CAT Person, de Kristen Roupenian PDF

Title CAT Person, de Kristen Roupenian
Author Nata Perrone
Course Escrituras creativas
Institution Universidad ORT Uruguay
Pages 15
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Summary

Lectura del libro CAT person de Kristen...


Description

CAT PERSON THE NEW YORKER Ficción - 11 de diciembre de 2017 Por Kristen Roupenian https://www.newyorker.com/magazine/2017/12/11/cat-person Margot conoció a Robert una noche de miércoles hacia el final del semestre de otoño. Estaba trabajando detrás del mostrador de ventas del cine de arte del centro de la ciudad cuando él se acercó y compró unas palomitas grandes y una caja de regaliz rojo. “Una… elección interesante,” dijo ella. “No recuerdo haber vendido una sola caja de regaliz rojo antes.” Flirtear con los clientes era un hábito que había adquirido cuando trabajaba como barista, le ayudaba con las propinas. No recibía propinas en el cine, pero de otro modo el trabajo era aburrido, y pensaba que Robert era guapo. No tan guapo como para que lo llevara, digamos, a una fiesta, pero lo suficiente como para tener un crush con él si se hubiera sentado frente a ella en una clase aburrida —estaba bastante segura, sin embargo, de que él no era un universitario, debía tener veinticinco, al menos. Era alto, lo que a ella le gustaba, y se podía ver el borde de un tatuaje asomándose bajo la manga enrollada de su camisa. Aunque quizás era demasiado serio, con su barba un poco demasiado larga, y sus hombros echados ligeramente hacia adelante, como si estuviera protegiendo algo. Robert no pescó el flirteo. O si se dio cuenta sólo lo demostró dando un paso hacia atrás, como para hacer que ella se inclinara más hacia él, que se esforzara un poco más. “Bueno,” dijo. “O. K., supongo.” Y se guardó el cambio en el bolsillo. Pero la siguiente semana volvió a la sala de cine y compró otra caja de regaliz rojo. “Estás mejorando en tu trabajo,” le dijo. “Te las ingeniaste para no burlarte de mi esta vez.” Ella se encogió de hombros. “Supongo que estoy lista para un ascenso", dijo. Después de la película, regresó con ella. “Chica del mostrador, dame tu número de teléfono", le dijo, y ella, sorprendiéndose a sí misma, lo hizo. *** Después de la pequeña conversación sobre el regaliz rojo, y durante las semanas siguientes construyeron un elaborado andamiaje de chistes locales por mensajes de texto; riffs que se desarrollaban y cambiaban tan rápido que a ella le costaba trabajo a veces mantener el ritmo. Él era bastante inteligente, y ella descubrió que no era fácil impresionarlo. Pronto comenzó a notar que cuando ella le enviaba un mensaje, él generalmente respondía de inmediato, pero si ella tardaba más de un par de horas en responder, el siguiente mensaje de él era siempre breve y no incluía una pregunta, así

