IX - Resumen Teoría de la literatura PDF

Title IX - Resumen Teoría de la literatura
Author Maria Neyra
Course Teoría de la Literatura
Institution Universidad de Sevilla
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Libro base sobre el que trabaja Manuel Romero Luque...


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Teoría de la Literatura

Resumen Aguiar e Silva

IX CLACISISMO Y NEOCLACISISMO

1. Los vocablos “clásico” y “clasicismo” presentan una polisemia que dificulta la tentativa de aclarar su significado. Classicus designaba en latín al ciudadano que, por su riqueza considerable, figuraba en la primera de las cinco clases en que la reforma del censo atribuida a Servio Tulio había dividido la población de Roma. Se trataba de un término sociológico y político, pero que también encerraba, la idea de excelencia y prestigio. Classicus referido a materias literarias aparece por primera vez en un texto de Aulo Gelio. La expresión “classicus scriptor” expresa el concepto de escritor excelente y modelo. Classicus Scriptor era el autor que se distinguía por la belleza y corrección (sobre todo lingüística) de sus obras, y ocupaba el primer plano en la república de las letras. En el bajo latín, classicus fue relacionado con las classes de las instituciones escolares (así se explica que la palabra haya adquirido el significado de autor leído y comentado en las escuelas). Este fue el sentido que “clásico” tuvo predominantemente durante los siglos XVII y XVIII, aunque el significado primitivo de autor modelo y excelente no se haya perdido. Durante siglos, los autores leídos y comentados en las escuelas, así como los escritores considerados dignos de imitación, fueron preferentemente los griegos y latinos (el epíteto “clásico” ha sido habitualmente concedido a estos escritores). A principio del siglo XIX, cuando la vida literaria europea experimentaba una metamorfosis profunda, los vocablos “clásico” y “clasicismo” cobraron nuevos matices semánticos y adquirieron un significado estético-literario nuevo. Goethe pretende haber sido el primero en lanzar la antinomia clásicoromántica, desarrollada posteriormente por Schegel y Mme. De Staël. La oposición clásico-romántico, que en la época romántica se transformó en lugar común, clásico, no tiene ningún sentido laudatorio ni el significado de leído y estudiado en las escuelas, sino que más bien designa una estética determinada y determinado bando literario. 2. ¿Cuál será el significado que debemos atribuir a la palabra “clasicismo”? Principales significados que se le atribuyen habitualmente: a) Aulo Gelio entendía por escritor clásico aquel que, sobre todo por la corrección de su lenguaje, podía ser tomado por modelo. Tal concepción de clásico y de clasicismo se formó en la cultura helenística, cuando los eruditos alejandrinos escogieron los autores griegos que debían ser considerados como modelos, procediendo al establecimiento de cánones. El clasicismo se identifica con la doctrina de que la creación literaria debe basarse en modelos, de los cuales se derivan la disciplina y las reglas necesarias para el logro de una obra perfecta. Los grandes adversarios de esta concepción clasicista de la literatura fueron siempre los modernos, es decir, los autores que no aceptan los cánones establecidos. Las actuales tendencias de la literatura han confirmado la doctrina de los modernos. b) Muchas veces se entiende por autor clásico aquel que puede ser considerado como un maestro de pureza del idioma y como modelo para los que se dedican a escribir. Esta noción de clasicismo es muy frecuente en la literatura portuguesa del siglo XVIII.

