Bloque 8 Historia DE España 2º BACH PDF

Title Bloque 8 Historia DE España 2º BACH
Course Historia de España
Institution Bachillerato (España)
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Temas redactados del bloque 8 de Historia de España de Segundo de Bachillerato
BLOQUE 8. Pervivencias y transformaciones económicas en el siglo XIX: un
desarrollo insuficiente
Directamente preparados para ser estudiados.
Especialmente adaptados para los exámenes de 2º Bach...


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Nuria Ardid Muñoz 2ºB Bachillerato

BLOQUE 8: PERVIVENCIAS Y TRANSFORMACIONES ECONÓMICAS EN EL SIGLO XIX: UN DESARROLLO INSUFICIENTE 8.1. EVOLUCIÓN DEMOGRÁFICA Y MOVIMIENTOS MIGRATORIOS DEL SIGLO XIX. EL DESARROLLO URBANO. En general, durante el siglo XIX, la evolución demográfica de todos los países europeos significó un gran aumento demográfico que provocó migraciones internas y externas forzadas por la necesidad de equilibrar la demografía y los recursos. En España, la población pasó de tener 10,5 millones de habitantes en 1797 a tener 18,6 millones en 1900. El ritmo de crecimiento demográfico fue lento hasta la década de 1820, a partir de la cual se aceleró hasta 1860, y desde entonces, se frenó. Sin embargo, este ritmo de crecimiento demográfico en España fue más lento en relación con otros países europeos debido a las dificultades para establecer un sistema político liberal estable, el retraso y las limitaciones con las que se inició la Revolución Industrial, y, principalmente, la persistencia de un régimen demográfico antiguo, a excepción de Cataluña, que inició en este siglo una transición al régimen demográfico moderno, precisamente en relación con su proceso de industrialización y modernización económica, que culminó en el siglo XX. Este régimen demográfico antiguo, caracterizado por el atraso económico y social del país, implicaba una mayor mortalidad, que, junto con las elevadas tasas de natalidad, daban lugar a un crecimiento vegetativo bajo. Las tasas de natalidad (34‰) y mortalidad (29‰) españolas, al terminar el siglo, eran de las más altas de Europa y la esperanza de vida no llegaba a los 35 años. A pesar de las elevadas tasas de natalidad, principalmente por la pobreza del campo español (que demandaba abundante mano de obra) y la ignorancia sobre los métodos anticonceptivos, la elevada mortalidad impedía que el ritmo de crecimiento demográfico de España se asemejara al de otros países europeos. Las tasas de mortalidad eras elevadas debido a las pésimas condiciones sanitarias; las crisis alimentarias (hambrunas) debido a la dependencia del clima (que era determinante para que se dieran malas cosechas), al atraso técnico de la agricultura española (que generaba bajos rendimientos) y a las carencias del transporte (que impedían llevar productos de las zonas excedentarias a las deficitarias); la elevada mortalidad infantil, que casi duplicaba la de Europa; las periódicas epidemias de cólera, tifus y fiebre amarilla, así como otras enfermedades endémicas (tuberculosis, viruela, sarampión, escarlatina y difteria) que afectaban notablemente a la población porque estaba muy debilitada por las carencias alimenticias y por una deficiente atención sanitaria; y las guerras. Como consecuencia, la tasa de crecimiento vegetativo (diferencia entre natalidad y mortalidad), era muy baja respecto a otros países europeos, de alrededor del 8‰. Todos estos factores definían un modelo demográfico antiguo, típico del Antiguo Régimen, que solo empezó a cambiar a finales del siglo XIX cuando las tasas de mortalidad y natalidad empezaron a reducirse (especialmente a partir de la epidemia de cólera de 1885), aunque muy lentamente, ya que la mitad de las provincias españolas siguieron teniendo estas tasas elevadas. Es decir, fue una transición demográfica muy retrasada, y únicamente Cataluña, que había iniciado anteriormente su transición demográfica, culminó con el régimen moderno en las primeras décadas del siglo XX. Además, la estructura