que dependía de ella reiniciar la conversación, lo que ella siempre hizo. Algunas veces llegó a distraerse por un día o más y se preguntaba si la plática moriría por completo, pero pensaba después en algo gracioso que decirle o veía una imagen en internet que era relevante para la conversación y comenzaban de nuevo. Ella todavía no sabía mucho sobre él porque nunca hablaban de nada personal, pero cuando lograban hilar dos o tres bromas buenas una tras otra sentía una especie de euforia, como si estuvieran bailando. Entonces, una noche, durante el periodo anterior a los exámenes, mientras ella se quejaba de que todos los comedores estaban cerrados y de que no había comida en su habitación porque su roomie había acabado con su provisión de alimentos, él se ofreció a comprarle regaliz rojo para que sobreviviera. Al principio ella lo evitó con otra broma, porque realmente tenía que estudiar, pero él le dijo: “No, es en serio, no digas tonterías y ven, ya,” así que ella se puso una chaqueta sobre la pijama y se encontró con él en el 7-Eleven. Eran como las once de la noche. Él la saludó sin ceremonias, como si la viera todos los días, y la llevó adentro para escoger bocadillos. La tienda no tenía regaliz rojo así que le compró una Coca-Cola sabor cereza, una bolsa de Doritos y un encendedor muy innovador con la forma de una rana que llevaba un cigarrillo en la boca. "Gracias por mis regalos," dijo, cuando estuvieron afuera de nuevo. Robert llevaba un sombrero de piel de conejo que le cubría las orejas y una chaqueta gruesa y anticuada. Ella pensó que era un buen atuendo para él, quizás un poco tonto; el sombrero había aumentado su aura de leñador, y el pesado abrigo ocultaba su vientre y la caída ligeramente triste de sus hombros. “De nada, chica del mostrador”, dijo, aunque, por supuesto ya sabía su nombre para entonces. Ella pensó que iba a besarla y se preparó para agacharse y ofrecerle la mejilla, pero en vez de besarla en la boca la tomó del brazo y la besó suavemente en la frente, como si fuera algo precioso. “Estudia mucho, cariño,” dijo. “Te veré pronto.” En el camino de vuelta a su dormitorio ella se llenó de una ligereza chispeante que reconoció como la señal de un crush incipiente. Mientras estuvo en casa durante las vacaciones se mensajearon casi sin parar, no sólo bromas, sino también pequeñas actualizaciones sobre sus respectivos días. Empezaron a decirse buenos días y buenas noches, y cuando ella le hizo una pregunta y él no respondió de inmediato sintió una punzada de ansiedad nerviosa. Se enteró de que Robert tenía dos gatos, llamados Mu y Yan, y juntos inventaron un complicado escenario en el que su gato de la infancia, Pita, le enviaba textos coquetos a Yan, pero siempre que Pita hablaba con Mu era formal y fría, porque sentía celos de la relación de Mu con Yan. “¿Por qué te la pasas mandado mensajitos todo el tiempo?” le preguntó su padrastro en la cena. “¿Estás viéndote con alguien?" "Sí", contestó Margot. "Su nombre es Robert, y lo conocí en el cine. Estamos enamorados, y probablemente nos vamos a casar". "Hmm", dijo su padrastro. "Dile que lo vamos a interrogar“.

"Mis papás me están preguntando por ti", le escribió Margot, y Robert le contestó con un emoji de cara sonriente con ojos de corazón. *** Cuando Margot regresó al campus, estaba ansiosa por ver a Robert otra vez, pero eso resultó ser sorprendentemente difícil de concretar. "Lo siento, semana ocupada en el trabajo", respondió él. "Prometo q t veré pronto". A Margot no le gustó esto; parecía como si la dinámica estuviera ahora en contra de ella. Cuando finalmente él le pidió que fueran a ver una película, ella accedió de inmediato. Pasaban una película que él quería ver en el cine donde ella trabajaba, pero Margot sugirió que mejor la vieran en el gran multicinema justo afuera de la ciudad; los estudiantes no iban allí muy a menudo, porque para llegar había que conducir. Robert pasó a recogerla en un Civic blanco fangoso con envolturas de caramelos saliendo de los portavasos. En el camino, él estaba más silencioso de lo que ella había esperado, y no la miró mucho. Antes de que hubieran transcurrido cinco minutos, se sintió tremendamente incómoda y, cuando llegaron a la autopista, se le ocurrió que él podría llevarla a algún lugar, violarla y asesinarla; después de todo, ella apenas sabía algo sobre él. Justo cuando ella pensó esto, él le dijo: "No te preocupes, no te voy a asesinar", y ella se preguntó si la incomodidad que se sentía en el coche era su culpa por estar asustada y nerviosa, como esas chicas que imaginan que van a ser asesinadas cada vez que van a una cita. "Está bien —puedes asesinarme si quieres", dijo, y él se rió y le dio unas palmaditas en la rodilla. Pero permaneció desconcertantemente callado, y todos los efervescentes intentos que ella hizo por mantener la conversación fueron inútiles. En el cine, Robert le hizo una broma al cajero del mostrador sobre regaliz rojo, que se desplomó de una manera que avergonzó a todos los involucrados, sobre todo a Margot. Durante la película, él no la tomó de la mano ni la rodeó con el brazo, de modo que cuando regresaron al estacionamiento ella estaba bastante segura de que ya no le gustaba. Ella llevaba leggings y una sudadera, y ese podría haber sido el problema. Cuando ella se subió al automóvil, él había dicho: "Me alegra ver que te arreglaste para mí“, lo que había supuesto que era una broma; pero tal vez ella realmente lo había ofendido al hacer parecer que no había tomado la cita lo suficientemente en serio, o algo así. Él llevaba unos caqui y una camisa con botones. “Y, ¿quieres que vayamos a tomar algo?" preguntó él cuando volvieron al automóvil, como si ser cortés fuera una obligación que se le había impuesto. A Margot le parecía obvio que él esperaba que ella dijera que no y que, cuando lo hiciera, dejarían de hablar. Eso la entristeció, no tanto porque quería seguir pasando tiempo con él, sino porque había tenido tantas expectativas durante las vacaciones, que no le parecía justo que las cosas se hubieran desmoronado tan rápido.

