Obiols, Ana Freud, Aberastury, Knobel PDF

Title Obiols, Ana Freud, Aberastury, Knobel
Author Agustina Martearena
Course Psicología Evolutiva
Institution Universidad Católica de Salta
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Crisis y Duelo (Aberastury). Revisión postmoderna del concepto de duelo (Obiols). La adolescencia debe realizar como tareas propias, tres procesos de duelo, entendiéndose por tal el conjunto de procesos psicológicos que se producen normalmente ante la pérdida del objeto amado y que llevan a renunciar a este. Los procesos que se suceden en el duelo se dividen en tres etapas: 

La negación, mecanismo por el cual el sujeto rechaza la idea de pérdida, muestra incredulidad y siente ira.



La resignación, en la cual se admite la pérdida y sobreviene como afecto la pena.



El desapego en el que se renuncia al objeto y se produce la adaptación a la vida sin él. Esta etapa permite el apego a nuevos objetos.

El adolescente tiene que superar tres duelos para convertirse en adulto: 1. El duelo por el cuerpo infantil: el adolescente sufre cambios rápidos e importantes en su cuerpo que a veces llega a sentir como ajenos, externos y que lo ubican en el rol de observador más que de actor de los mismos. 2. El duelo por el rol y la identidad infantiles: perder el rol infantil le obliga a renunciar a la dependencia y aceptar responsabilidades. La pérdida de la identidad infantil debe reemplazarse por una identidad adulta y en ese transcurso surgirá la angustia que supone la dalta de una identidad clara. 3. El duelo por los padres de la infancia: renunciar a su protección, a sus figuras idealizadas e ilusorias, aceptar sus debilidades y su envejecimiento. Aberastury añade un cuarto duelo al que le da menor importancia, y es la pérdida de la bisexualidad de la infancia en la medida en que se madura y desarrolla la propia identidad sexual. Propone también que la inclusión del adolescente en el mundo adulto requiere una ideología que le permita adaptarse o actuar para poder cambiar su mundo circundante. Tendrá múltiples identificaciones contemporáneas y contradictorias, la desidealización de las figuras parentales lo deja desamparado, necesita remediar el desamparo el descontrol de sus cambios con un aumento de la intelectualización y así buscar soluciones teóricas a sus problemas es un modo de controlar la angustia. Incrementa la onmipotencia narcisista que lo lleva a pensar que no necesita del mundo externo y se plantea el problema ético. EL DUELO POR EL CUERPO PERDIDO El adolescente de la modernidad se encontraba perdiendo el idealizado cuerpo de la infancia, teniendo en perspectiva un período glorioso de juventud pero lejos aun de lograr un cuerpo con características claramente adultas. El adulto joven constituía el ideal estético por excelencia y el adulto maduro alcanzaba un cuerpo con características claramente definidas. La entrada en años de los adultos no se veía con verguenza sino como muestra de honorabilidad, fuente de respeto, admiración. En este contexto el adolescente tenía un aspecto desgraciado, nada se encontraba en él admirable ni estéticamente rescatable. Su cuerpo ha pasado a idealizarse ya que constituye el momento en el cual se logra cierta perfección que habrá que mantener todo el tiempo posible. Se intenta conservar ese tesoro el mayor tiempo porsible, mucha ciencia y tecnología apuntan a esto mediante la cirugía plásticas,

