1810-1820 La revolución de mayo y las guerras de Independencia 1 PDF

Title 1810-1820 La revolución de mayo y las guerras de Independencia 1
Author Manuel Maliandi
Course Historia socio-política del periodismo argentino
Institution Universidad Abierta Interamericana
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Emiliano Fernández...


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UNIDAD I: 1810-1820 La revolución de mayo y las guerras de independencia

Debilitamiento y caída del orden colonial español Las dos invasiones inglesas al Río de la Plata en 1806 y 1807 respondieron al afán comercial y expansionista de Inglaterra que, después de vencer a la flota aliada de España y Francia en la Batalla de Trafalgar, se había convertido en dueña de los mares. España e Inglaterra se habían visto enfrentados desde hacía bastante tiempo: entre 1702 y 1808 sostuvieron seis conflictos armados. Una consecuencia directa de esto fue que España fue espaciando sus comunicaciones y la provisión de sus colonias americanas. La protección militar de sus dominios se vio seriamente debilitada. Esto hacía que a comienzos del siglo XIX, no se contaba en Buenos Aires con una gran estructura para su defensa: el último regimiento de infantería había llegado en 1784. Respecto de los factores que llevarían a Inglaterra a avanzar sobre las tierras del Plata, Héctor Bandera señala: “ Durante el siglo XVIII Inglaterra debió afrontar las consecuencias de la Revolución Industrial, la declaración de la independencia de sus colonias en América y la guerra con Francia, prácticamente sin interrupción desde 1793 hasta 1815. La Revolución Industrial, apoyada en modernas máquinas a vapor, trajo un aumento en la producción de las fábricas que obligó a obtener materias primas en cantidad para el proceso y lógicamente, nuevos mercados de consumidores. La declaración de la independencia de las trece colonias inglesas en América, firmada por Thomas Jefferson en 1776, tiene su origen en las restricciones impuestas por Inglaterra a sus colonias en lo que se refiere al comercio y a la industria; si a esto sumamos el bloqueo continental impuesto por Francia, resulta que Inglaterra se ve privada, en parte, de abastecimiento de materias primas y mercados de consumo de sus productos. La falta de ventas trajo desocupación, incremento de los impuestos y malestar social: “el taller del mundo”, como se la llamaba, buscó expansión colonial en América, Asia y África. Las dos invasiones inglesas al Río de la Plata intentaron quebrar el monopolio español y abrir nuevos mercados consumidores de sus productos. Ahora bien, la decadencia española y la ineficacia de sus autoridades en las colonias de 1 Sud América fueron campo propicio para las ambiciones inglesas y posteriormente para la Revolución de Mayo.”

Así, el intento colonizador inglés fracasó por la encarnizada resistencia de los habitantes de Buenos Aires, lo que representó un duro golpe para Inglaterra. En 1806, las tropas británicas al mando del Mayor General William Beresford lograron vencer la escasa e improvisada resistencia en el puerto porteño. Mientras el virrey Sobremonte, quien había enviado tropas a Montevideo considerando que el ataque iba a ser allí, huía hacia Córdoba. 2 Con los ingleses por cuarenta y seis días en la capital virreinal, el Cabildo fue obligado a jurar fidelidad al rey británico. Como era de esperar, se implementó el libre comercio y se redujeron los impuestos aduaneros. Así lo afirmaba Beresford:

1

Bandera, Héctor Alberto. "Las invasiones inglesas al Río de la Plata. Primera invasión, desembarco en las costas de Quilmes: Bienvenida y apoyo dado a los invasores en la ciudad de Buenos Aires". La revista del CCC [en línea]. Enero / Abril 2010, n° 8. [citado 2011-09-02]. Disponible en Internet: http://www.centrocultural.coop/revista/articulo/148/. ISSN 1851-3263. 2

Este hecho hizo que creciera su impopularidad. Al respecto, Felipe Pigna da a conocer los siguientes versos, que se relataban en la época: "Al primer disparo de los valientes/disparó Sobremonte con sus parientes/ Un hombre, el más falsario/ Que debe a Buenos Aires cuanto tiene/ Es un marqués precario/ Y un monte que y viene/Y sobre el monte ruina nos previene". Disponible en http://www.elhistoriador.com.ar/articulos/virreinato/invasiones_inglesas.php.

