Tema 3 - Dios al encuentro del hombre. La revelación de Dios - Enfermería PDF

Title Tema 3 - Dios al encuentro del hombre. La revelación de Dios - Enfermería
Course Teología
Institution Universidad Católica San Antonio de Murcia
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DIOS AL ENCUENTRO DE L HOMBRE. LA REVELACIÓN DE DIOS

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Tema 3 DIOS AL ENCUENTRO DEL HOMBRE. LA REVELACIÓN DE DIOS. «Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina (DV 2)1. En consecuencia, por esta revelación, Dios invisible habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor y mora con ellos, para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía»2 Dios por propia iniciativa quiso darnos a conocer en profundidad su ser, su intimidad, [quién es Dios: Trinidad y comunidad de amor] y manifestar el misterio de su voluntad: salvar al hombre, hacer que el hombre a través de Él tenga acceso al Padre por el Espíritu. La revelación cristiana se presenta como historia de la salvación en la cual Dios, en cuanto persona, actúa y habla libremente, y el hombre se encuentra ante Él como aquel que está disponible para acoger su manifestación.

1. Dios revela su designio amoroso Las palabras “revelar” y “revelación” se derivan del latín revelare y revelatio. Su significado etimológico es el de “quitar el velo”, “descubrir”, “destapar”, dar a conocer lo que está escondido. La revelación cristiana es el darse a conocer de Dios a los hombres. Podemos decir que “revelación” significa la autocomunicación libre y gratuita de Dios al hombre realizada en una confidencia de amor. Porque Dios ha roto el silencio, ha salido de su misterio, se ha dirigido al hombre y le ha revelado los secretos de su vida personal y su designio de invitar al hombre a participar de su vida. El concepto de la revelación en sentido religioso comprende los siguientes elementos esenciales: a) La revelación sigue necesariamente un camino descendente. Dios se manifiesta a los hombres, sólo cuando quiere y en la medida en que desea hacerlo. Sólo Dios puede tomar la iniciativa de la revelación. Dios, es, por tanto, el sujeto activo de la revelación. b) Un diálogo entre Dios y los hombres. La revelación establece y fundamenta una relación dialogal entre Dios y los hombres. En la revelación, Dios tiene a los hombres por interlocutores. Y quiere que ellos le escuchen y reciban sus palabras con gratitud y confianza. La revelación encierra además una proposición divina ineludible, a la cual el hombre debe responder, afirmativa o negativamente, con su propia vida. 1 CEC n. 51 2 YOUCAT, cap. 2, nº 8

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c) La revelación supone también la manifestación o descubrimiento de algo. Dios por propia iniciativa quiso darnos a conocer en profundidad su ser, su intimidad, y también su designio de salvación del género humano. Dios quiere comunicarse a sí mismo, dándonos su misma vida y haciéndonos hijos adoptivos suyos. Éste es el objetivo general de la revelación tal como lo conocemos por el Nuevo Testamento. Con este designio de salvación hace al hombre capaz de amar más allá de lo que podría amar por sus fuerzas naturales. Esta revelación alcanza su culmen, su cima, en Jesucristo.

2. Las etapas de la revelación La revelación de Dios se desarrolló progresivamente. Dos son las etapas fundamentales: A) El Antiguo Testamento como preparación. B) El Nuevo Testamento como culminación: tiene lugar con Jesucristo.

2.1. El Antiguo Testamento 2.1.1. Desde el origen, Dios se da a conocer. Dios creó al hombre por puro amor y estableció con él una relación íntima de amor. Como consecuencia, el hombre vivía santamente y gozaba de la armonía de todo su ser. De las manos de Dios no salió nada malo. Espontáneamente el hombre estaba, vivía, bajo la autoridad de Dios. Pero el hombre se rebeló contra Dios, quiso ser como él y contra él. Como consecuencia, cayó en una situación desgraciada, que llamamos del "hombre caído" o de "privación del estado y santidad original". Ante esta situación Dios no abandonó al hombre, sino que le prometió redimirlo. Esta revelación no fue interrumpida por el pecado de nuestros primeros padres. Dios, "después de su caída alentó en ellos la esperanza de la salvación con la promesa de la redención, y tuvo incesante cuidado del género humano, para dar la vida eterna a todos los que buscan la salvación con la perseverancia en las buenas obras" (DV 3).

