Epigrafía Y Numismática Clásicas - Apuntes PDF

Title Epigrafía Y Numismática Clásicas - Apuntes
Course Epigrafía y Numismática Clásicas
Institution Universidad de Málaga
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Apuntes...


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EPIGRAFÍA Y NUMISMÁTICA CLÁSICAS HISTORIA UMA

La epigrafía es la ciencia que estudia las inscripciones antiguas realizadas sobre materiales duros, como piedra o bronce, aunque también estudia todos los textos grabados, pintados o estampillados sobre madera. Eran muy frecuentes en la Antigüedad las tablillas enceradas o tabulae ceratae . Conservamos conjuntos de tablillas enceradas en Dacia, las tablas donde se escribían carteles electorales en la ciudad de Pompeya, tablillas encontradas en ciudades inglesas. También la epigrafía estudia inscripciones pintadas sobre otros materiales duros y. entre las más importantes, destacan las encontradas en la Muralla de Adriano, o las pinturas parietales de Pompeya, o estampilladas, como las estampillas que aparecen en los objetos de metal, signos que nos permiten reconstruir el proceso de fabricación y comercialización de los objetos. También se realizaban inscripciones sobre hueso, barro cocido −como los tituli picti , que tenían un carácter fiscal, o las inscripciones realizadas sobre ánforas, que nos permiten reconstruir el proceso de fabricación y comercialización de los productos que éstas contenían− y los grafitos hallados en Pompeya en las paredes de las casas u otros edificios. Quedan fuera del estudio de la epigrafía los textos escritos sobre pergamino, que son objeto de estudio de la paleografía, y los textos escritos sobre papiro, que son objeto de estudio de la papirología. La importancia de las fuentes epigráficas y sus problemas han hecho de la epigrafía una ciencia muy especializada, cuyo objetivo es el análisis del soporte escriturario, la lectura del texto epigráfico, su interpretación, datación, valoración, y la relación del texto con otros de su misma naturaleza. Aspectos no tenidos en cuenta antes en la epigrafía, como el estudio del soporte del texto epigráfico, o el contexto en que apareció la inscripción, son cada vez más importantes en los estudios epigráficos y ayudan a una mejor comprensión de los textos epigráficos antiguos. En el antiguo Corpus Inscriptionum Latinarum (C.I.L.), p. e., no aparecían estudios sobre el soporte o sobre el contexto en que aparecieron las inscripciones, pero en la reelaboración de este Corpus (C.I.L.2), Corpus si aparecen (Véase la inscripción de la lámina 19, en la fotocopia 73, que habla de la reconstrucción de un edificio en la ciudad de La Bitolosa, en los Pirineos). Las inscripciones romanas más antiguas conservadas son del S. VI a. C., las cuales están escritas en una letra capital arcaica muy difícil de traducir. Las inscripciones serán más abundantes en época republicana, alcanzando su auge en época de Augusto. Así, de los XVII volúmenes del C.I.L., el primero recoge todas las inscripciones romanas conservadas desde la fundación de Roma hasta el final de la República, y el resto recogen las inscripciones conservadas a partir de Augusto, del Alto y del Bajo Imperio. La moda epigráfica bajo Augusto comenzará a decaer hacia el 220 d. C., siendo su caída muy rápida desde entonces y alcanzando su punto más bajo entre mediados y finales del S. III. Esto hace que para el Bajo Imperio, las inscripciones epigráficas sin desaparecer del todo sean mucho más escasas y, por tanto, que la epigrafía deje de ser, como era para épocas anteriores, una fuente de primer orden para el historiador. 1.2. Importancia como fuente para la Historia Antigua: el hábito epigráfico.

