Capítulo 111 - Bioetica PDF

Title Capítulo 111 - Bioetica
Course BIOETICA
Institution Universidad Tecnológica de Santiago
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CAPÍTULO 111 FUNDAMENTACIÓN DE LA BIOÉTICA, BIOÉTICA Y ANTROPOLOGíA, BIOÉTICA Y MEDIO AMBIENTE, ÉTICA Y TECNOLOGíA FUNDAMENTACIÓN DE LA BIOÉTICA El nacimiento de la bioética ha hecho emerger dos importantes exigencias. La primera de ellas es la necesidad de distinguir entre el conocimiento y dominio de la ciencia, es decir, el mundo de los "hechos" científicos -que, obviamente, ha sido siempre soberanía de los médicos y de los científicos- de aquel otro de la ética y de los "valores ", que ha sido el campo de trabajo de los filósofos y de los moralistas. Esta distinción no es baladí, pues, como consecuencia del triunfalismo positivista del siglo XIX y buena parte del. XX, se ha tendido a. pensar que el dominio de los "hechos" científicos debería siempre prevalecer sobre el mundo de la ética y de los valores. Este espinoso asunto, esta verdadera dicotomía entre "hechos" y "valores" parece ya superada, Según la vieja mentalidad, mientras los "hechos" científicos constituían realidades sólidas, impersonales, ciertas, que se imponían por sí solas de modo autoritario, el mundo de los valores era entendido como algo blando -evanescente- relativista y altamente personal. Desde esta perspectiva los médicos debían adoptar por sí solos sus decisiones morales al modo como tomaban sus decisiones médicas, porque en el fondo una buena decisión médica era equivalente a una buena decisión moral. Así pensaron en el pasado y de buena fe médicos insignes, humanistas de la categoría de Marañón, que son nuestra tradición inmediata y a IQS que siempre deberemos agradecimiento. Pero esa vieja mentalidad parece hoy superada por los nuevos aires de la bioética, y es tarea de ella borrar esa dicotomía y acercar la filosofía moral al mundo de la Medicina y ésta, en reciprocidad, a la filosofía moral. La segunda tarea de la bioética es la de tender puentes de comprensión entre el mundo de los hechos y el mundo de los valores. Esto reafirma el carácter multidisciplinar de la bioética y establece firmemente la necesidad de que los médicos y los profesionales sanitarios aprendan y sean entrenados en filosofía moral, del mismo modo que los filósofos y los teólogos deberían formular sus discursos con arreglo a una implícita voluntad de ser entendidos, buscando, en fin, adaptar sus formulaciones a una semántica inteligible para el profesional de la Medicina y de la ciencia.

