Yo, psicopata. Diario de un asesino PDF

Title Yo, psicopata. Diario de un asesino
Author César CsrzxAr
Course Psicologia
Institution Universidad de León (Mexico)
Pages 98
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Relato...


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Juan José Escribano Santiago

Yo, psicópata. Diario de un asesino

Segunda edición : 2011 Esta obra está bajo una licencia Reconocimiento–No comercial–Compartir bajo la misma licencia 3.0 de Creative Commons. Para ver una copia de esta licencia, visite http://creativecommons.org/licenses/by–nc–sa/3.0/ o envie una carta a Creative Commons, 171 Second Street, Suite 300, San Francisco, California 94105, USA. ISBN: 978–84–611–7897–1

Nota del autor Comencé a escribir este relato en formato blog en el año 2006, y lo publiqué por primera vez en 2007. Cada día me inventaba un capítulo y lo publicaba, casi sin preparación. Creo que fue allá por el capítulo (día) 25 cuando decidí un poco de trama para la historia. Aquello fue, en origen, un experimento literario, un ejercicio de improvisación que, por esas casualidades con las que el destino pasa sus mejores ratos, acabó en esta obra que tienes ahora entre manos. Traté de publicar la obra por los medios tradicionales, pero las ofertas editoriales que recibí no me convencieron. Me lancé publicarlo por mi cuenta y dejarlo libre, con una licencia “Creative Commons”. Ahora, en 2011, tras recibir los ánimos de varias personas, y una buena cantidad de correos electrónicos de lectores que habían disfrutado con la obra, he decidido volver a publicarla. No he cambiado nada respecto a la primera versión, salvo algunas erratas que se me escaparon aquella vez, aunque estoy seguro de que otras muchas se habrán escapado a mi control. Si te apetece, puedes en contacto conmigo a través de mi dirección de correo : [email protected] o visitar mi página personal: www.juanjoescribano.es Espero que disfrutes con el relato. Juanjo Escribano

Presentación Mi nombre es Carlos G. M. Ningún médico ha diagnosticado ofcialmente mi enfermedad. Nadie, excepto yo, es consciente de mi estado. Si la gente supiera lo que me pasa no se acercaría a mí. Vosotros diréis que soy un psicópata con tendencias asesinas, un enfermo mental. No lo creo. Creo que soy vuestra última esperanza, vuestro último refugio en esta lenta agonía en la que os halláis sumidos. Soy vuestro último salvador, vuestro verdadero y único salvador. Aborrezco a la gente. Odio todas las razas de este planeta. Ninguna persona ha obtenido hasta la fecha mi beneplácito para merecer la vida que lleva. Camino por las calles de esta ciudad y no veo más que gente despreciable. Los miro, sonrío, soy amable con ellos, pero, por dentro, los odio. Me dan asco. Son todos escoria. Merecen morir. Anoche decidí compartir con todos vosotros mis pensamientos, mis náuseas, mis vómitos cerebrales, mis venganzas. Por eso he comenzado a escribir este diario, este blog, como algunos se empeñan en llamar. Joder es asqueroso. Hay sufcientes palabras en nuestro maldito idioma para denominar esto y algunos se empeñan en usar esas mierdas de anglicismos. Ineptos. Hoy estuve a punto de asesinar a un hombre. Quise hacerlo, pero pensé que se lo pondría demasiado fácil a la policía. Quise matar a un trabajador de una pizzería que repartía pizzas a domicilio. Pensé en lo triste que debía ser su vida llevando un trozo de comida a otros idiotas que esperan en sus casas cómodamente, viendo la televisión. Imaginé lo fácil que sería recibirle y clavarle un cuchillo en el estómago y luego, cuando se retorciera de dolor, cortarle el cuello. Pensé que lo merecía, como todos. Pero no quiero acabar antes de empezar, no. Hoy no mataría a ese hombre. Quizá otro día, quizá mañana.

