3er parcial desarrollo PDF

Title 3er parcial desarrollo
Author Anclademar Indumentaria
Course Psicología del Desarrollo
Institution Universidad Nacional de Mar del Plata
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Resumen para el 3er parcial de desarrollo, fue hecho en 2020 este resumen...


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F. 7909 Dimov- ADOLESCENCIA: TIEMPO DE TRANSGRESIÓN La adolescencia es tomada desde la Psicología del Desarrollo como un trabajo psíquico, un nuevo conflicto para el psiquismo. Desasirse de la familia Si se trata de desasirse es porque hay algo que constituye un obstáculo. El lazo entre un niño con la familia suele ser firme durante un período prolongado hasta que empieza a romperse. Esto de debe a la irrupción de la adolescencia. Existen innumerables manifestaciones de este hecho que dan cuenta de un conjunto de cambios que se suceden en este momento del desarrollo. Pero es importante tener en cuenta algunas transformaciones no perceptibles, las que se desarrollan en la esfera psíquica, que se evidencian en los signos corporales y explican los cambios en la conducta y en la actitud de los adolescentes. Aquello que irrumpe apareciendo como un exceso, son las pulsiones sexuales que brotan con intensidad desmedida, demandando un objeto para su satisfacción. Con el sepultamiento del C. de E. las aspiraciones sexuales infantiles (incestuosas) fueron reprimidas, sobreviniendo el período de latencia donde la curiosidad infantil cedió. Las pulsiones parciales se transmudaron en asco, vergüenza y moral y lo pulsional derivó por vías alternativas mediante la represión. En la pubertad, al rebrotar la actividad pulsional, se reactivan las pulsiones sexuales de la infancia ocasionando tanto la reactualización de la problemática edípica como la reedición correlativa del complejo de castración. Las aspiraciones inconcientes reciben un “refuerzo somático” y se convierten en una fuente de angustia. La fantasía inconciente incestuosa se vuelve una fuente de peligro ya que aparece la posibilidad de ser concretada porque ahora se dispone de los medios para ello. La masturbación constituye un modo de no querer saber nada de la nueva elección de objeto. Al adolescente se le plantea hallar un objeto exogámico para lo cual será necesario extrañarse del grupo familiar. Éste se encuentra doblemente entrampado: por imperio de la Ley Paterna debe desasirse perdiendo el objeto de sus aspiraciones sexuales; por otro lado, si permanece atado a los lazos familiares se problematiza su posibilidad de acceder a la exogamia y a la cultura. Además, se demanda al púber el abandono de un objeto que se empeñará en retenerlo. Se trata de una separación dolorosa y difícil que conlleva la pérdida del mundo infantil. Significa hacerse cargo de sí mismo, responsabilizarse por decisiones y elecciones. Esta separación se da por la vía de la diferencia. Se trata de diferenciarse de aquello que era incuestionable: el saber y el poder de los padres. Y si hay algo que caracteriza este momento de la vida, es esa tradición de poner en cuestión desde los hechos mas cotidianos hasta los valores, costumbres y creencias más arraigados del mundo adulto. Es este cuestionamiento del poder y del saber paterno, lo que hace posible la caída del objeto prohibido, así como la posibilidad de emerger del grupo familiar. Esto da lugar a una operación psíquica por la cual se produce una escisión del Yo que posibilita reconocer dos juicios: la castración materna y la posibilidad de muerte del padre. Uno de los aspectos mas llamativos de las conductas adolescentes es su carácter contradictorio y por lo tanto impredecible, lo cual suele ser fuente de conflictos entre ellos y su medio. Esto se debe a que este momento de la vida esta atravesado por el par de opuestos “dependencia/independencia”.

