02.2.Religiones del Próximo Oriente II. Babilonios, asirios e hititas PDF

Title 02.2.Religiones del Próximo Oriente II. Babilonios, asirios e hititas
Course Historia De Las Religiones Antiguas
Institution Universidad de Granada
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RELIGIONES DEL PRÓXIMO ORIENTE II. BABILONIOS, ASIRIOS E HITITAS (Materiales para Historia de las religiones antiguas. Curso 2017-2018) A finales del milenio III e inicios del II, diversos pueblos nómadas se asentaron en Mesopotamia, destacando los amoritas o amorreos (así llamados por venir del país de Amurru, "Occidente", por lo que también se les denomina semitas occidentales), formados por tribus diferentes (como los cananeos) que acabarían fundiéndose con los semitas de la zona, si bien la lengua sumeria se mantuvo en el ámbito cultual o litúrgico. Estos pueblos, que hablaban y escribían en acadio, formaron dos grandes agrupaciones políticas y culturales, los asirios al norte de Mesopotamia y los babilonios al sur, que actuaron como poderosas fuerzas integradoras de la zona. A mediados del milenio II, en Anatolia y zonas periféricas, se conformó el poderoso Estado de los hititas, pueblo de origen indoeuropeo y uno de los primeros en conocer la metalurgia del hierro. En su época de esplendor mantendría en jaque a diversos faraones del Imperio Nuevo y a los Estados vecinos del norte de Mesopotamia, como Mitanni. Entre los aspectos religiosos más llamativos de estas culturas cabría mencionar los siguientes: A) La aparición de una legislación con medidas extremadamente severas, inspiradas por la ley del talión y una fuerte misoginia (según criterio actuales), lo que no impide que se justifique, las más de las veces, por su procedencia y aprobación divina. B) Existencia de costumbres (no sólo religiosas) escandalosas para la mentalidad de los griegos, como la prostitución sagrada, el poder de los templos o algunas formas de contraer matrimonio. C) Trascendencia de algunos acontecimientos en la vida del pueblo israelita y en la conformación del Judaísmo, especialmente 1) la conquista del Reino de Israel por los asirios, hacia el 722 a.C., con la consiguiente desaparición de sus 10 tribus y el asentamiento en la zona de nuevos pueblos, luego vituperados por los judíos del sur como "samaritanos". Y 2) la conquista del Reino de Judá y la destrucción del Jerusalén y del Templo por los babilonios de Nabucodonosor II hacia el 586 a.C., que marcará decisivamente la vida y la religión de Israel. A pesar de ello, 3) nunca faltaron entre los israelitas tendencias universalistas y críticas, que no dudaban en exaltar los méritos, incluso religiosos, de sus adversarios, y las faltas del pueblo israelita, como vemos en el profeta Jonás o en la historia de Ruth.

1. EVOLUCIÓN

POLÍTICA DE BABILONIOS Y

ASIRIOS

1.1. BABILONIA 1.1.1. En el sur de Mesopotamia, tras la caída de la III dinastía de Ur, se inició la llamada Época Paleobabilónica (c. 2003-1595), que abarca hasta la subida al poder de los casitas y se caracteriza por la inestabilidad política, el estado permanente de guerras y la fugacidad de las hegemonías locales, como las de Isin, Larsa, Eshnunna, Mari (uno de los principales centros amorreos en la zona de Siria-Palestina, con un rico y famoso archivo palaciego) y, sobre todo, Babilonia, que en el siglo XVIII asumió un papel hegemónico en la región y dio nombre al periodo. La atomización del poder recuerda la época del Dinástico primitivo sumerio. Aunque todos los