“Por ahora se contenta el Comandante Británico con manifestar al Pueblo, que el sistema de monopolio; restricción y opresión ha llegado ya a su término; que podrá disfrutar de las producciones de otros Países a un precio moderado; que las manufacturas y producciones de su país están libres de traba y opresión que las agobiaba, y hacía no fuese lo que es capaz de ser, el más floreciente del mundo, y que el objeto de la Gran Bretaña es la felicidad y prosperidad de estos Países (…) todos los Derechos que había impuesto antes en las mercaderías vinientes de las Provincias interiores o por los Ríos Paraná y Uruguay a esta ciudad, quedan abolidos (…) toda mercadería será de aquí en adelante libre de pagar 3 Derecho o Impuesto a su salida de Buenos Ayres…”

La mayoría de la población, que era hostil a los invasores y estaba indignada por la ineptitud de las autoridades españolas, decidió prepararse para la resistencia. Aparecieron varios proyectos para acabar con los ingleses. Dos catalanes, Felipe Sentenach y Gerardo Esteve y Llach, propusieron volar el fuerte y todas las posiciones inglesas. Martín de Álzaga, fuerte comerciante monopolista perjudicado por el libre cambio, estaba dispuesto a financiar cualquier acción contra los invasores. Alquiló una quinta en Perdriel, cerca de Olivos que fue utilizada como campo de entrenamiento militar de las fuerzas de la resistencia. La voz cantante la tomaría, desde la Banda Oriental, Santiago de Liniers, un marino francés, que había formado un ejército de voluntarios y veteranos. Sus tropas desembarcaron en agosto de 1806 en las costas del actual Tigre y avanzaron hacia la ciudad. Luego de cruentas luchas en las calles los ingleses se vieron obligados a retirarse. Ante la ausencia del Virrey, y tras su activa participación en aquellas jornadas, el Cabildo otorgó a Liniers el mando militar de la ciudad. Los historiadores reconocen en este hecho como una medida revolucionaria: “el cabildo ejerciendo su soberanía”. Pero al año siguiente con tropas más fuertes, los ingleses regresaron al mando del general John Whitelocke, conquistando primero Montevideo y luego Buenos Aires. Nuevamente la capital se vio obligada a resistir. Esta vez, contaba con una preparación previa, dirigida por el mismo Liniers. El francés había promovido la formación de milicias, es decir, de tropas de voluntarios entre 16 y 50 años. Como mencionamos en otra oportunidad, éstas se habían organizado de acuerdo a criterios socioétnicos y del tipo de fuerza, ej. “Compañía de Granaderos de Pardos libres de Buenos Aires”, “Legión de Patricios Voluntarios Urbanos de Buenos Aires”, “Batallón de Naturales, Pardos y Morenos de Infantería”. Los españoles integraron los cuerpos de gallegos, catalanes, cántabros, montañeses y andaluces. Las milicias constituyeron ámbitos de discusión y politización, y sus jefes y oficiales fueron elegidos por sus integrantes democráticamente. Con la segunda derrota inglesa, se le iniciaría a Whitelocke un juicio en Londres que lo destituía de su puesto y lo declaraba inepto e indigno de participar de los servicios militares. Él se defendió con elocuentes palabras: "No hay un solo ejemplo en la historia, me atrevo a decir, que pueda igualarse a lo ocurrido en Buenos Aires, donde, sin exageración, todos los habitantes, libres o esclavos, combatieron con una resolución y una pertenencia que no podía esperarse ni del entusiasmo religioso o patriótico, ni del odio más inveterado." 4

3

Tomado de Beresford, “Reglamento del general Beresford”, en Meroni, G. La Historia en mis documentos, Huemul.

4

Tomado de http://www.elhistoriador.com.ar/articulos/virreinato/invasiones_inglesas.php.

