La Derecha en la Crisis del Bicentenario (Borrador) PDF

Title La Derecha en la Crisis del Bicentenario (Borrador)
Author Hugo Herrera
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______________________________________________________________ ADVERTENCIA ______________________________________________________________ El presente texto es sólo un borrador sin revisar. Las citas al libro deben efectuarse, en consecuencia, según el texto revisado y publicado por Ediciones UDP en...


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ADVERTENCIA ______________________________________________________________ El presente texto es sólo un borrador sin revisar. Las citas al libro deben efectuarse, en consecuencia, según el texto revisado y publicado por Ediciones UDP en diciembre de 2014. ______________________________________________________________

Capítulo I ¿Qué es un cambio de ciclo?

1. Cambio de ciclo y tres visiones de la historia Si se la toma en sus alcances últimos, la expresión “cambio de ciclo” supone una visión de la historia en la cual el tiempo transcurre de manera circular y los hechos tienen lugar al modo de un retorno de lo mismo. La palabra griega de la que proviene “ciclo” significa círculo. Esta idea circular o cíclica es incompatible con la concepción lineal de la historia, propia del cristianismo y de su variante secularizada, el progresismo. En la visión circular (o pagana) “todo se mueve en ciclos, como los eternos ciclos de amanecer y ocaso, verano e invierno, generación y corrupción” y los cambios quedan incorporados en una “regularidad periódica”, de tal suerte que aquí no hay ya posibilidad para “un evento histórico único e incomparable”.1 En la visión lineal de la historia, en cambio, la irrupción de tal evento singular prevalece por sobre la regularidad. La inauguración de esta comprensión de la historia va de la mano del judaísmo y el cristianismo, que se distinguen de la religión

1

K. Löwith, Meaning in History. Chicago: The University of Chicago Press, 1949, p. 4.

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pagana porque en ellos se admite la incalculable intervención de Dios, de lo excepcional ajeno a toda regla.2 Desde Voltaire esta visión lineal agrega una variante secularizada, en la cual la divinidad es reemplazada por la razón.3 Ninguna de las tres visiones está exenta de inconvenientes teóricos. Si la pagana se cierra a la idea fundante de lo propiamente histórico como evento imprevisible, la lineal-teológica supone fe en una divinidad, mientras que la secularizada o bien deja abierta la cuestión religiosa o bien asume una doctrina racionalista o del progreso, en la cual nuevamente la irrupción del acontecimiento es excluida por medio de las construcciones de la mente, lo que en último término es criticable como un intento evasivo condenado al fracaso.4 Esta “implicancia metafísica” de la expresión “cambio de ciclo” es presumiblemente ajena a las creencias, ora progresistas, ora judeo-cristianas, de aquellos que la comenzaron a emplear en la Nueva Mayoría, quienes probablemente, antes que de disquisiciones histórico-filosóficas, se hicieron eco de las noticias sobre el final de la “cuenta larga” del “Calendario Maya”, alcanzado en diciembre de 2012. Con todo, la mentada implicancia no entorpece necesariamente la aptitud de la noción para llevar adelante una interpretación del momento actual. Por de pronto, porque como se aprecia en el pensamiento de Giambattista Vico, los ciclos (corsi e ricorsi) pueden incluirse en un acontecer lineal más comprehensivo.5 De esta manera se abre una oportunidad para relativizar la implicancia cíclica 2

Cf. K. Löwith, op. cit., pp. 4-5, 200.

3

Cf. K. Löwith, op. cit., pp. 1, 200.

4

Cf. K. Löwith, op. cit., pp. 4-5, 12, 191, 198-200.

5

Cf. sobre esto, K. Löwith, op. cit., pp. 132-135; G. Vico, Principj di una scienza nuova intorno alla natura delle nazioni. Florencia: Tipografia di Alcide Parenti, 1847, libro V, pp. 301 ss.

