El gran despojo: historia de la propiedad de la tierra y la agricultura en los Andes de los siglos XVI y XVII PDF

Title El gran despojo: historia de la propiedad de la tierra y la agricultura en los Andes de los siglos XVI y XVII
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Propiedad de la tierra, agricultura y comercio, 1570-1700 | 291 Propiedad de la tierra, agricultura y comercio, 1570-1700: el gran despojo Luis Miguel Glave INTRODUCCIÓN La historia agraria de los Andes, desde el establecimiento colonial, es la historia de la expropiación de los recursos naturales d...


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El gran despojo: historia de la propiedad de la tierra y la agricultura en los Andes de los siglos XVI y XVII Luis Miguel Glave Testino

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PROPIEDAD DE LA TIERRA, AGRICULTURA Y COMERCIO, 1570-1700 | 291

Propiedad de la tierra, agricultura y comercio, 1570-1700: el gran despojo Luis Miguel Glave

INTRODUCCIÓN La historia agraria de los Andes, desde el establecimiento colonial, es la historia de la expropiación de los recursos naturales de los indios y de la formación de una nueva forma de posesión, propiedad y explotación de la tierra y de los recursos naturales en manos de los colonizadores. Para ello, tuvo que someterse a la población aborigen a una subordinación colonial y al dominio de una nueva forma de economía de tipo mercantil. Los intereses del Estado colonial de tipo despótico y de los agentes económicos privados, señoriales y mercantiles, sin dejar de tener contradicciones, sometieron a los indios y sustentaron su prosperidad y riqueza en su trabajo y recursos. Los naturales andinos enfrentaron como pudieron esa embestida, encabezados por sus jefes étnicos, por medio de un juego complejo de aceptación y resistencia. Esa historia tuvo etapas y formas que presentaremos sucintamente a partir de la consolidación colonial de 1570 hasta inales del siglo XVII.

I.

El lento final de la era de las encomiendas

Como es bien sabido, el primer reparto colonial de los recursos se realizó a través de la encomienda. Su implantación no estuvo exenta de graves contradicciones. La gran riqueza de la tierra y de la sociedad conquistada despertó apetencias inmoderadas. Luego de cruentos enfrentamientos, la primera moderación e intento de orden fue la implantación de una medida o cuota para la extracción de excedentes, la cual fue denominada tasa del tributo. Las primeras tasas no separaron del todo al encomendero del poder total que ejercía sobre los indios, poder que implicaba,

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desde luego, una alianza con los jefes étnicos que lo hacían posible; sin embargo, la tendencia era separar el manejo de los recursos del control de los encomenderos y agentes privados, a partir de la tierra que permeaba todo en esa sociedad; de tal forma que solo el Estado colonial fuera el regidor de la explotación y de la distribución de la riqueza. Pero eso solo fue un deseo; a la postre, se abrieron otras esferas para la producción privada o patrimonializada de la riqueza, la circulación y la distribución. La Visita General del reino que llevó adelante —en gran parte, personalmente— el virrey Francisco de Toledo consagró la supresión de los servicios personales de las tasas. Se cumplía una orden real, por lo menos formalmente. En realidad, los servicios personales no se eliminaron en la práctica cotidiana de las relaciones entre los encomenderos y sus agentes con los indios. La producción de excedentes comerciales en la esfera de la encomienda no quedó cerrada. Por el contrario, habría de pasar un largo período de cambio para la consolidación de otra forma de extracción de excedente, a partir de la propiedad de la tierra y de los recursos, nunca depuradamente económica, ya que la mediación de la subordinación despótica fue siempre correlativa al éxito del negocio privado. La monetización del tributo fue la otra consagración toledana. Toledo no fue el inventor del negocio, pero lo dejó entablado deinitivamente. Se trataba de una consagración contable, medida en moneda de cuenta, sujeta a vaivenes comerciales que, a in de cuentas, permitirían el abuso de poder y dejaban abierta para siempre la compulsa de fuerzas, la negociación, la práctica de la vida cotidiana. Tratándose de una icción contable, la tasa dejaba traslucir la convicción virreinal de suiciencia y capacidad de las economías étnicas. Si los encomenderos conquistadores pagaron con sus vidas la defensa de sus inmensas riquezas en bienes y hombres y la Corona refrenó ese poder, investida de la coartada moral de la protección de los derechos naturales de aquellos súbditos, la cristalización estatal del dominio colonial dejaba constancia que sabía que la verdadera riqueza de las Indias eran los indios, cuando tasó cada efectivo hasta en siete pesos ensayados. Frente a los dos pesos en que se tasaron los de Nueva España, los andinos “valían” por tres. Además, luego de una tormentosa y rocambolesca coyuntura de debates jurídicos, políticos y teológicos, se dejó impuesta la mita. Con ella, se podía obligar a trabajar a los indios; todo muy bien reglado, claro. Luego de obligarlos a trabajar por salarios que hacían subsidiar al productor, además de garantizarle la mano de obra se procedía a dar muchas, soisticadas y engorrosas normas de “protección” para que no se “abuse” de los naturales. Así, se suprimían las servidumbres personales —lo que se acataba, pero no se cumplía— en la encomienda, a la vez que se compelía a los pueblos de naturales —nuevamente organizados en el espacio, en el acceso a los recursos y en su organización sociopolítica— a satisfacer una alta cuota de imposición tributaria y a subsidiar a la economía colonial con su trabajo

