P1 Revelación sobrenatural 2019 PDF

Title P1 Revelación sobrenatural 2019
Course Teología I
Institution Universidad de Piura
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LA REVELACIÓN SOBRENATURAL REVELACIÓN, SAGRADA ESCRITURA Y FE La Revelación puede hacerse de diversos modos y por diversos medios, y por eso es preciso distinguir diversas clases y formas de Revelación: a) Revelación natural o cósmica. Es la manifestación de Dios que son las obras de la creación. Como ya hemos visto, está inscrita en el orden mismo de la creación y es perceptible a todo ser inteligente: a través de las cosas de este mundo y del hombre se llega al conocimiento de Dios, no completo ni exhaustivo, pero real; no perfecto, pero verdadero. Es un conocimiento natural posible a toda inteligencia, como es posible a través de las obras de una persona (por ejemplo, de sus escritos o de otras realizaciones) conocer su existencia y algunas de las cualidades o rasgos de su personalidad. b) Revelación sobrenatural. Es la manifestación y autodonación del Ser y Vida íntimos de Dios, hechas a la criatura racional en orden a la vida eterna. Esta Revelación no puede ser conocida por la sola razón humana, sino que ésta requiere el auxilio de la gracia y de la fe. 1. LA RELIGION REVELADA O REVELACION SOBRENATURAL a) Noción. La Revelación es la manifestación que Dios hace a los hombres en forma extraordinaria, de algunas verdades religiosas. Se dice: "en forma extraordinaria", para distinguirla del conocimiento natural y ordinario que alcanzamos por la razón. Generalmente Dios revela así: manifiesta las verdades que desea se conozcan a algún hombre elegido por El, le manda que las enseñe a los demás, y comprueba con milagros que en verdad Él las reveló. "Sólo Dios puede otorgarnos un conocimiento recto y pleno de Sí mismo, revelándose a Sí mismo como Padre, Hijo y Espíritu Santo, de cuya vida eterna estamos llamados por la gracia a participar aquí, en la tierra, en la oscuridad de la fe, y, después de la muerte, en la luz sempiterna" (Pablo VI, El Credo del Pueblo de Dios, n. 9). b) Contenido de la Revelación. El contenido de la Revelación es el mismo Dios y sus decretos eternos de salvación. De estas verdades: unas no podía conocer nuestra razón; otras podía conocerlas, pero con mucha dificultad e incertidumbre. Así, de ninguna manera podíamos conocer el misterio de la Santísima Trinidad. Podíamos conocer, pero con dificultad, incertidumbre y mezcla de error otras verdades; por ejemplo, que no hay sino un solo Dios, y que es Espíritu Puro Y Creador de cuanto existe, que el alma humana es inmortal, etc. 1º. Dios ha querido revelarnos verdades que de, ninguna manera podíamos conocer por la pura razón, con el objeto de darnos a conocer el orden sobrenatural. 2º. Dios quiso manifestarnos verdades que nuestra razón podía conocer pero con dificultad, incertidumbre y mezcla de error, para que todos los hombres pudieran conocerla con facilidad, con certeza y sin mezcla de error. 2. EL DEPÓSITO DE LA REVELACION

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El conjunto de verdades reveladas por Dios, que se entregaron a la Iglesia y que el Magisterio eclesiástico custodia es el depósito de la Revelación. La Revelación está contenida en la Sagrada Escritura y en la Tradición: a) Una parte de las verdades reveladas fue escrita por aquéllos a quienes Dios las reveló, y se llama Sagrada Escritura; b) La otra parte no fue escrita sino transmitida verbalmente y se llama Tradición La Sagrada Escritura y la Tradición contienen, pues, toda la doctrina revelada; el Magisterio de la Iglesia custodia e interpreta esa doctrina. Tanto la Escritura como la Tradición son la palabra de Dios, esto es, su enseñanza comprobada por milagros y profecías; con la diferencia de que la Tradición no fue escrita por aquéllos a quienes Dios la reveló; aunque después con el tiempo otras personas sí pudieron escribirla, para conservarla y transmitirla con mayor fidelidad. LA SAGRADA ESCRITURA a) Su naturaleza. La Sagrada Escritura es la palabra de Dios, puesta por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo, por aquéllos a quienes Dios la reveló. En consecuencia, "tiene a Dios por autor", como dice el Concilio Vaticano I (Dz. 1 7 8 7). b) concepto de inspiración de la Sagrada Escritura. La inspiración divina de la Escritura es un don de Dios al escritor sagrado que consiste en tres cosas: a) Dios indujo a los autores a que escribieran los libros santos; b) les sugirió lo que debían decir; c) los preservó de error. No consiste pues en que la Iglesia hubiera aprobado con su autoridad libros escritos por industria humana; sino en las tres condiciones indicadas. La Sagrada Escritura es a un tiempo obra de Dios y del hombre; de Dios, como causa principal; del hombre, como causa instrumental. Cuando el músico se sirve de un instrumento para obtener sonidos, el artista es la causa principal del sonido, y el instrumento la causa instrumental. Así Dios, dicen los santos Padres, se valió del hombre como de un instrumento para escribir los libros sagrados. Aunque el autor es un instrumento en las manos de Dios, no deja de ser un instrumento inteligente y libre, que usa conscientemente sus facultades: sentidos, inteligencia, memoria, voluntad. En consecuencia, el escritor sagrado: a) Puede utilizar conocimientos adquiridos por él de antemano; b) Conserva su personalidad, su estilo y expresión peculiares, hasta incorrecciones de lenguaje; pues a estas cosas no se les extiende la inspiración. LA TRADICIÓN a) Su naturaleza. Se llama Tradición a la doctrina revelada por Dios que no está contenida en la Escritura, sino que se ha conservado por diversos medios. Por eso se dice que la Tradición es "complemento" de la Sagrada Escritura; así, por ejemplo, no todo lo que Nuestro Señor Jesucristo hizo o dijo fue escrito, y sin embargo ha sido transmitido infaliblemente, gracias a la asistencia del Espíritu Santo. 2

