Análisis de una representación teatral actual. Don Juan Tenorio de Zorrilla PDF

Title Análisis de una representación teatral actual. Don Juan Tenorio de Zorrilla
Course Teatro Español: Siglos XVIII-XXI
Institution UNED
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Análisis de una representación teatral actual, en la que se adapta la obra de Zorrilla Don Juan Tenorio. El vídeo de la representación está en youtube y en el trabajo los datos para encontrarlo....


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TRABAJO II: ANÁLISIS DE UNA REPRESENTACIÓN TEATRAL DON JUAN TENORIO, DE JOSÉ ZORRILLA (adaptación de José Luis Matienzo) Comenzamos nuestro análisis de esta representación por, como dice R. Barthes, “una primera visión semántica (de contenido)”1. Sin embargo, en este caso, al tratarse de una adaptación, tendremos en cuenta la variación que su autor introduce, si bien no produce cambios significativos en el contenido semántico de la obra. Don Juan, recién llegado a Sevilla tras años de huida, regresa a la que fue su casa, ahora reconvertida en panteón donde están enterrados los muertos a manos de él. Tras ser advertido por la estatua de su amada Doña Inés, aparecen sus antiguos camaradas que vienen a recibirle y a escuchar la historia que le llevó a escapar de España. Tras invitar a la cena al Comendador, se retiran y don Juan comienza a contar. La historia de don Juan comienza años antes en la Hostería del Laurel, en el momento en el que había acordado encontrarse con don Luis Mejía para comprobar quién de los dos había ganado la apuesta que habían hecho hacía un año. En ese plazo, ambos debían realizar el mayor número posible de fechorías para demostrar quién era el más rufián. Don Juan aparecía como claro ganador pero, no contento con ello, decidió subir su apuesta prometiendo conquistar a doña Ana Pantoja, prometida de don Luis, y a doña Inés, cuyo padre, don Gonzalo de Ulloa, escuchaba la conversación desde lejos buscando pruebas de la maldad de don Juan. Tras la conversación, esa misma noche, don Juan cumple su promesa de burlar a doña Ana y de raptar a doña Inés del convento con ayuda de su dama de compañía y de su criado. Tras llevar a la segunda a su casa del campo, le declara su amor y, de pronto, aparecen don Luis Mejía y el Comendador don Gonzalo, dispuestos a acabar con la vida de don Juan por las afrentas que les ha hecho. Obligado, don Juan acaba con la vida de ambos y se ve forzado a huir de España. El devenir de la obra nos devuelve al momento de la cena con sus colegas donde, tras contarle lo anterior, aparece la estatua de don Gonzalo, a quien había invitado a cenar. Este le advierte de su muerte y doña Inés, se aparece para pedirle que escuche las palabras de su padre. Pensando que es una broma de sus camaradas, termina batiéndose en duelo con ellos, y herido de muerte por uno de ellos, reaparece la estatua de don Gonzalo para llevarse el alma de don Juan a los infiernos. Pero, en el último instante, la sombra de doña Inés surge para salvar su alma tras haberse arrepentido, para, tras ello, morir aclamando a Dios.

