Freud, Sigmund - La descomposición de la personalidad psíquica (Conferencia 31) [Nadia Laviano] [Nicolás Stebe] [2016 ] PDF

Title Freud, Sigmund - La descomposición de la personalidad psíquica (Conferencia 31) [Nadia Laviano] [Nicolás Stebe] [2016 ]
Course Psicología de la Personalidad
Institution Universidad de Morón
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Freud, Sigmund - La descomposición de la personalidad psíquica (Conferencia 31)

El síntoma proviene de lo reprimido, es por así decir su sustituto [de lo reprimido] ante el yo; ahora bien, lo reprimido es para el yo tierra extranjera, una tierra extranjera interior (un dominio extranjero interior), así como la realidad es tierra extranjera exterior. Es decir, el yo tiene “dominio de sus tierras”, que son los contenidos conscientes y todo saber o conocimiento consciente, pero en cuanto un contenido es reprimido el yo ya no tiene dominio sobre esas tierras. El yo puede tomarse a sí mismo por objeto, tratarse como a los otros objetos, observarse, criticarse, etc. El yo es entonces escindible (disociable, separable, divisible), se escinde en el curso de muchas de sus funciones, al menos provisionalmente. Los fragmentos pueden luego unirse de nuevo. Toda vez que nos muestra una ruptura, desgarradura o grieta, es posible que exista una articulación. Si arrojamos un cristal al suelo se hace añicos, pero no caprichosamente, sino que se fragmenta siguiendo líneas de escisión invisibles, que estaban predeterminadas ya por la estructura del cristal. También los enfermos mentales son estructuras desgarradas, rotas, hechas añicos. Un grupo de estos enfermos son los que padecen el delirio de ser observados (personas los observan). ¿Qué tal si estos locos tuvieran razón, si en todos nosotros estuviera presente dentro del yo una instancia así, que observa y amenaza con castigos, con la sola diferencia de que en ellos se habría separado más tajantemente del yo y desplazado de manera errónea a la realidad exterior? La separación de una instancia observadora del resto del yo podía ser un rasgo regular dentro de la estructura del yo. El observar no es sino una preparación para enjuiciar y castigar, y así entendemos que otra función de esa instancia es la consciencia moral. Esta consciencia moral puede castigar con reproches haciendo sentir remordimiento o arrepentimiento por los actos. Freud llamará Superyó a la instancia situada en interior del yo, aunque autónoma (tiene cierta independencia del yo), que tiene como funciones la consciencia moral y la observación de sí. (El Superyó no solamente es la consciencia moral, sino también la observación de sí). Tiene sus propios propósitos y es independiente del yo en cuanto a su patrimonio energético. 1

En la melancolía (depresión) el Superyó se vuelve hipersevero, cruel, con el yo: lo insulta, lo denigra, le hace esperar los peores castigos. P. ej. “soy una basura porque…”, “yo soy una mala persona porque…, “me merezco lo peor porque... El sentimiento de culpa moral expresa la tensión entre el yo y el superyó. En períodos intermedios de la melancolía se pude llegar a producir episodios de manía, el yo se encuentra en un estado de embriaguez beatífica, triunfa como si el superyó hubiera perdido toda fuerza. Así, el yo liberado, maníaco, se permite desinhibidamente y sin el menor escrúpulo, la satisfacción de todos sus deseos. El niño pequeño es amoral, no posee inhibiciones internas contra sus impulsos. El papel que luego adopta el superyó es desempeñado primero por un poder externo, los padres. Los padres gobiernan al niño otorgándole pruebas de amor y amenazándolo con castigos que atestiguan la pérdida de ese amor y no pueden menos que temerse por sí mismos. En lugar de la instancia parental aparecerá el superyó que ahora observa al yo, lo guía y lo amenaza, exactamente como antes lo hicieron los padres con el niño. El Superyó hereda las prohibiciones de los padres, pero se puede crear un Superyó severo aun si los padres fueron benévolos e indulgentes. El Superyó se forma por identificación, esta consiste en la asimilación de un yo ajeno al yo propio. Se ha comparado a la identificación con la incorporación oral canibálica de la persona ajena. La identificación no es lo mismo que la elección de objeto. Cuando el varoncito se ha identificado con el padre, quiere ser como el padre; cuando lo ha hecho objeto de su elección, quiere tenerlo, poseerlo. En el primer caso su yo se alterará; en el segundo, ello no es necesario. Cuando uno pierde o debe resignar un objeto (elegido), es muy común que uno compense la pérdida identificándose con él, construyéndolo de nuevo dentro de su Yo, de suerte que aquí la elección de objeto regresa, por así decir, a la identificación. El Superyó aparece como heredero del Complejo de Edipo. Con el término del Complejo de Edipo el niño debió renunciar a las investiduras de objeto depositadas en los padres y como compensación de esta renuncia, se refuerzan las identificaciones con los padres. En el curso del desarrollo del niño, el superyó recibe además influencias de aquellas personas que han pasado a ocupar el lugar de los padres, como los educadores, maestros o arquetipos (modelos) ideales. El Superyó es además el portador del Ideal del Yo. El yo se mide con el ideal del yo, al cual aspira y se exige alcanzarlo. El Ideal del Yo es a su vez el residuo de la vieja representación de los padres, expresa la admiración por aquella perfección que el niño les atribuía en ese tiempo. El sentimiento de inferioridad proviene del vínculo del yo con su superyó y, lo mismo que el sentimiento de culpa, expresa la tensión entre ambos.