Corolario de ambas exigencias es la necesidad de pensar en un método, metodología o procedimiento, que sirva de marco sencillo y asequible al juicio moral de los dilemas éticos; y que agilice la toma de decisiones en cualquier situación donde la práctica sitúe al médico, ya fuere en Ta cabecera de la cama del enfermo, en la consulta o el quirófano. Como veremos más adelante, en el mundo anglosajón más que en el mundo europeo los desarrollos procedimentales han adquirido una gran relevancia, lo que sin duda ha contribuido a facilitar la expansión de la doctrina de los principios. ANTROPOLOGÍA CRISTIANA: DEFINICIÓN DEL HOMBRE La antropología cristiana es la que presenta la mejor concepción y comprensión del hombre, por lo que sería bueno ver algunas ideas de lo que nos dice la Encíclica Redemptor hominis en los números 13 y 14. Aquí se trata por tanto del hombre en toda su verdad, en su plena dimensión. No se trata dçl hombre "abstracto" sino real, del hombre "concreto", '"histórico". El sujeto de esta premura es el hombre en su única e irrepetible realidad humana, en la que permanece intacta la imagen y semejanza con Dios mismo. El Concilio (GS 24) indica esto precisamente, cuando, hablando de tal semejanza, recuerda que "el hombre es en la única criatura que Dios ha querido por sí misma". El hombre tal como ha sido "querido" por Dios, tal como Él lo ha "elegido" eternamente, llamado, destinado a la gracia y a la gloria. Y se trata precisamente de cada hombre de este planeta, en esta tierra que el Creador entregó al primer hombre, diciendo al hombre y a la mujer: "henchid la tierra; sometedla" (Gn l, 28); todo hombre, en toda su irrepetible realidad del ser y del obrar, del entendimiento y de la voluntad, de la conciencia y del corazón. El hombre en su realidad singular (porque es "persona"), tiene una historia propia de su vida y sobre todo una historia propia de su alma. El hombre que conforme a la apertura interior de su espíritu y al mismo tiempo a tantas y tan diversas necesidades de su cuerpo, de su existencia temporal, escribe esta historia suya personal por medio de numerosos lazos, contactos, situaciones, estructuras sociales que lo unen a otros hombres; y esto lo hace desde el primer momento de su existencia sobre la tierra, desde el momento de su concepción y de su nacimiento. El hombre en la plena verdad de su existencia, de su ser personal y a la vez de su ser comunitario y social —en el ámbito de la propia familia, en el ámbito de la sociedad y de contextos tan diversos, en el ámbito de la propia nación, o pueblo (y

posiblemente sólo aún del clan o tribu), en el ámbito de toda la humanidad este hombre es el primer camino... camino trazado por Cristo mismo. "Son muchos los elementos que se combaten en el propio interior del hombre. El hombre experimenta múltiples limitaciones; se siente sin embargo ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior. Atraído por muchas solicitaciones, tiene que¯ elegir y renunciar. Más aún, como enfermo y pecador, no raramente hace lo que no quiere hacer y deja de hacer lo que quería llevar a cabo. Por ello siente en sí mismo la división que tantas y tan graves discordias provocan en la sociedad" (GS 10). Otras ideas importantes la encontramos en la Declaración Dignitatis humanae en los números 2 y 3. Todos los hombres, conforme a su dignidad, por ser personas, es decir, dotados de razón y de voluntad libre, y enriquecidos por tanto con una responsabilidad personal, están impulsados por su misma naturaleza y están obligados además moralmente a buscar la verdad, sobre todo la que se refiere a la religión. Están obligados, asimismo, a aceptar la verdad conocida y a disponer toda su vida según sus exigencias. Pero los hombres no pueden satisfacer esta obligación de forma adecuada a su propia naturaleza, si no gozan de libertad psicológica al mismo tiempo que de inmunidad de coacción externa. Por consiguiente, el derecho a la libertad religiosa no se funda en la disposición subjetiva de la persona, sino en su misma naturaleza. Por lo cual, el derecho a esta inmunidad permanece también en aquellos que no cumplen la obligación de buscar la verdad y de adherirse a ella, y su ejercicio, con tal de que se guarde el justo orden público, no puede ser impedido. Todo esto se hace más claro aún a quien considera que la norma suprema de la vida humana es la misma ley divina, eterna, objetiva y universal, por la que Dios ordena, dirige y gobierna el mundo y los caminos de la comunidad humana según el designio de su sabiduría y de su amor. Dios hace partícipe al hombre de esta su ley, de manera que el hombre, por suave disposición de la divina Providencia, puede conocer más y más la verdad inmutable. Por lo tanto, cada cual tiene la obligación y por consiguiente también el derecho de buscar la verdad en materia religiosa, a fin de que, utilizando los medios adecuados, se forme, con prudencia, rectos y verdaderos juicios de conciencia.