régimenes adelgazantes, transplantes de cabello, etc. Cuando la técnica no puede más el cuerpo cae abruptamente de la adolescencia supuestamente eterna, en la vejez sin solución de continuidad. Cae en la verguenza, en la decadencia, en el fracaso de un ideal de eternidad. Ya no hay duelo en la postmodernidad ya que el adolescente postmoderno deja el cuerpo de la niñez para ingresar de por sí en un estado socialmente declarado ideal. Pasa a ser poseedor del cuerpo que hay que tener, que sus padres desean mantener, es dueño de un tesoro. El cuerpo infantil no es totalmente reemplazado por un cuerpo adulto, hay una mezcla y modificación parcial de ciertas características, por lo tanto no habrá una idea neta de duelo, de sufrir intensamente la pérdida del cuerpo de la infancia. EL DUELO POR LOS PADRES DE LA INFANCIA Ir creciendo significa descubrir que detrás de cada adulto idealizado en la infancia, subsisten algunos aspectos inmaduros, impotencia, errores. La imagen de los padres de la infancia es producto de la idealización. A menudo la misma es promovida por los mismos padres quienes obtienen satisfacción de ser admirados incondicionalmente por ese público cautivo a quien también pueden someter autoritariamente. Los padres de los adolescentes actuales crecieron en los años 60, incorporaron un modo de relacionarse con sus hijos diferente del que planteaban los modelos clásicos, desarrollaron para sí un estilo muy distinto del de sus padres. Estos padres buscan como objetivo ser jovenes el mayor tiempo posible, desdibujan al hacerlo el modelo de adulto que se consideraba en la modernidad. Si recibieron pautas rígidas de conducta al educar a sus hijos renuncian a ellas, pero no generan otras nuevas ni claras sino que improvisan algunas a veces tardíamente. Han pasado a creer que la verdadera sabiduría esta en sus hijos sin necesidad de agregados y que su tarea es dejar que la creatividad y el saber surjan sin interferencias. Borran la distancia entre sus hijos y se declaran compinches de los mismos comportiendo confidencias. A medida que fue creciendo el niño de estos padres no incorporó la imagen de adulto claramente diferenciada, separada de sí por la brecha generacional y cuando llega la adolescencia se encuentra con alguien que tiene sus mismas dudas, no mantiene valores claros, comparte sus mismos conflictos. Este adolescente no tiene que elaborar la pérdida de la figura de los padres de la infancia porque ahora está más cerca que nunca de sus padres, incluso llega a idealizarlos más que antes. Aquí difícilmente hay duelo y se fomenta más la dependencia que la independencia en un mundo que busca mayores libertades. EL DUELO POR EL ROL Y LA IDENTIDAD INFANTILES Hay que diferencias dos conceptos psicoanalíticos: el yo ideal y el ideal del yo. Ante una imagen de sí mismo real poco satisfactoria, muy impotente, el niño pequeño desarrolla una imagen ideal, un yo ideal en el cual refugiarse. Esta estructura se organiza sobre la imagen onmipotente de los padres y ante la realidad frustrante que promueve esa imagen todopoderosa de sí mismo confeccionada a imagen y semejanza de sus mayores, la cual le permite descansar, juntar fuerzas y probar de nuevo ante un error. En los desarrollos normales ese yo ideal se va acotando a medida que la realidad le muestra sus límites. El yo ideal es onmipotente, delirio de grandeza, no puede esperar para satisfacer sus deseos y no es capaz de considerar al otro. Hace sentir al niño que es el centro del mundo, es la expresión de un narcisismo que no admite a otros. Los padres primero y los maestros después tienen la difícil tarea de provocar la introyección de