laboral por sectores económicos era arcaica y desequilibrada, con un importante predominio del sector primario (70%) frente al secundario (12%) y al terciario (18%). Como consecuencia del aumento demográfico sucedieron los movimientos migratorios del siglo XIX. Es importante diferenciar entre migraciones internas, o éxodo rural, o migraciones externas. Por un lado, las migraciones externas fueron aquellas dirigidas al extranjero, especialmente a comienzos del siglo XIX, cuando pequeños flujos de población se dirigieron al norte de África, América o Europa, en búsqueda de trabajo o como consecuencia de la situación política, que provocó importantes emigraciones políticas o exilios, sobre todo durante la Década Ominosa (1823-1833) por parte de liberales y afrancesados, y en posteriores épocas por parte de carlistas y republicanos. Entre 1882 y 1899 emigraron un millón de españoles y este ritmo migratorio se aceleró en las dos primeras décadas del siglo XX. Las leyes migratorias cambiaron durante el siglo XIX. Estuvo prohibido emigrar hasta 1853, ya que la población se consideraba un recurso del país y su disminución podría afectar a su poder militar (falta de soldados) y a su economía (falta de trabajadores). Sin embargo, en la Constitución de 1869 del Gobierno Provisional de Serrano se reconoció el derecho a emigrar, lo que aumentó las migraciones de españoles hacia América Latina. Posteriormente, en 1907, se aprobó la primera Ley de emigración (regulaba la emigración). Por otro lado, especialmente a partir de la segunda mitad del siglo XIX, se inició el éxodo rural. A causa de las desamortizaciones, que generaron sobrepoblación rural; las transformaciones por el liberalismo y asentamiento de la sociedad liberal; y las malas condiciones de vida en las zonas rurales, muchos campesinos procedentes de Galicia, de las dos Castillas, de Aragón y de Andalucía oriental, abandonaron sus pueblos para trasladarse a localidades mayores, especialmente de la zona del mediterráneo (Barcelona y Valencia), País Vasco y Madrid. Además, la industrialización de Cataluña, y el País Vasco, así como el desarrollo de Madrid o la zona del Levante intensificaron estos desplazamientos. Como consecuencia, a lo largo del siglo XIX se produjo un aumento de la población urbana española, aunque sin alcanzar los niveles europeos. Sin embargo, al no haber en España una clara modernización agrícola y tener una industrialización lenta y tardía, el éxodo rural no se aceleró hasta finales de siglo XIX, e incluso, a finales del siglo solo un 35% de la población vivía en municipios de más de 10.000 habitantes, y solo Barcelona y Madrid tenían más de 500.000 habitantes. El éxodo rural conllevó el desarrollo urbano de las zonas del país afectadas por las migraciones, debido a la necesidad de construcción de infraestructuras urbanas para dar respuesta a la población creciente de estas áreas y, con ello, solucionar los problemas de densificación, hacinamiento y salubridad que había se habían generado. Aunque esta urbanización fue considerable durante el siglo XIX, la mayoría del país continuaba siendo rural (únicamente el 9% podía considerarse población plenamente urbana). Este incremento de la población en las ciudades provocó su expansión mediante el derribo de las murallas y la construcción de los denominados ensanches, barrios burgueses de urbanismo planificado fuera del núcleo antiguo de las ciudades, destacando los ensanches del Plan Cerdá en Barcelona en 1860 o de Madrid de Carlos Mª de Castro y la Ciudad Lineal de Arturo Soria en Madrid. Otras de estas infraestructuras urbanas construidas fueron el abastecimiento de agua potable, el alcantarillado, el empedrado de calles (pavimentación), la iluminación pública, el transporte (primeros tranvías) y la “Gran Vía” de las principales ciudades como zonas de servicios y negocios. Además, los centros históricos empezaron su proceso de degradación y a las afueras surgieron barrios obreros sin planificar y con escasa dotación de servicios.