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en la expresión “cambio de ciclo”, en la medida en que ella no es la forma última según la cual transcurre el tiempo, sino que queda, al menos, abierta la posibilidad de que la circularidad sea nada más que una complicación de la línea, que desde ahora se parecerá a una espiral. Las intrincadas consecuencias que, como advertirá el lector, cabe extraer de los tipos de despliegue del tiempo, experimentan, además, en el caso presente, un giro sorprendente (un giro, que escapa a la linealidad de los acontecimientos de nuestro mundo judeo-cristiano-ilustrado). Ocurre que la historia chilena evidencia un carácter asombrosamente cíclico: el momento actual, de “cambio de ciclo”, muestra bizarros paralelos con otro cambio de ciclo, que tuvo lugar casi exactamente cien años atrás. Más allá de la curiosidad por las coincidencias y semejanzas en medio de lo que a primera vista es el caos de los datos históricos, así como más allá también de las convicciones que se tengan sobre la forma del tiempo, los paralelos son significativos desde un punto de vista comprensivo, pues, en cuanto efectivamente existan, la observación e interpretación cuidadosa del momento histórico pasado del “ciclo” anterior permitirían dar luces sobre el instante histórico actual o pistas acerca de cómo entenderlo y orientarlo.

2. Definición de cambio de ciclo Pero, ¿qué es un cambio de ciclo? Puede describírselo como el paso de una etapa a otra distinta que experimenta un conglomerado humano, el cual tiene lugar como expresión de un “desequilibrio agudo entre las necesidades y los medios de sa-

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tisfacerlas”, de un desajuste notorio entre el pueblo, sus ideas, sentimientos y creencias, de un lado, y las reglas y modos de trato, los límites y campos de acción, los órdenes a los que se halla sujeto, de otro. Entonces el consenso social se debilita, las prácticas y los criterios que regían la convivencia son problematizados; los individuos están en ebullición, la sociedad se desordena, se vuelve excepcional; el orden jurídico y político se deslegitima. En definitiva, el cambio de ciclo responde a un desfase entre el pueblo y la institucionalidad. Mas, ¿por qué acontece algo así? Aquí resulta especialmente útil una explicación del proceso propuesta por un historiador chileno de la llamada Generación del Centenario, Francisco Antonio Encina.6 Encina descubre lo que cabría llamar la mecánica del cambio de ciclo, que emana de un desajuste entre pueblo e institucionalidad, el cual puede venir o bien por el lado del señalado pueblo o bien por el lado de la dicha institucionalidad. Por el lado del pueblo, Encina detecta la existencia de una asimetría entre “ideas y sentimientos tradicionales” realmente encarnados en él, e ideas abstractas, no encarnadas aún en él, y que incluyen las representaciones de “sectas religiosas o sistemas filosóficos”, así como las “de otros pueblos” (que son, en principio, concretas para esos mismos pueblos, pero abstractas para los demás).7 Las ideas y sentimientos encarnados poseen una eficacia conformadora que le permite al pueblo respectivo adquirir una mentalidad o manera de ser específica, un modo de existencia

6

De quien es la cita del párrafo anterior.

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F. A. Encina, Nuestra inferioridad económica. Santiago: Universitaria, 1981 (5a ed.; la 1a ed. es de 1911), p. 177.

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compartido. Encina no es ciego respecto a las imperfecciones de las maneras de ser concretas de los pueblos.8 Sin embargo, destaca su importancia, en tanto que se trata de estructuraciones capaces de dar sentido, aunque imperfectamente, a la existencia del pueblo y son un hecho que ha de tenerse presente al otorgarle un orden institucional. Ese mismo carácter concreto de las ideas y sentimientos realizados les deja, empero, gravemente expuestos. Pues junto a los sentimientos e ideas realizados, hay ideas abstractas, pendientes de realización. Ellas se desplazan con la rapidez de lo abstracto y operan como factores de crítica respecto de los sentimientos e ideas realizados. Las ideas abstractas tienen la ventaja de ofrecer todo su luminoso atractivo, ya en su pura idealidad, ya como ideas ejemplarmente realizadas en otro pueblo (seguramente uno avanzado), sin que ellas hayan aún debido exponer los retrocesos que puede traer aparejada su realización en el propio pueblo. Vale decir, es mucho más fácil la crítica a las propias ideas y sentimientos realizados en concreto, que la defensa de esas –cotidianas, pedestres, cuando no: provincianas– ideas y sentimientos, hermanos pobres de los glamorosos pensamientos traídos desde el gran mundo de las ideas sublimes o los pueblos desarrollados. Así las cosas, basta que las ideas externas entren en relación con un vector lo suficientemente eficaz (Encina mencionaba en su tiempo al libro9, los viajes, el librecambio10, nosotros podríamos decir: Internet y el acceso que procura a redes sociales y a medios de

