1 Lazo, Alfonso. Revoluciones del mundo moderno PDF

Title 1 Lazo, Alfonso. Revoluciones del mundo moderno
Author waifuneral 死
Course Historia 1
Institution Universidad de Buenos Aires
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revolución industrial e inglesa...


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Revoluciones del mundo moderno Alfonso Lazo Barcelona, Salvat Editores, 1984 (Transcripción de cátedra Gené)

vive de las rentas de la tierra y de las mercedes que recibe del Rey. Su misión teórica es gobernar y hacer la guerra: trabajar físicamente o dedicarse a negociar son actividades degradantes. Otro grupo privilegiado es el clero, muy ligado en sus niveles más altos a la aristocracia. La Iglesia, poseedora, como la nobleza, de grandes fincas, tampoco pagaba impuestos, a la vez que ejerce sobre los hombres una influencia absoluta: el pensamiento y la ciencia están sometidos a ella, lo mismo que la moral, las normas de convivencia, l a regulación del matrimonio y la paternidad, la enseñanza, etcétera. Y, por último, está lo que en el lenguaje de la época se conoce como el tercer estado, al que pertenecen todos lo que no son ni nobles ni clérigos; esto es, un grupo social donde se incluyen esde el vagabundo al rico mercader, pasando por el jornalero del campo y el artesano. Lo que les une a todos es su obligación de pagar impuestos y la necesidad de trabajar, así como su carencia de privilegios. Pero desde el siglo XIII se venía produciendo un lento y profundo cambio: dentro de lo que luego se llamaría tercer estado se fue consolidando un grupo concreto, cada día más homogéneo, más numeroso y, sobre todo, más rico: la burguesía. Es un sector de l sociedad que nació como consecuencia del desarrollo del comercio y que vivía fundamentalmente de él: de ese comercio que los aristócratas despreciaban, pero que permitirá a los burgueses, cuando llegue el siglo XVII, convertirse en una verdadera potencia económica, en ocasiones más rica que la propia aristocracia. Y, sin embargo, esta burguesía del Antiguo Régimen estaba apartada del poder político y se veía

Las bases del Antiguo Régimen Los historiadores distinguen entre Antiguo y Nuevo Régimen: dos periodos de tiempo bien diferenciados entre sí por una serie de convulsiones revolucionarias, de las cuales la más importante es, sin duda, la Revolución Francesa de 1789. Se trata en realidad de dos mundos radicalmente distintos: 1789 es así la fecha simbólica del inicio de la Edad Contemporánea. Pero ¿cuáles son las diferencias? ¿Sobre qué bases se asentaba el Antiguo Régimen? ¿Cómo se produjo el cambio? En la sociedad anterior a la mutación revolucionaria que sentó las líneas directrices de lo que habría de ser un mundo nuevo, los grupos sociales se distinguían unos de otros con arreglo a su riqueza y a los privilegios y leyes propias que cada uno poseía. En la cúspide de la pirámide social se encontraba el Rey, soberano absoluto. Según algunos filósofos y pensadores de la época, Dios le había entregado todo el poder y, en consecuencia, el monarca sólo era responsable de sus actos ante la divinidad, y aquí radicaba precisamente el poder absoluto e indiscutible de los reyes: no hay más ley que la voluntad del soberano. Las antiguas asambleas medievales que controlaban al Rey, y sin suya aprobación éste no podía por ejemplo, recaudar impuestos, hacía el siglo XVIII ya no se convocaban. En torno al monarca estaba la nobleza , la aristocracia: grupo social privilegiado que no pagaba impuestos o, por lo menos, está exento de los impuestos más importantes; que monopoliza los cargos políticos, militares y administrativos y que, desde el punto de vista económico,



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continuamente humillada por los privilegios aristocráticos. Poco a poco los burgueses irán adquiriendo conciencia de sus fuerzas y de su marginación. Aspiraban a gobernar desplazando a los aristócratas y, como además eran una clase cada vez más culta e ilustrada, no creían en el derecho divino de los reyes y no aceptaban, por tanto, la monarquía absoluta. Esta será la clase social que, alzada en revolución, destruirá las bases del Antiguo Régimen y cimentará las del mundo contemporáneo.