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Evidentemente, cada nueva generación de historiadores, empleando nuevos planteamientos y métodos de investigación, pueden realizar avances, pero, actualmente, las esperanzas de realizar avances en Historia Antigua se cifran, en buena parte, en la aparición de nuevas fuentes. En esto, las fuentes de la pairología y la epigrafía son las que más han aumentado cuantitativamente en los últimos años: en relación con la papirología, se han descubierto, p.e., un papiro que reconstruye toda la red viaria existente en Hispania, u otro papiro el que se menciona la existencia de la provincia Transduriana, de la que no se tenía conocimiento, que debió tener una breve existencia y que se acabó incluyendo en la provincia Hispania Citerior. En relación con la epigrafía, han aparecido en Hispania en los últimos años nuevas inscripciones que han convertido en básica a esta ciencia. Así, cuando en 1892, se publicó el C.I.L.II (volumen dedicado a las inscripciones de Hispania), éste contenía 6.400 inscripciones, y ahora conocemos unas 20.000. Por ello se está trabajando en una reelaboración de este corpus y, en concreto, de este volumen, el C.I.L.II 2. Si el C.I.L. está dividido por provincias romanas, ahora el C.I.L.2 aparece dividido por conventus (circunscripciones en que se dividían las provincias). Así, en lo referente a Hispania, se llevan publicadas todas las inscripciones referentes al conventus astigitanus (C.I.L.II 2 / 5), al conventus corduvensis (C.I.L.II 2 / 7), y a la parte meridional del conventus tarraconensis (C.I.L.II 2 / 14). Los epígrafes constituyen una fuente objetiva y directa que nos ofrece mucha información, pero que también nos da varios problemas: su desigual reparto espacial y temporal, la cuestión de restituir textos que están mutilados o tienen lagunas, la datación de los epígrafes, y el hecho de que sea una fuente que necesita ser interpretada en su contexto histórico. El estudio de los diversos conjuntos epigráficos delimitados por criterios geográficos o temáticos, permite abordar mejor los distintos temas históricos, dándonos más información que un epígrafe sólo, p. e., sobre los sistemas empleados para explotar los recursos de un territorio (p. e., los tituli picti que aparecen en las ánforas olearias, nos permiten conocer como era la producción y comercialización del aceite en la Bética). De igual forma, los epígrafes nos ayudan a conocer como se organizaba un municipio o colonia romanos, las creencias religiosas de sus habitantes, los diferentes grupos sociales que había, o como se realizaban las obras de construcciones públicas. Según Fergus Millar, las inscripciones leídas en bloque permiten conocer como era la vida, la estructura social, las mentalidades y los valores, de la población que estaba bajo el dominio de Roma. La utilización de los conjuntos epigráficos y de la información contenida en ellos para llegar a deducciones que estén basadas en estadísticas, debe ser encarada cuidadosamente, debido a la existencia de hábitos epigráficos (disposiciones tomadas por la gente a la hora de realizar inscripciones), que no siempre son los mismos, varían a lo largo del tiempo. El auge de los epígrafes se produjo bajo Augusto, ya que éstos eran utilizados como propaganda de Augusto y luego de los emperadores; posteriormente, las elites sociales emplearon los epígrafes para reseñar sus logros y su ascenso social, y los miembros de los grupos más humildes los utilizaron también, aunque sólo para reseñar el lugar donde estaban enterrados. No debemos hablar, por tanto, de la existencia, no existencia o decadencia de las instituciones o cargos romanos basándonos en el volumen estadístico de las inscripciones conservadas. Así, la crisis del S. III d. C. se demuestra no sólo por la disminución del número de inscripciones grabadas, sino porque estas son sustituidas por inscripciones pintadas (p.e., se conserva una inscripción pintada del año 280 en el municipio de Singilia Barba dedicada al Augusto Licinio). La no−aparición en epigrafía de una institución o divinidad no significa que no existiera, ya que esta ciencia está sujeta a nuevos descubrimientos que pueden cambiar las cosas. La magistratura de la cuestura, p.e., no aparece documentada epigráficamente en la provincia Hispania Ulterior, pero sí aparece en la Hispania Citerior, por lo que no es lógico pensar que no exista en la Ulterior. Así, en los años ochenta del S. XX, apareció la Ley Municipal, en tablas de bronce, de Irni (situada en El Sahucejo, Sevilla), donde hay un

