377347179 Vida y Muerte en El Tercer Reich Capitulo 1 Fritzsche PDF

Title 377347179 Vida y Muerte en El Tercer Reich Capitulo 1 Fritzsche
Course Historia del Siglo XX
Institution Universidad de Buenos Aires
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Fritzsche

Vida y muerte en el Tercer Reich 1: Revivir la nación ¨Heil Hitler!¨ En 1938 Victor y Eva Klemperer viajaron a Lepzig. A lo largo de la ruta, se detuvieron en un restaurante para caminoneros: la pareja entró en el momento en que la radio empezaba a transmitir los discursos de la asamblea del Partido Nazi. Todos los clientes del restaurante se saludaban y despedían con ¨Heil Hitler!¨, pero curiosamente nadie escuchaba. Ni una sola de aquella docena de personas se ocupó un segundo de la radio. ¨¿Qué estaba sucediendo?¨ se preguntaba Klemperer acerca del Tercer Reich. Con la publicación en 1995 de los diarios de Victor Klemperer, los historiadores pudieron contar con uno de los testimonios de primera mano más detallados sobre la vida de Alemania. ¿Qué es más revelador, la naturalidad con que los camioneros se saludan diciendo ¨Heil Hitler!¨ o su desinterés por la transmisión radial? Por un lado, los alemanes no judíos aceptaron el nazismo como la condición normal de la vida cotidiana e incluso celebraron el nuevo orden. Por otro lado, llaman la atención sobre los testimonios que sugieren que los alemanes siguieron con sus asuntos, cuidándose de no cruzarse con el aparato del Partido Nazi. En 1933, difícilmente había alguna persona que en alguna ocasión no hubiera alzado su mando derecha y exclamando ¨Heil Hitler¨. La mayoría de las personas lo hacían varias veces al día. En 1933, se exigió a los funcionarios públicos que usaran el saludo en sus comunicaciones oficiales. Los maestros de escuela ¨heil hitleraban¨ a sus estudiantes al comienzo de sus clases. ¿Qué significaba decir ¨Heil Hitler¨ ¿Qué revelan el saludo, el brazo en alto, la referencia al ¨Führer¨? ¿Cuánto de nazis tenían los alemanes en realidad? Que el saludo hitleriano fuera obligatorio para los funcionarios públicos confirma el poder dictatorial del régimen. A medida que más y más alemanes empleaban el ¨Heil Hitler¨ como saludo, más delicado se hizo no responder de la misma forma. Muchos alemanes se negaron por completo a participar, mientras que había otros que ejercían presión para que se usara el saludo. El ¨Heil Hitler¨ constituía un intento firme de crear e imponer una unidad política. El saludo expresaba el deseo de muchos alemanes de pertenecer a la comunidad nacional. También podía emplearse para reclamar reconocimiento social. Incluso en el espacio privado del hogar, los amigos y parientes se saludaban unos a otros con un ¨Heil Hitler¨. El saludo hitleriano, con el agresivo movimiento ascendente de la mano con la palma vuelta hacia el exterior, ocupó un nuevo espacio social y político y lo puso a disposición del movimiento nazi. Permitió a los ciudadanos demostrar su respaldo a la ¨revolución nacional¨ y excluir a los judíos. El saludo plantea la cuestión del papel del Führer alemán en la creación del consenso político. La lealtad hacia Hitler fortaleció al régimen. Quienes decidieron utilizar el ¨Heil Hitler¨ como saludo corriente de la época o lo

