Conjunto Habitacional PDF

Title Conjunto Habitacional
Author Fatima Lopez
Course Historia de la Arquitectura I
Institution Universidad Nacional de Tucumán
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UNIDAD 4 Aspecto social y político- surgimiento evolución ...


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- CONJUNTO HABITACIONAL -

CONJUNTO HABITACIONAL Vivienda agrupada que combina distintas tipologías. El término comenzó a usarse a principios de 1960 (anteriormente se empleaba “barrio de vivienda”). Su adopción es indicativa de la ampliación de un léxico técnico relacionado con los emprendimientos de vivienda masiva, en su mayor parte construidos o financiados por el Estado. Estos se iniciaron en 1946; la arquitectura y el planeamiento urbano fueron adoptándolos como campo específico de estudio y proyecto. El diseño y la reflexión sobre los conjuntos habitacionales ha estado condicionado por tres cuestiones: 1) las políticas de vivienda del Estado, ya que el encuadre de las operaciones tendían a favorecer o limitar el desarrollo de tendencias arquitectónicas y urbanísticas; 2) el debate sobre la ciudad, ya que se ha considerado a los conjuntos como modelos de una ciudad posible; 3) las representaciones de la sociedad elaboradas por la disciplina, provenientes tanto del debate político como de la reflexión sociológica (las imágenes de la “comunidad”, como grupo social integrado, han guiado reflexiones y proyectos). Hasta mediados de la década del cincuenta, los “barrios de vivienda” consistían en agrupamientos de viviendas individuales o pabellones. En los primeros existía una mayor diversidad tipológica, mientras que los segundos solían resolver el conjunto a través de la repetición de una misma unidad de agrupamiento colectiva (bloque o pabellón); la célula, en cambio, no se identificaba desde el punto de vista morfológico. Una característica que se mantendría a lo largo de la historia de los conjuntos hasta alrededor de 1980 es su ubicación en sectores de baja ocupación o consolidación urbana, ya que se elegían predios de dimensiones importantes, capaces de eludir los fuertes condicionantes de los lotes convencionales. En muchos casos, los conjuntos formaron el elemento central de operaciones de renovación y saneamiento de sectores urbanos degradados o poco consolidados (Bajo Belgrano, 1949; Bajo Flores, 1946, etc.). PERÍODO 1955-1965:

A partir de 1955 comenzaron a privilegiarse los conjuntos de alta densidad, mientras que las viviendas individuales quedaban dentro de la órbita de los créditos individuales. Los grandes conjuntos de este momento corresponden en su mayor parte a la 1

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acción directa o a la financiación del BHN a través de sus distintas operatorias. En los conjuntos de alta densidad se comenzó a ampliar el campo de soluciones utilizadas. Por un lado, continuaron los desarrollos pabellonales, impuestos desde principios de la década del treinta y asociados con el urbanismo CIAM. Un ejemplo es el conjunto del BHN, de Onetto, Ugarte y Ballvé Cañás (1960), donde tres bloques paralelos toman el ancho del terreno, con amplios jardines intermedios; otro, las viviendas en Isla Maciel (1962). Por otro lado, se introdujeron como innovación los bloques de perímetro libre, con servicios centrales, como en el caso de las “torres en la Boca” (BHN, 1954, Peani, Katzenstein, Santos, Solsona), o el conjunto Catalinas Sur (BHN, 1962, Kocourek, Susta, Garrone). Esta disposición se generalizaría a partir de su incorporación a la reglamentación de propiedad horizontal. Pero, a diferencia de los edificios en propiedad horizontal, condicionados por los lotes urbanos convencionales, los conjuntos permitieron una amplia experimentación sobre las formas de plantas en torre. En general, los conjuntos de este momento continuaban basándose en la repetición de un mismo elemento. Las direcciones en que se organizaban respetaban las mejores orientaciones para los bloques, en general oblicuas con respecto al trazado del damero urbano. Por la configuración geométrica de sus plantas y sus condiciones de iluminación y ventilación, los bloques de perímetro libre permitieron una ocupación del suelo que posibilitaba una conformación menos condicionada de los espacios libres (Catalinas Sur). Otros ejemplos: bloques de vivienda en Tucumán (1962, IPST); bloques de vivienda en Segurola y Vergara (Vicente López, 1965, Aslán y Ezcurra); bloques de vivienda en Lascano y Emilio Lamarca (1965, Salas y Billoch); bloques de unidades dúplex en Salta (Larrán, Guzmán, González, 1966). PERÍODO 1965-1976-1978:

A fines de los cincuenta, se inició un proceso de revisión de las arquitecturas que habían caracterizado los primeros planes masivos. Una crítica de contenido político y social sobre las experiencias realizadas se articulaba con el viraje en el debate arquitectónico internacional. La ruptura que los jóvenes miembros del Team X producían con los líderes del urbanismo moderno en el CIAM, realizado en Otterlo (1959), Holanda, fue un hecho emblemático. Los grandes conjuntos construidos a partir de tal momento (que en la Argentina comienza a observarse a mediados de la década del sesenta) compartieron con las propuestas anteriores 2

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la alta densidad, la gran dimensión, el uso de grandes áreas urbanas sin fraccionamiento, y el alto costo. Pero se diferenciaban de ellos al explotar al máximo las posibilidades de variación tipológica de los elementos componentes, introducir espacios intermedios entre ciudad y vivienda, reflexionar sobre lo público y lo privado en la ciudad, recreando situaciones urbanas. Estas preocupaciones se desarrollaron con peso dentro del campo disciplinario hasta mediados de la década del setenta. Ellas proponían el ingreso al debate de cuestiones consideradas ausentes en el urbanismo moderno: la ciudad existente, el espacio y la cultura urbanos. Estas temáticas se transforman en presencias permanentes en el debate sobre el habitar masivo; sin embargo, la ruptura inicial se caracteriza por sus particulares interpretaciones. El “mundo real” era observado en clave moderna, proponiendo una mirada que lo consideraba, pero que se negaba a repetirlo. Se buscaba crear a partir de lo existente, aunque poniendo el acento en la creación de una realidad nueva. De esta forma se mantenía la voluntad modernista por reelaborar lo existente y el placer por lo nuevo: las propuestas de los sesenta se presentan dilatando el campo de visibilidad de la Arquitectura Moderna, sin renunciar a sus principios. Como ejemplos pueden citarse una serie de conjuntos proyectados por el estudio Manteola, Sánchez Gómez, Santos, Solsona, Viñoly, entre 1966 y 1969 –Acoyte, Barracas, Las Heras y Rioja–, donde experimentaban recursos de integración urbana para conjuntos de alta densidad ubicados en sectores consolidados, sintomáticos de las nuevas actitudes frente a la ciudad. Desarrollando planteos de Alison y Peter Smithson en el edificio “Economist” (Londres, 1960-1964), los proyectos discutían la idea de conjunto producido por adición de elementos exentos –característico de la Arquitectura Moderna– y recurrían al vacío –plaza– para articular lo nuevo con el medio existente. También se evidencia la incorporación del “usuario”, en la atención prestada por los proyectistas a los espacios públicos o semipúblicos, entendidos como espacios de uso. Se perseguía la “vitalidad urbana”: la lección que se extraía de la ciudad tradicional no era su forma concreta sino su riqueza vital, la relación entre la arquitectura y la gente, olvidada por el urbanismo moderno, creador de “ciudades disecadas”. Otro ejemplo central del período fue Lugano I y II que, a la inversa de los anteriores, se localizaba en un sector sin ocupación (10.700 viviendas proyectadas, 1965). Allí la construcción de conjuntos sobre la base de bloques paralelos fue abandonada, 3