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doméstico y con la economía étnica. Asimismo, estos naturales debían multiplicarse para dejar “libres” porcentajes elevados de efectivos que debían trabajar obligatoriamente para los españoles. La propiedad de la tierra estaba lejos de haber entrado en un mercado, pero la avidez por la producción de bienes agropecuarios que habrían de convertirse en mercancías, terminó por poner a la tierra en la misma condición que lo que producía. Para que se transmutase en mercancía, la tierra debió pasar por un proceso de privatización, del que no fue ajeno el período de la encomienda. Aunque es bien sabido que no se encontraba entre las atribuciones del encomendero la posesión de la tierra de sus súbditos, lo cierto es que tierra y trabajo de encomendados formaron una unidad de criterio en el manejo de los recursos de los encomenderos. Hubo una tensa lucha por controlarlos. Como en general se limitaron sus atribuciones, también se castigaron los abusos en la apropiación de tierras. A pesar de ello, los encomenderos se convirtieron en propietarios y muchos propietarios accedieron a las rentas de “indios vacos”. El paso de una categoría a otra fue muy luido. 1.

La demografía indígena

El colapso demográico fue tremendo para la reproducción de la sociedad indígena y para la economía encomendera. Conforme hubo menos indios, las encomiendas perdieron entidad, aunque nunca la perdieron del todo. Antes del contacto con los europeos, la región andina central tenía una población de 14 millones de habitantes, mientras que lo que corresponde al Perú actual sumaba unos 9 millones. No cabe otra deinición a la de colapso demográico, la pérdida humana más masiva de la historia. Ahora bien, el ritmo del desastre fue desigual. La costa fue el territorio más golpeado: agrupados de forma bastante densa en los valles, los pobladores andinos de la costa estuvieron a merced de una virulenta cadena de epidemias y mortandad. Así, algunos lugares quedaron prácticamente despoblados. Los indios de algunos valles costeños perdieron el 90% de sus efectivos. En el propio valle de Lima, por ejemplo, Domingo de Santo Tomás escribía a Bartolomé de las Casas que, cuando llegaron los españoles, habrían sido unos 20,000 indios, mientras que treinta años después eran solo 1,500. No se trataba de una exageración del dominico, ya que estudios modernos han calculado la población de los tres valles de Lima en unos 25,000 a 30,000 tributarios en 1530, mismos que pasaron a ser menos de 2,000 en 1571. Toda la costa central, incluyendo los valles de Guarco (Cañete) y Chincha, habría estado poblada por casi medio millón de personas; pero, hacia 1570, solo sumaban 130,000. Si en 1575 los tributarios del área limeña se contaban en cerca de 1,500, en 1602 alguna fuente habla de poco más de 500. El resto que componía el corregimiento de Cañete, en las mismas fechas, pasó de 2,362 tributarios a albergar solo 1,033. El ritmo no fue regular.