usaron para disfrazar sus recelos, en realidad contribuyeron a hacerlo más común. Sin embargo, quienes pertenecían al régimen no podían estar seguros de que tales muestras de apoyo fueran genuinas. Los judíos no tenían la opción de participar para guardar las apariencias: al no poder camuflarse, eran todavía más visibles en el Tercer Reich. Después del período inicial de movilización revolucionaria, pocas personas continuaron usando el saludo en su vida cotidiana. El uso del ¨buenos días¨ parecía estar en aumento (crecía con la derrota alemana en la guerra). Cuando todos empezaron a decir ¨Heil Hitler¨, el saludo dejó de ser un indicio fiable del respaldo con que contaba el régimen. Sin embargo, buena parte del poder del nazismo dependía de la apariencia de unanimidad. ¿Cuánto respaldaron los alemanes a los nazis? Unos pocos años antes de que los Klemperer pararan en ese restaurante de camioneros, un joven sociólogo estadounidense de la Universidad de Columbia llegó a Berlín en tren. En 1934, Theodore Abel se instaló en su pensión: el también e dedicaba a contar ¨Heil Hitlers¨, un saludo que le pareció, se usaba ¨sólo en lugares oficiales¨. La razón por la que había llegado a Berlín era el lanzamiento de un colosal proyecto de investigación sobre los nazis. Abel quería preguntar a los miembros del partido por qué se habían hechos nazis. Su idea era conseguir que aquellos que se habían unido al movimiento nazi en la década de 1920, escribieran sus autobiografías, para lo cual necesitaba la colaboración del Partido Nazi. Quería explorar el fenómeno del nazismo por medio de testimonios individuales en lugar de reducirlo a estadísticas generales. El partido organizó un concurso y reunió centenares de texto autobiográficos que puso a disposición de Abel. La investigación vio sus frutos en 1938 con la publicación del libro ¨Why Hitler Came to Power¨. Abel reconoce la importancia de los factores sociales y económicos, pero hace hincapié en la ideología: la función de la experiencia de la guerra, el trauma de la derrota y la decisión de rejuvenecer las estructuras políticas de Alemania. Quiero adaptar el método de Abel y presentar tres historias de vida, basadas en diarios y cartas personales, para mostrar de qué modo el ¨Heil Hitler!¨ y el ¨buenos días¨ se combinaron en el Tercer Reich. Las vidas de los Gebensleben en Braunshweig, de los Dürkefälden en Peine y de Erich Ebermayer en Leipzig, nos permite conocer las diversas formas en que los alemanes se apartaron de los nazis o se acercarona ellos. En su diario, Victor Klemperer intentó conjeturar cómo sus vecinos no judíos veían a los nazis. El Tercer Reich hacía que los ¨arios¨ se sintieran en casa. Las cartas y dairios a los que nos referiremos nos ofrecen la oportunidad de evaluar las ideas de Klemperer y analizar cómo los alemanes se veían a sí mismos, sus relaciones con los judíos y el futuro del Tercer Reich en la década de 1930. Elisabeth Gebensleben, una mujer activa, era la esposa del teniente de alcalde de Braunschweig y una ferviente partidaria de los nazis. Gebensleben y sus hijos habían alentado la ¨oposición nacional¨ a la República de Weimar. Ella y su esposo habían abandonado en 1930 el monárquico Partido Popular Nacional Alemán para apoyar a los