Día 1 Esta mañana desperté feliz. Creo que la idea de escribir lo que me pasa por la cabeza y que todo el mundo pueda leerlo me ha levantado algo el ánimo. Cuando he bajado a la calle para ir al trabajo he saludado al portero y le he preguntado por su fn de semana. Estoy contento a pesar de ser lunes. La gente odia los lunes. Yo adoro los lunes porque veo el malestar en sus caras. Todos desearían estar haciendo cualquier otra cosa, pero lo cierto es que todos van como borregos a sus puestos de trabajo. Y no pueden hacer otra cosa. En el metro me dedico a mirar sus caras. Veo cómo visten. Hoy quizá te he visto a ti. Ni siquiera te has dado cuenta de que te observaba. Miraba tu ropa, tus zapatos, tus ojos. Intentaba adivinar a qué te dedicas. Por qué ibas en ese metro. Si serías tú mi próxima víctima. Tengo un buen puesto de trabajo en una pequeña empresa dedicada a logística y transportes. El trabajo me da igual, pero me permite tener tiempo para mi. Me cuido. Hago deporte. Leo libros. Pienso cómo asesinar al próximo desgraciado. Soy un gran pensador. Pienso cómo hacerlo sin que la policía pueda detenerme. Pienso quién será la próxima persona. Soy el mejor psicópata que ha habido jamás. Cuando volvía del trabajo he pasado por delante del quiosco de periódicos donde compro habitualmente. Estaba cerrado. Ese maldito vago había decidido que no tenía que venderme a mí esta tarde la revista que leo cada semana desde hace dos años. Ese maldito viejo no estaba donde yo quería que estuviese. No lo he dudado ni un momento. En cuanto he llegado a casa he bajado al garaje y he recubierto las paredes de mi furgoneta con plásticos. Sé que el maldito viejo aparecerá por el quiosco a las siete de la mañana. A esa hora no habrá nadie en la calle. Es una buena hora para matarle. Mañana morirá. Qué tonto. Morirá por una revista. Pero así es la vida. O mejor dicho, así es la muerte.

Día 2 El viejo no ha muerto hoy. Ese maldito y achacoso viejo "vendeperiódicos" no ha muerto hoy. Permanecí en la furgoneta desde las cinco de la mañana, esperando, pero él no ha acudido a su cita. Hoy no ha abierto el quiosco. Su lugar lo ha ocupado un joven con la cara llena de granos y mirada de perro vagabundo muerto de hambre. Pensé que merecía ser degollado, sacado de este mundo, asesinado. Quise sentir su sangre caliente sobre mis manos, saliendo a borbotones desde su cuello. No pude. Estaba furioso con el viejo. Odiaba al viejo. Maldito seas. Malditos seáis todos. No merecéis la vida que lleváis. Conduje hacia mi casa y aparqué el coche cerca del portal. No tenía intención de pasar por el piso. Tenía tiempo de sobra así que decidí ir andando hasta el trabajo. Callejeé en busca de soledad. El odio llenaba mis pulmones sustituyendo al maldito aire contaminado de esta mierda de ciudad. Sois escoria. Buscaba soledad y sólo encontraba maldita gente molestando mi paseo. La gente camina por la calle como si fuera suya, como si el resto de la humanidad debiera apartarse a su paso. Es increíble. Nadie sabe quién soy yo. Un hombre asqueroso me ha mirado a los ojos cuando nos cruzábamos. He sentido su sucia mirada sobre mí. Ha contaminado mis ojos. Ha contaminado mi cuerpo. Giré sobre mis talones en cuanto rebasó mi posición, mientras sacaba con un rápido movimiento el cuchillo que escondía bajo la chaqueta. Me acerqué al maldito ser humano despreciable que me había mirado. No había nadie en aquella calle. Creo que intentó girarse cuando sintió el flo sobre su cuello. Él mismo se degolló. Intentó gritar pero el tajo era tan profundo que las cuerdas vocales habían sido seccionadas. Esto me hizo sentir bien. Intentaba gritar pero con cada gesto se le iba más la vida. Vi la palidez en su rostro. La muerte. El hedor de la muerte. Conseguí saciar mi anhelo más deseado esta mañana. Le dejé allí tumbado, muriendo y continué mi paseo acelerando el paso. Desde ese momento todo el resto del día ha sido maravilloso. Ha sido un gran día.