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Los padres educan a sus hijos según las exigencias de su propio Superyó, por eso los niños terminan heredando, no solo el Superyó de sus padres sino el superyó de los padres de sus padres y antecesores; se llena con el mismo contenido, deviene portador de la tradición. La resistencia sólo puede ser una exteriorización del yo que en su tiempo llevó a cabo la represión y ahora quiere mantenerla. El Superyó es el que efectúa la represión, o podemos decir también que es el Yo el que reprime, pero obedeciendo al Superyó. Hay sectores del Yo y del Superyó que son inconscientes, o por decirlo de otro modo, hay veces que el Yo y el Superyó trabajan de manera inconsciente. Esto lo observamos cuando en el análisis, al paciente no le deviene consciente la resistencia. Esto significa que la persona no sabe nada de sus contenidos y le hace falta cierto trabajo para hacerlos conscientes. Entonces el Yo (y el Superyó) no coinciden enteramente con lo consciente y lo reprimido tampoco coincide con lo inconsciente (que sean iguales). P. ej., en este último caso, si coincidieran, diríamos que lo reprimido es lo inconsciente y lo inconsciente es lo reprimido, pero sabemos que lo correcto es: todo lo reprimido es inconsciente, pero no todo lo inconsciente es reprimido. El más antiguo y mejor significado de la palabra “inconsciente” es el descriptivo; llamamos inconsciente a un proceso psíquico cuya existencia nos vemos precisados a suponer, acaso porque lo deducimos a partir de sus efectos, y, sin embargo, no sabemos nada (de este proceso). Entonces, “inconsciente”, en el sentido descriptivo, se refiere al proceso psíquico que inferimos y lo suponemos activo por el momento, es decir que produce o producirá efectos. Esta limitación nos lleva a pensar que la mayoría de los procesos consientes lo son sólo por breve lapso; pronto devienen latentes (inconscientes), pero pueden con facilidad devenir de nuevo consientes. También podríamos decir que devinieron inconscientes, siempre que estuviéramos seguros de que en el estado de latencia siguen siendo todavía algo psíquico. Hay dos clases de inconsciente. Llamamos «preconsciente» a lo inconsciente que deviene consiente con mucha facilidad, y reservamos el término «inconsciente» para lo que deviene consciente con mucho trabajo o posiblemente nunca se haga consciente. Así tenemos tres términos: consciente, preconsciente e inconsciente. Así surge el sentido dinámico de inconsciente, porque a raíz de un trabajo lo inconsciente puede cambiar y volverse consciente. Existe un último y tercer sentido del término inconsciente, el sentido sistemático o tópico. "Lo inconsciente" ya no es propiedad, lo supera, pasará a ser "El Inconsciente": un sistema de procesos inconscientes. Es un sistema que se rige por leyes (condensación y desplazamiento).

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“El sistema inconsciente está constituido en gran parte (pero no solamente) por contenidos reprimidos a los que se les ha impedido el acceso a la conciencia, justamente por obra del mecanismo de la represión. El contenido del inconsciente son los "representantes psíquicos" de las pulsiones. Estos representantes, al estar investidos con energía pulsional, buscan permanentemente abrirse paso hacia la consciencia, en lo que se denomina retorno de lo reprimido.” Wikipedia El ámbito anímico ajeno al yo, no es exclusivamente inconsciente, por lo tanto no sería completamente correcto llamarlo “sistema inconsciente”. Aquello de la vida anímica ajeno al yo, lo llamaremos “el Ello” y no necesariamente inconsciente. Superyó, Yo y Ello son los tres reinos, ámbitos, regiones o provincias, en que dividimos el aparato anímico. Hasta aquí, se han presentado tres cualidades de la condición de consciente (primera tópica freudiana), y las tres provincias del aparato anímico (segunda tópica freudiana). Freud dice, que no puede decir mucho sobre el Ello, pero en el texto lo describe: o o o o