El mensaje final de la obra no es ya el mismo que Tirso, allá por el s. XVII, había escogido para un momento en el que los valores contrarreformistas se encontraban en su momento más alto. Los nuevos valores románticos imperantes en la época en que Zorrilla escribió su don Juan impregnan ahora el sentido final de la obra, que, si bien mantiene el trasfondo religioso, rebosa ahora “misericordia de Dios y apoteosis de amor” 2. Trataremos a continuación de señalar los distintos elementos teatrales que intervienen en la representación de la obra para lograr ese sentido final del que hablamos. La luz, el vestido, las palabras… son muchos los elementos que entran en juego a la hora de que una representación logre generar en el espectador la idea y el sentimiento que se pretende, y eso es lo que ahora procuraremos atender. El texto teatral por sí mismo no es capaz de representar el conjunto semántico que se trata de mostrar, sino que necesita verse completado por otra serie de unidades que, en conjunto, conforman la totalidad de la representación. Insisto en esta idea para dejar claro que, aunque aquí intentaré diferenciar lo más posible cada uno de estos aparatos, todos ellos están íntimamente relacionados. El primer nivel de análisis lo ocupa el texto de la obra, no solo el texto en sí mismo, sino también el texto de las acotaciones. A través de las palabras, el autor lanza el mensaje, lo expresa, se lo comunica al espectador. El texto teatral nos permite alcanzar ciertas conclusiones principales sobre la estructura de la obra o sobre la importancia de los distintos personajes. Así, apoyándonos en el concepto de “escena”, que entendemos como “intervalo máximo de tiempo durante el que no se realizan cambios en el decorado y en la configuración de personajes”3, podemos identificar datos importantes sobre cómo se dispone la acción y sobre las distintas funciones de los personajes en la misma. Dado que aquí el espacio es limitado, no me es posible realizar un análisis exhaustivo de cada una de las escenas de la obra, pero sí que incluiré las conclusiones a las que he llegado tras haberlo realizado. En primer lugar, la estructura de la representación no sigue el habitual esquema de presentación, nudo y desenlace, sino que este diseño se desdibuja a través de dos recursos muy utilizados en la literatura, como son el de prolepsis y analepsis. Ambos recursos se combinan en las primeras escenas, de modo que, al iniciarse la acción con uno de los actos finales, se anticipan sucesos “que habrían de ocurrir con posterioridad a ese presente de la historia narrada”4, y, además, tiene lugar la “rememoración de acontecimientos pasados con relación al presente narrativo”4, de forma que ambos recursos crean un marco introductorio de la representación, con el que el espectador se sumerge de lleno en la historia y tiene un primer contacto con los personajes y el sentido de la acción.

En segundo lugar, de las treinta y siete escenas que componen la adaptación de la obra, solo en nueve de ellas no aparece la persona de don Juan, aunque sí se nombra, lo cual, junto a su continua caracterización, nos indica la importancia del personaje en la misma. Junto a este personaje protagonista, otros tres comparten una importancia principal en el desarrollo de la acción. La figura de doña Inés es primordial, pues sin ella no tendría sentido ni la acción ni el desenlace final. Su persona aparece en doce de las escenas, ya sea viva o en forma de estatua o sombra, y es nombrada en cinco más, además de aparecer como un personaje bastante caracterizado, aunque no al nivel del protagonista. Don Luis Mejía y el Comendador les siguen en importancia, aunque sus personajes carecen de caracterización, tan solo algunas pinceladas fundamentales para comprender su papel. La presencia de estos cuatro personajes en la obra es prácticamente constante, ya en forma física, ya fantasmal, ya nombrados por otros, lo cual es otro indicador de su importancia en el desarrollo de la acción. En tercer lugar, es de señalar la existencia de otros personajes secundarios que, a pesar de su escasa aparición y caracterización en el texto, son vitales en el desarrollo de los acontecimientos. Es el caso del criado de don Juan, Ciutti, que aparece en las escenas introductorias de los giros de la acción. Este personaje es quien introducirá a los cuatro personajes principales en distintas escenas y momentos (escena I, acto 2; escenas I, IV, VI, acto 5; escena I, acto 6), y el que dará pie a que la acción se desarrolle como lo hace en determinados instantes (escena IV, acto 3; escena IX, acto 5), lo cual lo convierte en un engranaje importante de la maquinaria teatral. Junto a él, Brígida, la dama de compañía de doña Inés, es otro personaje secundario pero de gran importancia, ya que sin ella no tendría lugar la conquista y posterior rapto de doña Inés. Ella es quien llena de insensateces la cabeza de la joven y quien ayuda a don Juan a infiltrarse en el convento. Su función en la obra es, pues, semejante a la de Ciutti, conformándose ambos como personajes principales para la resolución de la acción, aunque no como protagonistas de la misma. Por último, en este sentido de cosas, cabe decir que el proceso que se representa tiene un ritmo rápido en los primeros actos, para ralentizarse en los dos últimos, en los que recae todo el peso del drama. Los distintos personajes con sus funciones (en las que me centraré más adelante) son los que hacen posible esta evolución de los acontecimientos, que se ven precipitados ya desde el mismo comienzo de la representación.

