EL Médico DE SU Honra, Ideas generales. PDF

Title EL Médico DE SU Honra, Ideas generales.
Course LITERATURA EN LENGUA ESPAñOLA: LOS TEXTOS DEL CANON
Institution Universidad de León España
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Son ideas generales extraídas de la lectura y de las anotaciones tomadas en clase sobre la obra de Calderón de la Barca....


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EL MÉDICO DE SU HONRA, PEDRO CALDERÓN DE LA BARCA La obra se inicia con un elemento simbólico, con una «la caída de un personaje», que en el teatro calderoniano refleja o augura la llegada de una “desgracia”. Tras la caída del príncipe se retiran a una “quinta” (=un sitio de recreo, un caserío, constituye el lugar de evasión y de tranquilidad para los reyes, príncipes, aristocracia en general…). El rey don Pedro muestra constantemente su lado más humano (lo que resulta paradójico siendo rey [persona dura, que no muestra sus sentimientos, imperturbable…]) preocupándose por el estado de salud del príncipe/infante. El rey se dirige a Sevilla. Posteriormente, salen a escena doña Mencía y Jacinta, esclava herrada 1. A continuación se acerca don Arias para hablar con doña Mencía y hacerla entender que el infante no solo podría haber venido para acompañar a su hermanastro, sino que también podría haberlo hecho para conquistar a doña Mencía. Pero ella lo interrumpe mandándolo callar, ya que su honra puede verse perjudicada. El silencio calderoniano siempre va acompañado por notas simbólicas relacionadas con el honor y la honra. Doña Mencía hace alusión a su pasado amoroso con don Enrique, pero la relación sentimental no se pudo llegar a forjar. Haciendo uso metafórico de la expresión cárcel, el personaje de Mencía expresa su atormentado sentir y que se siente físicamente delimitada por el palacio en que vive. No puede expresar sus sentimientos reales (Oh quién pudiera dar voces/ y romper con el silencio/ de las cárceles). Sin embargo, se muestra a sí misma abrupta y negada a aceptar la realidad de que está enamorada de don Enrique (su esposo don Gutierre la limita). Doña Mencía finaliza su monólogo con la frase típicamente nobiliaria o la que clasifica al individuo a un estrato social Yo soy quien soy, dando a entender su linaje o su procedencia nobiliaria y, por tanto, debe respetar ese código. Afortunadamente, don Enrique vuelve en sí y doña Mencía se dirige a él oscilando entre el “tuteo” y la fórmula cortés del usted. Al despertarse el infante, este cree, como antes lo hacía doña Mencía y don Arias, estar en un sueño (pero no en un 1 La condición de “herrada” o “ferrada” durante épocas anteriores, por ejemplo, en el Renacimiento, era una cualidad que clasificaba a los esclavos. Antiguamente, debió llevarse a cabo la práctica de marcar con una S el rostro o en otras partes de su cuerpo la condición a la que pertenecían, la de esclavos ([e] S clavo). Ese uso simbólico que consiste en marcar por medio de una ese el rostro del individuo servil se refleja en el entremés El alcalde de Zalamea, de Pedro Calderón de la Barca. JOSE GARCÍA JIMÉNEZ