Separada de Roma, la sociedad inglesa se dividía en dos confesiones protestantes distintas y mal avenidas: por un lado, estaba la iglesia anglicana, la iglesia oficial, cuya cabeza era el monarca y que atraía sobre todo a la alta nobleza; por otro, entre la burguesía y los pequeños nobles dominaban las iglesias puritanas1 de corte calvinista2. Pero en este punto resulta importante señalar que mientras los anglicanos, dada su extracción social, eran firmes defensores de la monarquía absoluta, los puritanos habían tomado del calvinismo no sólo su teología, sino también el principio político según el cual si el monarca actuaba de forma tiránica, podía ser depuesto, incluso mediante una insurrección. Y era claro que para los burgueses calvinistas el rey de Inglaterra, por su absolutismo, se estaba conduciendo despóticamente. El conflicto, que se venía incubando desde hacía largo tiempo, estalló cuando en 1640 el Parlamento exigió al rey Carlos I que reconociera la supremacía del Parlamento frente a las decisiones reales. El monarca, ante tal situación, abandonó Londres y organizó un ejército para hacerse obedecer, con lo que se llegó al desencadenamiento de una guerra civil. Uno de los bandos estaba formado por los aristócratas, que defendían el poder del soberano; en el otro, la burguesía y la pequeña nobleza se mostraban favorables a la supremacía del Parlamento. En 1647, el ejército parlamentario, dirigido pro un estratega genial y

La Primera revolución inglesa: la lucha por la supremacía Es comúnmente admitido que en el Antiguo Régimen, basado en la monarquía absoluta y en el poder de la nobleza, quedó destruido en 1789 por la revolución burguesa que tuvo lugar en Francia. Y aunque ello es cierto en líneas generales, no lo es menos que el primer golpe asestado al Antiguo Régimen se produjo en la Inglaterra de la segunda mitad del siglo XVII, que es cuando tuvo lugar la primera revolución importante del Mundo Moderno. Y es lógico que fuese así. En principio, Inglaterra era, entre todos los países europeo, el que poseía, ya desde finales del siglo XVI, una burguesía que no estaba dispuesta a soportar por más tiempo el monopolio del poder político y los privilegios de la casta aristocrática. Por otro lado, la monarquía absoluta inglesa no había logrado alcanzar la fortaleza y la aceptación de que gozaba en otras naciones de Europa. El Parlamento, de origen medieval –cámara de representación de la nobleza y el clero, pero también de los burgueses-, aunque controlado totalmente por el soberano, seguía vigente y se reunía de forma periódica. Por ello, existía cierta tradición en la vida política inglesa en cuanto a limitar los poderes del monarca. Hay que destacar además la presencia de un importante factor religioso.

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Puritano: individuo que profesa el puritanismo, doctrina religiosa en torno a la cual se organizó un partido político inglés en el siglo XVII. Más tarde se convirtió en un sistema de vida, caracterizado por la importancia dada a la regeneración personal y a la observancia pública de un código moral estricto. 2 Calvinismo: conjunto de doctrinas teológicas, filosóficas, éticas, sociales y políticas surgidas del sistema propuesto por el teólogo francés Jean Calvin (1509-1564), que se basa en considerar la salvación como un don completamente gratuito que Dios concede a los hombres. Esta doctrina dio origen a las llamadas iglesias presbiterianas, distintas de las luteranas y de la anglicana.



