Ludwig Wittgenstein Conferencia sobre ética PDF

Title Ludwig Wittgenstein Conferencia sobre ética
Author Gerardo Vizueta
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El presente volumen recoge, junto con otros materiales afines, el texto de la conferencia pronunciada por Ludwig Wittgenstein en la sociedad «The Heretics», en Cambridge, el 2 de enero de 1930. En ella, el filósofo vienés explicita sus opiniones respecto de una problemática por la que siempre se si...


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El presente volumen recoge, junto con otros materiales afines, el texto de la conferencia pronunciada por Ludwig Wittgenstein en la sociedad «The Heretics», en Cambridge, el 2 de enero de 1930. En ella, el filósofo vienés explicita sus opiniones respecto de una problemática por la que siempre se sintió hondamente preocupado, siendo esta determinación la que hace que lo ético ocupe en el conjunto de su obra un sordo lugar central. Porque, en efecto, siendo cierto que muchas de las claves para una comprensión más completa de este texto se hallan repartidas en papeles anteriores, lo es también que, aunque el Wittgenstein posterior no escribiera sobre moral, nunca abandonó su idea de que la ética constituye un valioso documento de una tendencia profunda del espíritu humano. Este insobornable convencimiento resulta especialmente llamativo en alguien como él, que descartaba que la ética se pudiera enseñar, que fuera una ciencia o que resultara posible conducir a los hombres al bien. Tal vez ello tenga que ver, como origen o como resultado, con su esperanza de vida: «mi vida consiste en darme por satisfecho con algunas cosas», declaró en otra ocasión. La introducción ha corrido a cargo de Manuel Cruz, catedrático de Filosofía contemporánea en la Universidad de Barcelona.

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Ludwig Wittgenstein

Conferencia sobre ética

Con dos comentarios sobre la teoría del valor ePub r1.0

oronet 02.02.2017

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Título original: Wittgenstein’s Lecture on Ethics Ludwig Wittgenstein, enero de 1965 Introducción: Manuel Cruz Traducción: Fina Birulés Editor digital: oronet ePub base r1.2

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INTRODUCCIÓN De lo que no se puede hacer, lo mejor es hablar

«¿Acaso no depende todo de nuestra manera de interpretar el silencio que nos rodea?» L. Durrell, Justine I. Un lugar equívoco

Wittgenstein es, entre otras cosas, autor de unas cuantas frases solemnes que han quedado en la historia del pensamiento contemporáneo como tópicos. Una es aquélla con la que cierra su obra Tractatus Logico-Philosophicus[1]: «De lo que no se puede hablar, lo mejor es callarse», parafraseada en el título. Otra pertenece a su segundo gran texto, las Investigaciones filosóficas[2]: «Los problemas filosóficos surgen cuando el lenguaje se va de vacaciones». También, en fin, podría incorporarse a la muestra la siguiente: «Todo lo que se puede decir, se puede decir con claridad». Es fácil que el estudiante que se aproxima por vez primera a Wittgenstein acceda al interior de su discurso a través de alguna de estas citas. No sólo porque estén entre las más repetidas, sino también porque cumplen correctamente la función introductoria a que se las suele destinar. Por lo pronto, dan bien el tono del estilo discursivo wittgensteiniano, tan preocupado por la sencillez como por la claridad[3]. La preocupación desborda con mucho la mera sensibilidad pedagógica para resultar expresiva de una manera de pensar. Quienes lo trataron personalmente han subrayado este aspecto: «… sus clases eran de lo menos “académico”. Casi siempre las daba en su propia habitación o en las habitaciones que un amigo ocupaba en el college. No tenía ni manuscrito ni notas. Pensaba delante de la clase. Se producía una impresión de profunda concentración. La exposición conducía normalmente a una pregunta a la que se suponía que los oyentes tenían que sugerir una respuesta. Las respuestas se convertían a su vez en puntos de partida para nuevos pensamientos que conducían a nuevas preguntas. Dependía de la audiencia, en gran parte, el que la discusión resultara fructífera y el que el hilo conductor no se perdiera de vista desde el inicio al fin de una clase y de una clase a otra[4]». En otra ocasión manifestó que un tratado filosófico no debería contener sino preguntas (sin respuestas). Todo esto, como es evidente, suena muy socrático. Menos en un extremo, y es que Wittgenstein no renunciaba al empleo de la escritura ni a la ampliación del círculo de sus interlocutores a través de la publicación. A este respecto, había sido explícito ante Malcolm. Le horrorizaba que sus ebookelo.com - Página 5

