Antología del cuento centroamericano PDF

Title Antología del cuento centroamericano
Author Francisco Monzón
Course Literatura Salvadoreña
Institution Universidad de El Salvador
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es una antologia del cuento de varios autores centroamericanos...


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Antología del cuento centroamericano [La narrativa centroamericana] Sergio Ramírez

Las primeras manifestaciones del arte narrativo centroamericano, antes de lo que podría llamarse la época de creación individual y que no se da sino a partir del último tercio del siglo XIX, están constituidas por las crónicas sagradas y tradiciones orales de los pueblos aborígenes; por los textos de los cronistas durante la conquista española; y por las expresiones literarias de una cultura ya mestiza que se manifiesta durante la colonia1.

Narrativa indígena La más deslumbrante de las crónicas indígenas es el Popol Vuh2, o antiguas historias del quiché, compuestas por el pueblo tolteca que entre los siglos X y XI y en el ocaso de su civilización, abandonó la ciudad de Tula en México y en un éxodo al que las crónicas dan acentos bíblicos, llegó a Guatemala3 para fundar Gumarcaaj, dominando a las tribus de la raza maya quiché que ya habitaban la región. A pesar de esta preponderancia ejercida política, económica y culturalmente, los toltecas adoptaron la lengua quiché, y a través de ella el Popol Vuh se transmitió durante siglos, como eje de una tradición oral que no se recogió en forma escrita sino por primera vez en 1544. La primera traducción al castellano data de 1688, y fue realizada por Fray Francisco Ximénez, cura párroco de Chichicastenango. Estas crónicas religioso-literarias que fueron concebidas en dos partes, una mitológica y otra que narra hechos históricos -aunque tal diferencia casi no prevalece pues todo el texto se envuelve en el aura de la mítica- narran la génesis, éxodo y heroísmos de los toltecas, en cuyas líneas se escuchan los ecos del antiguo testamento, en una cadencia que les fue entretejida, a través de las versiones y deformaciones de la época colonial4. El Memorial de Sololá o anales de los cachiqueles, narra la historia del pueblo cachiquel, asentado también en las regiones occidentales de Guatemala, desde sus orígenes hasta lo que se da en llamar la edad heroica, o sea aquella de su lucha contra los españoles en el siglo XVI; el Memorial fue creado en su versión definitiva, posiblemente en el siglo XVII5. Los Títulos de los Señores de Totonicapán, otra serie de crónicas que se conoce a partir del año 1554, y traducida al español en 1884, constituye el tercero de los libros sagrados de Guatemala y habla también del éxodo de los toltecas6. Estos libros, de carácter eminentemente sagrado, desarrollan una temática narrativa en la que se cuentan sucesos terrenos y fantásticos, y son también poéticos; unidad indisoluble artísticoreligiosa que se da en todas las literaturas primitivas, como en las otras manifestaciones del arte, música, pintura, danza7. Los seres anónimos que durante siglos fueron acumulando en estas

páginas sus fantasías, sus recuerdos, sus tradiciones, lo hicieron animados más de propósitos mágicos que estéticos, para explicarse en una cosmogonía ritual a sus dioses, que encarnaban también en hombres y tenían parentela humana. El mismo pueblo tolteca, que dejó Tula por un sino misterioso y terrible, siguió más allá de Guatemala en su éxodo, y difundió su cultura por el istmo centroamericano, propagando la lengua nahualt, una de las más hermosas de la cultura prehispánica; su caminata y asentamiento en distintas regiones duró cinco siglos, en el curso de los cuales se fusionaron con otros grupos étnicos, algunos de los cuáles habían también bajado de México tiempos atrás, mientras otros ascendieron del sur, como los chibchas. Fue en la cuenca de los lagos en el centro del istmo, que esta fusión multiétnica se produjo8, poco tiempo antes de iniciarse la conquista española; toltecas, maribios, chibchas y chorotegas, se encontraron para siempre y dejaron la última de las culturas aborígenes de carácter híbrido, desvastada después por la conquista. Sus legados literarios fueron una narrativa y una poesía ambas de carácter primitivo oral, que no aparecen organizadas en libros sagrados y que por sobre su dispersión inicial sufrieron una lenta decantación a medida que los grupos indígenas iban siendo diezmados y dispersados9.

