Lectura obligatoria II. La excesiva jornada laboral PDF

Title Lectura obligatoria II. La excesiva jornada laboral
Course Historia Económica
Institution Universidad Rey Juan Carlos
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Juliet B. Schor, La excesiva jornada laboral en Estados Unidos. La inesperada disminución del tiempo de ocio. Madrid: Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1994.

Capítulo III "UNA VIDA DE ARDUO TRABAJO": EL CAPITALISMO Y LAS HORAS DE TRABAJO (extractos) El hombre trabajador descansará suficientemente durante la mañana; pasará una buena parte del día antes de que empiece a trabajar; luego tendrá que tomar el desayuno, aunque todavía no se lo haya ganado, a su hora acostumbrada, o bien habrán enfados y murmuraciones: cuando suene el reloj, dejará caer su carga en medio del camino y da igual lo que tenga entre manos, lo dejará tal como está, aunque muchas veces se habrá estropeado cuando esté de vuelta; no se perderá su comida, por muy peligroso que sea el trabajo que está realizando. A mediodía tiene que echar la siesta, luego durante la tarde, llega la merienda, que se lleva una gran parte del día; y cuando llegue su hora por la noche, a la primera campanada del reloj dejará sus herramientas, y abandonará el trabajo sea cual fuere el estado en que quede la tarea. El Obispo Pilkington

Uno de los mitos más perdurables del capitalismo es el de que ha reducido el sufrimiento humano. Este mito lo defienden generalmente por La suposición implícita —aunque raramente demostrada— es que el modelo de ochenta horas se ha mantenido durante siglos. La comparación evoca la . Se nos pide que imaginemos al artesano en un frío y húmedo desván, levantándose incluso antes del amanecer, trabajando a la luz de las velas hasta bien entrada la noche. Estas imágenes son proyecciones en el pasado de los actuales sistemas de trabajo. Y son falsas. . El ritmo de vida era lento, incluso ocioso; el ritmo de trabajo relajado. . Sin duda, hay una buena razón para creer que las horas de trabajo a mediados del siglo diecinueve constituyen el mayor esfuerzo de trabajo que se ha producido en toda la historia de la humanidad. Por tanto, debemos adoptar una perspectiva más amplia y mirar atrás no sólo cien años, sino tres o cuatrocientos años, o incluso seis o setecientos. (...) Consideremos un día de trabajo cualquiera en el período medieval. Se prolongaba desde el amanecer hasta el anochecer (dieciséis horas en verano y ocho en invierno), pero, como el obispo Pilkington señalaba, el trabajo era intermitente; con descansos para el desayuno, la comida, la tradicional siesta y la cena. Dependiendo del tiempo y el lugar,

había también pequeños recesos a media mañana y a media tarde. Estos períodos de descanso eran derechos tradicionales de los trabajadores, los cuales se disfrutaban incluso durante los momentos de más trabajo en la cosecha. Según el Profesor de Oxford James E. Thorold Rogers, la jornada laboral en el medievo no era superior a las ocho horas. La participación obrera en los movimientos por las ocho horas a finales del siglo diecinueve, estaba "luchando simplemente por recuperar lo que sus antecesores trabajaban cuatro o cinco siglos antes" . El historiador francés Jacques Le Goff ha descrito el tiempo de trabajo precapitalista "como el tiempo de una economía todavía dominada por los ritmos agrícolas, libre de las prisas, sin importar la exactitud, despreocupada de la productividad; y de una sociedad creada a imagen de esa economía, sobria y modesta, sin grandes ambiciones, poco exigente e incapaz de esfuerzos cuantitativos". La conciencia del tiempo era radicalmente diferente. —como la hora o el minuto— No había una idea clara del ahorro de tiempo, de la puntualidad o ni siquiera una clara percepción del pasado y del futuro. La conciencia del tiempo era mucho más débil y el tiempo tenía mucho menor valor económico. El

. —es decir, religiosas—

. Estas se dedicaban tanto a la práctica religiosa como a los banquetes, la bebida y la diversión. Además de las celebraciones oficiales, a menudo se festejaban las semanas de la cerveza para señalar los grandes acontecimientos (bodas, entierros) así como otras ocasiones trascendentales. En general, el tiempo de vacaciones en la Inglaterra medieval ocupaba probablemente alrededor de una tercera parte del año. Y los ingleses trabajaban aparentemente más que sus vecinos. Del ancien régime en Francia se han registrado cincuenta y dos domingos garantizados, noventa días de descanso, y treinta y ocho fiestas. En España, los viajeros señalaban que las fiestas sumaban un total de cinco meses al año. El tiempo libre de los campesinos se extendía más allá de las fiestas oficialmente establecidas. Hay pruebas suficientes de lo que los economistas denominan la curva descendente de oferta de mano de obra (la idea de que cuando suben los salarios, la oferta de mano de obra es menor). (finales del siglo catorce) s, que en este caso se aproximaba a unos 120 al año, sumando probablemente un total de 1.440 horas anuales (esta cifra supone una jornada de 12 horas porque los días trabajados eran probablemente durante In primavera, el verano y el otoño). El breve año laboral revela un importante rasgo de la sociedad precapitalista: la . El éxito material todavía no estaba investido de la importancia fundamental que asumiría más tarde. Y el consumismo estaba limitado tanto por la no disponibilidad de bienes como por la ausencia de una clase media con rentas