escritos fueran destruidos por el fuego. Es más, a pesar de que deseaba que las Investigaciones fueran publicadas después de su muerte, estaba obsesionado con la posibilidad de que el mundo del saber llegara a creer que había obtenido sus ideas de filósofos a los que él había enseñado. Digamos, pues, que Wittgenstein estaba tan interesado en la publicación como en la correcta adscripción de las ideas. Tal vez este rasgo pueda sorprender a quienes, a partir de elementos inconexos, han ido componiendo una imagen de él próxima a la de un maldito (en cierto modo propiciada por la biografía de Bartley citada en la nota 4), pero la sorpresa desaparece si nos colocamos en la perspectiva de su pensamiento. La mayoría de sus escritos se asemejan mucho a un pensar en voz alta, hasta el punto de que parecen intentar reproducir el movimiento mismo del pensamiento sin esforzarse en fingir ninguna unidad argumentativa superior. Método de investigación químicamente puro, hubiera dicho Marx. Preocupaciones en crudo, podríamos decir con un lenguaje más llano. Un filósofo sencillo diciendo tal cual lo que piensa: ¿qué hay aquí de problemático o conflictivo? Algo habrá, porque el caso es que la figura y la obra de Wittgenstein a menudo constituyen ocasión de polémica entre académicos de distinto signo o entre académicos y no académicos. Hay, desde luego, que no siempre nuestro autor es sencillo. Muchas veces la sencillez o la claridad son más ideas reguladoras que Realidades efectivas[5]. Eso es cierto, pero sólo serviría para justificar una discreta discusión, un tibio debate entre intérpretes, y lo que ocurre con Wittgenstein va más allá. Acaso hubiera que llamar la atención, para arrojar un poco de luz sobre este asunto, en las expectativas que su discurso ha generado, en el hecho, en cierto modo curioso, de que la mayor parte de especialistas suelen acercarse a su pensamiento en actitud escasamente crítica. Como si no hubiera más tarea pendiente que la de reconstruir una indiscutida coherencia. Nos encontraríamos así ante un particular efecto de su escritura filosófica, que ya Russell (La evolución de mi pensamiento filosófico) había advertido: «Wittgenstein enuncia aforismos y deja al lector la tarea de penetrar en sus profundidades como mejor se le ocurra[6]». Por más que incomode, nada tiene de extraño el empleo que de los mismos a menudo se hace. Se diría el destino común de quienes escriben de esta forma: terminar sirviendo de aval o ilustración a (casi) cualquier afirmación filosófica. Cuando no de oráculo al confundido. Procede, por tanto, en un primer momento intentar establecer la diferencia entre aquello que, con más o menos derecho, podemos atribuir a Wittgenstein, y aquello otro más relacionado con sus lectores. Lo que dice y lo que nos sugiere. Lo que defiende y lo que a nosotros nos importa. Su coherencia y nuestro interés. Sólo esta distinción garantiza el diálogo filosófico. Fuera de ella podemos encontrar conformidad, adhesión, creencia o fe inquebrantable, pero no esa tensión entre dos polos que tiene lugar en la interpretación. Nada de vaporosas «anticipaciones». A fin de cuentas, como el propio Wittgenstein admitía en 1930, «quien sólo se adelanta a su época, será alcanzado por ella alguna vez[7]». Mucho más difícil que adelantarse es ebookelo.com - Página 6