Crónicas y relaciones de la conquista Durante la conquista española, el único arte narrativo que tuvo vigencia fue el de las relaciones y las cartas de los cronistas, principalmente de aquellos que sin apegarse a intereses meramente históricos, dan una fresca visión de las cosas y muy viva además, como en el caso de Bernal Díaz del Castillo, (1492-1581), que ya en su ancianidad, retirado en Antigua Guatemala, escribió con prodigiosa memoria los sucesos que presenció como soldado, en la conquista de México y pacificación de Centroamérica; hombre sencillo, sin pretensiones de gloria y por lo tanto sin interés de mentir, Bernal narra con sentido profundamente humano, desde las agotadoras marchas en medio de los rigores de los climas tropicales, hasta las fabulosas batallas en que el apóstol Santiago, espada en mano descendía de los cielos para auxiliar a los conquistadores, batiendo indios. La Verdadera Relación de la Conquista10, ofrece así en su encadenamiento de hechos revelados limpiamente por un ojo ¿por qué no inocente?, una muestra de verdadero arte narrativo y donde la verdad de lo que acontece, horror, miseria, crueldad, soledad, ambición, sustituye a lo que pudo haber creado la imaginación11.' Unas páginas de Gonzalo Fernández de Oviedo (1478-1557) como aquellas en que se narra El caso peligroso e experimentador de la grandísima habilidad que tuvo un vecino de la ciudad de Panamá en nadar, que como señala Rodrigo Miró12, reúnen las condiciones de un verdadero cuento, u otras del mismo Oviedo en que se recogen hechos y tradiciones, vistas por él las primeras o tomadas de la boca de los naturales las segundas, bastarían para darnos la prueba de que entre las páginas en que se deja memoria de nombres, lugares y batallas, aflora la fantasía y el encanto de la narración. Y de la misma manera que para los indígenas esta época de sangre y guerra se registra como heroica, la prosa de Bernal habla con caracteres épicos, y es épica la guerra de conquista, con lo que sus testimonios, cruentos y luminosos son además ejemplos de la mejor literatura.

La colonia El signo cultural de la época colonial, hasta antes de la independencia de Centroamérica, es el religioso; de una concepción del mundo ligada directamente a criterios rígidos y obscuros, que afirmaba a Aristóteles en pleno siglo XVIII y negaba por lo tanto a las corrientes racionalistas que trataban de liberalizar la cultura, abriéndola a todas las fuentes como proceso necesario de obtención de la verdad, surgió, más que el florecimiento de una literatura rica, todo un proceso de aniquilamiento cuya ejecución fue puesta en manos de instituciones burocráticas, como la Santa Inquisición. Desde comienzos del siglo XVI, la corona española dispuso prohibir la circulación de libros en el reino de Guatemala, y la persecución se enderezaba precisamente contra los libros de ficción, principalmente las novelas... «libros de romances, de materias profanas a fábulas,... ansí como libros de Amadís y otros de esta calidad de mentirosas historias...» 13 Así, entre los libros sobre ideología política liberal, que se contaban entre los más temibles, los santos varones encargados de la hoguera, requisaban ejemplares de las Cartas de Abelardo y Eloísa; de Pablo y Virginia del Abate de Saint Pierre; las Noches Lúgubres de Cadalso; e innumerables tomos de D. Quijote de la Mancha14 Con esta guerra abierta a la imaginación, la literatura narrativa podía desarrollarse bien poco, si enemigos jurados de la fe eran nada menos que los Amadises y los Belianices, en cuyas aventuras y correrías se funda la novela como género, y toma sus elementos de épica y romance, que le fueron tan propios. Teniendo así a la narración como cosa maldita, se prohijaba la poesía religiosa, por su don de comunicación lírica con Dios y no la novela o las historias, en que se refieren cosas terrenas, las más de las veces conteniendo asuntos propios del demonio y no del cielo 15. La oportunidad de crear, dentro de un fenómeno cultural de importancia, una literatura válida, al tiempo que se daban también las primeras junturas del mestizaje, se perdió. La tradición literaria de la colonia consiste únicamente de narraciones orales de clara ascendencia indígena 16, cuentos de camino en los que aparecen como personajes los animales, de cuyas vivezas, marrullerías y astucias, surge toda una didáctica popular; las pasiones y debilidades del hombre se recrean bajo la piel de inocentes conejos o de fieros tigres, en un mundo inocente pero infinitamente vivo de huertos y atajos; cuentos de camino, porque el narrador lleva en sus caites el polvo de los senderos eternamente recorridos por la moraleja rural. Este mundo anónimo y antropozoológico, se constituye como espejo de esa sociedad rural de la colonia que desemboca con sus mismas características en el siglo XIX republicano17. Los cuentos de camino llegan a ser una de las venas más ricas de la narración centroamericana, y sobreviven con su carácter oral incluso durante el siglo XX; de allí han sido tomadas por escritores contemporáneos, que recreándolas han tratado de evitar que sean borradas en el tiempo18. Los otros géneros literarios que se dan en la colonia, son una poesía callejera, de origen peninsular, principalmente romances, cuyos temas se trasladan íntegros de España a la región, y se asimilan