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convencido puritano, Oliver Cromwell (1599-1658), derrotó a las fuerzas reales e hizo prisionero al monarca. Pero la fecha es importante no tanto por el hecho militar en sí sino porque supone el comienzo de la radicalización del proceso revolucionario inglés. En efecto, en un primer momento quienes se habían levantado contra el rey pretendían tan sólo limitar su poder, al tiempo que aumentar la importancia del Parlamento. Lo que había ocurrido, no obstante, era que, tras la victoria de 1647, la fuerza la detentaba el ejército de Cromwell; y éste, compuesto por puritanos, tenía unas finalidades bien definidas, que no eran otras que acabar con los privilegios de la aristocracia y, puesto que según sus ideales el rey había cometido traición, abolir la monarquía y proclamar la república. De acuerdo con estos objetivos, un año después los nobles fueron expulsados del Parlamento, proclamada la república y decapitado Carlos I. Pero no se detuvo ahí el proceso. Un cambio de régimen tan radical como el que se había producido, pues suponía la construcción de una nueva sociedad y un nuevo Estado desde sus cimientos, exigí decisiones rápidas y mucha disciplina. Dicho en otras palabras: la dictadura parecía hacerse necesaria. Por ello, en 1649, los soldados puritanos no dudaron en disolver el Parlamento y entregar todo el poder a Cromwell.

A la muerte de Cromwell, en 1658, el país estuvo a punto de sumirse en la guerra civil a causa de los choques habidos entre los partidarios de la república y los que aspiraban a restablecer la monarquía. Afortunadamente, la crisis pudo ser superada. La alta burguesía inglesa, que necesitaba paz y orden para sus negocios y sentía pánico ante la anarquía, logró llegar a un pacto con la nobleza, y en 1660 la monarquía fue restaurada en la persona de Carlos II. A cambio de ello, el rey aceptaba que correspondía al Parlamento la elaboración de las leyes y la fijación de los impuestos, al tiempo que quedaban suprimidos los monopolios y privilegios de la aristocracia. Se había alcanzado así una situación de equilibrio entre el poder real y el parlamento. Lo que ocurrió, sin embargo, fue que al morir Carlos II, su sucesor, el rey Jacobo II, de mentalidad absolutista y católico en un país de reformistas casi al cien por cien, provocó una situación en extremo delicada. En teoría, el nuevo monarca podía haberse apoyado en la nobleza para restablecer la monarquía absoluta. Pero la nobleza no era católica, sino anglicana, y vio con gran disgusto que Jacobo permitiese la entrada de misioneros jesuitas en el reino. Por otra parte, los nobles eran ya conscientes de que el país no aceptaría sin resistencia una vuelta al absolutismo. Este estado de cosas fue lo que llevó a un nuevo acuerdo entre la aristocracia y la burguesía: ambas coincidieron en la necesidad de destronar al rey, acto que precisaba una justificación. Toda revolución parte de una ideología previa, y ésta existía ya en Inglaterra, extendida entre amplios sectores de la sociedad burguesa. Su mejor exponente fue el filósofo John Locke (1632-1704), que partía del principio de que el hombre, por su propia naturaleza, tenía derecho a la vida, la libertad y la propiedad, y que, por tanto, todo Gobierno debía respetar y proteger tales derechos. Es más, el mismo Estado había surgido de un

Junto al Rey, el Parlamento La burguesía inglesa había hecho una revolución que tenía entre sus objetivos principales acabar con el absolutismo, pero, paradójicamente, vino a parar en otro sistema de poder personal y absoluto. Salir de semejante contradicción, es decir mantener las conquistas burguesas y al mismo tiempo evitar la tiranía, fue algo que consiguieron los ingleses tras otra revolución, que en este caso resultó incruenta.



