Cuerpo adolescencia y posmodernidad. Zenon PDF

Title Cuerpo adolescencia y posmodernidad. Zenon
Author Lucy Amato
Course Orientación Vocacional y Laboral
Institution Universidad Autónoma de Entre Ríos
Pages 14
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Summary

Texto para el cursado de la materia Orientación Vocacional y Laboral...


Description

CUERPO, ADOLESCENCIA Y POSMODERNIDAD.

Pablo Zenón.

El texto está atravesado por la pregunta por lo vocacional, desde un planteo psicoanalítico. Esto hace insoslayable pensar en la adolescencia, tiempo de decisión vocacional por excelencia. A la

adolescencia en nuestra época. La cuestión de lo que podríamos llamar ‘la problemática adolescente’ podría estar ubicada en este campo de la relación sujeto-época. ¿Cuál es el nudo de la cuestión? La idea fuerte que me gustaría plantear es la idea de que la adolescencia es un sinónimo de cuerpo. Quizás suene un poco jugada la idea: lo que hay en el adolescente como condición subjetiva, como producción subjetiva, como tratamiento de un tiempo que podríamos entre muchas comillas decir “acerca de la evolución del sujeto” o más bien del “devenir del sujeto”, aquello epocal del devenir del sujeto que se llama adolescencia, es ese tiempo en donde el adolescente hace algo con su cuerpo. ¿Qué elementos fundan al significante ‘adolescencia’? La relación ‘sujeto epocal’ es uno de esos constructos teóricos, y otra cuestión ligada al tiempo, a lo temporal, en el sentido de pensar que la adolescencia participa de una porción de ese devenir del sujeto; que es una porción de ese devenir, que remite a un tiempo en términos de experiencia, algo pasa allí. Cuando hablamos de la cuestión epocal, nos vamos a referir a ese pasaje de época que nos marca la modernidad a la posmodernidad. Aquí la filosofía nos plantea algunos vericuetos teóricos, en el sentido de pensar si la posmodernidad implica una cuestión epocal, así como lo fue la modernidad -en el sentido kuhniano de poder definir la época en el rigor de una posición paradigmática-. Pero sacando esa cuestión, que es más bien filosófica o epistemológica, podríamos plantear, más suavemente, esa relación tensa entre modernidad y posmodernidad, en donde la cuestión de la adolescencia da elementos que permiten mostrar lo definido de ese pasaje. Tenemos entonces, al sujeto y a la época, como elementos definitivos de la cuestión, y tenemos lo temporal, en el sentido de nominar a la adolescencia como un tiempo de esa temporalidad en relación al devenir del sujeto. El tercer elemento que agregaría es el psicoanálisis. Porque de alguna manera, el psicoanálisis nos muestra la relación contingente de nuestra existencia. Esto es un elemento determinante del asunto. El psicoanálisis trabaja con esto, es una experiencia en la que se muestra la contingencia del sujeto, que el adolescente pone en acto con una pregunta. El adolescente que vive, que habita un mundo, y también aquel que inicia un trabajo de análisis, se hace de alguna manera una pregunta: “¿che, justo esto me viene a pasar a mí?”, “¿justo a mí me viene a pasar?”, “justo me tocó la profesora que era una mina insoportable, justo a mí me agarró esta vieja y me cagó en el examen”. El trabajo en análisis vendría a interrumpir este asunto sincrónico de que hay un acontecimiento destinal que está definido, y que es condición de mi existencia. El trabajo de análisis va a interrumpir este asunto, o sea que va a poner en relieve esta idea de lo contingente. ¿De qué se trata? Se trata de que necesitamos de otro; se trata de que esa necesidad del otro implica una primera experiencia absolutamente objetal, o sea que nuestra llegada al mundo es por la vía del reconocimiento de que soy un poseso, de que soy poseído en la plenitud de la relación con el Otro. En donde este Otro se implica consistentemente, se implica plenamente, y que esa implicancia plena del Otro tiene como primer efecto la experiencia de ser reconocido como un objeto. Esto está en el origen del sujeto como causa. No hay que perder de vista esta idea que voy a tratar de exponer, que la adolescencia es un sinónimo de cuerpo. Cuerpo y adolescente son la misma cosa. Se trata de cómo se pone en

