Ziegesar, Cecily von - Gossip Girl 01 - Cosas de Chicas PDF

Title Ziegesar, Cecily von - Gossip Girl 01 - Cosas de Chicas
Author Louise Stylinson
Course artes
Institution Instituto Departamental de Bellas Artes
Pages 218
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Summary

Gossip Girl, libro primero....


Description

GOSSIPGIRL Cecily von Ziegesar Traducido por Mary Solari

EL PRIMER TÍTULO DE LA SERIE

Cosas de chicas

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respuesta

i as nombres reales de sitios, gente y hechos han sido alterados o abreviados para proteger a los inocentes, is d

¡Qué hay, gente! ¿Alguna vez os habéi s preguntado cómo es en realidad la vida de los elegidos? Pues bien, yo os lo diré, porque soy una de ellos. Y no me refiero a modelos hermosas, actores, prodigios de la músic a ni a genios de las matemáticas . Hablo de quienes hemos nacido con la vida resuelta, los que tenemos todo lo que uno podrí a desear y consideramos totalmente normal que así sea. Bienvenidos al Upper East Side de la ciudad de Nueva York, donde mis amigos y yo vivimos y vamos a clase, jugamos y dormimos —a veces con algú n otro del grupo—. Todos vivimos en pisos enormes con nuestras propias habitaciones con cuarto de baño y línea de teléfono privada. No tenemos ninguna limitación ni de dinero ni de bebida, ni nada de lo que se nos ocurra, y nuestros padres casi nunca están en casa, así que disfrutamos de vida privada a mogollón. Somos listos, hemos heredado la belleza clásica, llevamos ropa fantástica y sabemos pasárnoslo bien. Todo eso no quita que nuestra mierda siga oliendo, como la de cualquiera, pero no se huele porque cada sesenta minutos una empleada pulveriza el cuarto de baño con una esencia purificadora que nos fabrica en exclusiva algún perfumero francés. 5

Es una vida de lujo, pero a alguien le tiene que tocar vivirla. Nuestras casas están todas a poca distancia del Museo Metropolitano de Arte de la Quinta Avenida y de los colegios privados de chicas y de chicos, como el Constance Billard, donde vamos la mayorí a de nosotras. Aunque tengas resaca, la Quinta Avenida está hermosa por la mañan a con el cabello de los chicos del St. Jude, tan sexys, brillando al sol. Pero algo huele mal alrededor del museo...

Visto por ahí B discute con su madre en un taxi frente a Takashimaya. N se fuma un porro en las escalinatas del MET. C se compra los zapatos del colegio en Barneys. Y una rubia conocida, alta y de intrigante belleza se baja del tren de Ne w Haven en la Gran Estación Central. Edad aproximada, diecisiete. ¿Será posible? ¿S ha vuelto?

LA CHIC A QUE SE MARCH A AL INTERNADO Y VUELVE PORQUE LA E CH AN Sí, S ha vuelto del internado. Su pelo está más largo y más rubio platino que nunca y sus ojos azules poseen el misterio de los secretos ocultos. Lleva la misma fabulosa ropa vieja, hecha harapos ahora tras sufrir las tormentas de Nueva Inglaterra. Esta mañana la risa de S sonaba en las escalinatas del M E T , donde ya no podremos tomarnos un capuchino y dar unas caladas sin verla saludarnos 1

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desde el apartamento de sus padres al otro lado de la calle. Ha adoptado la costumbre de morderse las uñas , lo cual nos pica todavía más la curiosidad, y, aunque nos morimos por preguntarle por qu é la echaron del colegio, no lo haremos, porque en realidad hubiésemos preferido que no volviese. Pero está clarísimo que S ha vuelto. Como medida de seguridad, deberíamos ponernos las pilas. Si no tenemos cuidado, S se ganar á a nuestros profesores, se pondrá el vestido ese que a nosotras no nos cabe, se comerá la última aceituna, hará el amor en la cama de nuestros padres, derramar á Campari en nuestras alfombras, les robar á el corazón a nuestros hermanos o a nuestros novios y, en definitiva, nos joder á la vida bien jodida. Yo la estar é vigilando de cerca. Vigilar é a todo el mundo. Será un año loco y movidito. Me lo huelo. Con cariño, Chica Cotilla