"Podríamos ir a tomar algo, ¿supongo?", dijo ella. “Si quieres,” dijo él. "Si quieres" fue una respuesta tan desagradable que ella se sentó silenciosamente en el coche hasta que él le dio un golpecillo en la pierna y le dijo, “¿De qué estás enojada?” “No estoy enojada,” respondió ella. “Sólo estoy un poco cansada.” “Te puedo llevar a tu casa.” "No, podría tomar algo después de esa película". Aunque la habían pasado en el cine comercial, la película que él había elegido era un drama muy deprimente sobre el Holocausto, tan inapropiado para una primera cita que cuando él la sugirió ella le dijo, "Lol! es en serio??“, y él respondió con una broma acerca de cómo lamentaba haber juzgado mal su gusto y que si prefería podía llevarla a ver una comedia romántica. Pero ahora, una vez que ella hubo dicho eso acerca de la película, él se estremeció un poco y a ella se le ocurrió una interpretación totalmente diferente de los acontecimientos de la noche. Se preguntó si tal vez él había estado tratando de impresionarla sugiriendo la película sobre el Holocausto, porque era incapaz de entender que una película sobre el Holocausto era un tipo equivocado de película "seria" para impresionar a la persona que trabajaba en un cine de arte, el tipo de persona que probablemente él asumió que ella era. Tal vez, pensó ella, su mensaje de texto, el "Lol! es en serio??" lo había lastimado, lo había intimidado y lo hacía sentir incómodo de estar cerca de ella. La idea de esta posible vulnerabilidad la conmovió y en ese momento se sintió más ternura por él que en toda la noche. Cuando él le preguntó a dónde quería ir a tomar algo, ella propuso el lugar donde solía pasar el rato, pero él hizo una mueca y dijo que estaba en el ghetto de los estudiantes y que la llevaría a un lugar mejor. Fueron a un bar en el que ella nunca había estado, un tipo de lugar underground clandestino, sin ningún anuncio que señalara su presencia. Había fila para entrar y, mientras esperaban, ella se inquietó tratando de encontrar la forma de decirle lo que necesitaba decirle, pero no pudo, así que cuando el cadenero pidió ver su identificación ella simplemente se la entregó. El cadenero apenas la miró; sólo sonrió y dijo, “Ajá, no", y la hizo a un lado, mientras señalaba hacia el siguiente grupo de personas en la fila. Robert se había adelantado, sin darse cuenta de lo que estaba sucediendo a sus espaldas. "Robert", dijo ella en voz baja. Pero él no volteó. Finalmente, alguien de la fila que había prestado atención a lo que sucedía lo golpeó en el hombro y la señaló, abandonada en la banqueta. Ella permaneció de pie, avergonzada, mientras él volvía a ella. "¡Lo siento!", dijo ella. "Esto es tan embarazoso." “¿Cuántos años tienes?” le preguntó él en tono autoritario. “Veinte,” contestó ella.