Día 3 Anoche salí a tomar una copas con algunos compañeros de trabajo. También se apuntó un jefe en lo que supongo era un desesperado intento por tener algo de vida social y salir de esa asquerosa amargura en la que seguro se encuentra sumido. Cerdo asqueroso. Paseaba su cuerpo por el bar, con una estúpida sonrisa en la boca, haciendo chistes entre sus empleados, bromeando y diciendo tonterías. Gilipollas. Intentaba demostrar inteligencia y humor. Maldito imbécil. Es patético ver gente intentando ser aceptada socialmente. Verles hacer chistes que consideran inteligentes. Oírles opinar sobre cualquier tema de actualidad como verdaderos expertos. Escuchar sus chistes. Hablar de lo interesantes que son sus actividades fuera del trabajo. Te miran esperando que des tu aprobación. Idiotas, imbéciles. Yo quería salir de allí. Estar en un sitio cerrado con toda esa gente me daba náuseas. Entré en el baño y allí estaba uno del departamento de contabilidad. Genial. Ahora mearemos los dos en silencio, y él intentará mirar mi polla por encima del separador del urinario, pensé. Quiero matarle. Me mira sonriendo mientras se sacude el pene después de mear. Ese tío se estaba tocando la polla mirándome. Le hubiera matado allí mismo. Me imaginé su cabeza golpeada contra el blanco mármol mojado de orina. Ver su sangre y restos de su masa encefálica empapados en su propia mierda hubiera sido una bonita forma de acabar la noche. Sin embargo rompió el silencio y el hilo de mis pensamientos: – ¿Has oído lo del hombre degollado en la calle? Ayer, por la mañana. Lo leí en la crónica de sucesos del 20 Minutos. La gente está loca, ¿verdad? – No sabía nada. La gente está desquiciada. – Lo peor es que no saben quién pudo ser, ni por qué. Le podría pasar a cualquiera. – Sí, – dije – le podría pasar a cualquiera. Sonreí. Lavé mis manos y salí de aquel baño. Me despedí de la gente y me fui a casa. Mañana será otro día, pensé.

Día 4 Esta mañana, cuando pasé junto al quiosco de prensa, volví a ver al viejo asqueroso. Decidí comprar un periódico y cruzar unas palabras amables con él. Estuvo enfermo. Un catarro de verano, me dijo. Imbécil. No sabe que ese maldito catarro de verano le salvó de morir asesinado. Para él tenía pensado algo menos agradable que para el capullo degollado de hace un par de días, pero todo llega. Reconozco que deseo ver los ojos del viejo en el momento en el que un cuchillo atraviese sus tripas, pero hay mucha más gente que merece algo así. Todos merecéis algo así. A todos os llegará vuestro turno. Después de simular una agradable charla con el anciano me dirigí a mi puesto de trabajo. Otra vez. Allí estaban todos esos desgraciados. Algunos comentaban lo bien que se lo pasaron tomando copas la noche anterior. Sí, fue genial. Me dan ganas de vomitar cuando oigo tantas gilipolleces juntas. Incluso el jefe está compartiendo un café con algunos pringados. Camino hacia mi sitio y me cruzo con el de contabilidad. Llevo mi periódico en la mano. Lo señala y me comenta que el "pobre hombre que degollaron" ha muerto esta noche. Bien. Joder, lo merecía. El muy hijo de puta me miró a los ojos. Yo no le dí permiso para mirarme. Y a ti tampoco, maldito contable. Quiero que te calles. Que dejes de decir estupideces. Por supuesto yo mantengo una conversación cordial y animada con él, pero ya estoy pensando la forma de acabar con su puta voz. Para siempre. Debe morir. Dejaré que la jornada de trabajo pase y después intentaré seguir al maldito contable. Es un trozo de escoria sucia que pasea por la ofcina diciendo tonterías. Odio su cara. Aborrezco su puto tono de voz. Os aborrezco a todos. Leo alguna noticia del periódico. La policía investiga el caso del hombre degollado. Idiotas. No saben que les he librado de un despojo humano más. Deberían agradecerlo, en lugar de comenzar una investigación. Tomo un café mientras escribo estas líneas y recuerdo la sangre saliendo a borbotones de la garganta del capullo. Recuerdo sobre todo sus ojos de sorpresa. Esos ojos de una persona que se siente impotente. Sabe que lo he matado pero aún está vivo para pensarlo. Es genial. Es grandioso. Soy Dios.