Nuria Ardid Muñoz 2ºB Bachillerato

8.2. LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XIX. EL SISTEMA DE COMUNICACIONES: EL FERROCARRIL. PROTECCIONISMO Y LIBRECAMBISMO. LA APARICIÓN DE LA BANCA MODERNA. La Revolución Industrial en España en el siglo XIX fue tardía e incompleta, especialmente hasta 1830, y solo a partir de 1850-1870 se produjo un impulso significativo de la industrialización. Este retraso industrial se explica por la falta de poder adquisitivo de la población, proteccionismo excesivo, falta de inversiones, malas comunicaciones terrestres, falta de redes comerciales para llevar los bienes al consumidor potencial, inestabilidad política, guerras, frecuentes cambios de modelo económico y la dependencia del exterior (técnica, energética y financiera). La industria textil, especialmente la industria del algodón, inició la revolución industrial en España. Tras la parálisis por la Guerra de la Independencia y la pérdida de las colonias americanas, se recuperó la fabricación de hilados en la década de los treinta, dando comienzo a una etapa de expansión entre 1830 y 1855. Posteriormente hubo una etapa de recesión debido a la desviación de capital hacia otras inversiones y el impacto de la Guerra de Secesión de los Estados Unidos. En cambio, gracias a la libertad de comercio de 1869 y el reforzamiento del monopolio mercantil con Cuba y Puerto Rico, tuvo lugar un periodo de recuperación hasta 1898, con la independencia de estas islas. Cataluña fue el centro esta actividad, concretamente del algodón y de la industria lanera mecanizada (Tarrasa y Sabadell), debido a la abundancia de mano de obra, la mentalidad empresarial y la política proteccionista que alejó la competencia de los productos textiles ingleses. El desarrollo industrial catalán a principios del siglo XIX estuvo caracterizado por una progresiva mecanización con la introducción de máquinas de vapor, aunque esta no fue nada comparable con los niveles de la industria británica. También hubo otras industrias textiles, como la de la seda (Valencia, Murcia, Granada) y el lino (Galicia). La siderurgia española estuvo supeditada a la explotación minera de sus materias primas: el hierro y el carbón. Aunque la riqueza mineral de España era abundante, durante el siglo XIX las minas del interior fueron poco trabajadas y solo se explotaron los yacimientos cercanos a los puertos. Esto produjo un estancamiento de la minería, junto con otros factores como la escasa demanda, el atraso económico, la falta de capitales y de tecnología y la intervención del Estado que frenaba la inversión extranjera. La situación cambió gracias a la Ley de Bases sobre Minas de 1868, de carácter librecambista, que se apoyó en la inversión extranjera y la “desamortización” del subsuelo (venta de minas a manos privadas) para favorecer la minería. En 1831 se instaló en España el Alto Horno de La Constancia en Málaga, el primer alto horno. En la década de 1840 se desarrolló la siderurgia en Asturias y en 1841 se instalaron los primeros altos hornos en el País Vasco, que se convirtieron en los más importantes y líderes del sector. También en Vizcaya se estableció un importante centro de astilleros y en Guipúzcoa se establecieron numerosas empresas metalúrgicas de transformados del acero. Finalmente, la minería desarrolló la siderurgia vasca, especialmente en Bilbao a finales de siglo, y esta industria tuvo una gran expansión a partir de 1871 debido a la creación de varias empresas que dieron origen a los Altos Hornos de Vizcaya. Otras actividades industriales de este siglo fueron los molinos; las industrias derivadas de la explotación agraria; y la industria mecánica La revolución industrial de este siglo llevó consigo la modernización del sistema de comunicaciones. Las carreteras y caminos, sufrieron las primeras reformas de trazado hacia 1840. Se mejoró la red viaria y hacia 1850, España disponía de una red de caminos y carreteras, aunque gran parte de esta continuó siendo deficiente porque solo la mitad de las carreteras eran de primer o segundo orden y su extensión no llegaba a una décima parte de la de Francia, con una extensión territorial similar. Sin embargo, a mediados de siglo la situación mejoró. Además, se fue sustituyendo el medio de transporte tradicional, se redujo notablemente la duración de los viajes, en 1850 se estableció el servicio de correos y, en 1852 se inauguró el servicio de telégrafos. El transporte marítimo aumentó debido a la mejora y ampliación de los puertos, el perfeccionamiento de la navegación a vela y la introducción de la navegación a vapor a finales de siglo. En cuanto al transporte ferroviario, tras una real orden de 1844 se inició el primer proyecto ferroviario, que fue inaugurado en 1848 con la línea Barcelona-Mataró, la primera en la península. Sin embargo, la especulación en torno a la construcción del ferrocarril creó malestar social y fue uno de los argumentos del pronunciamiento de la Vicalvarada de 1854. Posteriormente, durante el Bienio Progresista (1854-1856) se dio un impulso decisivo a la construcción del ferrocarril al aprobarse la Ley de Ferrocarriles de 1855, que permitió la entrada de capital extranjero para financiarlo, estimulando la construcción. Tras esta ley se produjo la etapa de mayor intensidad constructiva, dentro del contexto de una ‘’burbuja ferroviaria’’ de carácter especulativo. Sin embargo, debido a la escasa rentabilidad y la especulación, la economía entró en una gran crisis financiera (1866-1876) que paralizó la construcción y causó un déficit presupuestario crónico. Posteriormente, una nueva Ley de Ferrocarriles de 1877 favoreció la formación de nuevas empresas que duplicaron el tendido existente hasta llegar a unos 13.000 km a finales de siglo. Se incrementó la presencia de capital español y las subvenciones del Estado y el ferrocarril comenzó a ejercer cierto arrastre de la industria siderúrgica y metalúrgica nacional, aunque al aprobarse un ancho de vía superior al europeo (para poder hacer frente al relieve más accidentado de España) se fomentó el aislamiento, y el trazado radial ignoraba la localización periférica de la industria. En definitiva, el ferrocarril se convirtió en la inversión público/privada más importante del siglo XIX. En cuanto al comercio exterior, la pérdida de las colonias americanas causó la desaparición del monopolio comercial, y España pasó a ser un país de segundo orden que se limitaba a exportar materias primas agrícolas, ganaderas o mineras. Posteriormente, el crecimiento fue continuado debido a que el proteccionismo y la escasa demanda del mercado interno incitaron a algunos sectores a la exportación; así como a una mayor demanda mundial y a la riqueza de España en minerales.