En el fondo la antigua dependencia sigue en pie, solo que a la inversa: son los padres que ahora están (de)pendientes del accionar del hijo. Este intercambio de roles asegura y mantiene su vínculo. Para los padres, el pasaje del hijo a la exogamia reactualiza su propia conflictiva adolescente. Es un momento que los confronta con la proximidad del envejecimiento y con la muerte: sexualidad y muerte son protagonistas en el escenario donde este conflicto se desarrolla. La transgresión a lo instituido por el mundo adulto es el modo que los adolescentes tienen para diferenciarse. Un adolescente demasiado comprendido no encuentra facilitado el camino para marcar la diferencia. Lo transgresivo pierde su carácter de tal. Quizás el desagrado que los adultos manifiestan ante las actitudes de los adolescentes es lo que confirma la diferencia. Del lado de los padres la cuestión pasa por el respeto por la diferencia y por la preservación de sus posturas parentales. Los adultos suelen ser puestos a prueba: muchas de las transgresiones están destinadas a confirmar la vigencia de aquel antiguo poder atribuido a los padres. Es necesario advertir que la transgresión conlleva a la posibilidad de ameritar alguna forma de sanción. Esta búsqueda de castigo cumple la función, por un lado, de argumentar la necesidad de recobrar al niño. Pero, por otro lado, las fantasías inconcientes están operando fuertemente. Fantasías creadas sobre la base del mito edípico cuya trama gira en torno a dos crímenes: dar muerte al padre y concretar el incesto con la madre. Estos están al servicio de proveer de argumento a un sentimiento de culpa del que no se sabe la causa. La culpa seria previa al hecho transgresivo. El aporte de D. Winnicott Winnicott llamó la atención sobre el papel que les toca cumplir a aquellos adultos que están en relación con adolescentes, en especial con los que presentan conductas antisociales. Tales conductas suelen aparecer cuando se ha producido alguna forma de “deprivación” debido a una falla ambiental. Se trata de adolescentes que disfrutaron de una “buena experiencia temprana que se ha perdido” y cuyas conductas antisociales manifiestan una esperanza y un reclamo: que la sociedad les devuelva eso que perdieron. Winnicott sugiere también cual es el papel que cabe en esta conflictiva a los adultos. Suponiendo que, en las vicisitudes tempranas de las relaciones de objeto, estos niños no lograron hacer la experiencia de destrucción psíquica del objeto y de la posterior constatación de su supervivencia. El adulto debe ofrecerse a ser destruido, demostrando que puede sobrevivir a los ataques.

F 228 Freud – LA METAMORFOSIS DE LA PUBERTAD Con el advenimiento de la pubertad se introducen los cambios que llevan la vida sexual infantil a su conformación normal definitiva. La pulsión sexual era hasta entonces predominantemente autoerótica; ahora halla al objeto sexual. Hasta ese momento actuaba partiendo de pulsiones y zonas erógenas singulares que buscaban placer en calidad de única meta sexual. Las zonas erógenas se subordinan al primado de los genitales. La nueva meta sexual asigna a los dos sexos funciones diferentes. La normalidad de la vida sexual es garantizada únicamente por la exacta coincidencia de las dos corrientes dirigidas al objeto y a la meta sexual es: la tierna y la sensual. La primera de ellas reúne en si lo que resta del temprano florecimiento infantil de la sexualidad. La pulsión sexual se pone ahora al