Día 5 Ayer seguí al contable hasta su casa. El muy inútil no se dio cuenta de que lo estaba siguiendo. Vive en un barrio caro, en unos apartamentos de esos que tienen un jardín a la entrada rodeado de una verja de seguridad. Supongo que con eso se sentirán seguros. Sonrío al pensar en la sensación de seguridad que creen tener. Ese capullo no sabe que hoy a tenido la muerte a unos centímetros de su cara. Ese capullo no sabe que pronto va a sentir tanto dolor que deseará que yo acabe con su sufrimiento. Camino hacia mi casa. Está a unas dos horas andando de aquí. Afortunadamente para mí eso no es nada. Suelo cuidar mi forma física. Entre semana voy al gimnasio o a correr, y los fnes de semana me gusta salir al campo a andar. A veces voy solo. Otras veces voy con algún capullo que se cree en simbiosis con la naturaleza sólo por andar unos kilómetros por un bosque. Voy pensando en cómo hacerlo. Cómo matar al contable gilipollas. No va a ser fácil hacerlo sin que nadie sospeche de mí. Paro en un bar. Nunca había entrado en ese sitio. Es el típico bar donde hay gente que parece mobiliario del establecimiento. Parece que viven ahí. Están apoyados en la barra, bebiendo asquerosas bebidas alcohólicas mientras intentan olvidar lo patéticas que son sus vidas. Dan pena. Me dan muchísima pena. No, es mentira, no me dan pena, me dan asco. Sus putas vidas asquerosas son patéticas. Ellos son patéticos. Algunos tienen aspecto de llevar la misma ropa que hace una semana. Están ahí, con la mirada fja en algún punto de sus vasos, o mirando la mierda que escupe la televisión a todas horas. Algunos abren sus bocas para vomitar palabras que certifcan su estupidez. Escoria. Pido un zumo al camarero. Me mira con cara rara. Parece que si no pides whisky o algo parecido no debes estar en ese bar. Le miro a los ojos. No digo nada. Espero mi bebida. A los pocos segundos me sirve el zumo. Lo pone encima de la barra. Una barra sucia, pegajosa. Miro alrededor. Me da la sensación de que todos los pensamientos de esta gente caben en un botellín de cerveza. Matarles sería liberarles de sus asquerosas vidas. Tomo mi bebida. Pago. Me voy del bar convencido de que cada vez que mato a uno de esos restos humanos soy un poco mejor persona. Cada asesinato me acerco más a la perfección.

Día 6 Quedé con ella el sábado por la noche. No es la primera vez que salimos a tomar algo por ahí. Sé que le gusto, se siente atraída por mí. Eso me parece normal. Si yo fuera una mujer también me sentiría atraído por alguien como yo. Soy el único hombre perfecto de esta tierra. Mi esperma es el único que aún no ha degenerado. Es indigno intentar comparar al resto de escoria conmigo. Por eso la llamé. Porque sabía que a esa maldita zorra la encanta follar conmigo. Está loca por follarme. Otras veces es ella la que me llama, pero esta vez fui yo. Me apetecía tirarme a esa zorra. Compartimos la típica charla absurda. La invité a algunas copas después de cenar en un restaurante italiano. Me encanta la comida italiana. Lo único que la estropea es ver las putas caras de esos asquerosos maricones hablando un idioma de tan patético como su país de ladrones. Joder, ¿cómo se puede tener esa entonación y no pretender que la gente se ría de ti? Cuando oigo hablar a uno de ellos me dan ganas de meterles un cuchillo por la boca y cortar sus lenguas para que no puedan volver a hacerlo. De cualquier forma la cena estaba rica. Después de las copas fuimos a su casa. Follamos. La follé como nadie la había follado nunca. Se la metí sin parar mientras escuchaba sus gemidos de placer. Por la mañana desayunamos juntos y me fui a mi casa. Cuando volvía para casa me fjé en todas las mujeres que pasaban por mi lado. Todas ellas me daban asco. Malditas. Miro su caminar orgulloso, altanero. Caminan como su tuvieran el poder en sus manos. Como su pudieran hacer de cualquier hombre un pobre pelele. Me fjo en todos sus rasgos. Aprieto los dientes y aligero el paso. Me apetece descansar. Hoy sólo quiero descansar.