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capítulo entero dedicado a la cuestura. Por tanto, si en un municipio pequeño de la Bética aparece documentada la cuestura, esto demuestra la existencia de dicha magistratura en la Bética. Debido a los problemas ya citados de las fuentes epigráficas, nos encontramos, incluso, con problemas a la hora de estudiar los grupos sociales, p. e., para conocer el origo (origen) de los grupos sociales, como los caballeros y los senadores. Del grupo de los caballeros o equites que ocuparon milicias ecuestres se conservan 2.100 inscripciones para todo lo que era el Imperio Romano, y sólo en 100 de ellas se indica el origo de los caballeros, lo que representa el 4 % de las inscripciones conservadas. Por ello, si tenemos en cuenta que se calcula que en todo el Imperio Romano, durante los S. I y III d. C., hubo unos 52.200 caballeros, sólo conocemos, cuantitativamente hablando, el origo del 0,22 % del total de los caballeros que había en el Imperio. Al analizar la epigrafía deberemos tener en cuenta las normas siguientes: 1. La epigrafía romana se desarrolló fundamentalmente en zonas urbanas y, por tanto, es más escasa en las zonas rurales, excepto en lo que se refiere a inscripciones funerarias. 2. Los hábitos epigráficos eran más fuertes entre los romanos o los grupos indígenas más romanizados que entre los grupos indígenas nada o escasamente romanizados. 3. Normalmente las inscripciones nos hablan de los ricos propietarios de tierras, los funcionarios imperiales, las elites municipales o las clases medias urbanas, es decir, de la gente que podía costearse con su dinero la erección de un epígrafe, y nunca de los grupos sociales más pobres. 4. Los estudios demográficos basados en la epigrafía no son fiables por varias razones: en cada región, dentro del hábito epigráfico imperante en todo el mundo romano en cada época, solían existir modas. Por ejemplo, se ha pretendido estudiar la esperanza de vida de la población del Imperio por los datos epigráficos, aunque en Roma los epígrafes indican la edad de fallecimiento de las personas si eran jóvenes, y en el norte de África sólo cuando habían llegado a viejos (si tenemos en cuenta el último dato, la esperanza de vida en el norte de África durante el Imperio Romano era de 47 años, siendo mayor que la esperanza de vida en Europa o EE.UU. a finales del S. XIX, lo cual es imposible). Además, debemos tener en cuenta que no toda la población podía permitirse costear un epígrafe, y que los que los que lo hacían generalmente disfrutaban de mejores condiciones de vida y, por tanto vivían más años. El objetivo de la epigrafía era conseguir la perdurabilidad de una persona o hecho determinados en la memoria de la comunidad, el intentar ser recordado y pasar a la historia. Esto explica la importancia que los romanos dieron a las inscripciones honoríficas. Éstas, generalmente, iban acompañadas del levantamiento de una estatua de la persona mencionada en el epígrafe, y servían para que la gente recordase a esa persona y lo que había hecho y esas personas pasaban a convertirse en ejemplos a imitar por las generaciones futuras. Para un romano, mantener su recuerdo en su ciudad de origen era algo parecido a la inmortalidad. A su muerte, muchos romanos dejaron fundaciones de dinero para que, en el día del nacimiento del difunto, se celebrasen actos en los que se recordase su memoria mediante la celebración de banquetes o el reparto de dinero entre la población. El temor al olvido en los romanos se hace muy evidente, p. e., en una sociedad que aplicaba como un gran castigo la damnatio memoriae , que consistía en borrar los nombres de personas de toda estatua o edificio. Esto se hacía con emperadores que hubieran gobernado muy mal o con senadores que hubiesen cometido algún delito grave (p. e., se ha descubierto hace poco en Hispania una senato consulto que decretaba la damnatio memoriae para Gneo Pisón, acusado de querer matar a Germánico, el heredero del emperador Tiberio (14−37 d. C.).

