Argumentos Demostrativos de la Existencia de Dios y del mundo PDF

Title Argumentos Demostrativos de la Existencia de Dios y del mundo
Course Historia De La Filosofía
Institution Universidad de Alicante
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Tema de 2º de Bachillerato de Ciencias de la Salud de la Comunidad Valenciana....


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Lucía Parra Muñoz

ARGUMENTOS DEMOSTRATIVOS DE LA EXISTENCIA DE DIOS Y DEL MUNDO. Una de las escuelas más influyentes al terminar el Renacimiento es el escepticismo. Estos estaban convencidos de la imposibilidad de alcanzar un conocimiento seguro puesto que los sentidos nos engañan y, además, la razón es débil y está imposibilitada para ello. Descartes, en respuesta a los escépticos, nos dice que la verdad y la certeza absoluta son alcanzables porque la razón humana es suficientemente poderosa para obtenerla. Y alcanzar esa verdad es el objetivo de la filosofía. Situamos la filosofía de Descartes en pleno cuestionamiento sobre el conocimiento, donde dos escuelas, racionalismo y empirismo, se enfrentarán a la misma problemática, resolviéndola y enfocándola de modo diferente. El racionalismo, cuyo máximo representante es Descartes, concede la primacía a la razón para alcanzar la verdad, teniendo como principio básico que nuestros conocimientos verdaderos de la realidad tiene su origen y fundamento en la razón. Mientras que los empiristas, defienden que nuestro conocimiento procede de los sentidos, de la experiencia de los sensible. De esta manera, Descartes decide construir un sistema de conocimiento en el que nada sea aceptado como verdadero si no es evidente por sí mismo y, por tanto, totalmente indudable. Así pues, Descartes elabora un método con el objetivo de oponerse al escepticismo de la época y de usarlo para la filosofía, a la cual considera la ciencia primera, y así podrá ser empleado en el resto que provienen de ella. Por tanto, el método cartesiano es de inspiración matemática debido a que Descartes solamente se sentía satisfecho con esta ciencia. Además, está basado principalmente en la intuición y en la deducción. A partir de las cuales, la inteligencia descubre conexiones entre ellas mediante la deducción. Como partimos de intuiciones simples y verdaderas, las conclusiones de esa cadena deductiva también serán veraces. Los pasos del método son la búsqueda de evidencias, el análisis, la síntesis y la enumeración. Los dos primeros se corresponden a la intuición y los dos últimos a la deducción. A partir de la aplicación del primer precepto del método, el cual se basa fundamentalmente en no admitir como verdadero aquello que no presenta evidencia alguna de serlo, Descartes comienza a buscar la primera verdad evidente que se le aparezca de manera clara y distinta, a partir de la cual construir el edificio del conocimiento. Esto lo lleva a la duda metódica. Tres son los motivos de duda que señala Descartes y que gradualmente aumentan su radicalidad. Primero, pone en duda la fiabilidad de los sentidos ya que en alguna ocasión han podido engañarnos. A continuación, con la hipótesis del sueño pone en duda la existencia del mundo, quedando aún a salvo la razón. Por último, la duda hiperbólica del genio maligno, donde pone en duda la verdad de nuestros contenidos mentales. Tras todo este proceso, la evidencia que resista la duda se convertirá en el criterio de verdad para Descartes. Descartes está convencido de que todo lo que piensa puede ser falso, de que nada existe, incluso de que mis razonamientos lógicos o las verdades matemáticas son errores de mi razón, engañada por un genio maligno. Pero de lo que no cabe duda es de que él duda y, por tanto, piensa. Mi existencia, como sujeto pensante, está más allá de cualquier posibilidad de duda, y esta proposición, absolutamente verdadera, es la primera verdad evidente que aparece de manera clara y distinta a mi mente y, de la cual puede reconstruirse el edificio del conocimiento. 1