El segundo nivel del análisis se centra en los signos no lingüísticos que complementan, como dijimos, al propio texto de la representación. Vestuario, iluminación, decorado… son elementos fundamentales en la configuración del mensaje, que se nos presentan a través de dos vías fundamentales: las acotaciones del texto, y mediante su visualización en la escena. Dado que en este caso nos centramos en el análisis de la representación más que en el del texto, atenderemos más a la segunda vía, aunque sin dejar por completo de lado a las acotaciones. El primer punto que trataremos es el de la entonación. Debido al carácter dramático – en el sentido de conmovedor y afectado- y dadas las características del movimiento que la vio nacer, esta obra necesita de una entonación viva y exagerada, y así sucede en la representación. En las breves acotaciones que acompañan a esta adaptación, pocas o ninguna están dedicadas a marcar el tono de las palabras. Sin embargo, el tono de los personajes ampara el carácter artificioso que la obra exige. Los monólogos y diálogos del protagonista, don Juan, están continuamente empapados de una entonación jactanciosa y alardeante a la vez que seductora. Estas características se mantienen en todo el texto de don Juan, si bien se modifican o intensifican en ciertos momentos. Así, por ejemplo, al recitar a doña Inés las famosísimas décimas que comienzan diciendo “No es cierto ángel de amor…” (Acto V, escena 3), la entonación del personaje se torna en tierna y apasionada, mientras que en las escenas en las que coincide con el personaje de don Luis Mejía (Acto II; Acto III, escena 4; Acto V, escenas 5, 6, 7 y 9) el tono alardeante y jactancioso se intensifica, volviéndose provocador y desafiante. Estos son ejemplos de cómo el tono acompaña a la caracterización del personaje y al momento de la acción en la que se encuentre, modificándose siempre en función de estos. Es por ello que el tono del personaje de don Juan varía a lo largo de la representación y difiere del de, por ejemplo, doña Inés, cuya entonación en la obra es siempre dulce y apacible, ya que su personaje y sus acciones así lo requieren. En segundo lugar, analizaremos la mímica y el gesto de los personajes. En este espacio del análisis, las acotaciones del texto nos resultan algo más útiles, ya que encontramos varias en las que se especifica el gesto que ha de hacer el personaje en la representación. Así, por ejemplo, en el Acto II tienen lugar las escenas con máscaras, de modo que encontramos acotaciones como “Se pone el antifaz y se sienta en una mesa apartada” (escena 2 hablando Gonzalo), o “Le arranca el antifaz” (escena 3 hablando don Juan).