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sueño cualquiera, sino en un sueño metafóricamente entendido como amor, ya que él reconoce a doña Mencía, mujer con la que había mantenido unos vínculos emocionales y sentimentales). Don Enrique prefiere no cuestionarse si está en un sueño o en la realidad, lo que realmente le importa es sacar el máximo partido a la situación/el máximo placer de la situación de estar con ese “ángel”, que es su amada. Pero cuando ya llega don Arias, don Enrique desea irse, abandonar aquella estancia en la que se ubicaba su amada con el fin de no sufrir más, ya que sabía que no podía realizarse su sentimiento amoroso para con Mencía. Por eso, le pide a don Arias que le entregue el caballo, lo que puede resultar disonante para el argumento teatral, ya que la causa principal por la que se había encontrado en tal estado de gravedad era por haber montado en el caballo y por haberse caído. Pero realmente es una referencia metafórica del amor, se ha caído del amor (mal augurio, muerte). El caballo constituye la representación retrospectiva del personaje de Don Enrique, ya que este personaje, al ver a su amada, desea altivamente mostrarse ante ella a través de la hermosura de su caballo pero, sin embargo, al enterarse de que vive casada, el caballo se tropieza y enfurece (le entran “los celos”). Mujer (casada)=prudencia Soltera/dama=belleza Entra en escena Deme los pies, vuestra alteza, si puedo de tanto sol, así empieza don Gutierre. Esta última referencia al “sol” constituye un elemento simbólico que, cuando se emplea, se relaciona estrechamente con la monarquía; lo que resulta llamativo que se emplee en este caso, ya que don Enrique es un infante. Sin embargo, Calderón juega con el uso de este término. Se respira un ambiente irónico y sarcástico entre ambos; todo ello se puede comprobar en el momento en que don Gutierre le dice a don Enrique: Sabe tu alteza honrar. Don Enrique muestra su deseo de abandonar aquellas estancias en las que se halla su amada junto con su esposo, pero el esposo muestra su “supuesta preocupación” por don Enrique. Don Enrique, empleando un lenguaje de antanaclasis/dilógico/de sinapsis, comienza a contarle una historia en la que dice que “su otro yo/ su amigo” ha permitido que su verdadero amor se junte a otro (de cuyas palabras don Gutierre no interpreta que sea él mismo). Progresivamente, don Gutierre se va enterando de la situación o interpreta ciertos contextos (ello se aprecia en el momento en que responde con más austeridad). En el parlamento de don Enrique, JOSE GARCÍA JIMÉNEZ

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interviene con indirectas y, sarcásticamente, doña Mencía alude indirectamente a que ella se vio obligada a casarse por presión paterna, pero que verdaderamente no sentía tal sentimiento. Don Enrique capta las indirectas de doña Mencía. La noche se está acercando, por lo que don Enrique, antes habiéndole ofrecido una yegua don Gutierre, parte a Sevilla. Se quedan solos el matrimonio y, por vez primera, aparece el tema de los celos en boca de doña Mencía, que habla de una tal «Leonor». Tras este pequeño ataque de celos, aparece en escena la esclava Jacinta, una vez que don Gutierre se marcha. La criada nota que su ama está decaída, por lo que decide preguntarle. Desde entonces, la escena cambia. Ahora se encuentra doña Leonor en la plaza de Sevilla junto con Inés. A continuación, sale el rey, un anciano y unos soldados, que hacen, los soldados, como era común, dar el saludo al rey, y comenzar a hablar sobre ciertas “turbaciones” que uno de los soldados tiene. Después aparece doña Leonor, que quiere hablar con el rey para expresarle sus quejas; sin embargo, el monarca la interrumpe, ya que no quiere que la gente se entere de lo sucedido. La dama se queja de que ha sido traicionada por don Gutierre, quien aprovechándose de su belleza logra conquistar y que esta se sucumba a los deleites amorosos (sin llegar a contacto sexual), para luego no cumplir con su promesa. Ella pide justicia, porque sabe que ese hombre está casado. Pero la dama en ningún momento alude a que el señor “poderoso” la haya mentido, sino que lo hace entender implícitamente (sabía que si lo hacía literalmente podía tener problemas). El honor podía ser restaurado a través de una boda, siempre y cuando el caballero no haya faltado a su compromiso o por excesos por parte del caballero. El rey se compromete a hacer justicia según convenga. En el caso de no poderse hacer boda, la única solución sería el “convento”. Después, aparece Coquín el gracioso, que comienza a presentarse diciendo que vive sirviendo a su amo don Gutierre, que él es muy serio y que no se ríe. También vive del grano del ganado de los caballos, con el que consigue algunos ahorros en maravedíes. El rey don Pedro el Cruel quiere hacer un trato con él: que le haga reír, pero en el caso de que no lo consiga, le romperá los dientes. El bufón se niega porque sabe que puede ser muy difícil y que la penalización es muy severa. Por lo que rechaza su oferta a pesar de tener una buena compensación económica en el caso de lograrlo. Después aparece don Arias junto con don Gutierre y don Enrique. Ambos comienzan a saludar al monarca. El monarca se JOSE GARCÍA JIMÉNEZ