2.1.2. La alianza de Dios con Noé Esta alianza es indicadora de una nueva situación de la humanidad. Los hombres se dividen en naciones según sus lenguas, clanes (familias en sentido muy amplio), costumbres y también el lugar o región que ocupan. Por eso tal situación ha sido denominada "el régimen de las naciones". El mensaje de esta alianza es que no se debe idolatrar la nación y menos hacer de ella algo que vaya contra Dios, pero sí se debe estimar y contribuir al bien de todos sus miembros. La situación de las naciones presentada por esta alianza es más bien la de naciones que no se entienden. Esa falta de entendimiento fue

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consecuencia de la soberbia de una humanidad caída, una humanidad que quiso construir su futuro prescindiendo de Dios.

2.1.3. Elección de Abrahán Para unir de verdad a la humanidad dividida, sin entendimiento de unos con otros, debido a su intento de suplantar a Dios y a la pretensión de conseguir la unión de todos los hombres con el solo empeño humano para, así, construir el futuro del mundo exclusivamente con las fuerzas humanas (es la enseñanza del episodio de la "Torre de Babel"), Dios elige a Abrahán. Le manda salir de Mesopotamia [actual Iraq], le promete hacer de él un gran pueblo teniendo una descendencia numerosa, darle una tierra donde pueda vivir en paz (la llamada "tierra prometida", la tierra de Canaán (actual Palestina e Israel]), y bendecir por medio de él a todas las naciones. Esa descendencia numerosa constituirá un día el pueblo de Israel. Abrahán obedeció a Dios e hizo de tal modo lo que le pidió que fue llamado el "padre de la fe" y "amigo de Dios". El pueblo nacido de Abraham será el depositario de la promesa hecha a los patriarcas, el pueblo de la elección, llamado a preparar la reunión un día de todos los hijos de Dios en la unidad de la Iglesia; ese pueblo será la raíz en la que serán injertados los paganos hechos creyentes.

2.1.4. Dios forma a su pueblo Israel

Después de haber vivido un tiempo en Palestina, debido a la pobreza sobrevenida en esas tierras, los descendientes de Abrahán emigraron a Egipto. Con el tiempo, esos descendientes, los hebreos, fueron explotados por Egipto. Entonces Dios suscitó entre ellos un personaje llamado Moisés, elegido por Dios para liberar a los israelitas de la opresión egipcia. Dios se aparece a Moisés en el Sinaí, a donde había huido para escapar del castigo de muerte que iba a infligirle el Faraón, y establece con él una alianza (la alianza es un compromiso que obliga a ambas partes). En ella Dios da a Moisés unos mandatos, un código, cuyo elemento central son los "Diez Mandamientos". Israel tiene que cumplir esos mandatos, que le indican la forma de vivir santamente tanto en su relación con Dios como en la vida social. Después de la etapa de los patriarcas, Dios constituyó a Israel como su pueblo salvándolo de la esclavitud de Egipto.

2.1.5. Los profetas y la promesa de una Nueva Alianza En el transcurso de la historia de Israel Dios suscitó algunos personajes importantes llamados los "profetas", a los que iluminó de manera especial y les comunicó sus designios sobre Israel para que ellos a su vez se los comunicaran al pueblo entero. Por eso se presentaron ante los demás como la "boca de Dios". Corregían las faltas de Israel y, recordando siempre la alianza del Sinaí, proponían un ideal de vida que comportaba una santidad cada vez mayor. También anunciaron que Dios enviaría un personaje que realizaría todas las esperanzas de Israel. A ese personaje lo llamaron el Mesías, palabra que significa Ungido: era el Ungido por Dios para llevar a cumplimiento esas esperanzas porque Dios estaría con él.

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2.2. El Nuevo Testamento La revelación alcanza su culmen en Jesucristo. El es la segunda Persona de la Trinidad, el Hijo, encarnada, hecha hombre. Como tal, es la plenitud de la revelación y el mediador supremo ante el Padre. Al hacerse hombre, el Hijo piensa con inteligencia de hombre, ama con corazón de hombre y trabaja con manos de hombre (GS 22). Él se ha hecho hombre para mostrarnos cómo ha de ser el hombre según los planes divinos y el destino a que somos llamados: la gloria eterna. El es la Palabra definitiva que el Padre ha dirigido al hombre, y lo es con su enseñanza, con su vida terrena y con su existencia gloriosa en el cielo después de resucitar. El es el Mesías prometido en el Antiguo Testamento y el instaurador de la Nueva Alianza anunciada por los profetas. En él se encuentra la respuesta definitiva al problema sobre el sentido de la vida que se plantea el hombre. Como consecuencia de lo anterior, ya no habrá más revelación pública. Sin embargo, aunque la Revelación esté acabada, no está completamente explicitada; corresponderá a la fe cristiana comprender gradualmente todo su contenido en el transcurso de los siglos. A lo largo de los siglos ha habido revelaciones llamadas "privadas", algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Estas, sin embargo, no pertenecen al depósito de la fe. Su función no es la de "mejorar" o "completar" la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia. La fe cristiana no puede aceptar "revelaciones" que pretenden superar o corregir la Revelación de la que Cristo es la plenitud. Es el caso de ciertas Religiones no cristianas y también de ciertas sectas recientes que se fundan en semejantes "revelaciones".

