Modulo-III- Asignatura 3 pedagógia y didáctica de la religion PDF

Title Modulo-III- Asignatura 3 pedagógia y didáctica de la religion
Author Lydia Aparicio Checa
Course La Oración Cristiana
Institution Universidad Pontificia de Salamanca
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Apuntes de uno de los módulos de la asignatura tres de la declaración eclesiástica de competencia académica....


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Módulo: La Iglesia, los sacramentos y la moral

MÓDULO III «LA IGLESIA, LOS SACRAMENTOS Y LA MORAL»

ISCR de Almería (UPSA) DECA: Infantil y Primaria (modalidad online)

Prof. Lic. D. Francisco Sáez Rozas

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Módulo: La Iglesia, los sacramentos y la moral

ASIGNATURA «LA MORAL CRISTIANA»

ISCR de Almería (UPSA) DECA: Infantil y Primaria (modalidad online)

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Módulo: La Iglesia, los sacramentos y la moral

TEMA 1 LA DIMENSIÓN MORAL DE LA VIDA HUMANA

INTRODUCCIÓN: CRISIS ACTUAL DE LA MORAL En esta última asignatura nos acercaremos a los conceptos más fundamentales en la reflexión teológica moral. En un espacio tan limitado como el que disponemos, su estudio será igualmente sencillo y limitado, con el riesgo de que sea parcial. Esto va a tener como consecuencia que algunos temas no puedan ser abordados, al menos en toda su amplitud por cuestión de espacio en estas páginas. Un hecho fácilmente constatable en nuestra situación real es que mientras tradicionalmente la moral constituía una fuerza que orientaba a la persona para saber cómo debía comportarse, en nuestros días existe un fuerte sentimiento de rechazo, e incluso agresividad ante la simple idea de la moral. Para muchos, ésta solo es una vivencia de normas, mandatos, prohibiciones, leyes impuestas a la fuerza, algunas de ellas contra las tendencias de la misma naturaleza, que acentuaba su carácter excesivamente jurídico y legalista olvidando otras dimensiones más profundas y centrando la moral exclusivamente en el pecado. Toda esta dosis de rechazo se manifiesta con un signo más preocupante como es el de la indiferencia, que supone la pérdida absoluta de interés, al negarle importancia para la vida real. Ciertamente, hoy la moral fundamental no puede reducirse a: 1. Recordar principios fundamentales. 2. La gente necesita saber no solo cómo, sino también por qué tiene que actuar de una forma determinada. 3. Tomar conciencia de que han sido superadas aquellas épocas en las que las normas de conducta se aceptaban o rechazaban por la autoridad de quienes las imponían. 97

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4. No basta repetir que está mandado, hay que dar una justificación de porque está mandado. En esta breve reflexión, lo que se pretende es ver como la moral tiene un lugar propio en el desarrollo del hombre hacia su madurez personal. Además, como creyentes no podemos renunciar a la dimensión religiosa. Lo humano y lo religioso son exigencias de una moral cristiana. No podemos prescindir de la riqueza y profundidad que la revelación y el evangelio de Jesús aportan a la realización del proyecto humano.

1.- EL PROYECTO ÉTICO: LA REALIZACIÓN DEL HOMBRE COMO PERSONA En el mundo animal, éstos, siguiendo las leyes de la naturaleza y del propio destino pueden alcanzar su destino y felicidad. Lo que a primera vista parece indicar una mejor programación que el hombre, señala el nivel infra racional en el que se encuentran, pues no existe espacio para la libertad responsable. Ésta es propia del ser humano. Por ella el hombre experimenta la capacidad de autodirigirse, a pesar de sus limitaciones. Pues el hombre tiene la conciencia de que puede orientar su vida dándole un estilo característico. En circunstancias normales, ningún hombre se siente obligado a actuar de una forma concreta por ningún impulso. La moralidad, por tanto, es una propiedad del ser humano que está dotado de inteligencia y voluntad, la cual, a su vez posee la propiedad de la libertad. Por eso el hombre es capaz de conocer y discernir entre el bien y el mal Todo hombre se encuentra abocado a descubrir un sentido a su vida. Intenta buscar una razón última que justifique el interés por realizarse de una manera determinada. Hasta ahora interesa dejar claro que todo hombre tiene que tomar una opción más o menos consciente, tiene que vivir en coherencia con un proyecto que él mismo tendrá que ir construyéndose. En cualquier caso, nuestra conducta tendrá que ser coherente con el sentido y finalidad última que hayamos dado a nuestra vida. Y en lo expuesto anteriormente es donde encontramos la necesidad de un proyecto ético. Cuando se ha tomado una determinada orientación, toda nuestra persona se reestructura en orden a mantenerse en coherencia con esa decisión, creando un sistema defensivo y protector que haga más fácil, mediante la elección de ciertas acciones y el rechazo de otras, el objetivo propuesto. De todas formas, para que este proyecto sea posible es necesario comenzar por descubrir ese sentido fundamental: ¿cuál es el fin del hombre? Sin duda, la vivencia más profunda de todo hombre es el deseo de felicidad. Desde una perspectiva creyente afirmamos como desde la fe solo Dios puede llenar todas las aspiraciones a la felicidad que hay en el hombre. La ética aparece como el itinerario a recorrer para alcanzar este destino. Tradicionalmente se ha dicho que el fin último del hombre es la salvación sobrenatural que Él nos ofrece. No obstante, hay que clarificar dicha afirmación. Aunque 98

