Solucionario PEC2 sem1 2017 2018 PDF

Title Solucionario PEC2 sem1 2017 2018
Course Fundamentos psicosociales del comportamiento humano
Institution Universitat Oberta de Catalunya
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Corrección PEC2...


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Comentario PEC 2

PEC2: “Swaggers y “canis”: clase, cultura, atracción e identidad social. A lo largo de este documento os proponemos algunas de las reflexiones psicosociales posibles alrededor de las identidades sociales, las interacciones y las relaciones entre ambos fenómenos. Lo hacemos pensando tanto en aquellas identidades que se ponen en juego en relación a los grupos que aparecen en los materiales proporcionados, como aquellas que emergen con más fuerza como lectorxs de esta realidad social. En la primera pregunta os proponíamos que describierais los factores que intervienen en los procesos de atracción personal a partir de presentaros, en primer lugar, una “nueva subcultura urbana” (en las palabras utilizadas a el artículo de El País). En un primer momento, sin detenernos a reflexionar demasiado, podríamos seguir las ideas que expone el autor de los vídeos Carlo Padial, y enumerar las características de aquellas personas que en los materiales se identifican como popus. Éstas son, según el realizador, “personas atractivas y con actitud” o, ya en referencia a todo el colectivo swagger, gente muy “nueva” y “sin miedo” a la búsqueda descarada de gustar al máximo de gente (en forma de likes, por ejemplo); interesadas en ser, en definitiva, lo más atractivo o atractiva posible. Sin embargo, si nos adentramos en los materiales de la asignatura, concretamente en el módulo 3 sobre “La interacción social” (Maestre Useche & Peñaranda Colera, 2008), podemos captar rápidamente como desde la psicología social se concibe la atracción interpersonal a nivel interindividual, como algo que excede la posesión de unos atributos determinados por una persona en concreto. Uno de los factores que enseguida se muestran relevantes para explicar la atracción interpersonal, tanto en los materiales como en el caso d e esta “tribu urbana”, es la proximidad física. De hecho, basándonos todavía en el artículo de El País, la dimensión espacial resulta fundamental para la constitución de la red de relaciones que sustenta esta subcultura: …tienen cero interés en situarse en los márgenes de la cultura o en ser alternativos (a nada). Lo suyo es la centralidad, también literal: por algo ocupan el centro mismo de las ciudades. En Madrid, por cierto, suelen agruparse en la plaza del Sol. (Gómez Urzaiz, 2014)

De esta manera, vemos cómo la atracción se fundamenta en la mayor accesibilidad que proporciona el hecho de compartir espacios; lugares que no sólo son ubicaciones urbanas sino también, cada vez más y cómo ejemplifica paradigmáticamente el caso que nos ocupa, puntos de encuentro “virtuales” como por ejemplo las redes sociales. Curiosamente, a menudo se dice que compartir estos espacios virtuales pueden facilitar la atracción precisamente p or desatarla de la dimensión más física/bella, del frente a frente, permitiendo así una priorización

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de la gestión de impresiones y de la propia interacción, así como las normas sociales que las regulan. Es decir, los entornos virtuales muestran cómo, más que el espacio y la apariencia, es este ordenamiento más bien social el que resulta capital para la definición y el funcionamiento de la atracción interpersonal. Tal y como nos indican los apuntes, a partir de encuentros frecuentes en espacios públicos o privados, o unos primeros contactos realizados a través de las TIC, es más probable que se vayan consolidando unos mínimos de familiaridad y sentimientos de seguridad y confianza hacia el otro, esenciales para el desarrollo de interacciones de mayor o menor intimidad. Sin embargo, como apuntaron los experimentos clásicos de Muzafer Sherif (llevados a cabo hacia los años 1950), la mera exposición y contacto entre personas no siempre garantiza la cooperación, ni mucho menos la atracción. Tal y como mencionábamos en la introducción del enunciado de la PEC, las interacciones están altamente condicionadas por, entre otros, la pertenencia grupal de las personas implicadas: Quién nos gusta y por qué razones nos gusta no está disociado de quién es cada una de las personas implicadas, y no estamos hablando de qué personalidad tienen, sino de qué lugar ocupan en la sociedad. El atractivo no es un fenómeno biológico o que dependa de cada individuo, sino que depende de nuestros gustos y por lo tanto de cómo hemos sido socializados en un determinado gusto. Por eso la similitud en gustos, actitudes y opiniones es fundamental para definir quién nos atrae y con quienes desearemos establecer una conexión más o menos íntima. De esta manera, resulta pertinente prestar atención a los modelos, estereotipos y cánones de aquello “atractivo” que circulan en cada contexto. Sin duda, tal y cómo se comenta en el artículo, podemos observar en el colectivo swagger, y en muchos otros, patrones a la hora de configurar las diversas vestimentas e incluso las prácticas más sutiles (por ejemplo, la proliferación de selfies, saludos particulares, lenguajes, etc.) que, aunque persigan “llamar la atención”, destacarse y atraer, sólo lo lograrán en la medida en que se aproximen a los estándares implícitos en el contexto de interacción de aquel grupo particular. En este sentido, otro componente común y característico del grupo que también configura y puede facilitar el atractivo interpersonal es la preferencia por determinadas músicas, escenarios y estilos de baile determinados. Esta particularidad se observa mejor en el segundo de los vídeos enlazados en el artículo de El País. Entre otros, se habla del Dembow como estilo de música y baile capaz de aglutinar numerosas personas, de nuevo, en un mismo espacio físico y con unos determinados comportamientos. Aunque aparecen de manera fugaz, para acabar esta parte del comentario nos fijaremos en cómo la música y el baile también prefiguran algunas interacciones que podríamos catalogar de atracción

