Karl Polanyi y el liberalismo económico PDF

Title Karl Polanyi y el liberalismo económico
Author Sergio Campoy Moya
Course América Sociedades De Frontera: Cultura E Identidad
Institution Universidad de Murcia
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Summary

En este trabajo se analiza como el filósofo y economista Karl Polanyi analiza el liberalismo económico a través de su obra "La Gran Transformación"....


Description

Campoy Moya, Sergio 1. Karl Polanyi. Crítica al liberalismo económico a través de La Gran Transformación No podríamos entender la obra de Karl Polanyi sin conocer el contexto en el que desarrolló su vida. Nació en 1886 en Viena, entonces capital del antiguo Imperio Austrohúngaro. Vivió lo que él mismo denominó el “derrumbamiento de la civilización europea del siglo XIX”: participó en la I Guerra Mundial y fue testigo de la caída de los Habsburgo, pasando por la Gran Depresión de los años treinta y el ascenso imparable del nazismo (Soane, 2015: 168). Su estancia en Viena, que en ese momento era un centro cultural muy dinámico, le llevó a conocer algunas corrientes de pensamiento que predominarían durante el siglo XX. Especialmente importante fue el liberalismo austriaco encabezado por F. Hayeck y V. Mises, una línea totalmente contrapuesta a la que seguiría el propio Karl Polanyi, quien basaría su obra en la refutación de esa ideología liberal. Desde un punto de vista cronológico, esta crítica comenzó durante los años 20, cuando Polanyi escribía artículos para la revista económica Der Oesterreischische Volkswirt, en los que ya se podían percibir algunas de las ideas que estarán presentes a largo de toda su obra, especialmente una profunda raíz cristiana, de la que emerge su concepto de comunidad e individualismo inclusivo. El ascenso del nazismo en los años treinta llevó a Polanyi hasta Londres, ciudad a la que llegaría en 1933. Allí publicaría un artículo titulado “La esencia del fascismo” donde desarrolla una de sus más importantes tesis: el fascismo es una de las consecuencias del intento del liberalismo por implementar una economía y una sociedad de mercado que se negaban a funcionar (Polanyi, 2007: 307). También debemos destacar su participación, junto a otros autores heterodoxos como J. A. Hobson, en el programa de educación para adultos de las universidades de Oxford y Londres. Sus clases sobre historia económica de Inglaterra le proporcionaron parte de los materiales que luego empleó en su ensayo más conocido. La Gran Transformación En LGT Polanyi desarrollará una crítica al liberalismo a través de una narrativa histórica en la que se enlazan Revolución Industrial, la I Guerra Mundial y los años de entreguerras con el fin de encontrar las razones que explicaran el auge del fascismo. Así, realizará un análisis del desarrollo histórico del mercado autorregulado marcando como punto de partida la mitad del siglo XVIII inglés, momento en el que irrumpe un fenómeno inédito hasta ese momento de la historia: el de una revolución industrial que además de incrementar la riqueza de la nación multiplica el número de pobres e indigentes hasta unas cifras desconocidas, generando un problema moral y político para las clases dirigentes. La respuesta, que debía abordar ambos planos, vendrá de la mano de una serie de teóricos que terminarán generando una nueva ciencia: la economía política. El desarrollo teórico de la Economía, así como su enseñanza, se remonta a 1776 con la publicación de

