La Lengua del Tercer Reich, LTI PDF

Title La Lengua del Tercer Reich, LTI
Course Història del Pensament Contemporani
Institution Universitat Ramon Llull
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LA LENGUA DEL TERCER REICH En este libro, el filólogo Víctor Klemperer plasma muchas de las expresiones más utilizadas durante la dura época que tuvo que vivir, el Trecer Reich, mostrando la expansión de las nuevas formas de expresión, la transformación de la lengua, pero, sobre todo, la importancia e influencia de ésta en el pensamiento y comportamiento de las personas. Esto queda reflejado en una frase varias veces repetida por el autor, “el lenguaje crea y piensa por ti”, cuya veracidad nos demuestra a lo largo de todo el libro. Desde mi punto de vista, la esencia del libro puede resumirse en este pequeño párrafo sobre la propaganda nazi: «El efecto más potente no lo conseguían ni los discursos aislados, ni los artículos, ni las octavillas, ni los carteles, ni las banderas, no lo conseguía nada que se captase mediante el pensamiento o el sentimiento conscientes. El nazismo se introducía más bien en la carne y en la sangre de las masas a través de palabras aisladas, de expresiones, de formas sintácticas que imponía repitiéndolas millones de veces y que eran adoptadas de forma mecánica e inconsciente». (pág. 31) En este fragmento quedan reflejadas al menos dos de las claves del lenguaje de la Tercer Reich (LTI), como son el aumento en la frecuencia de utilización de determinadas palabras y el hecho de evitar el pensamiento consciente de la población a la que se dirigían sus mensajes. Como afirma Klemperer al principio del libro, en el Tercer Reich existe un “miedo al hombre pensante” y un “odio al pensamiento” que se manifiestan en diversas formulaciones. Esta reflexión es desarrollada en mayor profundidad en capítulos más avanzados del libro. Pero no podemos pasar por alto la idea con la que Klemperer decide comenzar el texto y que estuvo también muy presente durante los doce años de duración del Tercer Reich. Es la idea de heroísmo. En la Alemania nazi el heroísmo estaba siempre “vestido de uniforme”, siempre relacionado con éste. La referencia heroica de los jóvenes alemanes eran, o bien los pilotos de carreras, siempre uniformados, o bien los “heroicos” hombres de las SA. Pero fuera

como fuese, el concepto y vocabulario propios del heroismo quedaron innegablemente ligados en el nazismo a “la actitud intrépida de desprecio a la muerte” y mucho más si ésta estaba relacionada con alguna acción militar. Sobra decir que los hombres de las SA, de las SS así como los soldados alemanes que se encontraban en la guerra y todas sus acciones eran completamente heroicas para el Reich y así lo transmitían reiteradamente a toda la población. El concepto de uniformidad es igualmente fundamental para entender la política del Reich en su conjunto, incluyendo la LTI, pues es una de sus características principales, como afirma Klemperer al decir que el Tercer Reich demuestra una “uniformidad espantosa en todas sus manifestaciones […] tanto en la fanfarronería desmesurada de sus pomposos edificios […] tanto en el tipo de soldados y hombres de las SA y las SS […] como en sus autopistas y fosas comunes” (pág. 16). La lengua del Tercer Reich, si bien no acuñó muchas de sus palabras sino que simplemente alteró su valor y su frecuencia, proviene del lenguaje empleado por Hitler en Mi lucha, que como afirma Klemperer, “quedó literalmente fijado desde la 'toma de poder' en 1933 y pasó de ser el lenguaje del grupo [del nacionalsocialista] al lenguaje del pueblo, apoderándose de todos los ámbitos públicos y privados” (pág. 37). La utilización del término “pueblo” y la presencia de este lenguaje en todos los ámbitos de la vida son dos temas de gran importancia dentro de este análisis. Pero no creo conveniente centrarse en ellos sin hablar antes de las características básicas que el autor otorga a la LTI. Debemos destacar entre estas características, pues el autor lo hace, la pobreza de esta lengua, al utilizar “siempre los mismos tópicos, el mismo tono de voz, con independencia del nivel cultural de quienes lo utilizaban”, y es que “la LTI todopoderosa precisamente por su pobreza reinaba incluso entre las víctimas más perseguidas […] incluso entre los judíos” (pág. 38). Este punto, que Klemperer ejemplifica en varias ocasiones, algunas incluso con personas muy cercanas a él, me parece especialmente llamativo y creo que demuestra claramente la veracidad de la afirmación de que el lenguaje crea y piensa por nosotros. Pues, si bien todas estas personas utilizaban este lenguaje inconscientemente debido su imposición y en algunas no reflejaba una opinión semejante a la de los