o o o o o

o o o

Es la parte oscura, inaccesible, de nuestra personalidad. Sólo se lo puede describir por oposición respecto del yo. Lo llamamos un caos. Desde las pulsiones se llena con energía, pero no tiene ninguna organización, no concentra una voluntad global, sólo el afán de procurar satisfacción a las necesidades pulsionales al servicio del principio de placer. Las leyes del pensamiento, sobre todo el principio de contradicción, no rigen para los procesos del ello. (Hay pensamientos contradictorios). Impulsos contradictorios coexisten sin cancelarse entre sí ni debilitarse; a lo sumo entran en formaciones de compromiso. (Ambivalencia). En el ello no hay nada que pueda equipararse a la negación. (No admite el “no”). En el ello no hay tiempo. Hay mociones de deseo que nunca han salido del ello (nunca fueron satisfechas) y también experiencias reprimidas, que son inmortales, se comportan durante décadas como si fueran acontecimientos nuevos. Obviamente, no conoce valoraciones, ni el bien ni el mal, ni moral alguna. El Ello tiene la propiedad de ser inconsciente, al igual que partes del Yo y de Superyó. Posee caracteres primitivos e irracionales.

Freud presenta un gráfico sobre las relaciones estructurales de la personalidad anímica (sobre la estructura de la personalidad) (la imagen del iceberg es de internet):

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El mejor modo de obtener una caracterización del yo es considerar su nexo con el sistema percepción – consciencia (PCc). Éste es la parte más externa del aparato psíquico, media las percepciones, nace dentro de él el fenómeno de la consciencia. Es el órgano sensorial de todo el aparato, receptivo además no sólo para excitaciones que vienen de afuera, sino para las que provienen del interior de la vida anímica. El yo es aquella parte del ello que fue modificada por la proximidad y la influencia del mundo exterior, instituida para la recepción de estímulos y la protección frente a estos. El Yo le representa el mundo exterior al Ello, por la salud de éste, ya que en su ciego afán de satisfacción pulsional sería aniquilado por el mundo exterior. Por encargo del ello, el yo será quien mueva al cuerpo. El yo ha destronado al principio de placer, sustituyéndolo por el principio de realidad, que promete más seguridad y mayor éxito. Lo que singulariza muy particularmente al Yo, a diferencia del Ello, es una tendencia a la síntesis de sus contenidos, a la reunión y unificación de sus procesos anímicos, que al Ello le falta por completo. El Yo representa a la razón y a la prudencia, mientras que el Ello representa a las pasiones desenfrenadas. En sentido dinámico, el Yo es débil, todas sus energías son prestadas del Ello. En el conjunto, el yo se ve obligado a realizar los propósitos del ello, y lo logra cuando descubre las circunstancias en la que mejor pueden ser realizados los propósitos. Podría compararse la relación entre el yo y el ello con la que media entre el jinete y su caballo. El caballo produce la energía para la locomoción, el jinete tiene el privilegio de comandar la meta, de guiar el movimiento del fuerte animal. Pero entre el yo y el ello 5

se da con mucha frecuencia el caso no ideal de que el jinete se vea precisado a conducir a su caballo a donde este mismo quiere ir. El yo se ha separado de una parte del ello mediante resistencias de represión. Pero la represión no continúa en el ello, sino que lo reprimido se funde con el resto del ello. El Yo sirve a tres severos amos: el Superyó, el Ello y el mundo exterior. Frecuentemente el Yo fracasa en su tarea de armonizar sus exigencias y reclamos. Por eso se dice “¡La vida no es fácil!” La realidad, el Ello y el Superyó, presionan al Yo. Cuando el yo se ve obligado a confesar su debilidad, estalla en angustia, angustia realista ante el mundo exterior, angustia moral ante el superyó, angustia neurótica ante la intensidad de las pasiones en el interior del ello. El superyó se sumerge en el ello (así se aprecia en el gráfico); en efecto, como heredero del complejo de Edipo mantiene íntimos nexos con él; está más alejado que el yo del sistema percepción. El ello no trata con el mundo exterior sino sólo a través del yo. El propósito del análisis será fortalecer al yo, hacerlo más independiente del superyó, ensanchar su campo de percepción y ampliar su organización de manera que pueda apropiarse de nuevos fragmentos del Ello. Donde era Ello, ha de ser Yo.

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