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En las serranías, por la dispersión de la población, el impacto fue menor y más lento. Algunos han calculado una disminución de población en la sierra, desde el contacto hasta la Visita toledana de 1573, en un 30%. Pero ya establecido el dominio colonial, fundadas las ciudades de españoles, el fenómeno de la caída demográica no fue menos espectacular. Entre 1570 e inicios del siglo XVII, la disminución luctuó entre el 50 y el 60%. El número de tributarios que fueron censados en la región de Charcas en 1573 fue de 91,579, mientras que para el siguiente gran censo de 1684 solo eran 49,971. Si la población india del Cuzco era muy grande (60,000 indios en 1570), la ciudad minera de Potosí tuvo a principios del siglo XVII una importante cantidad de pobladores: alrededor de 58,000 indios trabajaban en las minas, de los que solo unos 5,000 eran mitayos. Otro censo de la misma época, el más citado en términos generales, hablaba de una población total de 160,000 habitantes, de los cuales 76,000 eran indios; sin embargo, la población india estaba compuesta de unos 100,000, como lo sostenían los miembros del Cabildo cuando pidieron ayuda por la carestía de los bienes con los que se abastecía la ciudad. No todos estaban allí permanentemente, muchos estaban de paso, llevando mercaderías, acompañando a los trabajadores o buscando una oportunidad para refugiarse de las presiones en los pueblos. Unos se intercambiaban por otros; pero, una evaluación del número constante aproximado de naturales que habitaban la Villa Imperial era el de esa centena de millares. Quienes habían dejado sus pueblos para reubicarse en haciendas o en quebradas alejadas, no eran los que prioritariamente llegaban a la gran urbe. Quienes debían, podían o querían ir, eran los tributarios originarios de los pueblos. Otros eran los que ya se habían aincado en la ciudad. Este fenómeno de migración habla de la urbanización del indio y corrobora la desolación de las reducciones que denunciaban todos por distintos motivos. Las epidemias fueron la epidermis del drama; el hambre y la desesperación, la entraña. El impacto sobre el conjunto fue el mayor. Las viruelas y el sarampión entraron entre 1520 y 1530 de manera espantosa; pero, luego de episodios focalizados, volvieron a arrasar la población en casi todo el territorio en el segundo lustro de la década de 1580. En 1585 se registró una epidemia en el Cuzco, la cual era parte de un conjunto que azotó toda la geografía americana: la viruela, el sarampión y la neumonía en el Cuzco —según el testimonio de Montesinos— o una corta pero feroz peste de tabardillo y paperas en abril, según Esquivel. Una historia jesuita habla de los estragos de la pestilencia de viruelas en 1586, que recorrió desde Cartagena, pasando por Quito hasta Chile y el Estrecho sin dejar de recalar en Arequipa y el Altiplano, matando sin misericordia sobre todo a niños y jóvenes. En 1587 la peste de viruelas en Quito acompañó al terremoto que se sintió en septiembre. En Lima, en 1589, fue necesario aviar a los hospitales de indios de los valles de Surco, Lati y Lurigancho, para que no se sigan muriendo tantos a las puertas de la capital.