otra estructura, el ideal del yo. Este aspecto del superyo es un modelo ideal producido por los mayores para él, es el modelo de niño que los demás esperan que sea. Si el yo ideal es lo que el desea ser, el ideal del yo es lo que debe ser. Ese ideal del yo también manifiesta sus propios valores: esfuerzo, reconocimiento, consideración hacia el otro así como postergación de los logros. En la adolescencia se termina de consolidar el ideal del yo, para ellos conflueyen los padres, los docentes y toda la sociedad. Pero cuando la sociedad no mantiene los valores del ideal del yo sino los del yo ideal se fomenta el menor esfuerzo, la no postergación de ningún deseo y la competencia laboral significa eliminar al otro. En otras épocas estos valores podrían quedar en la fantasía pero no ser consagrados socialmente. La sociedad moderna consagraba los valores de un ideal del yo: la idea de progreso en base al esfuerzo, el amor como consideración hacia el otro, la capacidad de espera para lograr lo deseado. En las sociedad postmoderna los medios divulgan justamente los valores del yo ideal. Los valores primitivos de la infancia no solo no se abandonan sino que se sostienen socialmente, por lo tanto no parece muy claro que haya que abandonar ningún rol de esta etapa al llegar a la adolescencia. Se podrá seguir actuando y deseando como cuando se era niño así que no habrá ningún duelo claramente establecido. Se sostenía que la identidad infantil perdida daba paso a la definitiva en un largo proceso de rebeldía, enfrentamiento y recomposición durante la adolescencia. La identidad se establecería no por un mecanismo revolucionario que volteara viejas estructuras sino por el plagio, sin mayor violencia ni cambios radicales. La nueva identidad se estructuraría sin que apareciera la idea neta de duelo, en tatno no habría una pérdida conflictiva que lo provocara. El yo y los mecanismos de defensa (Ana Freud). La pubertad constituye para el psicoanálisis más que una de las fases en el desenvolvimiento de la vida humana. Una primera recapitulación del período sexual infantil, la otra se dará en el climaterio. Durante la misma el ello relativamente fuerte se enfrenta a un yo relativamente débil. Ante cualquier forzamiento de la libido los deseos sexuales siempre estan dispuestos a emerger de la represión junto con sus cargas de objeto y fantasía que se mantienen mas o menos iguales. Esta relativa inmutabilidad del ello va acompañada por la mutabilidad del yo. En los diversos períodos de su organización el yo emplea distintos mecanismos de defensa para resolver el conflicto con los instintos. En el niño las exigencias de satisfacción instintiva que surgen de las fases y los afectos y fantasías vinculados con los complejos de Edipo y castración son extraordinariamente intensos, el yo que los afronta se encuentra apenas en un proceso de formación, en el mundo externo mediante la educación el yo tiene un poderoso aliado contra su vida instintiva. Su actitud para con el ello le será dictada por las esperanzas de amor y las experctativas del castigo del mundo exterior. Bajo la forma de angustia real o ansiedad objetiva el mundo externo instala un representante que es el primer precursor de lo que será el superyo o conciencia. La ansiedad objetiva es la anticipación del dolor que los agentes exteriores podrían infligir al niño como castigo. Esta angustia se ve reforzada por la retirada de los procesos instintivos. Otro rasgo de la oposición del yo infantil que no se vuelve a reproducir en su vida posterior: en todos los posteriores conflictos el instinto enfrentará a un yo mas o menos rígido con el cual debe entenderse. Aquí el conflicto lo plantea el yo en cambio en el niño pequeño el yo es PRODUCTO del conflicto mismo. El yo está hecho para adaptarse y sostener el equilibrio entre ambas fuerzas: la presión interna del instinto y la presión de afuera o mundo exterior.