nacionalsocialistas. En sus cartas abundaban las observaciones políticas, y las que destina a su hija Irmgard, o Immo, que se había trasladado a Holanda, son especialmente detalladas. Para Elisabeth, enero de 1933 resultaba conmovedor porque ¨un hombre sencillo, que había combatido en las trincheras, se sienta ahora donde en otro tiempo lo hacía Bismark¨, Según pensaba, Hitler conseguiría la reconciliación social de los alemanes. Para ella, el 30 de enero de 1933 (asunción de Hitler), significaba el rechazo de la revolución traidora de 1918 en nombre de la unidad patriótica de 1914. Los decretos presidenciales otorgaron al nuevo gobierno de Hitler poderes policiales sin precedentes. La policía y las tropas de asalto nazis arrestaron a los activistas socialdemócratas y comunistas, cerrando sus periódicos y sindicatos. Elizabeth comentó en una carta: ¨los comunistas tienen que desaparecer, y los marxistas también¨. Recelosa de los comunistas, Elisabeth se negaba a dar la bienvenida a los antiguos adversarios hasta que hubieran pasado ¨un período de prueba de tres años en los campos de concentración¨. A medida que los nazis fueron haciéndose más fuertes, la unidad de la nación, aunque enjuagada en el terror, pareció hacerse evidente. El 1 de mayo, recién reconocido oficialmente como día festivo para honrar a los trabajadores, Elisabeth veía en todas partes el ¨entusiasmo nacional¨. Lo que llamaba la atención de Elisabeth era el espectáculo de la unidad del pueblo: estaba más interesada en el nacionalsocialismo que en Hitler. ¿Qué pasaba con la ¨miserable campaña contra los judíos¨? La pregunta la planteó Immo desde Holanda, adonde habían empezado a llegar los refugiados judíos. El boicot judío exigía una respuesta considerada. Elisabeth pasó a justificar ese boicot: ¨Alemania está empleando las armas que tiene para responder a la campaña de calumnias del exterior¨. ¨Versalles¨ había arrebatado las ¨oportunidades para la vida¨ a los alemanes y ahora éstos contraatacaban por el bien de sus ¨propios hijos¨. El razonamiento de Elisabeth es imperfecto pero, sostiene, los judíos tienen que compensar en 1933 lo que los Aliados hicieron en 1919. La mujer ve de frente el terror nazi, pero tras un momento de vacilación rechaza las pruebas como accidentales o las justifica en nombre del sufrimiento alemán. Elisabeth se dedicó al trabajo como voluntaria en la organización de las mujeres nacionalsocialistas, mientras que su hijo, Eberhard, se unió a las tropas de asalto. Cursos de liderazgo, campos de adiestramiento, servicio paramilitar: éste era el nuevo ritmo de la vida para los profesionales con ambición en el Tercer Reich. Durante la guerra, Eberhard puso en peligro su carrera al enamorarse de Herta Euling, una pianista que tenía una abuela judía. Su familia se oponía a su matrimonio, aunque pensaban que Herta era una buena chica. Eberhard Gebensleben murió en Bélgica en 1944. La familia de Elizabeth se identificaba con los nazis. En cambio, Karl Dürkefâlden se opuso al régimen a lo largo de los doce años del Tercer Reich. Dürkefâlden empezó a llevar un diario en 1932, el año en que se descubrió desempleado, recién casado y viviendo con su esposa, Gerda, en la casa de sus padres en Peine. Sus entradas documentan los conflictos laborales hacia el final de la República de Weimar y, después de 1933, identifica las motivaciones de los vecinos que se unieron al movimiento nazi o recoge las versiones sobre el programa contra los judíos alemanes de 1938. Durante la segunda guerra mundial,

registra testimonios sobre el brutal trato que se daba a los prisioneros de guerra rusos. Karl realiza un retrato atento de su barrio de clase obrera, exponiendo las divisiones políticas entre los partidarios de la izquierda y los de la derecha. Dürkefâlden consiguió describir cómo las conversiones de la clase trabajadora contribuyeron a crear el nacionalsocialismo. Mientras que Elisabeth consideraba que los acontecimientos de enero de 1933 eran una triunfante ¨revolución desde la derecha¨, Karl se refiere a una revolución súbita e inesperada, en la que muchos de sus vecinos experimentaron una veloz conversión al nazismo. Karl estaba consternado por la rapidez con que su padre, su madre y su hermana se habían convertido en partidarios de los nazis. Entretanto, Karl y Gerda viajaron para visitar a los padres de ella: ¨ellos todavía no han cambiado de opinión¨. Su cuñado tampoco se había ¨ajustado¨. Sin embargo, muchos otros de sus conocidos sí se habían convertido al nazismo. Inicialmente tenía dificultades para creer que tantísimas personas se convirtieran por cualquier razón distinta del oportunismo. Sólo más adelante le resultó claro que la convicción también había desempeñado un papel. El diario de Karl nos ofrece una imagen impresionante de las celebraciones del 1 de mayo en Peine. Karl describe las banderas, las marchas, las canciones y las alabanzas a Hitler. Las calles estaban repletas de gente. No obstante, Karl y Gerta permanecieron juntos a la ventana de la cocina. Karl veía una comunidad cada vez más convertida al nazismo en la que los vecinos tomaban nota de su comportamiento. ¨Nadie puede ser neutral¨ le dijo su padre, exhortando a su hijo a unirse al movimiento y advirtiéndole de los peligros que implicaban el negarse a hacerlo. En una reunión familiar para celebrar el cumpleaños de Gerda en 1934, el suegro de Karl admite que ha hecho las paces con ¨la nueva dirección¨. Como este hombre, muchos otros trabajadores normales tenían ahora derecho a las vacaciones antes reservadas al personal administrativo de alto nivel. Karl y Gerda se habían quedado solos. En su diario, Erich Ebermayer comentaba con amargura la enorme fuerza de los nazis, que parecían barrer con todo lo que se les ponía por delante. La gente joven ya no caminaba, sino que marchaba. ¨Mis amigos se declaran partidarios de Hitler¨. Vivir en la Alemania nazi, escribió Ebermayer, le hacía sentirse ¨todavía más solitario¨. Sin embargo, con el propósito de ser ¨un cronista de esos tiempos¨, Erich escuchaba las transmisiones de los discursos de Hitler. Sobre las Leyes de Nuremberg, que diferenciaban entre los ciudadanos alemanes y los no ciudadanos judíos, decía: ¨la persecución se ha ampliado mil veces. El odio se ha multiplicado un millón de veces¨. Erich no era un nazi. Sintiéndose atraído por los ambientes rurales en los que había crecido, se compró una casa de campo en un pequeño pueblo. Los campos frescos le animaban observar que ¨la Guerra, la Revolución, la Inflación, el Sistema, el Tercer Reich no han alterado para nada estas viejas costumbres¨. Esta sensación de regreso al hogar ponía a Erich en el mismo registro emocional de millones de simpatizantes del nazismo. Los Ebermayer pensaban que ¨ni siquiera nosotros podíamos excluirnos¨. El deseo de formar parte de la unidad nacional era tan fuerte que consiguió arrastrar a un antinazi como Erich a la nueva comunidad política. A diferencia de Karl Dürkefâlden, que mantuvo su alejamiento, en los momentos cruciales

