¿Somos todos enfermos mentales? La inflación diagnostica. Frances, A. - Resumen examen final Salud Mental Ciclo Básico - Medicina PDF

Title ¿Somos todos enfermos mentales? La inflación diagnostica. Frances, A. - Resumen examen final Salud Mental Ciclo Básico - Medicina
Author Lorena Caminos
Course Salud mental I
Institution Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires
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Resumen examen final Salud Mental Ciclo Básico - Medicina ...


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¿Somos todos enfermos mentales? La inflación diagnostica. Frances, A. La inflación diagnóstica ha llevado a un aumento del consumo de fármacos psicotrópicos. Ha generado enormes beneficios que han proporcionado a la industria farmacéutica los medios y la motivación hasta convertirla en un globo cada vez mayor. La diagnosis psiquiátrica: se ha devaluado, haciendo que la “normalidad” sea un producto escaso. Los esfuerzos desperdiciados en aquellos que no padecen auténticos trastornos privan de diagnóstico y tratamiento a quienes realmente los necesitan desesperadamente.

Causas de la inflación diagnóstica La psiquiatría no inventó la inflación diagnóstica, se ha limitado a seguir ciegamente a la masa, transformando la aparente salud en temible enfermedad. El resto de la medicina lo hizo antes al promover la idea de que todos necesitamos someternos a pruebas para descubrir qué va mal en nuestro cuerpo, incluso antes de que experimentemos cualquier síntoma de enfermedad. Un objetivo muy tentador: hacer un diagnóstico precoz para prevenir la enfermedad antes de que empeore y cause daño. La intervención preventiva sería maravillosa si hubiese una forma certera de identificar quién la necesita. Sin embargo, la mayoría hacen que se someta a tratamiento mucha gente que no lo necesita. Los grandes avances médicos se anuncian sin cesar a diario y se rebajan los umbrales de anormalidad, creando una multitud de nuevos pacientes. La táctica del miedo ha proporcionado enormes beneficios económicos a sus promotores, pero las pruebas demuestran que, con muy pocas excepciones, los test no son beneficiosos para los pacientes; no mejoran realmente sus resultados y les imponen la carga adicional de tener que someterse a tratamientos agresivos, caros e innecesarios. Además, supone un gasto para la sociedad de millones de dólares anuales que podrían destinarse a tratar personas realmente enfermas que carecen de seguro médico. La medicina preventiva se ha pervertido al ser industrializado y esclavizado por los beneficios y la publicidad. La medicina basada en las pruebas ha demostrado que las campañas a favor de la prevención han sido excesivas, prematuras y no basadas en la evidencia. Los beneficios para unos pocos, son muy inferiores al daño provocado a muchos. Parte del bombo publicitario exagerado proviene del entusiasmo sincero de investigadores y profesionales del mundo de la medicina deseosos de ayudar a los pacientes a luchar contra la enfermedad. Se ha dado un impresionante crecimiento de un complejo industrial médico demasiado poderoso en el que están comprendidas la industria farmacéutica, las compañías de seguros, los laboratorios, los fabricantes de equipos y dispositivos médicos, los hospitales y los médicos; todos ellos deseosos de ampliar el mercado mediante la creación de una reserva de personas sanas pero supuestamente “a punto de estar enfermas” que necesitan pruebas y tratamientos para evitar caer enfermas en el futuro.

