Fedro o de la belleza, Angel De La Cruz (100579232) PDF

Title Fedro o de la belleza, Angel De La Cruz (100579232)
Course Estética I
Institution Universidad Autónoma de Santo Domingo
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PLATÓN PLATÓN FEDRO BELLEZA FEDRO O DE DE LA LA BELLEZA

La historia empieza con el encuentro de Sócrates y su amigo Fedro. Fedro le comenta a Sócrates sobre un discurso hecho por Lisias, cautivando su atención inmediatamente, al parecer Sócrates era muy impaciente cuando se le hablaba de discurso. Fedro le cuenta de que habla el discurso escrito por Lisias, el discurso trataba del amor, y este comentaba el punto de que en el amor es mejor amar al que no ama, que al que ama. Sócrates impaciente por escucharlo, le propone ir para otro lugar, un lugar más calmado para poder charlar del tema. Ambos se marcharon y siguieron el curso del Illiso. Llegan a un lugar calmado, con una angosta sombra que daba un alto árbol. Se sentaron y Fedro le empezó hablar sobre el discurso, Sócrates escucho prudentemente. El discurso hablaba que los amantes consideran el daño causado por su amor a sus negocios, alegan sus liberalidades, traen a cuenta las penalidades que han sufrido, y

después de tiempo creen haber dado pruebas positivas de su reconocimiento al objeto amado. También dice que aquel que es dueño de sí mismo, no se deja extraviar por el amor, preferirá la seguridad de sus amistades al placer de alabarse de ella. Y el discurso cierra con la explicación de que cada ser debe favorecer, no aquellos cuyos deseos son más violentos, sino a los que mejor te atestigüen su reconocimiento; no a los enamorados, sino a los más dignos; no a los que aspiran a explotar la flor de la juventud, sino a los que en tu vejez te hagan partícipe de todos sus bienes; no a los que se alabarán por todas partes de su triunfo, sino a los que el pudor obligue a una prudente reserva. Concluido el discurso, Fedro le pregunta “¿le gustó el discurso? ”; A Sócrates le pareció poco audaz este discurso muy al estructurado, dice que el repite dos y tres veces las cosas, como un hombre poco afluente. Fedro quiero escuchar una versión mejorada del discurso, no quiere oír quejas, necesita que Sócrates mejore el discurso así sea aún por la fuerza, Sócrates para poder dar el discurso de la mejor manera posible le s pide a las musas ligias que lo iluminen. Sócrates empieza a tratar el tema diciendo que puesto que se trata de saber si debe uno entregarse al amante o al que no lo es, se debe empezar por fijar la definición de amor. El amor es un deseo, es una verdad evidente. Acabando con la definición, empieza a diferencias tipos, que combaten, y la victoria pertenece indistintamente, ya uno, ya otro. Cuando el gusto del bien, que la razón nos inspira, se apodera del alma entera, se llama sabiduría; pero cuando el deseo irracional, sofocando en nuestra alma este gusto del bien, se entrega por entero al placer que promete la belleza, y cuando se lanza con todo el enjambre de deseos de la misma clase sólo a la belleza corporal, su poder se hace irresistible, y sacando su nombre de esta fuerza omnipotente, se le llama amor. Ahora en el discurso de Sócrates se examinarán las ventajas o las desventajas de las diferencias que se pueden tener, sea para con un amante, sea para con un amigo libre de amor. El que está poseído por un deseo y dominado por un delei te, debe necesariamente buscar en el objeto de su amor el mayor placer posible. Por último, se esforzará en todo y por todo en mantenerle, en la ignorancia, para obligarle a no tener más ojos que lo del mismo amante, y le será tanto más agradable cuando más daño se hago a sí mismo. También comenta que cuando las edades son las mismas, la conformidad de gustos y de humor, que de ellos resulta, predispone la amistas, y. sin embargo, semejantes

relaciones tienen también sus disgustos. Si es un viejo que se enamora de uno más joven, ¿qué goces, qué placeres, esperan a este desgraciado? El joven tiene a la vista un cuerpo gastado y marchitado por los años, afligido de los achaques de la edad. Cuando llega el momento de verse libre de esta pasión, obedece a otro duelo, sigue otro guía, la sabiduría las que reinan en él, y no el amor y la locura. El joven exigirá el precio de los favores de otros tiempos, le recuerda todo lo que ha hecho. Al joven no le queda otro partido que sufrir bajo el peso de sus remordimientos por haber ignorado desde el principio que valía más conceder sus favores a un amigo frío y dueño de sí mismo, que, a un hombre, cuyo amor necesariamente ha turbado la razón. La ternura de un amante no es una afección benévola, sino un apetito grosero que quiere saciarse. Como el lobo ama al cordero, El amante ama el amado... Aquí concluye el discurso de Sócrates de este tema. Fedro pensó que Sócrates abarcaría en su discurso lo que es el hombre no enamorado, a lo que Sócrates responde, que en el trato de hombre sin amor se encuentran tantas ventajas, como inconvenientes que en el del hombre apasionado. Después de un pequeño diálogo, Sócrates se da cuenta que está mal hablar así del amor, dice que lo encuentra impertinente y burlones, porque por más que no se encuentre en ellos razón, ni verdad, toman el aire de aspirar a algo con lo que podrán seducir a espíritus frívolos y sorprender su admiración. Así que Sócrates se dispone hacer otro discurso, pero esta vez en favor de lo que es el amor por temor a la venganza del amor. En este nuevo discurso Sócrates toca temas como lo divino, que no es más según él, todo lo que es bello, bueno, verdadero, y todo lo que posee cualidades análogas, y también lo es lo que nutre y fortifica las alas del alma; y todas las cualidades contrarias como la fealdad, el mal, las ajan y echan a perder. También dice “el alma no puede volver a la estancia de donde ha partido, porque no recobra sus alas antes, a menos que haya cultivado la filosofía con un corazón sincero o amado a los jóvenes con un amor filosófico. Sócrates también toca el tema de la belleza, dice que ella brilla entre todas las demás esencias, y en nuestra estancia terrestre donde nos eclipsa todo con su brillantez, la reconocemos por el más luminoso de nuestros sentidos. Sócrates dice que el joven se ve servido y honrado al igual de un Dios por un amante que no finge amor, sino que está sinceramente apasionado, siente desertarse en él