conseguir estar instalado en el propio presente y hacerse cargo del mismo (quizá sea ésa la auténtica virtud de los clásicos). Wittgenstein andaba en ello, junto con los mejores de su tiempo. Por eso le pudieron influir Boltzmann, Hertz, Schopenhauer, Kierkegaard, Frege, Russell, Kraus, Loos, Weininger, Spengler y tantos otros[8], y por eso él no tiene inconveniente en reconocerlo. No hay en esto sombra de falsa modestia, porque Wittgenstein sitúa su especificidad en otra parte: «Mi originalidad […] es, según creo, una originalidad de la tierra, no de la semilla. (Quizá no tenga semilla propia). Se arroja una semilla en mi tierra y crece diferente que en cualquier otro terreno», anotaba en 1939-1940. Los seguidores oficiales de Wittgenstein son muchos (y con frecuencia mal avenidos), pero la filosofía wittgensteiniana decrece, ha señalado hace poco precisamente un wittgensteiniano (A. Kenny). Con toda probabilidad aquéllos han equivocado el camino. Seguir a un autor es una vía muerta. La filosofía crece en el diálogo, no en la exégesis (ahí se clarifica). Y el diálogo, a su vez, exige una premisa: la conciencia histórica de los interlocutores. Por supuesto que no es fácil. Alguna vez se ha dicho que un filósofo es realmente importante cuando es capaz de producir un corte en la historia de la filosofía, es decir, cuando la filosofía que se hace después de él ya no puede ser igual a la que se hacía antes. Wittgenstein constituye uno de esos raros filósofos, que se adorna además con una rareza suplementaria: no ha producido uno, sino dos cortes[9]. Pero estamos viendo que el reconocimiento de esta condición excepcional no es algo automático. Era Bergson quien decía que toda gran filosofía es el resultado de una única intuición original que exige luego treinta o cuarenta años para pensarla, para traducirla a conceptos. Si eso cuesta elaborar una filosofía, qué no costará entenderla e interpretarla bien. Estar en condiciones de aceptarla o de rechazarla, en definitiva[10]. He aquí las coordenadas de la hora presente. II. A propósito del texto que sigue y de la propuesta de Wittgenstein en general

Existe un relativo acuerdo entre los estudiosos de Wittgenstein en identificar la presente conferencia sobre ética con los planteamientos de su primera época[11]. Es cierto que muchas de las claves para una inteligibilidad más completa de este texto parecen hallarse repartidas entre el Tractatus y el Diario filosófico[12], pero habría que andar advertido para no disolver totalmente su contenido en los escritos anteriores. Al fin y al cabo, quienes escuchaban el 2 de enero de 1930 a Wittgenstein en la sociedad «The Heretics» creían estar siguiendo un discurso autosuficiente. Del mismo modo, habría que respetar ahora tanto a quienes se acercan a esta conferencia animados fundamentalmente por una preocupación ética general, como a quienes les interesa saber de la opción ética de Wittgenstein, y no del conjunto de su pensamiento (aunque a veces aquélla requiera pasar por éste). Escondida entre las cortesías y las precauciones iniciales se halla una afirmación ebookelo.com - Página 7