Mientras tanto, menospreciamos las mejores formas de prevención, es decir, la promoción de la salud. Estas medidas extremadamente útiles y extraordinariamente baratas, no son rentables para el complejo de la industria médica y carecen de su poderoso apoyo financiero. Quienes promueven la importancia de ampliar los límites de los trastornos psiquiátricos argumentan que identificar y tratar a quienes padecen trastornos mentales permitirá evitar que sean en el futuro enfermos mentales graves con la ayuda de los supuestos éxitos rutilantes logrados por las pruebas de detección de enfermedades y la intervención precoz, que casi siempre es un fracaso y un modelo terrible. ¿Nos pone enfermos el estrés de nuestra sociedad? Una teoría sostiene que los índices de enfermedades mentales están aumentando porque vivimos sometidos a presiones extremas por parte de una sociedad acelerada y estresante, pero no es considerada convincente en absoluto. Una segunda variante de la hipótesis del entorno tóxico es que los índices de enfermedades mentales han aumentado a causa de tensiones más físicas que emocionales (ejemplo con las vacunas) y otras causas ambientales, todas ellas inverosímiles. Los únicos agentes contaminantes que tienen impacto demostrado en los trastornos mentales son el alcohol y las drogas, no obstante, sólo son responsables de una pequeña parte de la inflación diagnóstica. Una tercera teoría afirma que no estamos más enfermos que antes, sino simplemente se tiene más capacidad de detectar enfermedades que antes se escapaban, pero se trata sólo de una parte y probablemente pequeña. La línea que separa los trastornos mentales de la normalidad es tan borrosa que siempre que nos apresuramos a ampliar el uso de términos psiquiátricos para catalogar a los pocos que necesitan ayuda, erramos al identificar a muchos otros que no lo necesitan. La naturaleza humana es estable y resistente. No se ha producido una auténtica epidemia de enfermedades mentales, sino simplemente una definición mucho más flexible de enfermedad, que hace que sea más difícil considerar sana a la gente. Las personas siguen siendo iguales, las calificaciones diagnósticas son demasiado flexibles. Problemas que formaban parte de la vida y eran tolerados son ahora diagnosticados y tratados como trastornos mentales. Si creamos una definición excesivamente amplia y la aplicamos con liberalidad, reclutaremos nuevos “pacientes”. En realidad, no somos una sociedad más enferma, aunque consideremos que sí. El estrés de la sociedad no provoca más enfermedades mentales reales, pero existen tendencias sociales que sí promueven la sensación de que estamos más enfermos. Vivimos en un mundo homogeneizador, cada vez menos tolerante frente a las diferencias o excentricidades individuales y se tiende a considerarlas enfermedades. La sociedad se está volviendo cada vez más perfeccionista, con objetivos demasiado ambiciosos y expectativas no realistas.

Las modas fomentan la inflación diagnóstica Dado que no existen pruebas biológicas ni definiciones claras que distingan la normalidad de los trastornos mentales, en la diagnosis psiquiátrica todo depende de juicios subjetivos fácilmente influenciables. Siempre que se produce un gran aumento de un trastorno mental, lo más probable es que se trate de una moda. Las modas psiquiátricas surgen cuando una autoridad poderosa les otorga fuerza y legitimidad, por ejemplo el DSM. La mayoría de los expertos se encuentran ante un conflicto intelectual de intereses que los predispone a favor de la inflación diagnostica. Centrados en su investigación especializada, les preocupa tanto no diagnosticar a un paciente que lo necesita, que no tienen en cuenta el riesgo de diagnosticar erróneamente a otros. A la vez existe un factor emocional, los expertos se convierten en auténticos creyentes a los que les encantan sus diagnósticos preferidos y quieren verlos crecer. Los medios de comunicación e internet alimentan las modas. Internet proporciona un maravilloso apoyo, interacción social, información y desestigmatización a las personas con síntomas psiquiátricos, pero también socava la normalidad, ya que personas básicamente sanas se autocalifican erróneamente como enfermas para lograr la aceptación del grupo. Los famosos también juegan un papel importante como modelos de diagnósticos y defensores de tratamientos. El mayor promotor ha sido el marketing de la industria farmacéutica. El DSM es demasiado importante para su propio bien La inflación diagnostica es fomentada cada vez que un médico se excede en su diagnóstico para ayudar a que un paciente tenga acceso a algo valioso. Si son un requisito previo para ser admitido en algún lugar, se introducen casos equívocos en esas categorías y al poco tiempo tenemos una epidemia. Los “trastornos mentales” aumentan cuando el desempleo es elevado ya sea porque algunos de los empleados serán diagnosticados por haber desarrollado síntomas o para recibir prestaciones por discapacidad. Se produce una paradoja; tratar de ayudar a alguien mediante un diagnóstico puede acabar perjudicándolo. El abuso diagnóstico distorsiona el sistema, reduciendo los recursos y las prestaciones de aquellos que más lo necesitan. El más absurdo impulsor de la inflación diagnostica es el modo de funcionamiento de los seguros médicos que para que le paguen a un médico tiene que realizar un diagnóstico autorizado. De este modo, se produce el efecto contrario al control prudente del gasto. Apresurarse a realizar una diagnosis psiquiátrica frecuentemente tiene como resultado un tratamiento innecesario, perjudicial y a menudo costoso, de problemas que habrían desaparecido por si solos. Errores de cálculo en la epidemiología Cada cierto tiempo, medios informan del aumento de los índices de trastornos psiquiátricos (ej.: autismo, TDAH). Pero los “índices” han sido generados por epidemiólogos psiquiátricos, utilizando un método inherentemente erróneo y sistemáticamente tendenciosos para diagnosticar trastornos inexistentes.

