Las Fronteras Hispanocriollas del Mundo Indígena Latinoamericano en los Siglos XVIII-XIX. Un estudio comparativo. PDF

Title Las Fronteras Hispanocriollas del Mundo Indígena Latinoamericano en los Siglos XVIII-XIX. Un estudio comparativo.
Author Carlos D . Paz
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Las fronteras hispanocriollas del mundo indígena latinoamericano en los siglos XVIII-XIX Un estudio comparativo Raúl J. Mandrini y Carlos D. Paz Editores Tandil, IEHS/CEHIR/UNS, 2003 Este volumen reúne las versiones revisadas de las ponencias presentadas en el Coloquio Internacional "En los con...


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Las fronteras hispanocriollas del mundo indígena latinoamericano en los siglos XVIII-XIX Un estudio comparativo

Raúl J. Mandrini y Carlos D. Paz Editores

Tandil, IEHS/CEHIR/UNS, 2003

Este volumen reúne las versiones revisadas de las ponencias presentadas en el Coloquio Internacional "En los confines de la ‘civilización’. Indígenas y fronteras en el ámbito pampeano durante los siglos XVIII Y XIX. Un análisis comparativo”, realizado en Tandil, en agosto del año 2000, organizado por el Instituto de Estudios HistóricoSociales de la Universidad Nacional del Centro de la provincia de Buenos Aires, el Centro de Estudios de Historia Regional de la Universidad Nacional del Comahue y el Departamento de Humanidades de la Universidad Nacional del Sur Tandil, 2003.

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[No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su almacenamiento en un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, electrónico, mecánico u otros medios sin el permiso previo de los editores]

PRESENTACION

Los trabajos incluidos en el presente volumen son versiones revisadas y, en muchos casos ampliadas y corregidas, de las ponencias presentadas en el Coloquio Internacional “En los confines de la 'civilización'. Indígenas y fronteras en el ámbito pampeano durante los siglos XVIII y XIX. Un análisis comparativo” realizado en Tandil, provincia de Buenos Aires, entre el 16 al 18 de agosto de 2000. El encuentro fue organizado en forma conjunta por el Instituto de Estudios Histórico-Sociales (IEHS) de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, el Departamento de Humanidades de la Universidad Nacional del Sur y el Centro de Estudios de Historia Regional y Relaciones Fronterizas (CEHIR) de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional del Comahue. La reunión fue la culminación de una larga tradición de cooperación e intercambio entre los miembros de los grupos de investigación de esas instituciones que se inició con dos reuniones realizadas en 1987 y 1988 en Tandil y en Neuquén, respectivamente, en las que participaron distintos investigadores vinculados a la temática. En los años siguientes las actividades conjuntas incluyeron asesoramientos en proyectos de investigación, dictado de seminarios y conferencias, colaboración en publicaciones conjuntas, organización de Mesas y Simposios en distintos Congresos y Jornadas. En estos momentos, los tres equipos desarrollan un proyecto de investigación que es financiado con un subsidio otorgado por la Fundación Antorchas. La idea de organizar este Coloquio surgió, justamente, durante el desarrollo de una de esas actividades comunes, el simposio que organizamos en las VII JORNADAS INTERESCUELAS / DEPARTAMENTOS DE HISTORIA realizadas en Neuquén en 1999, en una reunión informal entre la Lic. Gladys Varela, el Lic. Daniel Villar y el autor de esta Presentación. La idea fue tomada y apoyada con entusiasmo por nuestros colaboradores inmediatos, Juan Francisco Jiménez, Carla Manara y Carlos Daniel Paz. Allí definimos algunos de los lineamientos de la convocatoria y los criterios con que se realizarían las invitaciones a los participantes. La propuesta encontró apoyo decidido en el Instituto de Estudios Histórico-Sociales y en la Secretaría de Ciencia y Técnica de la