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esto es cierto, también la fe nos enseña que la existencia terrena no debe catalogarse como un simple medio para conseguir este fin. El cristiano, precisamente por su fe, tiene una misión y responsabilidad en la construcción y mejoramiento del mundo. Además, esta afirmación tiene un carácter eminentemente individualista: se centra en la propia salvación de cada uno. Las bienaventuranzas responden al deseo natural de felicidad. Este deseo es de origen divino: Dios lo ha puesto en el corazón del hombre a fin de atraerlo hacia Él, el único que lo puede satisfacer. Ellas están en el centro de la predicación de Jesús y con ellas Jesús recoge las promesas hechas al pueblo elegido; pero las perfecciona ordenándolas no sólo a la posesión de una tierra, sino al Reino de los cielos: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos». (Mt 5,3-12)

Las bienaventuranzas descubren la meta de la existencia humana, el fin último de los actos humanos: Dios nos llama a su propia bienaventuranza. Esta vocación se dirige a cada uno personalmente, pero también al conjunto de la Iglesia, pueblo nuevo de los que han acogido la promesa y viven de ella en la fe68. Sin embargo, es necesario dar un paso más. Si queremos presentar un proyecto ético de validez más universal, hay que buscar también el punto de arranque de la reflexión ética en las raíces del corazón del hombre. En este sentido podemos decir que el proyecto ético consiste en la realización del hombre como persona. Por tanto, también desde una perspectiva antropológica, y no solo exclusivamente religiosa se justifica la necesidad de la moral. El hombre no puede quedarse satisfecho en su desajuste o imperfección inicial. Existe una tensión entre lo que el hombre es y lo que debe ser.

68 «Las bienaventuranzas descubren la meta de la existencia humana, el fin último de los actos humanos: Dios nos llama a su propia bienaventuranza. Esta vocación se dirige a cada uno personalmente, pero también al conjunto de la Iglesia, pueblo nuevo de los que han acogido la promesa y viven de ella en la fe» (Catecismo, n.1719).

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2.- EL ACTO MORAL. VISIÓN DE CONJUNTO Evidentemente todo ser humano, a la hora de tomar una decisión, consciente o inconscientemente sigue todo un proceso. Es lo que podríamos llamar “acto moral”. Lo que vamos a tratar ahora de ver, de una forma sencilla es el proceso y la estructura del acto moral

Percepción/Deseo

La persona, por medio de su razón, de su inteligencia y sensibilidad, capta posibles acciones que puede realizar aquí y ahora.

Deliberación/Valoración/Discernimiento

Analiza las diversas posibilidades de acción. En su conciencia confronta los diferentes valores que están en juego, considerando las razones a favor y en contra

Decisión/Opción

La persona elige una de las posibilidades de acción haciendo uso de su libertad y según su escala de valores, esperando así alcanzar una situación de mayor felicidad personal.

Acción/Ejecución

Por medio de la voluntad, aquella decisión que estaba solo en su interior se pone en práctica.

Repercusiones de la acción:

Una vez realizada la acción es de nuevo la conciencia la que evalúa lo que esa acción ha supuesto. Esta valoración se puede manifestar en tranquilidad o desasosiego. La persona, además, al asumir esa acción como manifestación de su libertad se hace responsable de la misma.

