Esferas de la accion ciudadana PDF

Title Esferas de la accion ciudadana
Author Mriam Ortiz
Course Ciudadanía y desarrollo sustentable
Institution Universidad Tecnológica de México
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Articulo de esferas de accion ciudadana y actuar universitario...


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Las esferas de la acción ciudadana y la responsabilidad universitaria Sumario A partir de los años 90 que se empieza a destacar la importancia de la participación de la sociedad civil1 en la vida democrática de los pueblos y, en consecuencia, numerosas escuelas, universidades y organismos se han propuesto como misión educativa formar al estudiante en los valores ciudadanos. Por ello, si examinamos los listados de competencias generados por varias de estas instituciones no nos sorprenderá ver que allí aparecen competencias éticas y ciudadanas bajo distintas nomenclaturas. A pesar del enorme interés- gran cantidad de artículos sobre la ciudadanía- y de que algunas de estas competencias aparecen desglosadas, hay pocos trabajos que nos hagan ver los ámbitos formales en los que la acción ciudadana puede desarrollarse. Mientras que en materias como historia, matemáticas, física, ciencias sociales los ámbitos han sido profusamente definidos y desarrollados, en cambio los ámbitos de la acción ciudadana siguen estando en claro oscuros. De no hacer esta labor de definición, las competencias ciudadanas corren el riesgo de quedar en la ambigüedad teórica y en la ineficiencia estratégica para su desarrollo. Las técnicas y métodos didácticos solo pueden definirse correctamente si sabemos la magnitud de la empresa a llevar a cabo, el qué implantar y en qué niveles educativos, sus alcances y sus particularidades. Ofreceremos en este ensayo la respuesta a dos preguntas fundamentales: ¿Cuáles son ámbitos de la acción ciudadana? ¿Qué deben hacer las universidades para formar a los alumnos en esos ámbitos? Enfatizamos como respuesta a esta última pregunta al pensamiento estratégico como una necesidad educativa esencial.

Introducción : El porqué de la acción ciudadana Agotadas las soluciones milagrosas tanto de las ideologías de masas, como de las tesis de un liberalismo radical, queda el enorme hueco de cómo dirigir la vida social hacia nuevos horizontes. Este interés se debe, además y en buena parte, a los problemas que la sociedad padece: la violencia, la pobreza, la marginación, el nihilismo y el individualismo, el nacionalismo irracional, la intolerancia en sus diversas manifestaciones, entre otros. Es más claro ahora que la solución a esos fenómenos sociales destructivos no depende exclusivamente de las medidas gubernamentales que se tomen, ni del control y manejo de este sobre los fenómenos económicos. Se requiere de la fuerza y la acción ciudadana. Alain Touraine en su libro ¿Qué es la democracia? (2006) sintetiza tres características de una democracia: a. La representatividad; b. Las limitaciones del poder del Estado frente a los derechos fundamentales del hombre y c. La acción ciudadana. Afirma que esta última significa la necesidad de que se incremente cada vez más el control, autonomía y poder de las personas sobre su propia vida. Fernando Savater ( 2000) en un artículo, refuerza la misma tesis al postular la siguiente definición: “entiendo 1

Originariamente el término ciudad (polis en griego y civitas en latin) designaba a la comunidad o al centro del poder político y no al conjunto de construcciones. Hoy en día este sentido original se ha recuperado en alguna medida con el concepto de ciudadanía.

