ENRIQUE KRAUZE LA PRESIDENCIA IMPERIAL PDF

Title ENRIQUE KRAUZE LA PRESIDENCIA IMPERIAL
Author J. Flores Cortes
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ENRIQUE KRAUZE LA PRESIDENCIA IMPERIAL Ascenso y caída del sistema político mexicano (1940-1996) Enrique Krauze La Presidencia Imperial CONTRAPORTADA La historia política de México ha sido en buena medida y para mala fortuna del país, una proyección ilc la biografía de sus gobernantes. Siguiendo el ...


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ENRIQUE KRAUZE LA PRESIDENCIA IMPERIAL juan pablo flores cortes

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Dos hipót esis sobre el presidencialismo aut orit ario soledad loaeza “Todos a la izquierda. La campaña presidencial de 1934”, en Candidat os, campañas y elecciones presi… Pavel Navarro Valdez "Conflict o y conciliación: las relaciones méxico-guat emalt ecas de la década de 1960", Waseda Global … Isami Romero

ENRIQUE KRAUZE

LA PRESIDENCIA IMPERIAL Ascenso y caída del sistema político mexicano (1940-1996)

Enrique Krauze

La Presidencia I m perial

CONTRAPORTADA La hist oria polít ica de México ha sido en buena m edida y para m ala fort una del país, una proyección ilc la biografía de sus gobernant es. Siguiendo el hilo de sus libros ant eriores; Enrique Krauze t raza, m echant e el penet rant e ret rat o psicológico de nueve president es m exicanos ( desde Manuel Ávila Cam acho hast a Carlos Salinas de Gort ari) , un audaz panoram a de la hist oria cíe México desde 1940 hast a nuest ro pasado m ás recient e. Pero La presidencia im perial - cuyo t ít ulo m ism o es ya referencia obligada- no es sólo una «crónica de la corrupción nacional», basada en la consult a de acervos inexplorados, en el acopio de exhaust ivos t est im onios orales y en el rescat e de docum ent os inédit os - com o las m em orias de Gust avo Díaz Ordaz- , sino que exam ina las seis décadas del universo enrarecido y ya en franca decadencia de un sist em a polít ico que ha im puest o lam ent ables ret rasos cívicos y cuya prim era m ela lia sido siem pre la de prot eger con doble llave los secret os de la fam ilia.

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1" edición en España: diciem bre de 1997 5" edición en México: j unio de 1999 © Enrique Krauze, 1997 Las fot ografías de est a edición proceden de los acervos de la Hem erot eca Nacional ( pp. 36, 192, 211 y 238) , Colección Rafael Avila ( p. 46) , Fundación Miguel Alem án ( p. 90) , Archivo General de la Nación ( p. 138) , Archivo fot ográfico de El Universal ( p. 279) , Colección Fernando Garza ( p. 304) , Colección part icular ( pp. 409 y 427) , APRO ( pp. 420 y 436) ; o son obra de Héct or García ( p. 402) , Aarón Sánchez ( p. 445) , Gerardo García/ I m agen Lat ina ( p. 456) , Marco Ant onio Cruz/ I m agen Lat ina ( p. 465) , Pedro Valt ierra/ Cuart oscuro ( p. 478) , Eloy Valt ierra/ Cuart oscuro ( p. 483) y Mart ín Salas/ I m agen Lat ina ( p. 494) , a quienes agradecem os cum plidam ent e su aut orización para reproducirlas. Diseño de la colección: Guillem ot - Navares Reservados t odos los derechos de est a edición para: © Tusquet s Edit ores México, S.A. de C.V. Edgar Alian Poe 91, Polanco, 11560 México, D.F. Tel. 281 50 40 Fax. 281 55 92 I SBN: 968- 7723- 26- 2 ( obra com plet a) I SBN: 968- 7723- 22- X ( volum en 3) I SBN: 84- 8310- 042- 8 ( España) Fot ocom posición: Quint a del Agua Ediciones, S.A. de C.V. Anicet o Ort ega 822, Del Valle, 03100 México, D.F. I m presión: Xpert Press, S.A. de C.V. Oaxaca 1, 10700 México, D.F. I m preso en México/ Print ed in México

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Para Moisés, Helen, Jaim e y Perla, por los días de Agua.