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interpersonal o relaciones con un grado d e intimidad considerable. Hace un momento decíamos que estas interacciones aparecen de manera breve en estos materiales (entre el minuto 3:00 y el 3:17 del vídeo “Famee y Popus: la gran locura Swagger”) y más arriba apuntábamos que la influencia de productos culturales como la música y el baile va más allá de esta “tribu” en concreto. Por este motivo, además de alentaros a buscar recursos alternativos, os proporcionábamos el artículo “No soy una de esas” (Barbijaputa, 2016). Este texto parte de una reflexión más o menos cotidiana sobre el papel de músicas como por ejemplo el reguetón en la configuración de patrones de relaciones aparentemente de atracción pero que pueden fácilmente devenir violentas y agresivas. Sin duda, tal y cómo argumenta el artículo y muestran algunas imágenes de los vídeos, algunos géneros musicales como el reguetón o el Dembow pueden fomentar relaciones interpersonales en que la mujer y la adolescente son altamente sexualizadas y construidas como objeto. Sin embargo, tal y cómo muestra la autora del artículo de E l Diario, estos procesos no se restringen a unos pocos estilos musicales sino que reflejan culturas más amplias incluso de apología de la violación; imaginarios que están alarmantemente normalizados en nuestro contexto sociohistórico y en la mayoría de estilos musicales, influenciando no sólo las producciones culturales y las coreografías “discotequeras”, sino también las formas establecidas y aceptadas d e atraer y relacionarse especialmente entre hombres y mujeres. Del mismo modo, vemos que las maneras como se espera que interactuemos en varios contextos y con personas a quienes consideramos “atractivas”, están fuertemente influenciadas por los valores, las pautas y estructuras predominantes en cada momento sociohistórico (como, por ejemplo, el heteropatriarcado que se filtra en los diversos estilos musicales y de baile). Tal y como se expone en los apuntes y se ejemplifica en los materiales concretos de la PEC, además de una serie de factores clave en la definición de l a atracción interpersonal, los contextos sociohistórics y culturales en los que nos movemos también nos proporcionan pautas para relacionarnos “adecuadamente”. Ya en la segunda pregunta, os emplazábamos a recordar cómo Goffman desarrolla la teoría dramatúrgica para analizar la identidad social y, de este modo, plantea que la identidad es el resultado de la actuación de roles, inscritos en una determinada estructura social (Pujal, 2008) que tienen lugar en espacios concretos (establishments). Cada rol está vinculado a un estatus o posición social y por lo tanto, debemos añadir a los elementos que conforman la identidad el conjunto de roles que desarrolla, cada uno de los cuales trae asociado unas normas sociales determinadas, un valor determinado por el estatus y unas posibilidades de relación con otros roles, todos ellos situados en un momento sociohistóric específico, lógicamente.