servicio de la función de reproducción. Todas las perturbaciones patológicas de la vida sexual han de considerarse como inhibiciones del desarrollo. El primado de las zonas genitales y el placer previo Lo esencial de los procesos de la pubertad el crecimiento manifiesto de los genitales externos. El desarrollo de los genitales internos ha avanzado hasta el punto de poder ofrecer productos genésicos, o bien recibirlos, para la gestación de un nuevo ser. Este aparato debe ser puesto en marcha mediante estímulos que se pueden alcanzar por tres caminos: desde el mundo exterior, por excitación de las zonas erógenas; desde el interior del organismo; y desde la vida anímica, que a su vez constituye un repositorio de impresione externas y un receptor de excitaciones internas. Por los tres caminos se provoca la “excitación sexual”, que se da a conocer por dos clases de signos, anímicos y somáticos. El signo anímico consiste en un sentimiento de tensión, de carácter extremo esforzante, donde hay alteraciones genitales que tienen un sentido indubitable: la preparación, el apronte para el acto sexual. La tensión sexual. El estado de excitación sexual presenta el carácter de una tensión, lo que conlleva el carácter del displacer. Un sentimiento de esa clase entraña el esfuerzo a alterar la situación psíquica: opera pulsionalmente, lo cual es extraño a la naturaleza del placer sentido. Siempre la tensión producida por los procesos sexuales va acompañada de placer; aun en las tensiones preparatorias de los genitales puede reconocerse un sentimiento de satisfacción. El contacto con una zona erógena provoca ya un sentimiento de placer, pero al mismo tiempo es apto, como ninguna otra cosa, para despertar la excitación sexual que reclama más placer. La teoría de la libido La libido es una fuerza susceptible de variaciones cuantitativas, que podría medir procesos y trasposiciones en el ámbito de la excitación sexual. Con relación a su origen, la diferenciamos de la energía que ha de suponerse en la base de los procesos anímicos en general, y le conferimos así un carácter cualitativo. Al separar la energía libidinosa de otras clases de energía, damos expresión a la premisa de que los procesos sexuales del organismo se diferencian de los procesos de la nutrición por un quimismo particular. Se plantea que hay un quantum de libido a cuya subrogación psíquica llamamos libido yoica; la producción de esta, su aumento o disminución, su distribución y su desplazamiento, están destinados a ofrecernos la posibilidad de explicar los fenómenos psicosexuales observados. La libido yoica se vuelve accesible al estudio analítico cuando ha encontrado empleo psíquico en la investidura de objetos sexuales, cuando se ha convertido en libido de objeto. Se ve concentrarse en objetos, fijarse a ellos o bien abandonarlos, pasar de unos a otros y, a partir de estas posiciones, guiar el quehacer sexual del individuo, el cual lleva a la satisfacción. Los destinos de la libido de objeto, que es quitada de los objetos, se mantiene fluctuante en particulares estados de tensión, y, por último, es recogida en el interior del yo, con lo cual se convierte de nuevo en libido yoica. A esta última, la llamamos también libido narcisista. Esta se aparece como el gran reservorio desde el cual son emitidas las investiduras de objeto y al cual vuelven a replegarse; y la investidura libidinal narcisista del yo, como estado originario realizado en la primera infancia.