Lucía Parra Muñoz

Y es que, según Descartes, hay dos ideas innatas, las de perfección e infinito, que identifica inmediatamente con la idea de Dios. En efecto, estas ideas no pueden ser facticias puesto que la idea, para Descartes, tiene que ser proporcional a su causa, es decir, yo, que soy un ser finito e imperfecto, no puedo ser la causa de estas ideas que son superiores a mí. El único ser que conocemos, y al que atribuimos la perfección e infinitud, es Dios y, por tanto, Él debe ser la causa de que yo tenga esas ideas en mi mente. Este punto es crucial en la deducción cartesiana puesto que, partiendo de la idea de Dios, todo el proceso deductivo posterior hasta la demostración de la existencia del mundo queda abierto. No obstante, hemos de tener en cuenta que Descartes hasta aquí tan solo ha demostrado la existencia de la idea de Dios; de lo que tratará, ahora, es de demostrar la existencia objetiva (extramental) de Dios a partir de la idea de Dios que tenemos. Solo así, podremos escapar del solipsismo al que nos aboca la evidencia del cogito y tendremos despejado el camino hacia la demostración de la existencia del mundo exterior. Dios, en la filosofía cartesiana, se convertirá en la garantía del conocimiento puesto que, si Dios existe y posee las características del Dios cristiano, entonces es imposible que quiera engañarme, siendo suma bondad y, por tanto, puedo estar seguro de que el mundo existe y todo aquello que percibo de manera clara y distinta es verdadero. Descartes utiliza tres argumentos para demostrar la existencia objetiva de Dios partiendo de la idea de Dios que tenemos. En primer lugar, el argumento de la causalidad aplicada a la idea de Infinito, Dios, que consiste en que tenemos en nosotros la idea de un ser enteramente perfecto. El origen de esa idea de ser perfecto no puedo ser yo, puesto que soy limitado y la idea tiene que ser proporcional a su causa. Tampoco esa idea puede proceder de la nada, puesto que, para Descartes, de la nada, nada puede proceder. Por tanto, la idea de un ser perfecto solo puede provenir de ese mismo ser perfecto, esto es, de Dios. En segundo lugar, el argumento de Dios como causa de mi ser. En mi mente, hay una idea de perfección infinita. Si yo fuese la causa de esa idea, mi realidad formal debería ser proporcional a esa idea. Por tanto, podría otorgarme a mí mismo la perfección que deseo y no poseo. Por tanto, yo no puedo ser la causa de esa idea ni de mi propio ser. De esto se desprende que la causa de mi idea de perfección es alguien tan perfecto, al menos, como la idea de perfección que yo poseo, y que la ha puesto en mí, y este ser no puede ser más que Dios. Finalmente, el argumento ontológico o de San Anselmo, que quizás sea el más importante de los que utiliza Descartes por su largo recorrido en la filosofía. Este argumento demuestra la existencia de Dios a partir de la existencia de la propia idea de Dios. Entendemos por Dios aquel ser en el que se da la suma de todas las perfecciones. Si entendemos que la existencia es una perfección, necesariamente Dios ha de existir puesto que, si no se daría una contradicción ya que yo, que no soy perfecto, poseo el atributo de la existencia y Dios, que posee todas las perfecciones, no tendría el atributo de la existencia. Una vez demostrada la existencia de Dios, puedo confirmar la veracidad de todos mis conocimientos puesto que tal ser, suma de todas las perfecciones, no puede ser un genio maligno, sino que me ha

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Lucía Parra Muñoz

creado, es causa de mi ser y su intención no es engañarme. Así, puedo estar seguro de que todo lo que se aparece de manera clara y distinta a mi razón es verdadero. Dios, por tanto, se convierte, en la filosofía de Descartes, en garantía de toda verdad y es la primera verdad ontológica de la ciencia cartesiana. Pero, si Dios es suma bondad y no puede engañarnos, ¿cuál es la causa del error humano? Descartes respondiendo a esta cuestión “echará la culpa” de que nos equivoquemos a nosotros mismos y solo a nosotros pues, en tanto que somos seres imperfectos, tomamos por ideas claras y distintas, aquellas que son confusas. Es culpa de nuestro juicio, y no de nuestros sentidos, que se precipita al pronunciarse sobre la realidad. Llegados a este punto, se ha demostrado que los sentidos no son engañosos y nos muestran una imagen de la realidad verídica cuya garantía es Dios.

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