Cuando la organización del yo ha llegado a una cierta etapa decide la cantidad de satisfacción y de renunciamiento del instinto, actitud que mantendrá en todos los conflictos. Luego el período de latencia se inicia con una decadencia de la fuerza instintiva condicionada fisiológicamente y se cumple una tregua con el yo. Se fortifica la relación con el mundo exterior. Poco a poco se supera el complejo de Edipo y sus actitudes frente a los objetos del mundo exterior cambian. Todos los principios de padres y educadores los introyecta el niño en gran medida. Dentro del yo se ha instalado una institución permanente, representante de las exigencias ambientales: el superyo. Simultáneamente se sucede un cambio en la angustia infantil: la angustia frente al mundo externo se ve sustituida por la angustia ante los nuevos representantes del poder antiguo. Hace su entrada la angustia del superyo: el sentimiento de culpa ante la conciencia. Esta prepara la defensa contra el instinto en el período de latencia, así como la angustia objetiva lo hizo en la temprana infancia. Apenas se ha alcanzado un cierto acuerdo en la lucha entre el yo y el ello, surge una alteración radical. El proceso fisiológico indicador del comienzo de la madurez sexual física se acompaña de una estimulación de los procesos instintivos que se transfieren a la psiquis bajo la forma de avance de la libido. El ello dispone de una mayor cantidad de libido que emplea sin discriminación con cualquier impulso a su alcance y las formas reactivas amenazan derrumbarse. Los deseos edipianos se cumplen bajo la forma de fantasías poco deformadas y en sueños diurnos, las ideas de castración y envidia del pene ocupan centro de interés. Así se trae a la superficie el contenido ya familiar de la temprana sexualidad. Pero la sexualidad infantil no encuentra las mismas condiciones anteriores. En el período prepuberal el yo se muestra rígido y firmemente consolidado. Ya se conoce y sabe qué desea. Establece por una lado firmes relaciones con el ello y por otro lado con el superyo que es lo que denominamos carácter, lo cual lo torna inflexible. Emplea indistintamente todos los métodos de defensa inclusive aquellos a los que nunca recurrió. Reprime, desplaza, niega e invierte los instintos y los vuelve contra sí mismo, produce fobias, síntomas histéricos y reduce la angustia mediante el pensamiento y la conducta obsesivos. El aumento de la actividad de la fantasía y la satisfacción sexual perversa o la conducta criminal y agresiva significan éxitos parciales del ello, las diversas formas de angustia,los rasgos ascéticos, los síntomas neuróticos y de inhibición son consecuencia de una defensa mas vigorosa, son éxitos parciales del yo. En la pubertad propiamente dicha sobrevienen los cambios cualitativos de carácter. Se produce un cambio, al menos en la pubertad masculina, en la que los impulsos genitales adquieren las mas poderosas cargas y aparecen representaciones y fines sexuales objetivos. Primer resultado de este cambio es una aparente mejoría: se observa que el tumulto de la agresión, perversión y grosería se desvanecen, la masculidad genital madura presenta una mejoría pero es decepcionante. Ya que las fijaciones orales, anales que disminuyen su importancia en forma transitoria durante la carga libidinal de la pubertad, conservan en el fondo la idéntica importancia que antes y reaparece en la vida posterior. Cuando los intereses fálicos ya predominan sobre los orales y anales en la infancia y la prepubertad, la oleada de libido genital de la pubertad solo los actualiza e intensifica. Los conflictos que surgen tienen dos posibilidades de terminación: o bien el ello ahora fuerte, puede vencer al yo en cuyo caso no persistirá ningún rasgo del carácter anterior del individuo, o bien el yo saldrá victorioso y el carácter adquirido por el individuo durante el período de latencia se manifestará en forma definitiva. El exceso de libido exige un gasto constante de contracargas, mecanismos de defensa y formación de síntomas a fin de dominarlo. El que el yo