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La Riqueza de las naciones de Adam Smith, obra que asegurará la preponderancia de la escuela económica inglesa, basada en el liberalismo económico1 (Rodríguez, 2006: 111). Será él quien dé a conocer algunas de las claves de esta doctrina como la división del trabajo, la prosperidad social y el deseo de la gente de intercambiar bienes y servicios. La coexistencia pacífica, afirmaba Smith, se daba a través de la oferta y venta de bienes y servicios en cantidades que satisfagan los deseos de cada persona. Es lo que Smith describió como la Mano Invisible del mercado, que generaba la cooperación y aumentaba la productividad y la distribución para satisfacer las necesidades de la sociedad. Smith argumentaba que la gente se movía por su propio interés para proveerse de bienes y servicios de gran valor lo que hacía posible que cada uno comercializara bienes y servicios de una proporción semejante a su valor por otra que tuviera igual apreciación. Aquellos que produjeran los mejores llevarían más ventaja que aquellos que ofrecieran bienes y servicios de menos valor (Díaz, 2008: 78). Smith, como académico, introdujo también el concepto del laissez faire, que promovía la libertad de mercado sin intervención gubernamental. En su obra abordará además el surgimiento de la propiedad privada. Para él, en un estado originario de la sociedad, la tierra, como el producto obtenido de su trabajo, pertenecía solo al trabajador puesto que no había patronos ni propietarios con quienes compartirlos. La apropiación por el empresario de parte del trabajo obrero parece inevitable a partir del momento en que se contrataron operarios para trabajar en los medios de producción (Arnaudo, 2013: 46). Según Smith, el estado originario “perduró hasta que tuvo lugar la primera apropiación de la tierra y acumulación de capital, lo que obligó de alguna forma a otras personas a trabajar para estos poseedores y ser compensados con los mismos bienes producidos o un salario” (Smith, 1979: 64). De este texto de La Riqueza de las naciones se desprenden dos nociones que serán fundamentales para el liberalismo económico y que Smith toma de John Locke: el de propiedad privada y el de acumulación de capital. En su Segundo Ensayo sobre el Gobierno Civil Locke señala que, en un primer momento, en lo que él llama “estado de naturaleza” previo a la sociedad política2, en el cual los bienes eran comunes, las personas tenían derecho -pues estaban legitimados por Dios- a apropiarse por medio del trabajo de los mismos. Con el trabajo de los hombres, la propiedad común desaparece y nace la propiedad individual sobre los bienes, sobre la tierra. Sin embargo, advierte, estas propiedades deben limitarse a la necesidad de los hombres: “todo lo que excede de las necesidades del hombre, le pertenece a Dios, a los demás hombres”.

A pesar de que tradicionalmente se considera a Adam Smith como padre del liberalismo económico y el creador de la ciencia de la economía política, Polanyi dirige sus críticas principalmente hacia otros autores como Malthus, David Ricardo y Bentham, puesto que, aunque se inspiran en el anterior, obvian los sentimientos morales que fundamentan la acumulación. 1

2 Esta idea de “estado de la naturaleza” en el que todos los seres humanos eran iguales en posición y riqueza, en el que la autosuficiencia, la comunidad de bienes y la ayuda mutua eran característicos, hunde sus raíces en la Antigüedad clásica. Tanto la literatura griega (Platón, los estoicos), como la latina (Ovidio, Virigilio, Luciano, Séneca, etc.) nos hablan de las maravillas de las que gozaron los hombres en aquella edad de oro.

