La formación del símbolo en el niño – Piaget PDF

Title La formación del símbolo en el niño – Piaget
Author Gonzalo Erice
Course Psicología Del Desarrollo I
Institution Universidad de Belgrano
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Summary

La formación del símbolo en el niño – PiagetEl ejercicio, el símbolo y la regla: se encuentran tres grandes tipos de estructuras que caracterizan los juegos infantiles y dominan la clasificación de detalle: el ejercicio, el símbolo y la regla; los juegos de “construcción” constituyen la transición e...


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La formación del símbolo en el niño – Piaget

El ejercicio, el símbolo y la regla: se encuentran tres grandes tipos de estructuras que caracterizan los juegos infantiles y dominan la clasificación de detalle: el ejercicio, el símbolo y la regla; los juegos de “construcción” constituyen la transición entre los 3 y las conductas adaptadas. Algunos juegos no suponen ninguna técnica particular: son simples ejercicios que ponen en acción un conjunto variado de conductas, pero sin modificar su estructura tal cual se presenta en el estado de adaptación actual. Tal sólo la función diferencia estos juegos: ejercen sus estructuras, por así decirlo, en el vacío, sin otro fin que el placer mismo del funcionamiento. Por lo mismo, la regla del juego no es una simple regla prestada a la vida moral o jurídica, sino una regla especialmente construida en función del juego, pero que puede conducir a valores que lo sobrepasan. Este juego de simple ejercicio, sin intervención de símbolos o ficciones ni reglas, caracteriza en particular a las conductas animales. En el niño, el juego de ejercicio es, pues, el primero en aparecer y es el que caracteriza los estadios II al V del desarrollo preverbal, por oposición al estadio VI en el curso del cual comienza el juego simbólico. Una segunda categoría de juegos infantiles es la que llamaremos juegos simbólicos. Contrariamente al caso del juego de ejercicio que no requiere pensamiento ni ninguna estructura representativa especialmente lúdica, el símbolo implica la representación de un objeto ausente, puesto que es la comparación entre un elemento dado y u elemento imaginado, y una representación ficticia puesto que esta comparación consiste en una asimilación deformante. Por ejemplo, el niño que mueve una caja imaginando un automóvil. El juego simbólico no existe en el animal, y no aparece sino en el curso del segundo año del desarrollo del niño. Sin embargo, hemos visto que entre el símbolo propiamente dicho y el juego de ejercicio existe un intermediario que es el símbolo constituido en actos o en movimientos desprovistos de representación; por ejemplo, el ritual de los movimientos ejecutados para dormirse es, primero, simplemente extraído de su contexto reproducido por juego en presencia de la almohada, y luego finalmente, imitado en presencia de otros objetos, lo cual marca el comienzo de la representación. Esta continuidad no prueba que el símbolo esté ya contenido en la asimilación lúdica sensorio-motora. Pero, por el contrario, muestra que cuando el símbolo viene a injertarse sobre el ejercicio sensorio-motor, no suprime este último sino que simplemente se subordina a él. La mayor parte de los juegos simbólicos, salvo las construcciones puramente imaginativas, ponen en acción movimientos complejos y actos complejos. Son, pues, a la vez sensorio-motores y simbólicos, pero los llamaremos simbólicos en la medida en que el simbolismo se integra a los otros elementos. En efecto, el simbolismo comienza por las conductas individuales que hacen posible la interiorización de la imitación y el simbolismo de varios no transforma la estructura de los primeros símbolos. Los símbolos colectivos llevados a la categoría de “papeles” en una comedia, etc., no constituyen sino un caso particular de esos juegos de creación que proceden del juego

