Breve reseña y conceptos sobre Manuel Belgrano PDF

Title Breve reseña y conceptos sobre Manuel Belgrano
Author Fernando Burset Lopresti
Course Historia del Derecho
Institution Universidad Siglo 21
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Reseña...


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Breve reseña y conceptos sobre Manuel Belgrano Manuel Belgrano era hijo de un comerciante genovés radicado en Buenos Aires, don Domingo Belgrano Peri, y de doña María Josefa González Casero. El joven Manuel estudió latín, filosofía y teología en el Real Colegio de San Carlos; marchó luego a España y cursó estudios en Salamanca, Valladolid (se graduó de bachiller en 1789) y Madrid, en cuya universidad obtuvo en 1792 el diploma de abogado, dedicando especial atención a la economía política. Desde allí siguió los acontecimientos de la Revolución Francesa de 1789, que le influyeron hasta el punto de llevarle a adoptar la ideología liberal. Regresó al Río de la Plata al ser nombrado secretario del Consulado de Buenos Aires (1794-1810). Desde este cargo abogó por la libertad de comercio, el desarrollo de la agricultura y la creación de escuelas comerciales y de náutica. En 1806 participó como capitán de las milicias urbanas en la defensa frente la invasión inglesa; fue designado sargento mayor del regimiento de Patricios y sirvió como ayudante de Santiago Liniers. Sin descuidar su tarea en el Consulado, colaboró en el Semanario de agricultura, industria y comercio, fundó una Sociedad Patriótica, Literaria y Económica y el periódico Correo de Comercio, siempre con el ánimo de difundir y llevar a la práctica su ideario liberal y de contribuir al desarrollo educativo, cultural y económico del país. Pronto tomó conciencia, de que sus proyectos modernizadores eran irrealizables en el anquilosado marco de la administración colonial, y de que sólo la independencia podía traer el progreso. Compenetrado con la causa emancipadora, empezó a conspirar contra la dominación española desde que en 1809 llegaron noticias de la ocupación de la metrópoli por el ejército francés. Belgrano fue uno de los dirigentes de la Revolución de mayo (18-25 de mayo de 1810), punto de partida del proceso independentista, y formó parte como vocal de la Junta que se creó en Buenos Aires el 25 de mayo de 1810, embrión del futuro gobierno argentino. La Junta de Buenos Aires intentó preservar la unidad del hasta entonces Virreinato del Río de Plata, que englobaba aproximadamente los territorios actuales de Argentina, Paraguay, Uruguay y Bolivia, más una parte de Chile y el sur de Brasil. Aunque no era militar profesional, Manuel Belgrano fue nombrado general al mando del ejército del Paraguay, formado con el objetivo de obtener la adhesión de este territorio al proceso independentista, pero resultó vencido por los paraguayos, fracasando el intento de mantener a Paraguay unido a Argentina (1811). Pese a la derrota en las armas, dejó sembrado entre los jefes paraguayos el anhelo de libertad. En 1812 Manuel Belgrano asumió la jefatura del Ejército del Norte y creó y enarboló por primera vez, en las barrancas rosarinas del Paraná, la bandera azul y blanca que había de convertirse en enseña oficial de la nación. Al mando de sus tropas venció a las fuerzas españolas del general Juan Pío de Tristán y Moscoso en las batallas de Tucumán (1812) y Salta (1813), que salvaguardaron la independencia argentina al contener la contraofensiva realista lanzada desde el norte; pero en 1813 volvió a ser derrotado cuando intentaba proseguir su avance invadiendo el Alto Perú (la actual Bolivia), que quedó bajo el dominio de los españoles. Destituido del mando militar, Manuel Belgrano siguió prestando servicios a la causa argentina en el plano diplomático; en 1815 fue enviado junto con Bernardino Rivadavia a Europa para negociar, sin resultados, el reconocimiento de la independencia. Regresó al cierre del Congreso de Tucumán (1816), en cuyo seno expuso sus convicciones monárquicas. El 6 de julio de 1816, los congresales reunidos en Tucumán escucharon, en sesión secreta, al general Manuel Belgrano, a quien se le había solicitado que expresara su parecer sobre la forma de Estado a adoptar luego de la declaración formal de la independencia. Es bastante conocida su opción por una monarquía constitucional que, presidida por un descendiente legítimo de los antiguos emperadores incas, tuviera por sede la mítica ciudad del Cuzco, en territorio del Perú. La idea de Belgrano, que contó con la adhesión de figuras emblemáticas como Güemes y San Martín, y fue adoptada por no pocos congresales en los debates que siguieron, merece una reflexión a más de dos siglos de aquellos sucesos, sobre todo teniendo presente que formaba parte de un plan claramente dirigido a continentalizar la revolución iniciada pocos años antes pero que, anclada en una visión portuaria, daba señales de claro estancamiento. En efecto, cabe destacar que circunscribir la declaración de la independencia del 9 de julio a lo que hoy conocemos como Argentina, supone reducirla injustamente, carece de respaldo histórico serio y no da suficiente cuenta de lo que ocurría en esos días. El Congreso declaró la independencia de las Provincias Unidas de Sudamérica, no del "Río de la Plata" como era la expresión corriente desde 1810. A ello se suma un dato para nada menor. En caso de prosperar el plan sugerido por Belgrano, la futura capital sería la ciudad del Cuzco, en territorio del entonces Virreinato del Perú; esto es, fuera de los límites del ex Virreinato del Río de la Plata, lo que en los hechos hablaba a las claras de trasladar el centro del poder político de la ciudad puerto de Buenos Aires, (cuyo protagonismo se había acrecentado vertiginosamente pero sólo en los últimos años, al interior profundo de la América española), más poblado, con mayores 1