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reyes de la época debieron estar vinculados a la étnia de los amoritas, éstos no construyeron templos a sus propios dioses, sino que, al parecer, los identificaron con los ya venerados en la región y respetaron sus cultos y sacerdocios. Así pues, el legado religioso amorita debió ser insignificante. Lo más interesante fue la promulgación de códigos legales, como el de Lipit-Ishtar, rey de Isin (h. 1934-1924), escrito en sumerio, que habla de «liberación» de ciudades sumerias y desconoce tanto la ley del talión (en su lugar se habla de reparación material de daños) como el matrimonio por compra (conceptos ambos propios de los semitas). O el de Eshnunna, ciudad norteña, promulgado en acadio por las mismas fechas o acaso un poco antes. Babilonia, como es sabido, conoció su máximo esplendor militar bajo Hammurabi (h. 1792-1750), que convirtió esta ciudad en símbolo del pueblo semita y estableció su hegemonía, valiéndose sobre todo de pactos y alianzas, sobre muchas ciudades y territorios del entorno, incluyendo probablemente las asirias Asur y Nínive. No obstante, la fama de este rey se debe principalmente a su código, el más extenso y coherente de los conocidos en esta época (aunque quizá fuese una mera recopilación de decisiones tomadas por el rey más que de leyes en sentido estricto). Nos ha llegado en una estela original (no en tablillas de barro, como los anteriores) y consta de un prólogo y un epílogo (en ellos legitima su poder por concesión de varias divinidades y expone sus intenciones), y 282 artículos, que unas veces son meros juicios apodícticos y otras veces prolijas leyes casuísticas. Aunque carece de ordenación sistemática, trata aspectos muy variados (homicidio, robo, vida familiar...), como puede verse en Pritchard, págs. 163-195 y en la edición de Lara Peinado, 91-121. Resulta llamativa la dureza de los castigos, la frecuencia de la pena de muerte y la ley del talión. Es una fuente de extraordinario valor para conocer la vida social, administrativa, económica y familiar de la época, y trasluce, además, la piedad del monarca y su preocupación por los pobres y oprimidos. 1.1.2. El Imperio de Hammurabi se desplomó con sus sucesores y su espacio político fue ocupado, a inicios del siglo XVI, por un nuevo pueblo, los casitas o kasitas, procedentes de Oriente, cuya presencia pacífica en la zona se documenta con anterioridad. Entre los casitas, por otra parte, destacó una casta guerrera trocada en nobleza (de la que nos informan algunos archivos y los llamados kudurru o piedras límites símbolos de propiedad), propietaria de tierras, combatiente de carros y vinculada al rey por lazos de fidelidad. Los kudurrus solían tener imágenes de divinidades y se conservaban en los templos. Aunque los casitas tuvieron constantes dificultades para dominar el sur de Mesopotamia (por la resistencia de sus habitantes), pronto se identificaron con la cultura babilónica y acabaron convirtiéndose en sus principales valedores, de modo que a ellos debemos la copia y preservación numerosos textos mitológicos babilonios (como el Enuma Elis) y sumerios (la mayoría de textos sumerios que hoy conocemos proceden de copias casitas), y también redactaron muchos textos bilingües en sumerio y acadio). Los casitas, que nunca escribieron en su propia lengua (desconocida para nosotros), crearon además relatos y mitos propios en los que destaca el nuevo concepto de la relación hombre-dios y el problema del piadoso que sufre el rigor divino y que lleva a cierto tipo de escepticismo. “¿Quién conoce la voluntad de los dioses del cielo? ¿Quién conoce los proyectos de los dioses de los infiernos? ¿Cómo pueden conocer los mortales los designios de un dios? El que hoy vive mañana estará muerto. El que hace un instante estaba abatido vuelve a levantarse… La condición de los hombres cambia tan rápidamente como pueden abrirse y cerrarse las piernas” (textos en

Hª Siglo XXI, 3, 52). Estas ideas reflejan las amargas experiencias de Babilonia en estos siglos, saqueada múltiples veces y a menudo dominada por reyes extranjeros. Quizá eso mismo explique la tendencia a apoyarse en un dios personal, más cercano al individuo y que el término dios (Ilu) también signifique fortuna o suerte del hombre. Bajo su larga hegemonía los templos se vieron muy favorecidos por copiosas donaciones reales. Un rey casita justifica su legado a Ishtar como “la dama superior que marcha al lado del rey, que mantiene el orden de sus tropas, que protege a sus súbditos y que destruye a sus

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enemigos”. En suma, de algún modo los poco civilizados casitas fueron conquistados por la vieja cultura de los pueblos que dominaron. Incluso el panteón casita quedó en su mayor parte integrado en el babilonio (cf. Márquez Rowe).