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AGRADECI MI ENTOS

Para la elaboración de est e libro cont é con la ayuda de varios j óvenes que hicieron un excelent e t rabaj o com o ent revist adores baj o la bat ut a de Ricardo Pérez Mont fort : Javier Bañuelos, Tania Carreño, Ana María Serna, Alvaro Vázquez, Greco Sot elo y Marco Ant onio Maldonado. En el capít ulo dedicado a Ávila Cam acho, m e apoyaron Leonardo Mart ínez Carrizales y Carlos Silva; en t em as generales de arquit ect ura, Xavier Guzm án; en asunt os de cine, Gust avo García; en aspect os j urídicos, José Manuel Villalpando. El j oven hist oriador Alej andro Rosas aport ó varios m at eriales de im port ancia. Adem ás del m ism o Rosas, cuidaron el t ext o la excelent e edit ora Rossana Reyes, el eficaz Pedro Molinero, y m i gran am igo y colaborador, Fernando García Ram írez. La invest igación iconográfica est uvo a cargo de José Guadalupe Mart ínez y Carlos Silva Cazares.

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Pr ólogo

La presidencia im perial es el últ im o volum en de la t rilogía sobre la hist oria polít ica m exicana que com enzó con Siglo de caudillos y cont inuó con Biografía del poder. Cubre el periodo de 1940 a 1996, la hist oria de lo que Alfonso Reyes llam ó «el pasado inm ediat o». El libro se divide en t res part es. La prim era, de índole analít ica, se t it ula «El Est ado m exicano: fuent es de su legit im idad». Se t rat a de un balance ( con est ado de pérdidas y ganancias) de la Revolución, en el que se analizan t am bién las fuent es de legit im idad que sost enían al régim en revolucionario. No fue en los vot os, desde luego, donde el nuevo Est ado abrevó su fuerza, vocación social y prest igio, sino en la not able int egración de ant iguas t radiciones que operaban silenciosam ent e en las ent rañas de la cult ura polít ica m exicana. En est a sección, m i int erpret ación debe m ucho a una obra pionera de m orfología hist órica iberoam ericana y m exicana: la de Richard M. Morse. La segunda sección, la principal, t iene un caráct er narrat ivo y analít ico. Cubre cinco sexenios: de 1940 a 1970. En t érm inos polít icos, la et apa es hist oriable no sólo por la presencia de t est im onios confiables, sino porque exist e t am bién la suficient e dist ancia con respect o a los hechos. La dist ancia la da la propia crisis del sist em a polít ico m exicano. Ahora sabem os con cert eza que el sist em a nació con Calles, se corporat ivizó con Cárdenas, se desm ilit arizó con Ávila Cam acho, y se convirt ió en una em presa con Alem án. El em presario la dej ó al cont ador ( Ruiz Cort ines) , que la cedió al gerent e de relaciones públicas ( López Mat eos) , que a su vez la pasó al abogado penal ( Díaz Ordaz) . El sist em a llegó a su cénit en los años sesent a. Era un m ecanism o casi genial, hay que reconocerlo, pero fue víct im a de su propio éxit o. Com o una incubadora, result aba viable por un t iem po, pero no t odo el t iem po. Est aba diseñado para una población m ucho m enor ( en 1950 México t enía 25 m illones de habit ant es, hoy t iene m ás de 90) . Se t rat aba de un experim ent o de econom ía prot egida, sociedad t ut elada y polít ica cerrada, insost enible en un m undo que se abría a la com pet encia y a la com unicación global. La m at anza de cient os de est udiant es en 1968 supuso el punt o de inflexión, el com ienzo de una larga decadencia. La t eoría y el m ét odo ut ilizados en est a sección son sem ej ant es, por obvias razones, a los em pleados en la Biografía del poder: de 1940 en adelant e, la hist oria polít ica de México siguió siendo cada vez m ás una proyección - parcial si se quiere, pero no m enos decisiva- de la biografía de sus president es. El «est ilo personal de gobernar» de cada uno, com o decía Cosío Villegas, m arcó cada periodo. Sin em bargo, la est ruct ura y el rit m o de est a sección difieren de la obra precedent e en un aspect o fundam ent al: aquí se anuda la biografía de los president es con la pint ura de la época y la biografía del sist em a polít ico m exicano. De hecho, el libro propone un m odelo herm enéut ico, una especie de sist em a polít ico solar donde los diversos prot agonist as colect ivos ( poder legislat ivo y j udicial, burócrat as, gobernadores, ej ércit o, caciques, grupos corporat ivizados de obreros y cam pesinos, prensa, em presarios, I glesia, universidad, int elect uales, part idos de oposición, et cét era) giran alrededor del sol presidencial- priíst a con diversos grados de subordinación. Cuando esos cuerpos aparecen en la narración, ést a aport a sus ant ecedent es hist óricos para sit uar, con la necesaria perspect iva, su papel y funcionam ient o dent ro del sist em a. En est e análisis, m e fueron de part icular ut ilidad los ensayos y not as de Daniel Cosío Villegas ( que siguió punt ual y crít icam ent e la m archa de la vida polít ica m exicana desde 1946 hast a su m uert e, en 1976) , la obra crít ica de Oct avio Paz ( Posdat a y El ogro filant rópico) , La dem ocracia en México de Pablo González Casanova y, sobre t odo. El progreso im product ivo de Gabriel Zaid. De est a