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Como la mayoría de las historias jugosas, comenzó en una fiesta —Me pas é la mañan a viendo Nickelodeon en mi habitación para no tener que desayunar con ellos —les dijo Blair Waldorf a Kati Farkas e Isabel Coates, sus dos mejores amigas y compañeras del colegio Constance Billiard—. M i madre l e hizo una tortilla francesa. No tenía ni idea de que supiese cocinar. Blair se enganch ó el largo pelo castaño tras las orejas y le dio un sorbo al vaso de cristal tallado con whisky añejo de su madre. Ya iba por la segunda copa. —¿Qué programas viste? —le preguntó Isabel, quitándole un pelo que le habí a caído en el chaqueta de punto de cashmere negra. —¿Qué más da? —dijo Blair, pateando el suelo con impaciencia. Llevaba sus nuevas bailarinas negras, serias y pijas, pero ella se lo podí a permitir, porque en cualquier momento podía cambiar de opinión y ponerse sus largas botas baratas de punta y aquella sexy falda metalizada que su madre no podí a ver ni en pintura. ¡Pof. Convertida en un instante en una sexy gatita rockera. ¡Miau! — E l tema es que me pasé la mañana atrapada en mi habitación porque a ellos les apetecía un burdo desayuno romántico. ¡Los dos en bata de seda roja a juego y ni siquiera se ducharon! —Volvió a tomar un sorbo de whisky. La únic a forma de soportar la idea de que su madre se acostara con aquel hombre era cogerse una cogorza, una buena cogorza. 8

Pero no perdamos los papeles, que eso viene más tarde. El hombre que alteraba tanto a Blair era Cyrus Rose, el nuevo novio de su madre. En aquel preciso instante, Cyrus Rose estaba en el otro extremo del salón, saludando a los invitados a la cena. Tenía el aspecto de alguien que te ayudaría a elegir un par de zapatos en Saks: calvo, con un pequeño y poblado bigote y una tripa apenas disimulada por el brillante traje cruzado azul. Hacía tintinear las monedas del bolsillo incesantemente y, cuando se quitó la chaqueta, tení a unas desagradables manchas de sudor en los sobacos. Daba grandes risotadas y era muy tierno con la madre de Blair. Pero no era el padre de Blair. El año anterior, el padre de Blair se había marchado a Francia con otro hombre. Es verdad, viven en un castillo y se dedican a los viñedos juntos, lo cual, en realidad, si se piensa, mola mogollón. Por supuesto que nada de eso era culpa de Cyrus Rose, pero a Blair eso le traía sin cuidado. Consideraba a Cyrus un gordo inútil y totalmente insoportable. Pero esta no9

che Blair tendría que tolerar a Cyrus Rose porque la cena de su madre era en honor a él, y todos los amigos de los Waldorf estaban allí para conocerle: los Bass, con sus hijos Chuck y Donald; el señor Farkas y su hija, Kati ; el conocido actor Arthur Coates, su esposa Tit i y sus hijas, Isabel, Regina y Camilla; el Capitán Archibald, su esposa y su hijo . Los únicos que faltaban todavía eran el señor y la señora van der Woodsen, cuya hija, Serena, y su hijo, Erik , se encontraban estudiando fuera. Las cenas de la madre de Blair eran famosas y aquélla era la primera desde su tristemente célebr e divorcio. Aquel verano habían redecorado el lujoso ático de los Waldorf de rojo oscuro y marrón chocolate, y estaba lleno de antigüedades y cuadros que habrían impresionado a cualquiera con conocimientos básicos de arte. En el centro de la mesa del comedor habí a una enorme ensaladera de plata llena de orquídeas blancas, flores de sauce y ramas de castaño, un arreglo moderno de Takashimaya, la tienda de artículos de lujo de la Quinta Avenida. Tarjetas doradas en los platos de porcelana indicaban a cada uno su sitio. En la cocina, la cocinera Myrtle le entonaba canciones de Bob Marley al suflé y Esther, la desaliñada criada irlandesa, todavía no le había volcado el whisky a nadie encima, gracias a Dios. Blair se estaba emborrachando. Y si Cyrus Rose no dejaba de molestar a Nate, su novio, tendrí a que ir y derramarle el whisky en sus horteras mocasines italianos. —Blair y tú lleváis saliendo mucho tiempo, ¿verdad? —áCCÍa CyrUS, dándole un puñetazo a Nate en eí brazo. Intentaba que el chico se relajase un poco. Todos los chicos del Upper East Side eran unos mojigatos. Eso es lo que él cree. Dales tiempo. 10