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por ciudadano el miembro consciente y activo de una sociedad democrática: aquel que conoce sus derechos individuales y sus deberes públicos, por lo que no (...) delega automáticamente todas las obligaciones que ésta impone en manos de los “especialistas en dirigir”. Sin minimizar la responsabilidad del Estado para proveernos bienes de todo tipo, los retos que plantea la complejidad social interpelan al poder de todos los actores sociales y políticos; así, cada país o comunidad tiene que enfrentar los suyos propios incluyendo los que genera la globalización. La democracia debe

dejar de ser un

mecanismo meramente procedimental para elegir gobernantes y legisladores, y adquirir ahora el carácter sustancial- proyectos de vida, valores, metas sociales, etc. - que había perdido. Ambas concepciones, como lo ha demostrado la experiencia, no son contradictorias cuando se ponen límites y reglas, se respeta la diversidad y el derecho a la disensión en ambas. El peligroso sueño de que podemos retirarnos a la vida privada dejando al Estado todas las responsabilidades puede conducirnos a graves consecuencias y catástrofes sociales. Más allá de los problemas por resolver, la ciudadanía es ahora un necesario contrapeso y complemento al mundo de la política; este último se constituye frecuentemente en un sistema cerrado, ideologizado y maniqueo, o bien lento e impotente para resolver las preocupaciones comunitarias. Por otra parte, la práctica de la política y de las opiniones encontradas que genera, frecuentemente divide de manera violenta a las comunidades y es necesaria una buena ciudadanía para que la unidad sea posible. No han sido pocos los desgarramientos sociales y los enconos por la lucha por el poder, que solo las virtudes ciudadanas, a veces ya muy tenues, han logrado superar. Las acciones ciudadanas se realizan en criticas públicas, proyectos, difusión de ideas o participando con instituciones ciudadanas de todo tipo. De hecho la acción ciudadana es importante porque permite establecer vasos comunicantes directos entre la riqueza de propuestas de la sociedad y la dimensión de la justicia mínima común que en general se vuelve procedimental. Al respecto dice Adela Cortina (2003, p. 32): …sólo desde las formas de vida de las comunidades concretas; solo desde los ethoi de las comunidades puede diseñarse una concepción de la justicia u otras, no desde la presunta neutralidad frente a las distintas concepciones de la vida (…) la ética de la autenticidad, de la fidelidad a la identidad individual y comunitaria ha de complementar al menos la ética de la justicia. No basta la justicia procedimental para vivir, hacen falta el sentido y la felicidad que se encuentran en las comunidades.

No hablamos fuera de la realidad histórica, desde creencias religiosas o desde las costumbres comunitarias se ha luchado por la libertad y por la apertura de espacios de comunicación y de autogestión. 2

La ciudadanía y sus problemas Por

ciudadano

nos

referimos

a

una

persona

que

se

relaciona

con

otros

responsablemente, es decir con derechos y deberes, dentro de un marco social, político y jurídico. En consecuencia, un ciudadano es una persona considerada desde su responsabilidad pública, en su actuación respecto a los demás. Así, la ciudadanía recorta de lo ético, del deber ser, el ámbito de lo público. Podríamos preguntarnos si una buena persona por el hecho de serlo es “automáticamente” también un buen ciudadano. Si atendemos a la definición de Aristóteles en el sentido de que alguien es bueno si desarrolla todas sus potencialidades, tal vez podríamos contestar de una manera afirmativa; pero realmente es muy difícil ser bueno en todas las dimensiones, buen padre, buen profesionista, buen ciudadano, buen esposo, si no tenemos conocimientos y criterios de bondad antes que otra cosa, si no existe claridad axiológica o los criterios éticos son débiles o equivocados. Así podríamos decir que alguien es buen profesionista , pero mal padre (sin querer ser así); buen esposo, pero mal ciudadano, etc. Existen también prejuicios que impiden o dificultan la ciudadanía, por ejemplo que: a. Lo público es el mundo del gobierno y de los políticos y nosotros participamos votando por estos. b. Si cada quien hace su trabajo individual, sin más, la sumatoria de esfuerzos mejorará el bienestar público. c. Los problemas públicos se resuelven con leyes buenas y adecuadas. d. La comunidad mejorará si se hace cumplir la ley o se fomenta su respeto. Es decir, que los problemas se resuelven con buena voluntad o con voluntad férrea por parte de la autoridad. No es de extrañarnos el arraigo de estas creencias si consideramos la inercia que hemos vivido de los regímenes liberales y aún de inspiración marxista o socialista. Tales prejuicios, si bien contienen algo de verdad, omiten una visión amplia de la ciudadanía y en pocas palabras contienen la idea de que el Estado, como representante “máximo” de lo público, y dueño del presupuesto,es quien debe resolver todos los problemas. Por ofrecer solo algunos argumentos en contra de estos prejuicios, podemos decir que lo legal no siempre sigue a la justicia ya sea esto por negligencia o ignorancia, por defender los intereses de grupos poderosos o simplemente porque los cambios sociales no han sido tomados en cuenta. Por otra parte, debemos reconocer que en una sociedad en la que los recursos son limitados, la sinergia social ciudadana puede producir riqueza: Ahorro de energía y recursos, empresas sociales de todo tipo, ayuda a los desprotegidos 3