Ahora bien, la verdad debe buscarse de modo apropiado a la dignidad de la persona humana y a su naturaleza social, es decir, mediante una libre investigación, sirviéndose del magisterio o de la educación, de la comunicación y del diálogo, por medio de los cuales unos exponen a otros la verdad que han encontrado o creen haber encontrado, para ayudarse mutuamente en la búsqueda de la verdad; y una vez conocida ésta, hay que aceptarla firmemente con asentimiento personal. El hombre percibe y reconoce por medio de su conciencia los dictámenes de la ley divina; conciencia que tiene obligación de seguir fielmente, en toda su actividad, para llegar a Dios, que es su fin. Por tanto, no se le puede f01zar a obrar contra su conciencia. Ni tampoco se le puede impedir que obre según su conciencia. IMPACTO CON LA SOCIEDAD En la literatura existente no se han aclarado todavía estos temas. Más expresivas resultan, en cambio, las reacciones periodísticas y las tenciones advertidas sobre todo en las sociedades innovadoras en el campo de la gestión de los servicios sanitarios. El problema se refiere a las ideologías presentes en la sociedad y reflejadas-en las leyes; al modelo de gestión de que se dispone los diversos Estados con relación a la libertad del médico y del ciudadano; a las dinámicas económicas que se establecen en el gasto sanitario, y al cálculo costos/ beneficios. Todos estos aspectos confluyen en la vertiente ética y deontológica del médico, que aparece como el enlace entre la sociedad y el enfermo, entre las razones del Estado y las razones del enfermo. Ya desde ahora podemos decir que el médico se debate dos pertenencias: la pertenencia al enfermo, al cual ofrece sus servicios y con el cual está ligado por un contrato de valor moral y de relevancia jurídica; y la pertenencia a la sociedad organizada (denominada igualmente sociedad de los servicios), que ha echado sobre él una responsabilidad, que le avala y graba al mismo tiempo con leyes que responsabilizan, y que establecen los honorarios en muchos países y, por tanto le considera como funcionario y representante suyo. En la medida en que se aumenta la discrepancia entre conciencia individual y sociedad organizada, se incrementa de conflicto de representación y los riesgos de pérdida de identidad de la función. En Italia no se cuenta, al menos que nosotros sepamos, con un estudio sociológico sobre la percepción de este conflicto a nivel de conciencia profesional de los

médicos, que pongan al mismo tiempo de manifiesto los logros obtenidos en esta materia. Por eso, nos limitamos a poner de -relieve los datos y los problemas de la manera que resulta más acertada y tal vez más obvia, pero ya bastante significativa. Un factor importante de tergiversación del papel del médico lo presenta la ideologización de la medicina y de las leyes. La ideología se caracteriza como un proyecto/ programa que, prescindiendo de la valorización del bien objetivo y global de las personas, pretenden conseguir determinados resultados de poder. Ética e ideología son términos antitéticos. El punto de referencia de la ideología es la voluntad de poder y de eficacia de un proyecto; el punto de referencia de la ética, la persona y su verdad objetiva. Basta citar a este respecto las palabras con que Engels define la ideología: «la ideología es un proceso que el sedicente pensador lleva a cabo ciertamente con conciencias, pero con conciencias falseadas». Según esta concepción, los componentes de la ideología se enraízan en la inteligencia que se mueve. Para Nietzsche, la ideología se funda en el hecho de que "el criterio de la verdad se encuentra en el aumento de la voluntad de poder". Existen otras definiciones de ideología, pero los dos factores que parecen caracterizar a cualquier definición son: la voluntad de realización de un proyecto, y el proyecto que prescinde de la pregunta acerca de la verdad. En la sociedad las ideologías, sean marxistas o burguesa o nihilista, viven dentro de los debates culturales y políticos; y con frecuencia son los partidos, pero no solo ellos, sus portaestandartes y mediadores respecto de la ley positiva del Estado, donde pueden introducirse a menudo prevaricaciones ideológicas. Según la definición tomista, la ley positiva es el «ordenamiento promulgado de la razón al bien común», ordinatio rationis ad benum comune promulgata. La ley, por tanto, supone la primacía de la razón, y por esto de la verdad, y tiene como fin el bien común. Ya hemos tenido experiencia de leyes ideológicas promulgadas en la época de los nazis, que no faltan por lo demás, incluso en regiones de democracia parlamentaria. La legalización del aborto es ideológica, porque es una prevaricación acerca de la verdad de la humanidad del que va a nacer, y que no tiene como finalidad la defensa de su vida. Por esto se ha hablado incluso «medicina ideológica» en contraposición coh la