“Hummm,” dijo él. “Pensé que habías dicho que eras mayor.” "¡Te dije que era una estudiante de segundo año!", respondió ella. Estar parada afuera del bar, tras haber sido rechazada frente a todos era lo suficientemente humillante, y ahora Robert la miraba como si hubiera hecho algo mal. “Pero hiciste esa cosa —¿cómo la llamas? Ese año sabático,” objetó él, como si esta fuera una discusión que pudiera ganar. "No sé qué decirte", dijo ella sin poder hacer nada. "Tengo veinte." Y entonces, absurdamente, comenzó a sentir que las lágrimas picaban sus ojos, porque de alguna manera todo había sido arruinado y no podía entender por qué todo era tan difícil. Pero, cuando Robert vio su rostro contraerse, sucedió una especie de magia. Toda la tensión desapareció de su cuerpo; se enderezó y envolvió sus brazos de oso alrededor de ella. “Ay, cariño", dijo. “Nena, está bien, no pasa nada. Por favor, no te sientas mal.” Ella se dejó caer sobre él, y la invadió la misma sensación que había tenido afuera del 7Eleven: que era una cosa delicada y preciosa que él temía romper. Él le besó la parte superior de la cabeza, y ella se rió y se enjugó las lágrimas. "No puedo creer que estoy llorando porque no entré en un bar", dijo. "Debes pensar que soy tan idiota." Pero ella sabía que él no pensaba eso por la forma en que la miraba; en sus ojos podía ver lo linda que se veía, sonriendo a través de sus lágrimas bajo el brillo polvoso del alumbrado público, con algunos copos de nieve cayendo. Entonces él la beso en los labios, en serio; se acercó ella con una especie de balanceo y prácticamente vertió su lengua por su garganta. Fue un beso malísimo, terriblemente malo; Margot no podía creer que un hombre adulto pudiera ser tan malo para besar. Parecía algo horrible, pero de alguna manera también sentía ternura por él otra vez, la sensación de que a pesar de que él era mayor que ella, ella sabía algo que él no. Cuando dejó de besarla, la tomó de la mano con firmeza y la llevó a un bar diferente, donde había mesas de billar, máquinas de pinball y aserrín en el suelo y nadie revisaba identificaciones en la puerta. En uno de los gabinetes vio al estudiante de posgrado que había sido el adjunto de inglés de su primer año. “¿Te traigo vodka con soda?”, preguntó Robert, lo que ella supuso era una broma sobre el tipo de bebida que le gustaba a las universitarias, aunque nunca había tomado vodka con soda. De hecho, la hacía sentir nerviosa el tener que decidir qué pedir; en los lugares a los que iba, sólo revisaban credenciales en el bar, por lo que los chicos que tenían veintiún años o tenían buenas identificaciones falsas usualmente traían jarras de P. B. R. o Bud Light para compartir con los demás. No estaba segura de que esas fueran marcas de las que Robert no se burlaría, así que, en lugar de especificar, dijo: “Sólo tomaré una cerveza". Con las bebidas frente a él y el beso detrás, y tal vez también porque ella había llorado, Robert se relajó mucho más, volvió a ser la persona ingeniosa que ella conocía por los mensajes. Mientras hablaban, ella estaba cada vez más segura de que lo que había interpretado como enojo o insatisfacción en su contra había sido, en realidad, nerviosismo, el temor de que ella no estuviera pasándola bien. Él mencionaba una y otra