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simbólico pero que se desarrollan en la dirección de la actividad constructiva o del trabajo propiamente dicho. Finalmente, a los juegos simbólicos en el curso del desarrollo se superponen una tercera categoría, que es la de los juegos de reglas. A diferencia del caso del símbolo, la regla implica relaciones sociales o interindividuales. La regla implica una regularidad impuesta or el grupo y su violación representa una falta. Ahora bien, si es cierto que numerosos juegos de reglas son comunes a los niños y a los adultos, gran número de ellos siguen siendo específicamente infantiles y transmitiéndose de generación en generación sin la intervención de los adultos. Por lo mismo que el juego simbólico frecuentemente incluye un conjunto de elementos sensorio-motores, el juego de reglas puede tener el mismo contenido de los juegos precedentes. Pero, además, presenta un elemento nuevo: la regla. Ejercicio, símbolo y regla parecen ser los 3 estadios sucesivos característicos de las grandes clases de juegos, desde el punto de vista de sus estructuras mentales. Entonces, ¿dónde debemos situar los juegos de construcción o creación propiamente dichos). Al querer construir una clasificación genética fundada sobre la evolución de las estructuras, éstos no caracterizan un estadio entre los otros sino que señalan una transformación interna de la noción del símbolo en el sentido de la representación adaptada. Intento de interpretación del juego por la estructura del pensamiento del niño: un bebé se chupa el pulgar a veces desde el segundo mes; agarra los objetos hacia los 4 o 5 meses, después los sacude, los balances, los frota y finalmente aprende a lazarlos y a cogerlos al vuelo. Semejantes conductas suponen dos polos: un polo de acomodación, ya que es necesario ajustar los movimientos y las percepciones a los objetos mismos, también un polo de asimilación de las coas a la actividad propia, ya que el niño no se interesa en la cosa como tal, sino en tanto cuanto puede servir de alimento a una conducta anterior o en vía de adquisición. Esta asimilación de lo real a los esquemas sensorio-motores se presenta bajo dos aspectos complementarios: por un lado, es repetición activa y consolidación, y en este sentido es esencialmente asimilación funcional o reproductora, es decir, desarrollo por el funcionamiento; pero, por otro lado, es digestión mental, es decir, percepción o concepción del objeto en función de su incorporación a una acción real o posible. A medida que el sujeto repite sus conductas por asimilación reproductora, asimila las cosas a las acciones y éstas por esto mismo, se tornan esquemas. Estos esquemas constituyen entonces el equivalente funcional de los conceptos y de las relaciones lógicas ulteriores. Se encuentran, efectivamente, en todas las etapas del desarrollo de la inteligencia, la acomodación y la asimilación, pero cada vez más complementarias en su reciente equilibrio. Dos grandes diferencias oponen esta asimilación racional a la asimilación sensoriomotora inicial. En primer lugar, la asimilación racional está descentrada con relación al individuo, la actividad del sujeto no consiste sino en asimilar las cosas entre sí; mientras que la asimilación primitiva está centrada sobre el sujeto individual y, por consiguiente, no es operatoria, es decir egocéntrica o deformante. En segundo lugar, la asimilación es complementaria de la acomodación a las cosas, y por consiguiente,

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en equilibrio casi permanente con la experiencia, mientras que la asimilación sensoriomotora es indiferenciada de la acomodación y da lugar a un nuevo “desplazamiento de equilibrio” a cada nueva diferenciación; fenomenismo y egocentrismo. Esto asentado, el juego infantil es sencillamente la expresión de una de las fases de esta diferenciación progresiva; es el producto de la asimilación que se disocia de la acomodación antes de reintegrarse en las formas de equilibrio permanente que harán de ella su complementario al nivel del pensamiento operatorio o racional. El juego constituye el polo extremo de la asimilación de lo real al yo. La asimilación se disocia así de la acomodación subordinándola y tendiendo a hacerla funcionar por sí misma: el juego de ejercicio queda entonces constituido. El juego de ejercicio se explica, pues, directamente por la primacía de la asimilación, sin necesidad de apelar al pensamiento o a la vida social. La aparición del simbolismo constituye, al contrario, el muro en que se estrellan todas las interpretaciones de la función lúdica. Ahora bien, frecuentemente entra en los atributos de la asimilación el ser deformante y, por consiguiente, fuente de ficción simbólica, en la medida en que se desprende de la acomodación actual, y es esto lo que explica el simbolismo cuando desde el plano sensorio-motor se pasa al del pensamiento representativo. En efecto, aunque el juego de ejercicio y el juego simbólico deban distinguirse más de lo que generalmente se hace, puesto que sus formaciones respectivas deban situarse en dos planos bien diferentes de la conducta, existe, sin embargo, entre ellos un innegable parentesco: el juego simbólico es al juego de ejercicio lo que la inteligencia representativa a la inteligencia sensorio-motora; es decir, una desviación o una disociación en el sentido de la asimilación pura. Si la inteligencia verbal y propiamente conceptual ocupa así la posición privilegiada en el pensamiento representativo, es porque los signos verbales son sociales y que por su intermediario el sistema de los conceptos alcanza tarde o temprano un alto grado de socialización. Mas entre el índice y el signo, o entre el esquema sensorio-motor y el concepto lógico, vienen a intercalarse la imagen simbólica y la representación-imagen o preconceptual. La imagen, es una imitación interiorizada. La imagen es un esquema anteriormente acomodado y que viene a ponerse al servicio de asimilaciones actuales, igualmente interiorizadas, a título de “significante” en relación a estos significados o significaciones. La imagen es, pues, un significante diferenciado, más que el indicio, ya que se desprende del objeto percibido, pero menos que el signo, ya que sigue siendo imitación del objeto. Pero si tal es el mecanismo del propio pensamiento adaptado, que es equilibrio entre la asimilación y la acomodación, se comprende el papel del símbolo en el juego, que es asimilación que prima sobre la acomodación. El símbolo lúdico es también imagen y, por consiguiente, también imitación, o sea acomodación. Pero la relación entre asimilación y acomodación se presenta en forma distinta que la representación propiamente adaptada o cognoscitiva. 1 en el caso de la imagen adaptada, hay, en efecto, imitación exacta o al menos que tiende a la exactitud, es decir a una