evidencia la idea de que uno se defiende de lo real del mundo a partir de pensarse en un destino, y que de alguna manera a lo largo de la vida -por la vía de un análisis o a por la vía de una reflexión singular-, uno puede empezar a poner en tensión esta idea de que hay un destino escrito para uno, en el sentido de que uno empieza a teorizar sobre que las cosas que le pasan, están más ligadas a las cuestiones contingentes. Nos pueden pasar, o no nos pueden pasar. La adolescencia, entonces, sería un tiempo muy acotado, o no tan acotado -yo tengo analizantes adolescentes de 60 años, a veces la adolescencia llega hasta allí, (y ahora seguramente daremos una vueltita por este problema, en el sentido de pensar ciertos rasgos de la época)-, pero que la adolescencia pondría en acto este asunto, esta es la idea. Por eso yo decía esta cuestión de pensar -un poco jugada como idea, pero didáctica-, la brutalidad de la idea en el sentido de que adolescencia y cuerpo son sinónimos. Es una idea brutal, pero que entraña la cuestión didáctica de poder plantearles esto que está en el fondo de nuestro tema: que la adolescencia pone en acto esa elaboración simbólica que es el cuerpo. Pone en acto un tiempo propio de la elaboración simbólica de aquello que es un cuerpo. Eso pasa en el tiempo de la adolescencia. Vamos al origen teórico de esta idea. Hay dos disquisiciones teóricas: una en Freud, cuando bajo el amparo de la cuestión termodinámica- dice que el cuerpo es el impacto de la libido en el órgano. No voy a desplegar cuestiones muy profundas del psicoanálisis, pero al menos quiero dejar la definición como un patrón epistemológico que nos permitirá pensar cuestiones de la época. Freud dice esto en el Proyecto de psicología para neurólogos, allí comienza a hablar de esto, en el sentido de pensar que el cuerpo es aquello que uno construye en el momento en que la libido impacta el órgano. Al punto que después va a decir una frase un tanto confusa: “la anatomía es el destino”, dice Freud. Es un poco confusa, no tan feliz, pero está al servicio de esta idea de que el cuerpo es un resultado, y que muestra como resultado esta cuestión un tanto más compleja, en el sentido de pensar que no hay una unidad original y que no hay una ontología para el sujeto. Lacan va a decir acerca del cuerpo, que es aquello que se produce como el resultado del matrimonio entre el soma y el lenguaje. Es un matrimonio, entre el soma y el lenguaje. En el origen, dije que la adolescencia tendría que ver con ese tiempo puntual, con un tiempo del devenir del sujeto en donde el cuerpo es su sinónimo. Esa es un poco la definición que yo quiero darles: la adolescencia es ese tiempo del devenir del sujeto, en donde el cuerpo es su sinónimo. ¿Qué quiero decir con esto? Que antes de la adolescencia, ¿uno no tiene cuerpo? Bueno, no es tan así. En realidad ya hay una idea de unidad, la adolescencia como tiempo del devenir del sujeto implica una unidad de lo corporal, y esa unidad va a permitir algo en relación a ese devenir, más ligado al destino. O sea que el destino es una construcción, es esto que se pone como un primer manifiesto discursivo, como primera representación simbólica de esa posición del adolescente: “che justo esto me vino a pasar a mí”, Antes de esta noción que estamos pensando de que la adolescencia es sinónimo de cuerpo, lo que tenemos en ese devenir constitutivo del sujeto, es la noción de cuerpo fragmentado. Lo primero, es el infante.