La revolución de mayo y las guerras de independencia

Al comenzar el siglo XIX, Europa experimentaría un proceso de enorme turbulencia política debido al proyecto imperialista del francés Napoleón Bonaparte. Tras una serie de triunfos militares, Napoleón logró conquistar gran parte de Europa Occidental. La ocupación de España por las tropas francesas en 1808 y el cautiverio del rey Fernando VII en manos de Napoleón desataron, tanto en la Península como en los territorios americanos, un movimiento juntista que reclamaba que la soberanía “recayera en el pueblo”: en las diversas “Juntas de Gobierno”. Las mismas, buscaban hacerse cargo de las siguientes preguntas: ¿Quién debía ejercer la soberanía en ausencia del rey? Si el rey ya no tenía poder ¿Era necesario en América, obedecer al virrey? Así, en toda América hispana tomó un fuerte ímpetu la idea de independencia. Se vieron enfrentados por lo menos dos bandos: los realistas (en su mayoría peninsulares, es decir españoles) fieles al rey y a la corona; y los criollos o “patriotas”, partidarios de gobiernos autónomos. Se desataron una serie de guerras por la independencia, que perduraron hasta 1815. El único bastión libre de realistas en esos años fue el territorio del Río de Plata. Por lo tanto era inminente declarar la Independencia, lo que finalmente se dio en julio de 1816, en el Congreso organizado en la ciudad de San Miguel de Tucumán. Allí las Provincias Unidas del Río de la Plata, emergían como una nación nueva, “libre e independiente de los reyes de España y de su metrópoli, y de toda dominación extranjera”. Pero además de esto, la Revolución había dejado una idea clara: la premura de construir un gobierno propio y estable. Sin embargo, si bien entre 1810 y 1820 se dieron numerosas tentativas de organización del poder, los conflictos entre la misma elite política mayoritariamente porteña, y las tensiones con los caudillos del litoral e interior, además de la escasa iniciativa de Buenos Aires para financiar las empresas militares, complicaron la unidad. Tal es así, que los historiadores tradicionales llaman a la década de 1820, como una etapa de anarquía y crisis de autoridad.

Nace un nuevo orden político

Cap V. La independencia de las provincias unidas (1810-1820) Tomado de: José Luis Romero. Breve Historia de la Argentina. Tierra Firme, Buenos Aires, 2004

Dos aspectos tenía, el enfrentamiento entre criollos y peninsulares. Para algunos había llegado la ocasión de alcanzar la independencia política, y con ese fin constituyeron una sociedad secreta Manuel Belgrano, Nicolás Rodríguez Peña, Juan José Paso, Hipólito Vieytes, Juan José Castelli, Agustín Donado y

muchos que, como ellos, habían aprendido en los autores franceses el catecismo de la libertad. Para otros, el problema fundamental era modificar el régimen económico, hasta entonces favorable a los comerciantes monopolistas; y para lograrlo, los hacendados criollos, tradicionales productores de cueros y desde no hacía muchos años de tasajo, procuraron forzar la voluntad de Cisneros, exaltando las ventajas que para el propio fisco tenía el libre comercio. Los que conspiraban coincidían en sus anhelos y en sus intereses con los que peticionaban a través del documento que redactó Moreno —acaso bajo la inspiración doctrinaria de Belgrano— conocido como la Representación de los hacendados; y esa coincidencia creaba una conciencia colectiva frente al poder constituido, cuya debilidad crecía cada día. Las tensiones aumentaron cuando, en mayo de 1810, se supo en Buenos Aires que las tropas napoleónicas triunfaban en España y que por todas partes se reconocía la autoridad real de José Bonaparte. Con el apoyo de los cuerpos militares nativos, los criollos exigieron de Cisneros la convocatoria de un cabildo abierto para discutir la situación. La reunión fue el 22 de mayo, y las autoridades procuraron invitar el menor número posible de personas, eligiéndolas entre las más seguras. Pero abundaban los espíritus inquietos entre los criollos que poseían fortuna o descollaban por su prestigio o por sus cargos, a quienes no se pudo dejar de invitar; así, la asamblea fue agitada y los puntos de vista categóricamente contrapuestos. Mientras los españoles, encabezados por el obispo Lué y el fiscal Villota, opinaron que no debía alterarse la situación, los criollos, por boca de Castelli y Paso, sostuvieron que debía tenerse por caduca la autoridad del virrey, a quien debía reemplazarse por una junta emanada del pueblo. La tesis se ajustaba a la actitud que el pueblo había asumido en España, pero resultaba más revolucionaria en la colonia puesto que abría las puertas del poder a los nativos y condenaba la preeminencia de los españoles.