riquezas naturales y hasta dotado de universidades erigidas hacía siglos. Asimismo, la sugerencia de Belgrano se vinculaba de manera concreta con el proyecto que en pocos meses iniciaría el general San Martín desde Cuyo, cruzando los Andes para liberar Chile, Perú y Ecuador, empresa que el Libertador no cumplió al frente del Ejército Argentino (aunque podría haberlo hecho) sino del Ejército de los Andes, enarbolando su propia bandera, que no era la argentina. Es significativo que una de las instrucciones dadas por el Congreso le exigía expresamente el envío de diputados por parte de los países liberados, "a fin de que se constituya una forma de gobierno general, de toda la América unida en identidad de causa, intereses y objeto, constituya una sola nación". Pero, ¿por qué una monarquía incaica? El proyecto de Belgrano ganó, como se señaló, muchas adhesiones, pero fue duramente criticado, fundamentalmente desde la prensa porteña y, posteriormente, fulminado por Mitre en su obra "Historia de Belgrano y de la independencia argentina", en la que afirma, entre otras cosas, que "si bien a este plan no puede negarse grandiosidad y buena intención es imposible concederle sentido práctico, ni siquiera sentido común, ni aun para su tiempo". Uno de los congresales por Buenos Aires, Tomás de Anchorena, dirá que tuvo que reprimir su sentimiento de rechazo al escuchar la idea belgraniana de un rey inca, refiriendo posteriormente su espanto ante la posibilidad de ser gobernados "por un miembro de la casta de los chocolates". También Bernardino Rivadavia expresó su desorientación por semejante propuesta. Ahora bien, ¿era sólo racismo lo que generaba rechazo entre algunos políticos de entonces o había razones más de fondo para oponerse al proyecto? Por un lado, la idea de un gobierno monárquico no era, en sí misma, trasnochada por entonces, puesto que la inmensa mayoría de los pueblos del mundo vivían bajo sistemas monárquicos, y además era asociada a un requerimiento fundamental de la hora: el orden, elemento del que las provincias carecían desde años a esta parte. Tampoco parece que fueran pruritos republicanos los que alentaban a algunos a oponerse al plan monárquico toda vez que como bien apunta Alberto Lapolla, Anchorena y algunos otros "aceptarán luego de buen grado la propuesta de coronar al príncipe de Lucca o a algún miembro de la familia real española." Acaso Belgrano apelaba a vencer una clara resistencia a la Revolución de Mayo que él mismo había notado frente a los ejércitos que le tocó comandar: los pueblos indios engrosaban en buena medida los ejércitos realistas al grito de "Viva el Rey". El plan monárquico con sede en Cuzco no prosperó y la gesta emancipadora tendiente a concretar los Estados Unidos de Sudamérica, conservando de ese modo la unidad de los territorios españoles librados a su suerte con el colapso del imperio, habría de naufragar en un proceso de balcanización en diez estados, que incluso pudo ser más profundo. El poder quedó, como diría el pensador uruguayo Methol Ferré, para las "polis oligárquicas portuarias" en detrimento del interior profundo cada vez más empobrecido por la adopción, como política económica incuestionable, del libre cambio. Conforme a los planteamientos de Belgrano, el Congreso declaró formalmente la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, núcleo de la actual Argentina, y aprobó como bandera nacional la que Belgrano había diseñado e izado en 1812; sin embargo, su recomendación de constituir una monarquía fue desoída: el Congreso consolidó el Directorio como principal órgano ejecutivo y nombró director supremo a Juan Martín de Pueyrredón (1816-1819). Entretanto, las disensiones entre centralistas y federalistas dieron inicio a una serie de convulsiones y pugnas civiles que marcarían las primeras décadas de la Argentina independiente. Otra vez al frente del ejército auxiliar de Perú, Manuel Belgrano hubo de contener las sublevaciones de los jefes militares que se pronunciaron a favor del federalista José Gervasio Artigas. Cooperó con las fuerzas de Martín Miguel de Güemes para frenar una contraofensiva española, pero hallándose en Cruz Alta contrajo una grave dolencia, a causa de la cual se retiró a Tucumán. En noviembre de 1819, enfermo de muerte, regresó a Buenos Aires; sumido en la pobreza, falleció de hidropesía el 20 de junio de 1820: ese día la ciudad de Buenos Aires, presa de la anarquía, contaba con tres gobernadores al mismo tiempo. Sus restos se conservan en un mausoleo, obra del escultor Ximenes, en la basílica del Rosario de la Capital Federal. Manuel Belgrano sigue despertando, a más de dos siglos de su muerte, la admiración de los que lo conocen y el desprecio de quienes siguen viendo en él a un denunciante de las injusticias, las inequidades y el atraso nacional provocados por los que él llamaba “partidarios de sí mismos”. Estos lanzaron y lograron instalar la versión que “acusaba” a Belgrano de ser homosexual. En sus machistas mentes aquel hecho lograba descalificar su obra. Afortunadamente vivimos tiempos más racionales y menos hipócritas. De todas maneras podemos afirmar, por apego a la verdad histórica, que Belgrano era heterosexual y que tuvo dos amores. Uno de ellos fue con María Josefa Ezcurra, hermana de Encarnación Ezcurra, la futura esposa de Juan Manuel de Rosas. María Josefa acompañaba a su padre, Ignacio de Ezcurra, al Consulado dirigido por Belgrano y allí se enamoraron en 1802, cuando Manuel tenía 32 años y Josefa 17. 2