Los estudios epidemiológicos dependen de la mano de obra barata que constituyen entrevistadores profanos en la materia, sin experiencia clínica ni capacidad a la hora de valorar si los síntomas son significativos desde un punto de vista clínico. Realizan su diagnosis basándose únicamente en el recuento de síntomas, sin tener consideración si estos son graves o lo suficientemente persistentes como para ser merecedores de diagnosis o TTO. Esto tiene como resultado índices enormemente exagerados. Los síntomas psiquiátricos leves están distribuidos ampliamente entre la población general, aislados no definen por si solos un trastorno psiquiátrico; tienen que perdurar en el tiempo y provocar además una aflicción e incapacidad significativas. Los estudios epidemiológicos ignoran de manera rutinaria estos requisitos esenciales. Diagnostican erróneamente como trastornos psiquiátricos síntomas leves, transitorios y carentes de significación clínica. Los resultados obtenidos de esta forma improvisada no deberían ser nunca considerados validos como reflejo de la presencia real de una enfermedad dentro de la comunidad. Los epidemiólogos son buenos contadores, pero no son clínicos y además se suma la industria farmacéutica que utiliza los resultados para implementar la falsa creencia de que los trastornos psiquiátricos están por todas partes. Los fármacos de fácil consumo hacen que su abuso resulte demasiado fácil Antes de la década de 1950, el negocio de los fármacos psicotrópicos era escaso y los que estaban disponibles provocaban problemas de adicción, sobredosis y graves efectos 2rios. En la década de 1960 había nuevos fármacos maravillosos y específicos recientemente descubiertos: la clorpromazina para la psicosis, el litio para la manía y el Elavil y el Nardil para la depresión. Sin embargo, administrar esos fármacos a los pacientes era todavía algo relativamente nuevo y excepcional. Los primeros fármacos psicotrópicos eran tan peligrosos y desagradables de tomar que sólo se administraban a los pacientes más graves y sólo los psiquiatras más avezados se sentían cómodos recetándolos. La siguiente nueva ola de fármacos milagrosos llego en la década de 1970: las benzodiacepinas, el Librium y el Valium. A partir de entonces la industria farmacéutica pondría énfasis en el desarrollo y la comercialización de medicamentos que producían efectos secundarios menos intrusivos y tenían menos probabilidades de causar muerte por sobredosis. Esto permitió que el centro de atención pasara del pequeño grupo de pacientes realmente enfermos a uno más amplio de personas sanas preocupadas. Gran porcentaje tomaba medicamentos psiquiátricos de fácil consumo. Dado que tratar a los pacientes no requería demasiada pericia, los médicos de atención primaria se hicieron cargo de la mayoría de las recetas. Librium, Valium y el Xanax (aparecido en la década del 80) eran bastantes adictivos y no demasiado benignos en caso de sobredosis, especialmente mezclados con alcohol u otras drogas hipoventiladoras. Fueron una bendición para las empresas farmacéuticas, pero no para los pacientes. A finales de la década de 1980 y principios de 1990 aparecieron los antidepresivos ISRS, con un éxito comercial importante. Cada uno o dos años aparecía un nuevo ISRS, con éxito de ventas. El marketing de estos fármacos fáciles de usar estaba íntimamente relacionado con el marketing de lo que era (según las empresas farmacéuticas) diagnósticos fáciles de realizar.