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La Tradición ha llegado hasta nosotros por la predicación, la vida misma de la Iglesia, los escritos de los Santos Padres, la liturgia y otras diferentes formas. b) Valor de la Tradición La Tradición, acompañada de las debidas condiciones, tiene el mismo valor que la Sagrada Escritura, porque también es la palabra de Dios, fielmente transmitida hasta nosotros. Pruebas del valor de la Tradición 1° La Tradición, esto es, la predicación de los Apóstoles es anterior a la Sagrada Escritura, y durante muchos años fue la única regla de fe. En efecto la predicación de los Apóstoles comenzó el mismo año de la muerte de Cristo (año 33). En cambio los libros de la Sagrada Escritura no fueron escritos sino desde el año 50 al 100; y sobre todo no fueron conocidos por la Iglesia universal, sino en el curso de los primeros siglos, porque al principio sólo fueron conocidos por las Iglesias particulares a que iban destinados. Luego, una de dos: o durante estos primeros años y siglos no había en la Iglesia fuente ninguna de fe, lo que es inadmisible, pues equivale a decir que no hubo fe en ellos o hay que admitir una fuente de fe distinta de la Escritura, a saber la Tradición o enseñanza de los Apóstoles y sus sucesores. 2° No se puede saber con certeza qué libros contengan en realidad la doctrina de Cristo, ni cuál sea su verdadero sentido, sino por la enseñanza de la Iglesia. Luego esta enseñanza es norma o regla importantísima de nuestra fe. EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado por Dios únicamente al Magisterio de la Iglesia. Ya hemos dicho cómo es el Magisterio quien sanciona la infalibilidad de una verdad contenida en la Tradición; ahora nos detendremos a hablar de su intervención respecto a la Biblia. Tres poderes corresponden a la Iglesia respecto a los libros sagrados: fijar su canon, determinar su sentido y velar por su integridad. 1º. Fijar el canon de las Escrituras significa determinar qué libros se deben tener por revelados, y cuáles no. Canon significa aquí lista u orden de los libros revelados. Cristo, al dejar a su Iglesia la facultad de velar por su doctrina, tuvo que darle el poder de determinar en qué libros se hallaba esta doctrina. De otra suerte los fieles no hubieran sabido a qué atenerse en materia de tanta trascendencia. Es de advertir que en los primeros siglos muchos libros no revelados trataron de pasar por revelados. 2º. Determinar el sentido significa interpretar cuál es la verdadera manera de entenderla, especialmente en los pasajes obscuros y difíciles. 3º - Velar por su integridad quiere decir estar alerta, para que la Escritura no vaya a sufrir alteración o menoscabo. Sólo la Iglesia tiene este triple poder, porque sólo a ella confió Cristo el depósito de la fe, y le dio la misión de enseñar. Inmutabilidad del "deposito" de la revelación