KUDURRU DEL REY CASITA MELLISHIPAK II (SIGLO XII A.C.). MUSEO DEL LOUVRE

1.1.3. La dominación casita, largo tiempo sostenida por los egipcios y ocasionalmente por los hititas, duró unos cuatro siglos. Tras su caída, a mediados del siglo XII, la hegemonía pasó progresivamente a manos de Asiria, asentada más al norte (el asirio Tukultininurta,1244-1208, que saqueó Babilonia y robó la estatua de Marduk del Esagila, atribuye su gran victoria a los dioses asirios: cf. texto en Historia Siglo XXI, vol. II, 23). Pero con anterioridad, en los siglos centrales del milenio II, antes de que Asiria se consolidara como la potencia hegemónica, también alcanzaron su máximo poder los hurritas (= Mitanni). Su apogeo llegó hacia 1470, coincidiendo con la crisis interna egipcia (Hatshepsut), y su decadencia en la segunda mitad del siglo XV, provocada por luchas internas de su nobleza y el fortalecimiento de los hititas. Moscati (1963, 214-18) dedica unas páginas a lo que llama "el problema hurrita", civilización que conocemos sobre todo por documentos externos (como las cartas de Amarna), aunque sabemos que esta cultura puede remontarse al milenio III. Ni siquiera conocemos su capital, Wasugani, y apenas tenemos datos aislados de su religión, su literatura y su arte, aunque sabemos que algunos de sus dioses y cultos fueron aceptados por los hititas.

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1.1.4. La II dinastía de Isin A pesar de que los casitas asumieron y desarrollaron la cultura babilónica, los reyes que los sustituyeron a finales del segundo milenio (la llamada II dinastía de Isin, cuyo principal representante fue Nabucodonosor I: h. 1124-1103), procuraron marcar distancias con ellos y vincularse a la casa de Hammurabi. A esta dinastía, en particular a Nabucodonosor I, se debe la rehabilitación de Babilonia y de Marduk, cuya estatua, que había sido robada (junto a otras obras, como la estela de Naram-Sin y las leyes de Hammurabi), logró recuperar en una exitosa campaña contra Elam. Fue entonces, en efecto, cuando Babilonia adquirió su halo sacrosanto, especie de ciudad eterna y santa, y cuando Marduk se convirtió en dios universal, para lo cual tomó los atributos propios de Enlil. Por eso cabe pensar que fue ahora cuando se redactó la versión “canónica”, si no la original (todas las copias conocidas son posteriores), del Enuma Elis, que no es sólo la gran epopeya de de la creación, sino también un canto al poder de Marduk. 1.1.5. La edad internacional. En los años 1400-1000 a.C. las relaciones entre estados y culturas fueron tan intensas que bien puede calificarse este tiempo como “la edad internacional” (Snell, 84 ss.). El principal protagonismo recayó en Egipto, Babilonia, Mitanni, Asiria y los hititas. El mejor testimonio de esta realidad son las más de 300 cartas encontradas en Amarna, aunque no están datadas y muchas no dejan vislumbrar su contexto. No pocas aluden a frecuentes matrimonios internacionales, si bien los egipcios no entregaban a sus hijas como esposas de reyes extranjeros. Ideas religiosas afloran a menudo y a veces se asimilan divinidades de pueblos diversos. En una ocasión el rey de Mitanni envía una carta al faraón Amenhotep III (casado con una hija de aquel) y una imagen de la diosa Shaushka, a la que el citado rey considera también diosa del faraón, lo que implica la existencia de ideas religiosas universalistas dentro del incuestionado politeísmo. De hecho, otros reyes invocaban a sus dioses como protectores de los faraones, mientras que, curiosamente, nada parece indicar que esos reyes supieran nada de las innovaciones atonianas (Snell, 85-6). Es un tiempo, además, en el que abundan nombre de contenido muy devoto e intimista, como “confío en mi dios”. Otros reflejos de este internacionalismo es la presencia de maestros babilonios de literatura cuneiforme en la corte hitita de Hattusas, así como los archivos asirios. Y el testimonio más elocuente es la conversión de Gilgamés en héroe de múltiples sagas difundidas entre estos reinos y culturas, habiéndonos llegado copias desde Meggido, Ugarit y Hattusas hasta Nínive, Sippar, Uruk y Ur (cf. mapa en Snell, 88). 1.1.6. El reino caldeo de Babilonia A partir del siglo IX, de manera paulatina, se fue asentando en el sur de Mesopotamia el poder de los caldeos o kaldu (emparentados con los arameos), convertidos en paladines de la causa nacional y en los grandes opositores de la doble monarquía de los asirios (que entonces dominaban en Babilonia). De hecho, su rey Nabopolasar (626-605) se consagró por entero a la lucha contra los asirios y, en alianza con el rey medo Ciaxares, tomó Nínive en el año 612, repartiéndose ambos monarcas el imperio asirio. Su hijo Nabucodonosor (605-562) fue el rey caldeo más prestigioso. Su empresa más conocida, y trascendente, fue la conquista de Jerusalén el año 597, siendo el niño Joaquín (hijo de Joaquim) rey de Judá (al que Jeremías aconsejaba la rendición). Joaquín fue deportado a Babilonia con otros muchos notables (entre ellos el profeta Ezequiel), donde recibieron un trato cordial. Su sucesor en Judá, Sedecías, volvió a rebelarse contra los caldeos, lo que provocó una segunda incursión de Nabucodonosor en el año 587. Esta vez Jerusalén fue arrasada, el Templo destruido, el rey deportado y torturado y numerosos judíos exiliados a Babilonia. Todavía hoy el pueblo judío recuerda este acontecimiento como la “abominación de la desolación”, una de las mayores tragedias de su historia. Quizá sin saberlo, y aun a su pesar, los judíos entonces deportados a Babilonia sembraron la semilla del Judaísmo moderno.