Tenían efectos secundarios, algunos frecuentes y otros pocos frecuentes pero peligrosos (agitación, tendencias suicidas y violencia). La inflación diagnóstica será siempre una consecuencia inevitable de una píldora fácil de tomar publicitada de manera agresiva. A mediados de 1990 aparece una nueva generación de antipsicóticos atípicos como Risperdal, Zyprexa y Seroquel. Al principio parecían un gran paso adelante, no en cuanto a su eficacia, sino por presentar unos efectos secundarios mucho menos perniciosos. Un paciente tratado con antipsicóticos tradicionales presentaba un aspecto característico y fácilmente reconocible: mirada fija, postura rígida, temblores, movimientos anormales y babeos. Al pasar a los atípicos, el aspecto del paciente mejoraba y a menudo se sentía mucho más “normal”. Al poco tiempo, esos fármacos al ser más fáciles de recetar y de tomar, generaron los récords de ventas. Los médicos de atención primaria recetan medicamentos potencialmente peligrosos que están fuera de su competencia a personas que no deberían consumirlos. El hecho de que los primeros fármacos psiquiátricos tuvieran efectos secundarios desagradables, tenía la ventaja de evitar el consumo abusivo y mantener a raya la inflación diagnóstica. La mercantilización de la enfermedad por parte de la industria farmacéutica La industria farmacéutica es realmente grande e increíblemente rentable. El margen de beneficio es de los más elevados de la industria. Las empresas justifican sus precios elevados y sus enormes beneficios refiriéndose a su inversión en investigación para lograr avances científicos y mejorar la atención a los pacientes. Sin embargo, se destina el doble de dinero a la promoción que a la investigación y, con demasiada frecuencia, financia investigaciones clínicas erróneas, mal hechas y por motivos equivocados, prefiriendo experimentar en productos comerciales de éxito asegurado que, en su mayoría, pretenden mejorar las ventas y no los descubrimientos. Desarrollar un fármaco que realmente pueda representar una diferencia para los pacientes es económicamente arriesgado. Las investigaciones las dirigen los genios del mercado, no los científicos, y el resultado es: grandes ventas y pésimos descubrimientos. Los datos son propiedad de las empresas, los resultados negativos son ocultados de manera rutinaria y los descubrimientos insignificantes, triviales o causales son aclamados; los investigadores son corruptos, y a veces los artículos científicos son escritos por gacetilleros pertenecientes a las empresas. Los efectos secundarios y las complicaciones son evaluados por encima y apenas se informa de ellos. Nunca hay un cálculo justo de riesgo/coste/beneficio, los beneficios se exageran, los riesgos se minimizan y los costes se ignoran. El precio de los fármacos no guarda relación con su valor real, sino que refleja la posición de monopolio de la industria farmacéutica en el mercado y su dominio sobre los políticos. Un repaso a los últimos 60 años muestra que las empresas farmacéuticas no presentan un historial investigador en el campo de la psiquiatría. El periodo más apasionante de los descubrimientos de la psicofarmacología tuvo lugar en la década de 1950, y las investigaciones de la industria farmacéutica no tuvieron nada que ver con él, fueron todos descubrimientos causales individuales, merito de las habilidades observacionales de sus descubridores y de la