a.- Interna: eco de la conciencia. b.- Externa: responsabilidad

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Partimos, pues, de un acto humano, que después será calificado como bueno o como malo en función de su referencia con el fin último que es la felicidad. Cuando juzgamos la moralidad de un acto humano es cuando podemos hablar de acto moral. Pero ¿en función de qué elementos juzgamos dicha moralidad? Nos encontramos así con lo que en Teología moral se denomina como “fuentes de moralidad”. Se llaman así a los diferentes elementos de la acción humana y que van a determinar la moralidad, de una acción. Santo Tomás las redujo a tres: a) El objeto: Es el efecto que la acción produce de modo directo, con independencia del propósito del que actúa o de las circunstancias. b) El fin: manifiesta la intención del sujeto que actúa. Hay que tener en cuenta que una intención buena no convierte automáticamente en bueno un comportamiento en sí mismo desordenado. El fin no justifica los medios. Por contra una intención mala puede convertir en malo un acto originariamente bueno: por ejemplo, cuando Jesús se refiere a la limosna, ayuno y oración de los fariseos. c) Las circunstancias: Esa serie de cualidades de la acción que no van ligadas necesariamente al objeto mismo de la acción: quién la realiza, cómo, dónde, con qué medios, por qué, cuándo. Ahora podemos abordar brevemente aquellos actos que en la tradición moral han sido considerado como actos intrínsecamente malos. Un acto moralmente bueno es aquel que supone la bondad del objeto, del fin y de las circunstancias. Pero también existen actos que son intrínsecamente malos por razón de su objeto, independientemente de las intenciones del agente y de las circunstancias, como ha recordado la Veritatis Splendor en los números 80 y 8169. No se puede justificar una acción mala por el hecho de que la intención sea buena, el bien no justifica los medios. Pero junto a una moral de actos, está surgiendo en muchos teólogos una moral de actitudes. Esta viene a decir que un acto aislado significa muy poco. Los actos son como las palabras. Una palabra solo tiene sentido dentro de una frase. Y ésta es comprendida solo dentro de todo el conjunto. Lo dicho no significa que los actos carezcan de importancia ya que sirven para revelar la actitud interior. No obstante, conviene tener en cuenta que la actitud no queda siempre retratada por un acto aislado, sino por el conjunto de los mismos. Y el valor ético habría que buscarlos en la actitud interior que inspira los actos. Sea como fuere dicha postura no ha encontrado eco en el magisterio de la Iglesia

69 «Es, por tanto, erróneo juzgar de la moralidad de los actos humanos considerando sólo la

intención que los inspira o las circunstancias (ambiente, presión social, coacción o necesidad de obrar, etc.) que son su marco. Hay actos que, por sí y en sí mismos, independientemente de las circunstancias y de las intenciones, son siempre gravemente ilícitos por razón de su objeto; por ejemplo, la blasfemia y el perjurio, el homicidio y el adulterio. No está permitido hacer el mal para obtener un bien» (Catecismo, n. 1756). 101

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que en la encíclica Veritatis Splendor y en el Catecismo Universal opta por una consideración tradicional de la moral.

3.- LOS VALORES Y LA FELICIDAD La moral como dinamismo que lanza y lleva al hombre hacia su autorrealización personal exige la búsqueda de unas reglas de conducta, unas «señales de tráfico» que le orienten a semejante objetivo. Nadie tiene un proyecto ético si no tiene al mismo tiempo un camino concreto para realizarlo. El ser humano, por su contextura especial, experimenta la urgencia de satisfacer una serie de necesidades de diversa importancia. no solo biológicas, sino también espirituales (p.e. la sensación de vacío, de ser amado, …). Toda realidad que responde a alguna dinámica del hombre, a ciertas aspiraciones o tendencias, podemos llamarla valor. La persona humana es un ser abierto que desea siempre nuevos estadios de realización, y que busca realidades que lo plenifiquen. Por medio de su inteligencia y sensibilidad percibe elementos, situaciones, ... que por alguna circunstancia le llaman, porque imagina que su posesión le aportará un poco de esa felicidad. De ahí la importancia de elegir bien los valores: de ellos esperamos una plenitud personal que no poseemos. Pero el valor no es la cosa o la situación, sino una cualidad que poseen las cosas o situaciones por las que son importantes para el sentido de nuestra vida y para nuestra madurez personal. En el nivel más bajo de la persona encontramos los valores biológicos que van encaminados a las exigencias instintivas. Por encima estarían aquellos que, aunque propiamente humanos, solo interesan a una zona de nuestra personalidad (p.e. perfeccionar al hombre en su inteligencia, sensibilidad, pero que no afectarían al hombre, de tal manera que por ellos se convierta en bueno o malo: valores artísticos, culturales,). Y en la cúspide estaría los valores espirituales, que abarcan al hombre en su totalidad, como son los morales y religiosos, y que ayudan al hombre a crecer en bondad y espiritualidad. Así, si todos los valores interesan a la persona, lo típico del valor moral es que no la perfecciona en una sola dimensión (su técnica, o cultura), sino que la promociona en toda la totalidad de su existencia (los otros valores, aunque completen al hombre en otras esferas de su personalidad, permanecen silenciosas ante el proyecto último de su vida. Se puede ser un gran técnico, pero ese valor científico no evita necesariamente la posibilidad de ser también un ladrón). De ahí que podamos definir el valor moral como aquella cualidad inherente a la conducta que se manifiesta como auténticamente humana, conforme a la dignidad de la persona y de acuerdo con el sentido más profundo de su existencia. Si los valores estéticos despiertan sentimientos de admiración, por ejemplo, la respuesta que provoca el valor moral es la experiencia de obligación. Desde esta perspectiva, no habría que entender la moral como aquella disciplina que encierra la libertad del hombre 102