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Tal concepción de clasicismo se basa en motivos gramaticales, no en factores propiamente literarios o estilísticos. c) La designación de clasicismos se aplica a todos los autores y obras de las literaturas griega y latina. Entre las razones están: el equilibrio y la serenidad del espíritu greco-latino; el repudio de lo sobrenatural, el ritmo puramente terreno, el amor a la forma, etc., que caracterizarían a las literaturas griega y latina. Este concepto de clasicismos no tiene un contenido riguroso y bien fundamentado. Será imposible, no obstante, desvincular los vocablos “clásico” y “clasicismo” de todo lo relativo a Gracia y a Roma, dada la fuerza de la tradición y de los hábitos lingüísticos d) Clasicismo designa a los autores y obras de las literaturas modernas en que se hace sentir, más o menos intensamente, el influjo de las literaturas helénica y latina. La imprecisión de este concepto de clasicismo no es menos que en el caso anterior, pues abarca autores y obras diversísimos, integrados en estéticas literarias muy diferentes y hasta antagónicas. e) Clasicismo concebido como una constante del espíritu y también de la literatura (la constante del equilibrio, del orden, de la armonía). 3. Estos conceptos de clasicismo no satisfacen las exigencias de una rigurosa periodología literaria. El clasicismo entendido como período literario, como sistema de valores y de patrones literarios históricamente situado y determinado, hunde sus raíces en el Renacimiento, pero no debe identificarse con la época que se extiende desde el siglo XVI hasta el XIX; tampoco puede identificarse con el Renacimiento. Una de las más valiosas adquisiciones de la reciente historiografía sobre el Renacimiento consiste en la revelación del Anti-Renacimiento, es decir, una corriente filosófica y artística que atraviesa la época renacentista y se caracteriza por la rebeldía frente a las autoridades y a los modelos, por la oposición a la serenidad del arte de un Rafael o por la tendencia a lo fantástico, lo grotesco y lo tenebroso. A esta corriente anticlásica se contrapone, en la época renacentista, otra corriente, a la que podemos llamar clásica. El clasicismo es una estética literaria que recoge muchos elementos de esta última corriente del humanismo renacentista: recibe de ella las nociones de modelo artístico y de imitación de los autores griegos y latinos, los principios estéticos de la intemporalidad de lo bello y de la necesidad de las reglas, el gusto por la perfección, por la estabilidad, claridad y sencillez de las estructuras artísticas. La doctrina clásica se define progresivamente a lo largo de la segunda mitad del siglo XVI, en el fecundo terreno de la cultura literaria italiana, y adquiere particular cohesión e importancia en la literatura francesa del siglo XVII, llegando sus principios fundamentales a dominar las literaturas europeas en el siglo XVIII, a través de los llamados movimientos neoclásicos. En efecto, el neoclasicismo (que representa en las diversas literaturas europeas, desde fines del siglo XVII, una reacción contra el barroco, bajo el impulso irresistible del pensamiento racionalista dominante desde entonces en toda la Europa culta) está constituido por un sistema de valores estéticos que tiene su origen en la corriente clásica del Renacimiento y alcanza su estructuración perfecta en la literatura francesa del siglo XVII. Los varios movimientos arcádicos y neoclásicos europeos consideraron como ideales, a la par de ciertos escritores de la antigüedad grecolatina y del siglo XVI, los grandes autores clásicos franceses del XVII: Racine, Moliere, Boileau. Contra este sistema

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de valores lucha el romanticismo desde fines del siglo XVIII, y fue este significado muy específico de período literario el que presentó originariamente la palabra “clasicismo”: si el vocablo “clásico” se remonta a Aulo Gelio, el término “clasicismo” apareció en las polémicas que, a fines del siglo XVIII y principio del XIX, trabaron por toda Europa clásicos y románticos, designando precisamente un estilo, un sistema de normas y de convenciones literarias a que el romanticismo se oponía. 3.1. En la formación de la doctrina clásica desempeñó un papel importante el amplio movimiento de exégesis crítica realizada en Italia, durante la segunda mitad del siglo XVI, en torno a la Poética de Aristóteles. Esta obra había permanecido casi desconocida hasta comienzos del siglo XVI y, a pesar de haberse editado el texto griego en 1508, después de 1548 comenzó a influir profundamente en la cultura literaria europea. El comentario de Robortello a la Poética, constituyó la primera tentativa moderna de interpretación de la estética aristotélica; en los años siguientes, se multiplicaron las traducciones y los comentarios, se publicaron numerosos tratados de poética, se encendieron discusiones y polémicas acerca de algunas afirmaciones de la Poética y sobre problemas literarios. “La época de la crítica” (segunda mitad del siglo XVI) define bien el carácter de aquel periodo histórico: la preocupación de conocer, analizar racionalmente y sistematizar el fenómeno literario; la necesidad de establecer un conjunto orgánico de reglas que pudiese disciplinar la actividad de los escritores. El Ars poetica de Horacio, evangelio de las ideas literarias para las primeras generaciones humanistas del Renacimiento no bastaba, por eso se buscó en la Poética de Aristóteles el fundamento doctrinal indispensable. La influencia de los traductores y exegetas italianos de la Poética comenzó a actuar profundamente en la literatura francesa desde fines del siglo XVI y, a partir de las primeras décadas del XVII. Esta influencia encaminaba los espíritus hacia la formulación de una estética literaria de tenor intelectualista, caracterizada por la aceptación de reglas, por la desconfianza frente a la inspiración tumultuosa y la fantasía desordenada. Entre los críticos que más contribuyeron a la estructuración de la doctrina clásica: Nicole, Scudéry, d’Aubignac y Chapelain. Los estudios modernos sobre el barroco han determinado una nueva visión del siglo XVII francés, que ha dejado de ser considerado como un bloque lítico dominado por el clasicismo. Existe un barroco literario francés bien delimitado y caracterizado, que domina la primera mitad del siglo XVII, tanto en la poesía lírica como en el teatro y en la novela. El clasicismo se estructura en este ambiente dominado aún por el barroco, y hacia 1640, la doctrina clásica triunfa en la literatura francesa. El barroco y el clasicismo no constituyen en la literatura francesa del siglo XVII dos ríos paralelos y ajenos entre sí: constituyen dos sistemas de valores, dos estilos diversos en su motivación, en sus procesos y en sus objetivos, pero que presentan también muchas interferencias y contaminaciones. Estas interferencias se comprueban con frecuencia en el mismo autor y en la misma obra, como en los casos de Malherbe y Racine. El proceso generador del clasicismo es más complejo. Además de las influencias literarias, hay que tener en cuenta el fuerte racionalismo que impregna la cultura francesa de la época, y que tiene su más alta expresión filosófica en el Discurso del Método de Descartes, y las motivaciones sociológicas. El clasicismo se relaciona estrechamente con una burguesía muy importante en Francia (la burguesía ilustrada que domina la justicia y la administración pública, con una formación sólidamente racionalista basada en la enseñanza de la lógica, de las matemáticas, de la disciplina gramatical y de la jurisprudencia). Esta burguesía, era apta para aceptar y desarrollar una estética literaria del tenor de la crítica estética.