Otros gestos habituales que nos marcan también las acotaciones del texto son los referidos a los encuentros entre personajes, ya sean encuentros de lucha o amorosos. De este modo, podemos encontrar gestos del tipo “Ana y Luis hablando en secreto” (Acto III, escena 3), “Luis desenvaina su espada. Ciutti entra y le sujeta por la espalda” (Acto III, escena 4), “Juan hace un gesto a Brígida para que les deje solos” (Acto V, escena 3), “Se besan” (Acto V, escena 3), “Se ciñe la espada y la pistola” (Acto V, escena 4), “Don Gonzalo comienza a sacar la espada, don Juan le da un tiro” (Acto V, escena 9)… Todas estas marcas gestuales son, junto con las marcas de movimiento que veremos a continuación, las que marcan la oscilación de la acción y sus personajes en el escenario, tal y como se puede comprobar al ver la dramatización del texto. Sin embargo, es necesario decir que existen gestos en la representación que no son expuestos a través de las acotaciones, y que ambientan la escena en la que tienen lugar, como por ejemplo el baile flamenco que interpretan las taberneras en el Acto II. En tercer lugar, examinaremos el ya anunciado movimiento. Al observar la ejecución de la obra, nos encontramos con un continuo ir y venir de personajes. Sin embargo, en esta adaptación se han reducido personajes con sus respectivas entradas y salidas, de modo que no resulta tan caótico el movimiento de la escena. Esto último beneficia a la obra, ya que mantiene la atención del público por la acción sin que resulte monótono y dosifica en gran medida el aluvión de personajes en escena de forma que el espectador no se siente perdido ni abrumado. En este caso, las acotaciones del texto dramático nos ayudan a situar las entradas y salidas en escena de los personajes. Los movimientos de los personajes siguen una lógica, de modo que sus apariciones y desapariciones están siempre justificadas dentro de los distintos ambientes, tanto exteriores como interiores. Uno de los actos en el que descubrimos un mayor movimiento de personajes es en el tercero. En este acto es donde se desarrolla el desencadenante de las acciones posteriores: en él, don Juan urde sus planes para ganar la doble apuesta con don Luis, para lo cual debe relacionarse con distintos personajes que le ayudarán en su empresa. El continuo movimiento de estos personajes en la escena, hace que la acción resulte más dinámica y evolucione más rápidamente, a diferencia de, por ejemplo, el Acto VII, donde las limitadas entradas de los personajes detienen la evolución de la acción dramática haciéndola más pesada y lenta.

En el cuarto punto, trataremos del maquillaje y del peinado de los personajes. Las acotaciones a este respecto son inexistentes en la adaptación que manejamos, sin embargo, al ver la ejecución de la obra, percibimos estos elementos rápidamente, y nos damos cuenta de las diferencias existentes entre unos y otros. Así, los personajes pertenecientes al estamento noble, como don Juan, don Luis Mejía o el Comendador don Gonzalo, aparecen siempre con su pelo y barbas bien arreglados, cuidados y limpios, a diferencia, por ejemplo, del escultor que aparece en el primer acto o de Ciutti, cuya apariencia es más desaliñada. Por su parte, las mujeres que aparecen, presentan distintas estéticas. Doña Inés, dado que se encuentra en un convento como novicia, aparece con el pelo cubierto por una toca blanca y sin maquillaje, y Brígida, su dama de compañía, aparece también con el pelo cubierto por una cofia. Doña Ana Pantoja aparece con el pelo descubierto, bien arreglado dado que ella es noble, y su criada, Lucía, aparece caracterizada de modo similar. Aunque en esta obra la aparición de fantasmas y estatuas que reviven es algo principal, para lograr la figuración de estos personajes no ha sido necesario emplear un maquillaje específico, sino que se ha hecho mediante otro tipo de recursos, tal y como veremos más adelante. En estrecha relación con el punto anterior, el quinto elemento a tener en cuenta es el vestuario. A través del vestido, no solo caracterizamos al personaje adscribiéndolo a uno u otro estamento, sino que también nos situamos en la época en la que la acción tiene lugar. De este modo, el vestir de los personajes nos traslada al s. XVI, una época en la que la vestimenta diferenciaba notablemente a ricos y a pobres. Así, don Juan, don Luis Mejía, Centellas y Avellaneda, aparecen con elegantes vestidos de ricos tejidos, como el terciopelo y la seda y, dada su condición de caballeros, acompañados siempre de la capa y la espada como sello distintivo. Hay, no obstante, una diferencia entre las ropas de los dos primeros y las de los dos segundos: el color. En don Juan y don Luis los vestidos son de colores oscuros y discretos, mientras que los de Centellas y Avellaneda muestran chillones colores naranjas y azules. Esto es un indicador de la importancia del personaje dentro de la acción, de modo que los de vestiduras más comedidas parecen tener un mayor rango de nobleza que los otros dos, resaltándose, de esta manera, su importancia.