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acuerdo libre entre los hombres para proteger, precisamente, esos derechos fundamentales. De aquí se seguía una consecuencia importante: al surgir el Estado de un pacto previo entre los seres humanos, todo gobernante quedaba sometido a la decisión de la mayoría de los ciudadanos y no podía comportarse de manera dictatorial o despótica. Convencidos, pues, de la licitud moral e intelectual de su intento de destronamiento, los enemigos del rey Jacobo II ofrecieron, en 1688, la corona de Inglaterra al príncipe holandés Guillermo de Orange, con la condición de que mantuviese el protestantismo y dejase gobernar al Parlamento, condición que aceptó, desembarcando seguidamente en tierras inglesas. Jacobo II, abandonado de todos, hubo de dejar el trono. Así, sin violencia, triunfaba una revolución que abolía definitivamente la monarquía absoluta e iniciaba la era del parlamentarismo inglés. El nuevo régimen resultaba distinto a todo lo anterior. De hecho, el poder íntegro residía en el Parlamento: dictaba las leyes, recaudaba los impuestos y elegía, en la práctica, al primer ministro, que ostentaba el poder ejecutivo: por su parte, el Rey reinaba pero no gobernaba. Con todo, no cabe llamarse a engaño: el triunfo de la revolución de 1688 no supuso el advenimiento de la democracia, que tardaría en llegar, pues sólo tenían derecho al voto la nobleza y los burgueses ricos. Pese a todo, y dado que en el resto de Europa continuaba imperando el absolutismo más puro, Inglaterra aparecía a finales del siglo XVII como un faro de libertad que atraía la mitad de los burgueses del continente.

de ceder, aumentó su fuerza, en tanto que la nobleza seguía ostentando privilegios exorbitantes que resultaban odiosos a los ojos de la burguesía. De una inconsciente, el burgués europeo rechazaba las estructuras sociales y políticas en que se veía obligado a vivir; pero necesitaba una ideología que hiciese despertar esa conciencia y le suministrase argumentos para la lucha. Estos iban a proporcionárselos un grupo de filósofos, en su mayoría franceses que ya desde mediados del siglo XVIII supieron elaborar todo un cuerpo doctrinal, al que se dio en  ue resultó un arma llamar Ilustración, q formidable para destruir las bases del Antiguo Régimen. Partiendo del supuesto de que el hombre había nacido para ser feliz, de que la razón humana era capaz de alcanzar por sí sola la verdad, y de los principios fundamentales de la teoría de Locke, los filósofos ilustrados proponían una nueva forma de Estado que garantizase la libertad, la seguridad y la prosperidad, y que, en consecuencia, fuese representativa y no absolutamente dependiente de la voluntad del monarca. Pero esta filosofía estaba más allá de la mera postura política: había que cambiar la sociedad. Desde el momento que los hombres fueron creados para alcanzar la felicidad, las relaciones entre ellos tenían que estar basadas en la tolerancia y la igualdad, no en el sentido de equiparación económica –algo, por lo demás, inaceptable para la rica burguesía-, sino como sujeción a una misma ley. Como desaparición de los privilegios de los nobles y clérigos: igualdad legal, en definitiva. De entre toda la pléyade de filósofos del siglo XVIII que ejercieron una enorme influencia sobre sus contemporáneos, sobresalen tres: Montesquieu (1689-1755), Voltaire (1694-1778) y Rousseau (1712-1778), sin duda alguna los padres intelectuales de la Revolución Francesa. Montesquieu llegó a la conclusión de que cualquier régimen político, si quiere

Los filósofos preparan el cambio La revolución inglesa fue un hecho excepcional. En el resto de Europa, y a lo largo del siglo XVIII, el absolutismo, lejos



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evitar caer en el despotismo y la tiranía debe organizarse con una clara separación de poderes: el poder legislativo, encarnado en una asamblea de representantes del pueblo y cuya función es elaborar las leyes; el poder ejecutivo, que aplica esas leyes y reside en el soberano, y el poder ejecutivo, que aplica esas leyes y reside en el soberano, y el poder judicial, totalmente independiente, que castiga la infracción de la ley. Por su parte, Voltaire aparece como el defensor de la libertad de pensamiento y de la tolerancia religiosa. Utilizando una ironía demoledora, puso en ridículo las supersticiones de su época, atacó los privilegios de la nobleza y del clero, y se atrevió a presentar a los comerciales –es decir, los burgueses- como la clase más útil de la sociedad, frente al parasitismo de los aristócratas. Pero acaso fue Rousseau el más sólido de estos pensadores y el que más influencia ejerció en la nueva sociedad que había de venir. Expresó con meridiana claridad el principio de la soberanía nacional: el poder reside y emana del pueblo; el gobernante debe estar siempre atento a cumplir la voluntad general, que no es otra que la voluntad de la mayoría. Estos fueron, pues, los hombres que prepararon el camino a las revoluciones burguesas. De ellas surgía el Nuevo Régimen: un sistema en el que ya no iban a gobernar los nobles, sino los más ricos; donde la teoría del poder divino de los reyes sería sustituida por la de la soberanía nacional, y donde los privilegios darían paso a la igualdad legal y a una sociedad montada sobre la tolerancia religiosa y la libertad de pensamiento. Sobre este cuadro general debe haberse una precisión clave: a pesar de sus llamamientos a la igualdad y la soberanía popular, los filósofos ilustrados, a excepción de Rousseau, no eran demócratas en el sentido que hoy damos a esta excepción. Cuando ellos hablaban de