hipocrática, refiriéndose precisamente a la instrumentalización de la profesión médica en aras de finalidades ideológicas, legalizadas o no, pero presente en la sociedad. Ante la prevaricación comprobada de la ideología en la ley y de rechazo en la profesión del médico, este está obligado a activar la defensa de la conciencia u objeción de conciencia. Es este un derecho/ deber que el médico tiene por fidelidad a su relación con el servicio al hombre en cuanto tal y a la vida humana considerada como valor en sí misma, superior incluso a la libre voluntad del paciente. Pero el hecho de que el médico tenga que recurrir a esta autodefensa indica una conflictividad real entre persona y sociedad legal y somete al médico a una presión, que con frecuencia no es simplemente de carácter psicológico. Para remediar esta conflictividad se han formulado los códigos deontológicos, que representan un conjunto de normas de comportamiento que garantizan al ciudadano la concienciación imparcial o no instrumentable del médico frente a las presiones de intereses partidistas o de ideologías políticas. Es un hecho que a menudo incluso los códigos deontológicos, al tener que moverse dentro de una sociedad pluralista y habiendo sido formulados a su vez por personas (los médicos mismos) no es exentas de influjos ideológicos y de comentes culturales diversas, están marcados por clausulas o formulaciones que no siempre ni en todos los

casos garantizan la inexcusable observancia del bien común y la defensa de la vida humana, por lo cual se establece un hiato y una dialéctica entre los códigos deontológicos escritos y los valores ético. Los códigos de la deontología médica son y representan, ciertamente, las fronteras de autonomía de profesión médica frente a las presiones ideológicas y sociales, y expresan el derecho de la categoría médica a mantenerse al servicio prioritario del paciente. La ética, sin embargo (aun estando presente en tales formulaciones normativas), es una visión más amplia, más libre de las indiferencias legislativas y con una función que es al mismo tiempo de motivación justificativa y de juicio crítico, precisamente porque la ética se refiere a los valores humanos de manera directa. El encuentro entre profesión médica y sociedad se produce también a otro nivel y es el de la organización de los servicios. Existen en el mundo tres modelos de organización sanitaria: el- modelo liberal, • el modelo colectivista y • el modelo de la medicina socializada. • El modelo liberar se basa en la libre iniciativa de los particulares para organizar los servicios (hospitales, clínicas, etc.), para elegir libremente al médico por parte de la familia y del paciente, para fijar libremente los honorarios, para que el Estado vigile las garantías de legalidad y de autorización. Este es el modelo suizo y el de muchos países de América. • En el modelo colectivista — concretamente el que existía en los países de la Europa oriental o de antiguo régimen comunista-, la salud, al Igual que la educación, es administrada por el Estado el cual organiza y gestiona los servicios, nombra a los médicos según las exigencias del territorio, y el ciudadano recibe gratuitamente el servicio. El médico es un funcionario del Estado y el ciudadano no puede escoger ni medico ni hospital. • El modelo «socializado» tal como está vigente, por ejemplo, en Inglaterra o Italia, de basa en los principios de la gestión pública de los servicios, de las prestaciones gratuitas e iguales para todos, de la organización terri torialmente programada de los servicios, del respeto de la iniciativa privada (establecida por convenio o reconocida) y de la libre elección del médico. No es tarea nuestra adentramos aquí en el examen de la ley que incluye el Servicio Sanitario Nacional (italiano) (ley No. 833 del 23 de diciembre de 1978), ni pretendemos verificar los momentos de actuación o las disfunciones. Pero hay que decir que constituye un intento importante 21