Al año siguiente la muchacha contrajo matrimonio, según la voluntad de sus padres, que no era la suya, con un primo venido de Pamplona llamado Juan E. Ezcurra. Alérgico a las revoluciones, tras el triunfo de la de Mayo volvió a la Península. María Josefa se sentía libre y cuando Belgrano se hizo cargo del Ejército del Norte, decidió acompañarlo. En marzo de 1812 tomó la “mensajería de Tucumán”, una diligencia que tardaba 30 días en llegar a la ciudad norteña. Cuando llegó a San Miguel de Tucumán, el general estaba en Jujuy y hacia allí fue la joven porteña. A fines de abril llegó a San Salvador, donde pudo reencontrarse con su amado Manuel y acompañarlo en el frente de batalla, donde siempre quedaba un ratito para el amor. El 30 de julio de 1813 nació, en Santa Fe, Juan, que fue adoptado por los recién casados Juan Manuel de Rosas y Encarnación Ezcurra y creció con el nombre de Pedro Rosas y Belgrano. En 1837, don Juan Manuel cumplió con su promesa de contarle a aquel hombre de 24 años, que ya era un estanciero y acababa de ser nombrado juez de paz de Azul, su verdadero origen familiar. Pedro se casó en 1851 en la iglesia de Azul con Juana Rodríguez. La madrina de la boda fue su madre, María Josefa Ezcurra. El otro amor de Belgrano fue la tucumana María Dolores Helguera, con quien vivió un romance marcado por la guerra. Los padres obligaron a María Dolores a casarse con otro hombre, al que ella no amaba, que al poco tiempo la abandonó. Belgrano y su amada volvieron a verse, pero no pudieron casarse porque, a los efectos legales, Dolores seguía casada con su ex marido. El 4 mayo de 1819 nació Manuela Mónica, pero la convivencia duró poco. Tiempo después debió dejar la comandancia por motivos de salud y trasladarse a Buenos Aires. Si bien no menciona en su testamento a Manuela como hija legítima, le pidió a su hermano y albacea, Domingo Estanislao, “que secretamente, pagadas todas sus deudas, aplicase el remanente de sus bienes a favor de una hija natural llamada Manuela Mónica que de poco más de un año había dejado en Tucumán”. De acuerdo a los deseos de su padre, cuando Manuela había cumplido 5 años, fue llevada a Buenos Aires y vivió junto a su tía Juana Belgrano de Chas. Aprendió inglés y francés y desarrolló una amplia cultura general. Juan Bautista Alberdi se enamoró de ella, pero el romance no prosperó. Se casó en 1853 con Manuel Vega y Belgrano, su sobrino político, con quien tuvo tres hijos. Tras la muerte de su hija Pepita, Manuela entró en una profunda depresión y murió dos años después que la niña, el 5 de febrero de 1866.