rápidamente; y un teatro popular barroco que toma elementos de ambas culturas y muestra ya los signos del mestizaje.

Las primeras creaciones individuales Puede decirse entonces que entre la excelente tradición literaria de la cultura maya quiché, principalmente referida a sus libros sagrados y las primeras obras narrativas del siglo XIX, se abre un abismo, el de la conquista y dominación española. Sería quizá por eso que una vez desaparecida la inquisición y erigido el régimen republicano, los escritores que hicieron sus primeros tanteos en la novela y en el cuento, traten desesperadamente de cubrir esa laguna, escribiendo obras de ficción histórica sobre la época colonial; es un campo amplio y propicio, tanto por ser inexplorado como porque se aviene a las influencias literarias europeas. Nuestros primeros escritores se identifican pues, como tales, en el último tercio del siglo XIX, ya dejado atrás ese mundo común y anónimo de la creación popular, que arrastra durante más de tres siglos una cultura dispersa pero de un gran aliento. El primer novelista centroamericano es Antonio José de Irrisori (1786-1868) que escribió en 1847 El Cristiano Errante, una novela picaresca, autobiográfica y costumbrista. Este libro cumple el mismo papel inaugural de El Periquillo Sarniento, que apareció en México en 1816, escrito por Lizardi y es la primera novela latinoamericana que se conoce; el carácter de El Cristiano Errante, es pues meramente histórico. Irrisari fue un rico criollo guatemalteco que tuvo la oportunidad de formarse dentro de la tónica enciclopedista; tuvo una vida de aventuras políticas, que lo llevaron a ocupar efímeramente la presidencia de Chile y a ser acusado después por desfalco al estado, cuando cumplía misiones diplomáticas en Londres. Su segunda novela Historia del Perínclito Epaminondas del Cauca, aparecida en 1863, sigue en la misma línea picaresca del primero y va a las fuentes de la novela española del siglo de oro, recreando en sus personajes americanos al Lazarillo de Tormes y a Don Pablos, el Buscón de Quevedo. Quien realmente inicia el género con mejor propiedad y más enterado del buen uso de los instrumentos de su oficio, es Don José Milla (1822-1882), nacido también en Guatemala19. Milla representa en Centroamérica lo que la narración fue para el resto del continente en la misma época: una serie de cúmulos y vacíos literarios. Frente al abismo anterior, al abrirse el género ya avanzado del siglo XIX, las influencias europeas se muestran de manera anárquica, o se sobreponen y contraponen, o aparecen en un orden cronológicamente inverso. En Milla, que lleva sus primeros libros al escenario colonial, es posible encontrar desde las influencias de la novela romántica, que desciende hasta su forma más popular, el folletín; a la novela propiamente histórica, para hacer surgir de esas aguas estancadas el realismo, que cobra ya vida independiente. Esa anarquía de la aparición de las modas europeas, nos dio los legados románticos de Chateubriand (Atala y Rene) Bernardine de Saint Pierre (Pablo y Virginia); Sthendal (Rojo y