Universidad Nacional del Centro, entonces a cargo del Dr. Eduardo Míguez, que aportaron los fondos que hicieron posible la realización del Coloquio. Nos proponíamos con esta reunión abrir un ámbito de discusión e intercambio de ideas y experiencias en el marco de las investigaciones que se estaban realizando sobre la temática propuesta, incluidos el análisis y la discusión de problemas de carácter teórico y metodológico. El enfoque adoptado priorizaba una perspectiva comparativa con la situación de otras fronteras indias en América Latina, especialmente la Araucanía, el oriente andino y el norte novohispano y mexicano que, sin desconocer la especificidad de cada uno de los procesos, permitiera avanzar en la definición de algunas cuestiones, problemas y metodologías comunes. Queríamos además abrir el campo a investigadores de otras disciplinas estrechamente vinculadas, especialmente la arqueología. Recuperábamos en este sentido la experiencia de las primeras reuniones donde la participación de algunos arqueólogos que trabajaban en el área sobre el período abordado había resultado sumamente útil y provechosa para quienes proveníamos del campo de la historia. Y aquí no puedo dejar de recordar el nombre de dos amigas y colegas hoy fallecidas, Gladys Ceresole y Ana María Biset, que participaron activamente en aquellos encuentros. Las temáticas centrales a considerar debían girar en torno a tres ejes centrales: 1. el análisis de los procesos históricos operados en la frontera entre los siglos XVIII y XIX, 2. la evaluación, análisis y explicación de los cambios y transformaciones operados en las sociedades indias, y 3. el análisis y discusión de conceptos, categorías y modelos utilizados en el análisis de las relaciones fronterizas, de las sociedades indias y de los procesos de cambio e interacción, así como los aportes realizados desde otras disciplinas. Al mismo tiempo, definimos algunos supuestos básicos que nos parecieron importantes para tener en cuenta en el análisis de los procesos históricos señalados. En primer lugar, se daría especial énfasis al análisis del impacto que tales situaciones de frontera tuvieron sobre las sociedades indias que se encontraban fuera del control directo de las autoridades coloniales primero y criollas luego, así como de los cambios y transformaciones que esas sociedades experimentaron. En segundo término, asumíamos que sociedades y culturas no son nunca estáticas y que el período de contacto fue una época

de transformaciones relativamente rápidas durante la cual las realidades económicas, sociales y políticas indígenas se vieron pronto profundamente alteradas por la interacción con los euroamericanos. En tercer término, sosteníamos como una de nuestras hipótesis centrales que tales transformaciones fueron variadas y complejas, que su carácter dependió de hechos y condiciones muy diversos, y que los indígenas fueron participantes activos en la construcción de las nuevas realidades sociales que emergieron del contacto y en la definición del carácter que asumieron las relaciones entre ambas sociedades. Por último, considerábamos que los procesos operados no derivaron sólo de las intenciones y estrategias implementadas por los conquistadores; las actitudes y acciones de los indígenas jugaron un papel crucial en la determinación del carácter de los cambios y transformaciones. La elección de los participantes fue motivo de decisiones compartidas que no fueron fáciles. No quisimos que el Coloquio se convirtiera en un congreso ni en una reunión masiva. Sus objetivos y la mecánica de trabajo propuesta no lo hacían aconsejable y, además, los recursos humanos y económicos de que disponíamos lo hubieran hecho irrealizable. La selección debió dejar fuera a muchos investigadores que, sin duda, reunían y reúnen méritos suficientes y, como ocurre en estos casos, refleja principalmente los intereses de los organizadores. De este modo, además de los integrantes de los equipos organizadores, cuyo trabajo se centraba en la región pampeana y norpatagónica, se privilegió como invitados a investigadores que trabajaban sobre otras áreas americanas, especialmente el norte de Nueva España/México (David Weber y Sara Ortelli), la vertiente oriental andina y las tierras del Chaco (Erick Langer, Marcelo Lagos, Beatriz Vitar y Carlos Paz) y la Araucanía (Guillaume Boccara –aunque no pudo asistir envió su trabajo– y Jorge Pinto Rodríguez). También se privilegiaron, para nuestra propia área de estudio, investigaciones que avanzaban en un período más reciente –relativamente descuidado– como las de Susana Bandieri, Débora Finkelstein y María Marta Novella. Finalmente, no podían faltar algunos arqueólogos: el modelo propuesto por Cristina Bayón resultaba atractivo para los historiadores y a ella se sumaron Julieta Gómez Otero y Diana L. Mazzanti cuyos trabajos tenían para nosotros un especial interés.

El encuentro contó además con un invitado especial, el Dr. Rodolfo Casamiquela, a quien quisimos brindar nuestro reconocimiento por su larga labor en el área y sus aportes pioneros en el conocimiento de la historia de los pueblos originarios. Igual reconocimiento queríamos brindar a Alberto Rex González –problemas de salud le impidieron viajar– cuyo trabajo sobre la práctica del suttee entre los ranqueles nos abrió en su momento un campo de insospechadas posibilidades. Esta edición en soporte informático se pudo concretar gracias al apoyo económico de la Universidad Nacional del Sur y del Instituto de Estudios Histórico-Sociales de la Universidad Nacional del Centro. Por último, no puedo dejar de agradecer especialmente al Lic. Carlos D. Paz la permanente colaboración brindada, tanto durante la organización y realización del Coloquio como durante la preparación de este volumen.