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A diferencia de los asirios, Nabucodonosor, como otros reyes babilonios, no sólo habla de conquistas, sino también de obras pacíficas, y de hecho (aunque no fueran unos santos) sabemos que algunas de sus expediciones buscaban confiscar materiales para sus templos y no tanto aplastar a sus enemigos.

El más importante de sus sucesores fue Nabonido (556-539), que no era de sangre real, sino hijo de un gobernador arameo y de una sacerdotisa del dios Sin de Harran. Logró, no obstante, legitimar su poder, como continuador de Nabucodonosor y de los reyes asirios, cuyo espíritu imperialista decía continuar. La influencia materna es manifiesta. Marduk le ordenó en una visión reconstruir el templo de Sin en Harran. Esta ciudad estaba entonces en poder de los medos, pero el dios le anunció el fin de su dominación (cosa que ocurrió en 553 gracias a la insurrección del persa Ciro contra Astiages), y Nabonido pudo entonces cumplir el deseo divino. Esta advocación religiosa suscitó, no obstante, la indignación del clero de Marduk, que colaboraría desde entonces en su caída. Lejos de afrontar este problema, Nabonido se retiró a Arabia durante 10 años, conquistó el oasis de Teima y construyó allí una ciudad babilónica, dejando los asuntos de Estado al príncipe heredero y al ejército. Él argumentó que deseaba evitar una hambruna en Babilonia trasladándose con toda la corte, pero no sabemos cuáles fueron sus razones verdaderas. Tal vez se viera movido por motivos religiosos o acaso estratégicos (abrir una nueva ruta comercial que evitara el control persa), aunque sus enemigos –los persas y los sacerdotes babilonios- lo atribuyeron todo a un ataque de locura. En el libro bíblico de Daniel, este supuesto estado mental se transfiere a su más famoso predecesor, Nabuconosor. Entretanto se expandió el imperio de Ciro hasta Anatolia y Lidia, y Babilonia quedó cercada por los persas. Al poco, en el año 539, el clero abría sus puertas a las tropas de Ciro, al que precedía una fama de conquistador tolerante y respetuoso con las costumbres, lenguas y religiones de todos los pueblos. Así finalizó la historia nacional de la Babilonia semítica.