8

Las ideas y sentimientos, vistos desde fuera, pueden ser “buenos o malos, sublimes o ridículos”; F. A. Encina, op. cit., p. 177.

9

Cf. F. A. Encina, op. cit., pp. 177, 179.

10 Cf. F. A. Encina, op. cit., pp. 211, 217-220.

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prensa de estas y otras latitudes; las becas para estudios en el extranjero), para que ellas se vuelvan fuente de cambio y eventualmente de malestar, cuando las nuevas ideas irrumpen muy rápidamente o chocan con el orden institucional vigente. “[L] a experiencia social demuestra” que las ideas y sentimientos concretos del pueblo “no pueden ser quebrantados o modificados bruscamente, sin grandes trastornos morales”.11 En los últimos años de manera parecida que hace un siglo se produjo en Chile una alteración o mutación profunda, a tal punto que estaríamos entrando en una nueva etapa. Ya no se quiere vivir según las ideas y sentimientos que no solo organizaron de forma pacífica, sino que inspiraron al país durante los últimos veinticinco años. De pronto al pueblo esas ideas y sentimientos le han parecido inauténticos, inadecuados e irrumpe de diversos modos un “malestar confuso y generalizado”, un clamor por cambios, la búsqueda por superar el desajuste entre nuevos anhelos y una organización institucional cuyo espíritu se escabulló, pero cuyo mecanismo inerte queda allí incomodando a quienes están sujetos a él y a aquellos que lo administran. Probablemente parte importante de ese desajuste sea la consecuencia de los cambios y avances económicos, sociales y culturales que ha experimentado Chile en los pasados treinta años y que han influido en la aparición de nuevos tipos de ciudadanos, con nuevas clases de aspiraciones y anhelos, que no logran ya identificarse con las ideas y sentimientos de antes. El desajuste entre el pueblo y la organización institucional puede venir también por el lado de esta última. Las instituciones son formas estables de ordenar el trato social, que emer-

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F. A. Encina, op. cit., p. 177.

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gen y obtienen su sentido de un contexto determinado, en el cual se ubican ellas y el pueblo al que tratan de comprender y dar orientación. Si el contexto sufre graves alteraciones, entonces se abre espacio para que instituciones que antaño contribuían al despliegue de sus miembros, terminen en la nueva situación siendo factores de frustración. Algo parecido sucede también cuando se intenta aplicar a un pueblo determinado formas de organización propias de otro pueblo muy distinto al primero o que, aun siendo de diseño original, resulten muy distantes respecto de la manera de ser nacional, de la mentalidad del pueblo, de su forma de existencia, de tal suerte que terminen, antes que comprendiendo dicha mentalidad, manera o forma, simplemente sometiéndola mecánicamente a reglas y dispositivos institucionales. Encina pensaba que en su tiempo el modelo institucional educativo, orientado preponderantemente a la enseñanza científico-humanista y ajeno a la formación de capacidades industriales y técnicas, provocaba en grupos importantes de la población descontento con la vida y desadaptación respecto de las tareas exigidas por la actividad laboral.12 También vio en el parlamentarismo de su época un diseño político-institucional inadecuado para realizar el interés general de la nación, toda vez que dicha forma de organización privilegiaba la posición de una élite que había devenido oligárquica y anteponía a los anhelos populares de “justicia social” y “bien general” los intereses de clase.13 En la situación actual, la concentración del poder económico y político, fruto de un sistema diseñado para otro contexto

12 Cf. F. A. Encina, op. cit., pp. 62-63. 13 F. A. Encina, Portales. Introducción a la historia de la época de Diego Portales (1830-1891). Santiago: Nascimento, 1964, 2 vols., II, P. 293.