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siguiendo también referencias inglesas, como Sheffield, en favor de láminas articuladas que adoptaban distintas direcciones conformando los espacios abiertos. El proyecto comprendía también la construcción de torres cruciformes y circulaciones en altura, como comunicación de las partes del conjunto. Lugano, en el Parque Almirante Brown, rodeado por sectores urbanos de escasa densidad y baja ocupación, creaba imágenes de fuerte densidad urbana donde ella no existía. Antes que en una adaptación al entorno, la propuesta consistía en “crear ciudad”. Esta situación fue más frecuente que la inserción urbana del conjunto Rioja. En 1968 se implementaron los PEVE que, a partir de la población a la cual iban dirigidos, introducían el tema de la vivienda de bajo costo, a la vez que enfatizaban otros presentes en proyectos anteriores. Por tratarse de planes de erradicación de grupos humanos ya consolidados, los problemas de los espacios de asociación identitarios pasaron a primer plano. En un momento de intensa politización de la vida nacional, estos temas adquirían una fuerte carga ideológica. El PEVE de 1.300 viviendas para Florencio Varela (1973) puede considerarse emblemático de las preocupaciones dominantes. El primer premio –Goldemberg, Bielus y WainsteinKrasuk– proponía una trama donde tiras bajas de vivienda generaban plazas o “espacios de asociación”. Intentando crear una nueva estructura urbana que emulara la riqueza y vitalidad de la ciudad tradicional; el proyecto no vacilaba en acudir a recursos inexistentes en ella, como las viviendas puente sobre las calles. La misma alteridad con respecto a la ciudad tradicional se observa en la ausencia de resoluciones de borde. Las ideas de trama (primer premio) y racimo (tercer premio: Manteola, Sánchez Gómez, Santos, Solsona, Viñoly) discutían formas de articulación de los conjuntos a partir de sus elementos constitutivos: las leyes de generación de un nuevo habitar eran puestas de manifiesto en los proyectos. La tendencia de la Arquitectura de Sistemas, dominante en el momento, prestaba especial atención al proceso de diseño entre la unidad y la totalidad. El énfasis en el reconocimiento de la unidad dentro el conjunto se debía también a una consideración del individuo. La “identidad” era un problema del momento, que apuntaba a la creación de espacios y formas comprensibles e identificables por el individuo sobre la base de sus características visivas antes que a partir de valores culturales. En tal concepto se justifica la obsesión por la variedad formal, la expresión individual de las 4

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células, la introducción de situaciones novedosas, la incorporación del color y las micrográficas. Este tipo de conjuntos siguió desarrollándose hasta fines de la década del setenta, en algunos casos dentro de la normativa FONAVI, en Capital Federal. Un ejemplo lo constituye el conjunto Piedrabuena (1974-1979, 2.100 viviendas, Manteola, Sánchez Gómez, Solsona, Viñoly; Sallaberry, Tarsitano; Aslán y Ezcurra), donde, en un sistema más elaborado que el de Lugano, láminas de gran altura articuladas por columnas de servicios, conformaban espacios abiertos controlables y servían de fondo visual a las tiras bajas. Algunas propuestas innovaron principalmente en la forma de gestión y construcción. La radicación de Villa 7 (Barrio Justo Suárez, 1971, Comisión Municipal de la Vivienda, 122 viviendas), por ejemplo, incorporaba la participación de los usuarios en la elección de tipologías y diseños tanto como la autoconstrucción. El sistema UNNE-UNO (Universidad del Nordeste, Pelli y equipo, 1973) proponía la ejecución de un módulo estructural repetitivo, que admitía diversas combinaciones en cuanto a agrupamiento, quedando los cerramientos a cargo de los usuarios. Este tipo de desarrollo fue limitado por varios motivos. Por un lado, las experiencias de participación directa solo eran aplicables a conjuntos pequeños. El peso de las grandes empresas constructoras fue determinante de los proyectos y forma de gestión. Por otro, las acciones sobre vivienda estaban inspiradas desde sus orígenes en la provisión de viviendas nuevas y completas. Solo en años recientes, con la declinación de la acción estatal, se comenzó a pensar en soluciones alternativas (provisión de lotes y servicios, autoconstrucción, viviendas semiterminadas, etc.). Los grandes conjuntos de las décadas del sesenta y setenta han recibido fuertes críticas de distinto tipo: 1) urbanístico: autosegregación, falta de integración al medio urbano; 2) arquitectónico: ausencia de control del conjunto, indeterminación formal, obsolescencia, grandes exigencias de mantenimiento; 3) sociológico: ausencia de participación del usuario (con excepciones), inobservancia de tradiciones culturales. Sin embargo, la producción del período merece ser rescatada como uno de los momentos más ricos de experimentación en vivienda masiva, y como el intento de producción de obras habitacionales más complejas que registre la historia de los conjuntos habitacionales en la Argentina. Los problemas de mantenimiento que presentan los conjuntos se deben en gran parte a situaciones políticas que se tradujeron en la merma de la asistencia 5