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Algunos repartimientos lograron que se hicieran revisitas para conirmar la gravedad de la situación y se rebajaran las cargas que pesaban sobre ellos. Por ejemplo, cuando en junio de 1589 se manifestó la peste de viruelas y sarampión en Canta, se mandó hacer una Revisita y retasa de los indios al año siguiente. Según esta, pasaron de ser 1,225 tributarios a 895 más ocho que se separaron para los caciques, fuera de 296 viejos inútiles, 1,028 mozos y 2,883 mujeres. La tasa se ajustó también, cambiándose, entre otras cosas, el pago de carneros de la tierra por trigo. En 1591, un cirujano español llamado Andrés Salcedo logró ser nombrado en el hospital de los Andes del Cuzco gracias al reconocimiento que mereció su labor durante la peste de viruelas y sarampión. Él pedía que se le hiciese merced de alguno de los hospitales de Juli e Ilavi o de Zepita y Pomata o el de los Andes. Le concedieron el puesto en este, a pesar de que el corregidor había escrito sobre los méritos de quien ocupaba el puesto, un licenciado Francisco Rendón, al que los chacareros de coca tenían afecto por sus servicios en esos años tan enfermizos y eran los que pagaban al cirujano de la localidad, pues allí no había cajas de comunidad que eran las que pagaban el hospital en las regiones andinas. Entonces, el puesto de cirujano en un hospital constituía una merced apetecible por los recursos que debían llegar para atender a los indios. Cuando se hicieron las primeras composiciones de tierras, estaban tibios algunos cuerpos que las poblaron. Luego hubo epidemias regionales, el Norte, particularmente Quito, sufrió serias incidencias hacia 1609. En el Cuzco, hubo una epidemia de garrotillo en 1614, la cual terminó con dos millares de indios y atacó a españoles incluso de la capa de los encomenderos nobles de la ciudad. Pero podemos decir que el gran ciclo de caída demográica andina se cerraba por entonces; luego, la dinámica de la población adquiriría otras características. La explotación colonial de los indios aumentó por medio de otras formas de extracción de recursos, una de ellas fue la agricultura. Desde temprano, los encomenderos fueron propietarios de tierras, pero también comerciantes de granos, coca, vino y telas. Hubo entonces encomenderos ganaderos, encomenderos chacareros, encomenderos obrajeros, encomenderos comerciantes y, por supuesto, encomenderos mineros. Poco a poco, el primer factor de la nominación dejó de ser el más importante para dejar al segundo actuar como prioritario. Desde entonces, como ganadero, chacarero, obrajero, comerciante o minero, tenía que entrar a la lucha frontal para conseguir los recursos indígenas: tierra, productos y trabajo. Además, como toda actividad económica, dependía del uso del poder: el ser corregidor fue la otra pata de la mesa de la explotación. Lo mismo que pasó con los encomenderos, ocurrió con los corregidores, puestos que fueron además intercambiables. Luego vendrá también la lucha por apropiarse de los recursos monetarios procedentes del trabajo comunal indígena, los que se convirtieron en insumos inancieros.

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2.