Erich se rindió al abrazo de la comunidad nacional. Aunque Erich odiaba a los nazis, el Tercer Reich le encantaba. El diario de Karl Dürkefâlden revela cómo las reuniones familiares eran ocasiones de conversaciones acerca de la naturaleza del régimen y la amenaza de la guerra. Los alemanes respondieron a los nazis de maneras contradictorias. En el entorno de los Dürkefâlden, era bastante claro quién respaldaba a los nazis, quién se ¨ajustaba¨ y quién no se quitaba el sombrero cuando se cantaba el himno. Durante toda la existencia del Tercer Reich, los alemanes también cambiaron sus posturas: fueron muchos los que se dejaron convencer por sus propuestas, pero igualmente hubo quienes se distanciaron aún más de ellos, al desconfiar de Hitler. Todas las conversaciones acerca de los nazis revelaban los esfuerzos que los alemanes realizaron para defender sus posturas y justificar sus acciones. Millones de personas adquirieron nuevos vocabularios, se unieron a organizaciones nazis y lucharon por convertirse en mejores nacionalsocialistas. De una u otra forma, la mayoría de los alemanes intentaron convertirse. Fue el amplio esfuerzo que la población realizó para ajustarse a las nuevas normas raciales con relación a los judíos y a las exigencias de la guerra total después de 1941 lo que radicalizó al régimen nazi. Incluso así, la conversión fue un proceso continuo en el que abundaban las dudas. Los alemanes se convirtieron al nacionalsocialismo movidos por el afán de guardar las apariencias. Todos los diarios hacen referencia a los campos de concentración, las detenciones y otras formas de violencia. Los alemanes se fueron convenciendo de que el nazismo representaba una ¨nueva dirección¨ que ofrecía nuevas oportunidad y a la que los ciudadanos tenían que adaptarse. Además, hubo innumerables personas que desconfiaban de los nazis, no entendían sus preceptos raciales y resentían su hostilidad hacia las iglesias. Erich Ebermayer entra dentro de esta categoría. Los alemanes sentían una auténtica fascinación por la visión social y política del nacionalsocialismo. La mayoría de los alemanes prefería el futuro nazi al pasado de Weimar. Sin embargo, esa mayoría no coincidía con todas las políticas nazis, tales como el asesinato de judíos. No obstante, la felicidad privada terminó estando entrelazada con el bienestar público del Tercer Reich. Incluso después de la guerra, más personas se identificaban con el programa del nacionalsocialismo que con Hitler mismo. Lo novedoso del Tercer Reich fue la experiencia de la conversión (transformación de alemanes en judíos). Volksgemeinschaft: La comunidad del pueblo La popularidad de los nazis descansaba sobre la idea de la Volksgemeinschaft o comunidad del pueblo. Se atribuía a los nazis el mérito de haber puesto en práctica por fin la solidaridad nacional que los alemanes habían anhelado durante tantísimo tiempo. Muchos de los logros de la ¨revolución nacional¨ de 1933 fueron valorados positivamente por ciudadanos que no necesariamente se identificaban con el nacionalsocialismo. La revolución nacional se anteponía a los nazis. Desde la 1º Guerra Mundial, la comunidad del pueblo había representado la reconciliación de los alemanes, durante tanto tiempo divididos. La poítica alemana no se deshizo en armonía colectiva, y ¨1914¨ fue siempre más