—¿Ya te has acostado con ella? —le preguntó Cyrus. Nate se puso más rojo que el tapizado del diván francés del siglo dieciocho que tenía al lado. —Bueno, nos conocemos prácticamente desde que nacimos —tartamudeó— . Pero llevamos saliendo cosa de un año. No queremos arruinar el tema, sabe, hacerlo antes de que estemos preparados —dijo, repitiendo lo que Blair siempre le decía cuando le preguntaba si estaba lista para hacerlo o no. Pero estaba hablando con el novio de la madre de su novia. ¿Qué se suponía que tenía que decirle: "Oye, tío, si hiera por mí , lo estaríamos haciendo ahora mismo"? —Exactamente —dijo Cyrus Rose. Le apretó el hombro a Nate con una mano maciza. Llevaba uno de esos brazaletes de Cartier que uno se ponía y no se quitaba más, muy populares en los ochenta y no tan populares ahora, a menos que se estuviese en la onda retro. ¿De qué iba? —Déjame que te dé un consejo —le dijo Cyrus a Nate, como si Nate hubiese podido negarse—. No escuches una palabra de lo que dice esa chica. A las chi cas les gustan las sorpresas. Quieren que no se pierda el interés, ¿me comprendes? Nate asintió con la cabeza, el ceño fruncido. Intentó recordar la últim a vez que había sorprendido a Blair. Lo único que pudo recordar fue la vez que le compr ó un helado al irla a buscar a la clase de tenis. De aquello hacía un mes y no habí a sido nada del otro mundo. Al paso que iban, Blair y él no haría n el amor nunca. Nate era uno de esos chicos que uno mira y que cuando los estás mirando sabes que están pensando: "Esa chica no puede quitarme los ojos de encima porque estoy buenísimo". Sin embargo, no actuaba como si fuese va-

nidoso. Aquella noche Nate llevaba el jersey de cashmere verde musgo de escote en pico que Blair le regaló en Semana Santa, cuando el padre de ella los habí a llevado a esquiar a Sun Valley una semana.

Se pasaba el día reinventando el argumento de la peli en que actuaba en aquel momento, la peli de su vida. —Te quiero —le había susurrado a Nate cuando le dio el jersey. —Yo tambié n —le respondi ó Nate, aunque no estaba seguro de si aquello era cierto o no. Cuando se puso el jersey, le quedaba tan bien que Blair deseó gritar y arrancarse toda la ropa. Pero le pareció que no le iba gritar y dejarse llevar por el calor del momento, más del estilo de mujer fatal que del de

chica-conquista-chico, así que se quedó callada e intentó parecer frágil y tierna como un pajarillo en los brazos de Nate. Se besaron largo rato, sus mejillas calientes y frías al mismo tiempo de estar todo el día bajando por las pendientes. Nate enred ó sus dedos en el cabello de Blair y la hizo acostarse en la cama del hotel. Ella levantó los brazos por encima de su cabeza y dejó que Nate comenzase a desvestirla hasta que se dio cuenta de dónde acabarían y de que aquello no era una película, aquello era real. As í que, como una niña buena, se sentó de golpe e hizo que Nate se detuviese. 12

Llevaba parándol o hasta el día de hoy. Hací a dos noches, Nate había vuelto de una fiesta con una petaca de whisky a medio beber en el bolsillo. —Te quiero, Blair —habí a murmurado, acostándose junto a ella en su cama. Blair había deseado nuevamente tirárselo, pero se contuvo. Nate se qued ó dormido, roncando suavemente, y Blair se quedó a su lado imaginando que Nate y ella eran los actores de una películ a en la que estaban casados y él tení a un problema con la bebida, pero ella siempre le apoyaba y le amaba eternamente, a pesar de que él de vez en cuando se meaba en la cama. Blair no intentaba jugar con él, lo que pasaba era que no estaba lista. Apenas había visto a Nate en verano porque ella se había ido a aquella horrible escuela de tenis en Carolina del Norte y Nate se había ido a navegar con su padre por la costa de Maine. Blair querí a asegurarse de que después de pasar todo el verano separados, seguían queriéndose tanto como antes. Querí a esperar para acostarse con un chico hasta cumplir diecisiete años, el mes próximo. Pero estaba harta de esperar. El jersey color musgo hací a que sus ojos brillasen de un verde oscuro y con chispitas, y su ondulado cabello castaño tenía mechas doradas tras haberse pasado el verano en el mar. De repente, Blair supo que estaba lista. Tomó otro sorbo de whisky escocés. Sí, señor, desde luego que estaba lista.

