Indigno de ser humano - Osamu Dazai | Español PDF

Title Indigno de ser humano - Osamu Dazai | Español
Author Myron CV
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Summary

«Por lo general, las personas no muestran lo terribles que son. Pero son como una vaca pastando tranquila que, de repente, levanta la cola y descarga un latigazo sobre el tában o . Basta que se dé la ocasión para que muestren su horrenda naturaleza. Recuerdo que se me llegaba a erizar el cabello de ...


Description

«Por lo general, las personas no muestran lo terribles que son. Pero son como una vaca pastando tranquila que, de repente, levanta la cola y descarga un latigazo sobre el tábano. Basta que se dé la ocasión para que muestren su horrenda naturaleza. Recuerdo que se me llegaba a erizar el cabello de terror al pensar en que este carácter innato es una condición esencial para que el ser humano sobreviva. Al pensarlo, perdía cualquier esperanza sobre la humanidad.»

Publicada poco después de la segunda guerra mundial, indigno tic ser humano es una de las novelas más célebres de la literatura japonesa contemporánea. Su polémico y brillante autor, Osamu Ha/ai, incorporó numerosos episodios de su turbulenta vida a los tres cuadernos que conforman esta novela y que narran, en primera persona y de forma descarnada, el progresivo declive como ser humano de Yozo, joven estudiante de provincias que lleva una vida disoluta en Tokio. Repudiado por su familia tras un intento de suicidio e incapaz de vivir en harmonía con sus hipócritas semejantes, Yozo malvive como dibujante de historietas y subsiste gracias a la ayuda de mujeres que se enamoran de él pese a su alcoholismo y posterior adicción a la morfina. Sin embargo, tras el despiadado retrato que Yozo hace de su vida. Da/ai cambia repentinamente de punto de vista y nos muestra una faceta muy distinta del trágico protagonista de esta perturbadora historia.

LIBRERIA NACIONAL INDIGNO D E S E R H t M A X O LITERATURA UNIVERSAL EL LIBRO UNIVERSAL S.A S 17/11/2011 C ,gSlONACION r

$41.900

S A J A L I

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Osamu Dazai (Kanagi, 1909-Tokio, 1948), seudónimo deTsushima Shuji, es uno de los escritores modernos más apreciados en Japón. Décimo hijo de una familia acomodada del norte de Japón, Dazai estudió literatura francesa en la universidad deTokio, aunque se jactaba de no haber asistido jamás a una clase. En la década de los treinta, y tras abandonar la universidad, militó en el incipiente movimiento comunista clandestino, motivo por el cual fue encarcelado y torturado por el régimen militar. Auténtico enfant terrible de las letras japonesas, fue candidato al Premio Akutagawa en 1935 y 1936. Desheredado por su padre a causa de una relación con una geisha de bajo rango y acuciado por su adicción a la morfina y el alcohol, Dazai intentó suicidarse en cuatro ocasiones. Autor de varios libros de relatos y dos novelas, el reconocimiento no le llegaría hasta la publicación, tras la segunda guerra mundial, de Indigno de ser humano y El ocaso. E n 1948, pocos meses después de la publicación de Indigno de ser humano y una semana antes de cumplir cuarenta años, se suicidó con su amante en Tokio arrojándose a un canal del río Tama.

Osamu Dazai

Indigno de ser humano Traducción del japonés de Montse Watkins

sajalín editores

Indigno de ser humano Título original: APáJífetrj

(Ningen Shikkaku)

© de la traducción: Montse Watkins, 1999 Sajalín editores declara su disposición a satisfacer los derechos de la traducción original de Montserrat Watkins, cuyos herederos no ha sido posible localizar.

© Sajalín editores S.L., 2010 c/ Vilafranca, 44 - 08024 Barcelona [email protected] www.sajalineditores.com Primera edición: mayo de 2010 Segunda edición: septiembre de 2010 Diseño gráfico: Julio Casanovas Leal/Sajalín editores © de la imagen de la cubierta: Tamura Shigeru. Fotografía de Osamu Dazai en 1940. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.

Impresión: Winihard Gráfics S.L., Av. del Prat, 7, 08180 Moia ISBN: 978-84-937413-7-2 Depósito legal: B-38381-2010

V i tres fotografías de aquel hombre. La primera podría decirse que era de su infancia, tendría unos diez años. Estaba rodeado de un gran número de mujeres — i m a g i n o que serían sus hermanas y primas—, de pie, a la orilla de un estanque de jardín, vestido con un hakama* de rayas ralas. Tenía la cabeza inclinada hacia la izquierda unos treinta grados y mostraba una desagradable sonrisa. ¿Desagradable? Tal vez las personas poco sensibles a los asuntos de belleza comentarían con i n d i ferencia: «¡Qué niño tan gracioso!». Aunque, de hecho, era suficientemente «gracioso» como para que este vago cumplido dirigido al rostro del niño no pareciera fuera de lugar, alguien con sólo un poco de sentido estético exclamaría: «¡Qué niño tan horrible!» a la primera mirada y quizá apartaría de un manotazo la fotografía con repugnancia, como quien ahuyenta una oruga. Desde luego, cuanto más se mirase el rostro sonriente del niño, más producía una indescriptible impresión siniestra. En * Especie de falda pantalón larga utilizada con el kimono en ocasiones formales. (Todas las notas a pie de página son de la traductora.)