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últ im a obra adopt é la t esis del sist em a com o em presa, y t rat é de desarrollarla hist óricam ent e. En el apéndice final que precede a las Not as y las Fuent es consult adas, el lect or encont rará una discusión sobre el m odo en que int ent é sort ear el problem a de escribir hist oria cont em poránea, sobre t odo en lo referent e a est a part e cent ral del libro. La t ercera y últ im a sección, la correspondient e al periodo 1970 a 1996, es t est im onial. Lo es por diversos m ot ivos, algunos francam ent e subj et ivos. Desde el m ovim ient o est udiant il de 1968 hast a ahora, he part icipado en la vida pública del país, prim ero com o un anónim o m anifest ant e en las calles de la ciudad y consej ero universit ario, m ás t arde com o escrit or y crít ico. A part ir de 1971, com encé a publicar art ículos y ensayos polít icos. Fundándom e en los ensayos publicados a lo largo de veint icinco años y en m is propios recuerdos, he querido reconst ruir, a grandes rasgos, el paisaj e polít ico de est e últ im o cuart o de siglo. Mi t rat am ient o del m ovim ient o est udiant il - episodio clave en nuest ra hist oria polít ica cont em poránea- t iene, en part e, ese caráct er direct o y personal, que luego se acent úa en los sexenios siguient es. Sin duda el result ado es esquem át ico, parcial, im presionist a, y el t ono es polém ico, apasionado y quizás inj ust o con algunos personaj es. Pero pensé que est e enfoque y est e t ono reproducían m ej or la int ensidad de cada m om ent o y, en t odo caso, eran preferibles a una pret ensión de obj et ividad, im posible en est e caso. Para el periodo 1970- 1996 no confié sólo - aunque sí principalm ent e- en m i punt o de vist a personal, sino en el de Daniel Cosío Villegas ( para el sexenio de Echeverría) y en el de dos escrit ores y am igos con quienes he com part ido una m ism a vocación dem ocrát ica, expresada prim ero en la revist a Plural ( 1971- 1975) y luego en la revist a Vuelt a. La influencia de am bos en est a sección es profunda, pero dist int a: m ás general y filosófica la de Oct avio Paz, m ás punt ual y est recha la de Gabriel Zaid. Hay, sin em bargo, razones de m ás peso para que est a sección no sea hist órica sino t est im onial. Sabem os cóm o se const ruyó el sist em a, cóm o prosperó hast a el lím it e y cóm o ent ró en crisis con el m ovim ient o del 68. Lo que no sabem os es cóm o y cuándo t erm inará esa crisis. Esa incert idum bre, esa condición inacabada y abiert a, es la prueba de que no cont am os con la suficient e perspect iva hist órica para j uzgar lo que ha pasado desde 1970 hast a la fecha. El fut uro m odifica el pasado, lo aclara, lo configura; pero el fut uro, en est e caso, no ha llegado. Parece claro que la inst it ución m exicana de la presidencia im perial est á cercada por un m ovim ient o dem ocrát ico que crece día a día; pero nadie puede prever lo que ocurrirá, porque la hist oria se m ueve siguiendo t rayect orias y est ruct uras, volunt ades hum anas y act os de libert ad. Y, com o bien sabían los ant iguos, est á gobernada t am bién por un dios inescrut able: el del azar.