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libres. Bajo estas circunstancias es comprensible que no existiera la necesidad de trabajar. Por supuesto, aquellos que rechazan esta caracterización argumentan que el tiempo libre en la Edad Media no era realmente ocio sino subempleo. Si el esfuerzo de trabajo era reducido, ellos defienden que es debido a que la economía ofrecía pocas oportunidades para ganar dinero. ¿Qué podemos contestar a estos argumentos? Es cierto que las vacaciones estaban salpicadas por todo el calendario agrícola, descendiendo tras los ajetreados períodos de plantación, siembra y cosecha. Y tanto en la agricultura como en la industria, las posibilidades de conseguir un dinero adicional eran muy limitadas. Sin embargo, es difícil separar la causa y el efecto. Si había más trabajo no es evidente que pudiera acceder mucha gente al mismo. El caso inglés nos ofrece considerables pruebas de que los ingresos más elevados conducían a menos y no a más trabajo; por ejemplo, los trabajadores eventuales del siglo XIII, los granjeros-mineros del XVI e incluso los primeros trabajadores industriales, los cuales se resistían al trabajo siempre que sus ingresos lo permitieran. Justo después de que se pagaran los salarios, y tal como aprendieron los empresarios, se producían el absentismo, las faltas al trabajo y la muy denunciada "holgazanería". Pero deteniéndonos en las causas del ocio medieval, un hecho permanece: el empleo estable, durante 52 semanas al año, es un invento moderno. —y, en muchos casos, el siglo veinte—

CAPITALISMO Y DESAPARICIÓN DEL OCIO Los momentos son los componentes del beneficio. Leonard Horner, inspector de fábricas inglés.

l.

—en la forma de los conflictos actuales sobre el

tiempo—

. La de tejidos a la crisis era predecible:

Para reforzar este nuevo sistema, lo que los historiadores consideran los cuales aparecieron en los centros textiles de toda Europa. Estos relojes en el trabajo —o Werkglocken como llegaron a denominarse— Pero a diferencia del sol, los relojes estarían bajo el control del empresario. Tan pronto como fueron introducidos los Werkglocken, se convirtieron en objetos de fuerte enfrentamiento. Como en realidad . Los trabajadores organizaron sublevaciones para silenciar los relojes, luchando por lo que el historiador Jacques LeGoff ha denominado "el tiempo de los fabricantes de tejidos". Los representantes municipales respondieron protegiendo los intereses de los empresarios.

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Las sanciones más duras —incluyendo la muerte— iban dirigidas a aquellos que utilizaban la campana para convocar una revuelta. Enfrentados a la alianza de los empresarios y el estado, la resistencia de los trabajadores fracasó y se resignaron frente a las largas jornadas, un mayor ritmo de trabajo y la reglamentación de los relojes. (...). . El

cambio se sintió de forma evidente

(...) Fuera de casa, . Los campesinos, contratados por días, semanas o temporadas, estaban sujetos a una disciplina más férrea y horarios más estrictos. La invención de las fábricas, a finales del siglo dieciocho, permitió a los empresarios acabar con los vestigios de los hábitos de trabajo precapitalistas. Finalmente,