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Con la llamada generación de 1660 (Racine, Molière, Boileau, La Fontaine) el clasicismo presenta una floración singularmente rica y de irradiación universal. 4. Aspectos más relevantes de la estética clásica: 4.1. La verosimilitud constituye un principio fundamental de la estética clásica. Aristóteles había relacionado lo verosímil con la esencia misma de la poesía, al escribir: “El historiador y el poeta no defieren por el hecho de expresarse en verso o en prosa […]; difieren en decir uno lo que aconteció y el otro, lo que podría acontecer”. El objetivo de la poesía no es lo real concreto, lo verdadero, lo que de hecho aconteció, sino lo verosímil, lo que puede acontecer, considerando en su categorialidad y en su universalidad. Lo verdadero, lo que efectivamente acontece, puede muchas veces ser increíble, y distanciarse de lo verosímil. El principio de verosimilitud excluye de la literatura todo lo insólito, lo anormal, lo estrictamente local o el puro capricho de la imaginación. El clasicismo no busca lo particular, el caso único y aislado, sino lo universal y lo intemporal. 4.2. La imitación de la naturaleza constituye un precepto básico del clasicismo. Esta naturaleza no se identifica principalmente con el mundo exterior, como el paisaje con las sierras, los ríos, los bosques,…; se identifica con la naturaleza humana: el estudio del hombre, de sus sentimientos y se sus pasiones, de su alma y de su corazón…. La imitación de la naturaleza, en la estética clásica, no se identifica con la copia servil, con la reproducción realista: el clasicismo escoge y acentúa los aspectos característicos y esenciales del modelo, eliminando los rasgos accidentales y transitorios, desprovistos de significado en el dominio de lo universal poético. Tal imitación de la naturaleza se caracteriza por un idealismo radical. Este idealismo se acentúa aún más por el hecho de que el clasicismo selecciona cuidadosamente la naturaleza que ha de ser imitada, excluyendo de la imitación poética todo lo grosero, hediondo, vil y monstruoso. 4.3. El intelectualismo (la razón). El fenómeno poético, en la estética clásica, no se divorcia de la reflexión y de la cultura intelectual. La razón es concebida como una entidad inmutable y universal, ajena a toda variación cronológica o espacial. El griego del tiempo de Pericles, racionaba del mismo modo que un súbdito de Luis XIV, y este hecho era garantía de la existencia de una belleza y de un gusto universales. La imitación de los autores greco-latinos y la defensa de las reglas hallaban plena justificación en este concepto de una razón y de una belleza inmutables y universales. La autoridad misma de Aristóteles, aceptada casi unánimemente por los autores clásicos, es verificada por esta onda intelectualista, pues el Estagirita es identificado con la esencia misma de la razón, de modo que la aceptación de sus preceptos equivale a la aceptación de las exigencias del entendimiento humano. Este culto la razón tuvo muchas veces consecuencias nefastas (originó la atrofia de la imaginación y abrió el camino a la rigidez), pero también es fundamento del equilibrio, de la sobriedad y de la claridad mental que ofrecen las grandes obras de la literatura clásica.