3. La Transmisión de la revelación Dios "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2,4), es decir, al conocimiento de Cristo Jesús (cf. Jn 14,6). Es preciso, pues, que Cristo sea anunciado a todos los pueblos y a todos los hombres y que así la Revelación llegue hasta los confines del mundo: «Dios quiso que lo que había revelado para salvación de todos los pueblos se conservara por siempre íntegro y fuera transmitido a todas las generaciones» (DV 7)” (Catecismo, n. 74)

3.1-La Tradición apostólica "Cristo nuestro Señor, en quien alcanza su plenitud toda la Revelación de Dios, mandó a los Apóstoles predicar a todos los hombres el Evangelio como fuente de toda verdad salvadora y de toda norma de conducta, comunicándoles así los bienes divinos: el Evangelio prometido por los profetas, que Él mismo cumplió y promulgó con su voz" (DV 7). (Catecismo, n. 75)

3.1.1. La predicación apostólica

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Los apóstoles transmitieron el evangelio de dos maneras: a) Oralmente: Se trata de una transmisión no sólo de palabra, sino de una transmisión que implica toda la persona y vida de los Apóstoles: por la predicación, el testimonio de vida, las instituciones que fundan, el culto. A este modo de transmisión se le llama simplemente la Tradición o también la Tradición Viva. b) Por escrito: por medio de la Sagrada Escritura (la Biblia). El valor del escrito es que no se puede alterar el contenido, cosa que es fácil ocurra con la tradición oral, a veces sin querer. Ante el peligro del olvido o de la alteración, los primeros cristianos, bajo la guía de los Apóstoles, pusieron por escrito su comprensión y vivencia de la revelación. Fue el Espíritu Santo quien, con su iluminación e inspiración, garantizó la fidelidad de la transmisión de la revelación de Jesucristo hecha por los Apóstoles, tanto en el modo oral como en el modo escrito. La Revelación divina está contenida en las Sagradas Escrituras y en la Tradición, que constituyen un único depósito donde se custodia la palabra de Dios. Éstas son interdependientes entre sí: la Tradición transmite e interpreta la Escritura, y ésta, a su vez, verifica y convalida cuanto se vive en la Tradición. (cfr. Catecismo, 80-82). La Tradición, fundada sobre la predicación apostólica, testimonia y transmite de modo vivo y dinámico cuanto la Escritura ha recogido a través de un texto fijado. «Esta Tradición, que deriva de los Apóstoles, progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo: puesto que va creciendo en la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas, ya por la contemplación y el estudio de los creyentes, que las meditan en su corazón y, ya por la percepción íntima que experimentan de las cosas espirituales, ya por el anuncio de aquellos que con la sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad»( Cfr. Concilio Vaticano II, Const. Dei Verbum,8).

3.1.2. La tradición apostólica continuada por la sucesión apostólica

Para la posterior transmisión auténtica de la revelación los Apóstoles instituyeron sucesores suyos: los obispos. Éstos, presididos por el Papa, sucesor de San Pedro, que era la cabeza de los Apóstoles, constituyen la Sucesión Apostólica. El papa preside el Colegio Episcopal (= Cuerpo o conjunto de los obispos). El Papa y los obispos junto con el Papa tienen la misión de dar la interpretación autorizada de la revelación o, lo que es lo mismo, tienen la última palabra en la interpretación de la revelación: es lo que llamamos el Magisterio Eclesiástico. «El oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios escrita o transmitida ha sido confiado exclusivamente al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejercita en nombre de Jesucristo» (Catecismo, n 10), es decir, a los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, el obispo de Roma. Este oficio del Magisterio de la Iglesia es un servicio a la palabra divina y tiene como fin la salvación de las almas. Por tanto «este Magisterio, evidentemente, no está sobre la palabra de Dios, sino que la sirve, enseñando solamente lo que le ha sido confiado, por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo la oye con piedad, la guarda con

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exactitud y la expone con fidelidad, y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como verdad revelada por Dios que se ha de creer». Dicho Magisterio tiene dos grados: el ordinario y el extraordinario. Éste último tiene más autoridad y alcanza su culmen cuando, poniendo en juego toda su autoridad, propone de modo infalible que una verdad pertenece a la revelación: es lo que llamamos magisterio definitivo, que alcanza su forma más solemne en la definición dogmática. Puede hacer esto porque goza de una asistencia especial del Espíritu Santo. La Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia constituyen, por tanto, una cierta unidad, de modo que ninguna de estas realidades puede subsistir sin las otras. El fundamento de esta unidad es el Espíritu Santo, Autor de la Escritura, protagonista de la Tradición viva de la Iglesia, guía del Magisterio, al que asiste con sus carismas.