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económica y social del Estado para los conjuntos, habitados por una población de escasos recursos, cuya situación económica no hizo sino empeorara a partir de la dictadura militar de 1976. El momento de construcción de estos conjuntos contaba con un horizonte optimista en cuanto a la intervención estatal. El problema de la alteridad con respecto a la ciudad tradicional puede ser visto también como una fuerte apuesta a las posibilidades de transformación de la ciudad y la sociedad existente, que, aunque desmentidas por la historia posterior, eran un dato insoslayable en el momento de proyecto de estas obras. El conjunto Nazca (1981-1982, Baudizzone, Erbin, Varas, Lestard), uno de los últimos proyectos de grandes conjuntos (emprendimiento privado), marca ya grandes diferencias con los anteriores. Se trata de un basamento bajo sobre la línea municipal, que conforma una plaza en el centro de manzana, donde se alzan cuatro torres de vivienda de planta circular. La simetría, la estricta definición volumétrica del conjunto y las nuevas tipologías utilizadas indican la búsqueda de un nuevo orden para este tipo de obras. PERÍODO 1976-1978 EN ADELANTE:

Los planes PEVE se interrumpieron a partir del golpe militar. También, en un cambio gradual, su arquitectura y sus modalidades dejaron de ser modelos para la vivienda agrupada. Los nuevos modelos se desarrollarían en este período dentro del marco de los planes FONAVI. Estos, destinados a ser desarrollados en todo el país y priorizando la construcción en el interior, impusieron conjuntos más pequeños, y de densidades baja y media. La primera respuesta a los FONAVI consistió en aplicar a pequeños conjuntos conceptos y tipologías elaborados en el período anterior. Este cambio de contexto implicó desplazamientos, sobre todo en cuanto a integración a tramas urbana existentes, aunque sin que se abandonara el carácter de “creación nueva” que había caracterizado a la década anterior (Conjunto en San Pedro, Jujuy, 240 viviendas, M. A. Roca, 1978; conjunto en Junín, 250 viviendas, Morea, G. Mérega, R. Mérega, Ursini, Monaldi, 1978-1981). En 1978, el conjunto para 1.289 viviendas en Santa Fe (Barrio Centenario, Baudizzone, Díaz, Erbin, Lestard, Varas), daba un paso más allá proponiendo casas colectivas con patio central que siguiendo la línea municipal, recuperaban la volumetría tradicional de la manzana. El proyecto marcaba el ingreso de nuevas tipologías y formas de relación con la ciudad, retomando las reflexiones de Aldo Rossi y, en general, las corrientes 6