La Figura Pública de Manuel Belgrano según Bartolomé Mitre y Domingo Faustino Sarmiento

Bartolomé Mitre y Domingo Faustino Sarmiento -tanto en su rol de historiadores como de figuras públicasrescataron la figura de Belgrano desde una perspectiva humanística y cívica. No les interesaba tanto su faceta militar -habiendo obtenido importantes victorias en las batallas de Tucumán (1812) y Salta (1813), también sufrió graves derrotas en las batallas de Vilcapugio y Ayohuma (1813)- sino más bien sus cualidades intelectuales. En este sentido, ambos destacan su honestidad, su austeridad, su patriotismo y su conciencia del valor de la educación para los pueblos. Bartolomé Mitre en “Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina (1857)”: “El general Belgrano no ha necesitado legar a la posteridad sus Memorias, para triunfar de la maledicencia y salvar en todo su esplendor la pureza de su nombre, pues como lo ha dicho hablando de él un escritor extranjero: ‘fue uno de los hombres más liberales, más humanos, más honrados y más desinteresados que ha producido la América del Sud’. “Belgrano es uno de aquellos personajes históricos que ganan en ser vistos y oídos de cerca, porque hasta sus mismos errores y debilidades, asimilándolos más a la naturaleza humana, contribuyen a despertar la simpatía”. Es muy difícil escribir con imparcialidad la vida de un hombre semejante. Por poco que el biógrafo se apasione por su héroe, corre peligro de convertir la historia en apología, creándose un modelo ideal, sin sombras ni contrastes; una especie de abstracción, más verosímil que verdadera. Domingo Faustino Sarmiento, en “Historia del general Belgrano por el General Mitre”- El Nacional, 8 de julio de 1859-: 3