creadores de dicho lenguaje, en muchas otras consiguió modificar en su favor el pensamiento de gente anteriormente muy convencida de sus ideales, muy opuestos a los que demostraba en ese instante. Me parece especialmente interesante el que Klemperer nos muestre la evolución en este sentido de varios personajes, que demuestra el gran poder de influencia del Reich y su lenguaje y que suponía para el autor una particular decepción, pues nos habla aquí del caso concreto de personas de su entorno de las que no cabía esperar dicha reacción. Buen ejemplo de esto es la experiencia que narra sobre uno de los dos términos que fueron para él los primeros del nazismo y que en este caso concreto supuso su primera pérdida de una amistad ligada a este régimen, la primera de muchas. El término al que me refiero es “expedición de castigo”, que un joven al que Klemperer consideraba, según sus propias palabras, poco menos que un “hijo adoptivo” utilizó alegremente, y lo que es peor, lo hizo para describir algo que él había realizado. Además de estos casos concretos, el autor nos habla de que en general se observaba en el ámbito cotidiano de trabajo, hasta en gente ajena a la política, gente que “incluso” trataba bien a los judíos, el veneno de la LTI y del nazismo en general. “Pensaban conforme a las ideas del Reich incluso sin darse cuenta”. “Ninguno era nazi, pero todos estaban intoxicados” (pág.147) Todo lo referente a este asunto me parece de especial relevancia porque demuestra el poder de la lengua y también porque es, a mi entender, el punto que más podríamos relacionar con la actualidad, salvando las distancias y las diferencias en los objetivos. La relación se encuentra, sobre todo, en la intención de distraer a la población y fomentar el entretenimiento en lugar de la actividad intelectual, pues, si bien esto no se da tan descaradamente como en el Tercer Reich, caso que ahora veremos, no podemos negar una tendencia al entretenimiento masivo, que aleja a la población de cuestiones más relevantes. Para comprobar esto basta con observar el cambio en los contenidos de la televisión, medio de comunicación de masas por excelencia en nuestra época. Este miedo al hombre pensante y odio al pensamiento que hemos nombrado anteriormente se hacen patentes en el Tercer Reich, además de por la pobreza y simplicidad de su lenguaje, por la prioridad y exaltación de la actividad

deportiva frente a la actividad intelectual. Se lleva a cabo la “popularización y glorifiación del deporte”, desde la imposición del ejercicio físico deportivomilitar, que enmascaraba en realidad un servicio militar obligatorio prohibido por el Tratado de Versalles, hasta afirmaciones tan rotundas como ésta, realizada por el propio Hitler: “Si toda nuestra clase alta intelectual no hubiera sido educada exclusivamente sobre la base de elegantes reglas de urbanidad, si, en cambio, hubiera aprendido en todo momento el boxeo, la revolución alemana de proxenetas, desertores y gentuza de esa calaña no habría sido posible” (pág. 335). En cuanto al deporte, además de priorizar su actividad, se utiliza su lenguaje fuera de su contexto, quizá también como técnica de simplificación al dirigirse a las grandes masas, en discursos de Hitler o Goebbels y en referencia muchas veces a situaciones de guerra. La actividad física para ellos tiene tanto valor que, como dice Klemperer en referencia a Goebbels “en ningún momento se le ocurre pensar que podría menospreciar el heroísmo guerrero al compararlo con los logros deportivos” (pág. 336) Además del deporte, otro recurso de la LTI y del nazismo en general para evitar la actividad intelectual consiste en priorizar todo lo afectivo e instintivo: “el rebaño de corderos dotados de instinto sigue a su guía aunque éste salte al mar” (pág. 345). Ya en Mi lucha, Hitler predica “la estupidez de las masas y la necesidad de mantenerlas en la estupidez y disuadirlas de cualquier reflexión”. Busca así una reacción afectiva y carente de esfuerzo intelectual como la que tenían los discursos de Mussolini. Los discursos de Hitler se vieron además modificados como consecuencia de los inventos técnicos, con los que el discurso cobra mayor importancia y que alteran su esencia, ya que “al dirigirse a todos, y no solo a los representantes del pueblo, debía resultar comprensible para todos y, por tanto, más popular” (pág. 81). Esto favoreció además las intenciones de los nazis de dejar en un segundo plano la actividad intelectual, puesto que “un discurso será más popular cuanto menos dirigido al intelecto”. Pero la cosa no acaba aquí, ya que estos discursos con frecuencia

