Alta y baja cultura PDF

Title Alta y baja cultura
Author Jose Luis Pardo
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Summary

¿El fin de la distinción entre alta y baja cultura? José Luis Pardo y Eloy Fernández Porta (fragmento) Cuando se constituyen los campos autónomos de la esfera estética (el campo literario, el intelectual, pictórico, etc.), hay una producción cultural que depende de elementos a veces informales, que ...


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¿El fin de la distinción entre alta y baja cultura? José Luis Pardo y Eloy Fernández Porta (fragmento)

Cuando se constituyen los campos autónomos de la esfera estética (el campo literario, el intelectual, pictórico, etc.), hay una producción cultural que depende de elementos a veces informales, que en el caso de los libros serían las sociedades literarias. Con este nombre no me refiero a las academias sino a esas sociedades literarias informales, en las que un grupo de gente no sólo se lee entre sí sino también a los clásicos, y evalúa culturalmente estos productos, manteniendo su autonomía con respecto al mercado, la política, los aspectos religiosos y morales, etc. El resto de la producción cultural, en la medida en que no depende de esos núcleos minoritarios, se arroja al gusto mayoritario: estos otros productos subirán o bajarán dependiendo del público. Es ahí donde se produce la contraposición entre el gusto estético propiamente dicho y el que podríamos llamar gusto burgués, que consume ese tipo de obra producida únicamente para ser disfrutada y según el gusto del público. Es el gusto burgués, no es el gusto popular o proletario. Esto es una situación muy decimonónica, pero en las primeras décadas del siglo XX, debido al movimiento obrero y a las transformaciones tecnológicas de los medios audiovisuales y gráficos, se produce un fenómeno completamente distinto. A partir de textos como La obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica, de Walter Benjamin, o La náusea de Sartre, donde elogia una canción de jazz y se la compara con los preludios de Chopin, aparece una cosa completamente nueva, que no es el goce de la forma, propio de la alta cultura, y tampoco la fruición en el sentido burgués. Se trata de una cosa distinta: la cultura popular del siglo XX propiamente dicha. Este fenómeno se ha vuelto ahora invisible porque cuando apareció en los años 20 y 30 del siglo pasado todavía no se había instalado todo el aparato de la sociedad de consumo. Ahora este fenómeno está sumergido bajo el mercantilismo del consumo. La cultura popular no era exactamente fruición, no era exactamente cultura burguesa, era algo distinto (…) . La invención de una esfera de las artes y las letras, en la que los productores culturales mantienen la autonomía de los juicios de valor sobre las obras frente a lo que dice el mercado o la política, o la moral, o la religión, es una invención muy buena. Pero como todas las cosas de la sociedad moderna tiene limitaciones. La cultura popular, cuando emerge en los primeros años del siglo XX, trae un lamento

enorme, que ningún otro estilo ha podido expresar mejor que la música blues. Los héroes de los EEUU emergidos de la esclavitud tuvieron que incorporarse a un proceso que conllevaba un tipo de sufrimiento que recuerda al que padecieron las clases trabajadoras para constituirse como tales, pero que es distinto. ¿Cómo se constituyeron las clases trabajadoras? Cuando todos los trabajos que había en la sociedad –el albañil, el zapatero, etc–, fueron arrasados por un flujo de trabajo indiferenciado, completamente descalificado, un trabajo cuantitativo. Entonces, la imposibilidad de crear sentido por parte de esos trabajadores en esa nueva situación produjo un lamento melancólico, lindante con formas de delincuencia y destrucción, y fue un intento de crear, aunque fuera fragmentariamente, pequeños retazos de sentido que se contrapusieran a esa barbaridad del tiempo continuo y homogéneo que sostiene el capital, o el tiempo moderno en general. Se trataba de un tiempo absolutamente vacío, infinito, un tiempo de “ahora, ahora y ahora”, un instante después de otro, como sucede en una cadena de montaje, un tiempo en el que se sale de la fila, palma. Quiero decir que, de alguna manera, la cultura popular en la primera mitad del siglo XX representa la idea de que puede suceder que uno se salga de la fila y no palme inmediatamente, pueden darse un par de pasitos saliendo de la fila, como hacía Chaplin en Tiempos modernos. Es posible sobrevivir o crear un poco de sentido en ese margen estrecho. Así veo yo la cultura popular antes de la inmersión en la sociedad de consumo. Luego, si nos vamos a lo que sucede después de la Segunda Guerra Mundial, que es un proceso que converge con el hecho de que muchos estados europeos se involucran en ese proyecto del estado social de derecho (es decir, el Estado se fija como prioridad la reducción de las desigualdades sociales), eso coincide con otro proceso igual de importante, que recuerda a aquel por el cual todos los trabajos cualificados quedaron reducidos a un solo flujo de trabajo. No debió de ser nada fácil pasar de los trabajos cualificados a ese trabajo desarraigado. Bueno, pues algo parecido ha ocurrido en el terreno emocional. Para poner en marcha este dispositivo llamado sociedad de consumo, hizo falta hacer con el deseo, con las emociones y las pasiones de la gente, lo mismo que antes se había hecho con los trabajos. Hizo falta un proceso de descualificación de los deseos, convirtiendo los deseos no en algo que puede ser saciable y único, sino en una especie de flujo descodificado, indiferenciado, un deseo que nunca jamás se saciará porque todos los objetos no son nada más que anzuelos para que este deseo continúe siempre adelante. Hubo una pedagogía del trabajo para lanzar a los trabajadores al primer fenómeno, y hubo un enorme lamento de tristeza y melancolía. También hubo

una pedagogía de ese deseo de educación de los ciudadanos como consumidores dóciles. Y también la cultura popular de los años cincuenta y sesenta tiene algo de resistencia, algo de lamento, como intransigencia frente a ese proceso pedagógico. El problema es que todo esto ha quedado sumido por la cultura de consumo, de tal manera que se reconstruye la distinción entre lo alto y lo bajo porque la cultura de consumo se basa en darle a la gente lo que le gusta. Y luego, en esa otra cosa llamada alta cultura, ya ni siquiera se puede decir que predomine el gusto por la forma.

(en Roberto Valencia (ed.), Todos somos autores y público, Ed. Última Letra, Zaragoza, 2014, pp. 163-181)....


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