Hay un chiste de Mafalda, en boca de Miguelito, que dice: “¿Por qué justo a mí me tocó ser yo?”. Este chiste del genial Quino, donde Miguelito la mira y le cuenta los pesares a Mafalda, termina la síntesis de ese discurso de su pesar, diciendo “¿Por qué, justo a mí me tocó ser yo?”, podría haber sido otro, de eso se trata. Ese niño que está por venir, se encuentra con un espejo; ocurre un acontecimiento absolutamente azaroso -como todo azaroso del orden de lo real-, que es enfrentarse a un espejo, eso es lo primero. Es el espanto por la unidad. Es el susto por la unidad que promueve la expectación en el espejo, o sea que me llega desde afuera un acontecimiento que no estaba todavía representado simbólicamente, ¿por qué? Porque en ese primer tiempo inaugural, que llamamos ‘cuerpo fragmentado’, lo que tenemos es que el cuerpo fragmentado es esa primera representación simbólica de las pulsiones parciales. O sea, el tiempo de la parcialidad pulsional, de la instalación del cuerpo fragmentado, que se interrumpe en un momento azaroso de la “evolución”, que tiene que ver con la idea de que me crucé con un espejo. Y entonces, retorna la primera experiencia de unidad. El encuentro con el espejo es un susto. El susto es la primera afección del encuentro del infante con el espejo: se asusta y promueve algo del orden de la angustia. Hay angustia de eso que acaba de ocurrir y que merece una representación. Entonces, ¿qué ocurre? Ocurre la identificación a la imagen sintética del espejo. Se empieza a construir esto que llamamos el Ideal del yo. La precipitación de esos procesos identificatorios, que comienzan gracias a la angustia tramitada por el acontecimiento real de encontrarme con un espejo, permite lo que Freud llama, en Introducción del narcisismo, el primer acto psíquico; el gran acto psíquico, que es la instalación del yo, la constitución del yo. Vendría a ser entonces una experiencia inaugural, en donde la angustia dio paso a una enmienda sintética de esa organización psíquica –que es la del aparato- y que permite entonces este trabajo, que es un trabajo de síntesis, un trabajo de unidad, que tiene que ver con poder identificarme a la imagen sintética que me devuelve el espejo. El cuerpo es aquello que está afuera. Y porque está afuera, el cuerpo es el escenario del síntoma. Es el campo para lo sintomático, es allí donde ocurre el síntoma. Estas dos cuestiones a las que aludo son solidarias, para nada contradictorias, son, por lo contrario, absolutamente complementarias: la primera definición freudiana metapsicológica y termodinámica cuando nos dice que se trata del impacto de la libido en el órgano; y esta otra, que ya habla un poco más, cuando Lacan nos dice “se trata del matrimonio entre el soma y el lenguaje”; la idea del cuerpo vendría ya a pensarse como una noción estructural para la emergencia del sujeto. O sea que en ese punto en donde Lacan le agrega la cuestión del lenguaje, estamos pensando que el cuerpo hace a la estructura, ¿hace a la estructura de quién? Hace a la estructura del sujeto. Uno podría decir: “¿Pero cómo? El órgano, lo orgánico, ¿no está hecho de una sistematicidad biológica? ¿No está hecho de una dinámica natural? ¿No nos explicaron que una cosa es el instinto y otra cosa es la libido?, ¿No habría allí una contradicción?” Si el instinto, que es algo que le pasa a los animales, remite a una concepción de la estructura biológica, quiere decir que hay un saber en sí, hay un saber extra-epocal y extraterritorial en el órgano. O sea, el órgano podría andar por sí solo