Negro), que en América dieron María de Jorge Isaac, por ejemplo, con sus estereotipadas parejas de amantes desgraciados y que degeneraron más tarde en el truculento género del folletín por entregas, un ejemplo del cual es Aves sin nido , de la peruana Clorinda Manto de Amarat ; junto con las influencias de la novela histórica a lo Sir Walter Scot, Manzoni y Alejandro Dumas, que en Milla resultan en libros de romanticismo aventurero, en los ambientes lúgubres de la colonia. En sus primeras tres novelas Milla se atiene más al rigor histórico20, para hacer congruentes las situaciones narradas con los hechos reales (La Hija del Adelantado, 1866); (Los Nazarenos, 1867); (El Visitador); pero después deja más campo a la fantasía (Historia de un Pepe, 1882); (Memorias de un abogado, 1876); para llegar por último a la crítica de la sociedad al estilo realista (El Esclavo de don Dinero, 1881) terminando con un libro que sin ser propiamente novela, crea un personaje tipo, el Juan Chapín (Un viaje al otro mundo pasando por otras partes, 1875). En todos ellos domina el estilo del folletín romántico, y una superficialidad sostenida, que las acerca más a la historieta que a verdaderas obras de profundidad creadora. Tampoco puede afirmarse que se trate de novelas concebidas como tales; son episodios encadenados que se narran con el propósito de crear un suspense al final de cada entrega; tienen toda la gama de hijos expósitos, amores libertinos, amantes emparedados, asesinos silenciosos, baúles de doble fondo, pistolas que se descargan por medio de mecanismos diabólicos, romances desdichados que terminan en el manicomio o en el convento, personajes cuya identidad no se descubre sino en la última entrega (como en los comics strips contemporáneos, o en las policíacas de Aghata Christie); héroes y villanos perfectamente diferenciados (los héroes de frente despejada y los villanos de capa negra); envenenamientos con láudano y ácido. Todas estas atrocidades románticas llevan también un entrometimiento feroz del autor con la suerte de sus personajes, para compadecerlos, perdonarlos o alentarlos, como todo Dios bueno; y conversaciones con el lector, sobre el próximo paso con respecto a la trama. El principal mérito del folletín está sin duda en su irrestricto carácter novelesco, sin que la imaginación se sujete a ninguna norma de congruencia; son tramas aventureras, sin propósitos moralizantes. De esta libertad surge su carácter romántico (roman=novela) y lo que con el mismo carácter la épica da a los libros de caballería, aquí la truculencia sentimental lo da a los folletines por entrega. Las mismas tendencias fuera de orden cronológico siguen mezclándose en la obra de los autores que sucedieron a Milla, siempre en Guatemala; sólo que ahora a estas influencias se suman las de Benito Pérez Galdós, Julio Verne, José M.ª de Pereda. Fernando Pineda escribe Memorias de un Amigo (1867); José A. Beteta, Edmundo (1890), Felipe de Jesús (1892), María, Historia de una Mártir (1894). Con Francisco Lainfiesta se deja un poco el camino trillado, al concebir con A Vista de Pájaro (1879) un personaje que se convierte en zopilote para avizorar el pasado y el futuro21. Del folletín histórico-romántico, que es la primera manifestación formal de la narración en Centroamérica (principalmente en la novela, pues el cuento es un género casi inexistente) se comienzan a desmembrar dos tendencias que originadas al concluir el siglo XIX, han logrado supervivencia hasta la fecha: el realismo, que desemboca en los cuadros de costumbre y de allí en

el regionalismo; y el naturalismo, que desemboca en los cuadros desgarrados de la miseria y de allí en la narrativa social. La introducción del elemento realista-naturalista (dos caras de una misma moneda, si se quiere) es lo que da ya un carácter firme a la narrativa centroamericana y crea sus bases; aunque también su legado se manifiesta tardíamente, es sólo a través de ellos que la creación individual adquiere relieves válidos. Ellos dos son los signos más importantes de nuestra literatura narrativa, y coinciden también con su expansión fuera de los límites de Guatemala hacia el resto de la región, pues en ningún otro de los países centroamericanos se escribieron narraciones históricorománticas; y ambos, después de encontrarse y confundirse, traspasan la leve línea del modernismo en prosa y dominan los primeros cincuenta años de nuestro siglo XX.