“Belgrano es uno de los poquísimos que no tienen que pedir perdón a la posteridad y a la severa crítica histórica, sino es de faltas de capacidad o de concepto de que nadie tiene derecho a inculparlo; Belgrano es pues la moral de nuestra historia, como en el discurso de su vida se muestra la expresión y el instrumento de las ideas que sirvieron de faro a la marcha de la revolución. Su muerte oscura es todavía un garante de que fue ciudadano íntegro, patriota intachable; pues que parece el dote común a nuestros grandes hombres, Belgrano, Rivadavia, Saavedra, Paz y tantos otros morir en la miseria, acaso para mostrar su superioridad misma, desconocida por los contemporáneos que sólo tributaron honores, a los que se arrastraban al nivel de las deficiencias y miserias de la época, o se cubrieron con el dorado manto de la opulencia para ocultar su miseria nativa. [...] El general Belgrano es una figura histórica que no seduce por sus apariencias. Ni brilló como genio de la guerra como San Martín, ni dejó rastros imperecederos de instituciones fundamentales como Rivadavia. Belgrano apareció en la escena política sin ostentación, desaparece de ella sin que nadie lo eche de menos, y muere olvidado, oscurecido y miserable. Casi treinta años transcurren sin que se mente su nombre para nada; y la generación presente ignoraba casi que Belgrano fuese otra cosa que el General vencedor de Tristán en Salta, derrotado en Vilcapugio, Ayohuma, Paraguay y otros lugares. Pero llega la época en que la conciencia pública se despierta, y vuelve sus ojos al pasado para honrar al patriotismo puro, la abnegación en la desgracia, la perseverancia en el propósito y la lealtad a los buenos principios en el colmo del poder, hastiada como está la opinión en el espectáculo de esos héroes de mala ley que le piden el sacrificio perdurable de sus libertades en cambio de la buena fortuna de una hora, y la noble figura de Belgrano empieza a sacudirse del polvo del olvido que la cubría y mostrarse esplendente de los dotes y virtudes que pide el pueblo, a fin de ver reflejadas en los objetos de su culto sus propias aspiraciones. Belgrano no es un gran hombre, sino el espejo de una época grande. Poco ha hecho que cada uno se crea capaz de hacer, y sin embargo el conjunto de la vida de Belgrano constituye, por decirlo así, la revolución de la independencia de que San Martín fue el brazo y Rivadavia el legislador. Belgrano era la América ilustrada hasta donde podía estarlo entonces, la América inexperta en la guerra, pero resuelta a vencer. Belgrano joven va a estudiar a Europa, y antes que Bolívar, Alvear, San Martín trajeran el arte de vencer, trae las buenas ideas sociales, el deseo del progreso y cultura, la conciencia de los principios de la libertad que debían requerir luego el auxilio de aquellas espadas. Belgrano es publicista, economista, abogado, guerrero, progresista en el sentido material que hoy se da a la palabra, y en el consulado, inspirando la libertad del comercio, o fomentando la educación pública; en 1811 conteniendo mal el desquicio interno iniciado en el Paraguay. General mediocre, vencedor o vencido, la Patria lo encuentra en todas partes bien intencionado, trabajando como puede y sabe en su bien, padeciendo con ella, teniendo paciencia y fortaleza hasta el último día en que la hidropesía embotó sus miembros, y desde Tucumán se hizo trasladar a Buenos Aires a morir, pidiendo a su paso por Córdoba, donde reinaba su segundo el general Bustos con su propio ejército sublevado, se le diese gratis la posta pues no traía un medio con que pagarla…” Domingo Faustino Sarmiento, artículo publicado en El Nacional, 5 de diciembre de 1837: “Belgrano es de talla menos erguida y de formas más blandas. Se puede ser Belgrano y no ser San Martín ni Rivadavia. Antes de la revolución de la Independencia pensaba sobre escuelas, agricultura, comercio libre y mejoras materiales, como pensamos nosotros ahora, y después de la Independencia fue como general derrotado muchas veces, como lo hemos sido nosotros tantas sin darnos por vencidos. No hay figura más humana que la de Belgrano, ni constitución más duradera. Belgrano economista, revolucionario y guerrero ocupando altas posiciones sin alcanzar a ser triunviro es el hilo más manejable que puede tomarse para recorrer un largo trecho de nuestra historia para alborear la revolución de ideas en el Consulado, endurecer el pueblo en la defensa de Buenos Aires contra los ingleses, lanzarlo a las tormentas revolucionarias en Mayo de 1810, y llevarlo a Vilcapugio, Ayohuma y Salta a dispersarse sorprendido por el enemigo, dejarse vencer por bisoñadas, y volviendo siempre al combate triunfar al fin y dar días de gloria a la patria.” Domingo Faustino Sarmiento, fragmento del discurso pronunciado en la inauguración de la escultura de Belgrano en Plaza de Mayo, 24 de septiembre de 1873:

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“Hay, pues, una inmortalidad humana que se adquiere por el genio, la abnegación o el sacrificio; pudiendo extenderse según la perfección e influencia de aquellas virtudes...


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