El vestido del Comendador es más especial, pues su jerarquía así lo exige. Aunque la elegancia del traje y la riqueza de las telas es la misma que caracteriza a los anteriores, la hechura es diferente: el severo Comendador aparece vestido de negro riguroso, con una cruz roja, símbolo de cristiandad, bordada en el abrigo que porta. El sombrero –todos los personajes masculinos llevan uno- señala también las diferencias entre unos y otros: un sombrero de pluma para los caballeros, una boina ladeada para el Comendador, y un sombrero de piel más pobre para el criado, Ciutti, acorde con su vestido más sencillo y sin capa. El vestido de las mujeres es también revelador de ciertas características. Doña Inés, que como dijimos vive en un convento, aparece siempre con la toga blanca hasta los pies, y Brígida, la “moderna Celestina”5, aparece caracterizada como dama de compañía con los largos faldones blancos y azulados y la recatada camisa con la toquilla. Doña Ana, por su condición de noble, aparece con un hermoso y largo vestido blanco con detalles rojos y, su criada, Lucía, aparece con un largo camisón blanco, que apunta sin duda a la época a la que nos hemos referido. Vemos, pues, que, junto al maquillaje y el peinado, este conjunto de elementos sitúan al personaje en distintas posiciones sociales que explican el porqué de su papel en la representación. El sexto aspecto a analizar se refiere a la iluminación. Decíamos antes que los ambientes y caracterizaciones fantasmales se hacían por medio de mecanismos distintos al maquillaje o al vestuario, siendo aquí donde las luces cobran vital importancia. Pero antes de detenernos en este punto, hemos de señalar que la luz focaliza, a lo largo de las distintas escenas, la atención del espectador. Así, por ejemplo, al inicio del segundo acto, dado que la adaptación nos presenta la acción como un recuerdo del personaje protagonista, aparece este iluminado en una esquina del escenario mientras hace un breve monólogo introductor, manteniéndose el resto del escenario a oscuras para centrar la atención únicamente en la historia que nos narra don Juan. Lo mismo sucede en la conversación de los amantes don Luis y doña Ana, y en el encuentro privado en casa de don Juan entre este y doña Inés, cuando tienen lugar la famosa escena del sofá.

Pero la mayor importancia del aparato lumínico sucede al final, en los Actos VI y VII, cuando se presentan las escenas del más allá. En el Acto VI, durante la cena que don Juan celebra junto a sus amigos Centellas y Avellaneda, aparece el pétreo invitado anunciando su llegada con un juego de luces verdes en medio de la oscuridad – el verde señala aquí la venida de los muertos putrefactos y enojados que resurgen de sus tumbas para avisar al rufián-, hasta que únicamente queda iluminado el pedestal en el que aparece la figura de don Gonzalo y, después, de doña Inés. Al irse ella, la luz se estabiliza, señalando la calma y el regreso de los fantasmas a su lugar. El Acto VII posee una iluminación más compleja. Aparece el escenario con una luz roja y con don Juan hablando sin saber que ha muerto –el rojo aquí es símbolo de muerte, dando a entender que el don Juan que nos habla ya no está vivo-, y, cuando llama al Comendador, estalla una nueva combinación de luces ahora rojas y azules –que simbolizan la muerte y el más allá- que parpadean hasta finalizar en una ligera luz azul que ilumina la figura del Comendador venido de entre los muertos, mientras el resto del escenario permanece oscurecido. Esto se mantendrá hasta la aparición del espíritu de doña Inés, momento en el que poco a poco se oscurece la figura de don Gonzalo y se iluminan los amantes muertos que ascienden a los cielos. Las luces, pues, son vitales en la configuración de la atmósfera fantasmal, aunque necesitan de otro elemento para lograr este efecto, tal y como explicaremos en el punto último de esta enumeración. En séptimo lugar, nos encontramos con los accesorios. En esta dramatización, el accesorio es escaso aunque importante, pues es pieza fundamental en el desarrollo de la acción. Se trata de la carta que don Juan escribe a doña Inés declarando su amor, ya que es a través de ella –con ayuda, por supuesto, del personaje de Brígida- como se consolida el amor de doña Inés por don Juan y como se desencadena la muerte de don Gonzalo, que descubre mediante la carta las acciones de don Juan. Otros accesorios serían la llave de casa de doña Ana Pantoja, con la que don Juan completa una pa...


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