La separación entre las mociones pulsionales sexuales y las otras encuentra un fuerte apoyo en la hipótesis de un quimismo particular de la función sexual. Diferenciación entre el hombre y la mujer Solo con la pubertad se establece la separación tajante entre el carácter masculino y femenino. Ya en la niñez son reconocibles disposiciones masculinas y femeninas; el desarrollo de las inhibiciones de la sexualidad se cumple en la niña pequeña antes y con menores resistencias que en el varón. La activación autoerótica de las zonas erógenas es la misma e ambos sexos, y esta similitud suprime en la niñez la posibilidad de una diferencia entre los sexos como la que se establece después de la pubertad. La sexualidad de la niña pequeña tiene un carácter enteramente masculino. Zonas rectoras en el hombre y en la mujer. En la niña la zona erógena rectora se sitúa en el clítoris, y es por tanto homóloga a la zona genital masculina, el glande. La influencia de la seducción puede provocar en la niña una masturbación en el clítoris. La pubertad, que en el varón trae aparejado el empuje de la libido, se caracteriza para la muchacha por una nueva oleada de represión, que afecta justamente a la sexualidad del clítoris. El refuerzo de las inhibiciones sexuales, creado por esta represión que sobreviene a la mujer en la pubertad, proporciona después de un estímulo a la libido del hombre, que se ve forzada a intensificar sus operaciones; y junto con la altitud de su libido aumenta su sobrestimación sexual. Cuando el acto sexual es permitido, el clítoris es excitado y sobre él recae el papel de retransmitir esa excitación a las partes femeninas vecinas. Toda vez que se logra transferir la estimulabilidad erógena del clítoris a la vagina, la mujer ha mudado la zona rectora para su práctica sexual posterior. El hallazgo del objeto Durante los procesos de la pubertad se afirma el primado de las zonas genitales, y en el varón, el ímpetu del miembro erecto remite a la nueva meta sexual: penetrar en una nueva cavidad del cuerpo que excite la zona genital. Desde el lado psíquico, se consuma el hallazgo del objeto, preparado desde la más temprana infancia. Objeto sexual del periodo de lactancia. A lo largo de todo el periodo de latencia, el niño aprende a amar a otras personas que remedian su desvalimiento y satisfacen sus necesidades. El trato del niño con la persona que lo cuida es para él una fuente continua de excitación y de satisfacción sexuales a partir de las zonas erógenas, y tanto más por el hecho de que esa persona dirige sobre el niño sentimientos que brotan de su vida sexual, lo acaricia, lo besa y lo mece. Cuando la madre le enseña al niño a amar, no hace sino cumplir su cometido; es que debe convertirse en un hombre íntegro, dotado de una enérgica necesidad sexual, y consumar en su vida todo aquello hacia lo cual la pulsión empuja a los seres humanos. Angustia infantil. Los propios niños se comportan desde temprano como si su apego por las personas que los cuidan tuviera la naturaleza del amor sexual. La angustia del niño no es nada más que la expresión de su añoranza de la persona amada, por eso responden a todo extraño con angustia. En esto el niño se porta como el adulto: tan pronto como no puede satisfacer su libido, la muda en angustia. La barrera del incesto. Cuando la ternura que los padres vuelcan sobre el niño ha evitado despertarle la pulsión sexual prematuramente, y despertársela con fuerza tal que la excitación

anímica se abra paso de manera inequívoca hasta el sistema genital, aquella pulsión puede cumplir su cometido: conducir a este niño, llegado a la madurez, hasta la elección del objeto sexual. Lo más inmediato para el niño seria escoger como objetos sexuales justamente a las personas a quienes desde su infancia ama. Pero, en virtud del diferimiento de la maduración sexual, se ha generado para erigir, junto a otras inhibiciones sexuales, la barrera del incesto, y para implantar en él los preceptos morales que excluyen expresamente de la elección de objeto, por su calidad de parientes consanguíneos, a las personas amadas de la niñez. El respeto de esta barrera es una exigencia cultural de la sociedad. Pero la elección de objeto se consuma primero en la representación; y es difícil que la vida sexual del joven que madura pueda desplegarse en otro espacio de juego que el de las fantasías. A raíz de esas fantaseas vuelven a emerger en todos los hombres las inclinaciones infantiles, solo que ahora con un refuerzo somático. Y entre estas, en primer lugar, la moción sexual del niño hacia sus progenitores. Contemporáneo al doblegamiento y la desestimación de estas fantasías claramente incestuosas, se consuma uno de los logros psíquicos más importantes del periodo de la pubertad: el desasimiento respecto de la autoridad de los progenitores, el único que crea la oposición, tan importante para el progreso de la cultura, entre la nueva generación y la antigua. F 15030 Freud- SOBRE LA SEXUALIDAD FEMENINA En la fase del complejo de Edipo normal encontramos al niño tiernamente prendado del progenitor del sexo contrario, mientras que la relación con el de igual sexo prevalece la hostilidad. El caso es diverso para la niña. También la madre fue su primer objeto; ¿Cómo halla entonces el camino hasta el padre? ¿Cómo, cuándo y por qué se desase de la madre? La tarea de resignar la zona genital originariamente rectora, el clítoris, por una nueva, la vagina, complica el desarrollo de la sexualidad femenina. Ahora aparece una segunda mudanza de esa índole, el trueque del objeto-madre originario por el padre, no menos característico y significativo para el desarrollo de la mujer. Ambas tareas se entrelazan entre sí. La fase preedípica de la mujer alcanzaba una significación que no le habíamos adscrito hasta entonces. Esa fase deja espacio para todas las fijaciones y represiones a que reconducimos la génesis de las neurosis, parece necesario privar de su carácter universal al enunciado según el cual el complejo de Edipo es el núcleo de la neurosis. La intelección de la prehistoria preedípica de la niña tiene el efecto de una sorpresa. En ese ámbito de la primera ligazón-madre todo me parece tan difícil de asir analíticamente, tan antiguo, vagaroso, apenas reanimable, como si hubiera sucumbido a una represión particularmente despiadada. La mencionada fase de la ligazón-madre deja de conjeturar un nexo particularmente íntimo con la etiología de la histeria, lo que no puede sorprender si se separa en que ambas, la fase y la neurosis, se cuentan entre los caracteres particulares de la feminidad; además, la intelección de que en esa dependencia de la madre se halla el germen de la posterior paranoia de la mujer. Es que muy bien parece ser ese germen la angustia, sorprendente, pero de regular emergencia, de ser asesinada por la madre. Cabe suponer que esa angustia corresponda a una hostilidad que en la niña se desarrolla contra la madre a consecuencia de las múltiples limitaciones de la educación y el cuidado del cuerpo, y que el mecanismo de la proyección se vea favorecido por la prematuridad de la organización psíquica.