—como los bien organizados profesionales ingleses de más alta cualificación— fue Pero incluso en algunos oficios cualificados como la panadería y la alfarería, los hombres no pudieron sobrevivir. En cualquier caso, los trabajadores cualificados (varones) eran una minoría en la fuerza de trabajo. La mayoría de la gente trabajadora, tanto en Inglaterra como en América, acabó trabajando finalmente jornadas más largas. Hombres, mujeres y niños en el trabajo a domicilio y en fábricas, campesinos, esclavos, sirvientes domésticos e incluso una amplia fracción de los artesanos varones experimentaron un alargamiento progresivo de las horas de trabajo. No era infrecuente encontrar días de doce, catorce e incluso dieciséis horas. . Los puritanos se lanzaron a una cruzada santa contra las fiestas, pidiendo que se reservara únicamente un día semanal para el descanso. Su causa fue apoyada por los cambiantes incentivos económicos de la economía de mercado, particularmente la creciente comercialización de la agricultura, que dio lugar a una mayor actividad a lo largo de todo el año. . tan apreciada por los trabajadores. . Un proceso similar se produjo en los Estados Unidos, durante el siglo diecinueve, a medida que se hizo más común el empleo estable. Tomados en conjunto, la jornada de trabajo más larga y el año laboral en aumento, elevaron las horas de forma espectacular. Mientras que yo calculo una variación de 1.440 a 2.300 horas anuales para los campesinos ingleses antes del siglo diecisiete, un trabajador de mediados del siglo diecinueve tanto en Inglaterra como en Estados Unidos podía alcanzar un nivel anual de entre 3.100 y 3.650 horas. La pérdida progresiva de ocio de los trabajadores derivaba de imperativos estructurales inherentes al capitalismo que no habían tenido un paralelismo en la economía medieval. Los feudos europeos sobrevivieron con sus propios esfuerzos, principalmente consu-

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miendo lo que ellos producían. Ni los campesinos ni sus señores dependían de los mercados para la subsistencia básica. No estaban expuestos a la competencia económica ni movidos por el logro de beneficios. El tiempo era suyo. La industria medieval estaba también protegida de las presiones del mercado. Los gremios habían definido las horas de trabajo de forma estricta y, aparentemente, "eran escasos los conflictos sobre el tiempo de trabajo". La costumbre, más que la competencia, regía la actividad económica. Y la costumbre dictaba un esfuerzo laboral estrictamente limitado. , tanto nacionales como internacionales, consuetudinario . El tiempo de vacaciones era caro y por tanto se intentaba reducir encarnizadamente. Siempre que un empresario se las arreglaba para extraer un poco más de trabajo de sus trabajadores, otros se veían obligados a hacerlo. Dado que había una masa cada vez mayor de empresarios dispuesta a exigir largas jornadas, se pudo establecer la norma. . Cuando los trabajadores textiles de Manchester perdieron una hora diaria, las repercusiones se sentían en Lancashire o incluso al otro lado del Océano, en Lowell. Cuando se ligaron las innovaciones locales a un mercado mundial, se había creado un sistema económico de relevo, que ha llegado hasta nuestros días. Los trabajadores americanos del textil, que disfrutaban de vacaciones pagadas y semanas oficiales de cinco días, están perdiendo con rapidez frente a sus compañeros de China al tiempo que los horarios diarios y semanales son mucho más duros. Dado el gran valor que atribuían las gentes medievales a la vida ociosa, —ya fueran sirvientes u hombres libres— . Y de la tierra era de lo que dependían prácticamente todos para la supervivencia. Las malas cosechas podían dar lugar a hambrunas, pero la mayoría de la gente mantenía derechos sociales frente a ciertas partes de las posesiones de su señor, y por tanto frente a la comida. No dependían del mercado para su "subsistencia". En realidad, no existía siquiera un mercado de la tierra. La costumbre regía su uso y traspaso. El .

Los campesinos perdieron el control de lo que había sido un "tesoro común" y del que habían obtenido una cierta independencia. Ahora su supervivencia dependía de la participación en el mercado de trabajo. Se habían convertido en proletarios, reducidos a vender su tiempo y su esfuerzo. Una suerte análoga esperaba a los artesanos, con la eliminación de la movilidad ascendente más o menos asegurada, de oficial a maestro, que ofrecía el sistema de gremios. Cada vez más, los maestros se transformaban en pequeños capitalistas y contrataban aprendices y oficiales continuamente. Las prácticas de mano de obra favorecidas por las tradiciones gremiales fueron descartadas en favor de la confianza en "lo que pueda soportar el mercado". Estos cambios degradaron el estatus de muchas gentes sencillas: "para perder el control sobre uno mismo (y la propia familia) la mano de obra debía claudicar a la propia inde-

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pendencia, seguridad, libertad, que son los derechos de nacimiento". En Inglaterra esta "cosificación" de la fuerza de trabajo se había producido en el siglo diecisiete. En los Estados Unidos, el proceso tuvo lugar mucho después y siguió un camino diferente; pero a mediados del siglo diecinueve, actuaban presiones similares. En palabras de E. P. Thompson, "el cercamiento y el creciente excedente de mano de obra a finales del siglo dieciocho estrecharon el cerco de aquellos que tenían un empleo regular; se vieron enfrentados a la alternativa del empleo parcial y la Ley de Pobre, o la sumisión a una disciplina de trabajo exigente". Como resultado, los niveles de vida descendieron y se desarrolló una pobreza generalizada. Los analistas de la Inglaterra del siglo diecisiete sugieren que entre un cuarto y la mitad de la población rural vivía en la pobreza. Muchos analistas defienden que la pobreza era necesaria: "Es sólo el hambre lo que puede espolear e incitar (a los pobres) a trabajar". La lucha por la subsistencia se había convertido en el hecho más importante de la vida para mucha gente, y en el proceso, el tiempo de ocio llegó a ser un lujo inalcanzable"