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El Est a do m e x ica no: fu e nt e s de su le git im ida d

En las post rim erías del periodo de Cárdenas, apenas est allada la segunda guerra m undial, México vivía un t ant o abst raído del m undo, t erm inando de asim ilar la vast a experiencia bélica, social, polít ica y cult ural que lo había t enido en vilo durant e t reint a años: la Revolución. Había llegado el m om ent o de hacer un balance colect ivo. En la prim era década revolucionaria ( 1910- 1920) , había predom inado la violencia física y m at erial. Por causa direct a de la guerra habían m uert o doscient as cincuent a m il personas, y ot ras set ecient as cincuent a m il por m ot ivos at ribuibles indirect am ent e a ella: el t ifo, la influenza española, el ham bre. Buena part e de la élit e dirigent e del Porfiriat o ( polít icos, int elect uales, sacerdot es, m ilit ares, em presarios) desapareció a causa de la m uert e o el exilio. Lo m ism o ocurrió con los cuadros m edios y las generaciones em ergent es. En un m om ent o dado, hacia 1915, casi no había profesores en las escuelas de la Universidad. La burocracia pública porfiriana ( sesent a y cuat ro m il personas en 1910, incluidos los t reint a y seis m il m iem bros del ej ércit o y la m arina) pasó «a m ej or vida» o al ret iro. La devast ación de la riqueza fue im presionant e: cerraron m inas, fábricas y haciendas, se desquició el sist em a bancario y m onet ario, desapareció casi t odo el ganado y la orgullosa red ferroviaria sufrió un desgast e del que nunca se repuso. Sólo el sant uario pet rolero de Veracruz había perm anecido int act o. En su segunda et apa ( 1920- 1935) , la violencia t uvo un caráct er ét nico, polít ico, religioso y social. Los «broncos» sonorenses habían peleado ferozm ent e cont ra los yaquis, los cat ólicos y, sin descanso, cont ra sí m ism os. La violencia ét nica había t enido com o obj et ivo único acabar para siem pre con la cent enaria insurrección de los yaquis. El propósit o se logró, y de esa form a pagaron los generales sonorenses el apoyo invaluable que aquellos bravos indios habían prest ado a sus ej ércit os durant e la Revolución. Por ot ra part e, la guerra civil librada dent ro de la propia dinast ía sonorense había hecho ret roceder un siglo la vida del país: cada región t enía su caudillo revolucionario convert ido en cacique, nuevo dueño de vidas y haciendas que soñaba con alcanzar la silla presidencial. Not icia diaria eran el crim en de cant ina, el asesinat o polít ico, la puñalada t rapera, el envenenam ient o, las ej ecuciones sum arias. Finalm ent e, ent re 1926 y 1929, cien m il cam pesinos del cent ro y el occident e del país se habían levant ado en arm as cont ra el «César» Plut arco Elias Calles. Muchos m exicanos vivieron en carne propia escenas de un dram a t an ant iguo com o el que se desarrolló en las cat acum bas rom anas: m isas subrept icias, pasión y fusilam ient o de curas, m onj as aisladas del m undo. En la sierra o en las células secret as de las ciudades, los crist eros se veían a sí m ism os com o «una m áquina al servicio de Dios y de las alm as buenas». Tras el asesinat o de Obregón a m anos de un m ilit ant e cat ólico. Calles había cerrado la violent a década de los veint e con dos soluciones dest inadas a perdurar: la fundación del Part ido Nacional Revolucionario ( PNR) com o part ido de Est ado y los arreglos definit ivos con la I glesia. Sin em bargo, la violencia social persist ía: en varias zonas del país, las bandas agrarist as - vinculadas con los gobiernos locales o est at ales- int ensificaron su lucha a m uert e cont ra los pequeños y grandes propiet arios rurales independient es. Ant es de la llegada de Cárdenas al poder, acaecida en diciem bre de 1934, los diput ados de los diversos bloques exist ent es en el seno del PNR seguían «echando bala» en los casinos, los prost íbulos o las propias Cám aras. Ya en pleno cardenism o, los sindicat os de la ant igua CROM peleaban cont ra los nuevos sindicat os de t endencia socialist a. Una ciudad de Puebla, pequeña pero t ípica com o era At lixco, fue escenario cot idiano de vendet t as sicilianas, pues