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—¿De qu é habláis? —preguntó la madre de Blair, deslizándose hasta Na te y apretando la mano de Cyrus. —Sexo —respondi ó Cyrus, dándol e un húmedo beso en la oreja. Puaj. —¡Oh! —chilló Eleanor Waldorf, tocándose la melena cardada. La madre de Blair llevaba el vestido a medida de cashmere color grafito con cuentas que Blair le había ayudado a elegir en Armand y zapatos de terciopelo sin tacón. Un año antes no habría podido ponerse aquel vestido, pero había perdido diez kilos desde que empezó a salir con Cyrus. Estaba guapísima. Todos lo decían. —Está más delgada — —, pero te apuesto a que se ha hecho la liposucción en la papada. —Seguramente. Se ha dejado crecer el pelo, eso es un signo inequívoco. Esconde las cicatrices —susurr ó la señora Coates. La estancia vibraba con el sonido de los cotilleos sobre la madre de Blair y Cyrus Rose. Según Blair podía oír, los amigos de su madre se sentían igual que ella, aunque no usasen exactamente palabras como inútil, gordo o insoportable. —Huelo Oíd Spice —le susurró la señora Coates a la señora Archibald—. ¿No se habrá puesto Oíd Spice, verdad? Aquello habría sido lo mismo que llevar el spray para el cuerpo Impulso, que, como todo el mundo sabe, es su equivalente para mujeres y es un asco. 14

—No estoy segura —dijo la señor a Archibald, devolviéndole el susurro—, pero me parece que sí. —-Agarró un rollito de bacalao con alcaparras de la bandeja de Esther, se lo meti ó en la boca y lo mastic ó con vigor, rehusándose a decir nada más. No podía soportar que Eleanor Waldorf las oyese. Cotillear y murmurar era divertido, pero a costa de los sentimientos de una de sus mejores amigas, no. "¡Gilipolleces!", habría dicho Blair si hubiese podido leer sus pensamientos. "¡Hipócrita!" . Toda aquella gente era tremendamente cotilla. ¿no? En el otro extremo de la estancia, Cyrus agarró a Eleanor y la besó en los labios frente a todo el mundo. Blair sintió vergüenza de que se comportasen como dos adolescentes agilipollados que han perdido la cabeza y apartó la mirada para ver por la ventana la Quinta Avenida y Central Park. El otoño habí a encendido de fuego las copas de los árboles . Un solitario ciclista salió por la puerta del parque que da a la Setenta y dos y se detuvo ante el puesto ambulante de la esquina a comprar una botella de agua. Blair no habí a visto al vendedor ambulante de perritos calientes hasta ahora y se preguntó si siempre se detendrí a allí o si sería nuevo. Era sorprendente la poca atención que uno prestaba a las cosas que veí a todos los días. De repente, Blair sintió un hambre devoradora y se dio cuenta de lo que quería: un perrito caliente. Y lo quería en aquel preciso momento: un humeante perrito Sabrette con mostaza y ketchup, cebollas y repollo, y se lo iba a comer en tres bocados y luego a lanzarle un eructo a su madre a la cara. Si Cyrus insistía en meterle la len:

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gua por la garganta a su madre frente a todos sus amigos, ella podía comerse un jodido perrito caliente. —Enseguida vuelvo —les dijo Blair a Kati e Isabel. Se dio la vuelta de golpe y se dirigió al vestíbulo. Iba a ponerse el abrigo, salir, comprar el perrito, comérse lo en tres bocados, volver, eructarle a su madre en la cara, tomarse otra copa y luego acostarse con Nate. —¿Adonde vas? —le gritó Kati, pero Blair no se detuvo; fue directamente a la puerta. Nate la vio aproximarse y se apartó de Cyrus y la madre de Blair justo a tiempo. —¿Blair? —preguntó— . ¿Qué pasa? "Lleva tu corazón contra su piel", se recordó ella, olvidándose del perrito caliente. En la peli de su vida, Nate la levantarí a en sus brazos y la llevarí a hasta la habitación para seducirla. Pero aquélla era la vida real, desgraciadamente. —Tengo que hablar contigo —dijo Blair, alargándo le su copa—. ¿Me sirves otro primero? Nate aceptó su vaso y Blair le acompañó hasta el bar de tapa de mármol junto a las puertas acristaladas que daban al comedor. Nate llenó dos vasos de whisky y luego volvió a seguir a Blair al salón. —Eh, ¿dónde vais, chavales? —les preguntó Chuck Bass con una mirada obscena al verlos pasar. Blair le hizo una mueca de irritació n y sigui ó caminando, tomando un sorbo de su vaso a la vez. Nate la siguió haciendo caso omiso de Chuck. con cara de anuncio de loción para después de afeitarse. De hecho, había actuado en un anuncio de British Dakkar Noir , algo de lo que sus 16