cruzaban “la frontera hacia la demagogia o la seducción de un pueblo”, lo que ocurría “cuando pasa de no suponer una carga para el intelecto a excluirlo o narcotizarlo de manera deliberada” (pág. 82). En este sentido, cabe destacar también la importancia clave de un término utilizado con excesiva frecuencia por la LTI, el término “ciegamente”, que forma parte de sus palabras fundamentales, ya que “el führer necesita seres liderados, en cuya obediencia absoluta pueda confiar” (pág. 222), lo que, por supuesto, excluye un cuestionamiento de sus decisiones o un replanteamiento siquiera de las acciones que se deben llevar a cabo. Debes creer en el führer “ciegamente” y “ciegamente” debes seguir sus instrucciones. Desde mi punto de vista, podemos concluir según lo relatado por Klemperer, un éxito en la utilización e insistencia en este término, pues un sorprendente número de personas mantuvo su fe ciega en el Hitler incluso cuando ya era evidente la inminente derrota. Esta fijación en evitar el intelecto llega a tal punto, que como se dice en una ocasión en el libro, la palabra “inteligencia”, junto a otras como “objetividad” pertenece a la lista de lo repelente (pág. 151). No pertenecería a esta lista, sino más bien a la contraria, la palabra “pueblo”. Una de las consignas de la LTI aseguraba: “tú no eres nada, tu pueblo es todo”, y la insistencia en esta idea es innegable si tenemos en cuenta la cantidad de expresiones en las que se incorporó el término: camarada del pueblo, canciller del pueblo, ajeno al pueblo, etc. Otra idea mencionada anteriormente es la de la expansión de este lenguaje a todos los ámbitos. Ya no nos referimos al público y el privado, pues este último prácticamente había desaparecido por ideas como la que vemos en la consigna anterior, sino más bien a campos específicos de la lengua como el ámbito el científico, que pese a parecer ajeno a la influencia de la LTI, no pudo serlo, como nada en el nazismo. El campo de las ciencias parecía el más seguro en este sentido quizá por la necesidad de rigor científico en sus afirmaciones, por lo que no podría salirse mucho de unas pautas. Esto hace especialmente revelador el ejemplo que recoge Víctor Klemperer de un texto farmacéutico, donde podemos ver “hasta qué punto los tópicos y teorías generales del nazismo influyen en un texto científico especializado” (pág. 376).

NAZISMO Y RELIGIÓN Otro de los puntos fundamentales en este libro es la relación que el autor establece en varias ocasiones entre el nazismo y la religión en varios aspectos. La primera vez que se hace referencia a esto es mediante una cita que concluye:

“el

congreso

del

partido,

una

ceremonia

de

culto,

el

nacionalsocialismo, una religión...”. Y es cierto, como se demuestra durante el libro, que se establecen grandes paralelismos. Esta cita concreta hace referencia a los rituales desarrollados durante los congresos del Partido en Nuremberg, donde Hitler consagra nuevas banderas de las SA tocándolas con la “bandera de sangre” de 1923, a lo que Klemperer exclama: “¡si esto no es una mezcla de escenificación teatral y eclesiástica!”. Así, “todo el entramado nacionalsocialista se eleva del plano político al religioso” (pág. 58), lo que demuestra profundidad de sus raíces. Otro factor que demuestra el carácter religioso del nazismo es la fe ciega de la gente en Hitler, que Klemperer refleja aquí mediante una misma afirmación desde diversas fuentes: “Yo creo en él”. Creían ciegamente en el führer, un führer que “hacía hincapié una y otra vez en su particular proximidad a la divinidad” (pág. 168). Como no podía ser de otra forma Goebbels hace una gran aportación a este hecho aplicando un tono divinizador a sus discursos, en uno de los cuales afirma: “No necesitamos saber lo que el Führer quiere hacer..., nosotros creemos en él”. Esta divinización llega a su punto máximo cuando el mismo Goebbels afirma que “el amor del führer pertenece a toda la humanidad; y si ésta lo supiera 'se despediría en ese mismo instante de los falsos dioses y lo honraría a él' ” (pág. 172). Esto ya no supone una relación de proximidad entre una cosa y la otra, sino la asimilación misma del nazismo con la religión, de Hitler con el mismo dios, al que además se acusa en esta afirmación de ser falso, ya sea el dios cristiano, musulmán o de cualquier otra religión, pues el verdadero solo es el Führer. Hitler se encontraba siempre rodeado de una “radiante niebla religiosa” y era objeto de una apasionada, “fanática”, adoración cultual. Y al igual que él es el dios del nuevo régimen, su libro, Mi lucha, es el libro sagrado del nacionalsocialismo y de la nueva Alemania. Resulta especialmente increíble ver cómo Hitler logró llegar al poder y mantenerlo durante doce años cuando este libro, con todas sus atrocidades,

llevaba ya años distribuyéndose antes de su toma de poder. Esta es una reflexión de Klemperer, con la que no puedo estar más de acuerdo. Y la incluyo aquí porque la religión está relacionada con una posible respuesta a esta incógnita, ya que “no debemos olvidar que la nostalgia de la fe y la disposición religiosa desempeñaron un papel, desde luego, en algunos iniciadores de la doctrina”. La LTI utilizaba frecuentemente el lenguaje del Evangelio, por lo que fue acogido como tal por millones de personas, y es que, “las múltiples fórmulas y expresiones de la LTI referidas a los trascendental configuran una red homogénea que, arrojada sobra la imaginación del oyente, la arrastra al ámbito de la fe” (pág. 177). Según Klemperer, no cabe duda de la consciencia con la que está tejida esta red, al menos en parte. LAS JOYAS DE LA LTI: “fanático”, “eterno” y otros términos. Muy relacionados con el tema religioso, que acabamos de tratar, están estos dos términos. Si bien podríamos elaborar un diccionario completo del nuevo lenguaje establecido por el Tercer Reich, hay palabras o expresiones que cobran especial importancia. Entre ellas se encuentran “fanático” y “eterno”, así como sus derivados. “Fanático” era, antes del Tercer Reich, un término con claras connotaciones negativas, que se desdibujan con su constante utilización y vinculación con otras ideas, pasando éste a representar una virtud. Al principio, incluso la LTI lo utilizaba a veces en sentido negativo, pero esto desapareció y el término se vinculó a “valiente”, “entregado”, “constante”. El concepto de fanatismo empleado por la LTI es aquel que “aun siendo sanguinario y cruel es, sin embargo, una pasión que eleva el corazón, que le hace despreciar la muerte, que le da un impulso prodijioso...” lo que el vínculo con los términos citados, así como la relación con la religión al contraponer éste a la irreligión, de la cual se dice que, “el espíritu razonador y filosófico inducen a aferrarse a la vida, envilecen y vuelven afeminadas las almas […] minan de este modo secretamente los verdaderos fundamentos de cualquier sociedad” (pág. 90-91). La relevancia de este concepto dentro del lenguaje estudiado se hace patente en una simple y rotunda afirmación del autor: “la LTI es el lenguaje del fanatismo de masas” (pág. 42). Me ha llamado especialmente la atención la