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cada día aparecía t irado en sus calles un líder: hoy «roj o», m añana «am arillo». Todas est as luchas t enían un origen ideológico de fondo: la querella ent re la concepción sonorense de la Revolución ( cent rada en el progreso económ ico prom ovido por el Est ado, orient ada hacia la propiedad privada, ant irreligiosa y sim pat izant e, en ciert a m edida, del fascism o) y la concepción cardenist a ( cent rada en la j ust icia social t ut elada por el Est ado, orient ada hacia la propiedad colect iva, proclive a adopt ar dogm as socialist as y sim pat izant e, hast a ciert o punt o, del com unism o) . El t riunfo definit ivo de Cárdenas sobre el callism o y la claridad m ism a de su polít ica social det uvieron el baño de sangre, pero no im pidieron el últ im o levant am ient o m ilit ar de la Revolución, el del general Cedillo. México se había ganado a pulso esa im agen est ereot ipada que lo pint aba com o el país de las pist olas; sin em bargo, frent e a los horrores que el m undo com enzó a vivir ese año, la violencia m exicana parecería un j uego de niños. Junt o a las balas est aba su anverso: las obras. En 1940 la Revolución m exicana podía enorgullecerse de haber creado nuevas inst it uciones económ icas y polít icas, una red de carret eras, buenas obras de irrigación, m iles de escuelas, innum erables servicios públicos. Cualquiera que hubiese vivido en México durant e las fiest as del Cent enario - y bast aba t ener cuarent a años de edad para ello- podía const at ar que se habían producido not ables cam bios. En 1910, Porfirio Díaz se sent aba por oct ava vez en la silla presidencial: no sólo t enía un poder absolut o sino vit alicio. En 1940, los president es seguían ej erciendo un poder absolut o, pero ya no era vit alicio. Al m argen de est a conquist a - nada despreciable en el m undo de Hit ler, St alin y Mussolini- , la cosecha dem ocrát ica era m ás bien escasa. Los revolucionarios no perdían el sueño por ello: la legit im idad del nuevo Est ado no provenía de las urnas de la dem ocracia sino de las legendarias balas de la Revolución. De la fam osa frase de Madero «sufragio efect ivo, no reelección», el Est ado revolucionario escam ot eaba t ranquilam ent e la prim era part e, pero respet aba, eso sí, de m anera escrupulosa, la segunda. Tras el asesinat o de Obregón, era difícil que un president e se avent urara a reelegirse. En 1910, el cam po de México era una const elación de haciendas, est as unidades aut árquicas, que no pocas veces usurpaban la propiedad de los pueblos, concent raban el 50 por cient o de la población rural y acaparaban m ás de la m it ad de las t ierras. A m ediados de los años t reint a, com o result ado de la est rict a aplicación que hizo Cárdenas del art ículo 27 const it ucional, la hacienda había práct icam ent e desaparecido. Algunas fam ilias porfirianas ret uvieron las ant iguas casas y, en cam bio, sólo una proporción m ínim a y sim bólica de sus t ierras, que en buena m edida pasaron a convert irse en ej idos. Los gobiernos de la Revolución - y Cárdenas, m ás que t odos- habían dist ribuido casi quince por cient o del t errit orio nacional ( alrededor de veint iséis m illones de hect áreas) , ent re 1.812.536 cam pesinos. Varias zonas del país conservaron la form a de propiedad individual, pero, en 1940, alrededor de la m it ad de la población rural correspondía a la nueva clase de ej idat arios. Había veint e m il ej idos en el país, casi m il de ellos colect ivos. Crit icada por m uchos, en ocasiones por los propios cam pesinos, se había operado una aut ént ica revolución en la propiedad de la t ierra. En 1910, la exigua clase obrera de México conocía la experiencia de la huelga, pero los pat ronos la veían com o un act o excepcional de desacat o, un at revim ient o que am erit aba la int ervención represiva de la fuerza...


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