Día 7 Lunes. No es un día mucho peor que un martes o un jueves. El problema de los lunes es la gente. Otra vez la maldita gente. He tenido que escuchar las patéticas historias de fn de semana de mis compañeros. Idiotas. La gente así tendría que pensar en sus vidas y suicidarse antes de que un loco psicópata asesino les matara. Escuchas sus anécdotas del sábado por la noche y tienes que poner cara de interés. Gilipollas. Me parece una puta mierda tu vida y sus capítulos, pero no te lo puedo decir a la cara. No puedo dejar que pienses que deseo acabar contigo. Así que pongo expresión de interés y río alguno de tus chistes. – No veas qué pedo a cerveza, tío... y qué dolor de cabeza el domingo. – Si, joder. Es que la cerveza es muy cabezona. ¿Y qué pasó con la chica del fn de semana pasado? ¿la volviste a ver? Mierda. Dais asco. Encima tengo que aparentar que me interesa la zorrita a la que te tiraste hace una semana. O que seas un puto alcohólico. Yo mato. Yo mato a gente como tú. Les corto el cuello y luego, mientras se desangran, recito poesía de Espronceda, Lorca o Machado. Y tú me cuentas cómo te emborrachaste el sábado. Me das asco. A media tarde suena mi teléfono móvil. En la pantalla aparece un nombre. Lorena. Siempre hace lo mismo. Siempre me llama los lunes cuando hemos quedado el fn de semana. Se está poniendo muy pesada. Creo que tendré que hacerla callar. Pero dudo si acabar antes con el capullo de contabilidad. Hoy a bajado a comer conmigo y mi compañero. No ha cerrado la puta bocaza en toda la comida. Es un capullo pedante y arrogante. El teléfono vuelve a sonar. Lorena otra vez. Lo cojo. Estoy de lo más simpático. Me dice que esta noche va a una exposición de cuadros de un puto pintor nuevo. Es en un bar. Lo conozco. – No, lo siento, no creo que pueda ir. No veas qué jaleo en el trabajo. Creo que me tocará quedarme toda la noche. ¿hasta qué hora durará eso? ... Bueno, si salgo a tiempo me paso. – Genial Carlos. Creo que acabará sobre la una o así. – Bien. Pues ya te diré algo. Si no te veo esta noche mañana podemos tomar un café. ¿Te apetece? Ella parece ilusionada. Es la primera vez que yo muestro cierto interés. Me dice que el café de mañana podemos tomarlo aunque nos veamos hoy. La oigo

sonreír al otro lado de la línea. Le doy esperanzas. – Claro. Eso está hecho. Colgamos. seguro que ahora se pasa toda la tarde pensando en mí. Me gusta eso. Que piense en mí. Que me desee. Mañana no tomaré café con ella. Mañana estará muerta.

Día 8 Me gustan las noches de fnales de agosto. Camino por la calle protegido por el anonimato de la gran ciudad. El excesivo calor de los meses anteriores ya no azota mi cuerpo perfecto. No es extraño ver gente con una camisa de manga larga. La gente no se asombra al verlo. Es bueno para mí porque puedo llevar un cuchillo oculto más fácilmente. Por supuesto no voy hasta el bar a ver la exposición de pintura. No quiero ni imaginarme a un grupo de tipos haciéndose los entendidos, opinando acerca de un montón de brochazos verdes sobre un fondo azul. Imagino sus comentarios : "eso simboliza el alma del pintor sobre el mar. Adora el mar". ¿Qué mierda es esa? El puto pintor limpió en ese lienzo sus pinceles y de paso vomitó en una esquina. Algún gilipollas decidió que era grandioso y ahora el cuadro está colgado en la pared de un bar con una etiqueta que pone "esperanza sobre el mar, 600 euros". Paseo por las calles cercanas a la casa de Lorena. Espero. Paseo. Espero. Son las dos de la mañana de un día de diario. No hay nadie por la calle. Está oscuro. La veo a lo lejos. Ella también me ve a mi. La veo sonreír. Desde lejos me hace una señal y acelera el paso. Viene hacia mí. Dejo que se aproxime. Se acerca. Me mira a los ojos y me abraza. Me da un beso. Siento algo especial cuando me besa. Me gusta. Ahora sé que tengo que acabar con ella cuanto antes. No puedo cometer ningún error. Nos dirigimos hacia su casa. Me está contando cosas de los cuadros de la exposición. Me da igual. Cállate. No quiero saber nada de ti ni de la maldita exposición de mierda. Pasamos delante de un garaje. La empujo hacia dentro. La agarro con fuerza y la beso. Con mi mano izquierda subo su falda y empiezo a tocarla. Ella gime de placer. – ¿Me lo vas a hacer aquí mismo? ¿no aguantas hasta casa? – Te lo voy a hacer en todas partes. Sonríe y gime. Tiene los ojos vidriosos. Le gusta. A esas alturas mi mano derecha sujeta el cuchillo. La sigo tocando con mis dedos. Me acerco a ella. Gime de placer. Meto dos dedos en su asqueroso coño. Gime un poco más. Gime por el placer que surge del deseo concedido. Clavo mi cuchillo en su costado. Sus ojos se abren mucho. Saco mis manos de su sucias bragas y tapo su boca. Vuelvo a clavar el cuchillo. Sien...


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