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El acontecimiento que dará paso a la acumulación de riqueza y las desigualdades económicas será el surgimiento del dinero. El dinero supera los límites naturales al derecho de propiedad, permite que los hombres puedan apropiarse de terrenos mayores: con el dinero, se puede intercambiar los bienes que se producen en exceso, los que sobrepasan las necesidades de las personas. Aun así, para Locke es un “comportamiento justo o moral” puesto que, al no existir desperdicio de bienes, no se atenta contra el mandato divino. Como el trabajo es lo que permite apropiarse de los bienes de la naturaleza, la absoluta igualdad inicial generará que los hombres comiencen a distinguirse: quien más trabaja, tendrá más propiedades que los que lo hagan en menor proporción. Así, la acumulación de bienes será el criterio objetivo a través del cual se establezcan las diferencias sociales y económicas: habrá propietarios y no propietarios, empleadores y subordinados3 (Toyama, 1998: 294). Esta tesis será posteriormente criticada por Karl Marx en el capítulo XXIV de su obra El capital y tachada de idílica. Para él, la llamada acumulación originaria debe entenderse como un proceso violento de separación o “disociación” entre el productor y los medios de producción a través de diferentes fases (Marx, 2018: 168). Además, Marx se opone a la idea de “estado de naturaleza”, puesto que para él en un primer momento existiría un comunismo primitivo diferente al comunismo propiamente dicho que se caracterizaba por la cooperación entre los miembros de la tribu, su propiedad colectiva y la ausencia de individualismo (Castilla, 2011: 102). Polanyi también rechaza la concepción del estado natural, al afirmar que “no existe ninguna prueba del egoísmo primitivo, ni de la apócrifa propensión al trueque, al intercambio o al comercio”. Para él, si la tendencia al trueque y a la obtención personal del máximo beneficio fuese natural, el homo economicus debería encontrarse en otras épocas históricas. Basándose en sus estudios históricos y antropológicos, nuestro autor tratará de demostrar que, en muchas sociedades históricas, las instituciones, las relaciones y las pautas de comportamiento no estaban motivadas por el interés individual, sino por la solidaridad comunal (Lahera, 1999: 40). Pero también niega la “leyenda de la psicología comunista del salvaje, de su presunta indiferencia a sus intereses personales”. A diferencia de estas perspectivas que sitúan al hombre como un ser económico, él acepta la concepción aristotélica del hombre como un ser social que adquiere posesiones materiales no para satisfacer necesidades personales, sino para lograr el reconocimiento, status y ventajas sociales (Polanyi, 1994: 256) Polanyi conocía la obra de Marx, y, de hecho, debemos entender La Gran Transformación como una crítica al marxismo. El principal punto de desencuentro entre la visión de Marx y Polanyi está en la concepción del liberalismo económico. El primero entendía el capitalismo como un sistema brutal de opresión a los obreros y reconocía que

Sin embargo, no debemos olvidar que también será Locke quien plantee la necesidad de un Estado civil cuya función será “prevenir, regular y resolver los conflictos que surjan entre los hombres sobre el derecho de propiedad”, idea que entrará en contradicción con la que concepción que el liberalismo económico tiene del Estado. 3

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su implantación era un momento “necesario” en el desarrollo histórico de los modos de producción como fase previa a la dictadura del proletariado. Para Polanyi, al contrario, su amenaza se extendería a toda la sociedad y su implantación no sería ninguna fase necesaria sino un proceso continuo de consecuencias catastróficas resultado de la tendencia del hombre a repetir sus comportamientos. Pará él “el hombre es el mismo a lo largo de la historia” (Fernández y Alegre, 2012: 59). Con todo, este autor tomará de Marx la concepción de la mercancía como expresión mínima de la lógica de acumulación de capital, como mecanismo del mercado que permite articular los diferentes elementos de la vida industrial. Para nuestro autor el mercado autorregulador exige que todo lo que participa en la producción es mercancía y, por ende, debe ser tratado como tal. Una economía de mercado autorregulada, al requerir que todos los bienes funcionen en tanto que mercancías y que todos los ingresos procedan de relaciones mercantiles, exige que también el trabajo y la tierra sean movilizados como una mercancía más. Tanto el uno como la otra podrán comprarse y venderse libremente en el mercado y habrán de tener un precio (Prieto: 1996: 28). Respecto al trabajo, su mercantilización conllevará la destrucción de los vínculos sociales que anteriormente evitaban la integración del hombre en el mercado ¿Cómo se logra esto? Separándolo de sus medios de subsistencia por medio de la expropiación de sus tierras. Así, además del beneficio, se creará un nuevo incentivo en el hombre para integrarse en el mercado: evitar el hambre. En cuanto a la naturaleza, su mercantilización supondrá eliminar los límites en su explotación sin importar su posible destrucción (Lahera, 1999: 44-45). Sin embargo, puesto que no se trata de objetos que premeditadamente hayan sido producidos para su venta en el mercado, no pueden en realidad llegar a ser mercancías, razón por la cual nuestro autor las llama mercancías ficticias. Para él, el trabajo es el nombre que recibe la actividad humana que acompaña a la vida, el dinero es un signo social del poder adquisitivo, y la tierra es otro nombre para la naturaleza que no está producida por el hombre. Es decir, se trata de elementos que siempre han estado al servicio de la sociedad y que nunca han sido mercancías. Como nos señala en La Gran Transformación “permitir que el mecanismo del mercado dirija por su propia cuenta y decida la suerte de los seres humanos y de su medio natural, e incluso que de hecho decida acerca del nivel y de la utilización del poder adquisitivo, conduce necesariamente a la destrucción de la sociedad y la naturaleza” (Polanyi, 2007: 190). La singularidad de la economía de mercado radicaba para Polanyi en que la economía había ocupado un lugar hegemónico con respecto al resto de las instituciones no económicas. En este sentido, Polanyi observa que en otras sociedades y en otras épocas la economía ha estado subordinada a otras instituciones de la sociedad como la política, la familia o la religión, instituciones que estructuraban el funcionamiento de las actividades económicas a partir de otros principios como la reciprocidad, la redistribución o la administración doméstica. Es decir, descubre que la economía siempre había estado incrustada en la sociedad; de ahí que una de las categorías clave de su análisis sea el concepto de incrustamiento o empotramiento, embedding en inglés, como opuesto a dislocación (Maya, 2014: 147).