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muestra poco receptivo con don Gutierre, quien rindiéndole pleitesía lo rechaza dándole la espalda. Ante dicha reacción, don Gutierre le replica que por qué le humilla de esa manera. El rey le responde (era una práctica muy común la de dar la espalda para mostrar que el “vasallo” estaba siendo desagradable o cayendo en desagrado para el rey) que por qué había abandonado a la dama doña Leonor (ella estaba escondida escuchando toda la conversación). El comienza a contarla sin explicar el porqué de que es una bella dama, perteneciente a la nobleza, que la conoció en su día, pero que la abandonó, pues estaba “desobligado”. En Sevilla conoció a doña Mencía de Acuña y con ella contrajo matrimonio. Sin embargo, el rey comienza a enfadarse y el vasallo muestra sus más sinceras condolencias (su intención no es bajo ningún concepto la de provocar la ira del monarca, además de que sabía lo que eso podía suponer). Ante el rey don Pedro, Gutierre admite los hechos, pero se justifica con que ella mantenía tratos secretos con un hombre. Arias, sirviente del infante Enrique, confiesa que fue él quien entró en casa de Leonor, pero para ver a otra dama. Arias y Gutierre traban pelea ante el monarca, quien manda encarcelarlos a los dos. ACTO II Una vez que don Gutierre es encarcelado, don Enrique aprovecha para acudir al jardín de la quinta. Allí habla con la sirvienta Jacinta, pero no quiere ser partícipe de las tramas del donjuán. Sin embargo, lo es. Es el momento que aprovecha Enrique para visitar a Mencía y tratar de seducirla. Pero antes la criada, actuando como Celestina, junto con las otras sirvientas, hace que Mencía descanse. Una de ellas empieza a cantarla. En ese momento, cuando ya está dormida y no hay nadie allí, entra don Enrique. Ella se despierta y, al principio, se asusta. Logran mantener la conversación que tenían pendiente y que, cuando estaba junto a su esposo don Gutierre, trató indirectamente. Doña Mencía asume el mea culpa de la no realización amorosa. Sin embargo, la situación le preocupaba un poco, ya que era de noche y su “honra” podía verse “en peligro”. Doña Mencía se da cuenta de que la llama del amor, que ella pensaba estar muerta, sigue candente. Lo que no se esperaba doña Mencía es que su esposo don Gutierre reaparecería. Alguien llama a la puerta, es don Gutierre que viene acompañado por su bufón. El bufón, por medio del sarcasmo, consigue plasmar a través de su amo la importancia del “honor”, ya que este lo anima para ‘deshonrar’ el mandato del alcaide y huir, pero él se niega. Después Mencía, por medio del “principio lopesco”: engañar con la verdad, le dice que ha encontrado un hombre escondido en su aposento (don Enrique). Por otro lado, la figura de Coquín es muy paradójica al estándar del criado de la sociedad, ya que representa el antiheroísmo: anima a su amo para que no vuelva a la cárcel y se escape; de esta manera, defraudaría la confianza que el alcaide había depositado en él. Por ello, rechaza su ayuda. JOSE GARCÍA JIMÉNEZ