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La epigrafía no sólo servía para perpetuar el nombre de las personas que querían ser recordadas o que habían beneficiado con sus actos a toda la comunidad, sino que esto ayudaba a otros miembros o descendientes de esa persona a la hora, p. e., de presentarse a unas elecciones, debido a que estas personas se beneficiaban del prestigio conseguido por sus parientes entre el resto de la comunidad. 1.3. Recursos bibliográficos e informáticos: principales corpora epigráficos. Aunque ya desde el S. XVII aparecieron distintas obras en las que se recopilaban inscripciones antiguas, la obra más importante en este sentido es el C.I.L. o Corpus Inscriptionum Latinarum . Esta obra fue encargada a la Academia de Berlín en el S. XIX, se empezó a publicar en 1863 y fue dirigida en sus comienzos por Th. Mommsen. La elaboración y publicación del C.I.L. II estuvo dirigida por Ae. Hübner. El C.I.L. está dividido según un criterio geográfico por provincias romanas, aunque con algunas excepciones: el C.I.L. I recoge las inscripciones conservadas en todo el Imperio hasta la época de Julio Cesar; el C.I.L. IV a recoge las inscripciones parietales halladas en Pompeya; el C.I.L. XV, recoge todos los instrumenta conservados en el Imperio Romano (inscripciones realizadas sobre soportes móviles, o fácilmente transportables); el C.I.L. XVII, recoge las inscripciones de los miliarios de todo el Imperio Romano (inscripciones que se ponían en los caminos para señalar las distancias entre ciudades). Por lo que nos interesa, el C.I.L.II recoge los epígrafes hallados en Hispania, y ahora se está procediendo a su reelaboración, el C.I.L.II 2, por conventus . Hasta la fecha se han publicado las inscripciones referentes a los conventus (Así, en lo referente a Hispania, se llevan publicadas todas las inscripciones referentes a los conventus astigitanus (C.I.L.II 2 / 5), corduvensis (C.I.L.II 2 / 7), y la parte meridional del tarraconensis (C.I.L.II 2 / 14). En lo referente a otras provincias romanas, el C.I.L.VIII recoge las inscripciones halladas en el norte de África. Es frecuente que una misma provincia ocupe varios volúmenes del C.I.L.: el C.I.L. XII y XIII se ocupa de las Galias y, en el caso de Italia, el C.I.L. X, XI, I, IV, XV, y XVII. En un principio, el C.I.L. comprende XVII volúmenes y se planeó la elaboración, que aún no se ha acometido, del volumen XVIII, que recogería todas las inscripciones latinas en verso halladas en todo el Imperio Romano. El C.I.L. está dividido por provincias romanas y, a su vez, cada volumen, se divide por conventus y ciudades. El problema de esta organización consiste en la identificación de las ciudades, puesto que muchas ciudades actuales no tuvieron entidad de ciudades en época romana. Todos los epígrafes de una ciudad van reunidos y acompañados de una introducción histórica, y cada volumen cuenta con unos índices alfabéticos muy útiles que ayudan a localizar los epígrafes, por los nomen , cognomen, por temas de tipo militar, religioso, municipal etc. También existen antologías de inscripciones romanas agrupadas por temas o por provincias, como los trabajos de H. Dessau, J. Vives, Fabré, Mayer y Rodá, y P. Piernavieja, citados en las fotocopias 68 y 69. En las revistas sobre epigrafía aparecen anualmente las nuevas inscripciones que se hayan publicado. Entre estas revistas destacan la francesa L´Année Épigraphique , la portuguesa Ficheiro epigráfico y las españolas Hispania Antiqua Epigraphica e Hispania Epigraphica . También Internet se ha convertido en un recurso fundamental a la hora de recoger los repertorios epigráficos. Además de las direcciones de la Red señaladas en la página 70 debemos destacar dos más en relación con la epigrafía: la primera es la página web de la revista Hispania Epigraphica , y es www.ucm.es/info/archiepi; la segunda pertenece a la página web del departamento de Historia Antigua de la universidad de Alcalá de Henares (Madrid) y es www.2.alcalá.es/imágines. 1.4. El alfabeto: tipos de letras. El alfabeto latino contaba en un principio con 21 letras, introduciéndose, a partir del S. II a. C., dos letras más,