3.2. La relación entre la tradición y la sagrada Escritura La Tradición y la Sagrada Escritura "están íntimamente unidas y compenetradas. Porque surgiendo ambas de la misma fuente, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin" (DV 9). Una y otra hacen presente y fecundo en la Iglesia el misterio de Cristo que ha prometido estar con los suyos "para siempre hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). Así pues ambas tienen una misma fuente común, pero se trata de dos modos distintos de trasmisión de la única fuente. "La sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo". "La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los Apóstoles, y la transmite íntegra a los sucesores; para que ellos, iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación". De ahí resulta que la Iglesia, a la cual está confiada la transmisión y la interpretación de la Revelación "no saca exclusivamente de la Escritura la certeza de todo lo revelado. Y así las dos se han de recibir y respetar con el mismo espíritu de devoción" (DV 9).

3.2.1. Tradición apostólica y tradiciones eclesiales La Tradición de que hablamos aquí es la que viene de los apóstoles y transmite lo que éstos recibieron de las enseñanzas y del ejemplo de Jesús y lo que aprendieron por el Espíritu Santo. En efecto, la primera generación de cristianos no tenía aún un Nuevo Testamento escrito, y el Nuevo Testamento mismo atestigua el proceso de la Tradición viva.

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Es preciso distinguir de ella las "tradiciones" teológicas, disciplinares, litúrgicas o devocionales nacidas en el transcurso del tiempo en las Iglesias locales. Estas constituyen formas particulares en las que la gran Tradición recibe expresiones adaptadas a los diversos lugares y a las diversas épocas. Sólo a la luz de la gran Tradición aquéllas pueden ser mantenidas, modificadas o también abandonadas bajo la guía del Magisterio de la Iglesia.

3.3. La interpretación del depósito de la fe 3.3.1. El depósito de la fe confiado a la totalidad de la Iglesia "El depósito" de la fe (depositum fidei), contenido en la sagrada Tradición y en la sagrada Escritura fue confiado por los Apóstoles al conjunto de la Iglesia. "Fiel a dicho depósito, todo el pueblo santo, unido a sus pastores, persevera constantemente en la doctrina de los Apóstoles y en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones, de modo que se cree una particular concordia entre pastores y fieles en conservar, practicar y profesar la fe recibida" (DV 10).

3.3.2. El Magisterio de la Iglesia "El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo" (DV 10), es decir, a los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, el obispo de Roma. "El Magisterio no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente; y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como revelado por Dios para ser creído" (DV 10). Los fieles, recordando la palabra de Cristo a sus Apóstoles: "El que a vosotros escucha a mí me escucha" (Lc 10,16; cf. LG 20), reciben con docilidad las enseñanzas y directrices que sus pastores les dan de diferentes formas.

3.3.3. Los dogmas de la fe El Magisterio de la Iglesia ejerce plenamente la autoridad que tiene de Cristo cuando define dogmas, es decir, cuando propone, de una forma que obliga al pueblo cristiano a una adhesión irrevocable de fe, verdades contenidas en la Revelación divina o también cuando propone de manera definitiva verdades que tienen con ellas un vínculo necesario.

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Existe un vínculo orgánico entre nuestra vida espiritual y los dogmas. Los dogmas son luces que iluminan el camino de nuestra fe y lo hacen seguro. De modo inverso, si nuestra vida es recta, nuestra inteligencia y nuestro corazón estarán abiertos para acoger la luz de los dogmas de la fe (cf.Jn 8,31-32). Los vínculos mutuos y la coherencia de los dogmas pueden ser hallados en el conjunto de la Revelación del Misterio de Cristo (cf. Concilio Vaticano I: DS 3016: "mysteriorum nexus "; LG25). «Conviene recordar que existe un orden o "jerarquía" de las verdades de la doctrina católica, puesto que es diversa su conexión con el fundamento de la fe cristiana" (UR 11).

3.3.4. El sentido sobrenatural de la fe Todos los fieles tienen parte en la comprensión y en la transmisión de la verdad revelada. Han recibido la unción del Espíritu Santo que los instruye (cf. 1 Jn 2, 20-27) y los conduce a la verdad...


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