y cuidado del medio ambiente. En cuanto al trabajo individual, si bien es encomiable y necesario, no garantiza tener una “masa crítica” de buenos ciudadanos capaces de producir cambios a gran escala, pues precisamente lo deja al arbitrio de cada quien. Hacer leyes adecuadas y cumplirlas, por otra parte, presupone ya el tener ciudadanos bien educados y formados para que hagan tal tarea. “¿Quien cuidará a los guardianes, a los encargados de hacer cumplir la ley?”, se preguntaba el intelectual Cornelius Castoriadis, en un mundo en donde los valores éticos comienzan a desvanecerse. Me parece, por otra parte, que los estudios sobre capital social iniciados por Coleman, Putnam (1993) y Fukuyama (1996)2 han demostrado ampliamente como la cultura o los mores sociales encarnados en los ciudadanos producen riqueza o bien pobreza, y también buenos

o malos políticos; han demostrado que allí donde hubo

autoritarismo se reproducen actitudes de poca colaboración, y de falta de proactividad. Así legalidad y ciudadanía son factores interdependientes y no el primero causa del segundo. A los prejuicios que obnubilan los criterios de acción ciudadana, se agregan los fenómenos sociales de la época que invocan a la pasividad: el relativismo y el nihilismo presagiados por Nietszche, y especialmente el individualismo que raya a veces en el más radical egoísmo. Hace ya varios años Octavio Paz (1993) señalaba en su ensayo Vislumbres de la India (¡Qué diría ahora!): ...hay que mencionar la aparición de una nueva clase de empresarios y de una clase media, que ya es afluente en las principales ciudades. Esta clase media sin mucha cultura y sin un gran sentido de las tradiciones es, como en todo el mundo, adoradora de la técnica y de los valores del individualismo, especialmente en su versión norteamericana. Es una clase destinada a tener más y más influencia en la sociedad. Extraña situación: las clases medias, en la India y en el resto del planeta, desdeñan la vida pública, cultivan la esfera privada- el negocio, la familia, los placeres egoístas- y no obstante, determinan más y más el curso de la historia. Son los hijos de la televisión “. (Las negritas son mías).

Como puede verse, estos fenómenos que impiden el actuar ciudadano no obedecen a imposiciones o dificultades políticas o legales, sino a una inercia y evolución cultural que tal vez no hemos sabido valorar en sus causas y peligrosas consecuencias. Desde luego, la ciudadanía cumple diversos propósitos según sean los problemas de las comunidades, de las naciones o de los conglomerados nacionales. En Europa, las preocupaciones se centran en el multiculturalismo, en los nacionalismos o regionalismos radicales y en la xenofobia, entre otros. En los Estados Unidos, de amplia tradición en cuanto a participación ciudadana, las preocupaciones frecuentes versan sobre la 2

Un libro harto interesante es el de Harrison, Lawrence y Hutington (editores), , New cork, Basic books,2000. Es una colección de artículos de investigadores distinguidos acerca de cómo la cultura influye en la económia y la política de los países.

