Raza de bronce resumen capítulos 2-6-3 PDF

Title Raza de bronce resumen capítulos 2-6-3
Author Andrea Ordóñez Aguilar
Course Literatura Peruana
Institution Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa
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Raza de bronce resumen capítulos 2-6-3...


Description

PRIMERA PARTE – CAPÍTULO 2 (RAZA DE BRONCE) Agiali, Manuno y los demás viajeros emprenden un viaje peligroso hacia el valle con varias guarniciones, además de la ilusión de realizar grandes negocios con sus productos en el valle; de esta manera primero llegaron a la hacienda de su patrón, él cuál no se encontraba, no obstante, si estaba su esposa y les dio 40 pesos para comprar ocho cargas de cebada en granos, pesos guardados por Manuno, atados por cuatro nudos en su pañuelo y posteriormente ajustado en su cuello, para evitar de esta manera que se lo intentaran despojar. A la mañana siguiente siguieron el viaje, pasaron por el camino de Miraflores, Kataharani hasta llegar al río Calacato al pie de los cerros, cruzaron el río, a pesar de las aguas turbulentas; luego llegaron a Aranjuez, parte de región cálida, poco después llegaron a la pampa Mallasa, donde les brillaron los ojos al ver campos vistosos con variedad de frutos, tuvieron cierta dificultad de casi ser descubierto Agiali al coger los frutos, pero logró recoger doce cabales y lo repartieron entre todos. Manuno, el guía, en el camino les contaba datos sobre la pampa Mallasa hasta que llegaron a una morada de un indio, con el cuál Manuno trato de regatear su producto a cambio de tunas, la charla se puso intensa, incluso el valluno le tiró una fruta por el regateo insistente pero al final el valluno lo aceptó y al final ambos quedaron satisfechos. De esta manera se repartieron los viajeros las tunas con el maíz, luego llegaron a Mecapaca (pueblo que se volvió mísero por la mazamorra), se refugiaron en la casa de Choque, antiguo conocido de Manuno, al día siguiente pensaron todos , a excepción de Manuno, que no sería una buena venta por los miserables pobladores, no obstante a rebatiña dieron fin a la venta por la gente de las haciendas; así regresaron a la morada , en esta Choque les trajo alimentos que comieron vorazmente y ellos le otorgaron un poco de hispi; se durmieron cuando de pronto se despiertan por un fuerta tempestad, las más peligrosas según Choque y podría al día siguiente traer la mazamorra. Al preguntar Agiali sobre la mazmorra, Choque les cuenta cómo fue la noche oscura del mes de Cranaval en que el pueblo quedó mísero, pues luego de su suceso solo se veía cadáveres y huertas enterradas, día desde el cual ya no concurría la gente a divertirse y el lugar había quedado abandonado; mientras Choque contaba la historia, la lluvia fue bajando poco a poco y los sunichos volvieron a dormir.

PRIMERA PARTE – CAPÍTULO 6 (RAZA DE BRONCE) El día amaneció de manera hosca, anunciándose la lluvia torrencial al mediodía, se canceló la cosecha de una y el trabajo se tornó de manera más ardua para Agiali y Cachapa en vigilancia del patrón; terminaron así molidos y al regresar fueron recibidos en bromas de Quico, echándose solo a dormir.

Al caer la noche ,de pronto ladraron los perros, la dueña pensó que era un gato montés; no obstante a pasos de ella, vio a un hombre con un grueso bastón y tenía detenidos a los perros furiosos, este le advirtió del río para que así cosechase los árboles de la orillan, así se encaminan hacia la playa con gran corriente; de pronto oyeron la campana de la casa de hacienda llamando a la peonada; no obstante la huertera no quiso ir y dijo que recojan lo que puedan del fruto