Raúl J. Mandrini

Hacer historia indígena El desafío a los historiadores

Raúl J. Mandrini∗

Recientemente, comenzaron a editarse en el país dos historias generales de la Argentina que, sugestivamente, se presentan a sí mismas como "nuevas historias". La primera, en 10 tomos, comenzó a ser publicada en 1999 por la Academia Nacional de la Historia y la editorial Planeta bajo el título general de Nueva Historia de la Nación Argentina y es dirigida por una comisión académica presidida por Víctor Tau Anzoátegui. Se trata de una versión muy "aggiornada" de la vieja historia que la misma Academia publicara entre 1936 y 1942 bajo la dirección de Ricardo Levene, una obra que durante mucho tiempo conformó, en cierto modo, la "historia oficial" de la Nación.

La otra, también en 10 volúmenes y bajo el título general de Nueva Historia Argentina, es publicada por editorial Sudamericana estando la coordinación general a cargo de Juan Suriano. En ella participan muchos historiadores de una generación más joven – aunque muchos no tan jóvenes, al menos en años –, y pretende recoger los avances y logros de la producción historiográfica de las dos últimas décadas, una producción en la que muchos de los autores fueron activos partícipes y que, debe reconocerse, fue cuantitativa y cualitativamente significativa. En este sentido, parece constituirse en la continuadora de aquella excelente obra colectiva que, bajo el simple título de Historia Argentina, dirigió Tulio Halperín Donghi y publicó la editorial Paidós hacia comienzos de la década de 1970.

Fue la lectura de estas obras, al menos de las partes que de algún modo se vinculan con mis ∗ Instituto de Estudios Histórico-Sociales, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires. Correo electrónico, [email protected]

temas de interés, lo que orientó algunas de las cuestiones que quiero plantear pues, más allá de las intenciones renovadoras de compiladores y autores, el tratamiento de la temática indígena conserva muchos de los viejos moldes de las historias anteriores. Y, debo confesarlo, no atribuyo esto a desconocimiento - me consta que algunos autores conocen bien lo publicado sobre el tema - sino más bien a limitaciones historiográficas.

Por cierto, ambas historias incluyen, como también lo hacían las anteriores, un volumen inicial referido a las sociedades nativas prehispánicas cuyos autores son, salvo un caso, arqueólogos (Academia Nacional de la Historia 1999; Tarragó 2000). Pero es el tratamiento de la historia indígena posterior a la invasión europea – y específicamente de aquellas sociedades que quedaron fuera de su control directo – la que me resulta más sugerente. En la primera de esas obras, se incluye un capítulo general en el volumen dedicado al siglo XIX, cuyo autor es un arqueólogo (Crivelli 1999), pero tal capítulo está muy lejos de integrarse al desarrollo general. En la segunda, el tema no es abordado siquiera tangencialmente en los volúmenes correspondientes, aunque se lo incluye en un capítulo del primer volumen, redactado por un antropólogo, Miguel Palermo (2000). Pero esta inclusión no parece haber afectado el resto de la obra. Allí, la ausencia de todo análisis de las relaciones fronterizas y de la problemática indígena es tan significativa como para marcar uno de los límites de la renovación historiográfica a que se aspira.

Y no es por falta de investigaciones de base – defensa que podían alegar las anteriores obras – pues, al menos en el caso de las sociedades indias pampeanas, la producción historiográfica de la última década y media ha sido significativa y los historiadores participaron activamente en ella. En este sentido, resulta significativo que tanto el artículo de Crivelli como el de Palermo – sin duda muy superior – aparecen muy desactualizados en cuanto a la bibliografía, particularmente el primero.

Como historiador, debo reconocer que el estudio de las sociedades indígenas no fue – y, aunque hemos avanzado, no lo es todavía – un tema atractivo para los historiadores, al menos latinoamericanos y, particularmente, para los argentinos. La tradición historiográfica académica nacional, de raíz positivista y liberal – el tema no corrió mejor suerte con las distintas versiones vernáculas del revisionismo o con algunas corrientes recientes más modernas –, obvió o ignoró la

existencia de una sociedad india o, en otros casos, redujo sus referencias a juicios valorativos altamente descalificatorios.

Tales actitudes resultaban en buena medida de la trayectoria de la disciplina, marcada en sus orígenes, en la segunda mitad del siglo XIX, por la confluencia de los postulados ideológicos del liberalismo, la tradición nacionalista del romanticismo y los presupuestos metodológicos del positivismo en boga en la época. Atada además al destino del estado nacional y a la creación de una "nación argentina" concebida racial y étnicamente homogénea, esa historiografía encontró en sus supuestos ideológicos, políticos y metodológicos, sus más severas limitaciones.

Aferrada a un ingenuo esquema induccionista, obsesionada por la búsqueda de "objetividad" y por la desconfianza ante cualquier intento de interpretación, esa historiografía hizo del "dato histórico" su objeto, confundiendo al dato con la vida histórica misma, que quedaba así reducida al plano de lo fáctico y del tiempo corto. Pero, pensada la historia como historia nacional e institucional, esa reducción de la historia a lo político, institucional y militar no aparecía como una limitación.