El salario diario y el aumento de la jornada laboral El acontecimientos sociales que constituyeron el telón de fondo . Los rasgos específicos de los mercados de trabajo emergentes exacerbaron también las presiones por aumentar las jornadas. Por ejemplo, los capitalistas mantuvieron la costumbre centenaria de fijar los salarios cada día, semana o incluso mes, en contraste con la práctica actual de pago por horas que todavía no había sido introducida. El salario diario era en gran parte independiente de las horas o la intensidad del trabajo y un trabajador no ganaba ni más ni menos si se alargaba o reducía la jornada (...).

. Y dado que los a esas presiones alcistas sobre las horas, el tiempo de trabajo aumentó de forma espectacular, especialmente en las fábricas de Inglaterra y Estados Unidos. La famosa descripción de Marx de las primeras fábricas era una dura realidad para los trabajadores de las mismas: "La Casa del Terror para los pobres, que era sólo un sueño de la mente capitalista en 1770, se hizo realidad unos años después en forma de un asilo para el propio trabajador industrial. Se les denominó fábricas. Y en aquel momento, el ideal era una sombra tenue comparada con la realidad". En estas "fábricas satánicas", la costumbre de un salario diario fijado condujo a los propietarios a ampliar las horas de esfuerzo por todos los medios que pudieran imaginar. Pusieron a prueba el "robo de los minutos", "en la hora de la comida sólo daba tiempo a dar un bocado". Estos métodos producían un beneficio neto. Un trabajador de fábrica lo explicaba así: En realidad, no había unos horarios regulares: los maestros y los directores hacían con nosotros lo que querían. Los relojes de las fábricas se solían adelantar por las mañanas y atrasar por las noches, y en lugar de ser instrumentos para la medición del tiempo, se utilizaban como encubrimiento de las trampas y la opresión. Aunque esto era conocido por todos, nadie se atrevía a hablar, y los trabajadores tenían miedo de llevar un reloj, ya que no era infrecuente el despido de todo aquel que presumiera saber demasiado acerca de la ciencia de la relojería.

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No eran extraños los testimonios de este tipo: En verano trabajábamos hasta que ya no podíamos ver y no podría decir cual era la hora a la que terminábamos. Nadie tenía reloj más que el maestro y el hijo del maestro, y no sabíamos la hora. Había un hombre que tenía un reloj... Se lo quitaron y quedó bajo la custodia del maestro porque había dicho la hora a los demás hombres.

Estrategias similares fueron utilizadas en Estados Unidos, donde las horas en las fábricas variaban desde setenta y siete hasta noventa horas a la semana hacia la segunda mitad del siglo diecinueve. Aunque el Estado, en ambos países, estableció leyes gubernamentales para limitar las horas, en general fueron ineficaces. "El beneficio que se puede obtener con ello (trabajar en exceso violando la Ley de Fábricas) parece ser, para muchos, una fuerte tentación a la que no se pueden resistir. En los casos en los que se conseguía tiempo adicional por la multiplicación de los pequeños robos en el curso del día, existen dificultades insuperables para los inspectores que investigan algún caso". Dinámicas similares funcionaban allí donde la mano de obra estaba formalmente esclavizada. Los esclavos del sur de Estados Unidos recibían el sustento: una alimentación escasa, ropa y protección, lo cual no variaba con sus horas de trabajo. La mano de obra del campo trabajaba "todos los días desde el amanecer hasta casi la completa oscuridad"; y durante la estación más fuerte, seguían trabajando con iluminación por las noches, a menudo dieciséis horas diarias. Un esclavo señalaba: "Trabajo, trabajo, trabajo... Estaba tan agotado trabajando, que era como un gusano arrastrándome por un tejado. Trabajaba hasta que pensaba que el siguiente golpe me mataría". Si los propietarios podían arrancar una hora más de aquí o allá, era simplemente para su beneficio. Los "salarios" de los esclavos no aumentaban. (y los propietarios de esclavos) se las arreglaban para (o que les pertenecía).

. Tenían más recursos para soportar un paro laboral o comprar a la oposición. Podían también invocar a la disciplina del mercado. Cuando los negocios se ven presionados desde arriba, los trabajadores de abajo pueden tener imposible el resistirse....


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