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(por ejemplo, con régimen electoral binominal, centralismo exacerbado, subsidiariedad acentuadamente negativa, controles férreos al sindicalismo, libertades económicas que favorecen la expansión del oligopolio), en grupos pequeños de la capital, carentes de la amplitud comprensiva suficiente como para incluir al país entero, está alcanzando sus límites, de tal guisa que, de mantenerse sin modificaciones relevantes, el incremento de la frustración popular parece asunto difícil de poner en duda. Esta etapa en la que entramos, el ciclo al cual nos asomamos, es necesariamente difícil de abordar en la precisa medida en que no hay respuestas a la mano para él. Hay nuevas ideas en el pueblo, surgen nuevos sentimientos, pero no se han vuelto aún organización. La organización actual, de su lado, evidencia algunas fortalezas pero también defectos importantes. Es relevante tener en cuenta que el desarrollo experimentado por Chile es ambiguo y no lineal. Consecuentemente, las tensiones que genera el proceso no son unívocas, sino, también ellas, ambiguas. Con todo, parece como si el país requiriese iniciar un proceso paulatino de transformaciones en virtud del cual el cuerpo social se vea reconocido nuevamente en sus estructuras institucionales.

3. Dificultades en el uso de la expresión La aptitud comprensiva de la expresión “cambio de ciclo”, así como la he descrito, su capacidad para entender lo que está ocurriendo, depende también del uso que se le dé. Efectuadas las clarificaciones sobre sus posibles implicancias y luego de

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que se ha reparado en su significado, vale decir, una vez puesta a la mano la herramienta comprensiva, queda todavía hacer un empleo correcto de ella. No es lo mismo contar con un buen instrumento que utilizarlo bien. Instrumentos de poca calidad pueden, aplicados con destreza, conducir a mejores resultados que instrumentos de calidad mal empleados. Esta aclaración no es para nada trivial en el caso de la expresión de la que vengo hablando, pues se observa que hasta ahora su uso ha estado por debajo de sus posibilidades. La expresión debiera operar como un acicate y un criterio para indagar en la situación actual, para responder cómo es que acontece el paso desde el país de los noventa y de la primera década del siglo XXI hacia el futuro más próximo, en qué sentidos la mentalidad popular ha mutado, cuáles son los alcances de esa mutación, así como para dar con posibles vías de salida a esa situación. En vez de eso, la noción de “cambio de ciclo” ha venido a organizar lo que parece ser más bien una falta de debate entre los principales sectores políticos nacionales. La centro-izquierda se ha inclinado a usarla en una forma acotada, como herramienta de interpretación de su propio proceso de pérdida y recuperación del poder, cuando no como aparato de subsunción de la realidad social y política. La derecha, de su lado, ha empleado la expresión sin saber realmente a qué se refiere, pues no ha inquirido con seriedad en los alcances de los respectivos ciclos, y se tambalea entre el mutismo ante las discusiones más teóricas y el activismo. Sin embargo, hablar de cambio de ciclo sí puede ser una manera adecuada de referirse a la situación en la que nos hallamos, siempre y cuando se dé entrada en la expresión al proceso que estamos viviendo con un razonable grado de amplitud. Efectivamente se observan movimientos, desplaza-

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mientos o alteraciones en un nivel más bien fundamental de nuestra sociedad, los cuales tienen influencia innegable en la vida política y el debate público chileno. Me atrevo a mencionar siete alteraciones significativas. Ellas podrían agruparse de otra manera, eventualmente cabría agregar otra u otras. Toda generalización es una reducción. La relevancia de las alteraciones mencionadas parece, sin embargo, innegable para hacerse una idea de la dirección y el talante del proceso, de tal suerte que deben quedar comprendidas en la expresión “cambio de ciclo”. Estas alteraciones operan tanto desde el lado del pueblo, como modificación de sus ideas y sentimientos, cuanto desde el lado institucional, donde las formas de organización diseñadas hace dos o más décadas acusan, de diversas maneras, que están alcanzando sus límites y conduciendo a resultados opresivos y frustrantes dentro del nuevo contexto en el que se encuentra el país.