Por otro lado, su obsesión por el documento escrito, único capaz de registrar con precisión los datos, marcó el otro gran recorte en el campo de la historia. Al mismo tiempo que trataban de establecer métodos críticos e interpretativos rígidos y estrictos, los historiadores sólo incluían en su campo a aquellas sociedades que hubieran dejado testimonios escritos; el descubrimiento de la escritura se convirtió en el umbral que permitía el acceso al campo de la historia, excluyendo de él a un enorme espectro de sociedades.

Percibidas como detenidas en tiempo, sin cambio ni historia, vestigios fosilizados de estadios superados en occidente hacía milenios, hacia esas sociedades volcaron su atención esos nuevos estudiosos que comenzaban entonces, y al calor de esos mismos supuestos, a llamarse "etnólogos" o "antropólogos". Sus fuentes de información provenían tanto de los nuevos materiales que proveía la arqueología como de los relatos de viajeros, misioneros, mercaderes y funcionarios coloniales, ya que la etapa del trabajo de campo llegaría algo más tarde.

Esta división en el campo del conocimiento era congruente con la que se operaba en otros campos de la realidad. Si la expansión europea y la formación de los grandes imperios coloniales dividían al mundo en áreas centrales y áreas periféricas, o como se las llame, la constitución de las nuevas disciplinas se ajustaba bien a esa división. La historia sería desde ahora y en esencia, la historia de Europa y de las sociedades europeizadas. A la antropología le tocó el resto, esto es, los "otros", los no europeos (Moniot 1978; Wolf 1987).

Este esquema se mantuvo sin muchas variantes durante nuestro siglo, o al menos durante su primera mitad, y los desarrollos de la historiografía europea que buscaron superar tales planteos sólo repercutieron -excepto casos limitados y marginales- de manera tardía y superficial en nuestra historiografía donde tal división del conocimiento se mantuvo en boga. Por ello, el abordaje de nuestra temática quedó – y en gran medida aún queda – en el campo de la antropología. Tal adscripción marcó el carácter de los análisis que se realizaron. El desarrollo de la antropología clásica estuvo marcado por un profundo ahistoricismo cuyas versiones más extremas fueron el funcionalismo británico y los análisis formalistas. Incluso lo eran difusionistas y ultradifusionistas, como la escuela de Viena, de tanta influencia en la Argentina. La historia era, en todos estos casos, la gran ausente.

La producción de los últimos años, en la que participaron historiadores y antropólogos, pareció revertir esa situación. Se incrementaron las publicaciones con claro enfoque historiográfico y las ponencias presentadas en los congresos y reuniones científicas realizadas por los historiadores; se comenzó a dictar seminarios de grado y de postgrado sobre el tema para estudiantes de historia; se realizaron algunas tesis de grado y son hoy varios los proyectos de investigación y las tesis de postgrado que están en curso. De todos modos, la aparición de las obras a que nos referimos al comienzo nos ha vuelto a una cruda realidad. Los logros realizados parecen haber quedado dentro del ámbito de quienes trabajamos estos temas y los resultados logrados no haber afectado demasiado el campo de la historiografía. En esta situación, tenemos que pensar que al menos parte de la responsabilidad pertenece a quienes hemos trabajado en esta temática particular y esto nos plantea hoy, como historiadores, un desafío adicional que debemos enfrentar con urgencia: lograr el reconocimiento

de la legitimidad de nuestra problemática en el campo de nuestra propia disciplina.

Vistos hoy en perspectiva, los avances logrados en menos de dos décadas, son enormes. Por supuesto, se pueden encontrar algunos valiosos trabajos anteriores, pero se trató de intentos aislados y solitarios, provenientes del campo de la antropología. Los historiadores estaban completamente ausentes. Y esta es justamente la situación que se ha revertido. La importante cantidad de trabajos producidos por distintos investigadores en diferentes centros académicos y la diversidad de temas y de enfoques muestran el interés y vitalidad de la problemática indígena. No es fácil realizar un balance crítico de esta producción, heterogénea y desigual en valor y proyección, pero algunas líneas perfilan los avances más significativos. En un artículo publicado hace algunos años y en un texto más reciente, intenté destacar algunos de los logros y creo que, en términos generales, las líneas trazadas siguen teniendo vigencia, aunque hoy se nos agregan otras (Mandrini 1993; 1998).

Decía allí, palabra más o menos, que dos aspectos se destacaban netamente en los estudios e investigaciones recientes. Por un lado, se avanzó en forma decisiva para superar las viejas barrera...


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