentaba como un blanco fácil por la relativa desprotección que presentaba. No casualmente, el histórico malón de mocovíes que asoló San Javier en 1904, considerado el último en tierras del Litoral y que dio origen, años después, al famoso film de Alcides Greca (1918), fue otro de los hitos significativos de esa difícil relación con los pueblos aborígenes que caracterizó a las poblaciones del Corredor, en razón de la mixtura racial que en ellas existía. En términos de ocupación, el siglo XX trajo grandes altibajos, porque la densidad de los asentamientos no se acompañó con posibilidad de movimientos eficaces. El ferrocarril, una promesa frecuente que nunca acabaría

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de concretarse plenamente, impactó sobre la Costa sólo puntualmente: en el tramo sur, en la franja entre Colastiné y San José del Rincón y en el norte, en el entorno de San Javier. El compromiso incumplido del tendido de los rieles se constituyó en una de las mayores deudas para el crecimiento regional. Los caminos terrestres, inicialmente precarios en su consistencia y con su continuidad muchas veces alterada por las recurrentes inundaciones, también fueron ocasión reiterada de aislamiento y atraso. Con el trazado definitivo de la RP 1 en 1932, fijado por la Ley 2303, se comenzó a saldar parcialmente ese déficit y la condición mejoró al producirse la pavimentación de la misma, entre 1959 y 1964, materializándose con mucha mayor contundencia el eje del Corredor, por la mayor consistencia de la ruta. La represa del Paraná Medio fue otra promesa incumplida (sin dudas, afortunadamente incumplida), que atravesó este escenario en el último cuarto del siglo XX convulsionando la vida tranquila de los costeros; durante la dictadura militar 1976–1983 se aceleraron los estudios y proyectos para llevar adelante una obra que hubiese tenido un impacto muy grave en la ecología de la zona. El corredor histórico se hubiese materializado en la presa lateral, una costa artificial con la que el proyecto preveía restituir los cientos de kilómetros de costa natural que se destruían, con la consiguiente pérdida de todos los valores de autenticidad; pero la presa lateral contenía, no obstante, un nuevo Corredor que, pese a todo, garantizaba la itinerancia.

2. Una trama de referencias y significados

La memoria puede ser objeto de múltiples lecturas y valoraciones, descansando en esa trama de significados que supone la cultura, según la conocida definición de Cliffort Geertz. En palabras de Françoise Choay, la memoria nos permite dar “garantía de nuestros orígenes”, enfrentando y desafiando “la acción disolvente del tiempo sobre las cosas naturales y artificiales”.1 En el transcurrir de las distintas etapas de ocupación que acabamos esquemáticamente de reseñar, hay ciertos acontecimientos que adquieren una trascendencia mayor en razón de su vínculo con esos orígenes, acontecimientos que la memoria selecciona de entre un pasado indiferenciado, a fin de sacar a la luz los rasgos identitarios dominantes; la fundación de la ciudad capital es, sin lugar a dudas, uno de esos hitos que construyen sentido sobre nuestro espacio de estudio.

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Los hombres sentados al filo de la barranca en un día cualquiera de 1600, o de 1700, o de 1800 son descendientes de conquistadores. Sus antepasados llegaron al río de la Plata pensando en que el lustre de sus linajes y mayorazgos aumentaría el brillo de las cortes; pero la tierra les tiró un pial y los dejó, quebrados, largo a largo, en el suelo que después señorearon los hijos.2

Arribado el siglo XX, con los poblados y las colonias ya instaladas, el Corredor fue el contexto en el que se produjo un juego de tensiones entre tradición y modernidad, originado en el contraste que se generaba entre la memoria del abandonado núcleo fundacional de la capital de la provincia, sobre cuya localización no se tenían datos exactos, los arraigados pueblos de indios de institución franciscana y los más recientes asentamientos de colonos inmigrantes centroeuropeos que intentaban mirar hacia el futuro. Esa convivencia de trazas, materialidades y significados diversos, sería desde entonces un ingrediente de peso en la contradictoria dinámica funcional y social del Corredor, en su dificultoso y accidentado desarrollo y en la fértil interacción cultural de la que fue escenario. Como es sabido, el momento del Centenario de Mayo fue especialmente intenso en las relaciones culturales de Argentina con España, que se recomponían significativamente en torno de los actos conmemorativos y con la invitación a participar de actividades y festejos a numerosos intelectuales y artistas peninsulares. En relación con ese sentimiento hispanista, la ciudad de Santa Fe intentó tempranamente consolidar una representación asentada en los antiguos blasones de su pasado colonial. El censo municipal de 1907, en la reseña histórica que lo prologa, destina un amplio espacio a hablar de los orígenes, comenzando por una laudatoria biografía de su fundador. Santa Fe fue fundada por el más ilustre de los apóstoles de la civilización del Río de la Plata. Creemos sinceramente que la posteridad no ha honrado la memoria de Garay con toda la amplitud que merece tan ilustre conquistador...3

Esta vocación del gobierno local por construir una genealogía de raíz antigua y tradicional se hará aún más evidente algunos años más tarde, con la publicación del tercer censo municipal, realizado en 1923, al cumplirse los 350 años de la fundación. Allí el capítulo inicial estuvo referido a los antecedentes históricos de la ciudad, relatando largamente el momento fundacional y el desarrollo de la ciudad del primer emplazamiento, su fundador, la elección del sitio, el acto de fundación, los primeros años, hasta la etapa del traslado.

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Se estaban cumpliendo los 350 años de la creación de la ciudad en el antiguo emplazamiento, situado sobre el Corredor, 80 km al norte; la efemérides sirvió para reforzar aún más esa voluntad por perpetuar los blasones del origen hispánico y para promover una revalorización del sitio original, a la que se sumaría la voluntad de encontrar precisiones sobre los posibles restos. Fundose así la primitiva ciudad de Santa ...


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