victorioso adquiera una estructura rígidamente fijada produce perjuicios permantentes para el individuo, ya que las instancias que ha resistido se mantienen luego inflexibles, intocables e inaccesibles a las rectificaciones que pudieran exigir los cambios de la realidad. El aumento de las exigencias instintivas produce en el individuo como efecto indirecto la intensificación de los esfuerzos defensivos que persiguen la dominación de sus instintos. Las tendencias generales del yo se revelan con nitidez y sus mecanismos se hacen muy visibles y pueden exagerarse hasta el grado de promover una deformación morbosa del carácter. EL ASCETISMO DE LA PUBERTAD En el adolescente siempre podemos observar un antagonismo mucho mayor frente a los instintos. En la neurosis siempre hallamos una relación entre la represión del instinto y la naturaleza o cualidad del instinto reprimido. En los adolescentes también encontramos que el proceso de la represión toma su punto de apoyo en aquellos centros instintivos sujetos a una especial prohibición como las fantasías incestuosas. Pero a partir de aquel punto de apoyo original el proceso represivo se extiende más o menos indistintamente a la vida entera. El problema del adolescente no se relaciona con la satisfacción o frustración de especiales deseos instintivos sino con el goce o renunciamiento instintivos en sí. Los que pasan por el período ascétivo parecen temer más la cantidad que la calidad de sus instintos. En general desconfían del goce o placer en sí mismos y su sistema consiste en oponer al incremento y apremio de sus deseos las prohibiciones más estrictas. Este recelo para con el instinto muestra una peligrosa tendencia a generalizarse. Puede empezar con los deseos instintivos propiamente dichos y extenderse luego a las triviales necesidades físcas o cotidianas. En otro punto en el cual se diferencia con la neurosis es que en la neurosis se reprime una particular gratificación instintiva pero aparece algún sustituto de satisfacción para ella. En cambio en el ascetismo el repudio por el instinto no deja ninguna escapatoria a tal gratificación sustitutiva. Sino que vemos un trueque del ascetismo por los excesos instintivos. Súbitamente se entraga a todo cuanto antes había considerado prohibido sin reparar en restricciones de ninguna especie provenientes del mundo exterior. Representan curaciones transitorias espontáneas del estado ascético. Cuando la curación de esta índole no se produce resulta una parálisis de las actividades vitales del sujeto, una especie de actitud catatónica a la que no puede considerarse ya como una fenómeno normal de la pubertad sino como una especie de tranformación psicótica. En el ascetismo adolescente opera un proceso más primitivo y menos complejo que en la represión, el estudio analítico ha sugerido la existancia en la naturaleza humana de una disposición para rechazar ciertos instintos, en particular los sexuales, con independencia de toda experiencia individual. Es de carácter filogenético, esa doble actitud de la especie humana frente a la vida sexual Bleuler la llamo ambivalencia. No debe interpretarse el ascetismo de la pubertad como una serie de actividades represoras condicionadas cualitativamente sino como la manifestación de un antagonismo primario innato primitivo entre el yo y el instinto. LA INTELECTUALIZACIÓN EN LA PUBERTAD A causa del conflicto planteado entre el yo y el ello, asimismo se hace el sujeto más moral y ascético. Al mismo tiempo sus facultades intelectuales aumentan haciendose más prudente y

sagaz. Hay un desarrollo intelectual y se desenvuele en distintas áreas, es común que en la latencia los niños concentren todo su interés sobre las cosas de existencia real y objetiva. El objeto por el cual se interesan ha de ser concreto, de existencia real y ya no producto de la fantasía como en la primera infancia. A partir del período prepuberal estos intereses concretos se vuelcan cada vez mas sobre los abstracto. Exhiben un insaciable deseo de meditar, sutilizar y platicar alrededor de temas abstractos. Muchas amistades de la juventud se basan y mantienen en esta común necesidad. Tienen una ilimitada amplitud y libertad del pensamiento y un grado de empatía y comprensión que revelan por su aparente superioridad y por su ingenio en el trato de los más arduos problemas. Esta elevada capacidad intelectual tiene poca o ninguna relación con su conducta. Su empatía por la vida anímica ajena no le impide demostrar la mas grosera desconsideración para con las personas que lo rodean. Se elevado concepto del amor y los deberes del amante no le impide ser desleal constantemente y su comprensivo interés por la estructura social no le facilita en lo más mínimo su adaptación al medio social. Cuando un adolescente reflexiona en torno a los diversos aspectos de un problema, no lo hace con el fin de escoger una línea genuina de conducta. El intelectualismo del adolescente parece tener la única mira de contribuir a los ensueños diurnos. Cuando un adolescente fantasea no siente obligación alguna de dar vida real a la fantasía. Deriva su satisfacción ya del simple proceso ideativo, al pensar, sutilizar o discutir. Los temas que llaman su atención demuestran ser los mismos que promovieron los conflictos entre las diferentes instancias psíquicas. De decidir entre la realización y el renunciamiento a los impulsos sexuales, de la libertad y la restricción, de la rebelión contra la autoridad y el sometimiento a la misma. Dada la onmipotencia del peligro d...


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