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“contextualistas” del debate internacional, que se articulaban con una fuerte crítica a las propuestas urbanísticas de la Arquitectura Moderna. La década del ochenta sería el momento de difusión y generalización de estas nuevas tendencias, tomadas también por el Estado, al incorporarlas a la normativa de sus emprendimientos habitacionales. La revitalización de la operatoria FONAVI en 1983 dio origen a una serie de concursos de anteproyectos bajo nuevas directivas de los Institutos Provinciales de Vivienda, que transformaron definitivamente las características de los conjuntos: 1) eran emprendimientos de pequeña escala (100 o 200 viviendas), a ejecutarse principalmente en el interior, en ciudades de menor rango que las capitales provinciales; 2) privilegiaban la vivienda individual, o la colectiva de altura baja o media (2 a 4 niveles); 3) requerían respeto por las condiciones ambientales y técnico constructivas locales, así como de las necesidades psicofísicas de los usuarios; 4) debían exigir un mínimo costo de mantenimiento, evitando su prematura obsolescencia, física, cultural y tecnológica. Estas nuevas condiciones de los programas llevaban implícita una crítica a los grandes conjuntos de los años sesenta y setenta, que era un tema común del debate arquitectónico desde fines de la década del setenta. A través de estas condiciones, los nuevos conjuntos guardan relación de semejanza con los realizados entre principios del siglo y los años cuarenta, ya que se observa un predominio de las construcciones bajas, una adecuación a las manzanas urbanas convencionales y una aceptación de las preferencias de los usuarios. El mayor problema ya no consistiría en la creación de nuevas situaciones urbanas, sino en la integración a la existente, que en no pocos casos fue sinónimo de mimesis. En el conjunto de 200 viviendas de Arroyito (1983, primer premio: Gramática, Guerrero, J. G. Pisani, Rampulla, Urtubey y J. R. Pisani), los autores van más allá en esta relación y utilizan formas que sugieren una relación con la historia de los conjuntos de vivienda, por su semejanza con las viviendas proyectadas por Juan Kronfuss en el Barrio San Vicente (1920-1924), uno de los primeros barrios obreros de Córdoba. En el conjunto de 200 viviendas en Argüello (primer premio, Moscato y Schere, 1983), se recuperan las tradicionales tipologías de “casa chorizo”. Un tema de los años sesenta, la “identidad”, era aquí retomado con una nueva inflexión: el de la identidad cultural del usuario, distinta del reconocimiento visivo del individuo planteado anteriormente.

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En cuanto a la casa colectiva en estos conjuntos, se impone el modelo de casa con patio central, siguiendo la experiencia de Antonio Díaz en el conjunto Centenario. El tipo retoma también una experiencia histórica, la de ciertas casas colectivas renovadoras de la década del veinte, por ejemplo, Los Andes de F. Bereterbide. Pero el sentido con que se retomaba en los años ochenta contradecía al original: la propuesta de Bereterbide no trataba de enfatizar la manzana tradicional, sino de disolverla, a través de la introducción de pabellones. Otro ejemplo de la generalización de esta tipología es el conjunto de 200 viviendas en San Fernando del Valle de Catamarca (primer premio: Camarda, Crivos, Risso, 1988). En el conjunto de 200 viviendas para Rosario (primer premio: L. E. Ibarlucía), se resumen dos formas de resolución típicas de los conjuntos del momento: viviendas individuales en tira y colectivas en patio, vinculadas solamente por el trazado urbano. A diferencia de los conjuntos de las décadas anteriores, no se ensayan vinculaciones plásticas ni combinaciones de las dos tipologías. El condicionamiento de los conjuntos a las características urbanas existentes no se limitó a los emplazados en el interior del país, sino que también se observa en ciudades de alto nivel de urbanización. Tal es el caso de los proyectos de Comisión Municipal de la Vivienda en Capital Federal. Para el Parque Almirante Brown (Sector E, 1.232 viviendas, 1984) se proyectaban conjuntos pabellonales de planta en “L” (10 niveles), de alta densidad, recreando manzanas, al prolongar las calles existentes y proponer un uso perimetral del suelo en las mismas. En otros sectores de la capital, donde se rehabilitaban construcciones existentes, la Comisión proponía conjuntos de baja densidad: Barrio Presidente Rivadavia (Nueva Pompeya, 1984); Barrio Presidente Illia (1984). En este último, además de reelaborarse las manzanas tradicionales, se emplea una imagen de “chalé”, reconocible para público y usuarios. La utilización del término “barrio” en estos casos es sintomática de la consolidación de un cambio de actitud sobre los diseños de conjuntos habitacionales (del lenguaje técnico al lenguaje popular sobre la ciudad). A...


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