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criminalidad y varios síntomas de decadencia social. En nuestros países subdesarrollados en los cuales se enseñorea la pobreza, económica , social y cultural, lo público prácticamente es una dimensión desconocida. Respecto a México y otros países latinoamericanos, Claudio Veliz (1984) señala que desde el siglo XVIII se da el fenómeno de la concentración del poder en pocas manos dando lugar a “patrones autoritarios de gobierno” y que además no se vivió siquiera una experiencia feudal de autonomía. En consecuencia, dice, México se inicia sin ciudadanos. El historiador Morse (citado en Krauze 2000) concluye que en el latinoamericano “el sentimiento de que el hombre construye su mundo y es responsable de él es menos profundo y está menos extendido que en otros lugares”. Krauze (2000), por su parte, afirma que México nació con ocho millones de habitantes “sin conciencia casi de identidad nacional, sin un proyecto político viable, un mosaico numeroso y variado de comunidades…” Sarmiento, en esa época, había señalado la necesidad de fomentar el “espíritu asociacionista” (de confianza y solidario) y proactivo si queríamos alcanzar a los anglosajones. Samuel Ramos descubre en su libro El perfil del hombre y la cultura en México nuestra autoestima baja y nuestra imitación infantil; Octavio Paz, por su parte, enfatiza el carácter pasivo del mexicano en su ya clásica obra El laberinto de la soledad. Como puede apreciarse, la mera pertenencia a una comunidad no implica la conciencia de ciudadanía. Esto porque no se ha configurado una identidad; y ¿Qué es esta identidad comunitaria? Empezando porque no hay apropiación de lo público como algo realmente “mío” y de lo cual es cada uno responsable en vistas de la comunidad. En consecuencia la ciudadanía implica un sentido de apropiación con aquello que me identifico: memoria histórica, actividad política en asuntos que me pertenecen, y proyectos de realización en vistas del futuro. La apropiación de los tres tiempos: pasado, presente y futuro. La competencia básica de la ciudadanía, después de todo, puede reducirse a una; la compasión ontológica: el reconocimiento del otro como un ser necesitado. Entonces puede surgir allí el amor como fuente de socialidad. Si bien la competencia es esencial en el mundo de la mercadotecnia y los deportes, no lo es en el campo social, y así lo resume el famoso biólogo Humberto Maturana (1995:16): “Todo sistema social humano se funda en el amor, en cualquiera de sus formas, que une a sus miembros, y el amor es la apertura de un espacio de existencia para el otro como ser humano junto a uno. (…) La competencia es contraria a la seriedad en la acción, pues el que compite no vive en lo que hace, se enajena en la negación del otro”.