4. Disminución del miedo La primera alteración a tener en cuenta, es la disminución o atenuación del miedo. En la inauguración de la teoría política moderna, Thomas Hobbes indicaba al miedo como fundamento sobre el cual se erige el Estado.14 Entre nosotros, y tan temprano como en 1969, escribía Jaime Guzmán: “Quien observe la realidad político-social por la cual atraviesa Chile en la actualidad no puede dejar de reparar en la acentuación de un elemento inquietante

14 Cf. Th. Hobbes, Leviathan. Cambridge: Cambridge U. P., 1996, cap. 13, p. 89.

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dentro de ella: el temor, el miedo –cada vez crecientes– que siente el ciudadano común para discrepar en forma pública, abierta y personal, frente al poder estatal y a quienes lo ejercen”.15 Tal como Hobbes en el siglo 17, aunque en una dirección distinta, el joven Guzmán era consciente de este factor fundamental de la política y del potencial de destrucción que conlleva.16 Durante los gobiernos de la Concertación una nueva generación alcanzó la mayoría de edad. Es una generación postdictadura y post Muro de Berlín, ajena a los múltiples temores con los que se vivía hasta los 80 (y que, en una parte, expone tan bien la serie de televisión chilena dedicada a esa década): miedo a la invasión soviética, miedo a los bombazos, miedo a los atentados, miedo a la tortura, a ser detenido, miedo a la pobreza, a la cesantía, al hambre, miedo a la guerra, miedo a la hecatombe nuclear. Una economía, en términos generales, bullente durante a casi treinta años, terminó con el hambre. La Unión Soviética desapareció; mjl, dina, mir, dicomcar, cni, fpmr, etcétera, la larga serie de siglas que asustaban en nuestra política interna, también. Y aunque el riesgo persiste, ya ni

15 J. Guzmán, “El miedo: Síntoma de la realidad político-social chilena”, en: Estudios Públicos 42 (1991), p. 255, cf. pp. 255-259. 16 Renato Cristi y Pablo Ruiz-Tagle indican lo siguiente: “identificamos a Jaime Guzmán como el principal artífice de la retórica del miedo, que sirvió para abonar la campaña del terror contra el Gobierno constitucional de Allende y alentar el ánimo contrarrevolucionario de quienes ejecutaron el golpe de Estado de 1973”; R. Cristi, P. Ruiz-Tagle, El constitucionalismo del miedo. Propiedad, bien común y poder constituyente. Santiago: Lom, 2014, p. 23. Ese miedo Jaime Guzmán habría logrado extenderlo en la clase media; cf. op. cit., p. 14. Si bien puede reconocerse en Guzmán un articulador del discurso contra el gobierno de Allende y que ese discurso se apoyaba, en parte significativa, en una “retórica del miedo”, ese miedo no fue inoculado en la clase media gracias a una operación artificial de Guzmán, a una “campaña del terror” productiva y espontánea. Tanto la retórica cuanto la praxis de la izquierda se hallan, desde fines de los años sesenta, inclinadas fuertemente hacia el polo revolucionario, de tal suerte que la retórica de Guzmán, su oposición al gobierno de Allende y su apoyo al golpe de Estado se dejan entender antes como reacciones, motivadas precisamente ellas mismas por el miedo a una revolución marxista y el establecimiento de una dictadura de izquierda en el país, que como las espontáneas y calculadas acciones de un artífice o productor de miedo.

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se piensa en la amenaza nuclear, retratada con elocuencia en la película “WarGames”, del año 19...


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