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Una vez que se entera don Gutierre de la presencia de un hombre más escondido en el aposento, comienza el “juego de luces”, muy típico del drama calderoniano, en el que el noble don Gutierre confunde la identidad del personaje de Coquín con el del verdadero amante (don Enrique). Don Gutierre, a pesar de ser consciente de que su esposa realmente no le ha sido infiel, prosigue con la idea de acabar con la vida de su mujer. Por ello, un elemento muy significativo en la obra es en el momento en que don Gutierre cínicamente abraza a su esposa con la daga escondida bajo su capa; doña Mencía se da cuenta y se asusta. Doña Mencía alega que no le ha sido infiel y que siempre lo ha respetado, por tanto, no tenía ningún motivo por el que matarla. No había atentado ni contra el honor ni contra su honra. Esta ‘escena’ termina como había terminado el primer ‘acto’ con doña Mencía se dirige a su “honor” en un soliloquio, de la misma manera lo hace don Gutierre, quien desea confesar sus perturbaciones o confusiones ocasionadas a partir de lo sucedido. En la siguiente escena [cuadro], se visualiza el alcázar de Sevilla. Allí están el monarca y don Diego. Coquín aparece en escena tras haber saludo al rey y le relata, temerosamente, una historia relacionada con un hombre castrado/eunuco: por medio de un uso simbólico de las palabras, relata que un hombre, debido a sus problemas a nivel de ausencia del órgano reproductor masculino, no le crece el vello corporal, no puede copular con otras mujeres y no puede tener hijos, a pesar de ello usar inútilmente una bigotera, objeto superfluo, ya que al no produce vello. El rey responde muy austeramente. Por lo que Coquín teme por sus dientes. Después aparecen don Arias, don Enrique y don Gutierre. Don Gutierre desde el principio de su intervención comienza lanzando indirectas a don Enrique, se muestra dolido, pero al mismo tiempo sabe controlarse. Hasta aquí ha llegado Gutierre en su empleo del mecanismo de la “razón”, mecanismo que exime a Mencía de cualquiera culpa. Particularmente, a partir de la expresión «yo soy quien soy», fórmula que restablece la doble dimensión, personal y transpersonal, del ser. El marido se tiene como un inocente en ciertas ocasiones. Don Gutierre cree enfermo su honor, por lo que se propone una terapia (al parecer, Calderón pudo haber tomado la metáfora médica de Tirso de Molina). De acuerdo con Viste, “el trayecto dramático del monólogo es el proceso que nos hizo pasar de un yo enajenado por un amor nunca invocado a un yo liberado de las cadenas y ahora reconstruido por la progresiva identificación con un honor insistentemente convocado (el primer monólogo pág. 108). Este paso de los distintos yoes es gracias a la intervención de las metáforas del honor-sol y del yo-médico. Don Gutierre no pretende ser médico verdadero, sino que, metafóricamente, él es el médico de su propia honra, y el paciente es la propia honra y no doña Mencía. El tratamiento que sigue el pseudoengañado de la celotipia (‘pasión de los celos’) es a través de ‘una dieta basada en el silencio’. Gutierre, posteriormente, planea ir a visitar la quinta de su honor/esposa. El secreto se impone a partir de las sospechas firmes. Por otro lado, don Arias ni siquiera pretende pagar la deuda contraída con el honor de la dama, puesto que sabe que el pago sería inabarcable. Doña Leonor asume plenamente ante don Arias la responsabilidad que a JOSE GARCÍA JIMÉNEZ

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ella le incumbe en la situación que provocó con don Gutierre. Don Arias trata de hacer compatible el pago de la deuda y, por otro lado, la satisfacción de un amor del que hasta ahora nada se sabía. Ambas cosas parecen conducir, según su lógica, al matrimonio. El tono de doña Leonor, recriminando a don Arias por su conducta poco adecuada en un noble, demuestra que comparte plenamente el código que caracteriza a don Gutierre. A partir del verso 1865. º, de secreto he venido/hasta mi casa sin haber querido/avisar a Mencía, en el comienzo del soliloquio don Gutierre pone el énfasis en dos aspectos: la oscuridad nocturna y el secreto ("saltar la tapa en lugar de entrar por la puerta") que aumenta la inadvertencia de Mencía. Así, lo que podía haber sido un ambiente ameno se convierte en un medio lleno de presagios. Como comenta Relagado: "En el teatro resuena la voz del espíritu venganza apremiado por el apetito de palpar con los sentidos la prueba de su deshonra", pero más que el deseo de venganza lo que resuena es la angustia y el dolor, aunque también la esperanza del desengaño. A partir del verso 1925, doña Mencía parece haber olvidado curiosamente que don Enrique había tratado de abusar de ella amenazándola con la "deshonra" que sobre ella caería si daba gritos. En el verso 1934, se produce el descubrimiento de que su esposa lo ha tomado por el infante, lo que provoca en su espíritu un coche brutal (don Gutierre). De ahí que, mientras ella sigue hablando de cosas que solo conoce don Enrique (doña Mencía), el caballero no puede sino emitir exclamaciones, inmejorable modo de dar forma a una desorientación vital total. Cuando don Gutierre dice en torno a los vv. 1948-50 Mi venganza a mi agravio, anteriormente las palabras de doña Mencía no habían desvelado ningún detalle "escabroso" de su relación con el infante, a los ojos de don Gutierre (y del público) no queda duda de que ha habido y hay una relación de intimidad entre su esposa y don Enrique , relación que constituye en sí por sí misma un agravio. En uno de los apartes, en torno al v. 2014 Riguroso/ es el dolor de los agravio, /mascon celos ningunos fueron/sabios, con ello la sabiduría ante el agravio es incompatible con los celos. Nótese cómo a lo que pueden ser los celos de honor (dolor de agravios) se le sobreponen los celos de amor e incluso cómo estos son los responsables últimos de la incapacidad del sujeto para afrontar el agravio de una manera sensata. A la salida de su aparte, comienza lo que sin duda constituye la reacción más brutal del personaje , prueba indudable de un temperamento apasionado y ardiente, lo que algunos críticos han calificado como la paranoia celotípica. En la exclamación existente a partir del v. 2035 ¡Jesús, Jesús mil veces!/ ¡Mi bien, mi esposa, cielo, gloria mía!/ ¡Ah mi dueño! ¡Ah Mencía!, constituye de por sí la exclamación un contrapunto discreto y mesurado del amor de Gutierre que acompaña el furor que desencadenan en él los celos. Cesáreo Bandera ha comentado que aquí aparece una repugnancia y un falso pudor "al sorprender en sí mismo esa violencia bestial que de pronto pone en entredicho la imagen que JOSE GARCÍA JIMÉNEZ