Nuria Ardid Muñoz 2ºB Bachillerato Los cambios políticos del siglo XIX generaban modelos económicos que se movían entre proteccionismo o el librecambismo. El proteccionismo defendía la protección de la producción nacional frente al mercado exterior, mediante el establecimiento de altos impuestos aduaneros a las mercancías importadas, que en general eran más competitivas. Así, la producción nacional, de menor calidad y más cara, podría soportar la competencia exterior. Este modelo era defendido en general por los moderados. Por el contrario, el librecambismo, más de carácter progresista, defendía la libertad de intercambios con bajos aranceles, para lo que el Estado debía garantizar la libre transacción de capitales y mercancías. Durante el siglo XIX, España tuvo una economía con un nivel de protección arancelaria más alto que el entorno europeo, hasta 1840. En general, el sistema español anterior a 1845 era complicado por la variedad de impuestos, la escasa eficacia del sistema de recaudación y el mantenimiento de las exenciones fiscales a las clases privilegiadas. En ese momento, Espartero tomó medidas de índole librecambista. Durante esta etapa se realizó la reforma fiscal de Mon-Santillán (1845) que supuso la simplificación del sistema impositivo al establecer dos tipos de impuestos: directos (contribución territorial y subsidio industrial y de comercio) e indirectos (consumos); estableció los presupuestos generales del Estado; adoptó medidas para reducir la deuda pública tras el fallido proceso desamortizador. Tras la Revolución de 1868, el ministro Laureano Figuerola estableció un nuevo arancel que pretendía abrir la economía española al exterior para promover el desarrollo económico. El arancel de Figuerola no acabó de implantarse totalmente debido a la resistencia de los grupos industriales catalanes y vascos y de los harineros castellanos. La crisis agraria de finales de siglo, especialmente grave en España, tuvo como respuesta el arancel muy proteccionista de Cánovas de 1891 y la economía española entró en una década de muy bajo crecimiento de la renta y un gran debilitamiento del sector exterior. Por último, el sector financiero jugó un papel esencial en la industrialización y la economía. En el siglo XIX en España apareció la primera banca moderna. El Estado tuvo una gran importancia al regular, proteger e intervenir en las decisiones económicas y fiscales y suplir el escaso impulso del empresariado. Además, los problemas de la Hacienda fueron importantes en todas las convulsiones políticas, las revoluciones y las reformas emprendidas por los gobiernos. El primer banco español, el Banco Nacional de San Carlos, cuya función era administrar la deuda pública, entró en bancarrota y fue sustituido por el Banco Español de San Fernando (1829) durante el reinado de Fernando VII, cuya tarea básica era prestar dinero al Estado para servirle de instrumento mediante la emisión de deuda pública y de moneda. En el reinado de Fernando VII también se creó también la Bolsa de Comercio de Madrid (1831), para la negociación de los valores de las empresas dentro del capitalismo financiero. Por otro lado, la creación de las cajas de ahorro tuvo un papel más asistencial y menos financiero, y su objetivo era fomentar el ahorro en las clases medias y bajas. Sin embargo, la crisis financiera de 18471848 y la suspensión de pagos del Banco Español de San Fernando en 1848 obligaron al gobierno a aprobar la Ley de Bancos de Emisión de 1856, que derivó en la creación del Banco de España. Además, la Ley de Bancos y Sociedades de Crédito (1856) inició la modernización del sistema bancario. Otras entidades fueron el Banco de Santander (1857), Banco de Bilbao (1857) y Banco Hipotecario (1872). En 1868 se instauró la peseta como moneda oficial, logrando la unidad monetaria. En 1866, la crisis financiera dio paso a una nueva estructura bancaria que concedió el monopolio de emisión al Banco de España, que a partir de 1874 fue el único banco de emisión de billetes. Asimismo, la banca privada fue desmantelada. Con la Restauración comenzó un nuevo sistema bancario, de tipo mixto, en el que los bancos se especializaron poco y atendían con sus préstamos tanto a la financiación de inversiones como la de consumo. Para finalizar, el sistema bancario español padeció un atraso relativo ya que, hacia 1900, el Banco de España ejerció una posición de dominio frente al sector privado, al contrario que en Europa....


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