Las condenaciones de encomenderos del virrey Toledo

Una desconocida lista de condenas a encomenderos por abusos contra sus indios1 viene a ilustrar este lento paso de la dominación encomendera a la implantación de la empresa agraria como forma dominante de producción de mercancías. Recuerda a las causas de los años del dominico Domingo de Santo Tomás, al amparo de las Leyes Nuevas y de la prédica indigenista; sin embargo, es muy tardía en relación a una coyuntura que ya se había cerrado con la implantación de la legislación toledana. Se trata de un conjunto de procesos judiciales que recolectó para llevar adelante un funcionario nombrado al efecto por el Virrey. En la memoria, solo iguraron dos nombres de los visitadores que hicieron condenaciones: el de Alonso de Santoyo y el de quien estará muy vinculado al surgimiento del mercado de tierras limeño, Juan Martínez Rengifo, iscal de la Audiencia, que era uno de los principales visitadores de Toledo y que luego se encargaría de la administración de los censos y de los bienes de comunidad. Probablemente, el nombramiento en aquel cargo a Rengifo, quien paralelamente fue nombrado protector general de los naturales, coincidió con el del autor de esta Memoria, Alonso de Luzio. Sabemos de otros que salieron a la Visita. Por ejemplo, Cristóbal Diez del Castillo sirvió como escribano en la Visita de Lima, Huamanga y Huánuco, sacando razón de las Visitas con las posibilidades de los indios para las tasas de los tributos, sobre lo que trabajó en total seis años: cuatro en las Visitas y dos en las razones. Unos años después protestó porque se le debía el salario, procedente de las condenaciones y provechos que los visitadores hicieron contra los encomenderos por llevar más tributos y exceder las tasas o por cobrarlas en partes diferentes a las que habían de cobrar. Álvaro Ponce de León empezó como visitador en esta región y terminó Rodrigo Cantos de Andrada. En la Memoria, la cuantía de los procesos y condenaciones “que hasta hoy se han hallado” alcanzó la suma de 653,521 pesos corrientes y 2,500 de plata ensayada y marcada, de los cuales Alonso de Luzio —procurador general de los naturales nombrado por el virrey Toledo— dio fe que pendían en la Real Audiencia el 6 de marzo de 1577. Se cuidó de señalar que había “otros muchos procesos y condenaciones que no se han podido juntar ni traer a escritura en la Audiencia, en parte porque no los han dado los visitadores, porque están en grado de apelación y no se han traído los procesos y otras causas varias”. Calculaba que serían estos faltantes más de una tercia parte de los registrados, es decir, se avaluaba en unos 900,000 pesos la deuda que los encomenderos habían contraído con los indios por 1.

Memoria de las condenaciones que los visitadores de los términos de esta Ciudad de los Reyes hicieron en las visitas de los encomenderos de indios a favor de los indios de sus encomiendas, las cuales están pendientes en esta Real Audiencia de Lima (1577).

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distintas culpas y negocios ilícitos. Además del monto total, la composición de la lista de los condenados y algunas causas que se deslizan en la Memoria nos muestran un panorama de la importancia que mantuvo hasta entonces la esfera de la encomienda en la conformación de un mercado agropecuario. Las causas registradas El procurador registró 112 condenas, la mayoría a encomenderos, aunque hubo algunos que no lo eran y solo habían tenido algún trato con quien lo era, pero eran los menos. En total, fueron 98 personas las que se registraron con deudas a los indios. Algunos, como Juan de Pancorbo, Jerónimo de Aliaga, Tristán de Silva, Juan Arias Maldonado e Inés de Ribera, tuvieron tres casos. Por su parte, Gonzalo Cáceres, Rodrigo de Esquivel, Alonso Pizarro, Garcí Sánchez y María Martel registraron dos. Todos los demás, hasta los casi cien condenados, tenían una causa abierta y sus encomiendas abarcaban todo el territorio del distrito de la Audiencia, particularmente la provincia de Lima, la rica región del Cuzco, Huamanga, Arequipa, Trujillo y Huánuco. CUADRO N.º 1

por favor, veriicar este cuadro, cuidando que las cifras coincidan con los items. El el word se han movido.

ENCOMENDEROS DEUDORES (Mayores montos) Herederos del general Hinojosa Macha y Chaqui

133,000

Don Carlos Inca Yauri Pichagua

53,000

Juan de Berrío Quilla (Quella, Quilca, Quelca)

51,000

Pedro Alonso Carrasco (Arapa) And(t)amachay

34,209

Pedro de Orué Maras

32,000

Juan Arias Maldonado, como heredero de Diego Maldonado Andahuaylas y Limatambo

18,000 10,550

Tristán de Silva Taipe Ayllo Aymara

28,550 25,600

298 | LUIS MIGUEL GLAVE (viene...)

Capitán Jerónimo de Aliaga Choque Recuay Huaylas Chancayllo

13,200 3,800 2,500 19,500

Rodrigo de Esquivel Collasuyo y Lampa

16,200

Capitán Peña y sus herederos Chilques

14,200

Hernando de Torres Marca

13,400

Juan de Pancorbo Yanaguaras Chilques Viña, tierras, mesón y molino Chilques de Tristán de Silva

10,000 800

Cachona (Cuzco) 300 fanegadas de tierras

3,000 13,800

H...


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