de alcance: Wittgenstein ha decidido hablar de algo «que le interesa mucho comunicar», de algo, podríamos decir, que de verdad le importa. Cierto que en el Tractatus (6.52) se sostenía algo muy próximo[13], pero no lo es menos que, casi veinte años después, lo sigue manteniendo: «Los problemas científicos pueden interesarme, pero nunca apresarme realmente. Esto lo hacen sólo los problemas conceptuales y estéticos. En el fondo, la solución de los problemas científicos me es indiferente; pero no la de los otros problemas» (Observaciones, 1949). No se trata, por tanto, de una cuestión irrelevante o absurda, en contra de lo que el propio lenguaje de Wittgenstein a veces parece indicar. En efecto, todo el argumento de la conferencia va dirigido a mostrar que la ética constituye un intento de sobrepasar los límites del lenguaje, pero esto no equivale a afirmar que se identifique con un mal uso del mismo (que sea, por ejemplo, un juego de palabras engañoso), sino más bien que no es el lenguaje su lugar natural. En la conferencia, Wittgenstein propone la metáfora de la taza de té. Ésta no podrá contener más de lo que permite su capacidad, por mucho que nos empeñemos. Así también, las proposiciones tienen su propia capacidad, y el intento de meter en ellas más de lo que pueden acoger está destinado al fracaso. Sigamos con la metáfora. ¿Cuánta ética cabe, entonces, en el lenguaje? Poca, ciertamente, por razón de su propia naturaleza. En él sólo caben juicios de valor relativos, los cuales se asimilan en última instancia a los juicios de hecho (ejemplos de Wittgenstein: bueno o malo referidos a un jugador de tenis o a una carretera). Sin embargo, en el planteamiento wittgensteiniano los juicios éticos han de ser juicios de valor absolutos, incondicionados, si se prefiere. Su punto de partida expreso es la definición que Moore da de la ética como la investigación general de lo que es bueno (y añade: «en un sentido ligeramente más amplio»). La cuestión tal vez se pueda formular así: una vez descartado que la ética se pueda enseñar, que sea una ciencia y que sea posible conducir a los hombres al bien; una vez realizada la crítica a las falsas éticas, que presentan los juicios de valor relativos como absolutos o que abusan del lenguaje, ¿le queda alguna tarea positiva al discurso ético?; pregunta que en muchos casos equivale a esta otra: ¿puede incluir un discurso de este tipo alguna propuesta ética? Es forzoso decir algo sobre ciertas categorías generales de Wittgenstein, aunque sea rápidamente. Sólo estamos autorizados a hablar de los hechos, que se identifican con lo accidental, con lo contingente. Nada que escape a eso puede ser dicho, por más convencidos que estemos de su existencia. Así, el orden que creemos encontrar en el mundo cuando hacemos ciencia es el resultado de una proyección nuestra sobre él. En ningún caso tenemos derecho a hablar de tal orden —de sus leyes, por ejemplo— como algo real («en todo mundo posible hay un orden»), sino más bien como la retícula, como el entramado sobre el cual los hechos particulares nos resultan manejables y las proposiciones que los expresan inteligibles. Pertenece al reino de lo que se muestra a través de su empleo, pero no se puede decir porque está antes de ebookelo.com - Página 8

cualquier formulación: es condición de posibilidad de todo enunciado («la lógica del mundo anterior a toda verdad y falsedad»). En realidad, el filósofo tiene la persistente sensación de que es francamente escaso lo que se deja decir[14]. De ahí la mencionada insatisfacción wittgensteiniana ante la ciencia: todo lo que le importa está lingüísticamente (y, por tanto, lógicamente) prohibido. Lo místico, esa categoría que tantos equívocos ha propiciado, surge en este contexto, es el rótulo con el que se denomina nuestro impulso a desbordar los límites del lenguaje. «Sentir el mundo como un todo limitado es lo místico», se precisa en el Tractatus (6.45) inmediatamente después de otra precisión: «No es lo místico cómo sea el mundo, sino que el mundo sea» (6.44). Cómo sea el mundo es cosa de la que nos informan los saberes disponibles y sus descripciones. Inútil también, en consecuencia, empeñarse en rastrear en el mundo indicios de cualquier género de trascendencia en el sentido de la metafísica tradicional. «Todo lo que ocurre y todo ser-así son casuales» (6.41). Buena parte de los equívocos derivan de que Wittgenstein a menudo habla de Dios o de divinidades. Pero qué podemos entender por Dios está dicho en el Diario filosófico: «Podemos llamar Dios al sentido de la vida, esto es, al sentido del mundo» (11-5-16). En cuanto a las divinidades, no hay duda de cuáles son: «Hay dos divinidades: el mundo y mi yo independiente» (8-7-16). En cierto modo podría decirse que su condición de divinidades depende precisamente de que sean dos. Porque ese yo independiente lo es respecto al mundo: «El yo no es un objeto», es todo lo que anota el 7 de agosto de 1916. No es ésta una consideración psicológica, se empeña Wittgenstein en subrayar, mientras remite a cada poco al Tractatus. «El sujeto no pertenece al mundo, sino que es un límite del mundo», se leía allí (5.632). El yo entra en este discurso por el hecho de que «el mundo es mi mundo» (5.63, 5.641 y Diario filosófico, 12-10-16). Lo que Wittgenstein puede enunciar a este respecto difícilmente alcanza a ir más allá de lo metafórico: «Sé que este mundo existe. Que estoy situado en éj como mi ojo en su campo visual» (Diario filosófico, 11-6-16). Cualquier otra cosa que se dijera implicaría tratar a ese yo como a un objeto más del mundo, y a Wittgenstein no le interesa lo que de mundano pueda haber en él. Por ejemplo, el cuerpo: «Una piedra, el cuerpo de un animal, el cuerpo de un hombre, mi cuerpo, todos ellos están al mismo nivel[15]». Se entienden así sus frecuentes manifestaciones de impotencia: «El yo, el yo es lo más profundamente misterioso» o «La esencia del sujeto viene enteramente velada» (Diario filosófico, 5-8-16 y 2-8-16). El sujeto no es parte alguna del mundo, sino un presupuesto (inefable) de su existencia. Pues bien, es ahí, en ese «punto inextenso al que queda coordinada la realidad», donde reside la ética: «Ese centro del mundo que llamamos el yo […] es el portador de la ética». Así las cosas, lo razonable sería predicar de la conferencia lo que el propio Wittgenstein predicaba del Tractatus. En una famosa carta a Ficker le manifestaba que su trabajo constaba de dos partes: lo que estaba expuesto en él más todo lo que no había escrito. Y subrayaba: «Es esa segunda parte precisamente la más ebookelo.com - Página 9