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al imponerle algo ajeno; habría, más bien, que verla como la ciencia de los valores que dirige e ilumina nuestra realización humana, libre y responsable hacia su destino. Frente a la llamada de otros bienes apetecibles, pero que ponen en peligro la dignificación de la persona. El valor ético es una defensa contra esos valores secundarios. Así pues, lo “mandado” por la moral es lo que, es último término, el hombre desea desde lo más íntimo de su ser. A su vez, la transgresión de un valor moral provoca el sentimiento de culpabilidad. Seguramente habrá que seguir denunciando un tipo de culpabilidad. Pero junto con estos mecanismos neuróticos, puede darse una dimensión seria y profunda de la transgresión de un valor moral. El hombre que ha rechazado un valor moral toma conciencia de su mal comportamiento y comprende, por debajo de intereses más inmediatos, que así no ha respondido a otras exigencias más profundas de su personalidad. Desde esta perspectiva, la culpabilidad sería el reconocimiento sincero, humilde y dolorido de no haber actuado según su vocación humana. 3.1.- La escala de valores y la opción fundamental Recapitulando un poco podemos decir que el hombre es un ser en camino hacia su realización/maduración personal. Y que, con más o menos condicionamientos y obstáculos, se hace y escoge un camino de realización en la vida. Dentro de este marco general, tenemos ahora que hablar de la opción fundamental70. Esta es una decisión básica que brota de lo más profundo de la persona y condiciona como intención principal sus demás actos. Por tanto, podríamos definirla como «la decisión fundamental de orientar la vida personal en torno a los valores que van a hacer que consiga llegar a ser la persona que en el fondo he decidido ser». Esta decisión constituye un proyecto general para toda la existencia, una especie de programa de vida A partir de esta opción fundamental la persona establece su propia escala de valores. Es lo que da lugar a diferentes tipos de persona. En definitiva, la escala de valores que cada uno elige, manifiesta el tipo de persona al que se aspira. En la escala de valores estos aparecen jerarquizados. Por eso, en caso de un conflicto de valores, lo correcto es elegir el valor más importante de la jerarquía. En ocasiones lo justo no coincide con el gozo o lo verdadero no siempre lleva al éxito. En estas ocasiones lo correcto es elegir lo justo a costa del gozo, lo verdadero a costa del éxito, pero en favor de la autenticidad personal. La hipótesis de la opción fundamental no deja de plantea algunas cuestiones como, por ejemplo: a.- Preguntarse si todos los seres humanos formulan una opción fundamental, o por contra es necesario un cierto nivel de cultura para realizar dicha opción. Ciertamente, lo

70 Se han utilizado muchas otras expresiones para designar el significado de la opción fundamental: «orientación profunda de la voluntad», «intención fundamental», «opción transcendental», ...etc.

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difícil es no optar. De hecho, opta incluso aquel que ha optado por no optar. Y de una u otra forma todos optamos en favor de la plenitud de felicidad. b.- Otra pregunta que se plantea es el momento en el que surge la opción. En nuestro mundo occidental tan tecnificado, todo contribuye a retrasar el momento de tal opción. De todas formas, la opción parece ir madurando lentamente, alimentándose de las pequeñas opciones que parecen insignificantes. La noción de opción fundamental lleva una serie de consecuencias positivas para la ética cristiana: garantiza una vida moral, facilita el arrepentimiento y la conversión, refuerza el valor de las pequeñas decisiones, …No obstante, a pesar de que el cristiano haga una opción fundamental por Dios hay que tener en cuenta que dicha opción no elimina la importancia de los actos particulares y cotidianos. Los actos humanos concretos son los que forjan la personalidad; además, en la vida, la opción fundamental no es definitiva y puede ser modificada en los actos particulares. Por eso, la opción fundamental debe ser corroborada día a día. Como veremos, para el cristiano la “verdadera opción” responde más bien al esquema de la “vocación”. Optar moralmente significa responder a la llamada de Dios. Estamos ya sin duda en el ámbito de la vocación. 3.2.- Normas morales y leyes Una vez que hemos hablado ya de valores, tenemos que referirnos brevemente en moral a las normas y leyes. No debe...


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