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Sin embargo, el liberalismo económico promueve la separación institucional entre la economía y la sociedad: la economía funciona automáticamente de acuerdo con sus propias reglas y concibe la participación del resto de las instituciones no económicas como una interferencia o como una distorsión de la libertad (Castro y Pedreño, 2012: 11). Esto no implica que las demás instituciones no intervengan en la economía; pueden hacerlo, pero siempre siguiendo la “lógica” de funcionamiento de la esfera económica, es decir, de las leyes de mercado. Así, el Estado como institución política no debe permitir nada que obstaculice la formación de los mercados, puesto que “únicamente interesan las políticas y las medidas que contribuyan a asegurar la autorregulación del mercado, a crear las condiciones que hagan del mercado el único poder organizador en materia económica” (Polanyi, 2007, 125). Desde el punto de vista social, el predominio de la economía de mercado llevará consigo la aparición de una sociedad de mercado. Este proceso de mercantilización implica la destrucción del tejido social anterior, una dislocación de la vida del pueblo, su pauperización y disciplinamiento. Según Polanyi, el cambio cultural en las formas de vida que supuso esta organización social despojó al ser humano de sus raíces y su entorno, desplazándole a nuevos espacios solo donde podía trabajar míseramente. Un ejemplo de ello fue la desintegración cultural que conllevó los enclosures en Inglaterra o el imperialismo en África (Polanyi, 200,7: 257). Esta autonomía de lo económico, nos dice Polanyi, es una utopía, puesto que el mercado autorregulado exige la intervención del Estado para hacerlo factible, al mismo tiempo que ese necesaria la protección (institucionalmente) de los “factores” fundamentales para el funcionamiento de los mercados (tierra, trabajo y moneda) contra la acción de los mercados mismos. De hecho, añade, la construcción histórica de la economía de mercado, y su separación institucional del resto de la sociedad, no habrá sido posible sin la inversión y la movilización de recursos para la destrucción masiva y violenta de las bases tradicionales previas. En otras palabras, el Estado es necesario para la creación y el mantenimiento de la economía de mercado. Lo mismo ocurre con la subordinación del resto de instituciones a la economía. Esto es algo que no puede garantizarse puesto que la hegemonía de lo económico genera tal grado de destrucción que siempre encontrará una respuesta de lo social, de lo político (contramovimientos). Esto es algo que el propio Polanyi indica con su idea de doble movimiento: los procesos de mercantilización generan las respuestas de protección de la sociedad que cristalizan institucionalmente en protecciones “sancionadas” o “creadas deliberadamente” por el Estado. Vemos por tanto una clara contradicción en el interior de liberalismo económico entre la necesidad de seguir avanzando hacia el libre mercado a la vez que desde los grupos sociales se demandan y construyen protecciones ante las consecuencias negativas del mercado mismo. Para Polanyi esta sería la prueba de la incompatibilidad entre la economía de mercado y la democracia. Según nuestro autor este proceso de bloqueos impulsados desde lo social y político puede generar una recesión en lo económico. Así es interpretada la crisis del 29, referencia empírica de La Gran Transformación. La salida a este bloqueo se buscará a través de tres dinámicas de cambios sistemáticos -el New Deal estadounidense, el 5