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La Revelación de Dios a los hombres tiene su culminación en Jesucristo. Ya no es un mensajero de Dios el que viene a revelar un aspecto del plan salvador: es Dios mismo el que, en su misma realidad personal, revela el Ser y el actuar divinos. "Dios últimamente nos ha hablado por medio de su Hijo" (Heb. 1, l). En Jesús culmina la Revelación, pues es la Palabra, el Verbo hecho carne (cfr. Jn.1,14). Jesucristo, "con toda su presencia y manifestación, con sus palabras y obras, prodigios y milagros, y, ante todo, con su muerte y resurrección y, finalmente, enviando al Espíritu de verdad, culmina plenamente la Revelación" (Const, dogm. De¡ Verbum, n. 4). De lo anterior se desprende que con la muerte del último Apóstol -testigo ocular cualificado-, se cerró el contenido del depósito revelado por Dios. La Iglesia, que es depositaria de la Palabra de Dios que es inmutable, no puede quitar o añadir nada. Puede hablarse, sin embargo, de un progreso en el modo de explicar esas verdades. Todas las verdades enseñadas por Dios a los hombres están contenidas en la Escritura y en la Tradición. Pero no se han conocido y profundizado en toda su amplitud. En consecuencia, cuando la Iglesia define solemnemente un nuevo dogma, no establece una verdad nueva, no contenida en la Escritura y en la Tradición; sino que por el contrario declara que esta verdad está contenida en la Sagrada Escritura y en la Tradición; y que por lo mismo hay que admitirla. Los dogmas no pueden cambiar de sentido; pero sí pueden cambiar los términos en que son expresados. Se pueden expresar con palabras más claras y precisas. En consecuencia el dogma es invariable, pero las explicaciones y términos de los teólogos pueden cambiar. No debe extrañar este progreso pues la Sagrada Escritura es un libro lleno de profunda y misteriosa sabiduría, de suerte que no entrega de una vez todas las verdades que contiene, sino a medida que se estudia y se reflexiona sobre ellas. El progreso del dogma consiste en que la Iglesia enseña de modo claro y explícito, verdades que estaban contenidas en la Escritura y en la Tradición de modo velado e implícito. 3. LA FE. RAZONES PARA CREER La automanifestación de Dios va dirigida al hombre, que es llamado a responder a esa invitación divina mediante la fe. Tanto la revelación como la fe son libres. La Revelación es libre porque es acción soberana de Dios que se mueve únicamente por amor a nosotros. La fe es libre porque no existe un motivo que nos lleve necesariamente a creer que sea verdad lo que escuchamos en la Revelación. No hay una evidencia del “objeto” para nuestra inteligencia limitada. Así, cada hombre tiene que tomar una decisión personal acerca de Dios. Se podría forzar a una persona a realizar actos externos que, en sí mismos, son expresión de fe; sin embargo, nadie puede obligar a otro a creer. La fe es, por parte de Dios, un don sobrenatural, una gracia de Dios; por parte del hombre, es un acto consciente y libre: en la respuesta humana hay un acto del entendimiento y un

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acto de la voluntad libre. Por eso se dice que la fe cristiana es una tarea personal por la que el hombre responde al don de Dios. Recibimos la fe “ex auditu” (escuchando un mensaje), pero esto no significa que todo estriba en mera audición. Recibir una palabra y creer automáticamente en ella, sin más datos ni comprobaciones, no sería fe, sino credulidad, entrega ciega e impropia de una persona madura. Para poder creer de un modo coherente es preciso que, una vez escuchada la Revelación, se cuente con suficientes razones para identificar este mensaje como proveniente de Dios. La fe no se reduce a la razón, pero tampoco la destruye. Ambas se complementan armónicamente. La Revelación es digna de ser creída; en otras palabras, hay razones o motivos que mueven a aceptarla. Resumiendo, podemos decir que el acto de fe:  Implica un acto de asentimiento  Es libre e incondicionado  Es razonable  Es un don sobrenatural  Lleva consigo un modo de vivir Podemos preguntarnos: ¿por qué la palabra de Yahvé, en el Antiguo Testamento, y la palabra de Jesucristo en el Nuevo, son dignas de ser creídas? Ambas van acompañadas de obras realizadas por Dios, que cumplen la función de signos de su presencia: “Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, creed por las obras.” Las “obras” de que habla Jesús son hechos evidentes, que “están ahí”, accesibles a cualquiera, independientemente de su disposición favorable o contraria al mismo Jesús. Estas “obras” atestiguan la credibilidad de la predicación de Jesús; ofrecen a los hombres un punto de apoyo para creer; hacen que la fe no sea un puro salto en el vacío, fruto de una mera decisión de la voluntad, sino algo que se hace contando con un fundamento en la realidad y en el propio modo de conocerla. Estos hechos y palabras no dan la fe, pero son signos de credibilidad. Los términos con los que se describen los grandes hechos salvíficos indican obras divinas al estilo de la creación. Estas obras son signos en el sentido de que dan a conocer, en primer lugar, que es Dios quien actúa. Así sucede con las diez plagas que vienen como castigos sobre los Egipcios, y con la liberación de los israelitas de la esclavitud. Mediante estos acontecimientos se desvela que Yahvé interviene en el destino de su pueblo. Las obras llevan su marca, su señal, y mueven al pueblo a confiar en Él. Pero vivir según la fe en Yahvé resulta a veces arduo. Los hebreos debían ir contracorriente; no podían imitar algunas costumbres de los pueblos circundantes, y sobre todo no podían ceder a la idolatría. Para ayudarles a superar las dificultades, Dios se sirvió especialmente de los profetas que les confirmaban en la verdad y bondad de su fe revelada, y les empujaban a servir a Yahvé que sólo quería su bien. Los profetas hablaban en lugar de Dios; anunciaban las promesas divinas que tendrían lugar más tarde. Así orientaban la conducta de sus contemporáneos y conducían al pueblo a una fe más profunda y completa. 5