“pueblo”, estaban pensando sólo en la burguesía: el resto era “populacho”. Francia enciende la mecha Un diplomático europeo de finales del siglo XVIII decía de Francia que era como un sepulcro blanqueado. Y, en efecto, la nación que durante el reinado de Luis XIV (1643-1715) había sido la más poderosa de Europa continuaba siéndolo en apariencia, pero por debajo de su fachada de grandeza se ocultaba una gravísima situación. En primer lugar, Francia se encontraba en plena crisis económica: las arcas del tesoro del reino estaban prácticamente vacías: y los campesinos y artesanos se hallaban hundidos en la miseria como consecuencia de los impuestos que recaían sobre ellos y de varios años consecutivos de malas cosechas. Además, el país sufría el despotismo de una aristocracia egoísta, sin más preocupación que sus diversiones, que no pagaba impuestos y que tenía totalmente dominado al monarca, Luis XVI, un hombre bienintencionado, pero débil de carácter. Para colmo, la burguesía francesa, cansada de esperar, quería participar en el poder político, expulsar del gobierno a la nobleza, a quien odiaba, y terminar con el absolutismo del régimen francés, estableciendo un sistema de libertades. Así las cosas, Luis XVI, en un intento de solucionar la ruina del Estado, decidió hacer pagar impuestos a los aristócratas. Inmediatamente, los nobles, que hasta entonces habían sido los defensores de la monarquía absoluta, exigieron al rey la convocatoria de los Estados Generales, asamblea de origen medieval que no se reunía desde hacía siglos y que, según la nobleza, era la única institución que podría exigir nuevos impuestos. Esta fue la gran oportunidad que estaba esperando la burguesía francesa: apenas se reunieron en 1789 los Estados Generales, donde la burguesía estaba también representada, los burgueses de



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París provocaron una serie de grandes manifestaciones callejeras (la más importante de las cuales terminó en el asalto a la Bastilla el 14 de julio de 1789), que asumieron al rey y le obligaron a acceder a los deseos del tercer estado. De esta forma, los Estados Generales se transformaron en Asamblea Constituyente controlada por la burguesía. Dicha Asamblea suprimió los privilegios de la nobleza –desde entonces los aristócratas también deberían pagar los impuestos–, acabó con el absolutismo e instauró la monarquía constitucional, decretó que el poder residía en el pueblo y proclamó las libertades políticas. En resumen, triunfante la revolución, la clase dominante en Francia ya no era la aristocracia, sino la burguesía. Como era de esperar, aparecieron partidos políticos. Los más importantes fueron: los girondinos, que representaban los intereses de la alta burguesía y consideraban que la revolución había triunfado y no debía seguir adelante; y los jacobinos , representantes de la clase media (médicos, abogados, tenderos, etc.), mucho más radicales, que aspiraban a destituir al rey e implantar una república. Es importante señalar cómo en el desarrollo de una revolución no sólo se producen enfrentamientos de partidos y dirigentes políticos entre sí, sino que también se da un protagonismo fundamental de las masas. Esto en el caso francés resulta evidente, y así, desde los primeros momentos, aparecieron organizaciones populares de carácter permanente que tuvieron gran influencia en los acontecimientos, a través, sobre todo, de movilizaciones en las calles. Se trata de los llamados clubs , que agrupaban a ciudadanos de simila...


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