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realidad, no era un rostro sonriente. El niño no sonreía en absoluto. Una prueba era que tenía los puños apretados. Na-



no sonreía, ni tampoco tenía expresión alguna. Sentado en

una esquina, se calentaba las manos en un pequeño brasero.

die puede sonreír con los puños cerrados con fuerza. Era u n

I i I. Hoj'i.ilí.i producía la impresión lúgubre de que estaba m u -

mono. El rostro sonriente de un mono, todo arrugado. Era un

i li m i l i . Era espeluznante. Y no sólo esto. El tamaño del rostro

rostro tan raro que daban ganas de exclamar: «¡Qué chiquillo

en la imagen me permitió observar sus facciones con detalle; la

tan arrugado!»; tan repugnante que revolvía el estómago. Ja-

11, nte era normal y sus arrugas también, así como las cejas, los

más he visto a un niño con una expresión tan extraña.

OJOS,

la nariz y la barbilla. Aaah..., no era sólo que el rostro no

El rostro en la segunda fotografía era tan diferente que

tuviera expresión; tampoco producía ningún tipo de impre-

causaba sorpresa. Era de la época de estudiante. N o se podía

.11111. N o poseía características propias. A l cerrar los ojos des-

apreciar si de secundaria o ya estaba en la universidad, pero

l'in s i l e ver la fotografía, el rostro desaparecía de m i memoria.

era u n muchacho extraordinariamente apuesto. Mas, de nue-

Podía recordar la pared y el pequeño brasero; pero la impre-

vo, acontecía algo extraño: no daba la impresión de tratarse

m í ! del rostro se había borrado y no había manera de recor-

de un ser vivo. Iba vestido con u n uniforme, de cuyo bolsi-

i l . n l . i . Nunca podría pintarse un retrato de él. Tampoco ha-

llo delantero asomaba un pañuelo blanco, y estaba sentado en

i erse una caricatura. N i siquiera existiría la satisfacción de, al

un sillón de m i m b r e con las piernas cruzadas. También son-

i l n ir los ojos, poder exclamar: «¡Ah, era así el rostro!». Para ex-

reía, pero esta vez no era el rostro arrugado de un mono sino

presarlo de la forma más extrema, al abrir los ojos y observarlo

que mostraba una sonrisa inteligente. Sin embargo, era distin-

de nuevo, tampoco conseguía reconocerlo. M e resultaba fasti-

ta a la sonrisa de un ser humano. ¿Cómo decirlo? Le faltaba el

dioso,

irritante hasta el punto de hacerme apartar la mirada.

peso de la sangre, la aspereza de la vida. N o producía el efecto

Incluso una máscara de muerte sería más expresiva y cau-

de tener sustancia; no tenía n i el peso de un pájaro, apenas el

saría más impresión. M e pregunté si el colocar la cabeza de un

de una pluma. Era una simple hoja de papel blanco con una

i aballo de carga sobre un cuerpo humano produciría una sen-

sonrisa por completo artificial. Utilizar los adjetivos pedante,

sación tal. En fin, mirarlo me provocaba un escalofrío de re-

frivolo, falso, sería poco. Y, por supuesto, tampoco servía el

pugnancia. Nunca hasta entonces había visto un rostro huma-

término dandismo. N o obstante, mirándolo bien, este guapo

no tan extraño.

estudiante producía una sensación horripilante, de mal agüero. Nunca he visto a u n muchacho tan bien parecido con un aspecto tan peculiar. La última fotografía era la más horrible de todas. N o se podía adivinar su edad, aunque parecía tener algunas canas. Estaba en una habitación m u y deteriorada; se veía con claridad que la pared se estaba desmoronando en tres lugares. Esta

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Primer cuaderno de notas

i\ 11 vida ha estado llena de vergüenza. La verdad es que no i> upo la más remota idea de lo que es vivir como un ser humano <

orno

nací en provincias, en Tohoku, la primera vez que

i i un tren ya era bastante mayor. M e dediqué a subir y bajar, Una v

otra

vez, el puente elevado de la estación, sin que se me

0( ui i u ra que lo habían construido para cruzar las vías; me pa11 ¡i i.i c ] i i e

su función era dotar a la estación de un lugar de d i -

• i i o n de tipo occidental. Eso pensé durante mucho tiempo. M i lo pasaba estupendamente subiendo y bajando el puente, que e r a para mí una diversión de lo más elegante y el mejor m i vicio que ofrecía la compañía de ferrocarriles. Cuando me enteré de que no era más que un medio para que los viajeros i nizaran

al otro lado, m i interés se desvaneció.