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En los signos o milagros de Jesús se cumple algo de la promesa de los profetas: “Los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio.” Jesús realiza los milagros precisamente porque en Él obra Dios: la multiplicación de los panes, la curación del ciego de nacimiento, la resurrección de Lázaro están muy unidos a lo que dice sobre sí mismo. No dan la fe, pero tienen un papel importante en el camino que conduce hacia ella. Significan, en definitiva, que Jesucristo es el Hijo que ha enviado el Padre. 4. LA REVELACIÓN CRISTIANA La religión cristiana está fundada en una revelación histórica. La Revelación constituye un hecho esencial y fundamental, un misterio primordial del cristianismo. “Dios ha hablado a los hombres”. Este es el hecho fundamental que rige la economía de los dos testamentos. Dios no se ha manifestado solamente a través de las obras de la creación, sino que por un designio amoroso y libre de su voluntad ha querido abrirnos los secretos de su ser personal, invitándonos a participar en el diálogo de su amor. La Revelación sobrenatural comprende la manifestación de Dios y de su designio de redención y salvación de la humanidad en Cristo y por Cristo. Viene preparada por una larga serie de actuaciones e intervenciones divinas a través de la historia del pueblo elegido y culmina con la aparición histórica de Cristo. Debemos por tanto distinguir dos fases: a) la Revelación como promesa; b) la Revelación como cumplimiento y plenitud. a) La Revelación como promesa. “Dios ha hablado por medio de los profetas”: esta expresión resume toda la Revelación del Antiguo Testamento. Después de la Revelación primitiva a los primeros padres, desde Adán y Eva a Noé, etc., que pertenece a la prehistoria, y de la cual el principal testimonio son los relatos bíblicos de los 11 primeros capítulos del Génesis, la vocación de Abraham señala el comienzo de una especial y nueva intervención divina. En Abraham hay un acontecimiento histórico que marca el destino y la historia del pueblo hebreo. Dios confía a éste no sólo la conservación de la Revelación primitiva y de la esperanza de la redención, sino un sucesivo despliegue y manifestación de verdades sobrenaturales y comunicaciones divinas, que además de garantizar esa promesa van cumpliéndola y preparando su realización en Jesucristo, en el Mesías redentor y salvador. La promesa de Dios y la fe de Abraham caracterizan toda la historia del pueblo judío. Dios interviene directamente en la historia para establecer una alianza con su pueblo elegido. Moisés y los profetas manifestarán cada vez con mayor claridad el “nombre” de Dios, sus planes, sus mandatos y las exigencias de su alianza. Dios se revela como Yahwéh, como el Dios de Israel, pero es al mismo tiempo el Dios vivo, el Señor de la historia. La Revelación se presenta aquí como promesa y como alianza.

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La categoría fundamental en que viene expresada esta Revelación es la Palabra de Dios. Dios habla en la historia, empleando palabras humanas y realizando hechos y prodigios en Israel. b) La Revelación como cumplimiento. El punto central de la historia de la salvación es la encarnación del Verbo. En Cristo culmina toda la revelación. La línea ascendente del tiempo del Antiguo testamento ha llegado a su meta. “El tiempo se ha cumplido”. El futuro, que determinaba todo el dinamismo de la historia de Israel, se ha convertido en un presente. Este presente está todavía lleno de tensión escatológica, de dirección la cielo y a los últimos tiempos, pero la realidad suprema está ya dada. Las promesas se han cumplido. Todas las revelaciones precedentes tienen un centro de unidad, porque todas convergen hacia Cristo, todas apuntan hacia esa meta, hacia la plenitud de los tiempos. Cristo es la plenitud de los tiempos, porque llena de contenido la historia, y es la meta de los tiempos, porque toda la historia está orientada hacia Él, hacia esa realidad definitiva e irrevocable: la presencia de Dios en el mundo no sólo como creador sino también como redentor y Padre amante de los hombres. Esa presencia no anula, sino que da sentido y valor a lo que precedió. El Cristianismo vive de una Revelación que en su origen posee como patrimonio común con los israelitas «de los cuales es la adopción filial, la gloria, las alianzas, las promesas, y los patriarcas; de los cuales también procede Cristo según la carne, el cual está por encima de todas las cosas».

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