vez el rechazo inicial de ella por la película y hacía bromas aligerándolo, mientras la miraba de cerca para ver cómo respondía. Se burló de ella por su buen gusto, y dijo que era muy difícil impresionarla por todas las clases de cine que había tomado, a pesar de que sabía que sólo había tomado un curso de verano sobre películas. Bromeó sobre cómo ella y los otros empleados del cine de arte probablemente se sentaban y se burlaban de las personas que iban al cine comercial, donde ni siquiera servían vino, y en donde algunas de las películas eran en IMAX 3-D. Margot se rió con las bromas que él hacía a costa de esta versión imaginaria suya, aunque nada de lo que él dijo era realmente justo, ya que en realidad había sido ella quien había sugerido que vieran la película en el Quality 16. Aunque ahora se dio cuenta de que tal vez eso también había herido los sentimientos de Robert. Pensó que estaba claro que no había querido ir a una cita al lugar donde trabajaba, pero tal vez él lo había tomado más personal; tal vez había sospechado que ella se sentiría avergonzada de ser vista con él. Estaba empezando a pensar que lo entendía, cuán sensible era, cuán fácilmente podía herirlo, y eso la hacía sentir más cerca de él, y también poderosa, porque ya que sabía cómo herirlo, sabía también cómo calmarlo. Le hizo muchas preguntas sobre el tipo de películas que le gustaban, y hablaba con desprecio de las películas del cine de arte que le resultaban aburridas o incomprensibles; le contó lo mucho que sus compañeros de trabajo más antiguos la intimidaban, y cómo a veces le preocupaba no ser lo suficientemente inteligente como para formar sus propias opiniones sobre nada. El efecto de esto en él era palpable e inmediato, se sentía como si estuviera acariciando a un animal grande y asustadizo, como un caballo o un oso; como si lo persuadiera hábilmente para que comiera de su mano. Por la tercera cerveza, ya estaba pensando en cómo sería coger con Robert. Probablemente sería como ese beso, malo, torpe y excesivo, pero imaginando lo emocionado que estaría, lo hambriento y ansioso que estaría por impresionarla, sintió una punzada de deseo en su vientre, tan distinta y dolorosa como el chasquido de una banda elástica contra su piel. Cuando terminaron esa ronda de tragos ella le dijo con audacia, "¿Deberíamos salir de aquí, entonces?", y él pareció herido por un instante, como si pensara que ella estaba cortando la cita, pero ella tomó su mano y lo levantó; la expresión de su rostro cuando se dio cuenta de lo que ella estaba diciendo, y la manera obediente en que la arrastró fuera del bar le devolvieron el chasquido de la banda elástica, y también, extrañamente, el hecho de que su palma se sintiera resbaladiza bajo la de ella. Afuera, ella avanzó de nuevo hacia él para besarse, pero, para su sorpresa, él solo le dio un besito en la boca. "Estás borracha”, le dijo, acusadoramente. "No, no lo estoy", dijo ella, aunque sí lo estaba. Empujó su cuerpo contra el suyo, sintiéndose pequeña a su lado, y él dejó escapar un gran suspiro tembloroso, como si fuera algo demasiado brillante y doloroso de mirar, y eso era sexy, también, la hacía sentir como una especie de irresistible tentación. "Te llevo a tu casa, de una vez”, dijo, guiándola hacia el automóvil. Sin embargo, una vez que estuvieron dentro, ella se inclinó hacia él de nuevo, se retiró ligeramente cuando él empujó su lengua demasiado dentro de su garganta, y logró que la besara en la manera en que a ella le gustaba, más suavemente; poco después ella estaba sentada a

horcajadas sobre él, y podía sentir el pequeño tronco de su erección tensándose contra sus pantalones. Cada vez que éste rodaba bajo el peso de ella, soltaba esos gemidos agudos y agitados que ella no podía evitar sentir eran un poco melodramáticos, y entonces, de repente, la apartó de él y giró la llave para encender el coche. “Besuquearse en el asiento delantero como adolescentes”, dijo, con fingido disgusto. Luego añadió, "Pensé que ya serías demasiado madura para eso, ahora que tienes veinte años". Ella le sacó la lengua. "¿A dónde quieres ir, entonces?" “¿A tu cuarto?” “Humm, eso realmente no va a funcionar. ¿Mi roomie?” “Ah, sí es cierto. Vives en los dormitorios,” dijo él, como si eso fuera algo por lo que ella debería disculparse. “¿Dónde vives tú?” preguntó ella. “En una casa.” “¿Puedo… ir?” “Puedes.” *** La casa estaba en un barrio bonito y arbolado no muy lejos del campus y tenía una hilera de alegres lucecillas blancas en la entrada. Antes de salir del automóvil, dijo, sombríamente, como una advertencia, “Sólo para que sepas, tengo gatos.” “Ya lo sé,” dijo ella. “Nos mensajeamos sobre ellos, ¿te acuerdas?” En la puerta principal, él buscó sus llaves por un tiempo ridículamente largo y maldijo por lo bajo. Ella le frotó la espalda para tratar de mantener el humor, pero eso pareció atontarlo aún más, así que se detuvo. "Bueno. Esta es mi casa ", dijo sin entusiasmo, empujando la puerta para abrirla. La habitación en la que se encontraban estaba tenuemente iluminada y llena de objetos, los cuales se volvieron familiares a medida que sus ojos se acostumbraban. Tenía dos estanterías grandes y llenas, una repisa de discos de vinilo, una colección de juegos de mesa, y un montón de arte, o al menos carteles que habían sido colgados en marcos, en lugar de estar clavados o pegados a la pared. "Me gusta", dijo ella sinceramente, y, al hacerlo, identificó su emoción como alivio. Se le ocurrió que nunca antes había ido a la casa de alguien para tener relaciones sexuales;

porque sólo había salido con chicos de su edad, y siempre se había tratado de escabullirse para evitar compañeros de cuarto. Era n...


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