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El reino caldeo tuvo una administración compleja, sobre todo en su corte. Sacerdotes y jefes locales o provinciales también jugaron un papel relevante. En la organización de los templos estuvo muy interesado el propio Nabonido, quizá debido a sus ingentes propiedades (la mayoría explotadas en régimen de arrendamiento, del que el rey recibía un diezmo). De ahí que el monarca tuviera sus propios inspectores y que un elevado número de personas trabajara en ellos y para ellos. Por eso se ha dicho que Babilonia fue tierra de templos y no es fácil dilucidar la relación Templos-Palacio. Socialmente, es llamativa la importancia de los oblatos vinculados a los templos, de condición semilibre. Se trataba de hombres y mujeres ofrecidos al templo a perpetuidad, siendo allí alojados y alimentados. Algunos oblatos pertenecían a clases superiores y otros realizaban grandes operaciones comerciales. A Heródoto le resultaba especialmente llamativa, por ignominiosa, la práctica generalizada de la prostitución sagrada (I, 199), y, por ingeniosa, el recurso de las aldeas para concertar matrimonios entre sus jóvenes (I, 196), así como la exposición de enfermos para que aconsejaran a otros (I, 197), costumbre ésta que también se documenta en otros lugares (Estrabón, III, 3, 7). 1.2. ASIRIA

1.2.1. Del Reino Antiguo Asirio, ubicado en el norte de Mesopotamia, sabemos poco. Mantuvo desde el siglo XIX unos contactos económicos tan intensos con Capadocia que ha podido hablarse de «imperialismo económico» sobre la zona, donde habría diversas colonias o enclaves asirios. Poco sabemos de las prácticas religiosas en este tiempo. Algunas inscripciones reflejan la piedad hacia el dios Asur, llamado igual que la capital. Los dirigentes ciudadanos llevaban el título de ENSI (gobernador de la ciudad o viceregente) mientras que al citado dios se le llama rey.

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“Asur es rey”. No obstante, Sargón I (h.1845), aunque el único en hacerlo, aplicó a su nombre el determinativo divino, si bien no sabemos muy bien qué conllevaba esto. El máximo poder asirio se alcanzó con el rey amorita Shamshi Adad I (h. 1815-1782), que prestó menos atención al dios Asur y más a los viejos dioses mesopotámicos, Enlil entre ellos. Realizó, por otra parte, numerosas conquistas de territorios vecinos (hasta Mari y Alepo), pero sus sucesores no pudieron mantenerlas. Estos, en cambio, volvieron a centrarse en el culto a Asur, lo que ya atisba la ambivalencia asiria hacia la cultura del sur mesopotámico, que a veces suponía la aceptación e incluso asimilación de sus divinidades al dios Asur. La ciudad de Mari recuperó entonces su independencia y conoció años de singular actividad comercial, centralizada en su palacio (sus archivos son una fuente fundamental del siglo XVIII en toda Mesopotamia, aunque no hay referencias a Egipto). 1.2.2. El Reino Medio Asirio (1392-912). Entre sus reyes asirios más conocidos se cuentan Salmanasar I (1274-1245), que a veces hizo alarde de su crueldad, si bien la guerra tenía carácter religioso (¿!): «degollé como corderos a las tropas hititas y a sus aliados...». Y en otro lugar asegura haber sacado los ojos a 14.000 enemigos. Tukultininurta (1244-1208), citado anteriormente, sometió diversos pueblos y también a Babilonia, que fue duramente reprimida. Siguieron años de división y declive, pero bajo TiglatPileser o Teglatfalasar I (1117-1077) se produjo la recuperación definitiva de Asiria, siempre con métodos expeditivos: la sangre de sus enemigos, afirma un texto, «cubría las cimas de las montañas y los valles» y las cabezas decapitadas se acumulaban «como montones de grano»). Pero ello no sirvió para mantener la dominación asiria sobre amplios territorios. En suma, el Estado Medio Asirio se caracterizó por su militarismo, preludio del Imperio nuevo, que hacía de la guerra un recurso económico habitual, lo que explica su temida crueldad y disciplina. El principal propietario era el rey (que tenía poderes absolutos y se consideraba designado por los dioses) y los altos funcionarios reclutados de familias poderosas, a menudo unidas por lazos matrimoniales. El rey también concedía tenencias a particulares, y con frecuencia estas tierras estaban gravadas con cargas militares, a semejanza del sistema feudal La legislación de la época nos ha llegado muy fragmentada, pero constituye un documento de extraordinario valor para conocer la situación de la mujer y las costumbres asirias. Interesantes son las normativas sobre el velo, cuyo uso era privativo de las mujeres libres y de las esposas legítimas,...


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