facilidad de la variación de significado o el cambio de matiz (peyorativo o no) de las palabras en función del uso que se les dé, del contexto en el que se utilicen y de la frecuencia empleada. Además, en este caso Klemperer hace referencia a la rápida desaparición del término, producida ya un año después de la caída del Tercer Reich. Esto ocurre, según Klemperer, porque “el verdadero hecho se mantuvo presente en la conciencia o el subconsciente del pueblo, el hecho de que una mentalidad tan próxima tanto a la enfermedad como al crimen fue considerada durante años la virtud suprema” (pág. 95). Otro ejemplo de estas variaciones de significado es la palabra “montar”, cuyo matiz varió además con especial rapidez. En la época moderna este verbo tenía indudablemente un matiz peyorativo que se asociaba con la falta de honestidad y con la ejecución mecánica y carente de escrúpulos, fuera de la tarea que fuese. Muy al principio del Tercer Reich pareció que, como afirma el autor, “la LTI asumiría este sentido metafórico de reprobación. Pero en seguida la situación cambió, y pocos días después, se demostró que el verbo ya no implicaba nada peyorativo, al ser utilizado por Goebbels en una de sus declaraciones con un sentido claramente positivo. Un término al que se refiere Klemperer, si bien ya en la época posterior es el de “fascismo”, sobre cuyo significado nos muestra el desconocimiento por parte de estudiantes de la época inmediatamente posterior, y que, por tanto, habían sido educados en el nazismo. Quiero resaltar este punto en relación a la especial importancia de la enseñanza en cualquier régimen o ante cualquier intento de imposición de una corriente de pensamiento. La importancia de lo que se enseña, pero también, y no consigo decidir cuál de las dos en mayor grado, de lo que se deja de enseñar. Otro término muy recurrente para la LTI fue el de “cosmovisión”, simplemente porque es la expresión “donde el nazismo ve expresada la contraposición más importante a la actividad filosófica” (pág. 212) y, como ya hemos argumentado anteriormente, la LTI evitaba todo lo que invitara a la reflexión y el pensamiento. Por último, no podemos olvidar, como final de este apartado, la palabra “eterno”, por su “papel especial e importantísimo” (pág. 167). Y es que esta palabra podría considerarse el grado máximo de los superlativos numéricos

empleados por los nazis. Dicho sea de paso que este empleo de los superlativos en general, y de los numéricos en particular supone otra de las marcadas características del lenguaje de la LTI. “Eterno”, fue otra de esas palabras cuya particularidad con el régimen nazi residía únicamente en la frecuencia descarada con que se utilizaban. Todo en el nazismo era eterno, y lo era, por supuesto, el nazismo en sí. EL TEMA DEL JUDAÍSMO Si bien el tema concreto del judaísmo y del tema racial pretende ser evitado por el autor, le resulta finalmente inevitable, como es natural, dada la brutalidad de la situación que se vivió en el contexto en el que se desarrolló todo este lenguaje, y que el autor experimentó con especial intensidad al afectarle personalmente. Pero principalmente pretende evitar el tema racial al considerar que sería un triunfo del nacionalsocialismo sobre su persona que no quiere concederle. Pero nos deja ver la dificultad, si no imposiblidad, de esta tarea: “Así he vuelto, a pesar de todo, al tema judío, ¿es culpa mía? No, es culpa del nazismo, única y exclusivamente culpa suya” (pág. 126). Las situaciones vividas por los judíos en esta época fueron tremendas, y algunas de ellas podemos verlas reflejadas en este libro y en las experiencias del propio Klemperer. Afortunadamente, hoy en día estas atrocidades son conocidas por la mayoría de la gente, por lo que me voy a permitir centrarme en los temas que, en este sentido, guarden especial relación con el lenguaje. Un caso relevante me parece el de la idea, el conepto, y por tanto también el término de “verdad orgá...


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