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Cómo habéis podido comprobar en el material proporcionado, los swaggers son un grupo social formado por jóvenes, a menudo de una misma clase social, que se definen a sí mismos por compartir una serie de actividades, gustos, preferencias musicales y vestimentarias, actitudes, y espacios. Por lo tanto, un primer rol que podemos identificar (recordemos que un rol se puede definir por el conjunto de normas sociales que sigue una persona dada) es el de miembro del grupo, es decir vestirse, sentir, actuar y pensar como un swagger. En el interior del grupo podemos también identificar otros roles, por ejemplo el de popu, o el de chico y el de chica. Cada rol trae asociadas diferentes reglas de comportamiento, que dependen en parte otros roles sociales. Por ejemplo, ejercer de chico o chica en nuestra sociedad patriarcal es un rol que va más allá del grupo swagger, pero que se actúa de forma particular en el interior del grupo, las normas vestimentarias de chicos y chicas son muy diferentes, exigiéndol es a ellas mostrar una versión mucho más sexualizada de sí mismas que a los chicos (cosa que pasa en el resto de ámbitos sociales, y no es característica exclusiva de los swaggers). Fijaos también que el estatus de popu puede comportar también el hecho de poder ejercer otros roles que pueden consolidar este estatus, hacer de RRPP (pronunciado errepepés) comporta ejercer una serie de acciones diferentes: buscar clientes a través de redes sociales y de redes presenciales e incorporarse a otra jerarquía en su interior, hay jefes de relaciones públicas y promotores, por ejemplo. Estos roles se actúan también en espacios concretos o establishments, por ejemplo, ante el Apple Store en Barcelona o en Sol (Madrid), y, evidentemente, en algunas discotecas concretas (y para ser más precisos todavía, en algunas sesiones concretas de ciertos días a ciertas horas). Según el espacio, el rol se actúa también de forma diferente, por ejemplo, la ropa que llevan en la calle y la que visten en la discoteca, a pesar de ser del mismo estilo, no es exactamente igual (se reproduce, ciertamente, la idea de que a la discoteca hay que ir más arreglado que por la calle). En la calle se baila poco, de manera discreta, sólo algunos movimientos y ya está, mientras que en la discoteca se baila mucho más, de manera explícita y vistosa. Podemos imaginar también que el uso del móvil es bastante más frecuente en la calle que en la discoteca. En la calle el comportamiento es tranquilo, estar sentados, coger wifi, escuchar música, ver pasar a la gente, como dicen ellos: no hacer nada. En la discoteca el requerimiento normativo es de mucha más actividad física, incluye bailar, beber, ligar (normas que por otro lado son comunes en cualquier otra discoteca), y llevar algún complemento fluorescente. Una norma común en ambos espacios es hacerse selfies, hay que dejar rastro en la red social de cómo vas vestido y peinado, de con quien estás, de cómo te lo estás pasando. Podemos identificar incluso una norma que regula la gestión de las emociones, especialmente en la discoteca, hay que mostrarse contento, y feliz, mostrar que uno se lo está pasando bien. Romper esta norma (no hacerse selfies o hacerse

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selfies tristes) implicaría una intervención inmediata del entorno para devolver a la persona a la emoción adecuada al contexto. Cómo hemos visto, las actuaciones de estos roles tienen lugar en escenarios públicos, la calle o la discoteca, cada uno de estos escenarios son fachadas a otros espacios, invisibles, donde se ha tenido que preparar cuidadosamente la actuación. Hay que haber ido a comprar ropa, hay que escogerla y hay que haberse peinado y arreglado antes de poder salir a la fachada. La casa misma es el fondo de la salida a la calle o la discoteca, es donde uno se prepara para ser visible en público, vistiéndose adecuadamente. Una mala preparación, inocente de por sí, puede ser reinterpretada fácilmente como poco cuidadosa y afectar todo el carácter moral de la persona que le atribuyen los otros (en palabras de Goffman). Una mala preparación de la actuación puede suponer dar pistas o el inicio de conversaciones que pueden llevar a revelar aspectos de la región invisible no deseables (que te guste algún otro estilo de música, que haces otras actividades donde vistes de forma completamente diferente...). Devenir chico o chica swagger es actuar un rol que implica el cumplimiento de unas normas específicas designadas socialmente y por lo tanto implica unas expectativas sobre el cumplimiento efectivo de estas normas. Pero lo más importante es que de alguna manera el ejercicio del rol también cambia nuestra identidad, nos cambia a nosotros. Un rol no es cualquier cosa, es una manera particular de relacionarnos, un lenguaje concreto, unos determinados hábitos. Implica la elaboración, l a experimentación y l a expresión de determinadas emociones y actitudes, por lo tanto el rol es una construcción social que nos construye a nosotros cuando lo ejercemos. Nos equivocaríamos totalmente si pensáramos que un swagger es sólo un swagger. La propuesta de Mead, precursor del interaccionismo simbólico, plantea que la identidad no preexiste a las relaciones sociales sino que se produce y negocia en el proceso de interacción, siempre situado en un contexto específico. Este planteamiento lleva también a considerar "la identidad" en plural. Es decir, no tenemos una sola identidad sino que en este proceso de interacción con los otros podemos ir configurando varias identidades. Dicho con otras palabras, la identidad emerge de la interacción, es situada (específica a esta interacción que se da en un contexto concreto), es recíproca (los otros nos devuelven una imagen de nosotros y nosotros hacemos lo mismo), es negociada (a partir del contexto y de aquello que los otros nos devuelven de nuestra identidad, vamos interpretando, cambiando y aceptando o no ciertos sentidos de nuestra identidad) y es múltiple (a cada nueva interacción pueden emerger identidades diversas) (Pujal, 2008). Para comprender esto hay que entender que este modelo se basa en un modelo de persona que interpreta su entorno, que da significado e interactúa en función de este significado. Pero, y esto es muy importante, este significado no lo otorga cada