También, cuando de pequeño había visto ilustraciones del metro, pensaba que era un juego la mar de entretenido y no me cabía en la cabeza que sólo sirviera para transportar personas. Yo era un niño enfermizo, que con frecuencia debía guardar cama. Cuando me tocaba estar acostado, solía pensar en lo aburridos que eran los estampados de las fundas de los edre-

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dones y las almohadas. Hasta los veinte años no supe que estas

blando de frío, empujaba boca adentro u n pequeño bo-

fundas tenían sólo un uso práctico y me desmoralizó lo som-

ltli 11 ras otro mientras me preguntaba por qué las personas teque comer tres veces al día.

bría que era el alma humana. Nunca pasé hambre. N o quiero decir con esto que me cria-

lodos

ra en una familia próspera; no tengo una intención tan estúpi-

i i nii.i

comían con la mayor seriedad. Llegué a pensar que

especie de ceremonia familiar, celebrada tres veces al

da. M e refiero a que nunca conocí la sensación de hambre. Pa-

llíu 11 la liora determinada, nos reuníamos todos en la habita-

rece una expresión u n poco rara, pero aunque tuviera hambre

nal iluminada ante las mesillas alineadas en orden y, con

no me daba cuenta. Cuando volvía del colegio, la gente de casa

ti ni ganas de comer, masticábamos los alimentos en silencio,

daba por supuesto que tendría mucho apetito. Ya de más ma-

quizá para apaciguar a los espíritus que pululaban por allí.

yor, en la escuela secundaria, recuerdo que me ofrecían jalea de

Suele decirse que si no se come, se muere; pero a mis oí-

soja, bizcocho o pan, organizando u n revuelo. Dejándome lle-

• |i >. esto suena como una intimidación maligna. Esta supersti-

var por m i tendencia a complacer, balbuceaba que tenía ham-

-hasta ahora no he dejado de pensar que de eso se tra-

bre y me tragaba diez dulces de jalea de soja, preguntándome

i.

sin entender cómo sería la sensación de tener hambre.

u n í ornen, mueren; y por lo tanto están obligadas a trabajar

Por supuesto, como bastante; pero no recuerdo haberlo hecho nunca por hambre. M e gusta comer cosas especiales y

siempre me produce inquietud y temor. Si las personas

para comer. Para mí, no había nada que sonase más difícil de i nú mler y más amenazador que esas palabras.

lujosas. Cuando estoy invitado, me lo como casi todo, aunque

Podría decirse que todavía no he comprendido lo que

me cueste un esfuerzo. En realidad, de pequeño los momentos

mantiene vivo al ser humano. Por lo que parece, m i concep-

más duros del día eran las comidas.

10 de la felicidad está en completo desacuerdo con el del res-

E n m i casa, en provincias, toda la familia —éramos unos

i o de las personas, y la intranquilidad que genera me hace dar

diez— comía junta, con nuestras mesillas individuales alinea-

vueltas y gemir por las noches en m i cama. Incluso ha llegado

das en dos hileras paralelas frente a frente. Como yo era el úl-

i .ilectarme la razón. M e pregunto si soy feliz. Desde peque-

t i m o hermano, me tocaba el asiento de menor rango.

n o me han dicho muchas veces que soy afortunado; pero mis

En la semipenumbra de la sala y en silencio total, almor-

recuerdos son de haber vivido en el infierno. Esos que me t i l -

zaban y hacían las demás comidas unas diez personas. Esto

daron de dichoso, al contrario, parecen haber sido incompara-

siempre me produjo una sensación de frío. Debido a que éra-

blemente más felices que yo.

mos una familia tradicional de campo, los platos de acompa-

He pasado por tantos infortunios que uno solo de ellos

ñamiento siempre eran de lo más austero, y no cabía esperar

podría terminar más que de sobra con la vida de cualquiera. Hasta eso he llegado a pensar. La verdad es que no puedo

nada especial n i lujoso. C o n el paso del tiempo, creció m i horror por las horas de

comprender n i imaginar la índole o grado del sufrimiento de

las comidas. Sentado en el peor lugar de esa habitación oscura

los demás. Quizá los sufrimientos de tipo práctico, que pue-

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dan mitigarse con una comida, tienen solución y por eso mis-

taba bien al corriente de mis propios miedos y malestares. En

m o sean los menos dolorosos. O puede tratarse de u n infier-

algún momento, me convertí en un niño que nunca podía de-

no eterno en llamas que supere m i larga lista de sufrimientos;

cir la verdad. En las fotos familiares, todos ponían unas caras

pero esto los hace todavía más incomprensibles para mí.