A poco, los peones, encabezados por el patrón y el hilacata, venían a instalar reparos sobre la corriente misma para echarla, con la orden de derribar todos los árboles que bordeaban la orilla del talud. Los sunichos partieron con el amanecer, y se hicieron pago por los jornales no cobrados al valluno al cosechar los frutos que les caían en las manos; salieron al llano de Collana dejaron el poblacho. Quilco, se sentía más aliviado, pues temía que lo atacase el mal y prefirió seguir viaje a la urbe, acortando así la distancia que lo separaba de su hogar. Se sentían desollados y con gran pereza pero arribaron a la ciudad pasado mediodía, y como el patrón aún no había vuelto de su hacienda de los Yungas, Devolvieron a la esposa el dinero sobrante de las compras, descansaron un día y al siguiente emprendieron la última etapa del viaje. Llegaron más tarde a la hacienda, rendidos por la fatiga, muchos colonos al divisarlos en la lejanía de la ruta, acudieron para recibirlos en la casa de hacienda, donde era obligación deshacerse del cargamento. Allí encontraron a sus familias los viajeros, la mujer de Manuno, fue la más empeñosa en correr a la casa patronal y comenzó a preguntarles a los viajeros sobre su paradar, no obstante al no serle otorgada una respuesta directa comenzó a presentir una desgracia Un alarido estridente rasgó el silencio del crepúsculo, los perros de la casa comenzaron a ladrar con furia. Uno de los asistentes de la hacienda, temeroso, de que se enojara el administrador y emprendiese a palos con los intrusos, cogió a la viuda por el brazo y se la llevó. Así apareció Troche, el administrador que venía alegre fumando su cigarrillo, este les preguntó si habían traído semillas, además de que tenía Quilco y donde está Manuno, Agiali respondió diciendo que habían traído 5 cargas y contando la tragedia de lo sucedido, al terminar Troche les dijo que se vayan a dormir y vinieran mañana temprano para dejar la carga. SEGUNDA PARTE (CAPÍTULO 3) RAZA DE BRONCE Era una noche silencioso, turbado solamente por el chillido de una ave o el llanto de un perro en ocasiones, aquel silencio parecía al de la muerte; Choquehuanka, concentrado en sus pensamientos caminaba por la orilla del río, rumbo a la vivienda de Tokorcunki, con una seguridad absoluta por entre las sombras, evitando los obstáculos insalvables y traidores para los extraños. De pronto se estremeció Choquehuanka por el sonido de una ave, se detuvo un instante para escuchar el latido de las alas del ave que huía, y prosiguió luego su marcha, no obstante, luego fue sorprendido por otro animal,