En cambio, para el sujeto, siempre hubo palabra del Otro. Antes del espejo estaba el Otro y siempre está el Otro, siempre está la palabra del Otro. La experiencia del espejo nos sirve para ilustrar esta cuestión. La unidad la da el deseo, el deseo de mamá. El Otro en este sentido, como Otro primordial, es la inscripción de la lengua materna como esa experiencia de unidad para este sujeto que intenta emerger como tal, en el sentido de construir su propio cuerpo. “Hasta que llegaron los espejos, ¿qué pasaba?” sería la pregunta, ¿no?, “¿Y hasta que llegaron los espejos qué?, ¿cómo era la gente?, ¿qué le pasaba a los niños?” Les pasaba lo mismo que les pasa ahora. El espejo, como experiencia, viene a didactizar este asunto que estamos tratando de pensar. Uno se construye en el Otro, en el deseo del Otro, en ese tiempo en donde es el deseo del Otro lo que me permite sostenerme como poseso, como objeto poseído, y generar un camino que ahora vamos a ver cómo es. Entonces: cuando hablamos de cuerpo, estamos hablando de algo más que un órgano, de algo más que lo somático. La noción de cuerpo excede a esa cuestión naturalista de pensar que se trata del órgano. Hay animalidad en el humano. Y sí, hay animalidad en el humano como un elemento más. Lo animal en el humano está como un elemento más. Tenemos esa bellísima película de François Truffaut, de la década del ’70, “Víctor el salvaje, el niño de Aveyron”, en la que nos cuenta la dificultad de un niño que es abandonado en un monte de la campiña francesa, y que vive como un salvaje. La madurez, eso que llamaríamos ‘la evolución sistémica del soma’, se sostiene por la libidinización del cuerpo. O sea que la libidinización, ese lugar en donde el Otro ejerce su posición de amo, en la experiencia en la que me alojo como poseso, es condición para la madurez del soma. Esto pasa claramente cuando pensamos la clínica con el retraso mental, con las distintas discapacidades, ahí tenemos algunas experiencias que nos muestran cómo el impacto temprano, la estimulación temprana, permite sortear algunas deficiencias estructurales a nivel de la cuestión neurológica y su envés clínico, que es: cómo la tardía aparición del Otro implica una ruina en esa maduración orgánica de la cuestión neurológica. Digo tardía aparición porque a veces la madre no está preparada. Para ser una madre tenemos nueve meses. No tenemos diez meses. La cuestión materna tiene un lugar de importancia. La madurez del soma se sostiene por la libidinización del cuerpo. Esto es: el niño no crece si no sueña con crecer. No hay niño en el mundo que vaya a crecer, si antes no sueña que va a crecer. A este sueño lo inculca el Otro, la madre, el otro como semejante, el pequeño otro, unidos por esa anticipación desiderativa de la madre, la unidad es la anticipación desiderativa de la madre. Después, tenemos a los otros con minúscula, tenemos la relación con el semejante. Y después, tenemos lo que nos ofrece la época, o sea, todo ese caldo imaginario de la época, las cosas que pasan alrededor en el tiempo en el que trata de habitar, el mundo en el que trata de habitar, que son los elementos que van a construir esa escena preconsciente para que lo onírico empuje al soma a la elaboración simbólica. O sea, no hay niño en el mundo que crezca, si no sueña que va a crecer. “Pero estamos hablando del niño y no de la adolescencia”, diría algún alumno bien malvado contra el profesor. Hago yo de alumno malvado porque no tengo ningún alumno malvado,

entonces me tengo que hacer yo la pregunta, ¿cómo puede ser esto, que no haya ningún alumno malvado? “¡Pero estamos hablando de la niñez, no de la adolescencia! ¿Cómo puede ser esto?” A ver, ¿qué dijimos de la adolescencia? ¿Para dónde vamos entonces? Entre el “justo a mí me tocó ser yo”. y el “che, justo esto me vino a pasar a mí”, está el paso entre la infancia y la adolescencia. Dijimos que el tiempo de la primera infancia -del infans, como dicen los franceses-, es el resultado de la experiencia del cuerpo fragmentado, y de este tiempo en el que, de alguna manera, sucede el acontecimiento real de encontrar una unidad afuera y de que me identifico a esa unidad exterior para que algo interno ocurra. ¿Qué es lo interno que ocurre? Y, vamos a decirlo de esta manera, el nuevo acto psíquico, como dice Freud en Introducción del narcisismo, es la aparición del yo. O sea que lo que nos importa son los procesos identificatorios. Ese mecanismo identificatorio, es el que permite hacerse cargo del susto, de encontrar algo que ocurre afuera, que remite a algo que todavía no estaba calculado. Porque lo que estaba calculado era esa relación ‘yo - mundo exterior’, bajo la lógica de la relación de poseso y amo que nos plantea ese primer tiempo, ese tiempo inaugural de la relación con la madre. Que es el tiempo de la instalación de la lengua (lalangue), no del lenguaje. Y ahí tenemos el otro elemento: es tiempo de instalación de la lengua. Es la lengua (lalangue), no el lenguaje. Es la certidumbre consistente de la madre. Después vamos a tener tiempo para esa estructura simbólica, que es el lenguaje. Se infecta el lenguaje con la lengua materna, va a decir Lacan, ¿no es cierto? Y eso nos permite pensar esto que Lacan allá por el ’64, en el Seminario XI (1987), nos dice: que el Inconsciente está estructurado como un lenguaje. El adolescente, la adolescencia, tiempo en la que se pone en acto. Cuando pensamos en acto, estamos pensando en el acting; el acting, es eso propio del actor. ¿Qué es un acting? ¿Qué sería? Sería una acción que es homeostática, compensadora, un acto que diluye cierto malestar, pero que al mismo tiempo no pasa por el yo. No hay un cifrado consciente, si vinculamos las dos tópicas freudianas. En ese sentido, la adolescencia pone en acto esta cuestión, usando esta perspectiva de la noción de acto: de una acción que está encaminada a poder generar algún tipo de dilución de lo displacentero, de lo insatisfactorio, pero que tiene la característica de que no remite a una intención, de que no está sostenida al menos por una intención calculada. La adolescencia pone en acto esta cuestión en dónde el cuerpo propio, se construye como una escena para el florecimiento de los síntomas. Eso es la adolescencia. Y que no hay cálculo. No está calculado, no es una cuestión calculada. No es ni consciente ni yoica. Esto no quiere decir que el cuerpo nazca en la adolescencia. Estamos diciendo que el cuerpo pone en acto algo que está por resolverse. Cuerpo hay desde este momento en el que yo dije que se conmovía al soma con la libido, se conmueve al soma con la libido, y ahí ya tenemos una precipitación corporal. Así como la adolescencia es sinónimo de cuerpo, podemos decir que el cuerpo es sinónimo de placer, o sea que hay algo de la cuestión placentera, que tendría que ver con lo corporal. Entre El yo y el ello (1923), el texto freudiano, y El estadio del espejo (la primera versión es del año ‘35-‘36), hay doce años de diferencia, nada más.