de lo más serias. Es extraño, tan sólo yo aparecía sonriente. Era

Mas, si pueden seguir viviendo sin matar o volverse locos, interesados por los partidos políticos y sin perder la esperanza,

una más de mis habituales bufonadas infantiles. Nunca respondí a ninguna reprimenda de m i familia. Es-

¿se puede llamar a esto sufrimiento? C o n su egoísmo, conven-

taba convencido de que era la voz de los dioses que me llegaba

cidos de que así deben ser las cosas, sin haber dudado jamás de

desde tiempos ancestrales. A l escucharla, sentía que iba a per-

sí mismos. Si éste es el caso, el sufrimiento es m u y llevadero.

der la razón; y, por supuesto, no estaba en condiciones de con-

Quizá así sea el ser humano, y esto es lo máximo que podamos

testar, n i mucho menos. Esas voces me parecían «la verdad»,

esperar de él. N o lo sé...

procedente de muchos siglos atrás.

Después de dormir profundamente, supongo que se levan-

Y como yo no tenía la menor idea de cómo actuar respecto

tarán refrescados. ¿Qué sueños tendrán? ¿Qué pensarán cuan-

a esa verdad, comencé a pensar que no me era posible vivir con

do caminan por la calle? ¿En dinero? ¡No puede ser sólo esto!

otros seres humanos. Por eso, no podía discutir n i defender-

Creo recordar haber oído la teoría de que el ser humano vive

me. Cuando alguien decía algo desagradable de mí, me parecía

para comer, pero nunca he escuchado a nadie decir que vivie-

que estaba cometiendo un craso error. Sin embargo, siempre

ra para ganar dinero. Desde luego que no. Pero en ciertas cir-

recibía esos ataques en silencio; aunque, por dentro, me sentía

cunstancias... N o , tampoco lo entiendo. Cuanto más pienso,

enloquecer de pánico. Desde luego, a nadie le gusta que le cri-

menos entiendo. M e persigue la inquietud y el miedo de sen-

tiquen o se enojen con él.

tirme diferente a todos. Casi no puedo conversar con los que me rodean. N o sé qué decir, n i cómo decirlo. Así es cómo se me ocurrieron las bufonadas. Era m i úl-

Por lo general, las personas no muestran lo terribles que son. Pero son como una vaca pastando tranquila que, de repente, levanta la cola y descarga un latigazo sobre el tábano.

tima posibilidad de ganarme el afecto de las personas. Pese a

Basta que se dé la ocasión para que muestren su horrenda na-

que temía tanto a la gente, al parecer era incapaz de renun-

turaleza. Recuerdo que se me llegaba a erizar el cabello de te-

ciar a ella. Y esas bufonadas fueron la única línea que me unía

rror al pensar en que este carácter innato es una condición

a los demás. Mientras que en la superficie mostraba siempre

esencial para que el ser humano sobreviva. A l pensarlo, perdía

u n rostro sonriente, por dentro mantenía una lucha desespe-

cualquier esperanza sobre la humanidad.

rada, que no daba fruto más que en el uno por m i l , para ofrecer ese agasajo.

Siempre me había dado miedo la gente y, debido a m i falta de confianza en m i habilidad de hablar o actuar como un ser

Desde pequeño, n i siquiera tenía la menor idea de los su-

humano, mantuve mis agonías solitarias encerradas en el pe-

frimientos de m i propia familia o de lo que pensaba. Sólo es-

cho y m i melancolía e inquietud ocultas tras un ingenuo op-

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timismo. Y con el tiempo me fui perfeccionando en m i papel

— ¿ Y tú Yozo? —preguntó.

de extraño bufón.

Yo me quedé balbuceando y no pude responder.

N o me importaba cómo; lo importante era conseguir que

Como me preguntó de repente qué quería, lo primero que

se rieran. De esta forma, quizá a los humanos no les impor-

se me ocurrió es que no quería nada. M e pasó por la cabeza

tara que me mantuviera fuera de su vida diaria. Lo que debía

que tanto daba; de todas maneras, nada me causaría alegría.

evitar a toda costa era convertirme en un fastidio para ellos.

Pero, al mismo tiempo, no era capaz de rechazar algo que me

Debía ser como la nada, el viento, el cielo. En m i desespera-

ofrecieran por más contrario que fuese a mis propios gustos.

ción, no sólo me dedicaba a hacer reír a m i familia sino tam-

Cuando algo no me gustaba, no podía decirlo a las claras; y

bién a los sirvientes, que temía aún más porque me resultaban

cuando algo me gustaba, lo aceptaba con timidez, como si fue-

incomprensi...


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