socialismo soviético y el fascismo en Europa- que constituyen para Polanyi la gran transformación y que buscarán reincrustar de nuevo la sociedad en la economía por medio de diferentes respuestas políticas para afrontar esta violencia: el fascismo anula la esfera de la intervención política democrática en la configuración de la vida económica y garantiza la acumulación capitalista por medio del autoritarismo; el socialismo colectiviza los medios de producción para constituir una alternativa económica al capitalismo; y el New Deal configura un espacio de mediación entre capital y trabajo alimentado por políticas de redistribución a través del gasto público (Castro y Pedreño, 2012: 13). Después surgieron otros, como por ejemplo los regímenes socialdemócratas en Europa occidental; los llamados nacionalismos revolucionarios en países latinoamericanos, africanos y asiáticos y, en general, otros gobiernos de mayor o menor inspiración keynesiana (Maya, 2014: 156) que acabarán siendo destruidos tras el proceso de expansión del mercado neoliberal iniciado a finales de los setenta por Reagan, Thatcher y sus homólogos. Para ello llevarán a cabo una serie de reformas legislativas relacionadas con la necesidad del capitalismo neoliberal de dotarse de nuevas estructuras de regulación que afectaron a la base de la ciudadanía social, iniciando un proceso de desdemocratizacion de la vida social que se ha encontrado con numerosas muestras de rechazo. La crisis del 2007-2008, generada por la globalización financiera, es una clara muestra del fracaso del capitalismo neoliberal. La búsqueda por parte de los gobiernos de soluciones austeras para pagar la deuda contraída con la banca internacional demuestra una vez más la prioridad de lo económico sobre lo social. Nuestro país es un reflejo de esta subordinación cuyo máximo exponente es el artículo 135 de la Constitución. Sin embargo, la sociedad está respondiendo a estos ataques: los contramovimientos que están surgiendo en forma de plataformas ciudadanas, de huelgas, de asociaciones… son claramente respuestas polanyianas de resistencia a un nuevo viraje hacia el mercado autorregulado. Como señaló Polanyi solo con la supresión de la economía de mercado “desaparecería la libertad de explotar a los semejantes, la libertad de realizar ganancias exorbitantes sin ofrecer servicios equivalentes a la comunidad, la libertad de impedir que las invenciones tecnológicas se usen en favor del público o la libertad de beneficiarse de las calamidades públicas manipulándolas secretamente para lucro privado” (Polanyi, 1994: 264). Quizá como nos dice, la solución sea recuperar un modelo de poder centralizado donde el hombre y a la naturaleza vuelvan a estar incrustados en la sociedad, incluso “al precio de una sociedad tecnológicamente menos eficiente” (Polanyi, 1994: 263). Como podemos ver, Polanyi plantea la solución, pero no el medio para alcanzarla, algo que sí hizo Walter Benjamín, uno de los pensadores más influyentes del siglo XX. Él, al igual que Polanyi, tuvo la capacidad de discernir la catástrofe que llevaba implícita un progreso basado en la acumulación cuantitativa, el desarrollo de las fuerzas productivas y el crecimiento del dominio sobre la naturaleza. Pero fue más allá al v...


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