La intensa dependencia de la mujer respecto de su padre no es sino la heredera de una igualmente intensa ligazón-madre, y que esta fase anterior tuvo una duración inesperada. En primer lugar, es innegable que la bisexualidad resalta con mucha mayor nitidez en la mujer que en el varón. En efecto, este tiene solo una zona genésica rectora, un órgano genésico, mientras que la mujer posee dos de ellos: la vagina, propiamente femenina, y el clítoris, análogo al miembro viril. La vida sexual de la mujer se descompone por regla general en dos fases, de las cuales la primera tiene carácter masculino; solo la segunda es la específicamente femenina. En el desarrollo femenino hay un proceso de transporte de una fase a la otra, que carece de análogo al varón. Paralela a esta primera gran diferencia corre la otra en el campo del hallazgo de objeto. Para el varón, la madre deviene el primer objeto de amor a consecuencia del influjo del suministro de alimento y del cuidado del cuerpo, y lo seguirá siendo hasta que la sustituya un objeto de su misma esencia o derivado de ella. También en el caso de la mujer tiene que ser la madre el primer objeto. Pero al final del desarrollo el varón-padre debe haber devenido el nuevo objeto de amor, al cambio de vía sexual de la mujer tiene que corresponder un cambio de vía en el sexo de objeto. En el varón resta como secuela del complejo de castración cierto grado de menosprecio por la mujer cuya castración se ha conocido. A partir de ese menosprecio se desarrolla una inhibición de la elección de objeto y, si colaboran factores orgánicos, una homosexualidad exclusiva. Muy diversos son los efectos del complejo de castración en la mujer. Ella reconoce el hecho de su castración y la superioridad del varón y su propia inferioridad, pero también se revuelve contra esa situación desagradable. De esa actitud bi-escindida derivan tres orientaciones de desarrollo. La primera lleva al universal extrañamiento respecto de la sexualidad; la segunda línea retiene la masculinidad amenazada; y el tercer desarrollo que implica rodeos, desemboca en la final configuración femenina que toma al padre como objeto y así halla la forma femenina del complejo de Edipo. Por lo tanto, el complejo de Edipo es en la mujer el resultado final de un desarrollo más prolongado; no es destruido por el influjo de la castración, sino creado por él. La fase de la ligazón-madre exclusiva, preedípica, reclama entonces una significación muchísimo mayor en la mujer, que no le correspondería en el varón. El propio quehacer fálico, la masturbación en el clítoris, es hallado por la niña pequeña casi siempre de manera espontánea, y al comienzo no va por cierto acompañado de fantasías. Toda vez que interviene una seducción, por regla general perturba en el decurso natural, y de los procesos de desarrollo; a menudo deja co...


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