El cuerpo viene como de una especie de elaboración trabajosa, para pensar el más allá del placer. El yo y el ello, es donde Freud claramente nos ubica la segunda tópica como esa elaboración teórica para hablar de la dinámica constitutiva de lo que va a ser el sujeto. La segunda tópica es dinámica, es mucho más dinámica que tópica. Allí ya tenemos una definición bien ubicada de lo que Freud piensa por psiquismo. Lacan viene a decir bien esto mismo en El estadio del espejo. No es que hay una relación de contradicción ni de complementariedad entre los dos textos. Hay un bien decir lacaniano de la obra freudiana. Y, puntualmente, esta relación entre los dos textos, porque se está elaborando allí esta idea, de que no se trata justamente de una oposición entre principio de placer y principio de realidad; no se trata de una oposición de pulsión de vida y pulsión de muerte, sino que se trata de un trabajo, de una dialéctica. La pulsión de vida trabaja en la pulsión de muerte, y la relación entre el principio de realidad y el principio de placer implica un más allá. Esa idea que estoy diciendo, es una idea que articula, en el bien decir, un texto y el otro. No hay ni complementariedad -no es que Lacan viene a ser una especie de faro freudiano- ni una relación de contradicción; no hay un más allá de la obra freudiana en relación a la producción lacaniana. Hay un bien decir. Hay una operación de lectura de Lacan. El cuerpo vendría a representar la experiencia del más allá del principio de placer. Y la adolescencia pone en acto esto, que es un asunto dificultoso. Hace unos años, en 2017, en Rosario, unos chicos, haciendo una previa, mezclaron una bebida blanca (ginebra, gin o ron) con líquido de frenos, porque se habían enterado que el líquido de frenos potencia el poder desinhibitorio del alcohol. Una noticia que fue muy comentada, el trabajo de Sergio Zabalza (2018) en relación a este tema es muy preciso. ¿Qué tenemos allí de tan significativo? Primero, la previa. El significante ‘la previa’, que es esa escena de los adolescentes, que se construye para que algo no pase. Para que algo no pase. O sea, “ya voy mamado a la fiesta” es la condición para que quede anestesiado, o sea, desconectado de la posibilidad de la representación simbólica acerca de la posibilidad de pensar qué cosa es lo sexual. Esa es la previa. Se plantea bajo la lógica yoica, bajo la lógica por lo tanto cristiana: “nos emborrachamos en la casa de uno, porque en el boliche un trago nos sale trescientos pesos”. Ahí lo que tenemos es esa especie...


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