una imagen fabricada que una realidad experimentada. No obstante, la idea de la solidaridad nacional mostraba un camino para integrar a los trabajadores en la vida nacional y desarmar la deferencia que exigían las élites del país. Su tono democrático o populista era crucial para su atractivo. La comunidad del pueblo siempre fue también una declaración de fuerza colectiva. Este aspecto adquirió más importancia después de la derrota de Alemania en 1918. La rendición, los acuerdos de posguerra de Versalles y el caos provocado por la inflación a comienzos de la década de 1920 fueron experiencias colectivas que hicieron más comprensibles el sufrimiento de la nación. Durante los años de la República de Weimar, la comunidad del pueblo denotaba la condición de pueblo asediado que los alemanes compartían. Los nazis llevaron la noción de la comunidad del pueblo hasta su conclusión más radical. Insistieron en los enemigos internos externo (judíos, usureros, marxista, Aliados), a los que culpaban de obstaculizar la regeneración nacional. El nacionalsocialismo ofreció una visión de renovación que muchos alemanes encontraban atractiva. Desde el punto de vista de los nazis, 1914 representaba la renovación y la vida, mientras que 1918 era la amenaza de la revolución, el caos y la muerte. Los nazis desarrollaron una visión del mundo en la que únicamente el conflicto garantizaría la preservación de la vida. La comunidad del pueblo estaba en peligro y existía un estado de emergencia permanente. Esto contribuye a explicar las exclusiones violentas que se aceptaron como parte del proceso de reconstrucción. Sin embargo, sólo los nazis más intransigentes se atuvieron a la lógica de la violencia como vida hasta el amargo final de 1945. La idea de la solidaridad nacional resultaba atractiva para los ciudadanos que veían con temor la inseguridad económica y la inestabilidad política de los primeros años de la década de 1930. Un número incontable de alemanes identificaban su propio empobrecimiento con las desgracias de su país y tenían la esperanza de que un gobierno de mano dura pudiera mejorar su suerte. Con todo, el hecho sigue siento que en ninguna elección libre los nazis recibieron más votos que los socialdemócratas y los comunistas combinados. El 30 de enero de 1933, miles de ciudadanos mostraron su apoyo al partido. Nacionalistas alemanes antes que nazis se habían desplazado al centro de la ciudad para ser testigos de este histórico acontecimiento. Para los Gebensleben y otros millones de familias alemanas, el triunfo de los nazis era la culminación de un levantamiento nacionalista que había estado incubándose durante años. La fuerte presencia de la policía redujo la movilidad de los opositores. Mientras los matones nazis asaltaban las sedes socialdemócratas y las oficinas de los sindicatos, los funcionarios del régimen se encargaban de cerrar los periódicos socialistas. La oleada de violencia contra la izquierda recibió sanción oficial en los decretos de emergencia. Miles de opositores fueron encarcelados en prisiones improvisadas y debieron soportar palizas y humillaciones. El terror fue una venganza contra la izquierda tras años de peleas callejeras y una forma de cobrarle los acontecimientos de 1918. Para los nazis sólo existían Volkskameraden, camaradas del pueblo, y Volksfeinde, enemigos del pueblo, a los que se sometió a un trato cruel. Tras la construcción de los primeros campos de concentración en marzo de 1933, la opinión pública era muy consciente de que los nazis únicamente

distinguían entre amigos y enemigos. La violencia contra los pretendidos enemigos del pueblo seguiría siendo un elemento constitutivo de la política alemana hacia el final del Tercer Reich. Pertenecer o no a la comunidad del pueblo podía...


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