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4.4. Las reglas representan, en el sistema de valores de la estética clásica, la consecuencia natural de la actitud intelectualista y de la concepción del acto creador como esfuerzo lúcido, como vigilia reflexiva y disciplinadora de los arrobos de la imaginación y de los impulsos del sentimiento. La formulación de las reglas del clasicismo está íntimamente asociada a la experiencia de los grandes modelos literarios. Poseía sus reglas específicas relativas al contenido, a la disposición de los elementos estructurales, a los aspectos estilísticos, etc. Entre las reglas de la estética clásica sobresalen las llamadas reglas de las tres unidades: unidad de la acción, de tiempo y de lugar. En la Poética de Aristóteles sólo se halla claramente formulada la regla de la unidad de acción. Fueron los comentaristas italianos de la Poética y en particular Castelvetro, los que elaboraron, en motivos extraliterarios, la doctrina de las tres unidades. Las unidades de acción, tiempo y lugar, se integran en el espíritu de la sobriedad característico del clasicismo: Racine creó obras maestras de tensión y de densidad trágica. El romanticismo, exaltado y grandilocuente, consideró la regla de las tres unidades como reducto por excelencia de la tiranía clásica, reducto que los románticos conquistaron. 4.5. El principio de la imitación de los autores greco-latinos representa la herencia renacentista: deriva del culto apasionado con que los humanistas del Renacimiento imitaron a los autores griegos y latinos. Lo que en los humanistas del Renacimiento era admiración deslumbrada y sentimiento espontáneo se transformó en la doctrina clásica, en actitud reflexiva y racionalmente justificada. Si la razón es una facultad inmutable y si los valores estéticos participan de esta inmutabilidad y universalidad, la imitación de los autores griegos y latinos está sólidamente legitimada. Otros autores clásicos justifican la imitación de los griegos y latinos mediante la teoría de la imitación de la naturaleza: la poesía debe imitar una naturaleza despojada de rasgos deformes y groseros; los grandes escritores griegos y latinos presentan en sus obras una naturaleza ideal y perfecta de suerte que su imitación se identifica con la imitación de la naturaleza. Todos los preceptistas del clasicismo están de acuerdo en la necesidad de seleccionar los autores que deben imitarse. 4.6. El decoro puede ser interno (relativo a la coherencia y a la armonía internas de obra literaria) y externo (relativo a la adecuación de la obra con relación al gusto, a la sensibilidad y a las costumbres del público). El decoro interno determina que un personaje mantenga constantes y coherentes sus características, que hable y se comporte de acuerdo a su condición y su edad, que la descripción de costumbres y características de cierta época o de cierto país obedezca a la verdad histórica generalmente admitida acerca de tal época y de tal país. El decoro externo exige que el autor respete las costumbres y los preceptos morales de la sociedad en que se integra, que se abstenga de tratar asuntos escabrosos y crueles, escenas violentas o hediondas, como asesinatos, duelos, etc.; que evite ciertas libertades y osadías en la pintura de la vida sentimental. Los actos de la vida cotidiana (comer, beber, dormir), están desterrados de la literatura, y son también postergados todos los vocablos o expresiones que por su realismo o grosería, se consideran poco dignos y elevado. En la literatura estaba ausente la diversidad y la complejidad del hombre y de la sociedad; al

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mismo tiempo se formaba un lenguaje rígido y artificial que reflejaba todas las restricciones impuestas a la literatura por la estética clásica. 4.7. Los numerosos críticos franceses que, en el siglo XVII, prepararon el advenimiento del clasicismo, admiten casi unánimemente la función moral de la literatura. Mairet, Desmarets, Chapelain, La Mesnardière, etc., están de acuerdo en que la poesía debe mejorar las costumbres y hacer más dingo al hombre. Hacían suya, la lección horaciana sobre la necesidad de unir lo utile a lo dulce. Los grandes autores del clasicismo aceptan esta concepción. Molière expone si idea de la comedia como instrumento de la crítica moralizada de las costumbres y acciones de los hombres. La Fontaine, en sus fábulas, no pretende simplemente narrar una historia para divertir a sus lectores; su intento consiste también en dar una lección profundamente moral. Racine escribe en el prefacio de Phèdre que la enseñanza moral es, en realidad, “el fin que debe proponerse todo el que trabaja para el público”. La literatura clásica es profundamente moral, porque el hombre, con sus pasiones y sentimientos, es la base de sus intereses, y porque los problemas del equilibrio delas pasiones, de los sentimientos, de la lucidez que rehúsa el engaño, etc., constituyen algunas de sus preocupaciones fundamentales. Trátase de una moral eminentemente general, universal y abstracta, y su llamada es “teórica” y no práctica. La moral de Molière ha sido ya definida como “una moral de autenticidad” y la obra de Racine, es ilustración de las virtudes catárticas de la literatura. En conclusión: el clasicismo dista mucho del arte por el arte, pero tampoco se identifica con una literatura edificante. Expresión literaria profundamente interesada por los problemas morales y psicólogos del hombre, asumió una función pedagógica en el más alto sentido de la palabra. 5. Desde fines del siglo XVII se verifica en las literaturas europeas una generalizada y fuerte reacción antibarroca, aunque en algunas como la portuguesa y la española, haya persistido durante la primera mitad del siglo XVIII. Esta reacción antibarroca se integra en las tendencias generales de la cul...


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