requirió el su cayado y quedó en espera del can, es así cuando una voz soñolienta y dura surgió de improviso desde el interior de un cuartucho débilmente iluminado, era Tokorcunki, el cuál castigó al perro por los ladirdos e hizo entrar a Choqeuhuanka. Los dos entraron a la caverna, donde estaban recostados tres chiquillos de caras mugrientas, junto a la madre que parecía una momia o una bruja; saludó Choquehuanka al entrar, no obstante todos respondieron de manera no agradable incluido los niños. Tokorcunki acercó al fuego un cajón vacío y le invitó a sentarse, Choquehuanka le dijo que venía a recordarle que al día siguiente debían consultar el tiempo, comenzaron ambos una charla en reclamo de lo que sufrían como el caso de Quilco, culpando a los patrones, ya que los obligan a traer semillas del valle, Choquehuanka añade que él ya se hubiera revelado; no obstante Tokorcunki y su mujer se estremecen al recordar que pasó la última vez que lo intentaron. Así de esta manera se comienza a contar el suceso en el que se trató acabar con el patrón, prendiéndole fuego; no obstante el vengativo patrón quiso saber quién fue el culpable, maltratando a los indios, como a Choquehuanka en un día en el que se dieron prisa en acudir los siervos, y entonces fueron testigos de una escena que puso espanto en sus almas y curó en ellas todo conato de venganza, aunque añadió recio combustible a la hoguera de su odio. En el solar de la casa los soldados, arma al brazo, formaban cuadro y yacían en actitud de fuerza confiada y de indomable serenidad, entraban los indios temblando como bestias enfermas, con los ojos fugitivos, y poniéndose de rodillas besaban la mano del patrón; el patrón insistió fuertemente sobre la causa de sus quejas y es entonces cuando el indio le cuenta sus penurias y maltratos sin faltarle el respeto pero con sinceridad, se puso a sollozar y los otros le imitaron. Pantoja creyó que el miedo no dejaría hablar a los desgraciados pero al verlos Se indignó, los insultó y fue mucho peor, hablaba con creciente cólera y era sincero en lo que decía: tenía gente de sobra, afirmó que estaba estaba enfermo por la culpa de los indios, esa noche del atentado. En ese momento, hizo una señal al sargento, este llamó a dos soldados, y juntos arrastraron por los pies a uno de los que Pantoja señaló como principal cabecilla, le desnudaron por completo, cogiéndole cada uno por un brazo, mientras que el sargento cabalgaba en el cuello del peón, manteniendo inmóvil la cabeza bajo el peso de su cuerpo, comenzando a maltratarlo con gran entusiasmo, poco brotó la sangre, salpicando la cara y la ropa de los soldados que sujetaban al paciente, el cual se retorcía aullando de dolor e implorando la piedad del amo, nadie podía reclamar porque mostraban poseer armas al primero que se quejara y así se fue realizando por turno como toda una masacre. Entretanto, el hijo del patrón y algunos de sus amigos cazaban en el lago. Se oía el incansable traquido de sus armas, que llegaba hasta el patio, donde los indios, pálidos, descompuestos, miraban la feroz faena, sin decir ninguna palabra ni hacer un gesto; todo el día duró la azotaina, y el día entero también permanecieron los patrones como testigos exasperados. Pantoja, luego de buen rato, habló frente a los consternados peones, amenazando de matarlos a palo, ya que el prefecto le podía manadar toda una tropa para castigarlos. Pantoja, con pretexto de indemnizarse por los daños, reedificó la casa incendiada, y al lado hizo construir una nueva, con materiales gratuitamente transportados por los indios.

Todo, pues, recuperó su aspecto de costumbre, sólo que ahora los peones dejaron de acudir a la casa patronal cual si la hubiesen maldecido los brujos de la comarca (laikas), y si tenían que pasar cerca, lo hacían de prisa. Algo más hizo Pantoja, mandó como administrador de la hacienda a uno de sus ahijados, Tomás Troche, cuyos puños conocía desde los no lejanos tiempos en que, nombrado intendente de La Paz, hacía castigar a golpes y patadas las opiniones políticas de sus adversarios. Como en el tiempo que ejerciera su oficio de sayón se había concitado muchos y temibles enemigos, andaba disgustado de su puesto y buscaba una colocación más segura en alguna hacienda o pueblo apartado de la comarca, es así como le propuso a Troche ser administrador de su hacienda. Troche puso en inmediata ejecución el consejo de su compadre, pero con tan buenas mañas, que en menos de dos años logró reunir un pequeño capital, con la ayuda de su mujer y de su hija Clorinda. Los colonos, pese a su exasperación, no se atrevían a intentar ninguna demostración belicosa, aleccionados por los rigores que les había valido su hazaña de hacer dormir al patrón en el cebadal bajo la lluvia y el viento. Poco después murió Pantoja, entonces creyeron los colonos que disminuiría la opresión del amo pero bien pronto tuvieron que desengañarse, porque el joven Pantoja era aún más avaro y más cruel que el difunto. Soportaban, pues ahora entristecidos, la dura esclavitud; no en vano resultaba el consejo de la mujer de Tokorcunki. Eran ellos vencidos y estaban condenados a sufrir en silencio, pasivamente, después de un momento de profundo silencio, Choquehuanka se puso en pie y se fue....


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