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la i griega y la zeta, con lo que pasó a tener 23 letras. Los orígenes del alfabeto latino no están claros. Unos especialistas creen que su origen es el alfabeto griego arcaico calcídico (de la isla de Calcis), mientras otros creen que su origen es el alfabeto arcaico etrusco. En el alfabeto latino, en un principio y hasta el S. IV d. C., se utilizaron sólo las letras mayúsculas o capitales. En las inscripciones anteriores a la época de Augusto (27 a. C.− 14 d. C.) , se utilizó la letra capital arcaica, que se escribía con un punzón de metal o stilus , de la que derivaron, por un lado, la capital cuadrada y la capital actuaria o rústica, empleadas en inscripciones monumentales, y, por otro lado, la cursiva, que es la letra de uso corriente y que hallamos en paredes de casas u otros soportes. Los tres últimos tipos de letra mencionados se emplearon desde el S. I a. C. al III d. C. A finales del S. III d. C. ya aparecen otros tipos de letras, las minúsculas, que se escriben sobre pergamino y papiro, y que no son objeto de estudio de la epigrafía. La capital arcaica es un tipo de letra que lleva este nombre por ser en la que están escritos los testimonios más antiguos conservados en epigrafía romana y la que se utilizó hasta la época de Augusto en las inscripciones. Sus letras son angulosas y rígidas y carecen de ápices, que son las puntas que tienen las letras en sus ángulos o extremos. Junto a las formas normales de las letras de la capital arcaica, aparecen en algunas letras formas distintas particulares a este tipo de letra, que nos ayudan a identificarla y a datar inscripciones. La capital cuadrada, monumental o elegante deriva de la arcaica y se desarrolló desde la época de Cesar y Augusto (S. I a. C.). Se llama cuadrada a este tipo de letra, porque la mayor parte de las letras que la forman pueden inscribirse en un cuadrado, y los especialistas dicen que son letras hechas con regla y compás. La capital cuadrada se caracteriza porque las letras son más proporcionadas que en la cursiva, nunca les faltan los ápices y todas las letras están a la misma altura, excepto la efe, la i y la ele. La capital rústica, actuaria, clásica o libraria es menos solemne en su aspecto que la capital cuadrada, pero no por ello es menos elegante. Sus rasgos recuerdan a las letras trazadas a pincel, las letras son más estrechas y altas que en la capital cuadrada, y los ápices tienden a alargarse y a curvarse. La cursiva se deriva, también, de la capital arcaica y que se desarrolla, desde un punto de vista cronológico, al mismo tiempo que aquella. Sus rasgos son más cursivos debido a la rapidez con que se trazan las letras y al stilus que se utiliza para trazarlas. Esto hace que las letras se simplifiquen y que los rasgos de éstas se deformen. Este tipo de letra aparece en las tablillas enceradas y en los grafitos de Pompeya, siendo también frecuente su uso sobre barro, pero no aparece en las inscripciones monumentales. 1.5. Siglas y abreviaturas. En todas las inscripciones tenemos siglas y abreviaturas que aparecen continuamente. Las siglas más frecuentes servían para indicar los praenomina . También había una serie de fórmulas muy comunes que servían para indicar expresiones, títulos o cargos conocidos y que se indicaban con la letra/s inicial/es de la palabra/s; p.e. D.M. = Diis Manibus , o PR. = praetor o praefectus . Se indicaban palabras muy comunes por lo que la gente de la época debía saber reconstruir los textos de las inscripciones, saber de que tipo eran las inscripciones y situarlas en su contexto. Las abreviaturas se diferencian de las siglas en que no solo aparecen la letra inicial de la palabra sino alguna otra. Lo más normal era que las abreviaturas suprimiesen las letras finales de las palabras: p. e., a., an. o ann . = annorum, o LIB . = libertus. Era menos corriente que se eliminara alguna letra intermedia de la palabra: p.e., COS = cónsul. 1.6. Numerales. Los romanos utilizaron algunas letras del alfabeto para indicar los numerales. Es frecuente que en epigrafía

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para indicar cifras se añadan letras en vez de simplificar (p.e., el seis en epigrafía = VI o IIIIII). Para indicar las cifras superiores a mil, los romanos ponían sobre la/s letra/s una raya horizontal y dos rayas verticales a los lados. También se hacían ...


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