El realismo costumbrista Mejor que a ningún otro país centroamericano, el realismo costumbrista se amoldó al carácter de la sociedad pastoril y agrícola costarricense de fines del siglo XIX, formada por inmigrantes europeos y de escasa tradición cultural; allí se dio un amanerado costumbrismo bucólico, inofensivo si se quiere, que se expresó incluso en versos, con Las Concherías de Aquileo J. Echeverría (1866-1909) aún memorables en el país, y quien como admirador del Darío de Azul, escribió Crónicas y Cuentos Míos. Esa cultura rural, ascética y victoriana, produjo a un valioso narrador -el primer cuentista en forma que se dio en Centroamérica- y con el cual las líneas de fundación del cuento como género literario pueden comenzar a trazarse -Manuel González Zeledón, Magón (1864-1936). Magón se ejercita en sus primeros trabajos, dentro de la línea claramente definida de los cuadros de costumbre, y es quizá en ellos donde logra su mayor frescura y lenguaje más ágil; su producción es numerosa y va más allá de lo que para el realismo costumbrista fue su época de vigencia, pues lo encontramos retejiendo sus mismos temas aún poco antes de su muerte, en 1936. Como autor culto, Magón lleva en sus aguas esos vicios del paternalismo literario que tanto daño causaron después a nuestra narrativa, de los que se hablará adelante. Dentro de la línea del realismo están también en Costa Rica Carlos Gagini (1865-1925) que publicó en 1898 Chamarasca y en 1918 Cuentos Grises, ejemplo clásico del escritor de gabinete, pues los campesinos de sus cuentos celebran sus fiestas con el mejor champagne; y Ricardo Fernández Guardia (1867-1950) cuyos relatos están situados entre el modernismo y el realismo (Hojarasca, 1894; Cuentos Ticos, 1901; La Miniatura, 1920). Sus criterios esteticistas y apegados al rigor del idioma, expuestos en una polémica que sobre el apropiado uso del lenguaje no culto (popular) como medio de expresión literaria sostuvo con otros escritores en los diarios josefinos, es decir, purismo contra localismo, se revelan también en su obra, limitada en el vuelo de su imaginación por una camisa de fuerza de palabras escogidas y correctas. En aquella polémica, en la que participaron también el guatemalteco Máximo Soto Hall y el hondureño Juan Ramón Molina, se aspiraba a definir si el lector debía enfrentarse con un campesino de habla propia, o si quedaba a cargo del autor hacerle la gracia de traducir la expresión vernácula 22.

En el resto de Centroamérica, hay costumbristas decimonónicos en El Salvador: Salvador J. Carazo (1850-1910); José María Peralta Lagos (1873-1944) autor de Brochazos (1925), y La Muerte de la Tórtola (1932); Francisco Herrera Velado (1876-1960), autor de Agua de Coco (1926); Alberto Rivas Bonilla (1891 . . . ) autor de Me Monto en un Potro (1943), los escritos de todos ellos matizados de humor provinciano, pinturas sencillas de gentes y paisajes. Por supuesto que la orientación realista de estos cuentistas está determinada en ellos, por la temática elegida con rezago de muchísimos años (y que tampoco correspondía ya a una realidad social) y no por la fecha de la publicación de sus escritos, que es evidentemente tardía. Apartándose un tanto de este marco y tratando de hacer una literatura más creativa, están Arturo Ambrogi (1875-1936) también de El Salvador, autor de entre otros El Li...


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