la necesidad de amar. El que ama, pues, no sabe qué; no comprende lo que experimenta, ni tampoco podría decirlo. Tales son, mi querido joven, los maravillosos y divinos bienes que te procurará la afección de un amante; pero la amistad de un hombre sin amor, que solo cuenta con una sabiduría mortal, y que vive entregado por entero a los vanos ciudadanos del mundo, no puede producir, en el alma de la personas que ama, más que una prudencia de esclavo, a la que el vulgo da el nombre de virtud, pero que le hará andar errante, privado de razón en la tierra y en las cavernas subterráneas durante nueve mil años. Aquí concluye el discurso sobre el amor de Sócrates. Fedro no pone peros y se une a la concepción del amor que tiene Sócrates. Aquí Fedro y Sócrates tiene una amplia conversación sobre el arte de la palabra una de las frases que dijo Sócrates sobre el tema fue “lo vergonzoso no es hablar y escribir bien, sino el hablar y escribir mal. Dado este tema se pusieron analizar lo que constituye un buen o mal discurso, escrito o improvisado. Fedro aporta que el que ha de ser orador no necesita saber lo que es verdaderamente justo, sino lo que parece tal a la multitud encargada de decidir; porque es la verosimilitud, no la verdad, la que produce la convicción. Sócrates dice que cuando un orador, ignora la naturaleza del bien y del mal, encuentra a sus ciudadanos en la misma ignorancia, y les persuade, no a tomar por caballo la sombra de un asno. El verdadero arte de la palabra, fuera de la posesión de la verdad, ni lo habrá jamás. El que tiene el don de la oratoria dice Sócrates, hará parecer la misma cosa y a las mismas personas justa o injustas, según él quiera; y cuando este le hable al pueblo, sus ciudadanos juzgarán las mismas cosas ventajosas o funestas a gusto de su elocuencia. Sócrates opina que no existe una opinión falsa que no proceda de una semejanza existente entre un objeto. Por consiguiente, el que pretende poseer el arte de la palabra sin conocer la verdad, y se ha ocupado tan solo de opiniones, tomo por un arte lo que no es más que una sombre risible. Después con los conocimientos bien claros de cómo se elabora correctamente un discurso, y sobre el arte de la oratoria se disponen a analizar el discurso escrito por Lisias.

Fedro empieza a leer hasta que Sócrates lo detiene y le dice, este discurso empieza por el fin, no por el principio, estamos muy distantes de encontrar lo que buscamos, sus ideas parecen hacinadas confusamente. Esto abre un debate y da paso a que se retomen nuevamente los principios que debe tener un orador, y si el orador no ha hecho una clasificación exacta de los diferentes caracteres de sus oyentes, sino sabe analizar los objetos, y reducir enseguida las partes que haya distinguido a la unidad de una noción general, no llegará jamás a perfeccionarse en el arte oratorio. Ahora Fedro y Sócrates se disputan analizar la conveniencia o inconveniencia que puede haber en lo escrito. Por una analogía sobre un Dios egipcio y su charla con el rey diciendo que por más que algo este escrito no hará que el que lo lee se haga sabio. Las palabras de Sócrates fueron: el que piensa transmitir un arte consignándolo en un libro, y el que cree a su vez tomarlo de éste, como si estos caracteres pudiesen darle alguna instrucción clara y sólida, me parece un gran necio. Habiendo debatido todos estos temas, Sócrates le ordena a Fedro que vaya a decirle a Lisias, que habiendo bajando el arroyo de las ninfas y al asilo de las musas, hemos oído discursos ordenándonos que fuésemos a decir a Lisias y a todos los autores de discursos que, si uno de ellos está seguro de poseer la verdad, y si es capaz de defender lo que ha dicho, cuando se le someta a un serio examen, y de superar sus escritos con sus palabras, no deberá llamarse autor de discurso sino sabios. Ya dispuesto a marcharse de aquel lugar, dirigen una plegaria a los dioses....


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