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individuo de forma aislada sino que se genera de forma colectiva. Lo mismo pasa pues con las identidades swaggers, los chicos y chicas se forman a partir de interactuar entre ellas y otorgar un significado positivo al estilo de vida que llevan, que van definiendo entre todos, a partir de las prácticas que realizan en los espacios correspondientes. Aun así, obviamente, ni el Apple Store ni la discoteca, son los únicos espacios en los que viven. También son hijos o hijas y hermanos o hermanas de alguien, también son chicos y chicas en formación y por lo tanto estudiantes o jóvenes trabajadoras, forman también parte de culturas más amplias, catalana, española, africana, latinoamericana… (o, más probablemente una combinación de varias). Estos otros espacios, físicos y simbólicos, les otorgan identidades variadas. La palabra identidad (aquello que es idéntico a si mismo) parece llevarnos hacia la idea de que la identidad se trata de una sola cosa. Una sola identidad que va cambiando con el tiempo (evoluciona, crece, madura) pero una sola. Para evitar esto, en el módulo se os propone entenderlo de manera más flexible, hasta el punto de que podamos pensar que la identidad es múltiple, cosa que equivale a decir que tenemos muchas identidades, puesto que estas aparecen y desaparecen en función de cada situación donde nos encontramos (cuidado, no quiere decir infinitas, tampoco hay tantas situaciones diferentes en que nos movamos). Cada identidad que tenemos (madre, esposa, amiga, trabajadora, sindicalista, cantante aficionada, participante en encuentros de coleccionistas de búhos de cerámica...) también cambia a lo largo del tiempo. Es en este sentido que os proponíamos reflexionar, no sobre aquello que os separa de los swaggers y de los canis, sino sobre aquello que podéis tener en común. Aquí las respuestas pueden ser muy variadas, desde quienes habrán asumido que son jóvenes y por lo tanto estudiantes como vosotros, a quienes se habrán identificado con unas prácticas de género masculino o femenino similares, o bien con el hecho de haber bailado una música parecida en alguna discoteca, al fin y al cabo el Dembow es una variante del reguetón, una música que se está convirtiendo en el estándar en las discotecas de hoy en día. Por todo esto decimos que la identidad emerge en la interacción, porque en función de con quien estamos y dónde estamos, si cambian las personas que tenemos alrededor y sus reacciones a lo que nosotros hacemos, cambiará nuestra identidad. Si no cambian, si siempre tenemos las mismas personas alrededor, nuestra identidad se mantiene igual (esto pasa mucho en el caso de las identidades que sostenemos en espacios donde pasamos muchas horas y muchos años acompañados de las mismas personas, el feedback que nos devuelven suele ser siempre el mismo y por lo tanto nosotros también, hasta el punto que acostumbramos a pensar que esta es nuestra manera de ser natural, pero no es cierto, ninguna identidad es natural). Por todo esto insistimos en que buscarais también puntos en común con los swaggers y canis, porque la identidad al ser recíproca construye, en un claro efecto “espejo” (pareciendo al que comenta Bronfenbrenner cuando habla de cómo los grupos se perciben los unos a los otros

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a través de las características inversas a las suyas), a la persona que juzga a los swaggers y canis como personas “extrañas” desde un paradigma de “normalidad”, cuando obviamente ninguno de nosotros puede atribuirse el ser modelo de “normalidad”. Una vez introducida la vertiente que podríamos denominar más “social” de la identidad (si es que resulta posible distinguir esta parte de la “individual”), y habiendo incidido especialmente en la relevancia que las diversas situaciones e interacciones tienen para la configuración de las identidades, en este último punto queríamos profundizar en el carácter relacional y grupal de estas. Más arriba hemos mencionado cómo vamos definiendo nuestras maneras de ser, pensar y actuar muy condicionadas por las reacciones de las personas con quienes interactuamos. A menudo, no hace falta ni siquiera que estas personas estén presentes en una situación concreta para influenciar en esta emergencia y modulación de identidades y comportamientos. De hecho, la configuración de nuestras identidades sobrepasa individuos o interacciones concretas e implica, de manera más o menos explícita, una serie de categorías que nos refieren directamente a los grupos con los cuales organizamos la realidad social, aquellos con los cuales nos identificamos y aquellos otros con los que, por el contrario, nos comparamos y de los que nos distinguimos. Es decir, nuestra percepción de pertenecer o no a un grupo social es fundamental para entendernos a nosotros mismas y, a la vez, interpretar, analizar y juzgar la forma de ser y comportarse de las otras personas. Por este motivo, en este último punto os pedíamos el...


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