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correspondencia término por término con el objeto significado. Por ejemplo, la representación de un triángulo puede ser obtenida por una imitación real, pero hay entonces correspondencia entre las partes del dibujo, las de la imagen y el objeto representado. Cuando, al contrario, el juego simboliza no importa por qué medio. En fin, la imagen mental, puede permanecer vaga y global, puesto que está apoyada por la imitación motora y por el objeto-símbolo. 2. Por otra parte, y allí reside sin duda la razón de la diferencia anterior, la representación del triángulo es adecuada y precisa, es decir, suscita una necesidad de adaptación real, como acomodación al objeto y asimilación del objeto a un sistema de relaciones descentradas en relación al yo. 3. En fin, en la representación cognoscitiva, la imagen (material o mental), representa un objeto particular, cuyo concepto (la clase singular) hace función de simple representante o de ejemplo en relación a la clase general a la que pertenece. El objeto-símbolo en el juego, no es solamente el representante, sino el sustituto del significado, bien que éste último sea general, o singular. En el caso de la representación cognoscitiva hay, pues, adaptación al significado; en tanto que el significante consiste en imágenes, reales o mentales, exactamente acomodadas o imitadas, en cuyo objeto no es sino un representante de la clase general; al contrario, en la representación simbólica de orden lúdico, el significado está simplemente asimilado al yo, es decir, evocado por interés momentáneo o satisfacción inmediata, y el significante consiste entonces menos en una imitación mental precisa, que en una imitación por medio de cuadros materiales en los cuales los objetos están ellos mismos asimilados a título de sustitutos del significado, según las semejanzas, que son muy dudosas y muy subjetivas. En resumen, si en la representación cognoscitiva la asimilación está en equilibrio constante con la acomodación, en el símbolo lúdico la asimilación prevalece en las relaciones del sujeto con el significado y hasta en la construcción del significante mismo. El símbolo como el concepto preexiste en efecto, en un sentido, a la propia asimilación sensorio-motora. Se comprende de inmediato la causalidad del juego simbólico, puesto que emana necesariamente de la estructura del pensamiento del niño. Lo mismo que el juego de ejercicio es una asimilación por la asimilación, que se manifiesta en la medida en que la asimilación a la actividad propia se disocia de la acomodación a las cosas, y en donde, por consiguiente, el yo toma conciencia y encuentra placer en los poderes que adquiere, de la misma manera el juego simbólico representa el polo de la asimilación en el pensamiento, y asimila así libremente lo real al yo. Es, pues, al juego de ejercicio, lo que el pensamiento adaptado es a la inteligencia sensorio-motora; lo que él es al pensamiento adaptado, lo es el juego de ejercicio a la inteligencia sensoriomotora, es decir, al polo asimilador. El juego simbólico no es otra cosa que el pensamiento egocéntrico en su estado puro; la condición necesaria para la objetividad del pensamiento es que la asimilación de lo real al sistema de las nociones adaptadas se encuentre en equilibrio permanente con la acomodación de estas mismas nociones a las cosas y al pensamiento de los otros sujetos. Las operaciones elementales empiezan solamente a “agruparse” hacia el final de la primera infancia; es natural que antes que el pensamiento del niño vacile sin cesar

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entre 3 especies de estados: los equilibrios momentáneos (sujetos a continuos “desplazamientos”) entre la asimilación y la acomodación, las acomodaciones continuamente renovadas, pero intermitentes, que desplazan cada vez el equilibrio anterior, y la asimilación de lo real al yo, e decir precisamente a esta parte del pensamiento que permanece centrado sobre sí mismo en defecto de acomodación correlativa. Siendo así, la asimilación de lo real al yo, es para el niño una condición vital de continuidad y de desarrollo, precisamente a causa del desequilibrio de su pensamiento. El juego simbólico cumple esta condición de los dos puntos de vista, a la vez de las significaciones (del significado) y del significante. Desde el punto de vista del significado, el juego permite al sujeto revivir sus experiencias vividas y tiende a la satisfacción del yo más que a la sumisión de éste a lo real. Desde el punto de vista del significante, el simbolismo ofrece al niño el lenguaje personal vivaz y dinámico, indispensable para expresar su subjetividad intraductible por el solo lenguaje colectivo. El niño de 2 a 4 años ni siquiera se pregunta si sus símbolos lúdicos son verdaderos para los demás y no trata seriamente de convencer a los adultos que le rodean. Faltaría por considerar el juego de reglas en la perspectiva de las interpretaciones que preceden. Hemos visto cómo el juego de reglas marca el debilitamiento del juego infantil y el paso al juego propiamente adulto, que no es más que una ficción vital del pensamiento en la medida en que el individuo está socializado. Mas el juego de reglas presenta precisamente un equilibrio sutil entre la asimilación al yo – principio de todo juego – y la vida social. Es también satisfacción sensorio-motora o intelectual y, además tiende a la victoria del individuo sobre los demás. Pero estas situaciones son, por decirlo así, “legitimadas” por el código mismo del juego que injerta la comprensión en una disciplina colectiva y en una moral del honor y del “fairplay”; tercera y última forma de juego: no contradice, pues, la noción de la asimilación lúdica con las exigencias de la reciprocidad social.

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