importante[16]». Algo muy semejante parece ocurrir ahora, ruando Wittgenstein se ve obligado a explicitar sus convicciones sobre la ética. Tanto en la conferencia como en las notas de Waismann aparece la misma idea: la ética es algo respetabilísimo en cuanto documento de una tendencia profunda del espíritu humano. Sin embargo, «no puede ser una ciencia», «no aumenta nuestros conocimientos en ningún sentido», «cuanto se quiera dar como definición de bien, será siempre una equivocación», etc. ¿Qué hacer, pues, respecto a ella? Ponerse en juego. No por otra razón, al final de la conferencia, habla en primera persona: «Aquí no hay nada más que pueda ser enunciado; todo lo que puedo hacer es dar un paso adelante como individuo y hablar en primera persona[17]». Lo que no significa, por supuesto, que en primera persona ya todo esté permitido. En ese mismo texto se pone algún ejemplo de ello. La expresión «pase lo que pase, nada puede dañarme» representa un mal uso del lenguaje. No se trata de una dificultad ocasional. La esencia de la ética es precisamente ese correr contra las barreras del lenguaje. Con otros términos, Wittgenstein no se resigna al silencio, no renuncia a pensar la acción humana. Sólo una cosa cabe hacer con la ética: mostrarla. La obsesión wittgensteiniana por asimilar juicios de valor relativos a juicios de hecho introduce, ciertamente, un elemento de rigidez en el discurso que en la práctica condena a considerar pseudoproposiciones elucidatorias —del estilo de las del Tractatus: escalera efímera— todas las formulaciones que seamos capaces de presentar. Acogiéndonos al Wittgenstein «plural» de las Investigaciones, la diferente calidad de los enunciados éticos y de los intramundanos se podría plantear así: un juicio de hecho nos informa acerca del objeto al que se refiere, mientras que un juicio de valor tiene un doble frente, hacia el objeto y hacia el sujeto. Para la relación objetiva el criterio sería la verdad; para la subjetiva se impondría hablar de veracidad. Entendiendo por tal el modo en que el sujeto se involucra —se pone en juego— en el discurso y sus enunciados[18]. En la conferencia, Wittgenstein todavía se tiene prohibido plantear esto (de hecho, pronuncia un juicio de valor absoluto sobre los usos del lenguaje, como ha señalado Hierro), pero se diría a punto de manifestarlo. En todo caso, las bases estaban puestas, y parecían conducir aquí de modo inexorable. Porque sabemos que «bueno y malo sólo irrumpen en virtud del sujeto» o que «bueno y malo, predicados del sujeto, no son propiedades en el mundo» (Diario filosófico, 2-8-16). El sujeto es, pues, la exclusiva sede del valor (y habría que completar: tanto ético como estético). En el mundo todas las cosas «tienen igual importancia» (Diario filosófico, 8-10-16), en el mismo sentido que «todas las proposiciones tienen igual valor» (Tractatus, 6.41). Si descendemos al plano de los comportamientos, lo anterior se traduce en que no hay ninguna relación entre mi voluntad y los hechos. Ella sólo puede cambiar los límites del mundo. Nunca «aquello que pue...


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