Computados los votos, la tesis criolla resultó triunfante, pero al día siguiente el cabildo intentó tergiversarla constituyendo una junta presidida por el virrey. El clamor de los criollos fue intenso y el día 25 se manifestó en una demanda enérgica del pueblo, que se había concentrado frente al Cabildo encabezado por sus inspiradores y respaldado por los cuerpos militares de nativos. El cabildo comprendió que no podía oponerse y poco después, por delegación popular, quedó constituida una junta de gobierno que presidía Saavedra e integraban Castelli, Belgrano, Azcuénaga, Alberti, Matheu y Larrea como vocales, y Paso y Moreno como secretarios.

No bien entró en funciones comprendió la Junta que el primero de los problemas que debía afrontar era el de sus relaciones con el resto del virreinato, y como primera providencia invitó a los cabildos del interior a que enviaran sus diputados. Como era seguro que habría resistencia, se dispuso en seguida la organización de dos expediciones militares. Montevideo, Asunción, Córdoba y Mendoza se mostraron hostiles a Buenos Aires. Moreno procuró salir al paso de todas las dificultades con un criterio radical: propuso enérgicas medidas de gobierno, mientras redactaba diariamente los artículos de la Gazeta de Buenos Aires, que fundó la Junta para difundir sus ideas y sus actos, inequívocamente orientados hacia una política liberal. El periódico debía contribuir a crear una conciencia popular favorable al gobierno. Moreno veía la revolución como un movimiento criollo, de modo que los que antes se sentían humillados comenzaron a considerarse protagonistas de la vida del país. El poeta Bartolomé Hidalgo comenzaba a exaltar al hijo del país, al gaucho, en el que veía al espontáneo sostenedor de la independencia. Pero Moreno pensaba que el movimiento de los criollos debía canalizarse hacia un orden democrático a través de la educación popular, que permitiría la difusión de las nuevas ideas. Frente a él, comenzaron a organizarse las fuerzas conservadoras, para las que el gobierno propio no significaba sino la transferencia de los privilegios de que gozaban los funcionarios y los comerciantes españoles a los funcionarios y hacendados criollos que se enriquecían con la exportación de los productos ganaderos. Los intereses y los problemas se entrecruzaban. Los liberales y los conservadores se enfrentaban por sus opiniones; pero los porteños y las gentes del interior se enfrentaban por sus opuestos intereses. Buenos Aires aspiraba a mantener la hegemonía política heredada del virreinato; y en ese designio comenzaron los hombres del interior a ver el propósito de ciertos sectores de asegurarse el poder y las ventajas económicas que proporcionaba el control de la aduana porteña. Intereses e ideologías se confundían en el delineamiento de las posiciones políticas, cuya irreductibilidad conduciría luego a la guerra civil. La expedición militar enviada al Alto Perú para contener a las fuerzas del virrey de Lima consiguió sofocar en Córdoba una contrarrevolución, y la Junta ordenó fúsilar en Cabeza de Tigre a su jefe, Liniers, y a los principales comprometidos. Pero los sentimientos conservadores predominaban en el interior aun entre los partidarios de la revolución; de modo que cuando Moreno comprendió la influencia que ejercerían los diputados que comenzaban a llegar a Buenos Aires, se opuso a que se incorporaran al gobierno ejecutivo. La hostilidad entre los dos grupos estalló entonces. Saavedra aglutinó los grupos conservadores y Moreno renunció a su cargo el 18 de diciembre. Poco antes, el ejército del Alto Perú había vencido en la batalla de Suipacha; pero en cambio, el ejército enviado al Paraguay fue derrotado no mucho después en Paraguarí y Tacuarí. Al comenzar el año 1811, el optimista entusiasmo de los primeros días comenzaba a ceder frente a los peligros que la revolución tenía que enfrentar dentro y fuera de las fronteras.