de conciliar los principios y los valores de libertad del individuo y, de otra parte, la sociabilidad del servicio. Pero consideramos pertinente para la reflexión general que estamos haciendo, y por los problemas éticos que plantea, hacer algunas reflexiones al respecto. En el modelo colectivista se eliminan la libertad del médico y la libertad del ciudadano: en los problemas de la salud solo se considera el aspecto corporal y de eficiencia; no es el ciudadano el que con ayuda del médico suministra su propia salud y su propia enfermedad, sino que es el Estado el que por medio del médico-funcionario y de sus servicios gestiona los cuerpos para que sean eficientes-. En el modelo liberal no siempre queda garantizada la sociabilidad y cl principio de igualdad del servicio: quien tiene más necesidad de cuidado podría tener medios para curarse; el hospital y las organizaciones de los servicios cn general podrían convertirse en empresas prestadoras de servicios costosos. El médico puede verse involuciado dcntro de las dinámicas del beneficio privado y, si deja de estar en la altura que le corresponde contraviene el estatuto ético, podría convertirse en instmmento del que paga más, incluso por alguna finalidad éticamente inadmisible (esterilización, aborto, eutanasia a requerimiento). También dentro del modelo socializado se pueden encontrar deficiencias con repercusiones del orden ético: el médico llega a depender fundamentalmente de la estructura pública (aun cuando no se le cierre bajo determinadas condiciones el ejercicio libre de su. profesión) -y a convertirse en la expresión de la burocracia del Estado; también los servicios pueden burocratizarse y a veces politizarse. El riesgo de la politización de los servicios (al ser publica su administración) es, por esto, el sometimiento de los servicios a los partidos que expresan la vida política, y estos son escollos en la gestión sanitaria en Italia en el momento actual, escollos que solo una fuerte conciencia ética, de la que debe participar médicos y ciudadanos, o incluso una revisión de la ley misma, podría corregir y contrarrestar. Pero la sociedad influye en el ejercicio de la medicina y condiciona a la profesión médica también bajo otro aspecto, el del financiamiento. La confrontación entre ética y economía sanitaria se vuelve cada vez más aguda. Mientras la ideología del bien estar hace de la salud del ciudadano el vértice de y bienestar mismo, el gasto sanitario crece cada vez más y todos los estados que tienen que gestionar económicamente la sanidad soportan con graves dificultadas el aumento del gasto

público. Se llega a acusar a la sanidad de hacer que las finanzas estables entren en crisis y consecuentemente se programan los remedios. Entre estos remedios algunos proponen el nombre del llamado principio del costo/beneficio, eliminar los gastos improductivo en el campo sanitario, como podrían ser los destinados a cuidar a los enfermos más graves e irrecuperables. "La adquision de medios terapéuticos sofisticados e idóneos para impedir que el hombre muera por enfermedades hasta hace poco mortales o incluso incurables, comporta un costo que impide su generalización, por lo que la curación y la vida comienzan a tener un precio tal alto que la sociedad no puede permitirse el lujo de soportarlo; y es por esto también por lo que amargamente se podría decir que cuanto más progresa la medicina, tanto más difícil resulta curar al enfermo. El inevitable 'Conflicto entre sociedad e individuo lleva al trágico momento de tener que decir a que paciente se les debe dejar morir, y se plantea el grave problema de la responsabilidad social e individual del médico. Estoy convencido de que el concepto de responsabilidad individual no puede ser sustituido por el de responsabilidad social, más ideológico; si así lo hiciera, el médico seria al mismo tiempo médico del hombre y médico de la sociedad". Por ejemplo, no han faltado voces que pretenden justificar la eutanasia llamada "social", debido a la falta de medios económicos. Desde este punto de vista, la sociedad necesitaría de curación tanto como el enfermo, para que, corrigiendo el criterio economicista de los...


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