eficacia relativa de los medicamentos. Ninguno de los productos aparecidos durante los sesenta años posteriores de investigaciones farmacológicas por parte de las empresas ha superado en eficacia a los primeros medicamentos descubiertos por azar y desde entonces, los descubrimientos han sido escasos y fundamentalmente cosméticos. El dinero estaba en los medicamentos fáciles de utilizar que serían del agrado de un mercado de consumidores masivo. Los nuevos antipsicóticos no eran más eficaces que sus predecesores y conllevaban muchos más riesgos a largo plazo, pero eran más fáciles de tomar. La industria farmacéutica no ha creado ni un solo producto cuya eficacia sea superior a la de los fármacos disponibles sesenta años antes. Las habilidades de la industria farmacéutica se basan en el marketing y en la presión, ejerciendo una influencia excesiva sobre las decisiones de los médicos, los pacientes, los científicos, las publicaciones, las asociaciones profesionales, los grupos de defensa de los consumidores, los farmacéuticos, las compañías de seguros, los políticos, los burócratas y los administradores. La mejor forma de vender píldoras psicotrópicas es vendiendo enfermedades psicotrópicas, y las empresas disponen de muchos métodos para hacerlo. La parte más importante del mercado está formada por gente sana preocupada. El discurso de los más creativos cerebros publicitarios para convencer a los consumidores es que la vida es mejorable, que se puede lograr un mejor estilo de vida gracias a la química. Muchos médicos son agentes voluntarios o involuntarios de las omnipresentes campañas de marketing para vender diagnósticos nuevos. Cuando el mercado adulto parece saturado, las empresas farmacéuticas expanden el perfil demográfico de sus clientes dirigiendo el producto a los niños, que son los clientes perfectos, si se los capta pronto, permanecen en la industria de por vida. En el otro extremo del ciclo vital, apunta a la tercera edad. El hecho de que los niños y los ancianos sean los dos grupos demográficos más difíciles de diagnosticar correctamente y los más vulnerables a los perniciosos efectos secundarios de los fármacos, o que el abuso de antipsicóticos en los hogares de ancianos provoque un aumento de la mortalidad, no ha supuesto ningún obstáculo. El abuso de los fármacos se ha convertido en un problema mayor que el de las drogas ilegales. La industria farmacéutica parece considerarse por encima de la ley. Casi todas las compañías han asumido enormes multas e incluso sanciones penales como castigo por sus prácticas de ventas ilegales. Aunque los médicos tienen facultades discrecionales para recetar un medicamento para usos distintos a aquel para el que fue aprobado, las empresas farmacéuticas tienen prohibido animarles a hacerlo. Solo mediante multas mayores y regulaciones más estrictas se puede aplacar esto. El efecto placebo vende pastillas Placebo procede del latín y significa “me gustará”. El efecto placebo hace referencia a que las personas mejoran a causa de sus expectativas positivas, independientemente de cualquier efecto curativo concreto del tratamiento. Pero también provoca un problema muy grave: hace

que la gente siga tomando pastillas caras y en ocasiones perjudiciales, que no necesita para tratar trastornos que no padece. El efecto placebo es lo único que puede explicar los tratamientos fraudulentos. Se trata de una especie de magia médica que concede a los médicos una autoridad inmerecida y justifica su habitual confianza en tratamientos realmente malos. Los maravillosos resultados del efecto placebo son debidos a diferentes causas: el tiempo, el poder de la esperanza y las expectativas. También tiene raíces biológicas a partir de la sugestión. La respuesta al placebo es una parte importante de nuestra reacción ante todas las cosas, y está profundamente arraigada en el funcionamiento de nuestro cerebro. El factor social también es importante, responder al placebo ayuda a mantener relaciones decisivas y respalda rituales comunitarios valiosísimos. Responder positivamente al placebo es esencial para seguir siendo un miembro valorado del grupo. Las empresas farmacéuticas modernas han amasado grandes cantidades de dinero rentabilizando el poder y la ubicuidad del efecto placebo. El truco publicitario realmente brillante fue crear una burbuja de inflación diagnostica persuadiendo a los médicos de que tratasen a pacientes que no estaban verdaderamente enfermos y, al mismo tiempo, convenciendo a los pacientes de que si lo esta...


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