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La responsabilidad de las universidades Como puede apreciarse la labor de la ciudadanía es de vital importancia para el desarrollo de los pueblos, y las escuelas y universidades, hoy por hoy, representan el mejor medio para el desarrollo de la ciudadanía; aún más que la familia que también requiere ser reeducada. Para Enrique Chaux (2008), investigador de la Universidad de los Andes y coordinador de un grupo de expertos que diseñó los estándares en competencias ciudadanas, “Las competencias ciudadanas son los conocimientos y las habilidades cognitivas, emocionales y comunicativas que hacen posible que las personas participen en la construcción de una sociedad democrática, pacífica e incluyente”. Como toda definición adolece de defectos, podemos ser democráticos, pacíficos e incluyentes y ser derrochadores de recursos materiales o energéticos: hace falta la relación armónica con el mundo en su totalidad; podemos también ser ciegos frente a los riesgos del futuro y a la necesidad de poner planes en acción para prevenirlos. Así, tal vez habría que agregarle la posibilidad de rediseñar nuestra realidad social. Ya Toynbee en su Estudio de la historia afirmaba que las civilizaciones podían salvarse de la decadencia si tenían lideres creativos que unificaran a las comunidades con la intencionalidad de abrirse paso en el futuro, si podían recrearse y renovarse; lo enemigos eran la autocomplacencia, el hacer menos de lo necesario o un activismo febril que va más allá de lo necesario. En pocas palabras la buena ciudadanía implica la imaginación y la visión ciudadana de futuros posibles y alentadores; la posibilidad de crear distintos modelos de convivencia pública y de instituciones que la avalen y le den consistencia. Por todo esto las competencias ciudadanas implican una forma de conciencia que interrelacionan aspectos diversos, como subraya Ángel Villarini en un artículo ( 1997): “ [una competencia ciudadana es] una habilidad general y forma de conciencia, producto de la integración de conceptos, destrezas y actitudes que dota al ser humano de una capacidad de entendimiento, acción y transformación en sus relaciones con el mundo”. Educar en las competencias ciudadanas, en conclusión, es una tarea compleja. La Declaración mundial sobre la educación superior para el siglo XXI que se aprobó en la Conferencia Mundial Sobre Educación Superior organizada por la UNESCO en 1998 enfatiza varias de ellas. En el artículo sexto establece que: “La educación superior debe reforzar sus servicio a la sociedad y en especial sus actividades para eliminar la pobreza, la intolerancia, la violencia, el analfabetismo, el hambre, la degradación ambiental y la enfermedad, utilizando principalmente enfoques transdisciplinarios e interdisciplinarios en 6

el análisis de los temas y los problemas. Hay otros similares que invocan a la educación ciudadana.” Hay una declaración allí por demás interesante para la labor ciudadana, y que tiene que ver con la prognosis: “ Convertirse en centros que anticipen, adviertan y prevean problemas futuros, mediante el análisis permanente de las tendencias emergentes en los campos de la economía, la cultura y la política”. Finalmente anoto una misión que pocas veces tomamos en serio como universitarios y que es de suma importancia: “ Ayudar al desarrollo y mejoramiento de todos los niveles educativos, incluso mediante la formación de los docentes”. . Debemos insistir en este punto; que las universidades en los nuevos tiempos3 deben también iluminar lo que conviene hacer en los niveles que le anteceden: educación media, técnica y aún básica. En esta misión la necesidad de sensibilizar al estudiante es vital: sentido de pertenecer a una comunidad y de ser responsable de ella; tener interés en conocer los problemas que ocurren en el entorno, sus causas y consecuencias; es por así decirlo la “apropiación personal del mundo”; ahora sabemos que aún “enseñar a pescar” es insuficiente y que debemos ir más atrás, a las raíces: reconocer que tenemos una parcela del mundo; que es nuestra y que la debemos compartimos con los demás. Lo anterior debe iniciarse desde la educación básica y rematar en la universidad: enseñar al alumno a recorrer su comunidad y detectar sus problemática en distintas variables; a desarrollar empatía por los que sufren y a visualizar las probables soluciones. Especialmente debemos educar en la prognosis y en el ir más allá de lo dado para no retrasar

decisiones que deberían ser obvias y rápidas de ejecutar. Por ejemplo,

apenas ahora, y con mucho retraso, empieza a exigirse transparencia en el manejo de los recursos públicos, y también apenas ahora se han establecido condiciones para un servicio médico universal en nuestro país: el derecho a no morir por una enfermedad curable. Así pues, el análisis basado en la prognosis debe ir de cómo transitar de una sociedad sustentable a tener calidad de vida, de tener ciudad a tener una bella ciudad; del derecho a la educación a tener una educación adecuada; del derecho al trabajo al trabajo digno y humano; del derecho al voto al derecho de participar mejor en las decisiones políticas; de la

igualdad jurídica a las formas concretas que eviten la

marginación y la pobreza. En pocas palabras, captar el mundo como un ser incompleto e 3

En la orientación francesa al universidad tiene un papel de liderazgo recomendando acciones para los niveles ante...


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