Tras la renuncia de Moreno, los diputados provincianos se incorporaron a la Junta y trataron de forzar la situación provocando un motín en Buenos Aires entre el 5 y el 6 de abril. Los morenistas tuvieron que abandonar sus cargos, pero sus adversarios no pudieron evitar el desprestigio que acarreó al gobierno la derrota de Huaqui, ocurrida el 20 de junio. La situación hizo crisis al conocerse la noticia en Buenos Aires un mes después y los morenistas recuperaron el poder y modificaron la estructura del gobierno creando un poder ejecutivo de tres miembros —el Triunvirato— uno de cuyos secretarios fue Bernardino Rivadavia. Con él la política de Moreno volvió a triunfar. Se advirtió en los artículos de la Gazeta, inspirados o escritos por Monteagudo; en el estímulo de la biblioteca pública; en el desarrollo de la educación popular y también en las medidas políticas del Triunvirato: por una parte, la disolución de la Junta Conservadora, en la que habían quedado agrupados los diputados del interior, y por otra, la supresión de las juntas provinciales que aquélla había creado que fueron sustituidas por un gobernador designado por el Triunvirato. Una acción tan definida debía originar reacciones. El cuerpo de Patricios se sublevó con un pretexto trivial y poco después estuvo a punto de estallar una conspiración dirigida por Álzaga. En ambos casos fue inexorable el Triunvirato, angustiado por la situación interna y por los peligros exteriores. El 24 de septiembre Belgrano detuvo la invasión realista en la batalla de Tucumán: Poco antes había izado por primera vez la bandera azul y blanca para diferenciar a los ejércitos patriotas de los que ya consideraba sus enemigos. También amenazaban los realistas desde Montevideo. Un ejército había llegado desde Buenos Aires para apoderarse del baluarte enemigo y había logrado vencer a sus defensores en Las Piedras. Montevideo fue sitiada y los realistas derrotados nuevamente en el Cerrito a fines de 1812. Quedaba el peligro de las incursiones ribereñas de la flotilla española, y el Triunvirato decidió crear un cuerpo de granaderos para la vigilancia costera. La tarea de organizarlo fue encomendada a José de San Martín, militar nativo y recién llegado de Londres, después de haber combatido en España contra los franceses, en compañía de Carlos María de Alvear y Matías Zapiola. Habían estado en contacto con el venezolano Miranda, y a poco de llegar se habían agrupado en una sociedad secreta — la Logia Lautaro— cuyos ideales emancipadores coincidían con los de la Sociedad Patriótica que encabezaba Monteagudo y se expresaban en el periódico Mártir o libre. El 8 de octubre de 1812, los cuerpos militares cuyos jefes respondían a la Logia Lautaro provocaron la caída del gobierno acusándolo de debilidad frente a los peligros exteriores. Y, ciertamente, el nuevo gobierno vio triunfar a sus fuerzas en la batalla de San Lorenzo y en la de Salta. El año comenzaba promisoriamente. Entre las exigencias de los revolucionarios de octubre estaba la de convocar una Asamblea General Constituyente, y el 31 de enero de 1813 el cuerpo se reunió en el edificio del antiguo Consulado. Entonces estalló ostensiblemente el conflicto entre Buenos Aires y las provincias, al rechazar la Asamblea las credenciales de los diputados de la Banda Oriental, a quienes inspiraba Artigas y sostenían decididamente la tesis federalista. Pero pese a ese contraste, la Asamblea cumplió una obra fundamental. Evitando las declaraciones explícitas, afirmó la independencia y la soberanía de la nueva

nación: suprimió los signos de la dependencia política en los documentos públicos y en las monedas, y consagró como canción nacional la que compuso Vicente López y Planes anunciando el advenimiento de una "nueva y gloriosa nación". Como López y Planes, Cayetano Rodríguez y Esteban de Luca cultivaban en Buenos Aires la poesía. El verso neoclásico inflamaba los corazones y Alfieri se representaba en el pequeño Coliseo, donde ...


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