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tiene él de sí mismo como hombre civilizado y, por tanto, intensamente preocupado por una cosa tan sagrada como es el "honor". Los dos apartes del final de la jornada confirman la ruptura entre ambos esposos. Don Gutierre llora, lo que constituye un signo que revela sin duda el trastorno emocional que está viviendo, y que resume el estado afectivo que ha descrito en los versos anteriores. Don Gutierre, junto a las lágrimas, aparece la declaración íntima y la confesión dolorida del caballero honrado y enamorado que viene a pedir justicia al monarca. Gutierre confía en la discreción del rey y, por tanto, en que sabrá llevar a cabo esa justicia sin darle publicidad; él pide justicia contra el infante aun sin saber con certeza absoluta que este lo agravia. En los versos 2090, don Gutierre dice: "La vida de vos espero/de mi honra; así la curo/con prevención y procuro/que esta la sane primero", y expresa que siendo el rey l responsable definitivo de su honra, el noble (don Gutierre) asume su función como médico, curándola con prevención, noción que desempeña un papel esencial en la medicina, antes de llegar a recurrir a la cirugía. Don Gutierre hace un juego anfibológico de la voz daga: por un lado la usa como 'prueba de la implicación del infante en su deshonra' y 'la muestra como prueba de la confianza de don Enrique hacia él'. Don Gutierre cuando le pregunta el monarca que qué ha visto sobre la supuesta infidelidad de su mujer, él le contesta: " Nada/que hombres como yo no ven", no ver significa y da forma la desconfianza de los sentidos característica del teatro calderoniano, pero también a la negación del personaje a aceptar nada probado en referencia a su posible deshonra. El rey mismo es quien habla del "último remedio", es decir, de la "muerte de Mencía", como parte de los remedios aplicables al caso de la honra que Gutierre le está exponiendo (el rey recuerda la queja y la petición que le presentó Leonor en la jornada I. Se prepara así la reduplicación paralelística de esa secuencia). El rey, cuando se encuentra con su hermano don Enrique, el ambiente de tensión está presente desde el principio. El rey se opone frontalmente a que el infante pueda tener relaciones con una mujer casada, por lo que decide amenazarlo vehementemente. Sin embargo, don Enrique está dispuesto a seguir persiguiendo a doña Mencía con la esperanza de conseguir satisfacción lujuriosa, pues ya ha quedado claro que no hay intención ni posibilidad de matrimonio. Al insinuar el infante que fue don Gutierre quien lo agravió a él cuando se casó con doña Mencía, él muestra su personalidad inmadura y egocéntrica; olvida que fue la dama quien decidió romper y que fue el padre de Mencía quien buscó casamiento apropiado para su hija. Como se ha mencionado anteriormente, la daga es un símbolo plurivalente que no aparece vinculado exclusivamente a...


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