padres se sentían avergonzados en públic o y orgullosos en privado. Chuck era el tío más salido del grupo de amigos de Nate y Blair. Un a vez, durante una fiesta cuando estaban en noveno, Chuck se habí a escondido en el armario de una de las habitaciones de invitados durante dos horas, esperando para meterse en la cama con Kat i Frakas, que estaba tan borracha que no dejaba de vomitar en sueños. Y el tío se meti ó en la cama con ella igual. La únic a forma de tratar a un tío como Chuck era reírse de él en la cara, cosa que hacía n las chicas que le conocían. En otros círculos , a Chuck le habrían echado por ser un cerdo de primer orden, pero estas familias llevaban generaciones siendo amigas. Chuck era un Bass, as í que no tenía n otra que soportarlo. Hasta se habían acostumbrado a la sortija de oro con sus iniciales que llevaba en el meñique, la bufanda de cashmere azul marino con el monograma bordado que era su seña de identidad y las copias de su retrato en foto que llenaban las distintas casas de sus padres y que se caían cada vez que abrí a su taquilla del Colegio para Varones Riverside Prep. —No os olvidéis de tomar precauciones —les gritó Chuck, levantando la copa al ver que Blair y Nate se dirigían al largo pasillo alfombrado de rojo que llevaba al dormitorio de Blair. Blair cogió el pomo de vidrio y lo giró , sorprendiendo a su gata ruso azul, Kitty Minky, que se hallaba hecha un ovillo sobre el cubrecama de seda rosa. Blair hizo una pausa en el umbral y se apret ó contra Nate, agarrándole de la mano. 17

En aquel momento, Nate se sintió esperanzado. Blair se comportaba de una forma sensual y sexy y quizá... ¿estaría a punto de pasar algo? Blair le apretó la mano y le hizo entrar en el dormitorio. Cayeron juntos en la cama, derramando sus bebidas sobre la alfombra de angora. A Blair le entr ó la risa floja: el whisky se le había subido a la cabeza. "Estoy a punto de acostarme con Nate", pensó, achispada. Y ambos acabarían el colegio en junio y se marcharían a Yale en el otoño y celebrarían una boda por todo lo alto cuatro años más tarde y encontrarían un piso hermoso en Park Avenue y lo decorarían de arriba abajo en terciopelo, seda y pieles y haría n el amor en cada una de las estancias de la casa de forma rotatoria. De repente, la voz de la madre de Blair resonó clara y fuerte en el pasillo. —¡Serena van der Woodsen! ¡Qué agradable sorpresa! Nate soltó la mano de Blair y se enderezó como un soldado al que llama un superior. Blair se sentó de golpe en el borde de la cama, dejó su vaso en el suelo y apretó el edredón, los nudillos blancos. Levantó la mirada hacia Nate. Pero Nate ya se daba la vuelta para marcharse a largas zancadas por el pasillo para ver si era posible que aquello fuese verdad. ¿Había vuelto Serena van der Woodsen en serio? La peli de la vida de Blair dio un giro inesperado y trágico. Blair se apret ó el estómago, con un nuevo ataque de hambre. Tendría que haber ido a por aquel perrito caliente. 18

¡S ha vuelto! —¡Hola, hola, hola! —cloqueó la madre de Blair, a la vez que besaba las delgadas y suaves mejillas de cada uno de los van der Woodsen. ¡Beso, beso, beso, beso, beso, beso! —Sé que Serena no estaba contada entre los invitados, querida! —susurró la señora van der Woodsen con tono preocupado y confidencial—. Espero que no te moleste. —Por supuesto que no —dijo la señor a Waldorf—. ¿Has venido a pasar el fin de semana, Serena? Serena van der Woodsen sacudi ó la cabeza y le entregó su clásic o abrigo Burberry a Esther, la criada. Se acomodó un mechó n tras la oreja y sonri ó a su anfitriona. Cuando Serena sonreía, usaba sus ojos, aquellos ojos oscuros, casi azul marino. Era un tipo de sonris...


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